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T + m = pc

en Confesiones

T + M = PC

El sexo para mí se puede resumir en poner en práctica mi fórmula: tetas más mamada igual a placer conseguido

Desde que empecé a darme cuenta de las diferencias físicas entre mujeres y hombres, el pecho femenino ha sido siempre una fijación para mí. Un par de buenas tetas, mejor grandes que pequeñas, y pezones de buen tamaño, han sido desde siempre mis preferencias, sin desdeñar nada, porque es sabido que cada mujer tiene su pecho y en asuntos de estética nadie tiene la verdad, menos aún desde que se ha generalizado la cirugía de arreglar, poner y quitar tetas, culos y lo que haga falta. Como se suele decir, cada uno se corre tal y como le gusta, como puede o le dejan, además, lo que con ropa nos parece una cosa, desnudos puede parecernos otra. Para gustos se inventaron los colores, y en cuestión de anatomía femenina... sin olvidar que una polla tiesa, dura, erecta, es más ciega que un topillo del campo, totalmente egoísta, capaz de lo que sea con tal de solucionar su necesidad.

Sé positivamente que una parte importante de culpa en mi fijación por las tetas la tiene mi tía Manuela, esposa del hermano menor de mi padre, mujer con la que pasé mucho tiempo y que fue quien realmente me crio. Mis padres estaban separados desde mis cinco o seis años, ambos eran actores bastante conocidos, el cine y la televisión llevaron a mi madre a trabajar a Argentina, Colombia, México, USA, y a mi padre a ser figura importante del teatro español y de las series televisivas de los años ochenta, además de mujeriego impenitente, así que los viajes y giras de ambos —sin olvidar los varios matrimonios y divorcios de mi madre y los ligues más o menos duraderos y escandalosos de mi progenitor— me mantenían separado de ellos durante la mayor parte del año, a cargo de mis tíos —no tuvieron hijos— de la tía Manuela —Nola— fundamentalmente.

Fue al entrar de lleno en la adolescencia cuando empecé a prestar verdadera atención a las mujeres, a ponerme cachondo sin poderlo evitar, a intentar ver lo máximo posible dentro de los escotes, debajo de las faldas, en los bañadores y biquinis, y, por supuesto, a masturbarme como un mono del zoológico.

Nola lo detecta rápidamente, habla conmigo, me cuenta cosas sobre sexo, me pide que no me la casque a todas horas… y que deje en paz a Alicia —Ali— la joven que se ocupa de las labores de la casa, y a la que espío en cuanto tengo oportunidad intentando ver su cuerpo. Se puede decir que mi tía me dio las primeras lecciones de educación sexual, cosa no muy común en la época, finales de los años setenta.

El marido de Nola, mi tío Bernardo, es fotógrafo, operador de cámara y realizador de cine y televisión, por lo que también viaja a menudo. Este verano mi padre rueda capítulos de una serie en Barcelona, mi madre tiene una película en Argentina y mi tío está con los exteriores de una película de destape en la costa de Almería, así que mis tíos, Ali y yo nos vamos a Roquetas de Mar, a una casa alquilada en una de sus playas. Sol a tope, mucho calor, biquinis, extranjeras poniéndose rojas como cangrejos, para qué quiero más, paso el día intentando ver tetas y culos —no soy el único, dos amiguetes, uno lugareño, el otro francés, que me he echado están igual que yo— y los ratos en los que estoy solo, en la siesta o por la noche, me hago todas las gayolas del mundo, me mato a pajas.

Miguel, hijo, no paras, todos los días amanecen las sábanas con manchas de semen

No sé qué contestarle a Nola, son tantas las veces que me lo ha dicho a la hora del desayuno que ni siquiera me pongo colorado de vergüenza como las primeras veces. Alicia abunda en el tema.

En lugar de quilé debes tener un lapicero, no paras de sacarle punta, chiquillo

Y como no. Vamos a la playa —no hay ni cincuenta pasos desde la casa hasta la arena en donde ponemos sombrilla y toallas— y lo primero que ven mis ojos son una docena de mujeres tomando el sol, y a mi lado el gran biquini azul con lunares blancos que luce mi tía, con el sujetador a medio reventar por sus grandes tetas. Joder, como no me voy a poner calentorro ante esas dos maravillas. Me levanto de la toalla con la polla tiesa, consigo llegar al agua sin que se note demasiado que estoy empalmao y parece que me calmo lo suficiente como para que no me duelan los cojones, jugar un partidillo de fútbol con los amigos y poder esperar a la hora de la siesta.

Estoy en mi dormitorio, con las persianas completamente bajadas para que no entre el fuerte sol, tumbado en la cama, desnudo, tocándome la polla muy despacito, suavemente, con la mano izquierda —mi amigo Antoine dice que si eres diestro así parece que te lo está haciendo otra persona, y si antes te sientas encima de la mano para que pierda sensibilidad, da más gusto todavía— recordando con los ojos cerrados la imagen de Nola en la playa. Se abre la puerta y entra mi tía, se fija en lo que estoy haciendo, sonríe, y se sienta a mi lado en la cama.

Vas a ser como tu padre, un pichabrava, no puedes parar de darle al asunto, claro, con ese nabo que te gastas

No acierto a decir nada, he dejado de tocarme, y tras el susto inicial por su irrupción en la habitación, como siempre me fijo en sus tetas, que parecen querer romper la tela de la fina bata de algodón que lleva puesta. Los pezones están duros, se marcan bien tiesos, me atraen de manera tal que extiendo el brazo y con la mano toco la teta derecha, la más cercana a mí. Ni lo he pensado, no sé si ahora mismo me voy a llevar un par de bofetones y unos cuantos gritos, pero no puedo dejar de acariciar el pecho de mi tía Nola, quien ha puesto cara de sorpresa, de estupor, pero tampoco dice nada, simplemente me deja hacer.

