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La madura me la pone dura

en Confesiones

La madura me la pone dura

Dice Marta, mi hermana mayor, que me estoy convirtiendo en un puto, en un prostituto que acepta dinero por follar con mujeres maduras, que entiende que las atraiga porque físicamente soy resultón —sin falsa modestia por mi parte, mido un metro ochenta y cinco, setenta y ocho quilos sin gota de grasa, morenazo, aficionado al gimnasio— pero no le gusta nada de nada, según ella ya voy teniendo edad para esposa e hijos.

No sé, no lo veo yo así, me acuesto con algunas amigas —casi todas maduras casadas— que cuando salimos me suelen invitar a unas copas, a cenar, pagan la habitación del hotel si procede o me llevan algún fin de semana por ahí con los gastos pagados. Yo nada les pido ni lo he hecho nunca, todas tienen una buena situación económica, bastante mejor que la mía, lo que hacen es porque ellas quieren e intento no ser tonto, joder, si me apetece follármelas no digo no. Que alguna me da dinero para mis gastos… no les voy a hacer el feo de rechazarlo, es una cuestión de amistad, de cariño, de aprecio, de mutua confianza y a mí me viene muy bien, no voy a mentir.

Me llamo Santiago —Santi o Yago para familiares, amigos y conocidos— tengo treinta y dos años, soltero, funcionario, trabajo en la oficina de turismo de la ciudad en la que vivo y, es cierto, las mujeres maduritas me gustan, me excita mucho follar con ellas. Si tengo que elegir entre una joven de menos de treinta años —salvo que sea un pibón despampanante— y otra de alrededor de cincuenta o más —a no ser que entre dentro de la categoría de material de derribo— normalmente elegiré a la segunda. Como decía aquella película porno de hace años que tanto éxito tuvo en los videoclubs, la madura me la pone dura, y con ellas gozo de manera increíble, creo que no sólo físicamente, sino psicológicamente, no sé la razón, quizás sea complejo de Edipo o que de bebé me criaron con Pelargón, igual me da, y si tiene las tetas grandes, mejor todavía.

Por empezar a contarlo de alguna manera, la primera fue Montse, una compañera de trabajo de cuarenta y ocho años, casada con el dueño de la más afamada farmacia de la ciudad. Es simpática, amable, congeniamos, por lo que es habitual que desayunemos juntos, tomemos el aperitivo con otras personas con las que trabajamos, salgamos por ahí algún fin de semana, al cine, a cenar, bueno, lo normal entre amigos y compañeros de trabajo que se llevan bien e intentan combatir el tedio y el aburrimiento de una ciudad pequeña en exceso conservadora y rutinaria.

Montse no es que sea una belleza, pero tiene un rostro atractivo, con grandes ojos marrones muy oscuros y boca recta de labios anchos. Es elegante en sus gestos y en su manera de vestir —es bastante alta y delgada, se cuida mucho— cambia de vez en cuando de peinado, aunque la mayoría del tiempo lleva el cabello corto, con flequillo y raya corta a un lado, de color castaño o teñido en una gama de distintos tonos desde el rubio oscuro al rojo apagado. Me gusta, tenemos bastante confianza y me parece deseable, está buena.

Por el roce comienza el cariño, en el trabajo y fuera de él. Hace ya un tiempo, tras la cena navideña que siempre organizamos en la oficina, estuvimos bailando y desmadrándonos un poco en un pueblo cercano en el que hay dos grandes discotecas con salas de distintos ambientes a las que se suele ir para no estar siempre pendiente de quién te ve, quién te mira o con quién te encuentras, situaciones demasiado típicas —molestas, agobiantes e incluso peligrosas para la fama personal— de las ciudades pequeñas.

Ya es bastante tarde y quedamos pocos de los que empezamos la cena, desperdigados por el local, la mayoría buscando algo de intimidad. El segundo de los bailes lentos y los varios gintonics que llevo dentro me vuelven algo más atrevido con Montse, quien se aprieta contra mi nabo sin mayores problemas, se abraza apoyando la cara en mi hombro y no se queja cuando discretamente acaricio el comienzo de su culo con mi mano.

Por fin te has decidido, ya era hora

No contesto, pero ahora le toco el culo de manera descarada, le doy algún que otro restregón al bailar y me ocupo varias veces con la punta de la lengua del lóbulo de su oreja derecha, de la mejilla y la comisura de la boca.

Vámonos al coche, todos estos están a su rollo, pero prefiero que no se fijen demasiado en nosotros

Montse tiene un cochazo de lujo de esos que entras y te pierdes en el asiento trasero de lo amplio que es. Apenas nos hemos sentado cuando me mete la lengua hasta la garganta, dándome un muerdo de tornillo, guarro, ensalivado, con batalla de lenguas incluida, repasándome la dentadura y toda la boca. En seguida, sin decir nada, echa mano a mi paquete, me acaricia apretando sobre la polla y de nuevo me besa con deseo ansioso.

¿Te parezco vieja?, hoy debes estar salido y por eso me haces caso 

No digas tontunas, Montse, sabes que me gustas y me pones cachondo. En broma y en serio lo hemos hablado un montón de veces. No me he atrevido a nada porque estás casada

—Pues sí que importa mucho, el problema es por el qué dirán, pero a mí igual me da y mi marido prefiere no saber nada mientras no sea algo escandaloso y se pueda dedicar a hacer su vida de gourmet 

Otro beso guarrindongo y las manos se me van solas hacia las llamativas tetas de Montse, quien casi nunca lleva grandes escotes o botones desabrochados de más, pero las tiene muy evidentes. Tras acariciárselas suavemente por encima del vestido gris de punto que lleva puesto, necesito sentirlas en mis manos.

