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Las tormentas

en Confesiones

Las tormentas

Hay a quien le gustan las tormentas, sí, esas que traen lluvia, viento, relámpagos, rayos, truenos, granizo y otros fenómenos meteorológicos que a muchas personas resultan molestos e incluso causan nerviosismo y miedo. Precisamente por eso últimamente me gustan a mí las tormentas, porque hay mujeres a las que el nerviosismo y la desazón que les provoca sólo se les pasa follando, como le ocurre a mi novia Berta, con la que echo unos polvos cojonudos desde que hace poco tiempo descubrí el miedo que le dan las tormentas y la mejor manera de calmárselo.

Me llamo Ángel, tengo treintaicinco años, soy químico, aprobé la oposición de catedrático de instituto y estoy destinado en una importante localidad del pirineo aragonés. No llevo mala vida, no me puedo quejar, aunque en ocasiones echo en falta la gran ciudad en la que nací y viví veintiséis años —debemos ser menos de quince mil habitantes— pero me gusta la naturaleza, las gozo como un enano, paseando, andando, corriendo por el monte —disputo algunas carreras que se hacen por la zona y hasta he ganado un par de ellas— y de eso por aquí hay como para aburrir.

Desde un punto de vista geográfico esta es una zona ideal para que en determinadas épocas del año, los vientos calientes que suelen llegar desde el Mediterráneo y los fríos que proceden de Francia y el mar Cantábrico se encuentren, producen los fenómenos físicos que provocan nubes cargadas de agua y fuertes vientos que terminan dando lugar a una actividad meteorológica más o menos violenta que habitualmente llamamos tormenta. Primavera, verano y comienzos del otoño son las épocas en las que suceden un montón de tormentas.

A comienzos de la primavera, en una de las salidas al monte que organizamos un grupo de amigos, nos sorprendió, casi en cuestión de minutos, una gran tormenta mientras íbamos andando subiendo por un camino forestal muy empinado, lejos de cualquier refugio, así que el salvaje aguacero que comenzó a caer en mitad de los ruidos de los truenos y el formidable aparato eléctrico nos obligaron a desperdigarnos a las diez personas que íbamos juntos, tratando de protegernos en cualquier pequeña cueva o denso follaje que pudiéramos encontrar. Berta, su hermana Maribel y yo tuvimos la suerte de toparnos con los restos de lo que debió ser una pequeña cabaña de pastores o quizás un antiguo refugio de excursionistas. Entre las ruinas de tres paredes, la parte de techumbre que se mantenía sujeta y tres capas de agua anudadas, conseguimos ponernos a salvo del agua y el viento, manteniéndonos suficientemente secos y calientes a pesar de no poder sentarnos en el mojado suelo y tener que contentarnos con apoyarnos en las paredes.

Berta está muy nerviosa, apretada contra mí rechaza el cigarrillo que le ofrece su hermana, da grititos de puro nerviosismo, incluso de miedo, cuando suenan los truenos —la tormenta está casi encima de nosotros— y restalla el agua contra nuestro débil habitáculo bamboleada por el fuerte viento. Los ojos muy abiertos, la boca buscando aire, el pecho subiendo y bajando por la agitada respiración, algún que otro movimiento incontrolado, sólo se me ocurre abrazar su cuerpo, apenas decirle algunas palabras que quiero sean tranquilizadoras, y darle un beso en la sien, primero, después en la mejilla, hasta que tras un trueno terriblemente fuerte, es ella la que busca mi boca con desesperación y me da un muerdo tremendo, con la lengua hasta las amígdalas, apretándose contra mi cuerpo como si me quisiera traspasar, e inmediatamente, pasando a tocar mi paquete con su mano, acariciando con fuerza, con urgencia, como si estuviera en pleno ataque de nervios o algo parecido.

No llevamos demasiada ropa, así que rápidamente estamos desnudos —al principio ni cuenta me doy que no estamos solos— se pone en cuclillas y lame mi polla media docena de veces, para continuar chupando y mamando el capullo con cierta desesperación, deprisa, con mucha saliva, ayudándose de la mano derecha y apretando los huevos con la mano izquierda. Joder, qué excitante, con lo poco que le gusta habitualmente chuparme la polla y lo mucho que a mí me excita.