Llevo muchos segundos acariciando ambas tetas por encima de la tela, como si tuvieran un imán que atrae mis manos. Mi tía se levanta un poco y ante mi nerviosa sorpresa no se marcha, sino que desabrocha los seis grandes botones blancos de la bata gris con finas rayitas blancas —jamás en toda mi vida se me podrá olvidar esa bata— que viste, abre a derecha e izquierda la tela, deja libres los hombros y quedan ante mí sus tetas desnudas. No sé si se me van a salir los ojos de las órbitas o la polla va a explotar como un misil de lo dura que está, pero es una visión maravillosa, la mejor de mi vida.

Nola se vuelve a sentar en la cama, girada hacia mí, que estoy sentado, apoyando la espalda en el cabecero. De nuevo muevo mis dos manos hacia las tetas y empiezo a acariciarlas a todo lo ancho y largo, deteniéndome un poco más en los pezones, con los dedos, con la palma de las manos. Es algo estupendo, fabuloso, una sensación especial, las tetas son fuertes, duras, pero al mismo tiempo, blandas, delicadas, suaves, es como si su piel generara un campo magnético de mágica atracción que lleva su benéfico efecto a todo mi cuerpo, y deteniéndose, anidando, en los huevos y la polla. Estoy empalmao como nunca, noto el badajo tieso, duro, hinchado como jamás lo he tenido.

De manera natural inclino la cabeza y acerco los labios a uno de los pezones, beso muy suavemente, como si me diera miedo, saco la puntita de la lengua y lamo varias veces ese botón redondo, grande, duro, que me parece tiene una mezcla de sabor entre dulzón y salado —desde luego está muy rico— que se adapta perfectamente a la forma redondeada que pongo en mi boca para poder mamar. Nola se sujeta la teta con la mano del lado contrario y dirige con sus dedos en forma de pinza el pezón hacia mi boca, dándome de mamar, metiéndolo dentro, moviéndolo arriba y abajo, a derecha e izquierda, muy despacio, recorriendo todo el óvalo formado por mis labios, mientras que con la otra mano me ha cogido la polla y la acaricia suave, lentamente, arriba y abajo la piel de mi tranca, descapullando, volviendo a taparme el glande, otra vez atrás. Estoy en un paraíso.

He cambiado de teta, y después de un ratito voy de una a otra mamando sin pausa, más decidido, sin miedo, utilizando la lengua, los labios y hasta los dientes. Ohhh, cómo puede ser tan maravilloso, tan excitante.

—Vaya niño pequeño, cómo hay que darle de mamar

Con los ojos cerrados, las manos en el borde de las grandes tetas de mi tía —mis dedos parecen tener vida propia tocando, acariciando, apretando— moviéndolas suavemente hacia adelante y atrás, haciéndome idea de todo su espléndido volumen y tamaño, no paro de mamar, a derecha e izquierda, pasando de uno a otro pezón, lamiendo alrededor de los mismos, una y otra vez, parándome durante unos instantes, volviendo a mover la lengua, los labios, haciendo un pequeño efecto de chupetón, escuchando hablar a Nola como si su voz fuera música celestial.

Chupa, Julián, lo que quieras, aprieta sin miedo

Sííí, me encanta besar, lamer, chupar, mamar, apretar con los labios, estirar un poquito, mordisquear el pezón, tirar hacia mí intentando no soltarlo de los labios y dientes. Uf, qué bueno, me da un poco de miedo hacerle daño a mi tía, pero ni se separa de mi boca ni se queja, al contrario me dice que siga, mientras ella no detiene el movimiento de subibaja de la mano en la polla, ahora un poco más rápido.

¡Ahí va mi leche de hombre! Qué corrida más buena, qué gozada, qué manera de echar chorretones de semen. Está claro, es mucho mejor y más bueno que te hagan una paja a hacértela tú mismo, da más gusto, donde va a parar.

He puesto perdida a Nola, he salpicado sus tetas y me parece cojonudo, cómo me gusta ver la lefa, el brillo del blanco color del semen manchando el pecho de mi tía.

Vaya cantidad de semen, guarro, cómo me has puesto

Me da un beso en la frente, como siempre hace, advirtiéndome antes de marchar camino del cuarto de baño:

—A nadie, eh, nunca le puedes decir nada  a nadie sobre esto, ¿entendido?, a nadie, jamás

Yo me quedo dormido, seguro que con cara de satisfacción. Tras la siesta la tarde transcurre tranquila jugando al fútbol en la playa con un grupo de turistas y lugareños. No soy malo como delantero, pero hoy no acierto ni una, fallo todas las ocasiones, de manera que me gastan bromas por las muchas pajas que me debo estar haciendo, me dicen.

A la hora de cenar estamos solos mi tía, Alicia y yo. El tío Berni tiene rodaje esta noche y ya no vendrá hasta mañana a la hora de cenar. Salgo de paseo con Riki, un Dachshund de pelo corto y duro —un perro salchicha, vamos— al que Nola quiere mucho, y a la vuelta encuentro a Ali fumando un cigarrillo en la puerta del porche trasero.

