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Call-boy

en Confesiones

CALL-BOY

Ya son veinticinco años los que han pasado desde que decidí ponerme a trabajar como chapero o prostituto para mujeres. Sí, vale, gigoló, aunque ahora nos llaman con términos en inglés o palabras que disimulan lo que hacemos para ganarnos la vida, pero la verdad es que me dedico a acostarme con mujeres y parejas para tener sexo a cambio de dinero. Y me pagan bien; me gano muy bien la vida desde los veintidós años, cuando empecé como acompañante, call-boy o escort, que es lo que figura en los discretos anuncios que tengo puestos en internet y revistas especializadas. 

Lo estoy recordando ahora porque es la primera vez en todos estos años en los que he tenido un gatillazo, la primera vez que mi polla no se ha puesto lo suficientemente tiesa y dura como para poder follarme a la mujer con la que en ese momento estaba. La suerte, que se trata de mi amiga Consuelo y no de ninguna cliente, lo malo, que ya se ve en el horizonte que quizás llega el momento de retirarse de este exigente trabajo. Puedo estar exagerando, ya lo sé, y todos los hombres pasamos tarde o temprano por esta situación, pero es que nunca he tenido el más mínimo problema con mi amiga más fiel, mi polla, la que jamás me ha fallado y la que me da de comer, además de procurarme placer, mucho placer.

 Menos mal que Consuelo y yo nos tenemos confianza, amistad y mucho cariño, porque con otra mujer me hubiera sabido muy mal y de esta manera hasta nos hemos reído, dándonos pie a recordar que fue ella quien me animó a dedicarme a esto y hasta me consiguió mi primera cliente.

 Paso a contar algunas de las situaciones que he vivido durante estos años, que se han quedado en mi memoria por ser algo distintas a las habituales, que no suelen tener más historia que una mujer de mediana edad con ganas de follar alquila mis servicios para que le de placer de la manera que más le apetece.

 Acabo de cumplir veintidós años y mi situación no es buena: estudiante de cuarto de Biología sin porvenir académico, sin trabajo a la vista, sin un duro y sin poder contar con el apoyo económico de mis padres, que ya son mayores y viven su tranquilo retiro en el pequeño pueblo de la costa de Almería de donde provienen. Hace unos meses que regresé de África (tenía prórroga de estudios para retrasar la mili hasta acabar la carrera, pero me detuvieron en una manifestación antifranquista y además de darme varias palizas en la comisaría, me mandaron dos años a los Regulares en Melilla) y he estado buscando trabajo, pero todo es una mierda que no me da ni para pagar el alquiler. Estoy con Consuelo, mi amiga y compañera de estudios (ella ya ha terminado la carrera y se queda como profesora en el Departamento de Botánica), tomando una cerveza a la espera de la comida en el restaurante chino en el que me invita a cenar siempre que quedamos con ánimo de follar, lo que sucede cada ocho o diez días.

 Mira Jorge, lo he pensado mucho y aunque pueda parecerte raro, creo que tengo la posible solución a tus problemas. Tu escucha y déjame terminar. Eres un chico guapo, atractivo, educado y con bastante cultura para lo que se estila. A todas nos gustas. Estás muy bueno, tan alto y tan fuerte, con ese aspecto de muy hombre, y además, tienes una polla larga, gruesa, bonita, que nunca se cansa. Sabes darle gusto a las mujeres, no eres egoísta y duras mucho, pero mucho, en erección. Y quizás lo más importante: te gustan las mujeres, no sólo para tirártelas, sino que las respetas, sabes escuchar y tener en cuenta sus opiniones y sus sentimientos. Es lo que nos decimos todas las que te tratamos en plan amistoso y sexual. Tienes que meterte a puto para las tías, follar con ellas a cambio de dinero. Seguro que tienes mucho éxito como acompañante.

 No se qué decir. En un primer momento pensé que era broma, pero mientras cenamos y luego en su casa, mi amiga no deja de repetirme lo mismo, darme argumentos e insistir en que debo intentarlo, aunque sólo sea durante un tiempo, como algo provisional hasta que encuentre otra cosa, para poder terminar los estudios y como soporte económico de mi vida cotidiana.

 Según estoy follando con Consuelo no dejo de pensar en ello, pero lo aparto de mi mente para concentrarme en el sexo. Esta guapa rubia (cabello de un tono dorado trigueño verdaderamente precioso) que lleva el pelo muy corto, al estilo chico, tiene unas tetas de impresión, grandes, altas, duras, ligeramente caídas hacia los lados, con unas areolas coloreadas en rosa y con unos pezones gruesos, cortos, muy sensibles, que me pide los mame y mordisquee una y otra vez.

 Hace unos cuatro años que nos acostamos y lo curioso es que nunca la he metido en su coño. No quiere, no sabe explicar muy bien la razón (quizás lo esté guardando para el hombre de sus sueños), pero se satisface cuando tras chupármela lentamente durante mucho rato, se pone a cuatro patas y me pide que penetre su culo, su bonito, redondo, duro y acogedor culo. Nunca he necesitado lubricar ni su ano ni mi polla, entro con total facilidad. Le encanta sentir entrar mi capullo con lentitud (sí, sí, despacio) y que durante minutos entre y salga casi a cámara lenta. Apenas nos movemos, sólo un poquito de bamboleo adelante-atrás por su parte.

 Unas veces me pide que masajee su clítoris y otras es ella quien lo hace, pero es en ese momento cuando ya me urge a darme prisa, a follar su culo con rapidez y fuerza. En dos o tres minutos de metisaca duro y profundo, Consuelo se corre durante muchos segundos, callada al principio, con los ojos cerrados muy apretados, y dando unos gritos y gemidos en voz muy alta según termina su orgasmo. Se queda descansando unos instantes con mi polla dentro y cuando se la saco se tumba boca arriba con expresión satisfecha (espera un poco que ahora te la chupo). Me suele acabar con una mamada muy buena, usando las manos y recibiendo mi eyaculación en su cara y sobre las tetas, para después extenderse el semen como si de crema corporal de tratara. Lo hace casi mecánicamente, como si de un rito se tratara.

