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40 años

en Confesiones

40 años

Llevo cuarenta años trabajando en la misma empresa de seguros; no lo considero un mérito, pero tal y como están los tiempos dentro de poco aparecerá en el libro Guinness. En estos años he pasado por distintos puestos, departamentos y centros de trabajo, pero también he pasado por la cama de muchas de mis compañeras, lo que me ha dado muchas satisfacciones, alegrías y algún que otro problema. Hoy cumplo sesenta y tres años, estoy descansando en un pueblo alejado de todo, me he pasado bastante con los gintonics y mientras espero que llegue mi pareja, recuerdo ante un fuego de chimenea algunos de los rolletes y mejores polvos de estos años. Por cierto, me llamo Gerardo, un nombre germánico que significa "el que sabe utilizar la lanza".

Cuando llegué a la empresa provoqué un cierto revuelo porque en las oficinas del archivo, salvo dos ordenanzas ya mayorcitos, yo era el único hombre joven entre dieciocho mujeres de todas las edades y, sin falsa modestia, con un metro ochenta y tres, setenta y cinco quilos, morenazo y mucho gimnasio (llegué a hacer tres combates amateurs de boxeo), tenía mucho éxito entre las mujeres. No entré con muy bien pie porque la jefa se dio cuenta que tonteaba con algunas de mis compañeras y no me dejaba ni respirar. ¡Lo que pude trabajar instalando y poniendo en marcha las primeras máquinas de entrada de datos que llegaban a aquellas oficinas¡. Mi jornada laboral la pasaba de una a otra mesa ayudando a que las oficinistas aprendieran a manejarlas y a trabajar con los distintos y complicados programas de la época. E intentando ligar, claro.

Yo no era ningún inexperto en el trato con mujeres (tenía novia y me relacionaba con amigas y compañeras de estudios), pero en poco tiempo recibí varios cursillos acelerados de relaciones laborales y personales. Ah, en todos estos años me ha quedado muy claro que los refranes no llevan razón, en especial el que dice "donde tengas la olla no metas la polla".

Fue con Chusa (María Jesús) con quien primero congenié, hice amistad que hoy continúa y tuve sexo. Era (y es) una mujer morena de mi misma edad, simpática, con muchas ganas de vivir, un cuerpo pequeño y redondito de bonitas curvas, un culazo espectacular y capaz de levantársela a un muerto con sus juegos de lengua. ¡Qué mamadas más fabulosas¡. Si por algo podré recordar siempre a Chusa es por haber recibido de ella las mejores felaciones que jamás me han hecho, con verdadera gula por su parte y en cualquier lugar: en cines, aparcamientos, en el tren de cercanías, en centros comerciales, en los probadores de las tiendas, siempre consiguió que me corriera en su boca mientras estábamos más o menos ocultos y en la oficina me masturbó en muchas ocasiones disimulando como si estuviéramos trabajando, sin olvidar fabulosos polvos en el portal de casa de sus padres, en pensiones de mala muerte y en los servicios de muchos bares de copas. Aquella maravillosa locura duró unos tres años hasta que decidió casarse con Luis, su novio de siempre, tener hijos y trasladarse a las oficinas centrales. Estuvimos viéndonos durante muchos años al menos una vez al mes (me puso el apodo de "máquina penetradora"); hemos mantenido confianza y amistad hasta ahora y aún quedamos para follar; sus curvas son ya rotundas y está pasada de quilos, pero sigue siendo la mejor comepollas y mi mejor amiga.

Amparo fue mi primera jefa y tras unos meses en los que me puteó bastante, poco a poco se estableció una cierta complicidad entre nosotros por las muchas horas que pasábamos juntos y porque, según me confesó tiempo después, se ponía cachonda sabiendo que me lo montaba con Chusa y no dejaba de pensar en cómo sería follar conmigo. Esto lo consiguió saber sin demasiado esfuerzo porque no pude, ni quise, evitar caer en las manos de una mujer que entonces apenas pasaba de los cuarenta años, rubia, guapa, con largas piernas y un culo alto, redondo, duro, prieto, excitante. Según Amparo, su marido siempre le decía que era la parte de su cuerpo más lujuriosa y que por ello siempre se la follaba por el culo, lo que yo agradecí mucho dado que casi nunca lo había hecho hasta entonces y meterla en esa maravilla era una experiencia verdaderamente gratificante. Desde entonces he intentado siempre darle por el culo a todas las mujeres con las que he estado y por suerte casi siempre lo he conseguido. Me encanta el sexo anal, aunque me he follado pocos culos tan estupendos y acogedores como el de Amparo.

Cuando unos meses después Amparo ascendió y se fue a vivir a Sevilla perdimos el contacto, siendo sustituida en el cargo por Carlos, un abogado sesentón que quería permanecer tranquilo hasta su cercana jubilación y con quien hice buenas migas futbolísticas (coincidíamos en Chamartín los domingos) pero que me complicó la vida cuando me invitó a comer a su casa y conocí a su mujer. Margarita era una mujerona de cincuenta y muchos años que aún estaba buena, pero también muy salida y decidió que yo era quien tenía que quitarle la calentura. El primer día que estuve en su casa me arrinconó en la cocina y en cuestión de segundos me metió mano como si el mundo se fuera a acabar al mismo tiempo que casi me ahoga con la lengua en un muerdo de tornillo largo y baboso. No quería nada con ella, pero al intentar escapar de la cocina me cerró el paso el marido y me convenció de acostarme con su mujer con un argumento inapelable: "si tú le das sexo a Marga los domingos te asciendo para que puedas ir a la oficina central cuando yo me jubile". Durante poco más de un año mis domingos comenzaban al mediodía tomando el aperitivo por La Guindalera, el barrio de Carlos y Marga; tras unas cañas con patatas bravas subíamos al piso y la mujer y yo follábamos como locos mientras el marido preparaba la comida: un arroz con langostinos y calamares para chuparse los dedos.

Las tetas de Margarita eran las más grandes que he conocido nunca: dos cántaras como balas de cañón, morenas, duras, ya caídas, con pezones oscuros muy largos y gruesos; me pegaba un festín chupando, lamiendo, mordiendo (le encantaba que se las dejara marcadas y durante la semana se masturbaba mirándose los chupetones y mordiscos del domingo anterior). Me aficioné con ella a las pajas cubanas y casi siempre, tras echarle un par de polvos, acababa los domingos corriéndome en su cara mientras me la meneaba con sus grandes tetas; después, ducha, arroz y al fútbol.