Hola, campeón, tu tía se ha ido a dormir, se ha debido cansar esta tarde con tanto movimiento de manubrio

Me quedo cortado, no sé si debo responder, Ali lo hace por mí.

Vamos a dar una vuelta, todavía hace mucho calor. ¿Sigues sin fumar?, a ver si nos vas a salir mariquilla; tranqui, es una broma

Vamos paseando por una zona urbanizada en la que hay farolas pero no hay luz. Todavía no han empezado a construir por aquí, aunque está previsto para el próximo año. No hay nadie, durante el día se ve a algún turista enseñando a sus hijos a montar en bicicleta, con patines, partidas de petanca o volando cometas, pero de noche no se ve a nadie.

—¿Has visto desnuda a alguna mujer? Del todo, por completo, en pelota picada. Ven

Me coge de la mano hasta llegar a un pequeño montículo en donde todo está a oscuras y una serie de pequeños arbolitos nos resguardan de la vista.

Yo no tengo unas tetas como las de tu tía, pero quiero que me digas si te gusta lo que ves

Ali se quita la larga camiseta azulada que lleva a modo de vestido, queda ante mí desnuda porque no lleva ropa interior, y la polla me da una sacudida como si fuera un caballo desbocado. Es la primera mujer que veo completamente desnuda, y me gusta, joder si me gusta. Y por supuesto, se lo digo, con los ojos como platos, sin saber en dónde posar la mirada más tiempo.

Alicia tiene veinticinco años, me conoce desde que vino de su pueblo granadino a Madrid hace ya unos diez años, y en otoño se casará con un familiar lejano que vive en Sevilla, en donde tiene un bar y casa de comidas en los aledaños de la estación de ferrocarril. Es una mujer simpática, cariñosa, aunque con un genio tremendo, siempre me ha tratado como si fuera un hermano pequeño. No es muy alta, delgada, fina, pizpireta, es muy morena de pelo y piel, con una larga melena muy negra, rizada, que suele llevar recogida en coleta con cintas, gomas o coleteros. Tiene dos ojos pequeños muy negros, brillantes —parecen dos puñaladas, dice ella a menudo— pequeña recta nariz y boca grande, también recta. Resulta atractiva, casi siempre en su rostro tiene una expresión de persona amable, simpática, alegre. Llevo un par de años espiándola intentando verla desnuda cuando entra en la ducha o cuando sé que se va a cambiar de ropa, pero hasta este momento apenas había podido vislumbrar sus muslos y el comienzo de las tetas alguna que otra vez, además, siempre usa bañador y no bikini.

Las tetas de Ali me parecen muy bonitas, redondas, separadas, altas, sin canalillo, con pezones gordezuelos, muy oscuros, igual que las pequeñas areolas que los rodean. Se da la vuelta despacito luciéndose ante mí, enseñándome su culo grande, ancho, duro, dándose de nuevo la vuelta, de manera que la vista se me va a la mata de rizado vello negro que tapa su sexo. Sus muslos son gruesos, fuertes, sujetos por dos piernas torneadas, finas.

Tengo la polla que me va a explotar. No sé qué hacer, mi vista recorre varias veces el cuerpo de la sonriente Ali y, por supuesto, me detengo en sus tetas. Está claro que para mí tienen imán. Acerco mis manos a ellas y las cojo, las dos al mismo tiempo, una en cada mano, sintiendo ese tacto especial que tienen los pechos de una mujer que me parece que a todos los hombres nos despiertan tanto los recuerdos de la primera infancia, cuando la necesidad de comida y gusto van unidas indefectiblemente, como la promesa de excitación y placer que supone acariciar y besar las tetas de una hembra. Para mí es como una suave descarga eléctrica que me lleva a un mundo maravilloso en el que todo se centra en las sensaciones provocadas por los pechos de la mujer.

No seas bruto Miguelito, no aprietes tanto con los dientes que me haces daño

No me he dado cuenta, estaba tan extasiado mamando el pecho izquierdo de Ali que me he puesto a apretar con los labios y los dientes. Es que me gusta mucho, casi me he corrido cuando estaba mordisqueando.

—¿Qué te parezco? ¿Te gusta mi cuerpo?

Mi contestación es volver a tocar sus tetas con las dos manos y poco después volver a mamar los pezones. Lo necesito.

Sin decirme nada Alicia me ha sacado la polla del bañador que llevo puesto —sí tienes grande el bartolo, sí, no es un lapicero— y con su mano derecha empieza a hacerme una paja.

Ah, qué bueno es sentir como sube y baja la piel de la tranca, como aparece y desaparece el capullo, a cada rato un poquito más deprisa, con fuerza, dureza, pero también con la suavidad y delicadeza que la mayoría de las hembras, cuando tienen práctica y están por la faena, saben darle a una buena paja. Y Ali debe haber practicado mucho porque lo que me hace es estupendo, tanto que en un rato no muy largo me corro como si el mundo se estuviera acabando, como si todo diera absolutamente igual, salvo el momento del orgasmo, con un montón de churres de semen que salen disparados con fuerza y la mujer deja impactar sobre su cuerpo. Deja de tocarme el rabo cuando ya se me empieza a bajar y hace algo que en ese momento me llama mucho la atención, se pringa los dedos en los manchurrones de mi leche que tiene en el cuerpo y los lleva a su boca para chuparlos, con la lengua, lo repite varias veces.

—Antes de dormir me tendré que hacer unos dedos, me has puesto cachonda

Volvemos tranquilamente a la casa, en silencio, y en pocos minutos estoy dormido como un ceporro. Vaya día.