 Si repetimos unos minutos después (tengo una gran facilidad para recuperarme tras una corrida y volver a tener la polla bien tiesa y dura, además de ganas para continuar) me pide que se lo haga con la lengua y la boca. Apenas tiene vello en el pubis y es tan rubio que parece que esté depilada por completo, por lo que me empapa la cara entera con sus jugos vaginales. Antes de correrse me levanta la cabeza tirando fuertemente del pelo y se coloca para poder hacerme una paja cubana con sus estupendas tetas, chupando mi capullo al mismo tiempo con la lengua, de manera que cuando me corro suelo pringar su cara y su pelo con los lechazos densos y blancos de mi semen. Ella acaricia su clítoris muy deprisa hasta que se vuelve a correr, ahora de forma callada, sin ruido.

Tras follar le pido siempre que me de su coño, que tengo ganas de que sienta mi polla dentro de la vagina, pero se niega (no creas que no tengo ganas, pero no, aún no; quiero esperar) y pasarán aún varios años hasta que lo consiga (o no encontró otro mejor o decidió que yo fuera el primero). Llevamos ya unos treinta años follando y salvo algunas ligeras variaciones (mi lengua en su culo la vuelve loca de excitación y hemos compartido algún trío tanto con hombre como con mujer, lo que le encanta), casi siempre ha sido como aquí he contado. Sigue siendo mi gran amiga, mi amante de siempre y la única mujer por la que siento cariño de verdad una vez fallecida mi madre. La quiero.

 Lo de dedicarme a prostituto tomó cuerpo una semana después cuando me falló un trabajo de conductor que tenía medio apalabrado en una gestoría. Hablando con Consuelo de ello, inmediatamente me facilita un número de teléfono (es N., hija de unos amigos de mis padres, que da clases en Historia y que está muy metida en asociaciones religiosas de la Universidad. Quiere dedicarse a la política en un futuro próximo. Está salida como una perra en celo y es lo suficiente hipócrita como para pagar por follar y seguir disimulando como si fuera una virgencita que no tiene necesidad de sexo. Llama y cóbrale por lo menos siete mil pesetas que esa tiene pelas).

 La voz alegre, risueña y un poco falsa que contestó mi llamada y que tras identificarme me da una dirección de una de las nuevas casas del pequeñoburgués Parque de las Avenidas se corresponde con una mujer de poco más de treinta años, morena, alta, delgada, vestida de negro, con ropa como muy de mujer mayor. Guapa de cara, con unos ojazos oscuros impresionantes, habla con confianza y sabiendo lo que quiere: comprenderás que además de satisfacción sexual lo que busco es discreción; no me puedo permitir ningún desliz público y Consuelo me ha hablado muy bien de ti en todos los sentidos. Por favor desnúdate, quiero valorarte.

 Así lo hago y no me siento demasiado incómodo (en algún momento me dan ganas de reír) ante el examen visual que me hace N. y sus comentarios, que en seguida van subiendo de tono y denotan que se va poniendo cachonda: eres muy guapo, tan moreno y tan fuerte, vaya culo duro y que cosa más grande tienes; me gustas, aunque seguro que eres un chulo con esos huevos tan grandes, un chulazo que vuelve locas a las zorras de la Facultad y se las tira en cualquier sitio como a perras salidas con esa polla de semental. Desnúdame.

 No tengo ningún problema en excitarme (era mi miedo por si la mujer físicamente no me ponía) y mi polla está tan dura como de costumbre, ayudado por el desnudo de N., que está buena, con tetas pequeñas para mi gusto (es lo primero que aprendí para este trabajo: mi gusto no tiene importancia, sólo vale darle placer a mis clientes tal y como me pidan o hayamos pactado) pero redondas y muy duras, un culo grande en forma de pera que me encanta y un pubis muy peludo, mucho, negro y rizado como no había visto hasta entonces (y creo que tampoco después).

 Rápidamente queda claro lo que quiere: ¿soy mala verdad?, soy una zorrita salida que no puede contenerse y me tienes que castigar metiéndome esa polla tan grande en mi coñito pequeño de niña mala. Ven, métela ya, corre. Tumbada boca arriba con los pies apoyados sobre la cama y abierta de piernas, N. me ofrece la visión de su denso bosque rizado, y es ahí (mojado y caliente como una fuente de lava) en donde mi polla entra de golpe, comenzando un rápido metisaca, tal y como pide la mujer (así, deprisa, rápido; sigue, sigue), que tarda en llegar a  su orgasmo y jadea y respira muy fuerte, como una olla exprés. Cuando goza se queda quieta y completamente callada durante muchos segundos hasta que reacciona (espera, no te corras, quiero más), se acerca a mi tiesa polla sonriendo de oreja a oreja y la lame y chupa golosamente, durante largo rato, hablando en voz muy baja (cabrón, lo que tienes; cómo me gusta, que rica está; te aprovechas de mí so chulazo), hasta que eyaculo en su boca y traga el semen como si de un manjar se tratara, sin dejar escapar ni una gota y relamiéndose. Me paga diez mil pesetas sin ni siquiera preguntarme y me pide cita para la semana siguiente.