Carlos cumplió su palabra y el día antes de su jubilación me comunicó que mi ascenso como programador ya había llegado y me esperaban en las oficinas centrales. Nunca hablamos nada acerca de la relación sexual con su mujer y ella estaba muy ocupada follándome los domingos como para perder el tiempo en palabras. Recuerdo que cuando el marido y yo salíamos camino del Bernabéu siempre nos despedía la mujer en el pasillo del piso, a mí me besaba lascivamente en los labios y se daba la vuelta ante el marido para que éste le diese un sonoro azote en el culo mientras decía en voz baja: "qué puta eres". No volví a saber nada de ellos salvo que se mudaron a un pueblo de la costa de Almería.

Los domingos de sexo, arroz y fútbol me costaron perder a mi novia Vicky porque apenas nos veíamos salvo los sábados y además su hermana Carolina, que también trabajaba en la empresa, consiguió enterarse de mi rollo con Chusa, con lo que cortamos tras una formidable bronca. Hoy en día ni siquiera me acuerdo de la forma de las tetas o del color del vello púbico de Vicky; eso es que no me dejó mucha huella a pesar de cuatro años de noviazgo y sexo, aunque sí recuerdo que jamás me permitió intentar penetrar su culo.

Quién sí dejó huella en mí fue Erwina. En la oficina central de la empresa la unidad de informática tenía más de cincuenta personas de las que casi la mitad eran mujeres que se encargaban de la constante entrada y actualización de datos. La encargada de todas ellas era una joven alemana de origen turco, casada con uno de los directivos alemanes de la empresa, a quien todos llamábamos "la divina" por su impresionante belleza, pero también por su porte altivo y actitud distante respecto del resto de los mortales que allí estábamos. Erwina parecía flotar en vez de caminar y era muy elegante con un cierto atrevimiento para la época: pantalones vaqueros, minifaldas, ropa ajustada, escotes, … y guapa para gritar: grandes ojazos negros, labios rojos carnosos, piel muy morena, alta, curvilínea, caderas anchas, buen culo, muslos duros, piernas torneadas y una impactante aleonada melena negra azabache que movía con gran sensualidad.

Enseguida me acostumbré al sitio nuevo y me di cuenta que algunas mujeres me miraban con curiosidad, hacían comentarios con cierto cachondeo y poco a poco empecé a tontear e intentar ligar y a relacionarme con un grupo de compañeros y compañeras de mi edad. La falta de novia la suplía perfectamente con los polvos y mamadas de mi amiga Chusa.

Cerca de las vacaciones veraniegas nuestra jefa invitó a todo el personal bajo su mando a una fiesta nocturna en su chalet de los alrededores de Madrid. La fiesta fue un éxito, con una Erwina espléndida que sobresalía por su belleza, alegría y simpatía con todos los presentes; ¡qué sorpresa!. Ya bien entrada la madrugada y con casi dos copas de más decidí marcharme para casa. Al despedirme de la anfitriona me dijo en voz baja: "Gerardo, espera un poco, quiero hablar contigo". Poco después nos sentamos en uno de los sofás del salón y sin preámbulo alguno me dijo: "mi marido y yo estamos separados hace tiempo, aunque guardamos las formas porque no nos interesa que se sepa en la empresa. Te he estado observando, me gustas y como yo necesito sexo a menudo … ¿te interesa?".

¿Qué se puede contestar?. Me abalancé sobre su boca y tras un húmedo y apasionado beso me llevó de la mano al dormitorio. Nos desnudamos a toda velocidad y de haber sido creyente me hubiera postrado de rodillas para rezarle a esa diosa de cuerpo maravilloso, pero hice algo más productivo: comienzo a besar y chupar su sexo afeitado (era la primera vez que estaba con una mujer así depilada). Tras unos minutos, Erwina me tira del pelo para levantarme y llevarme a la cama en donde se apropia del rabo, mamándolo con lengua, labios y dientes y acariciando mis huevos y muslos con sus tetas. Estoy a punto de correrme cuando se sube encima de mí y mete la polla muy lentamente en su coño empapado, caliente y ajustado. Apenas se mueve intentando calmarme y lanza suaves gemidos de excitación que poco a poco van creciendo según comienza a moverse más rápido y fuerte. Termina cabalgándome a toda velocidad y se corre dando un fuerte alarido, quedándose completamente quieta durante bastantes segundos durante los que siento las contracciones de su vagina que aprietan mi polla.

"Qué ganas tenía; guau, qué salida estoy. Ahora te toca a ti". Apenas puedo hablar y sólo acierto a indicarle que se acerque al borde de la cama. No me cuesta demasiado trabajo meter el capullo en su culo y cuando tengo dentro más de la mitad empiezo a sentir que se mueve con un ritmo suave que me lleva a correrme dando una sonora exclamación: "¡joder, qué gozada!". Nos quedamos dormidos durante unas horas.

A la mañana siguiente me despierto con la agradable sensación que supone que te estén chupando la polla. Erwina lo hace con calma hasta que tengo un rabo que parece de hierro al rojo vivo; se tumba boca arriba en la cama y me pide que se lo meta. Echamos un polvo tranquilo, no muy rápido pero constante y desde el primer momento nos acoplamos perfectamente a un agradable ritmo compartido. Al cabo de bastantes minutos me pide que le chupe las tetas y poco después se corre dando un grito fuerte y con contracciones durante muchos segundos. Le pido que no se mueva y sigo con el ritmo tranquilo apenas un minuto más, lo que tardo en eyacular. Perfecto.

A lo largo de unos siete años fueron muchos los polvos que nos echamos Erwina y yo. Me ayudó y recomendó en la empresa (a pesar de que en alguna ocasión mostró su malestar por mis ligues) y la cómoda y holgada posición de la que hoy disfruto en parte a ella se lo debo. Un día decidió irse a Holanda y allí montó una empresa de publicidad; yo hice algún viaje a Amsterdam y ella vino a Madrid, pero debe ser verdad que "la distancia es el olvido". Nuestra relación languideció (para entonces ya me había enterado que tenía rollo con al menos otros dos hombres de la empresa) y me telefoneó años después para comunicarme que se había casado de nuevo y tenía dos hijas. Espero que sean tan guapas como la madre.

Durante los años que Erwina fue mi principal pareja sexual seguí viéndome con Chusa y tuve algún que otro rollete de los que especialmente recuerdo a Carolina, hermana de Vicky, la que fue mi novia. La empresa organizó un seminario de formación en una finca de reses bravas cercana a Madrid y entre los empleados que asistimos estaba Carolina. El seminario fue una disculpa perfecta para pasarlo bien gracias a los distintos actos organizados: comidas camperas, capeas, karaoke, bailes y, por supuesto, el deporte más practicado: tratar de meter algo más que los pies en la cama.