Estoy seguro que ese día de las vacaciones de verano determinó gran parte de mi vida sexual posterior. Darme un atracón de tetas, tocando, acariciando, besando, lamiendo, chupando, apretando con los labios, mordisqueando, estirando, pellizcando… repetir una y mil veces hasta estar cachondo a más no poder, hasta notar que la polla parece que va a salir andando ella sola de tanto como crece, se estira, cabecea, se mueve a trompicones buscando remedio a su excitación, y recibir una mamada combinada con una paja, con sus lamidas, chupadas, besos y comida del capullo, con el movimiento arriba-abajo, justo, preciso, corriéndome de manera profunda, larga, sentida, eyaculando en la boca de la mujer o sobre las mismas tetas… es lo mejor del sexo para mí, lo que habitualmente más me gusta y más placer me da. Con el paso de los años puede que haya sofisticado un poco, quizás a veces mucho, el mecanismo de mi excitación y obtención posterior de placer, pero en esencia eso es lo que de verdad me gusta, tetas y mamada, placer conseguido.

A partir de ese día mis vacaciones se convierten en algo inolvidable, en un nirvana sexual. La tía Nola me vigila a la hora de la siesta y se hace costumbre que cada dos o tres días —siempre que no está mi tío— me dé un atracón mamando sus grandes tetas y pezones mientras ella me hace una paja, al mismo tiempo que me habla de sexo. ¡Qué estupendo! Después, ya a última hora de la noche, tras cenar y recoger, Ali se ocupa de mí casi todos los días.

La primera vez que Alicia me chupa la polla que tengo tiesa y dura es todo un descubrimiento, es como si un rayo restallante de fuerza interior recorriera todo mi cuerpo. Joder, ¡qué bueno! Me la ha cogido con la mano, desnuda como está se ha puesto en cuclillas y se ha metido mi tranca en la boca para, rápidamente, chupármela adelante y atrás apenas una docena de veces, porque no aguanto más de lo mucho que me gusta, me corro sin poderlo evitar, eyaculo dentro de la boca de la joven morena, gozo de manera cojonuda —no sé si será la sorpresa— y más aún cuando veo que traga mi leche de hombre como si fuera un manjar, dándole vueltas en la boca, con la lengua llena de mi blanco semen, sonriendo mientras me lo enseña.

Miguelito es un guarrito, echa leche rica si le chupo su rabito

Las risas por la cancioncilla ponen fin al sexo por esta noche, al menos en mi caso, porque según me dice, en la soledad de su dormitorio se masturba todas las noches, pero no quiere que le vea hacerlo.

Supongo que Nola se ha dado cuenta de los paseos que Ali y yo damos muchas noches, así que una tarde, tras haberme hecho una paja, me avisa:

—Ali es una chica buena, muy maja, pero guarrilla, le hace falta marido y todavía quedan meses para su boda. Ten cuidado, por favor, hagas los que hagas con ella no se te ocurra eyacular dentro de su vagina, ¿entendido?

Mamá leona cuidando de su cachorro. Nola es maravillosa, ¿cómo no hacerle caso? Tampoco Alicia está por la labor de permitirme vaciar mi semen dentro de ella.

La vuelta a casa en septiembre supone bastantes cambios en mi vida, de repente, mi madre ha decidido ocuparse de mí porque se traslada a vivir a Madrid coincidiendo con uno de sus divorcios estadounidenses y con el rodaje de varias coproducciones hispano-italiana-francesas. Una locura. Mi madre es maravillosa, pero actuar como mamá no es lo suyo, la verdad. Dado que Nola y Berni tienen que trasladarse a Barcelona al menos durante un par de años por motivos laborales de mi tío —ha logrado una plaza de realizador en TVE— y Ali ya está viviendo en Sevilla, no hay discusión posible, estoy bajo su tutela, más o menos, aunque realmente quedo en manos de una mujer de su confianza, Inés, que siempre le ha acompañado a todos lados como secretaria y ayudante para todo.

Inés es de la misma edad que mi madre —cuarenta y cinco años en el DNI, diez menos de cara a la prensa rosa— son buenas amigas desde que se conocieron en el colegio y nunca se han separado. Es una mujer agradable, simpática, que las pocas veces que hemos tratado siempre me ha tratado muy bien, y así sigue.

Yo he seguido con mis prácticas masturbadoras a todas horas —como echo de menos a Nola y Ali, a sus tetas, sus pajas, sus mamadas— y, claro está, Inés se ha dado cuenta enseguida.

Va a haber que pensar en buscarte novia, Miguelón, no paras de darle a la zambomba

La noche de fin de año ha habido una pequeña fiesta en casa tras la cena, mis tíos han venido a pasar unos días desde Barcelona y mi madre se ha rodeado de una docena de sus compañeros de trabajo con los que ahora está rodando una película de terror. A eso de las tres de la madrugada deciden continuar la fiesta en el salón de baile de un cercano gran hotel, yo no quiero ir —me he tomado varias copas de champán y no estoy acostumbrado— e Inés se queda también alegando dolor de cabeza. Nos deseamos buenas noches y me tumbo en la cama, completamente desnudo, para cascarme una paja —me he puesto muy cachondo con los escotes, trasparencias y minifaldas de los vestidos de fiesta de las mujeres que han estado en casa— pensando en las tetas de Nola.