Sácatelas, me muero de ganas por verlas

—Te van a gustar

Por supuesto que me gustan. Con coquetería por su parte, sacando pecho hacia afuera, se ha desabrochado el vestido por detrás y tras sacar los brazos deja desnudo el torso, con un bonito sujetador negro, de esos de balconcillo que levantan los pechos pero apenas los tapan. Guau, se las saca por encima de las copas y deja ante mi vista sus pechos, grandes, altos, duros, apenas caídos, con pezones redondos y gruesos rodeados por una areola circular grande y oscura. Claro que me gustan, y se lo demuestro.

Llevo un buen rato dedicado a sus tetas, acariciándolas, besándolas y chupándolas, suavemente, tal y como ella me indica, hasta que me apetece algo más y empiezo a darle marchilla a sus pezones, tiesos, duros, estirando, apretando un poquito más de la cuenta con los dedos, los labios, los dientes, dándome un verdadero festín, poniéndome muy cachondo oyendo las exclamaciones, los gemidos y grititos de la mujer.

Sí, cariño, suavecito primero y después como quieras

Sigo ocupando mi boca en las tetas, pero las manos no las tengo quietas y el culo grande, redondo, duro, es muy tentador, así que lo agarro con cierta fuerza tras hacerle unas cuantas caricias. Montse no necesita que le diga nada, levanta la falda del vestido hasta su cintura y tras incorporarse un poco del asiento, se quita rápidamente las bragas negras, transparentes, a juego con el sujetador y las medias, que le llegan muy arriba en los muslos.

Tengo ante mí un bonito espectáculo, mi amiga se ha arrodillado en el asiento quedando medio sentada sobre las piernas, de manera que su culo se hace más evidente todavía. No me puedo contener, acaricio varias veces esas estupendas nalgas, le doy un par de sonoros azotes e inmediatamente acerco mi boca para besar y lamer el culo.

Sigue, sí, chúpalo, mi rey

Los grititos y suaves exclamaciones que da cuando mi lengua recorre la raja de su culo y me detengo un ratito dándole unas cuantas lamidas en el apretado, arrugado y oscuro agujero, me ponen el rabo más duro todavía. Me paro durante el tiempo que tardo en desabrochar y bajar los pantalones junto con el slip de manera que la polla pueda crecer sin trabas, mostrarse en la magnífica erección que tengo, y me siento gratificado al oír hablar a Montse.

Qué polla tienes, cabronazo, cómo me gusta

Debe ser verdad lo que dice porque la coge con sus dos manos, la acaricia suavemente, como si la estuviera mimando, mirándola todo el rato con expresión risueña en el rostro, hasta que besa mi grueso capullo varias veces seguidas, pasa a puntearlo con la lengua, a lamerlo, y como si fuera un arrebato incontenible se la mete en la boca. Se queda quieta bastantes segundos sintiendo la polla crecer dentro, moviéndose levemente, de manera instintiva, y poco a poco, comienza a chuparla, subiendo el ritmo a cada lametón, y poco después me la está comiendo a toda marcha, arriba y abajo, con mucha saliva, deprisa, sin olvidarse de acariciar los huevos, de apretarlos incluso, pasando la mano por la raja del culo de manera distraída, como si fuera a hacer intención de entrar en mi ano, con los ojos cerrados, sólo los abre para mirarme a la cara, abriendo al máximo las aletas de la nariz, respirando con ruido, de manera ansiosa.

Me la quiero follar, así que le cojo de los hombros y tiro hacia arriba para que deje mi polla en paz, tras unos instantes en los que parece quedar despistada sin saber qué hacer, se tira a comerme la boca, a chuparme la lengua, a guarrearme toda la cara con saliva. Me siento derecho en el asiento y hago que se suba a horcajadas sobre mí, poniendo una pierna a cada lado, por fuera de las mías. Se agarra de mis hombros, yo me aseguro de poder llegar a comerle los pezones —lo que hago sin problemas dado que es bastante alta— y sin esperar más restriego mi grueso capullo a lo largo de su mojado coño, arriba y abajo, despacio, varias veces, notando que le gusta, que le hace respirar más fuerte.

Métela, corazón, fóllame  

Me ayuda elevándose un poco de manera que me resulta fácil apuntar y ahí va eso, sin brusquedad, tranquilamente, pero toda la polla dentro, lo más profundamente que puedo llegar en ese empapado coño.

Ah, me llenas, qué bueno

Inmediatamente Montse empieza a cabalgar, arriba y abajo, con buen ritmo, gimiendo en voz muy baja, respirando fuerte, bien agarrada a mí, cerrando los ojos, hablando de manera incontrolada, diciendo frases que no logro entender con el ruido del chocar de sus muslos con los míos, del chapoteo de la polla en la lava caliente que parecen sus oleosos jugos vaginales, del martilleo en mis oídos de la sangre bombeada a toda velocidad. Ya lleva al menos un par de minutos acariciándose la zona del clítoris muy deprisa cuando dice con voz ronca, con urgencia y desesperación:

Santi, los pezones  

Agacho un poco la cabeza para mamarle uno de sus pezones, para darle algún que otro mordisquito, y cuando apenas lo he hecho media docena de veces, Montse se detiene de golpe, se agarra a mi cuello con ambas manos, con fuerza, da un largo grito en voz alta y aprieta el cuerpo hacia abajo. Se corre durante muchos segundos, con altibajos en los gemidos que da, y noto durante todo ese tiempo que su vagina aprieta mi polla, como si la pellizcara docenas de veces con distinta intensidad, con espasmos que sólo terminan cuando ella deja de gemir y yo me corro porque ya no puedo aguantar más. Joder, qué corrida más buena, que orgasmo más cojonudo.