Se levanta, besa de nuevo mi boca guarramente, se acerca a mí de manera que bajo la cabeza para comerle las tetas, y en lo más profundo de la tormenta, con la lluvia arreciando, el viento desatado, los truenos presagiando el fin del mundo, coge mi tiesa y dura polla, la dirige a su coño y se la meto con total facilidad, da un fuerte suspiro, se detiene apenas unos instantes para sujetarse a mí con los dos brazos y me habla al oído con voz ronca, fuerte, con lo que me parece desesperación:

Fóllame, vamos, lo necesito

Eso hago, con mis dos manos sujetándole del culo, apretando y empujando hacia mí, en un rápido movimiento adelante-atrás, sin llegar a sacarla en ningún momento, cada vez con menos recorrido, intentando llegar lo más profundamente posible, lamiendo con mi lengua el cuello, la oreja, la nuca, buscando su boca y tratando de comerme los pezones, aunque me resulta difícil por la postura.

Su hermana Maribel nos observa a menos de tres metros, recostada en la pared, atenta, sin perder detalle, con los ojos muy abiertos, se ha desabrochado la ropa y toca sus tetas, que ha sacado fuera del sujetador, de manera un poco distraída pero sin pausa. Nos cruzamos una mirada, sonríe, evidentemente está excitada, no puedo dejar de lanzarle un beso haciendo un gesto con la boca, me lo devuelve como si lo lanzara con la mano hacia mí, se baja las calzas deportivas que lleva hasta las rodillas, también lo hace con las mínimas bragas e inmediatamente se acaricia el sexo con la mano izquierda —es zurda— al menos con tres dedos, centrándose en la zona del clítoris, deprisa, buscando el orgasmo. No sabía que llevaba completamente rasurado el pubis —su hermana, mi novia, suele arreglarse el vello púbico pero nunca lo rapa del todo— me gusta, es excitante, se lo pienso pedir a Berta.

La tormenta no cesa, pero se va alejando con rapidez, dejando todavía viento fuerte, lluvia y el retumbar, algo más lejano, de los truenos.

Berta gime y da cortos grititos continuos, no demasiado altos, como si se estuviera quejando, como suele hacer siempre que le queda poco para correrse. Le estoy pegando ya una follada cojonuda, sin apenas sacar el rabo, al estilo conejo, con un ritmo duro, fuerte, rápido, bien agarrado a su culo, acompañado de su movimiento acompasado con el mío, provocando el sonido grave de nuestros muslos al golpearse mutuamente y, a pesar del mucho ruido ambiental, un chop-chop típico de cuando la hembra se moja abundantemente, y en eso Berta debe tener el récord mundial, nunca he estado con una mujer que tenga tantos jugos sexuales, densos, oleosos, perfumados. Habitualmente me gusta mucho comerle el coño porque es un gustazo, aunque me deje la cara que parece un charco de aceites olorosos.

Un largo grito con voz ronca, no muy alto, acompañado de quejidos que duran durante todo el tiempo que se está corriendo, me informan de su corrida, al mismo tiempo que siento en la polla los pellizquitos provocados por los espasmos vaginales incontrolados, unos más fuertes que otros, durante todo el tiempo que dura su orgasmo. La veces en las que Berta se corre sólo vaginalmente —son las menos— sin que ella o yo acariciemos su clítoris, sus corridas son largas, fuertes, muy sentidas, provocándole después cansancio muscular y necesidad de reposar, por lo que se separa de mí, se acerca a la pared situada a mi espalda, se sube torpemente las bragas y los pantalones, acomoda las tetas intentando taparlas y se recuesta con los ojos cerrados, sin mirarme, como si yo no estuviera, recuperando lentamente la alterada respiración.