Carolina era una mujer muy independiente de quien en voz baja se decía que igual era lesbiana. Rasgos agradables, pelo castaño muy corto, delgada con tetas pequeñas muy altas y unas piernas bonitas; me saludó en el seminario con simpatía (apenas tuvimos trato durante el noviazgo de su hermana conmigo) y estuvimos juntos durante todo el tiempo, de manera que a última hora nos estábamos besando y metiendo mano a la puerta de su habitación, en donde entramos y nos desnudamos con prisa antes de percatarnos que había otra pareja igual de desnudos que nosotros. Tras la sorpresa nos dio la risa y cada pareja se fue a una de las camas, dejando encendidas las lámparas de las mesillas de noche para poder echar de vez en cuando una mirada.

Fue excitante y morboso comparar a Carolina con su hermana y desde luego que mi ex novia no salió vencedora: tras mi tercera o cuarta corrida tuve que pedir socorro y pasar a usar la lengua, lo que le ponía a mil por hora, provocándole un orgasmo increíblemente estrepitoso que arrancó el aplauso de la otra pareja presente en la habitación. Nos estuvimos viendo durante algunos meses y con Carolina conocí de pasada el mundo (muy oculto en aquellos tiempos) de los clubs liberales o de intercambio de parejas, donde acudía a excitarse como una loca rozándose con hombres y mujeres, metiendo mano a desconocidos y participando en sesiones de magreo en grupo, terminando siempre pidiéndome que le comiera el coño durante muchos minutos hasta lograr largos y escandalosos orgasmos. Ah, recuerdo su denso y rizado vello castaño. Se marchó de la empresa para dedicarse a escribir cuentos infantiles y se que vive en Francia.

Necesité dedicar mucho tiempo de los siguientes años a estudiar y entrar de lleno en el mundo de la informática de empresa. Con una actividad frenética con poco tiempo para mí mismo, sólo gracias a Chusa no me convertí en un directivo con la polla como el mando de un scalextric por la cantidad de pajas que me hacía. Tuve algún que otro ligue poco duradero, pero me costaría recordarlos hoy en día.

Al cumplir quince años en la empresa era el jefe de la unidad informática y bajo mi mando tenía más de cien personas amén de media docena de secretarias a cargo de una competente atractiva viuda de cuarenta y tantos años, pelirroja natural, muy alta, grandona y bastante rígida que estuvo varios años en mi vida. Fue Chusa quien me habló de Maribel y recuerdo que comentó: "se muere de ganas por meter contigo; te va a gustar mucho, pero cuídate que es muy fuerte".

En el trabajo Maribel era responsable y seria, apenas se relacionaba con nadie y resultaba antipática. Tratándola en su vida personal no resultaba mucho mejor, hasta que tenías sexo con ella y descubrías una ardiente mujer que se entregaba y exigía como un ciclón, capaz de ser la más sumisa de las esclavas y la más despótica de las amas.

Nunca me aburrí con ella.

Las primeras veces que follamos, Maribel se entregó totalmente pendiente de mis gustos y deseos: penetré su sexo afeitado en todas las posturas, eyaculé dentro de su redondo culo, me hizo revivir con unas chupadas estupendas, acunó mi rabo entre sus grandes y blancas tetas hasta que me corrí en su cara, restregó todo mi cuerpo con sus pezones rojizos largos y gruesos, estimuló mi culo penetrándome con una serpenteante lengua y me pidió que comiera su clítoris y mordisqueara sus pezones para correrse en varias ocasiones en cada sesión. Me fue indicando sus gustos y poco a poco me pedía lo que de verdad le excitaba: ojos vendados, manos atadas, insultos, órdenes y trato humillante, azotes en el culo, posturas incómodas, maltrato de sus pezones, ropa interior de cuero, suaves bofetadas, juguetes sexuales, … se corría como una loca cuando tenía mi polla en su boca, un consolador en el coño y le daba azotes en el culo o pellizcos en sus pezones. Me resultaba muy excitante y placentero y poco a poco me fui aficionando a lo que mucho después supe que algunos llamaban bondage, sadomaso y más tarde BDSM.

Por ese tiempo compré una casa en un pequeño y olvidado pueblo de la sierra norte madrileña y allí tenía las sesiones de sexo con Maribel, casi siempre los fines de semana. Cuando viajaba por Europa me acercaba a algún sex-shop y compraba ropa y juguetes para el sexo que antes elegíamos en un catálogo. Seguía viéndome con Chusa y me encantaba recibir una de sus maravillosas mamadas mientras le contaba mis folladas con Maribel, lo que la ponía excitadísima y también ella le cogió gusto a probar algunos de los consoladores y demás objetos que compraba.

La primera vez que oriné sobre la cara y la boca de Maribel mientras ella se masturbaba con un negro consolador me excité más que en muchos años y esa misma sesión azoté su culo con una fina fusta que le dejó unas preciosas marcas rojizas. Eyaculé tantas veces esa noche que el rabo y los riñones me estuvieron doliendo toda una semana.

Maribel tenía una criada interna en su casa y en más de una ocasión me había pedido que la uniéramos a alguna de nuestras sesiones sexuales (ella siempre se refería así a nuestros encuentros) con el argumento de que quería actuar como ama dominante; yo era remiso a hacerlo pero cuando accedí, al fin de semana siguiente se presentó con Raquel, simpática mujer de unos treinta años, dulces rasgos, pequeña estatura, exceso de peso y exageradísimas curvas.

Me resultó evidente que con anterioridad ya habían jugado juntas a este tipo de relaciones sexuales y desde el primer momento Raquel fue una ejemplar y sumisa esclava sexual para nosotros dos. Maribel tomó muy en serio su papel de ama y yo al principio estuve un poco al margen viendo cómo se comportaban ambas mujeres: fue muy excitante ver a Raquel con los ojos vendados, vestida sólo con unas medias negras transparentes que le llegaban muy arriba en sus gruesos muslos, atada de manos colgando de una de las vigas del techo (de puntillas apenas llegaba al suelo) y recibiendo azotes en la espalda, en sus oscuras tetas grandes como melones y en un culo fuerte y duro pero de exagerado tamaño, con una varita flexible que le dejaba marcas que eran golosamente besadas y lamidas por Maribel, quien terminó colocando unas pinzas metálicas unidas por una cadena en cada uno de los excitados pezones de la sumisa. Allá quedó Raquel durante treinta o cuarenta minutos, el tiempo que tardamos en pegarnos una tranquila, gratificante y necesaria follada. Al descolgarla se masturbó el clítoris con una velocidad increíble hasta lograr correrse dando las gracias a su ama.