Hemos quedado quietos varios minutos, recuperando la respiración, tranquilizando los latidos del corazón. Montse me descabalga, se sienta a mi lado y me besa suavemente en los labios.

Me gustan los buenos polvos

Otro par de besos y la mujer acerca sus brazos hasta la guantera para sacar un paquete de toallitas enjabonadas. Se limpia el chocho lleno de mi semen, después me da unas cuantas toallas higiénicas y tras asearme un poco, los dos nos ponemos a buscar sus bragas, que aparecen debajo de uno de los asientos. Se las pone al mismo tiempo que yo subo mis pantalones y ambos nos arreglamos la ropa de manera presentable.

Debes tener muchas mujeres con el pollón que gastas

Qué más quisiera yo

—¿Te ha gustado o simplemente ha sido el calentón del momento?

—Montse, me gustas y estás muy buena, ya lo sabes

—¿Cómo para repetir de vez en cuando?

—Cuando tú quieras

—Tengo curiosidad y todos los hombres os medís la polla tarde o temprano, ¿cuánto mide la tuya?

—Veintiuno de largo por cinco de ancho, aunque el capullo llega a seis centímetros

—Qué cabrón, con lo guapo que eres, no me extraña que seas un chulazo

Un beso en la boca, unas caricias en mis mejillas, un cigarrillo rubio compartido… Pasamos a los asientos delanteros y en quince minutos me deja enfrente del portal de mi casa. Otro par de besos y nos despedimos hasta el lunes en el trabajo, no sin antes dar ambos por hecho que nos vamos a acostar en más ocasiones.

Desde esa noche rara es la semana que Montse y yo no quedamos para follar. Solemos ir a un hotel de la antigua carretera que va a la capital de la provincia, un sitio retirado, muy discreto —la verdad es que con cualquier pareja que allí te encuentres estás a salvo porque todos vamos a lo mismo— con buenas habitaciones y, desde la primera vez, es ella quien paga. No fue premeditado por mi parte, pero me viene bien —siempre voy jodido de dinero, me sobra demasiado mes al final del sueldo— y Montse me dio un argumento demoledor:

Soy una mujer adinerada al margen de mi trabajo, para mí no supone ningún esfuerzo y no se trata de comprar tu polla, sino de compartir un rato con un amigo con quien follo, me da placer y estoy a gusto

Por mí, cojonudo.

Pilar es una amiga de Montse funcionaria del Ayuntamiento, bueno, en realidad son primas, pero eso no tiene nada de raro porque por aquí está todo el mundo más o menos emparentado. Poco a poco me he ido enterando —tras correrse a Montse se le suelta la lengua, le gusta hablar y contarme cosas— que ambas primas se van algunos fines de semana a Madrid, contratan un par de boys musculitos y se pasan dos días follando montándose los numeritos que les apetece. No salen ni para comer del apartamento que tiene Montse en las cercanías del estadio Bernabéu. ¿Los maridos?, contentos porque quedan libres para hacer lo que les dé la gana —el marido de una pasa del sexo y se dedica a sus catas de vino y el de la otra tiene mucho interés por un jovencito marroquí— y es sabido que ojos que no ven…

Conozco a Pilar de vista y poco más, alguna cerveza hemos tomado con un grupo de amigos, pero la verdad es que no me sorprende demasiado que una tarde se haga la encontradiza en el centro comercial en donde están los cines, me invite a una copa y entre rápidamente en materia:

Montse me ha contado lo buenos amigos que sois y cómo os lo montáis a menudo, y me gustaría que tú y yo probáramos a darnos gusto. Se lo he dicho a ella y no pone ningún impedimento, al contrario, me ha animado a follar contigo

Nada tengo que objetar, es una mujer de cincuenta y dos años que me gusta, del estilo de su prima —quizás algo menos alta, un poco más gruesa y con curvas más evidentes, igualmente elegante, atractiva, lleva el pelo con media melena teñida de rubio oscuro y los rasgos de su rostro son agradables— a quien le gusta conducir deprisa, así que llegamos enseguida al hotel en donde también voy con Montse y nada más entrar en la habitación me besa con deseo ansioso, valora mi paquete con mano experta y me ayuda a desnudarme cuando aún no se ha quitado la ropa.

No ha mentido mi prima, buen pollón tienes

Se desnuda con premura no exenta de estudiada coquetería, enseñándome la bonita lencería de color rojo que lleva puesta durante los pocos segundos que yo tardo en desabrocharle el sostén y en quitarle las mínimas bragas.

Dos tetas grandes que parecen cántaras de barro, altas, juntas —vaya canalillo apretado y profundo— algo caídas hacia abajo, con dos areolas pequeñas y oscuras que circundan pezones gruesos, también oscuros. Le sobran quilos, es evidente, pero los tiene bastante bien repartidos entre el estómago abombado y las amplias redondeadas caderas, que tienen continuidad en unas nalgas espléndidas, grandes, alargadas, todavía duras, con una raja muy ancha que parte en dos esa llamativa luna llena, y hacia el final se abre como en un triángulo glorioso que deja a la vista el ano y el coño. Piernas largas bonitas, muslos gruesos bien formados que parecen proteger un sexo grande, de anchos labios oscuros, depilados por completo. Su piel es muy morena, del color tostado que se coge bronceándose en los aparatos de rayos UVA. Está buena Pilar, una madura apetecible.