No me queda más remedio que terminarme con la mano, tengo un calentón de la hostia, así que mi mano derecha empieza el consabido zumba-zumba, un buenmovimiento arriba-abajo, cubriendo y descubriendo el capullo a buen ritmo, con la boca muy abierta buscando aire y los ojos con la mirada perdida, hasta que me fijo en Maribel, quien sigue masturbándose el clítoris y tocándose las tetas, mirándome a la polla fijamente, haciendo un gesto con lengua y boca, como si me la estuviera mamando, buscando complicidad en mis ojos, así que con la mano izquierda hago un ademán como si le estuviera acariciando las tetas, lo suficiente como para que oiga que gime, en voz no muy alta, rápidamente acallada con su mano derecha entre los dientes, los ojos cerrados y el fin del movimiento de la mano izquierda en su clítoris. Para mí es la señal de llegada a la meta, eyaculo como una fuente de leche, cinco, seis densos escupitinajos de semen que intento apuntar hacia Maribel, aunque ella no se ha movido y no puedo llegar hasta allí. Se ha dado cuenta, porque adelanta un par de pasos, extiende la mano y toca suavemente mí polla, que comienza a desinflarse, quizás se manche con algunas gotas de semen porque se lleva los dedos a la boca, los chupa mirándome fijamente a los ojos y yo le mando un beso. Me ha gustado mucho.

—¿Ya os habéis corrido? tenemos que buscar a los otros. Qué locura, cómo me he puesto, qué salida estaba. Perdónanos, Maribel, supongo que ha sido la tormenta, no me había pasado nunca, así, de esta manera, gracias a los dos

Berta nos abraza y besa suavemente. Los tres nos arreglamos la ropa, nada hablamos y a lo lejos oímos que gritan nuestros nombres. La tormenta ya es historia, se ha alejado y ni llueve ni hay ruido alguno. Recuperamos las capas de agua, Maribel sale antes que nosotros, nos da tiempo a Berta y a mí a sonreírnos y besarnos en los labios, vemos que como a una treintena metros hacia arriba el grupo de amigos se está reuniendo de nuevo comentando sobre la tormenta.

No hemos hablado de lo sucedido el otro día, pero a Berta se la ve contenta y como deseosa de estar junto a mí, y Maribel lleva unos días también más cercana a su hermana y a mí mismo. No sé, es una sensación, pero nos vemos todos los días, tomamos copas juntos, participamos más en la vida social que ambos tenemos por separado, acompañándonos Maribel en ocasiones, aunque está a menudo muy liada con su trabajo de veterinaria.

Acabo de terminar las clases por hoy, son casi las cinco de la tarde y según salgo por la puerta del Instituto veo que se aproxima una tormenta. Rápidamente telefoneo a Berta, quien está recogiendo para salir de su trabajo en el Ayuntamiento, le digo que pase a buscarme con el coche —yo siempre voy andando— y nos vayamos a mi casa para ver la tormenta que está llegando ya sobre la ciudad.

No he descrito a mi novia, la verdad es que merece la pena. Bastante alta, más bien fuerte aunque delgada sin exagerar, rubia de tono dorado, lleva el pelo largo hasta media espalda en una melena aleonada que suele recoger en una cola de caballo y en ocasiones corta a capas. Bonitos ojos grandes gris-azulados, con cejas y pestañas más oscuras que su cabello, nariz recta de fosas anchas, pómulos redondeados bastante marcados, boca más bien pequeña de labios gruesos y el óvalo de la cara más bien redondeado. A mí me parece muy guapa, y no soy el único que así opina.

Hombros fuertes, redondos, que por detrás dan paso a una bonita espalda levemente musculada, sinuosa, destacando las anchas altas caderas que se continúan en unas nalgas prietas, duras, muy redondas, separadas por una estrechísima raja que al abrirse deja ver su color marrón suave, al igual que el apretado, arrugado ano.

Por delante son muy llamativas las tetas, grandes, redondas, lo suficientemente juntas y altas como para tener un bonito canalillo, con areolas marrones suaves de las que llaman galletas maría rodeando pezones largos y anchos, de más de dos centímetros —se los he medido— en erección, del mismo color que las areolas. Me encantan, me excito como un garañón con sus tetas, los pezones son un maravilloso manjar que me gusta degustar a menudo.    