Recuerdo que algo que siempre me resultaba tremendamente excitante era ver a Raquel con sus tetas atadas por varias vueltas de una cuerda medianamente gruesa, como si de un sujetador sin copa se tratara, de manera que así las exponía aún más al castigo con la varita, la fusta o un pequeño látigo, lo que Raquel (y yo en muchas ocasiones) realizaba con saña.

Estos juegos con Maribel y Raquel duraron bastante tiempo (en algún que otro momento llegué a asustarme del gusto que obtenía castigando y maltratando a ambas mujeres) hasta que de repente fui destinado a la sede central de la empresa en Munich, en donde tuve que presentarme apenas tres días después de enterarme de mi ascenso. Me acompañó Chusa en calidad de secretaria, traductora de inglés, amiga y, por supuesto, amante, con la condición de volver a Madrid los fines de semana en avión para ver a sus dos hijos y su marido.


Raquel y Maribel abrieron un local de ambiente sadomaso en una ciudad del norte de España y hoy en día se pueden ver fotos suyas en internet en una web muy conocida de BDSM. A lo largo de los años nos hemos visto varias veces y he participado en alguna de sus sesiones, incluso con uno de mis ligues de años después.

Qué aburrida era la vida en Alemania a partir de las seis o siete de la tarde, momento en el que llegábamos a los apartamentos contiguos alquilados por la empresa en donde vivíamos Chusa y yo. Salíamos poco por el tremendo frío, un incomodísimo tráfico, el desconocimiento del idioma y gracias a una acogedora cafetería presente en el mismo edificio, así que el sexo era nuestro principal entretenimiento, aderezado por un canal de películas porno que poníamos en la televisión y que yo veía con avidez, provocándome unas erecciones fabulosas. Como dos meses después de nuestra llegada Luis, el marido de Chusa, sufrió un infarto severo y ella regresó a Madrid con una importante carga de sentimiento de culpabilidad, lo que le llevó a romper conmigo durante bastante tiempo, separándose por completo de mí sin ni siquiera querer ponerse al teléfono.

En la empresa me facilitaron una nueva secretaria e intérprete de inglés, una joven llamada Romy (Romualda) de madre peruana y padre alemán que hablaba un curioso español de Nueva York, lugar en donde estudió varios años. Tremendamente distante y antipática, incluso grosera con los hombres de la empresa, yo le debí caer en gracia porque tras unos días de leves intentos por mi parte de salir con ella por Munich para invitarle a cenar, aceptó, se acostó conmigo y se convirtió en un apéndice indispensable de mi vida en Alemania.

De marcados rasgos andinos, ojos oscuros achinados, pelo corto castaño, piel morena, muy delgada, sin apenas pechos y pequeña estatura; desnuda tenía un tremendo atractivo con bonitas caderas redondeadas y depilada por completo excepto un pequeño pompón marrón en el monte de Venus. Follando es un volcán que desde el primer momento toma la iniciativa y busca su placer con prisa sin preocuparse de su pareja: empieza a comerme la boca mientras lleva sus manos al pantalón para dejar al descubierto mi polla, da la vuelta y se dobla por la cintura apoyándose en el respaldo de un sillón para ofrecerme su bonita zona trasera mientras me urge ("en la concha, cabrón, en la concha"). Empiezo a bombear tras cogerme a sus caderas y Romy gime en voz cada cada vez más alta. En pocos minutos tiene su primer orgasmo, agitado como una coctelera ("sigue follando, puto, quiero más, mucho más"); le hago caso y sigo el metisaca, también con urgencia por mi parte. Poco después siento el segundo orgasmo de la mujer ("qué bueno, qué rico"), saco el rabo y, según me pide a grandes gritos, me la casco con ganas para correrme sobre ella. Esto se va a repetir a menudo durante los casi seis meses en los que voy a estar con Romy: le encanta sentir el semen sobre su cuerpo y extenderlo como si de una crema se tratara, en especial sobre su cara. Por cierto, se mueve como una lagartija cuando le intento comer el coño con un mínimo de calma y tranquilidad; dice que tiene muchas cosquillas en el clítoris y que se corre más a gusto penetrándola vaginalmente.

Es habitual fumadora de hachís y tras cada porro se suele adormilar un par de horas, tras las que despierta con un hambre de polla feroz y ánimos renovados; es insaciable.

Fue Romy quien me redescubrió nuevos horizontes que alguna vez había probado con Chusa: le gusta ponerme a cuatro patas y penetrar mi culo con un consolador que se sujeta a la altura del pubis con un arnés de suave cuero negro; me folla con un ritmo rápido, empujando con fuerza y sin dejar de insultarme con palabras que ha aprendido de mí ("maricón, julandrón, puto, sarasa, culoabierto, julay, …"). Las primeras veces no me gusta demasiado; me excita mucho una lengua jugando en mi culo, incluso que me introduzcan algún dedo o un pequeño vibrador, pero lo del aparato resbaladizo largo y grueso como si de la polla de un hombre se tratara me da mal rollo y me cuesta acostumbrarme.

Romy no me da opción y me penetra casi tanto como yo a ella (le da igual que me folle su culo o su coño o su boca, goza siempre con gran intensidad) por lo que llegamos a probar un montón de posturas más o menos extravagantes como una en la que sentados en el suelo sobre grandes cojines para elevarnos, enfrentados uno a la otra, consigo meter mi rabo en su coño y ella mete en mi culo el vibrador sujeto a su pubis. Me hice un experto en dilatadores, cremas y geles suavizantes así como en vibradores y consoladores durante mi estancia en Munich.

Terminados todos los cursos de actualización y capacitación para el puesto de subdirector de la compañía en España, Portugal y Marruecos dejé Alemania tras medio año intenso, con grandes expectativas profesionales, pocas personales y el culo acostumbrado a ser follado. No volví a saber nada de Romy.

Con el ascenso viajaba mucho pero empecé a disponer de más tiempo libre, así que decidí apuntarme a un gimnasio para volver a mis orígenes y allí conocí a Adela, elegante cuarentona dueña de tiendas de ropa interior femenina y cuyo rasgo determinante era su voyeurismo: le encantaba espiar a hombres y mujeres; se excitaba mirando películas porno y se ponía a mil por hora si en lugares públicos veía a parejas en actitudes sexuales explícitas.