 N. me ha sido fieldurante todos estos años (actualmente es una política conocida de un partido ultraconservador y ha desempeñado cargos en la Administración española y en Europa) porque todavía hoy (se casó con un diputado, no han tenido hijos y según ella fue un paripé útil para ambos) quedamos al menos un par de veces al mes (me ha llegado a pagar algún viaje a Bruselas para que le diera gusto) y mi semen lo sigue tragando con gula (eso sí, de vez en cuando aún me pide que le enseñe el resultado negativo de las pruebas de enfermedades de transmisión sexual que me hago cada poco tiempo). Es una sorpresa para mí que no se haya cansado y aún mantenga la relación de cliente conmigo (me sigue pagando de manera generosa), pero debe considerar algo así como que mejor lo malo conocido con discreción que lo bueno por conocer con cierto peligro de publicidad.

 Mi segunda cliente, dos días después, fue una funcionaria llamada L. que leyó el anuncio de chico de compañía que Consuelo puso por los tablones de anuncios de los bares de copas (pub se decía entonces) de las zonas de las calles Orense y Huertas, y que al principio me proporcionaron bastantes clientes. Por cierto, a los efectos de mi trabajo me llamo Georges, tal y como me bautizó Consuelo en aquellos anuncios.

 La funcionaria L. es una mujer de cuarenta años, pelirroja, muy alta, delgada, de curvas pequeñas pero bonitas, con el cuerpo sin vello alguno, muy blanca de piel y multitud de pecas por todo el cuerpo. Siempre callada, nunca he sabido nada suyo desde un punto de vista personal. Me pide sexo oral durante muchos minutos y cuando le falta poco para correrse es cuando solicita que la penetre y le de rápidos y fuertes pollazos hasta que una serie de cortos gemidos da idea de su orgasmo. Para ella fue un descubrimiento la excitación de su ano con mi lengua. Es lo que de verdad la pone a tope y durante años (por las mañanas, a la hora del café en el Ministerio en donde trabaja) ha venido para recibir largas comidas de culo (beso negro lo llamaban), preludio del polvo posterior. No aguanta mi polla en su culo, aunque la penetro con facilidad y sin dolor alguno, pero la tengo que sacar porque le da mal rollo, a pesar de lo cual me pide a menudo que lo intentemos. Dejó de venir a verme cuando se jubiló.

 M.I. es una mujer agradable, de pelo castaño, bajita, regordeta, tremendamente simpática, cuarentona, que queda conmigo en un bar del barrio (ella vive cerca) para ver si se atreve a estar conmigo, tal y como me contó después. Nos reímos con sus ocurrencias y me confiesa al llegar al piso que sí le gusto y está excitada desde que me ha visto. M. I. sobresale por unas tetas curiosas: grandes, aplastadas y circulares (parecen una tortilla de patatas) con unos tremendos pezones largos y gruesos, rugosos, de color rojizo, situados justo en el centro. Le gusta que los admire, que se lo diga y que los toque y bese muy suavemente, sin apretar. Nunca he visto nada igual y creo que tampoco he conocido otra mujer que no quiera follar, sino charlar un rato, besarse conmigo con mucha lengua, desnudarme e ir besando cada parte de mi cuerpo que va descubriendo y al llegar al rabo (que grande es; me gusta, es muy bonito), entretenerse en tocarlo, lamerlo y mamar el capullo durante mucho, mucho rato. Lo hace como si estuviera comiéndose un helado, lamiendo, con mucha saliva y de vez en cuando dándole un mordisquito, todo ello acompañado de comentarios sobre el tamaño de mi pollón (así lo llama). Llega un momento en el que me sienta en el borde de la cama y ella se arrodilla en el suelo para continuar mamando el capullo hasta que logra mi corrida. El semen no lo quiere y me lo extiende por el pecho, los muslos y la tripa. No quiere más; si se ha corrido no lo dice. Quedamos para la siguiente semana (vendré con mi marido, pero él sólo mira; es ya algo mayor pero a veces me da gusto).

 Y con su marido viene, un hombre como veinte años mayor que ella, serio, callado, elegante, con sombrero y un fino bastón de caña, muy educado (después me enteré que era profesor universitario y conocido escritor de novelas de éxito), que se sienta en un sillón mirando, fumándose varios cigarrillos de tabaco rubio inglés, mientras M.I. repite la manera de tener sexo conmigo, sólo mamando mi capullo y sin pedir penetración ni ninguna otra manera de satisfacción. Cuando me corro y la mujer se pone en pie, el marido también se levanta, se acerca hasta ella, la dobla cuidadosamente por la cintura y sin decir nada azota el gordo culo de M.I. con su fino bastón, seis, siete, ocho veces, hasta que la mujer grita ¡basta!, se tumba en la cama y se masturba rápidamente, gozando en apenas unos segundos. Antes de vestirse le encanta mirarse en el espejo la finas rayas rojizas que el bastón deja en sus glúteos.

 Cuando falleció su marido pensé que ya no vendría más, pero lo ha seguido haciendo durante años, eso sí, me regaló el bastón de caña para que yo lo usara con ella igual que hacía su marido. Como hicimos amistad, me pidió consejo y se ha ido a vivir sus últimos años a Mojácar, a una casa que compró por mi mediación y en donde se mudó con sus dos perros, el gato y la criada portuguesa que la atiende. De vez en cuando hablamos por teléfono y siempre me anima para que me vaya a vivir a Almería.

 A. es una directora de agencia de uno de los bancos más conocidos. Nos caímos bien desde el principio y durante años me ha ayudado mucho con las finanzas (sus consejos para invertir en Bolsa han sido siempre certeros y muy jugosos desde el punto de vista de las ganancias). Se puede decir que es una gallega típica: altura media, pelo castaño claro, rasgos muy marcados con ojos claros y unos labios rojos y gruesos muy bonitos, tetas grandes, culo y muslos gruesos, piernas llamativas. Una mujer simpática y risueña, atractiva y excitante que tenía poco más de treinta años cuando por vez primera vino a mi piso y me soltó nada más entrar: estoy hasta las tetas de tíos machistas, chulos y prepotentes que no ven en mí una persona, sino un coño con piernas. Me gusta que los hombres me escuchen, me valoren y sean cariñosos conmigo. Me gusta follar, mucho, pero sólo si el tío es capaz de hacerme sentir bien como mujer, no como simple objeto sexual. Y yo que voy a decir si me va a pagar por hacer lo que me ordene.