De cintura alta, no le sobran quilos pero su estómago es levemente abombado, con un bonito ombligo redondo, dando paso al liso vientre y al pubis, siempre adornado por el vello rubio, rizado, bastante denso, que nunca se rasura del todo, aunque sí lo arregla de distintas maneras según le apetece. Muslos fuertes, piernas esbeltas torneadas, completan el cuerpo de una mujer deseable, excitante, que está muy buena. He tenido suerte.

En el coche nos hemos saludado con un leve beso y ya me parece descubrir pistas del nerviosismo sexual de Berta, teniendo en cuenta que la tormenta ya ha llegado, llueve con ganas y en el cielo plomizo se dibuja todo el aparato eléctrico, acompañado del correspondiente fuerte ruido. Apenas tardamos tres minutos en dejar el coche en la cochera de casa, casi de cualquier manera, y a toda velocidad subimos al salón del primer piso, en cuyo gran ventanal se observa la tormenta en su total esplendor sobre el valle en el que está ubicada la ciudad, al estar descorridos los visillos.

Berta está con los brillantes ojos fijos en la tormenta, respira fuerte, de manera agitada, quitándose la ropa casi sin prestar atención, hasta que se vuelve hacia mí completamente desnuda, me abraza, besa mi boca con gran pasión y dice con ronca voz susurrante:

Métela ya, dame gusto

Está muy mojada, lo que da idea de su gran excitación. Como no quiere perder la vista sobre la tormenta, se pone a cuatro patas sobre el asiento del sofá, mirando por el ventanal, así que acerco la polla tiesa y dura a la entrada del coño, empujo y entro con total facilidad, provocando un leve quejido de la hembra, empezando inmediatamente a follármela al ritmo continuado, fuerte y profundo que tanto le gusta. Mueve adelante y atrás su cuerpo a la misma velocidad que penetro y vuelvo atrás con la polla, sin sacarla, cada vez más deprisa, fuertemente agarrado a las caderas de Berta, notando como aumenta el nivel de sus gemidos y la cantidad de jugos vaginales que va soltando.

El largo ronco grito que da casi en voz baja es la señal que desencadena su orgasmo, acompañado de quejidos y grititos cortos, suaves, durante todo el tiempo que se está corriendo. Siento en toda la polla los espasmos vaginales que tiene durante todo el tiempo que dura su orgasmo y, por supuesto, la gran cantidad de oleoso líquido sexual que suelta. Queda fuera de juego con la respiración convulsa.

Sácala, espera, no te toques

Se sienta en el sofá —debería haberme acordado de poner unas toallas— tarda cosa de un minuto en recuperarse lo suficiente como para ocuparse de mí, que sigo en pie. Se acerca, se arrodilla en el suelo junto al sofá, coge con la mano mi tensa polla y comienza a menearla suavemente pero con suficiente vigor y fuerza como para que sea una buena paja. En un par de minutos me tiene cerca de alcanzar el objetivo, se detiene y ante mi sorpresa se mete la polla en la boca, lame el capullo varias veces e inmediatamente me come la polla a buen ritmo, con mucha saliva, centrándose en el glande, usando sus labios, la lengua, marcando levemente los dientes. Cómo me gusta, qué sensación más extraordinaria, con qué ganas eyaculo varios buenos chorrillos, soltando el semen dentro de la boca y observando alucinado que Berta no lo escupe, me lo enseña recogido en su lengua y mientras me mira a los ojos, lo traga todo, y después pasa la lengua varias veces suavemente para limpiarme el capullo. Es la primera vez que me ha hecho este numerito guarro desde que nos conocemos. ¡De puta madre!

Dejaste impresionada a Maribel el otro día. Nunca había visto una polla tan grande como la tuya. Me reconoció que se ha hecho varias pajas pensando en tu rabo y yo le reconocí que me gustó que nos estuviera mirando mientras follábamos. No creas, nos hemos reído bastante haciendo chistes con eso e imaginando situaciones

Me he hecho el tonto, pero al final, sin llegar a decirlo de manera explícita, los dos sabemos que a ambos nos gustaría echar un polvo con Maribel presente, mirando lo que hacemos. Me callo para mí que no me importaría follármela, ni mucho menos.