En uno de los probadores tenía hecho un montaje para ver en su despacho a través de un gran espejo (y grabar discretamente) a quien estuviera probándose ropa, lo que había dejado caer al oído de algunas de sus amistades y a menudo parejas de exhibicionistas hacían uso del probador. Durante casi tres años pude ver a todo tipo de mujeres probarse ropa interior, parejas que exhibían sus cuidados cuerpos y follaban más pendientes de que los estaban mirando que de otra cosa y, de vez en cuando, despistadas que se masturbaban en el probador sin saber que las espiaban (recuerdo a una elegante cincuentona que tras desnudarse se metió un tremendo pepino y se corrió dando bufidos que se oían en toda la tienda) y alguna que otra pareja que echaban polvos rápidos vigilando si venían o no las dependientas. En todas las ocasiones Adela me obligaba a penetrarla desde atrás para no perderse ni un instante de la actuación de los espiados, igual le daba que me follara su culo o su coño, pero debía de ser rápido y sin impedirle mirar.

Adela conocía muchos lugares de la ciudad en donde había zonas poco iluminadas y sin vigilancia frecuentadas por parejas. Algunas noches me hacía aparcar en una de estas zonas y se dedicaba a espiar el interior de otros coches o a parejas que estuvieran ocultas follando. Le gustaba que dentro del coche le comiera el clítoris arrodillado ante ella mientras seguía espiando; si por algún motivo alguien se ponía a mirarnos a nosotros a Adela se le cortaba el rollo, se le pasaba el calentón y teníamos que irnos. En una ocasión se le cortó la excitación cuando yo tenía un pollón tremendo; le tuve que dar dos bofetadas para que me aliviara con una mamada antes de marcharnos de allí.

Dejé de relacionarme con Adela un poco por cansancio y un mucho gracias a Rocío, una de sus dependientas.

Una tarde en la que me encontraba esperando a Adela en su despacho, veo a Rocío entrar al probador y mirando directamente al espejo trucado comienza a desnudarse con gestos elegantes, como si realizara un lento striptease: rasgos delicados, estatura mediana, rubia natural con larga melena lacia, delgada con pechos pequeños (como si fueran limones puestos de punta) con rosados pezones, culo pequeño y respingón, piernas largas y una total y absoluta depilación. Es muy atractiva y lo sabe: su baile erótico está llegando a su fin y ya desnuda se masturba moviendo constantemente la melena rubia. Llega al orgasmo mirando al espejo y lanzando un beso. Me pregunta algo más tarde si me ha gustado y dice que quiere enseñarme todo lo que sabe hacer. Imposible decir que no.

Rocío fue mi pareja sexual durante cerca de tres años que recuerdo como una época muy excitante gracias a esta joven de veintipocos deseosa de vivir mucho y muy deprisa. Nunca llevaba ropa interior y me exigía que le metiera mano en todo tipo de situaciones en las que hubiera otras mujeres cerca. Normalmente me desnudaba ella para pasar a excitarme lamiendo y chupando todo mi cuerpo hasta llegar al culo; tenía especial fijación en lamer mi ano y penetrarme lentamente con la lengua. A mí me encantaba. Al cabo del rato me tumbaba boca arriba en la cama y poniendo una rodilla a cada lado de mi cuerpo azotaba mi cara, el pecho, el rabo y los huevos con su melena, cada vez más rápido y fuerte hasta que me hacía daño, yo me quejaba y dando un grito cogía mi polla y se la introducía en el empapado coño. Tenía muchos orgasmos cortos seguidos y siempre decía lo mismo al terminar: "hijo de puta, me vas a matar de gusto".

Ya no estaba yo con ganas de vivir la vida tan a tope (nunca he sido aficionado a pastillas, yerbas fumables y rayitas blancas) así que en cuanto detecté algún síntoma de aburrimiento por su parte conseguí romper ayudándole económicamente a montar un pequeño bar de copas en un concurrido centro comercial de los alrededores de Madrid.

Tuve unos años de mucho trabajo, viajes constantes y un estrés excesivo, así que prácticamente sin relaciones personales me hice cliente habitual de lo que hoy llamarían saunas y casas de masajes. Especialmente recuerdo un céntrico piso parisino en donde una altísima mulata antillana era capaz de relajarme con unos polvos increíbles: más que un coño parecía tener un guante de seda capaz de ajustarse a mi rabo y ordeñarme en pocos minutos mientras con sus dedos penetraba mi culo con gran suavidad. Estuve visitándola durante algún tiempo.

No puedo olvidarme de María José, una de las secretarias que entonces tuve: cuarenta y varios años, típica pija del barrio de Salamanca, sosa y aburrida en el trato. Casada con el dueño de una conocida cafetería de la calle Goya, trabajar le suponía una liberación del conservador ambiente en el que siempre había estado inmersa, pero también le provocaba contradicciones constantes. Sexualmente fue una bicoca, un regalo del destino.

Cuando llegó la orden desde la oficina central alemana de que quedaba totalmente prohibido fumar en la empresa, María José (ni Pepa ni Mari ni Mari Jose, ni ningún diminutivo) se refugiaba a echar un cigarrillo en la escalera de incendios, quedando junto a la ventana en la que yo hacía lo propio. Hablábamos de trabajo, comentábamos cosas de fútbol y a veces comíamos en la misma mesa del comedor de la empresa. Un viernes ya bastante tarde me la encontré camino del aparcamiento, le invité a tomar una copa y ella aceptó. Fueron varias las copas en el bar de un cercano hotel y no quise comportarme como un caballero cuando me di cuenta de su embriaguez sino que aproveché para llevarla a una de las habitaciones. Nos besamos, la desnudé y constaté que ella no era consciente de su atractivo físico: alta, de rasgos elegantes, media melena castaña con abundantes canas blancas que resaltaban su bonito rostro, cuello largo y fino, muy delgada, pechos muy pequeños y altos, casi planos, con unos llamativos gruesos pezones oscuros, abundante vello púbico con muchas hebras blancas, unas piernas larguísimas perfectas, un culo redondo pequeño y duro y, en conjunto, el aspecto propio de una jovencita maciza, a pesar de ser ya madura. Sólo me permitió penetrar su sexo en la postura tradicional del misionero y estoy convencido de que no solo no se corrió sino que ni siquiera lo echó en falta. Hablamos fumando un cigarrillo y pude constatar que estaba llena de prejuicios y traumas sexuales: se ruborizaba al oírme pedirle que me chupara la polla para que de nuevo se me pusiera dura; dio un bote en la cama cuando le hablé de penetrar su culo y se retiró de mí casi huyendo cuando quise lamer su coño; ¡una mujer casada de más de cuarenta años y a finales del siglo XX!.