 Antes de follar siempre charlamos durante un buen rato, al principio de manera un tanto artificial y forzada por mi parte, pero con el paso de las semanas (casi siempre ha venido los jueves después de comer) se establece una corriente de simpatía, incluso de amistad cuando abro una cuenta en su banco y empieza a ayudarme a invertir el dinero que me entra con bastante regularidad, y sus visitas son algo parecido a las de una amiga con la que al final termino follando. Y le gusta, sí que le gusta que le eche tres o cuatro polvos casi seguidos, sin sacarla, cada vez que nos vemos. Es de las de coño, se excita y se corre con la polla en el coño, y una vez me reconoció que le gusté desde el primer día porque tras la primera follada le di un beso cariñoso en la boca (cosa que no le había sucedido nunca con ningún tío y menos con putos de alquiler) y porque nunca había sentido su vagina tan llena como conmigo. Seguimos viéndonos muy a menudo para follar (después de muchos intentos conseguí que dejara de pagarme por mis servicios) tanto en su casa como en la mía (no en el piso en donde habitualmente trabajo) e incluso hemos salido juntos de vacaciones con Consuelo.

 Consuelo me ha preguntado muchas veces que es lo que más me han pedido mis clientes, y siempre contesto lo mismo: respeto, trato amable y cariñoso, educación y buenos polvos. La mayoría de mujeres, hayan sido de una sola vez (las menos) o de las que han repetido incluso durante años, lo que piden es correrse a gusto y con ganas, claro, pero también sentirse valoradas como personas, como mujeres. No tiene que ver que se exciten pidiéndome insultos, azotes o posturas humillantes, eso es un simple añadido al hecho de follar, pero no pueden ser tratadas como un trozo de carne, aunque la nuestra sea una simple relación comercial.

 Aunque pueda parecer lo contrario, la verdad es que en todos estos años no ha sido un número especialmente alto de mujeres, y algunos hombres, las que han alquilado mis servicios. He tenido la suerte de que la mayoría han repetido conmigo (una vez por semana o dos al mes ha sido bastante habitual) y se ha hecho realidad eso del boca a boca, por el que las clientes me recomendaban a su amiga más cercana. Cuando me preguntan (lo hacen los hombres, no las mujeres) si he detectado algún tipo de mujer más caliente y si estas tienen alguna característica especial, siempre contesto que no, que calientes son todas y más conmigo porque vienen a lo que vienen y, además, dispuestas a gastarse una buena cantidad de dinero, aunque es verdad que me han parecido las más dispuestas al sexo aquellas que tienen un poco separados los dientes superiores delanteros, las paletas que siempre hemos dicho. No se, quizás es una apreciación falsa, pero eso me ha parecido en varias ocasiones.

 Los primeros tiempos fueron duros y tuve que decir que sí a situaciones que hoy no aceptaría de ninguna manera, como las despedidas de soltera en las casas de familias adineradas. Vaya horterada y que sensación de mercancía sufrí en la media docena de fiestas a las que fui contratado para darle gusto a la novia que se casaba próximamente y a su madre o a la madrina. Mercancía soy, claro está, alquilo mi cuerpo y mi polla en particular a quienes me pagan, pero verme tratado como un simple rollo de carne (de proteínas enrrolladas dice un amigo mío) no me gusta y que me lo demuestren claramente, menos aún.

 Recuerdo una vez en El Viso, en uno de los más exclusivos chalets. Una jauría de diez mujeres de entre veinte y cincuenta años, totalmente desatadas, vestidas de fiesta y bastante cocidas de alcohol, se van excitando cada vez más con tres de mis colegas especializados en hacer striptease. Les dicen todo tipo de burradas, les echan mano al culo y el paquete en cuanto pasan cerca y cada vez se ponen más groseras, agresivas y cachondas. Con la luces apagadas y sólo unas cuantas velas encendidas, los bailarines, ya completamente desnudos, van pasando de mano en mano o se dejan tocar y chupar las pollas por varias mujeres a la vez, que, ya semidesnudas, anuncian a gritos lo que les van a hacer a cada uno de ellos para obtener gusto.

 Yo soy la guinda del pastel, reservado a la novia y a su madre. La organizadora de la fiesta (una proxeneta muy bien relacionada) me lleva desnudo hasta una habitación contigua en donde, expectantes vaso en mano, están dos mujeres, una de veintipocos años y otra como de cincuenta, ambas con aspecto de haberse pasado con las copas. Se parecen físicamente, muy del estilo pijilla-fachosa típica de principios de los ochenta: altas, delgadas, media melena lisa teñida en rubio discreto, falda dos dedos por encima de la rodilla, camisa blanca con raya muy fina, medias color carne, ropa interior de color blanco, … y los ojos abiertos como platos cuando me ven (niña, que tranca tiene este tío, fíjate) y se acercan sin ni siquiera mirarme a la cara (joder, mamá, Pocholo no la tiene así). Sólo han pasado unos segundos y ya están las dos desnudas (me gusta más la madre, es más rotunda) y como locas tocando mis huevos, el culo y la polla, que fiel a su cometido ya está bien dura y tiesa (que maravilla, nunca he visto una así). La madre es la primera en arrodillarse ante mí y metérsela en la boca, dentro, muy dentro, cerrando los ojos y haciendo ruiditos con la saliva al moverse adelante-atrás muy lentamente (ahora yo, mamá; déjame, no seas guarra). Un par de minutos después se levanta y deja el sitio a la joven, que se lanza a por mi polla como si se la fueran a quitar. No sabe chuparla muy bien, la llena de saliva y poco más, pero se la ve muy contenta con toda la boca llena. Mientras, la madre se pone detrás mío, me aprieta el culo y acaricia mis glúteos y la raja deteniéndose en el ano, respirando fuerte y hablándome al oído (¿es verdad que los putos sois todos maricones?; a ti te gusta que te den por el culo, ¿verdad?), apretando cada vez con más ganas y poniéndose muy excitada (métesela, dale gusto y que no se te baje; ni se te ocurra).