Ya sabía yo que ibas a tocártela

Inés está apoyada en el marco de la puerta, envuelta en un albornoz blanco, mirando mi rabo, valorándolo, con expresión de cachondeo y, me parece a mí, con respiración agitada, quizás excitada.

Me ha dicho tu tía que lo tuyo es de buen tamaño, pero se ha quedado corta, te pareces a tu padre, famoso por su pollón

No sé qué decir, simplemente me echo hacia atrás para dejar espacio en la cama, a modo de invitación, y quedo mirando a Inés, quien se quita la bata dejando desnudo su cuerpo. Es una mujer no demasiado alta, delgada, de pelo castaño que lleva en media melena peinada con raya a un lado, de rostro agraciado con ojos oscuros y boca acorazonada, de labios chupones. Tiene un culo muy grande, redondo, duro, sujeto en muslos fuertes, gruesos y piernas también gruesas. Por delante, un tremendo matorral de corto vello castaño, muy rizado, que llega hasta el ombligo, oculta el sexo, y, por supuesto, para mí lo más evidente son las tetas. 

De buen tamaño, redondeadas, mucho, como dos pequeñas sandías, altas, muy juntas, con un canalillo profundo, espectacular, con areolas muy grandes, granuladas, oscuras, al igual que los pezones largos y gruesos que llevan en su centro.

Te gustan, eh, ya sé el cuelgue que tienes por un buen par de tetas

Se ha tumbado a mi lado, medio incorporada sobre el costado derecho, con una mano sujeta la tiesa polla, valora su largura, su grosor, la dureza, y con la otra empuja mi cabeza hacia sus tetas. ¡Guau, qué festín, qué buenas son! No sé cuánto tiempo llevo mamando estas tetas cojonudas, llevo ya un ratito apretando, dando chupetones y mordisqueando los pezones, con lo que mi polla está ya que me parece una barra de hierro, con venas hinchadas y el capullo más grande que nunca.

Qué bruto te pones, me haces daño

Yo sigo a lo mío hasta que Inés me aparta la cabeza de los pezones, la sujeta con ambas manos y la lleva hasta su coño. Apenas me da tiempo a percatarme que su abundante vello está muy mojado, empiezo a lamer tal y como me pide y dirige con su voz y con una de sus manos, al mismo tiempo que con la otra empieza a hacerme una paja con ritmo rápido, constante, arriba y abajo, apretando bien mi tranca, descapullando y volviendo a taparme el glande una y otra vez, mientras sigo comiéndole el coño. Me gusta el sabor, también la sensación de los pelos en la lengua y los labios, además, me queda claro que no huele a bacalao como dicen por ahí. Centrándome en el clítoris, tal y como me ha pedido, no paro ni un momento, aunque no sé si mi lengua va a poder aguantar el ritmo durante mucho rato, me voy cansando. Tengo la cara que parece una charca de patos entre mi saliva y los jugos sexuales de la mujer, quien respira muy agitadamente, habla en voz tan baja que me resulta inaudible, hasta que grita:

Sigue, cabrón, sigue, no pares

Un largo grito en voz más bien baja señala que ha llegado a su orgasmo. Con los ojos cerrados, las ventanas de la nariz aleteando, la boca muy abierta, dando grititos cortos y más altos, se corre durante un largo rato, durante el cual no ha soltado mi cabeza ni por un momento, de manera que mi cara se empapa todavía más de sus líquidos vaginales. Termina dando un bufido, y transcurrido un corto espacio de tiempo comienza a menearme la polla, despacito primero y con ritmo constante poco después, por lo que en un par de minutos me corro soltando un montón de churretes de semen.

Miguelón, pareces un surtidor de leche

Se levanta poco después, acerca su cabeza para darme un beso en los labios, sonríe desde la puerta, se lleva el dedo índice a los labios en señal de silencio, hace un gesto de atención abriendo mucho los ojos y se marcha a su habitación.

Durante unos tres años, cuando estamos solos en casa, lo que es casi siempre una vez se marchan a media tarde las dos señoras que se ocupan de las labores domésticas, el ritual sexual es el mismo. Me pongo ciego con sus tetas, me corro gracias a la paja que me hace —no es muy amiga de chupármela pero siempre lo hace durante un rato— y ella o se masturba muy deprisa con dos dedos o hace que le lama y le coma el clítoris hasta llegar al orgasmo o combina ambas situaciones hasta correrse.

Con mi mayoría de edad más un nuevo matrimonio de mi madre, Inés y ella se marcharon a establecerse en México, en donde siempre han vivido sin apenas volver a España. En alguna de las veces que las he ido a visitar, Inés me ha dado sexo tal y como a ella le gusta.

En algún momento he escrito que con el paso de los años he sofisticado los mecanismos de excitación y búsqueda de mi placer sexual. Traducido quiere decir que sigo igualmente la fórmula tetas más mamadas igual a conseguir placer, pero con más aditamentos, con prácticas sexuales más elaboradas. Por ejemplo, me encanta recibir caricias en los huevos y la polla realizadas por unas tetas de buen tamaño, que me restrieguen los pezones erectos, que poco después me hagan una paja cubana ayudada de la lengua y la boca de la mujer mientras mis manos se complacen en apretar los pechos y los pezones. También pido a menudo que me restrieguen sus pezones en los míos, por todo el pecho, un ratito, que yo los sienta antes de ponerme a mamarlos, chupetearlos y mordisquearlos tal y como a mí me excita.