Me gustas, Yago, los tíos que a veces contratamos Montse y yo están muy buenos, los usamos con ganas, pero a ti se te ve más hombre, menos de plástico, más de carne y vello en el cuerpo, te conocemos, además, con esa polla…

Le debe gustar porque lleva un buen rato mamándomela a conciencia, con alegría, con buen hacer por su parte, excitándose, respirando con fuerza, incluso diciendo cosas en voz baja que no logro entender. Y me pone cachondo, claro.

Follando es un volcán que desde el primer momento toma la iniciativa y busca su placer con prisa sin preocuparse de su pareja: empieza a comerme la boca mientras lleva sus manos a la polla, da la vuelta y se dobla por la cintura apoyándose en el respaldo de un sillón para ofrecerme su bonita zona trasera mientras me urge a penetrar su coño.

Empiezo a bombear tras agarrarme a  sus caderas y poco a poco aumento el ritmo, mientras la mujer gime en voz cada vez más alta. En pocos minutos tiene su primer orgasmo, y sin haber recuperado la respiración me pide que no se la saque y siga con el metisaca, algo que también a mí me hace falta. En un par de minutos siento el segundo orgasmo de la mujer, le saco la polla y, según me pide a gritos, me la meneo casi con desesperación para eyacular sobre ella. Le encanta sentir el semen sobre la piel y extenderlo como si de una crema se tratara, en especial sobre su cara. Desde luego le he echado unos cuantos buenos lechazos.

Charlamos compartiendo una copa y un cigarrillo, suavemente ha estado acariciando mi polla y como da señales de vida inteligente, me doy cuenta que el bonito culo de Pilar me está guiñando un ojo, así que le pido que se dé la vuelta, lo que hace apoyándose con ambas manos en la mesita que hay pegada a la pared, con los brazos estirados y doblada por la cintura, dejándome accesible la entrada a ese ano grande, arrugado, apretado, del mismo color tostado oscuro que areolas, pezones y labios vaginales.

Cuando todavía me hacía caso mi marido casi siempre me follaba por el culo, es la parte de mi cuerpo que más le ha excitado

La verdad es que hay que agradecérselo porque es una experiencia cojonuda meterla fácilmente y sin problema alguno en esta maravilla de culo. Me encanta el sexo anal, e intento hacerlo con todas las mujeres con las que follo, aunque me he hecho pocos culos tan buenos y acogedores como el de Pilar, en pocas ocasiones mi polla está tan a gusto entrando y saliendo cómodamente, sintiéndose arropada por todos lados, notando la presión en toda la tranca, llegando profundamente, lo más lejos que puedo, oyendo cómo se excita la hembra, cómo aumenta el ruido de su respiración, cómo habla para sí, parece que se estuviera relatando lo que está pasando.

Una corrida estupenda. Joder, cómo me ha gustado darle por el culo a esta mujer y soltarle mis lechazos lo más dentro posible.

Sigue excitada, en cuanto he recuperado la respiración he intentado mentalizarme para tener otra erección, pero como no paso de tener el rabo un poco morcillón y parece que voy a tardar demasiado,hago que se tumbe en la cama con las piernas bien abiertas y poniendo mis brazos por fuera para poder llegar a las tetas al mismo tiempo, empiezo a darle un buen repaso con la lengua, en todo el chocho primero, arriba, abajo, camino del ano, centrándome después en el abultado clítoris, provocándole en pocos minutos un orgasmo increíblemente estrepitoso. Bueno está lo bueno.

Palmira es vecina de mi hermana. Es la dueña de la tienda de lencería femenina más exitosa de la ciudad, porque sin llegar a exhibirla en los escaparates —igual hasta podría ser motivo de escándalo— pone a disposición de sus clientes la ropa interior más sexy que se pueda encontrar, a la última moda, proveniente de Italia, Brasil, Colombia, Venezuela, países caribeños, de estilo árabe… lo más caliente que las mujeres de por aquí compran y se ponen para excitar a maridos y amantes. Además, a través de Palmi, como todos la llamamos, es posible comprar todo tipo de juguetes eróticos que se recogen días después en la tienda o mandan a casa de manera anónima, discreta, secreta. Es una mujer amable, simpática, cerca de los cincuenta años, separada del marido hace tiempo y viuda desde el año pasado, con un puntito de descaro en su manera de hablar, amiga de las bromas y el doble sentido vacilón. Según salgo un domingo de comer de casa de mi hermana nos encontramos en el portal y me sorprendo ante la propuesta que me hace:

Yago, me gustaría conocer tu opinión sobre la mercancía que acaba de llegarme a la tienda, ¿quieres acompañarme y te lo enseño?

El local de la tienda está en el mismo edificio, así que entramos en ella a través de la puerta que hay junto al cuarto de la caldera de la calefacción, supongo que siento curiosidad y por eso he accedido.

Muchas de mis clientes se desmadran los fines de semana y calientan a sus parejas con ropa interior excitante, así que siempre dispongo de una amplia gama de prendas y artículos que recibo a menudo

Estamos en el interior de la tienda, en el despachito de Palmira, quien de repente se desnuda a toda velocidad y queda ante mí portando un sujetador —por llamarle algo— negro de tiras que simulan cuero, de manera que levanta y sostiene las tetas, pero no tiene copas que las tapen. Lleva unas bragas —algo hay que llamarlas— a juego que apenas tienen la cinturilla y una fina tira que recorre la raja del culo y por delante se divide en dos para no tapar los labios vaginales. Las piernas están enfundadas en unas medias trasparentes que le llegan a medio muslo y también simulan ser de cuero. El conjunto le queda muy bien, es excitante.

—¿Qué te parece, voy a tener éxito contigo?