Fue ella quien unas semanas más tarde se hizo la encontradiza otra noche de viernes y quien me llevó, sin copas de por medio, a un pequeño y coqueto piso en una zona de Retiro ("aquí vengo cuando quiero estar sola y tranquila"). No recuerdo exactamente lo que dijo, pero fue algo parecido a lo que ahora resumo: "mi marido y yo llevamos más de veinte años casados, no tenemos hijos y estamos mutuamente muy aburridos, tanto que pasan semanas sin que apenas nos veamos y tenemos sexo cada cinco o seis semanas, siempre en sábado y tras volver del cine o teatro. Nunca le he hecho una felación y él jamás ha intentado un cunninlingus o penetrarme contra natura, siempre se pone encima de mí y fue una amiga quien me contó lo que es un orgasmo y cómo lograrlo masturbándome el clítoris, lo que a veces hago en este piso. He pensado que contigo me gustaría practicarlo todo porque ya tengo edad de conocer algo más sobre sexo". Alucinante, pero también muy excitante. Supongo que el discursito se lo aprendió mirando una enciclopedia.

Nos pusimos a la tarea con ganas y en cuestión de pocos meses creo que logré hacer una buena obra porque María José dejó de ser una casada mosquita muerta, aburrida y mal follada y pasó a ser una folladora cojonuda liberada de prejuicios: es estupendo meterla en su coño suave, mojado y caliente, moverme lenta y pausadamente, lo que le excita mucho y me permite recrearme escuchando los grititos, suspiros y jadeos que da cada vez un poco más fuerte ("qué bien, sigue; ahora más fuerte, más, más, sigue, sigue, …"). Tarda poco en correrse la primera vez, apenas descansa unos segundos y se coloca de manera que pueda darme una buena sesión de lengua hasta que le digo que se la quiero meter y se sube encima diciéndome: "que no se te baje, cabronazo; dame polla, no pares ahora; sigue dándome, sigue, hasta que yo te diga". Se corre con un prolongado gimoteo casi inaudible y momentos después de sacársela besa mi boca y de nuevo se arrodilla para mamármela hasta que sin necesidad de decir nada se arrodilla en el borde de la cama ofreciéndome su glorioso trasero ("encúlame bien, por favor; me gusta mucho"). Ya no me cuesta trabajo meter el capullo y cuando le tengo dentro más de la mitad empiezo a sentir que me la empuja hacia afuera y luego la absorbe hacia adentro; el jueguecito es muy excitante y sin necesidad de moverme le estoy follando el culo. Me corro con la sensación del trabajo bien hecho.

Estuvimos "practicando" durante muchos meses, nos hemos seguido viendo de vez en cuando durante cinco o seis años y siempre es una gozada ver su aspecto alegre y todavía juvenil. Chusa me comentó una vez que María José se había ganado fama en la empresa de ser muy puta y que se tiraba a todo lo que volaba. La última vez María José me contó que se acababa de divorciar, dejaba de trabajar porque le había sacado un pastón a su exmarido y que tenía un novio ruso de veintitrés años con casi los mismos centímetros de polla. Se fue a vivir a Roma.

No se si sería una especie de aviso o premonición de cara al futuro pero cuando conocí a Antonia (Toñi) estaba muy lejos de sospechar que tendría una excitante y gratificante relación sexual a dos bandas.

Willy (Guillermo) era uno de mis segundos en el mando y un consumado pelota en el trato hacia sus jefes: siempre a la última, organiza fiestas divertidas, consigue entradas imposibles, conoce a los famosos de la tele y a los futbolistas más en boga, trae de fuera de España cualquier cosa, … un poco cargante el tipo, pero útil. En una fiesta organizada para un directivo alemán de visita en Madrid me presentó a Toñi, su esposa: bonita y simpática treintañera que al entrar a la fiesta ha provocado que todos los presentes seamos conscientes de lo buena que está al llevar su anatomía cubierta, es un decir, por un vestido largo, suelto, sin forma, muy escotado por delante y por detrás, abierto por las piernas, de un color blanco-grisáceo que contrasta con el negro de su suelta melena. Se da gran maña en exhibir sus rotundas curvas, de manera que enseguida se ve rodeada de muchos moscardones y sufre el desprecio de las mujeres presentes en la fiesta. Hacia el final de la noche coincidimos fumando un cigarrillo en un pasillo de la semivacía discoteca:"qué tal, Gerardo; no quieres saber nada de mí, eso es que no te gusto". No me da tiempo a intentar responder, se lanza a comerme la boca y a masajearme el rabo por encima del pantalón; me empalmo rápidamente, echo mano a su culo, bajo un tirante para chupar una teta espléndida y cuando estoy a punto de levantarle los faldones del vestido aparece su marido, pone cara de cachondeo y dice: "vámonos los tres a casa y hablamos de lo que se pueda hacer en lo que queda de noche". Tengo curiosidad y voy con ellos.

Nada más llegar a la casa, sin preámbulo alguno, Toñi se desnuda y me come la boca y la lengua casi con desesperación. Está muy buena: poco más de treinta años, de estatura media, lleva una voluminosa y larga melena de color muy negro, llamativos ojos verdes, labios gruesos rojos, piel muy morena de tomar el sol sin bañador alguno, tetas grandes picudas (de las que llaman pitones en mi barrio) que se mueven como un flan, caderas anchas que cobijan un trasero redondo, grande y prieto, piernas bonitas con muslos duros un poco gruesos y el sexo completamente afeitado, lo que provoca verdaderos ríos de líquido vaginal que nunca había visto producir en tanta cantidad. Me tiene muy caliente desde que la vi en la fiesta y esa expresión descarada de zorra calientapollas me excita tanto que lo primero que quiero es ver cómo me la chupa; dicho y hecho, se arrodilla ante mí y empieza un rápido y estupendo chup-chup que el marido, ya desnudo, hace más excitante al sujetar con su mano izquierda la negra melena para que yo pueda ver la actuación de la boca de su mujer mientras que con la mano derecha se acaricia un largo y estrecho rabo que se pone duro rápidamente.