Como jefe de estudios son distintos los problemas que a menudo pasan por mi despacho. A dos de los alumnos les han intervenido en clase el teléfono móvil porque se estaban pasando vídeos de contenido sexual explícito. Los teléfonos quedan en mí poder hasta que los padres pasen a recogerlos, se ha sancionado a los alumnos y, en un momento de aburrimiento, me pongo a mirar los vídeos en cuestión. Chorradas descargadas de internet, quizás de interés para jovencitos con las hormonas desmadradas, pero el último de los vídeos, ¡joder!, se trata de Beatriz, la profesora de Educación física, está en su despacho del gimnasio, desnuda, medio desplomada sobre la mesa, tocándose, haciéndose una paja y, lo que despierta todavía más mi curiosidad, está claro que en ese momento hay tormenta, se ve y se oye a través de la ventana.

Bea es una mujer de veintiocho años llegada este curso al Instituto. Simpática, agradable, quizás un poco rígida con los alumnos, todavía se está adaptando a la ciudad y al desempeño de su trabajo, se puede decir que es una novata. No puedo apartarme de una idea que me ronda por la cabeza y no puedo dejar de pensar —me he mandado el vídeo a mi móvil y después lo he borrado de los de los alumnos una vez me han asegurado, a cambio de ser benevolente en la sanción, que nadie más lo tiene— en la tormenta que se ve durante el minuto y medio de duración de la grabación. Bueno, y en el excitante cuerpo de atleta de la profesora.

Las casualidades existen, hecho científicamente comprobado, y durante este fin de semana, en la capital de la provincia se desarrollan unas jornadas para el profesorado de enseñanzas medias a las que vamos comisionados —y obligados— el director, el jefe de estudios y el profesor de menos antigüedad en el centro, Beatriz. En contra de las habituales previsiones pesimistas, las reuniones son interesantes, entretenidas, con contenidos útiles en el devenir cotidiano de un centro de enseñanza, así que al término de la jornada de trabajo se forman varios grupos de asistentes dispuestos a pasar un buen rato en la cena, en una ciudad en la que casi hay más bares que habitantes.

No hace frío, tras cenar estamos una docena de conocidos charlando en una tranquila céntrica terraza tomando una copa. Nos sorprende el no muy lejano ruido de truenos y el fulgurante resplandor eléctrico de varios relámpagos, así que rápidamente unos se van al interior del local y yo me ofrezco a acompañar a Beatriz al hotel. Es evidente que está muy nerviosa, no sé si asustada, pero según va llegando la tormenta parece estar más descontrolada. Reconozco que he sido un poco cabronazo porque para ir al hotel no he cogido el camino más directo, sino que estoy dando una vuelta a la espera que la tormenta nos alcance, lo que ya está sucediendo. El aguacero es fuerte, no tenemos paraguas, así que nos refugiamos durante unos momentos en un portal.

Un trueno especialmente estruendoso asusta a Bea, quien se deja abrazar por mí, queda unos instantes refugiada entre mis brazos y un nuevo estampido une nuestras bocas en un apasionado beso. Nada decimos, nos cogemos de la mano y corremos bajo la lluvia hasta el ya cercano hotel, subimos en el ascensor a su habitación —yo comparto la mía con un compañero— y en cuestión de segundos estamos los dos completamente desnudos intentando secarnos el cabello con una toalla.

Beatriz no es muy alta, pero tiene el cuerpazo atlético de una deportista. Lleva corto el oscuro pelo castaño, peinado sin raya ni flequillo, casi rapado en los laterales, por encima de las pequeñas orejas. Resulta guapa con sus grandes ojazos oscuros que pasan desapercibidos porque suele usar gafas, nariz de pequeño tamaño al igual que la acorazonada boca de anchos labios y un cutis perfecto, como toda su piel, morena de rayos UVA. Es una mujer curvilínea que tiene de todo muy bien puesto, con tetas fuertes, duras, musculadas, que caen hacia los lados, sin demasiado volumen, con oscuros pezones alargados, casi sin areola. Ni gota de grasa en el cuerpo, marcados todos los músculos, hasta muchos que ni siquiera sé que existan, con caderas más bien anchas que cobijan un culo redondo espectacular, algo masculino quizás, pero alto y duro como una perfecta tersa manzana. Depilada por completo —seguramente hecho con láser— su sexo de gruesos labios oscuros parece estar pidiendo guerra, brillante, mojado, obsceno en su total desnudez. Muslos y piernas propios de deportista, finos, fuertes, esculpidos por el ejercicio. Me parece que está muy buena, y me la voy a follar ya mismo porque está cachonda como una yegua en celo, tanto como asustada y nerviosa.