No respondo, simplemente me fijo con detenimiento en el cuerpo de la mujer que ha conseguido ponérmela bien dura. Más bien alta, es mujer a la que sobran algunos quilos pero no le sientan nada mal, ni siquiera el michelín que tiene a la altura del estómago. Rubia de verdad, aunque ahora lleva el cabello teñido en un color gris ceniza, con media melena lisa que le hace muy bien a su simpático rostro, de ojos azules y boca grande de labios gruesos. Tiene un par de tetas redondeadas, no muy grandes, quizás ya algo caídas, pero muy presentables, con pezones pequeños dentro de una gran difusa areola granulada, de tono rojizo oscuro, en donde se aprecian unos cuantos pelos rubios alrededor de cada pezón. Las caderas son altas, grandes, anchas, albergando un culazo redondo, todavía duro, excitante, que se continúa en muslos anchos soportados por piernas bonitas. El pubis lo lleva completamente rasurado y los gruesos labios vaginales se podría decir que son obscenos, resaltados por el color rojo oscuro similar al de los pezones. Toda la piel de su cuerpo está muy levemente tostada, con el aspecto propio de quien es aficionada a los rayos UVA, lo que está muy extendido por aquí entre las maduras con posibles.

Según la estaba observando la mujer se ha acercado a mí para desnudarme.

Lo sabía, tienes un pollón, me he fijado muchas veces en tu paquete

Hemos estado medio tumbados en el sofá que hay pegado a una de las paredes del despacho, en donde hay media docena de espejos de pared y de cuerpo entero distribuidos de manera tal que se refleja toda la habitación y el sofá en particular, totalmente desnudos ambos. Tras apenas un minuto de besos, caricias, lametones, chupadas y preliminares, Palmira me ha pedido que se la meta, y tras darse la vuelta y arrodillarse en el asiento del sofá con las piernas muy juntas y la cabeza baja, humillada, ha puesto a mi disposición su llamativa parte trasera. Está empapada y los jugos vaginales escurren por los muslos, así que acerco mi crecida polla hasta la entrada del chocho, me agarro con una mano a la cintura de la mujer y sin ningún problema penetro en ese horno caliente y mojado, provocando por parte de la hembra un gemido suave, continuado, que se hace más evidente según empieza a moverse adelante y atrás acompasándose rápidamente a mi movimiento de follada.

Después de unos cuantos minutos mi metisaca es más rápido, con ritmo creciente, al igual que el ruido del entrechocar de mis muslos con los de la excitada mujer y el sonido jadeante de su respiración. No habla, pero sus grititos y quejidos me dan idea de la posible cercanía del orgasmo, aumentando por su parte el ritmo del movimiento, buscando que mi polla le llegue lo más dentro posible, lo que me obliga a agarrarme a sus grandes nalgas con fuerza, como si mis manos fueran garras, empujando con los riñones con ganas, notando aún más excitada a la hembra. Dura poco más, da un grito en voz baja, ronco, muy largo, después se detiene unos instantes y sigue moviéndose de manera descontrolada hasta que se echa hacia delante para dejar fuera de su coño mi rabo vibrante. Se sienta, quizás para impedir que se la vuelva a meter y habla con la alterada respiración todavía muy evidente.

Follo poco, ahora te toca a ti, como tú quieras

Sentada como está me coge la polla con una mano, descapulla y se pone a lamer el rojo glande. No tengo que indicarle nada, tras unas cuantas lamidas se centra en mamar la mayor cantidad posible de polla, ayudándose con la mano que sube y baja teniendo bien agarrada la piel del cuerpo de mi pene. Lo hace bien, pero se me ocurre que quiero hacerme su culo.

Dame el culo, Palmira

No habla, se acerca a un armarito, saca un frasco de lubricante, con gesto pícaro mete uno de sus largos dedos en el culo, impregnado del suave líquido acuoso, después coge mi polla con las dos manos y la acaricia para pringarme de lubricante. Sonríe, se sienta echando cabeza y espalda hacia atrás, contra el respaldo del sofá, levantando las nalgas y las piernas hacia arriba. Le cuesta un poco porque es una mujer grande con todo un culazo, pero consigue dejar a la vista el ano, redondo, de color rojizo. Por un instante estoy a punto de bajarme a comérselo un ratito, pero coloco la punta del capullo en posición y aprieto, con alguna duda, pero no hay problema, entro fácilmente empujando de manera constante. Me gusta, ha tenido que apoyar las piernas en mi pecho y bajar un poco más la espalda hacia el asiento para poder mantener la obligada postura, así que ahora a ambos nos resulta más fácil y puedo darle por el culo con mayor comodidad. Ni rozamiento ni mal rollo, la polla se mueve perfectamente dentro de su culo, adelante y atrás, sin llegar a sacarla en ningún momento, notando como la tengo envuelta en hembra, como se abren y cierran los esfínteres anales y como me queda poco para eyacular.

Guau, qué bueno, ahí va mi leche. Ha sido una corrida cojonuda. Le dejo la polla dentro hasta que ya no me queda ni una gota y se la saco para que pueda recuperar una postura más cómoda sentada en el sofá.

—¿Te ha gustado?

Me resulta curioso que la mayoría de las mujeres con las que follo, si son maduras —y últimamente todas lo son— habitualmente me preguntan si me ha gustado, si ha estado bien el polvo, como si dudaran de ellas mismas, pero si me he corrido y he gozado bien, con ganas, qué más prueba quieren.