Durante un tiempo tuve una criada gallega ya madura, de pechos no especialmente grandes, caídos y ya algo blandos, pero con unos pezonazos redondos muy gordos, como una pelotita de pin-pon. Se excita como yegua en celo cuando recorre mi cuerpo con sus pechos, sin prisas, suavemente gracias al uso de gran cantidad de aceite corporal, y a mí me pone como un verraco cuando tras pasear sus tetas por toda mi espalda, se coge una de ellas con ambas manos manteniéndola tiesa, de manera que acaricia mi culo entero durante bastante tiempo y después se preocupa de recorrerme la raja, arriba y abajo, muchas veces, como si su grueso pezón fuera una polla chiquitita que termina deteniéndola en el agujero del culo, empujando como si me fuera a penetrar. ¡Qué cachondo me pone! Todo ello acompañado de su suave y dulce manera de hablar, que no entiendo porque lo hace en gallego, hasta que yo ya no puedo más y le pido que se la meta en la boca y me termine con una mamada mientras estiro y aprieto sus pezones con cierta dureza, arañándolos incluso. ¡Qué corridas más buenas!, qué estupendo ver después el pajote que se hace, a toda velocidad, de manera que en unos pocos minutos grita como si la estuvieran degollando, mantiene un gemido en voz alta bastantes segundos y se queda como si estuviera desmayada tras su sentido fuerte orgasmo. Tremendo, qué pena que decidiera casarse con un paisano viudo y se marchara a vivir al pueblo de Lugo en dónde nació.

No sé si he evolucionado hacia prácticas BDSM, la verdad es que no he hecho nunca caso de siglas ni definiciones, simplemente me dejo llevar por mis ganas y por lo que me permiten las mujeres que tienen sexo conmigo, siendo siempre fiel cumplidor de ese adagio que dice que en el sexo todo vale siempre y cuando nadie esté obligado, mientras todos puedan decir no cuando lo crean conveniente.

A mis veinticinco años estoy terminando los estudios de Biología en la Universidad de Madrid, con buenas expectativas de quedarme en el departamento de Botánica, en donde me tutelan para hacer el doctorado. No tengo novia, pero sí soy amigo con derecho a roce de una compañera que ese año ha empezado a trabajar como profesora contratada en ese mismo departamento, Vicenta. Mujer alta, muy rubia, con una voz preciosa, atractiva, curvilínea, elegante en sus gestos y movimientos, con unas tetas impresionantes, me gustó desde el primer momento que la conocí cuando se trasladó desde otra universidad unos meses antes.

Mi padre falleció de un ataque al corazón fulminante en mitad de un ensayo teatral. Pocos días después del multitudinario entierro, mi madre y yo fuimos a un notario que certificó que yo era el principal heredero en su testamento —el tío Berni heredó los dos potentes coches alemanes de mi padre, una valiosa colección de sellos y la casona que fue de sus padres en un pueblo de la sierra madrileña, y que hoy en día está en mi poder— de manera que me vi en posesión de una bonita cantidad de dinero y de cuatro pisos en zonas residenciales de lujo en Madrid. Apenas tuve trato con mi padre en vida, pero me afectó mucho su muerte y Vicenta —conocida por Vice entre sus allegados— se comportó en aquellos momentos como si nos conociéramos de siempre, como una buena amiga me consoló, me ayudó en todo y me dio lo que más me gusta: sexo.

Con Vicenta aprendí a atar los pechos de una hembra, desde entonces es una de mis prácticas preferidas y ella continúa siendo mi amante a pesar de los años transcurridos. En realidad somos pareja, muy liberales en lo que a sexo se refiere, bastante independientes a todos los efectos, pero pareja sentimental consolidada. Me resultan tremendamente excitantes sus grandes tetas, en especial atadas con cuerda blanca de algodón basto, de unos dos centímetros de grosor, de manera que queden bien apretadas y la cuerda semeje una especie de sujetador que pasa por el cuello, bajo las tetas y por la espalda, levantando y juntando los pechos, e incluso sujete las manos al cuerpo, todo de una vez. Acariciar con manos y boca los pezones cuando las tetas están tirantes, tiesas, altas, apretadas por efecto de la cuerda, incluso cambiando de color si las ataduras están muy fuertes, es un placer fabuloso, subiendo poco a poco el nivel y la intensidad de las caricias, poniéndome duro con el castigo a los pezones tiesos y erectos... Uf, cómo me pone.

Vice es bastante alta, de cabello muy rubio, de tono amarillento, brillante, que lleva muy corto, sin flequillo, casi siempre peinado hacia atrás o con raya a un lado, en muchas ocasiones lo lleva más corto que yo, de estilo militar, y le queda muy bien. Su rostro es agradable, con pequeñas orejas, bonitos ojos gris-azulados —lleva siempre gafas, por lo que suelen pasar desapercibidos— enmarcados por cejas y pestañas de un rubio dorado precioso, nariz recta y boca pequeña de labios también rectos. Mujer educada, simpática, amable, a su alrededor sabe crear ambientes de tranquilidad, relajación, con ella se está bien, a gusto.

Tiene un cuerpazo. Es esbelta, delgada pero fuerte, con cutis y piel siempre levemente tostados —sale mucho al campo, al aire libre y es adicta a tomar el sol desnuda en la gran terraza de nuestro ático— con curvas evidentes, espalda sinuosa, caderas que se ensanchan un poco a derecha e izquierda, un culo no demasiado grande, alto, de nalgas anchas y alargadas, duro, continuado por piernas largas, levemente musculadas, al igual que los muslos. La cintura alta destaca por el achinado ombligo, situado en un estómago siempre plano —le gusta comer y tomar copas, pero nunca engorda— tras el que aparece su sexo abombado, de anchos labios, prácticamente oculto por el vello púbico, del mismo bonito rubio dorado que pestañas y cejas. Tiene poco vello en el cuerpo, apenas se depila las axilas y poco más.