La toalla compartida sale volando en cuanto suena un nuevo trueno, lo que le lleva a abrazarme con fuerza, al mismo tiempo que nos besamos —tengo que bajar bastante la cabeza— de manera guarra, ensalivada, con pelea de lenguas incluida. Bea está con los ojos cerrados, la boca abierta, aleteando las ventanas nasales, tensa, demasiado pendiente de si suenan más truenos o se ven las descargas eléctricas de rayos y relámpagos. Me arrodillo en el suelo porque así me resulta más fácil llegar con la boca a sus tetas, se las como durante un ratito e inmediatamente paso a ocuparme de su desnudo sexo, lamiéndolo desde abajo hacia arriba, con toda la lengua, sujetándole del culo —en cada trueno o relámpago da un respingo y se mueve de forma incontrolada— oyendo como crece su excitación, como va subiendo el nivel de los gemidos que da.

Tras otro potente trueno, Bea me hace levantar del suelo, se acomoda en la cama boca arriba y sin decir nada me coge la polla para dirigirla al coño. Allá voy, dentro de un solo golpe de riñones, con fuerza, lo más lejos que puedo llegar, satisfecho por las exclamaciones de alegría, de satisfacción, que en voz baja sigue dando la hembra.

He puesto ambos brazos sobre la cama, he tenido que bajar el cuerpo porque Beatriz quiere seguir mirando por la ventana la evolución de la tormenta, y me afano en darle una buena follada, adelante y atrás, con un ritmo rápido, profundo, sintiendo la presión de las paredes vaginales sobre mi tranca, el roce suavizado por los líquidos sexuales. De repente Beatriz grita muy fuerte, se queda completamente quieta y callada durante unos instantes, de nuevo da un grito bajo y corto, quedando fuera de juego, como si se hubiera desmayado, respirando suavemente, hasta llego a pensar que se ha quedado dormida.

Le saco la polla, me tumbo a su lado y me hago una paja, me parece lo más efectivo para aliviarme ya mismo. En el último momento me giro hacia ella para que los chorros de semen impacten en su cuerpo y la pringuen, yo creo que ni se entera. Me quedo dormido.

Lo primero que hago por la mañana ya en mi habitación es llamar al teléfono de Berta.

Hola, corazón, anoche me fue imposible telefonearte, una tormenta nos dejó sin cobertura durante horas. Es una pena que no estuviéramos juntos

Claro que me acordé de ti. No te voy a mentir, me puse muy burrote durante la tormenta pensando en lo que deberíamos estar haciendo tú y yo juntos, me hice una paja en tu honor. Mañana a media tarde nos vemos, podemos quedar en mi casa y te lo cuento en detalle. Besos

No sabía yo que en esta zona hay una asociación de observadores de tormentas y amigos de la meteorología, hasta ahora ni se me había pasado por la cabeza, pero visto lo visto, me he hecho socio y ya he asistido a varias reuniones. Berta no ha querido, ya dedica tiempo a una asociación cultural de música y bailes autóctonos, y me ha confesado que dado lo mucho que se excita durante el desarrollo de las tormentas, no quiere que el asunto trascienda y menos aún ir montando numeritos sexuales por ahí. Gente amable, simpáticos, pelín frikis los más jóvenes —hay varios alumnos míos del Instituto—de todas las edades, buen rollo y una posibilidad de ocio que me gusta, pues está ligada al disfrute de la naturaleza, a comer y beber tras las reuniones —a esto si se suele apuntar mi novia— y, además, he conocido a una hembra madura que también se excita de manera incontrolable con las tormentas.