 Hago caso, llevo a la hija hacia un amplio sillón en donde se sube de rodillas y se la meto desde atrás de golpe en el empapado coño (sí, sí; cómo me llena el chichi). Tarda pocos minutos en correrse, dando suaves grititos y quedándose amodorrada sentada en el sillón. La madre pone cara de te vas a enterar, me empuja hacia otro sillón para que me siente, pasa una pierna a cada lado de las mías y sujetando mi polla la dirige al caliente y mojado coño, dejándose caer casi de golpe y empezando enseguida una cabalgada tremenda, arriba-abajo, rápido, con prisas. Tarda en correrse y me pide que le coma las tetas (pequeñas, duras, como un limón puesto de punta, con dos chiquitos y oscuros pezones), lo que hago (sí; aprieta, cabrón, aprieta), y de mi cosecha aporto varios azotes en el ancho y duro culo que surten efecto casi inmediato, porque el orgasmo parece de categoría, largo y muy ruidoso (aaah; ¡joder, que bueno!).

 A la madre le debí gustar porque pidió mi número de teléfono y me estuvo visitando una o dos veces al mes durante varios años. Era una mujer caliente, una facha tremenda (apareció en los periódicos implicada junto con su marido en la trama civil del 23F), que de todo quería hacer y probar conmigo. Quizás no fuera muy profesional por mi parte, pero me daba gran satisfacción sexual y psicológica el hecho de ponerla en el suelo a cuatro patas, meterla de un solo empujón en el culo (se queja y me encanta oírlo porque se me pone más dura) y darle unos buenos azotes al mismo tiempo de insultarla. ¿Venganza proletaria?.

 La moda de los tíos con mucho musculito muy marcado es bastante moderna, pero yo empecé hace tiempo a ir al gimnasio (me gusta boxear, de niño mi padre me enseñó algunos rudimentos y se me da bien) un par de mañanas a la semana y allí conocí a P. y M., un matrimonio joven que tras mi confidencia al respecto de mi profesión quisieron alquilar mis servicios durante varios días, durante un largo puente que iban a pasar en una casa de campo de su propiedad (actualmente es una afamada casa rural que aparece en todas las guías porque tiene una fuente de aguas termales de la que se comercializan distintos productos cosméticos) de un pueblo toledano tocando ya la raya de Extremadura, en una zona de caza y monte bajo.

 Hacía un frío tremendo y el viaje por carreteras comarcales se hizo pesado para mí, acostumbrado a moverme por la ciudad. Eso sí, el entorno es bonito y la casa de este matrimonio es una maravilla. Tras un aperitivo contundente de embutidos de caza y quesos de la zona, mis jóvenes clientes tienen ganas de sexo y los tres nos desnudamos en un amplio salón en donde está encendido un crepitante fuego en la chimenea y a cuyo alrededor hay varios sofás y gruesas alfombras apiladas. P. es una mujer de rostro agradable, muy rubia de pelo y piel, más bien alta y un cuerpo deseable de tetas pequeñas muy bonitas, un culo alto y redondo y unas piernas largas y estilizadas. Es de las primeras mujeres que conocí que se depilaban completamente el sexo. También lleva completamente depilado el cuerpo (y esto sí que era raro entonces) su marido, M., un tío alto, muy moreno y con la musculatura propia de quien va mucho al gimnasio. Está bueno. Tiene un buen rabo que al estar depilado parece más grande aún.

 Lo dos hacen grandes elogios de mi polla, tiesa y dura desde que los he visto desnudos, y ambos se arrodillan para tocarla primero y chuparla después, los dos a la vez. Me gusta. P. no se contiene durante mucho tiempo (métemela, estoy muy excitada; cómo me gusta tu polla), sobre las gruesas alfombras se pone a cuatro patas y recibe mi crecido rabo con exclamaciones de excitación (sí, sí; me llena) que suben en intensidad cuando comienzo un metisaca rápido, profundo, de ritmo sostenido (tú también cariño, ahora). M. le mete la polla en la boca e inmediatamente comienza una dura follada sujetando con fuerza la cabeza de su esposa. No dura demasiado y se corre provocando arcadas y la incapacidad de P. de tragar toda la leche que está recibiendo. Mientras tanto yo le estoy dando ya unos pollazos de consideración (estoy muy cerca de correrme) y cuando oigo un gemido largo y continuado que me indica el orgasmo de la mujer (siento como su vagina tiene muchos y fuertes espasmos), saco la polla y eyaculo sobre culo y  espalda, que quedan bien marcados por media docena de densos lechazos.

 Los cuatro días del puente supusieron mucho trabajo para mí porque este matrimonio es insaciable y quieren sexo, los dos, a todas horas. Lo que más les gusta a ambos es recibir mi polla y que luego su pareja ayude a lograr su orgasmo chupando y mamando el coño o el rabo, según proceda. Unos pocos años después dejaron sus trabajos y se vinieron a vivir al campo. Casi me alegré de perderles de vista (y de polla) porque me cansaban mucho sus visitas.