Hombros redondeados, fuertes, parecen ser los protectores de sus grandes excitantes pechos. Las tetas de la tía Nola son las más grandes que he visto y me he comido, seguidas muy de cerca por las de Vicenta, altas, juntas —con un canalillo estrecho y profundo muy llamativo— alargadas como si fueran dos melones puntiagudos, con pezones largos y gruesos situados en el centro de una mínima areola de suave color marrón, caídas hacia abajo —no por ajadas, sino por su tamaño y peso— duras y al mismo tiempo suaves, flexibles, mórbidas. Son bonitas, excitantes, me parecen una maravilla.

Desde la primera vez que tuvimos sexo Vice me ha dado placer tal y como más me gusta: tetas, pezones, pajas, mamadas… placer seguro.

El algún momento alguien me dijo que era muy egoísta en el sexo, que sólo buscaba mi gozo y me preocupaba poco de las mujeres con las que follo. Puede ser, no sé, el caso es que la inmensa mayoría de las mujeres con las que he practicado sexo no me han pedido nada distinto, no se han sentido molestas ni ofendidas, solamente ha habido alguna que otra que no ha querido volver a tratar conmigo cuando me he dejado llevar por las ganas y he maltratado mínimamente sus tetas, sus pezones en particular. Me parece razonable, en esos casos o he dejado de hacer lo que más me excita y me he limitado a follar tal y como me lo han pedido o si estaban muy cabreadas, aquí paz y después gloria, adiós, gracias y disculpas.

Con Vicenta nunca he tenido mayores problemas, muy pocas veces quiere que la penetre por el coño o el culo, en alguna ocasión le como el clítoris —suele gozar rápidamente, de manera muy sentida y callada— y prefiere terminarse ella a sí misma con un buen pajote antes que se lo haga yo.

Supongo que como todos los que tenemos curiosidad y nos complacemos en poder tratar con cierta dureza a una mujer, en castigarla de manera más o menos fuerte, he probado con distintas prácticas sexuales. La verdad es que no puedo con la sangre, por ejemplo, ni con las marcas extremadamente sanguinolentas o duras y fuertes causadas por el uso de una vara de azotar, una caña o un látigo. Lo mío es más tranquilo, suele quedar reducido a caricias con dedos y manos, la lengua, los dientes, la boca, que poco a poco van subiendo de intensidad y dan paso a pellizcos, chupetones, arañazos, estiramientos, mordisquitos, algún golpe sonoro, en especial en las tetas grandes, y poco más, centrándome en los pechos y los pezones en particular. Antifaces, cuerdas, esposas, collar de perro, sujetadores de cuero, medias de rejilla, braguitas mínimas siempre negras, zapatos de alto tacón, pinzas pezoneras, una corta y suave correa de piel vuelta, algún consolador, vibradores… dicho todo junto puede parecer mucho, pero no es tanto el bagaje de atrezo que utilizo en mis juegos sexuales para lograr mi mayor excitación y el posterior orgasmo.

Vicenta siempre me ha permitido tener sexo con otras mujeres, no le importa —a mí sí, las contadas ocasiones en las que ella ha querido follarse a algún hombre me ha sentado muy mal, me he puesto celoso, e incluso después la he castigado con más dureza, según me dice— y casi siempre ha estado presente, participando o simplemente mirando —la mayoría de las veces— con una salvedad, después es ella la que quiere castigarme a mí. Siempre he dicho sí, por supuesto, así que el asunto se continúa de manera tal que Vice me sodomiza.

Habitualmente me dice que me ponga boca arriba en la cama, con las piernas muy abiertas, un par de cojines bajo la cintura para levantarme el pubis y el culo. Se limita a introducirme con la mano un vibrador de silicona de tamaño no demasiado grande al que ha untado una buena cantidad de aceite lubricante sexual. La expresión en su cara de interés, concentración, excitación, me da idea de lo mucho que le gusta, sumado a los insultos que, pasado un corto rato de meter y sacar la polla de mentira, me dedica —maricón, sarasa, julandrón, marquesita, son sus preferidos— todo ello continuado por la tranquila paja que termina haciéndose minutos después. No es que yo sea un ligón ni especialmente promiscuo, pero por suerte me he comido algunas roscas —siempre sin ocultárselo, por supuesto— así que me he acostumbrado a que Vicenta me dé por el culo si me lo hago con alguna otra mujer. Ya desde hace un tiempo ha empezado a utilizar un arnés que sujeta a su cintura y los muslos de manera que me folla el culo durante un buen rato, adelante y atrás, con su retahíla de insultos, siempre con expresión de cachondeo en su cara. He salido ganando porque según me sodomiza tiene libres las dos manos para acariciar mi polla, en ocasiones me la chupa un rato, y suelo correrme de manera muy agradable, eyaculando suavemente muchos chorretones de semen, con un orgasmo reposado que parece ser muy largo. En mi caso, el punto P de próstata me resulta muy placentero.

Una alumna de Vice se enamoró perdidamente de mí durante un tiempo, tanto es así que la propia Vicenta llegó a pedirme que tuviera sexo con ella, con María. A nadie le amarga un dulce, y pensé que a lo peor, dadas mis prácticas habituales, quizás cortaría de raíz el enamoramiento de la joven María por mí. Ni mucho menos.