Carmen es una reconocida botánica del centro de estudios sobre flora y fauna pirenaicas que radica en la ciudad. Mujer de alrededor de cincuenta años, divorciada hace ya bastante tiempo, cuando vivía en Zaragoza, no se le conocen ligues, al menos públicamente. Amable, tremendamente educada, quizás algo distante en los momentos de cachondeo en la asociación, nos ha tocado ir juntos a un valle algo lejano proclive a las tormentas veraniegas a recoger algunas mediciones meteorológicas —se hace una vez al mes, por turnos— que después se mandan a la Agencia estatal correspondiente y eso nos facilita acceder a una subvención.

Ha insistido en que fuéramos en su gran todoterreno, así que salimos a primera hora de la mañana de un sábado, tardamos aproximadamente hora y media de viaje que no se me ha hecho pesado ya que hemos ido charlando y escuchando música para pasar el rato. Tras aparcar en un hueco entre la maleza, apenas diez minutos andando tardamos en llegar al sitio al que vamos —una pequeña caseta de madera que contiene los correspondientes instrumentos— y en media hora terminamos lo que hemos venido a hacer. La mañana es oscura, algo fría y hay tormenta a lo lejos, aunque ya se empieza a notar por aquí dado que avanza rápidamente.

Me ha parecido que Carmen se ponía nerviosa según nos alcanzaba la tormenta, justo en el momento en que volvemos a su coche. Lluvia trepidante, ruido, aparato eléctrico y desazón en esta mujer, muy evidentes sus nervios, solloza, respira con ansiedad, ojos muy abiertos, no para de moverse, y antes que pueda preguntarle qué le pasa, se vuelve en el asiento hacia mí, me besa desesperadamente en la boca y su mano busca mi entrepierna. Está desatada, me desnuda en cuestión de segundos y después se quita la ropa, dejando al descubierto el cuerpo de una madura que está bastante bien.

De estatura mediana, lleva su pelo castaño oscuro peinado en media melena hasta los hombros, levemente ondulada, con raya en medio, teñido con mechas más claras que le dan aspecto más juvenil. Rostro agradable en donde destacan sus grandes ojos marrones, muy vivos y brillantes, nariz un poco grande y boca también grande de anchos labios. Es de cuerpo ancho y fuerte, tiene bonitos hombros redondos y un par de tetas muy grandes, algo caídas, juntas —tiene un canalillo profundo, muy apretado— duras, con aspecto de dos grandes cántaras de barro en cuya punta tiene anchas areolas marrones algo difuminadas y pezones cortos muy gruesos del mismo color, apuntando hacia abajo.

Recta espalda, fuerte, del mismo color tostado amarronado que toda su piel, cintura ancha y un culo grande, alto, todavía duro, como si fuera una gran ancha pera partida en dos por la estrecha raja marrón que parece abrirse hacia el final para mostrar el oscuro y apretado ano y los grandes labios vaginales, casi ocultos por una tremenda densa mata de vello púbico marrón, sin arreglar por los bordes, que le llega hasta el gran ombligo de su estómago apenas abombado. Está buena, tiene un polvazo la señora botánica.

Ha echado hacia atrás los respaldos de los asientos, se ha subido encima de mí con gran agilidad, con prisas se ayuda de la mano para introducir mi polla en su peludo mojado coño, suspira de satisfacción y comienza a moverse arriba y abajo, sin permitir que salga el rabo del caliente escondite en ningún momento. Yo la tengo sujeta con ambas manos del culazo y me afano en comerle las grandes tetas, me estoy dando un festín con los pezones, mamando, estirándolos con los labios y los dientes, metiéndome la mayor cantidad posible de pecho en la boca, chupeteándoselos. Yo también estoy muy cachondo.

Ya llevamos varios minutos echando un polvo de puta madre, rápido, fuerte, duro, profundo, acompasando nuestros movimientos para empujar al unísono, compartiendo gemidos, grititos, el ruido del entrechocar de mis muslos con los suyos y con su sexo, con muchas ganas de corrernos, bajo una lluvia torrencial y multitud de truenos y relámpagos. El movimiento de los dedos de Carmen sobre su clítoris es rápido, constante, muy centrado en la parte más alta del sexo.