Nos tomamos un par de copas de las botellas que Palmi tiene guardadas en el pequeño frigorífico que hay en el despacho, charlamos un rato, nos reímos —es verdaderamente simpática y graciosa, en el mejor de los sentidos— y me plantea, no sé si respaldada por los gintonics y con cierta inseguridad por su parte, lo siguiente:

—Como bien sabes soy viuda, aunque mi marido y yo estuvimos separados sin llegar a divorciarnos desde cuatro años antes de su fallecimiento. No me resulta fácil tener relaciones sexuales, soy muy conocida y mi negocio se basa en parte en la hipocresía de las mujeres que compran prácticamente a escondidas ropa sexy y juguetes sexuales —para ellas y para sus hombres, no te creerías la cantidad de tíos que se vuelven locos de contento si sus mujeres les dan por el culo los fines de semana con una polla de silicona— si se corre la voz de alguna aventura mía o de algún ligue que pueda no gustar a las buenas gentes de esta ciudad… Así que sólo en vacaciones me libero un poco junto con mi amiga Matilde, la de la cafetería de aquí al lado, nos vamos a Francia, Italia, Croacia, Grecia, al norte de África y nos tiramos a quienes nos apetece, nos gusta y, la mayoría de las veces, pagamos. Yago, que te parece si tú y yo nos lo montamos de vez en cuando de manera discreta, me gustas, nos conocemos, de ti me fío y, por supuesto, sin exclusividad ni compromiso alguno por tu parte salvo el silencio, además, podría ayudarte desde el punto de vista económico, que sé que a los funcionarios os pagan muy mal, no te ofendas

¿Qué puedo decir? Nos damos un beso juntando los labios e inmediatamente un segundo más guarrillo que da paso a un tercero verdaderamente guarro, de tornillo, comiéndonos la boca como si el mundo se fuera a acabar. Palmira acaricia mis huevos y la polla con una de sus manos mientras que con la otra se ocupa de mi culo, de apretarlo, pellizcarlo, darle algún sonoro azote, recorriendo mi raja arriba y abajo con uno de sus dedos ensalivados, empujando un poquito en la entrada, introduciendo poco a poco varios centímetros de dedo. Me ha puesto otra vez en erección con bastante facilidad.

¡Qué gusto da ver tu polla tiesa y dura!

Hace que me tumbe boca arriba en el sofá e inmediatamente se sube encima para rápidamente meterse la polla en el chocho, bien mojado y caliente. Gime desde el primer momento, respira fuerte, se excita más y más subiendo y bajando deprisa, sentándose casi de golpe, moviéndose también a derecha e izquierda, con los ojos cerrados, la boca abierta, agarrada al respaldo con una mano, tocándose las tetas con la otra, bajando a acariciarse el clítoris mientras yo le agarro con fuerza las nalgas y apenas colaboro en el movimiento y el ritmo que ella marca en cada momento. Noto que me queda poco para correrme, sujeto con más fuerza aún el culo de la hembra y suelto varios lechazos que acompañan mi orgasmo largo, sentido, gratificante.

Palmi sigue moviéndose durante un rato todavía, hasta que su ronco largo grito, en voz baja, me indica que está gozando. Me descabalga, nos sentamos juntos a recuperar el resuello, seguimos tomando una copa y damos poco después por terminado el domingo. Voy a ver si me entero de los resultados de la jornada futbolera, este año el Madrid va regular.

Ni por un momento lo dudaba, Matilde, la amiga de Palmira, me entra varios días después, una tarde cuando estoy tomando café en su cafetería. Nos conocemos, claro, pero sin tener especial trato o confianza, se sienta en la mesa en la que estoy leyendo el periódico, charlamos del tiempo y de los resultados de fútbol, me dice que estoy invitado, y tras mirar disimuladamente a derecha e izquierda, dice:

Vente conmigo a dar una vuelta en el coche y te cuento lo que quiero fuera de oídos y miradas interesadas

Como digo que sí, que vale, entra a la cocina a decirle al marido que se va a dar una vuelta y yo, discretamente me dirijo hasta el coche de Matilde, aparcado en la calle de atrás. No he llegado hasta el vehículo cuando recibo en mi teléfono un mensaje de Palmi, quien me ha visto desde su tienda:

Sé bueno con mi amiga, por favor, trátala como a mí

Me estoy aficionando a los buenos coches. Matilde tiene un todoterreno que es una maravilla, y sin yo decir nada, me lleva hacia las afueras, entra en una zona arbolada que es el comienzo de la zona de monte y se detiene en un motel que es utilizado por muchos excursionistas y senderistas de fin de semana. Me da unos billetes —bastante más de lo necesario— para que alquile y pague una habitación mientras ella aparca el coche de manera discreta, resguardada de la vista. Ya en la habitación me ha dado un suave beso en los labios, como para darse ánimo, e inmediatamente se pone a hablar.

Sabes lo que necesito, Palmira me ha hablado de ti y quiero lo que a ella le das, no te vas a arrepentir

Se lanza a besarme en la boca al mismo tiempo que agarra mi paquete con ganas. Desde el primer momento jadea en voz muy baja y parece tener prisa porque me desnuda rápidamente besando, lamiendo las partes de mi cuerpo que va descubriendo.

Qué ganas de comerme esa polla tan grande

Se desnuda sin dejar de estar atenta a la polla, a la que da alguna que otra caricia según se quita la ropa. Es una mujer más bien baja, morena de bonita media melena teñida muy negra, guapetona, con unos tremendos ojazos oscuros, boca grande de labios gordezuelos, chupones, y en su cuerpo unas grandes tetas muy llamativas, con un cierto exceso de quilos de cintura para abajo, traducido en un culo grande soportado en dos muslos gruesos, duros, que parecen columnas talladas en mármol. Suele vestir siempre con ropa que evidencia sus curvas, algún que otro escote, vamos, que en conjunto es una mujer deseable, camera, camera, sí señor.