 Conocí a F. en un local de ambiente africano del centro de Madrid a donde iba alguna noche que estaba libre para escuchar alegre música, tomarme un par de copas y comer alguno de los sabrosos platos de picante comida que preparan (me encanta el picante, soy un apasionado consumidor de patatas bravas). Ella no es africana (inglesa de familia caribeña) pero sí una guapa mulata con un llamativo cuerpazo que atrae mucha clientela al local. Está a cargo de la barra del bar, charlamos de vez en cuando y como las casualidades existen, recibí una llamada de una cliente habitual para decirme que le había pasado mi teléfono a una amiga y que me llamaría un día de estos. Vaya sorpresa cuando tras quedar, abro la puerta y es ella. Risas, compartir un café y deseo por su parte de pagar mis servicios sexuales.

 Siempre se identifica a las mulatas con tías buenas de cuerpo curvilíneo y excitante. En este caso es verdad. F. es muy alta, de rostro agradable, con ojazos negros, labios rojos, el pelo muy negro rizado a lo afro, delgada pero llena, con unas tetas altas, picudas, no muy grandes, coronadas por unos oscuros pezones rodeados de un perfecta areola tipo galleta maría. Sus largas y torneadas preciosas piernas se continúan hacia arriba en unos atractivos muslos que protegen el sexo decorado por un rizadísimo y denso negro vello púbico. El culo es un perfecto monumento, de tamaño justo, alto, parece un bonito melocotón sin imperfección alguna.

 La mulata quiere llevar el control desde el primer momento y yo paso a convertirme en un objeto sexual cuya misión es tener la polla dispuesta, bien tiesa y dura para lo que esta mujer exija de mí. Me toca, besa, lame, chupa, aprieta, mordisquea y pellizca suavemente todo el cuerpo, hasta que decide que me tumbe boca-arriba en la cama y se sube encima para, tras meterse lenta y suavemente la polla en el mojadísimo sexo, darme (darse) una follada muy larga, profunda, con un ritmo rápido, sostenido y constante que no está al alcance de muchos. Está en excelente forma física. Su orgasmo es como una explosión llena de gritos, gemidos y fuertes bufidos; me da la impresión de que se corre varias veces seguidas y produce mucha cantidad de líquido vaginal. Yo me masturbo porque ella me lo pide y eyaculo sobre su cuerpo. Nos vimos duurante un par de años. Se fue a vivir a USA.

 Sólo una vez he admitido estar con un hombre, a solas, no en un trío. Se trata de J., un joven abogado que con su mujer ha solicitado mis servicios en varias ocasiones, siempre los dos para ella. Se presenta una mañana él solo pidiendo que le sodomice, que me quiere comer la polla, que se muere de ganas, que no aguanta más y que quiere probar conmigo antes de hablarlo con su mujer. No se la razón que me lleva a decir sí (el tipo es muy guapo y está muy bueno, pero a mí los tíos nunca me han puesto ni poco ni mucho). Se corre como un loco con mi polla bien dentro (he tenido dificultad para meterla porque le da miedo el posible dolor) y después traga mi semen con verdaderas ganas. Las siguientes ocasiones que viene con su esposa (le dejé claro que él solo no podía volver) sí le doy por el culo mientras la mujer (una chica de poca estatura, delgada, fina, sin apenas curvas, pero guapísima de cara) le chupa la polla hasta que eyacula. Se excita como una yegua en celo cuando enculo a su marido. Todavía siguen viniendo y tengo sexo con ambos, montándonos varios numeritos con disfraces y reproduciendo escenas de películas porno.

 El mundo de la prostitución en general se asocia en muchos casos con mafias, violencia, drogas. Desde luego eso existe, aunque yo no he participado de situaciones extrañas y como no me he relacionado con el ambiente y casi siempre he trabajado por libre, no he conocido malos rollos. Algunas y algunos de mis clientes le dan a la cocaína, pero yo jamás he tenido en casa ni se la he proporcionado y tampoco consumo porque es contraproducente con la necesidad de mantener erecciones prolongadas y muchas repeticiones. Puede ayudar en algún momento, pero el uso habitual lleva a la impotencia.

 Durante un tiempo, los dos primeros años, trataba en ocasiones con V., una proxeneta que me llamaba para participar en fiestas y actos en donde querían jóvenes con buena polla y a quien caí en gracia (se estableció entre nosotros una corriente de simpatía) y, según sus palabras, mi cara y mi polla le quitaban el sueño. Me pagaba bien y la única contraprestación era echar un polvo de vez en cuando, lo que en realidad me supuso un master de técnicas sexuales, ganando seguridad y autoconfianza gracias a sus consejos y dilatada experiencia. V. tenía poco más de sesenta años y había sido puta habitual de destacados prohombres del régimen franquista, hasta que por la edad se retiró y pasó a ser la proxeneta con mejores relaciones entre la clase pudiente madrileña.

 Cuando la conocí era una elegantísima mujer, sobrada de quilos pero aún atractiva. Mandaba mucho y se le notaba en el trato, aunque conmigo siempre estuvo correcta, dejando las cosas muy claras, y con una mutua relación de respeto personal y cierto aprecio. Venía a mi piso una vez al mes luciendo bonita y excitante ropa interior que compraba en París y Londres (y con la que intentaba disimular que su cuerpo se estaba ajando), se metía un par de tiritos de coca y se echaba encima de mí como un pulpo, pidiéndome de todo y repitiendo dos y tres veces. Pelo largo (peinado cada vez de una manera distinta) teñido de rubio oscuro con mechas más claras, ojos verdes, boca redondeada con labios gruesos, cuello largo y estilizado, unos hombros redondos muy bonitos de los que enseguida cuelgan dos tetas grandes ya algo caídas (con el sujetador tiene un canalillo maravilloso) con largos pezones color avellana (es uno de sus rasgos principales: tiene la piel de un precioso color tostado natural, no por tomar el sol). Le sobran algunos quilos en el estómago y la redondeada tripa (su ombligo parece un ojo, grande, achinado, muy bonito) esconde más abajo el sexo casi siempre totalmente depilado y unos muslos y piernas verdaderamente increíbles. El culo, aunque se nota un poco de grasa y de piel de naranja, es aún bastante duro, alto y excitante. Esta mujer ha tenido que ser un pibón tremendo, un bellezón de época.