Willy le habla a su mujer en voz baja con tono seco y duro: "perra, dále gusto a Gerardo; haz todo lo que te pida y se muy puta, como tú sabes". Lo tomo como una invitación y hago que Toñi se pongo a cuatro patas sobre la cama: primero penetro su empapadísimo coño durante un par de minutos y después entro con gran facilidad en su culo; voy cambiando de uno a otro agujero cada siete u ocho pollazos y el marido adereza la función dándole sonoros azotes en el culo a esta mujer que es una verdadera máquina sexual. Me corro en el coño de Toñi con media docena de potentes chorros de lefa, me tumbo en la cama y mientras termino un pitillo veo como el matrimonio echa un corto y movido polvazo que provoca las gritonas corridas de ambos.

Me he despertado en la gran cama que preside el dormitorio de Toñi y Willy, la mujer está dormida abrazada a mí cintura y el marido está aún a los pies de la cama en la misma postura en la que quedó tras correrse por última vez. Ha sido una noche muy larga y en especial me ha encantado follarme el culo de Toñi mientras su marido le estaba comiendo el clítoris y después darle por el culo al marido mientras la mujer le hacía una mamada. Ha sido la primera vez que un hombre me ha mamado la polla y también la primera vez que le he dado por el culo a un tío; ambas cosas me han gustado y quiero repetir.

Toñi despierta y segundos después ya está besándome y acariciando mi cipote con suave mano experta mientras yo le mordisqueo los pezones, lo que arranca gritos de deseo en esta caliente mujer ("muérdeme, bruto; qué gusto me das"); me pide que le coma el coño, lo que me pongo a hacer con verdadero éxito ("sí, sí, dame lengua; no pares, no pares") hasta que empieza a golpear mi cara con su pelvis, a restregarse a derecha e izquierda, arriba y abajo ("sigue mamando, cariño; quiero correrme ya"). Estoy completamente empapado de densos jugos vaginales y salivales y agarro su culo con fuerza para detener el movimiento de Toñi, cuando siento como Wylli está chupando y ensalivando la entrada de mi culo; durante un momento dudo y me pongo tenso, pero debe tener bastante práctica porque en pocos segundos me introduce con facilidad su polla larga y estrecha y empieza un lento metisaca que me gusta y me va excitando cada vez más. Un grito largo y contenido ("aayyyyyyy") indica el orgasmo de la mujer, seguido de golpecitos en mi cara y leves movimientos durante largo rato; mientras, el marido ha incrementado la velocidad de su follada y ya me está pegando unos tremendos pollazos que me gustan. Me corro ayudado por la boca de la mujer y suavemente fluye mi semen sobre la melena de Toñi mientras un par de minutos después Wylli me llena el culo con su leche. Es la primera vez que un hombre se corre en mi culo. Me ha gustado.

Durante varios meses el matrimonio y yo quedábamos algunos fines de semana para follarnos mutuamente. Cuando Wylli se dió cuenta de que así no iba a conseguir ventajas en el trabajo dejé de interesarle sexualmente, aunque Toñi continuó dándome estupendas folladas durante mucho tiempo; de hecho visitó varias veces conmigo el local BDSM de Maribel y Raquel y se hizo bastante aficionada a la "lluvia dorada"; le encantaba orinar sobre mi pecho y mi cara unos momentos antes de correrse. Nos pasamos bastantes fines de semana en la casa del pueblo de la sierra en donde probamos todo tipo de juegos sexuales (desde luego, creo que es la mujer más puta que he conocido) y las últimas noticias que de ella tuve la situaban como prostituta de lujo, con mucho éxito, en las más famosas discotecas de Ibiza; de hecho el marido dejó la empresa y allí se fue.

Por cierto, Chusa no sabe nada de esta historia con el matrimonio follador. No creo que ahora deba contársela.

Los treinta y cinco años en la empresa los cumplí sin ninguna relación sexual estable y con muchos problemas laborales provenientes de una huelga que ya duraba cuatro semanas y que los jefes decidieron que era yo quien debía solucionarla lo antes posible (llevaban razón los huelguistas, la verdad sea dicha). Me acuerdo de un sábado en el que estaba a punto de tirar la toalla, dimitir y dejar la empresa: a la hora de comer estaba muy pasado de gintonics, al borde de la depresión y me atreví a recurrir a Chusa (hacía mucho tiempo que ni siquiera hablábamos por teléfono). Para mi sorpresa y alegría se mostró muy contenta con la llamada y ambos terminamos llorando, reconciliados y con ganas de estar juntos, lo que sucedió al poco rato.

¿Cómo había podido yo pasar tanto tiempo sin la amistad (y las mamadas) de Chusa?, nunca lo sabré, pero esa golosa y lasciva manera de mirar mi polla, de lamerla, primero suavemente como si de un caramelo se tratara y luego con fuerza creciente hasta el momento de introducírsela casi entera en la boca, aspirar, seguir lamiendo, mordisqueando con labios y dientes y acompasar su mano al rápido sube y baja de la boca; todo ello con los ojos abiertos y gimiendo y haciendo exclamaciones de placer, … . Durante meses estábamos juntos siempre que podíamos y el sexo era casi nuestra única actividad; parecíamos recién casados, ya maduros, pero como jovencitos enamorados.

Cuando un año después murió su marido tuvo de nuevo un cierto remordimiento por su continuada relación conmigo, pero seguimos viéndonos a menudo y de entonces tengo una anécdota que nunca olvidaré: varios meses después de enviudar Chusa fué a buscarme al trabajo y con mucho sigilo me llevó a un chalet de las afueras en donde vivía una afamada vidente. Soy totalmente escéptico pero tuve que acceder a asistir a una sesión en la que Chusa iba a "entrar en contacto con su marido" para pedirle perdón por sus prolongados cuernos. Lo alucinante fue que la vidente "contactó" con Luis sin ningún problema y éste "pidió" a su mujer tener sexo en ese preciso instante; sin saber si echarme a reír o salir corriendo ví como Chusa se desnudaba y haciendo caso de las órdenes de su marido (hablaba a través de la vidente con la voz seca y aguda que siempre tuvo) me desnudaba, me chupaba la polla durante un buen rato y después se sentaba sobre mí introduciéndose la polla, obligándome a mordisquearle con fuerza los pezones y pegándome una follada frenética mientras la vidente seguía hablando con la voz de Luis: "puta, zorrón, comepollas; dáme gusto, mala perra". Mi corrida fue espléndida y Chusa se echó a llorar y gemir llamándome Luis hasta que tuvo un orgasmo violento y tremendo bastantes minutos más tarde.