No se quita el sujetador, se las saca por fuera de las copas de manera que quedan tiesas, sujetas sin caerse hacia abajo, separadas y apuntando cada tetaza a uno de los lados. Los pezones son largos y gruesos como nunca los había visto, de por lo menos cuatro centímetros, muy oscuros, al igual que las grandes areolas que los envuelven, ¡vaya espectáculo más excitante!

Juega con mis pezones, son únicos

Es verdad, qué gustazo da mamar esos pezones, apretarlos, mordisquearlos, estirarlos con los dedos y los dientes, al mismo tiempo que la hembra se pone más cachonda por momentos, respira con fuerza y no para de hablar en voz muy baja.

Se lanza a mamar mi polla como si su vida dependiera de ello y enseguida tengo claro que esta hembra morena es la mejor comepollas que he conocido. El uso que hace de su lengua es especial, la ensancha y engorda o la hace fina y larga según dónde esté lamiendo, en el capullo, en el tronco, en los huevos, el perineo o la raja del culo, de manera tal que en todo momento consigue que no sólo mi polla esté pendiente del trato que le está dando, sino el cuerpo entero. ¡Qué buena es mamándola!

 Me ha puesto en un estado de erección tal que a ella misma le da alegría, lo que le provoca varios grititos incontrolados, se sube encima de mí, se ayuda con la mano, y tras meterse la polla se mueve arriba-abajo, a derecha e izquierda, en círculos, con rapidez, como si fuera una coctelera, sujetándose con una mano a mi pecho y con la otra a uno de mis muslos, incrementando el ritmo a cada pocos momentos, provocándome en un par de minutos una corrida cojonuda, con un orgasmo largo, muy sentido por mi parte.

No la saques, por favor

Sigue moviéndose a buen ritmo durante un rato aprovechando que mi rabo todavía está morcillón, y tras quedarse completamente quieta durante unos instantes, su largo orgasmo comienza con un tremendo corto grito de liberación, desgarrado, mientras poco a poco va transformando los tensos rasgos de su rostro en una mueca alegre, calmada, relajada. Me moja aún más, como si estuviera eyaculando, y sus contracciones vaginales se suceden suavemente hasta que me descabalga, le da un beso a mi polla como si le estuviera dando las gracias, se tumba en la cama y quedamos ambos tranquilos recuperando el resuello.

Igual piensas que soy una puta, pero estoy cachonda desde que Palmira me contó lo vuestro y el tamaño de tu polla. Yo soy muy caliente y en casa ya hace mucho que no me dan lo que me gusta y necesito, así que he pensado que podemos llegar a un acuerdo ventajoso para ambos, que nos dé placer a menudo y tú, además, obtengas otro tipo de compensaciones. ¿Te hace?

Sí me hace, sí, para qué negarlo.

La directora de la oficina de turismo en la que trabajo es Carmela, joven licenciada que apenas lleva un año en este destino. No llega a los treinta años y, casualidades de la vida laboral, es hija de Matilde. Físicamente se parecen mucho, ambas son tractivas, muy morenas, la hija es más alta, menos gruesa, más conservadora en la manera de vestir y un cierto porte altivo. Nos llevamos bien, es una mujer capaz, diligente, educada en el trato, aunque de actitud distante respecto del resto de los compañeros de trabajo, desde luego no da nunca pie a confianzas personales, por lo que me extraña un poco que hoy martes, a primera hora, me llame a su despacho y me pida quedar por la tarde para hablar de su madre. ¡Tierra, trágame!, el sábado estuve follando con Matilde en una casa que tiene en un pueblo cercano y se ha debido enterar la hija. A ver por dónde sale, miedo me da.

Son las siete de la tarde y estoy sentado con Carmela en una mesa situada al fondo de un local de copas de las afueras, en donde es difícil que coincidamos con algún conocido o compañero de trabajo.

No soy quien para meterme en tu vida, Santiago, pero dado que mi madre está por medio he querido hablar contigo de esta situación. Ayer lunes comí con ella, tenemos total confianza y me lo ha contado todo, dándome detalles, así que lo primero que se me ocurre es que me da envidia. No tengo novio ni pareja ni ganas de tenerlo, pero me gusta el sexo y seguro que tú y yo podemos llegar a un acuerdo como lo tienes con mi madre

La leche, yo me había acojonado y al final es lo de todas, otra zorra salida que quiere polla, pues la va a tener, quiero saber cómo es follando.

Me lleva en su coche hasta la casa en donde estuve con su madre el sábado. Apenas hemos hablado los veinte minutos que hemos tardado, pero en varias ocasiones se le va la mano para tocar mi paquete, acariciando, apretando, valorándolo, consiguiendo que yo tenga la polla dura y ella respire con fuerza, como una sibilante cafetera italiana.

Alguien ha estado ordenando la casa y haciendo la gran cama de matrimonio —la deshicimos y sudamos a conciencia su madre y yo— hacia donde nos dirigimos tras besarnos nada más entrar y cerrar la puerta. Carmela se quita la camisa y la falda con muchas prisas, casi se arranca el sujetador para desnudar unas tetas redondas, altas, llenas, duras, con pezones muy oscuros, anchos, largos. No son las grandes tetas de su madre ni sus pezones espectaculares, pero también merecen la pena. Se quita la braguita blanca que lleva y deja al descubierto una densa mata de vello púbico, muy rizada y morena que parece la selva del Amazonas. Detrás, los anchos y abultados labios sexuales parecen estar hinchados y ya muy mojados. Su excitante culo redondo, alto, prieto, con una oscura raja que no deja ver el ano, se sujeta en muslos algo gruesos, fuertes, musculados, soportados por bonitas piernas bien torneadas. Me ha estado mirando mientras me desnudaba con expresión propia de un niño que se va a comer su postre preferido, ojos brillantes y respiración agitada.