 De vez en cuando V. viene especialmente cachonda (también pasada de rayas de polvo blanco) y entonces me pide que la castigue con dureza antes de follar. Desnuda, se tumba bocabajo sobre mis rodillas y azoto su culo con fuerza, primero con las manos (lentamente, espaciando los golpes para que los sienta uno por uno) y después con una estrecha pala de suave madera que deja una marca rojiza de cada uno de los azotes. Es la primera mujer que me pide pinzas metálicas que aprieten sus pezones y se complace en que le ponga un collar de perro (de cuero tachonado de chinchetas metálicas) en el cuello para que la pasee por el suelo del piso a cuatro patas tirando de una cadena, mientras sigo dándole azotes y llamándole perra. Después, follando, se corre dando unos gritos tremendos.

Dejé de tratar con V. cuando una noche en la que probablemente iba demasiado puesta de coca y alcohol estrelló su automóvil a gran velocidad en la carretera de La Coruña. Salvó la vida de milagro pero quedó con serias limitaciones de movilidad y con su bonito rostro desfigurado. La visité en su casa, lo agradeció, me dio un cariñoso beso y me pidió que no volviera porque no aguantaba que la vieran en el estado físico en que estaba.

 M.J. es una exhibicionista de cuidado. Lo que le gusta y excita es la posibilidad de que la descubran follando en un portal, en su coche, en la terraza, en la calle, en los servicios de un concurrido bar. No puedo decirle no porque me paga una pasta gansa cada vez que quedamos. Recuerdo un polvazo que le eché en la Casa de Campo, iluminados por los faros de su coche y rodeados por al menos una docena de mirones que se la están meneando mientras esta morena ya madura, más bien bajita y con exceso de quilos (un culo y unos muslos grandes y duros impresionantes) está doblada por la cintura, completamente desnuda, las manos apoyadas en el capó y recibiendo mi follada fuerte, dura, rápida, con ganas de acabar por mi parte, lo que sucede unos cinco minutos más tarde. Le salpico la espalda y el culo con mi corrida y me aparto, de manera que varios de los mirones acercan sus pollas a M.J., que se ha sentado en el suelo, y recibe en la cara, en el pelo y en todo su cuerpo los lechazos de los tíos según se van corriendo. Hoy en día se llamaría bukake, pero entonces fue una pasada que le provoca una corrida fabulosa (según me dijo después totalmente emocionada) que está a punto de terminar mal por la llegada de la policía (metiendo mucho ruido para que nos marchemos los que allí estamos) y el tener que salir pitando conduciendo yo su coche y ella aún desnuda y totalmente pringada de semen. Se marchó a vivir al norte de España a donde su marido trasladó la empresa de paquetería urgente de la que vivían y muy de vez en cuando aún viene a verme, ya mucho más tranquila.

  R. y R. son hermanas gemelas. Vienen a Madrid tres o cuatro días al mes para controlar una tienda que han abierto en pleno centro de delicatessen de productos (jamones, embutidos, quesos, vinos y frutas) de la zona en la que viven. Llevan ya varios años viniendo a verme y siempre me hacen trabajar con ganas; eso sí, cada poco tiempo me regalan un jamón cojonudo y unos melocotones maravillosos a los que mi amiga Consuelo se ha hecho adicta. Tienen cincuenta y cinco años, se puede decir que son idénticas, dificilísimas de distinguir, y conmigo quieren hacer lo que no se pueden permitir con sus maridos, tal y como me dicen cuando fijamos los términos económicos del acuerdo (así lo llamaron).

 Delgadas, no muy altas, muy morenas, secas, enjutas, sin apenas pecho, sólo unos pezones gruesos, un culo pequeño muy bonito en forma de pera y, una de ellas, el vello púbico totalmente depilado (única manera de distinguirlas). Si a una le echo tres polvos, a la otra no puedo echarle ni uno menos; se corren el mismo número de veces. Me pidieron penetrar mi culo con un consolador y me lo pensé (preferí hacerlo antes varias veces con Consuelo, no se si para practicar primero o para que me desvirgara una mujer conocida y a la que tengo cariño), pero cuando dije sí, durante muchas visitas mi culo se convirtió en el protagonista de su excitación y en el objeto de deseo, por partida doble, primero una y luego la otra. Se jubilaron junto con sus maridos con sesenta años porque vendieron sus negocios a una empresa del norte de Europa que les pagó muy bien y se fueron a vivir a Canarias.

 Alguna vez me han preguntado si el hecho de tener sexo de manera obligada con mujeres de todo tipo y edad (muchas bastante mayores que yo) no me provocaba malos rollos y en ocasiones una cierta repulsión o rechazo hacia ellas. No, la verdad es que no, quizás porque la mayoría de las mujeres han repetido muchas veces conmigo y me he acostumbrado y hasta tengo una cierta relación de amistad o por lo menos confianza, la que da el verse a menudo desnudos y conocer la intimidad sexual de cada uno. Nunca he tenido sexo con nadie que me haya provocado rechazo o mejor dicho, no he tenido que obligarme de manera especial a follar con ninguna de la mujeres con las que lo he hecho y lo sigo haciendo, ni tampoco con los hombres.