Quedamos en casa una tarde de viernes a última hora, tomamos una copa los tres —Vice está también— reímos contando anécdotas y hablando de sexo en general, hasta que de manera sincera, clara y concisa me plantea que quiere sentirse sometida, en mi poder, que está dispuesta a cualquier cosa que yo quiera. Bueno, no empezamos mal.

María es una joven de veinticinco años, morena, no especialmente guapa, pero sí muy atractiva. Luce el negro cabello siempre muy corto, sin peinado alguno, simplemente cortado a lo garçon, sin flequillo y con raya a un lado levemente insinuada, lo que le hace bien a los rasgos quizás excesivamente duros de su rostro, en donde destacan unos grandes ojos grises, brillantes, que parecen reflejar todas las luces, rodeados por cejas muy negras, y una preciosa boca de labios anchos y rojizos que esconden una perfecta dentadura muy blanca. No es muy alta, sí muy delgada, estilizada, de alto cuello, con un cuerpo muy formado sin gota de grasa, una espalda bonita levemente musculada, con piernas muy largas, perfectamente torneadas, muslos musculados, finos, culo pequeño, redondo, alto, duro, de aspecto masculino, cintura alta y estrecha que parece ofrecer su pubis completamente rasurado, obsceno por el brillo de su blanca piel. Sus tetas son preciosas, perfectas para el tamaño de su cuerpo, altas, tiesas, firmes, separadas, puntiagudas, como si fueran dos quesos de tetilla, de pezones largos, finos, sin apenas areola que destaque del blanco de su piel. Su voz seca, dura —se diría cazallera— da una idea equivocada de su personalidad amable, dulce, de buen carácter.

En los primeros momentos simplemente me dedico a admirar su cuerpo, a conocerlo con mis manos, después paso a centrarme en sus bonitas tetas con la boca, a llevar adelante lo que me gusta y excita. Ella tiene una actitud pasiva, más bien sumisa, se excita con mis caricias en cuanto empiezan a ser más fuertes, gime en voz muy baja, tiene la respiración agitada y me cede por completo la iniciativa. Los mordisquitos en los pezones —en alguno de ellos me paso de frenada— le hacen subir el nivel de los gemidos, hasta que poco después empieza a hablar:

Sigue, cariño mío, lo que quieras

Tengo la polla como una piedra, pero no hace intención de ocuparse de mí, es totalmente pasiva. Estoy ansioso, no sé muy bien qué hacer, pero Vice se acerca, da un suave beso a María en los labios, acaricia por unos momentos sus alargados pezones y en mi oído dice dos o tres frases animándome a pasarme un poco, a hacer todo aquello con lo que en algún momento me he quedado con las ganas.

Lo único que consigo dejarme claro a mí mismo es que no soy ningún sádico. Durante más de medio año las sesiones de sexo con María son habituales muchos fines de semana. Pruebo toda la parafernalia que se supone acompaña a las prácticas BDSM, castigo con dureza a la mujer en algunas ocasiones, tal y como me pide, logro excitarme y correrme como un salvaje, pero desconozco la razón por la que no me siento verdaderamente a gusto, me queda un cierto regusto amargo ante la demostración de total sumisión por parte de María y las constantes alusiones a su enamoramiento de mí. Vice se da cuenta, lo hablamos y me dice que no sea tonto, que me siga aprovechando sexualmente o que acabe la relación.

La situación con María terminó gracias a los buenos oficios de Vicenta, quien consiguió que fuera contratada como profesora —además de poder hacer un doctorado— en una de las nuevas universidades situada a bastantes kilómetros de Madrid. Nos hemos visto alguna que otra vez y hemos tenido sexo con mi fórmula de tetas y mamada, fundamentalmente, sin mayores implicaciones físicas, sentimentales o psicológicas.

Nola y Berni se quedaron definitivamente a vivir en Barcelona, estamos en contacto permanente pero no nos vemos muy a menudo, aunque mi tía y yo siempre encontramos unos días durante el año para vernos y repetir la ceremonia que me descubrió el sexo. Da igual los años transcurridos, para mí los pechos de Nola son las tetas por excelencia, grandes, altas, de forma elíptica, como una porción de neumático, separadas, con areolas tipo galleta maría y pezones también grandes, largos, gruesos, de un bonito color suavemente amarronado.

Sigue manteniéndolas muy deseables, ya caídas hacia los lados y hacia abajo, más blandas y aplastadas que en sus mejores momentos, pero para mí son el mejor bocado, me sigo excitando como un garañón cuando me da de mamar, me permite chupar, lamer, mordisquear, apretar, castigar con dedos, uñas, labios y dientes sus grandes largos pezones durante mucho rato y me corro como cuando era un chaval con las maravillosas pajas que me hace, dejándome pringar sus pechos con mi semen, como siempre ha hecho. A lo largo de los años nunca hemos tenido tentaciones de tener otro tipo de prácticas sexuales —yo hubiera hecho cualquier cosa que me hubiera pedido— ni siquiera he visto desnudos su culo o su sexo, y nunca la he visto correrse, pero para mí no tiene precio gozar con ella. Gracias, Nola, cuánto te quiero.

Soy afortunado. El sexo es importante para mí, disfruto mucho, a menudo, sin cortapisas que me inhiban, poniendo casi siempre en práctica la fórmula: tetas más mamada igual a placer conseguido. 

     

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