Estoy salida, Santi, me hace falta

El primer polvo ha sido de los rapiditos, se ha tumbado en la cama y sin mayor preámbulo que comerle las tetas durante ratito y tocarle el mojado coño, le meto la polla en su chocho suave y caliente, que parece ser ajustado, estrecho. Lo agradece gimiendo y dando muestras de estar muy excitada. Se mueve de manera acompasada con mi metisaca, sus gemidos van subiendo de tono según se va mostrando más y más cachonda, de manera que tras un rato el escándalo que mete resulta llamativo.

Me voy a correr en cualquier momento, aunque es la hembra quien primero lo hace, cesando en sus escandalosos grititos, quedándose completamente callada y soltando un río de líquidos vaginales, rasgo que comparten madre e hija, producen gran cantidad de oleosos líquidos vaginales, y cuando se corren, parece que estén eyaculando o quizás orinando, ambas procuran no follar en su coche porque ponen perdidos los asientos. Todavía durante bastantes segundos sigo sintiendo sus contracciones y espasmos vaginales, así como leves golpecitos contra mi pelvis, de manera que no dejo que se separe de mí, sigo con mi tiesa polla dentro de ella hasta que me corro como si fuera una central lechera, sin hacer intención de sacarla, así que todo mi semen va para dentro del coño. No se queja.

Dentro de un poco, cuando me recupere, quiero comprobar si la hija es tan buena comepollas como la madre. Difícil va a ser que la iguale, pero hay que probar, quiero que me ponga tiesa la polla para hacerme su culo.

Le falta práctica mamando rabo, pero pone interés y ganas, así que como no se corta un pelo y juega con su lengua en mi culo, de nuevo presento una erección de las de fotografiar delante del espejo para enseñársela a los nietos cuando ya esté impotente y gagá.

Duda unos instantes cuando le pido el culo, pero se dirige a su bolso y saca un pequeño frasco de lubricante de silicona que me da. A mí me gusta darle por el culo a las hembras cuando están a cuatro patas, enseñando todo, humillando la cabeza ante mi polla y lo que yo que me apetezca hacerle, dejándome a mí la elección de en dónde penetrar, así que meto mi dedo índice en su ano con una buena cantidad de lubricante, también impregno mi grueso glande y el cuerpo del pene e inmediatamente lo coloco para empezar a presionar en la entrada del ano. Me cuesta varios intentos, pero ayudándome con una mano y bien sujeto a la cintura de Carmela con la otra, no dejo de empujar hasta que logro meter el capullo.

La mujer da un grito como de miedo más que de dolor, y antes que pueda quejarse o decir que no quiere, sigo empujando para entrar más profundamente. Se pone tensa, con la espalda muy recta, los músculos poco relajados y los esfínteres apretados, haciendo fuerza de manera instintiva, impidiendo una entrada tranquila, por lo que le doy un fuerte sonoro azote en cada una de sus nalgas, lo que le pilla de sorpresa, y a mí me permite meter casi entera la polla de un buen empujón. Bueno, bueno, este culo es estrechito de verdad, está muy poco transitado —Carmela me reconocerá después que a veces se mete los dedos y un pequeño dildo cuando se masturba, pero nunca se había atrevido con una polla de verdad— y me encanta la reacción de la hembra, colaborando en mi movimiento adelante-atrás, sin quejarse, haciendo caso sólo a su excitación cada vez más evidente.

Según le estoy dando por el culo me vienen a la cabeza algunas situaciones vividas con esta mujer, quien no deja de ser una pija joven poco experimentada, que como jefa no es especialmente mala, pero que como compañera de trabajo deja mucho que desear, con ese porte altivo que en ocasiones no es más que una manera de mirar a los demás por encima del hombro. Así que me muevo un poco más rápido, empujo algo más, me agarro con más fuerza a su cintura, incluso pellizcando el comienzo de las nalgas, le suelto algún que otro azote en el culo, lo que provoca que la hembra monte un escándalo curioso en su creciente excitación, y en pocos minutos eyaculo bien dentro, echando el semen lo más profundo que puedo. Buena corrida, sí señor.

Saco la polla de su apretado escondite, me tumbo a descansar y  observo el pajote que se hace Carmela acariciando a gran velocidad, apretando con ganas, la zona de su clítoris. Tarda poco en gozar, soltando de nuevo un río de líquidos sexuales o lo que sean.

En el camino de vuelta a la ciudad se queja que le duele el culo, le escuece un poco, de manera que en cuanto llegue a su casa se va a dar crema hidratante, suavizante, calmante, mientras telefonea y habla con Matilde, está deseando contarle a su madre cómo ha transcurrido la tarde.

Desde que follé la primera vez con mi amiga Montse han pasado más de tres años. Durante ese tiempo he seguido acostándome con media docena de mujeres maduras —se me ha insinuado alguna otra, pero me he hecho el tonto— excepto la joven Carmela, y mi vida sexual me parece cojonuda, satisfactoria, plena, gratificante. Sí, es verdad que también tengo algunos alicientes económicos que merecen la pena —de hecho he ascendido en el trabajo bien recomendado por mi jefa, he cambiado de piso a uno más grande y moderno, mi cuenta corriente ya no está famélica como antes, visto mejor, viajo cuando quiero, mis sobrinos me consideran el mejor de los tíos por los regalos que les hago, mi hermana me sigue poniendo mala cara, aunque está más contenta— pero probablemente sea lo de menos, lo cierto es que sigo pensando que la madura me la pone dura, y me va muy bien, no creo que deba cambiar.

        

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