 Esta misma pregunta me la planteó E. hace ya un tiempo. Es una simpática y guapa señora de unos cincuenta años que tiene afectadas las piernas por una grave enfermedad infantil, por lo que tiene un alto grado de minusvalía, se mueve dificultosamente con muletas y, según ella, su aspecto físico provoca rechazo a los hombres, incluso cuando ha pagado por tener sexo. Sólo puedo decir que siempre que ha requerido mis servicios lo he hecho con ganas y sin mayor problema que tener que buscar posturas cómodas para ella en las que pudiéramos hacer aquello que le apetece o gusta, casi siempre penetrar su coño desde atrás, estando cómodamente tumbada bocabajo sobre unos grandes cojines. Sus corridas largas y sentidas se puede decir que han sido motivo extra de satisfacción para mí, en definitiva, igual que con cualquier otra cliente.

 Un buen número de clientes que han solicitado mis servicios a lo largo de los años son mujeres que rondan, por encima y por abajo, los cuarenta años, profesionales liberales de éxito, independientes económicamente, de paso por Madrid y necesitadas de relax tras un estresante día de trabajo en competencia directa con otras mujeres en igual situación y con hombres que suelen ser sus jefes inmediatos. Es normal que queden una vez conmigo y se acabó, la vez siguiente llaman a otro call-boy, casi siempre recomendado por el personal del hotel. Casi nunca he visitado hoteles, no me ha hecho falta, pero durante muchos años iba los martes de la primera y última semana del mes, por la noche después de las diez, a un conocido hotel cercano al Santiago Bernabéu en donde se aloja A., directiva de una gran empresa editorial de Barcelona que me espera completamente desnuda (es una mujer alta y grandona con unas curvas de tamaño impresionante que se tiñe el pelo a menudo, así que ya le he conocido de rubia, de morena, pelirroja, pelo castaño, mechas rojizas, hebras grises, … su vello púbico es castaño oscuro) y según entro en la habitación empieza a insultarme dándome el nombre de aquellos de sus jefes y compañeros con los que está dolida y cabreada (hola cabrón de mierda, a que esperas para desnudarte o es que te da vergüenza enseñar esa polla pequeña y blanda de maricón que tiene el agujero del culo más grande que un neumático). Se excita de esta manera durante varios minutos sin ni siquiera tocarnos, hasta que me hace arrodillar ante ella para que le coma el coño y tener así su primer orgasmo. Tras recuperarse pasa a un rol distinto y soy yo quien le ordena lo que tiene que hacer (vamos zorra, a cuatro patas; te voy a romper el culo), le doy algún que otro sonoro azote en su gran culazo y varios pollazos de castigo en la cara (esto la pone tan loca que da grititos de excitación), hasta que penetro su mojadísimo coño y la follo durante muchos minutos en los que tengo que seguir diciéndole todo tipo de guarradas e insultos (si no la llamo puta varias veces no se corre). Tiene unos orgasmos largos, sonoros, tremendos, acordes con su gran tamaño. Suele dejar mi dinero (con una buena propina) sobre la mesilla de noche para no tener que hablar conmigo ni tan siquiera despedirme. Cuando me voy ya está durmiendo. 

Una noche que volvía cansado del hotel y atajé por una zona mal iluminada por la que nunca nadie del barrio se suele aventurar, una pareja de jóvenes con aspecto de rapados neonazis me empiezan a chistar y gritar (eh, maricón, ven aquí, danos lo que lleves) y me cortan el paso con desafiante actitud (mira, mira, que elegante; si lleva bolso, seguro que es marica o un rojo de mierda). Mi padre se sentiría orgulloso de mí por lo que pasó a continuación: posición defensiva, guardia montada con las piernas bien afianzadas en el suelo y la satisfacción de darle una paliza a dos estúpidos con el cerebro lleno de mierda, gordos de cerveza, fofos y que no saben ni intentar defenderse. Una docena de puñetazos para cada rapado, repartidos entre estómago, hígado, bazo y el rostro los pone patas arriba en la habitación del sueño. No se si mi padre aprobaría la segunda parte: sobre una caída balaustrada de piedra sucia y enmohecida que circunda el pequeño descampado en donde me han atacado apoyo al primero de los nazis bocabajo, bajo sus vaqueros (no lleva calzoncillos) y después de ponerme un condón le doy unos golpecitos en la cara para que despierte lo suficiente para escuchar mi voz (eh, hijo de puta, te voy a dar por culo; tengo SIDA) y sienta entrar mi tiesa y dura polla (me ha puesto muy cachondo el incidente y me gusta que se queje al entrar mi rabo). Siete u ocho pollazos profundos, a fondo y entrando de golpe; después, puñetazo a la altura de la carótida y a dormir. Lo mismo con el segundo imbécil. Allí los dejo, en el suelo con los pantalones bajados, inconscientes y con el contenido de varias bolsas de basura que les he volcado por encima. Un último regalo: una tabla de una caja rota me sirve para darles un fuerte golpetazo en la boca. Los dentistas también tienen derecho a ganarse la vida. Nunca he aguantado a esta maldita gentuza. Al llegar a casa me ducho y me masturbo antes de dormir. 

Todo esto que aquí he escrito empezó porque hace poco tuve mi primer gatillazo. No sólo me ha hecho recordar, sino que me estoy planteando nuevas situaciones. Me queda poco para cumplir los cincuenta años y me parece que me jubilo; ya vale de explotar mi polla, con o sin gatillazos; además, físicamente estoy muy bien, pero ¿cuanto más voy a poder durar en este oficio?. Tengo un buen dinero ahorrado y ya hace más de diez años monté un negocio de bar-restaurante-terraza en una playa del levante almeriense, lo gestiona un familiar y da para vivir holgadamente. Estar la mayor parte del año tostándome la tripa al sol me seduce bastante. Voy a hablar seriamente con Consuelo, a sopesar las posibilidades y a pedirle matrimonio. A ella ya no le permiten llegar más arriba en su carrera profesional en la Universidad, así que no verá con malos ojos jubilarse joven y vivir sin apenas trabajar. Y además, mi polla para ella sola o con quien nos guste.

 

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