Tiempo después comentamos aquella situación y Chusa seguía convencida de que había follado con su marido a través de mí y hasta daba como argumento que yo le había pellizcado el culo con fuerza justo en el momento de correrme, tal y como siempre había hecho su difunto marido.

De resultas de la huelga se abrió un período de prejubilaciones y Chusa aprovechó para dejar la empresa marchándose durante algún tiempo a vivir a Londres en donde estudiaba su hija menor. Como yo viajaba a menudo a Londres nos veíamos todos los meses una o dos veces. Sus mamadas me seguían dando vida.

La expansión de la empresa en el norte de África obligó a abrir oficinas en Marruecos y en la sede de Rabat mi secretaria era una mujer de treinta y tantos años llamada Radia (eficiente, hablaba varios idiomas y conocía las técnicas ofimáticas). Respetuosa con las reglas coránicas, apenas veía su cara y manos de oscura piel dado que vestía de manera muy discreta y con el pelo y el cuello cubiertos por un pañuelo. Nuestro trato personal no existía y aunque quise invitarle a salir a comer o cenar jamás acepto alegando preceptos morales, hasta el momento en el que me tuvo que acompañar en un viaje por varias ciudades de Argelia, Túnez y Libia.

¡Vaya cambio!, no la reconocí: bajó de su habitación del hotel el primer día vestida con ropa europea un tanto sugerente (falda vaquera, sandalias de tacón alto, camisa blanca ajustada y desabotonada, …), con el rizado y castaño pelo suelto y maquillada suavemente. Me resultó tan atractiva y excitante que desde el primer momento me propuse acostarme con ella.

Con Radia no tuve problema; ella misma me invitó a subir a su habitación tras la cena e inmediatamente se desnudó para exhibirse ante mí: de piel muy oscura tenía unas tetas redondas llenas, grandes, con areolas achocolatadas y pezones muy largos más oscuros aún; caderas anchas que albergaban un culo duro en forma de pera; muslos gruesos y prietos y completamente depilada excepto alrededor de cada uno de sus pezones en donde tenía como una docena de pelos rojizos y largos que según me explicó era una tradición de las mujeres de su tribu (bereberes del Rif marroquí) para excitar sobremanera a los hombres.

¡Joder qué mujer!, ¡qué fiera follando!. Como en mis mejores tiempos cada una de las veces que con ella estuve eyaculé tres o cuatro veces, utilizó todo su cuerpo para darme placer y estuve horas mamando y chupando sus grandes pezones, que gracias a los largos pelos eran maravillosamente excitantes. De su piel emanaba un perfume afrodisíaco; oler el pliegue de sus codos, de las rodillas o su nuca era suficiente para que se me pusiera tiesa y dura la polla y beber la humedad de su coño era embriagarse de sexo. Impresionante.

Tras unos meses de relación sexual, me reconoció que llevaba varios años ejerciendo una discreta prostitución en los hoteles más lujosos de la costa y sólo con extranjeros. Durante más de dos años estuve viajando unos diez días al mes por el norte de África y probablemente creo que fue algo así como el canto del cisne de mi sexualidad; tanto sexo y tan bueno ya no podré tenerlo jamás en mi vida futura. ¡Qué polvazos!.

Hace unos días he dejado firmado el traslado de Radia a la sede central de Munich, tal y como me pidió. Espero que allí sepan aprovechar esa explosiva bomba sexual.

Ah, ya oigo el coche. Ya vienen Chusa y mi pareja. Desde hace casi un año estoy con Lucho (Luis Jesús), el hijo mayor de mi querida Chusa. Qué vueltas da la vida; tantas mujeres que me he follado y con más de sesenta años me enamoro como un colegial de un joven de treinta al que conozco desde que nació.

Todo surgió de la manera más natural tras una fiesta en casa de unos conocidos comunes. Ante una copa, al preguntarle si no tenía novia, me besó en los labios y al ver que me quedaba lo suficientemente cortado como para no rechazarle, introdujo su lengua en mi boca besándome suave y prolongadamente hasta que compartí el beso. Sin mayores preámbulos nos acariciamos durante muchos minutos y terminó masturbándome con su boca, tragando mi semen como si de un manjar se tratara. Se hizo una rápida paja y como no me atreví a abrir la boca para recibir su leche terminé recibiendo varios chorros de denso y caliente semen en la cara. Me gustó.

Su madre está muy contenta y bendice nuestra unión a pesar de mis miedos iniciales. No sólo no ha dejado de tener trato conmigo sino que en ocasiones participa en un trío en el que Lucho penetra mi culo con su maravilloso pollón largo, grueso, nervudo y caliente y Chusa me come la polla tan bien como siempre. Qué corridas más estupendas que, como quien dice, quedan en familia. Además, parece que mi relación con Lucho ha recordado alguna antigua afrenta que pude hacerle a Chusa en el pasado porque ha asumido, con el beneplácito y la colaboración de su hijo, un papel de jefa de nuestro trío y me castiga a menudo, se excita insultándome (eso lo ha hecho siempre) y de nuevo han aparecido en nuestras habituales relaciones todo tipo de juguetes sexuales.

A mí me pone mucho el que castiguen y maltraten mis pezones con arañazos, pellizcos, mordiscos, pero últimamente Chusa utiliza una fina varita de madera flexible recubierta de cuero para maltratar mis muslos, el culo y, en ocasiones, la polla y los huevos. Se pone como una yegua en celo y tenemos unas folladas tremendas.

Aquí tengo que contar que por mi edad ya no soy el garañón siempre dispuesto con el rabo duro y tieso. Con sesenta y tres años mis ganas de sexo siguen intactas pero poco a poco me he ido especializando en los últimos años en ser un masturbador capaz de hacer gozar a cualquier mujer (y a mi hombre) con mi lengua y dedos más que en ser la "máquina penetradora" que siempre me consideró Chusa. Eso sí, la polla me sigue funcionando bastante bien a fecha de hoy y mi actual pareja es comprensivo (¿o se dirá comprensiva?) si doy gatillazo o me cuesta mucho correrme. He aprendido algunos trucos para que la erección me dure más (uso anillos de silicona y también estimuladores anales) y quizás sea cierto que "el amor todo lo puede".

No se cuánto durará esta relación con Lucho porque nos llevamos muchos años de diferencia, pero hay que vivir el momento y a mí me va fenomenalmente en todos los sentidos; además, ahora que ya me jubilo, siempre me quedará Chusa; supongo.

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