Un grito muy alto y corto es el comienzo del orgasmo de la mujer, quien callada, la cabeza levantada, los ojos cerrados muy apretados, sujetándose con las mano izquierda en el techo del coche, siguiendo su masaje sobre el clítoris con la derecha, tarda muchos segundos en volver a reaccionar, tiempo más que suficiente para que yo me corra dentro de su coño, favorecido por los fuertes espasmos de las paredes vaginales de la hembra, es como si su coño me estuviera haciendo un pajote. ¡Qué bueno!, ¡qué gozada!

Me tienes que perdonar, no sé qué me ha pasado

—La tormenta, Carmen, ya tengo alguna experiencia en esto y no tienes que disculparte por nada, me ha gustado mucho, me has dado mucho placer

—Tú también a mí, pero me sigue dando vergüenza que alguien se dé cuenta. Habitualmente estoy sola, llevo mucho tiempo sin pareja, y me masturbo cuando hay tormenta, gozo profundamente, pero echo de menos una polla de verdad, las de silicona están bien, pero no es lo mismo

Reímos, nos damos un suave beso en los labios, nos vestimos, salimos del valle y paramos a tomar algo en la cafetería de un hotel de la carretera. Carmen aprovecha para asearse un poco y a la hora del aperitivo ya estamos en nuestra ciudad. Nos despedimos de buen rollo hasta pronto y ambos decimos que no estaría nada mal volver a vernos en las mismas circunstancias, o mejor dicho, para lo mismo.

Desde hoy viernes y hasta el lunes por la noche Berta no va a estar. Tres o cuatro veces al año organizan ella y varias amigas y compañeras de trabajo algún viaje por España o Francia al que van solas, sin pareja, sólo mujeres, de compras, de despedida de soltera, de celebración de divorcio, visita a algún balneario o spa, a sex-shops… Lo que les da la real gana, en esta ocasión van a Marsella. El miércoles nos dimos un buen homenaje follando, aunque no hubo tormenta, pero no me puedo quejar, últimamente Berta está mucho más receptiva a mis necesidades sexuales, bueno, y a las suyas.

Ha sido una sorpresa ver que Maribel haya venido a casa, tras cerrar su clínica veterinaria —montada a medias con una prima con la que estudió la carrera en Madrid— con una botella de ginebra inglesa y media docena de latas de la marca de tónica que me gusta.

—¿Vas a salir esta noche?

—No lo tenía pensado, y ahora menos todavía, hagamos los honores al gintonic, voy a partir limón

Tras la primera copa a Maribel se le suelta la lengua.

En la excursión, el día de la tormenta, me dejaste impactada. No había visto nunca un pollón como el tuyo, joder, cómo me gustó, tan largo y grueso, tan recto, tieso, vibrante, con todas las venas marcadas y el gran capullo rojo que parecía iba a estallar

Risas, algún comentario más o menos subido de tono y una pregunta interesada por su parte:

—¿Cuánto mide?, todos los tíos os medís la polla

—Nunca lo había hecho hasta que tu hermana me lo pidió una vez al principio de conocernos. Cuando estoy en erección mide diecinueve centímetros y medio de largo por casi cinco de ancho, algo más en el capullo

—Qué cabrón. Cómo se está poniendo Berta, y cómo le gusta, que la tienes loca de contento

Con la conversación se me ha puesto la polla tiesa, dura, vibrante, muy necesitada,así que cuando Maribel se pone sentada sobre sus piernas en el suelo, con expresión en el rostro de estar poniendo gran interés en lo que está haciendo, y me desabrocha el pantalón para dejar al descubierto el asunto, no pongo impedimento alguno, simplemente quedo quieto a la expectativa de lo que vaya a ocurrir.

Joder, Ángel, qué cachonda me pones

En el dormitorio me ha desnudado por completo sin dejar de tocar mi crecido rabo, parece hipnotizada por la polla. La tengo que desnudar porque ella no lo hace, y aunque la he visto en biquini muchas veces y he tenido alguna visión fugaz de su cuerpo, de nuevo me maravilla lo buena que está.

Maribel es tres años menor que Berta, se nota que son hermanas porque se parecen en la cara, en la voz, en los gestos y ademanes, pero no tanto en el cuerpo. Lo que en mi novia es más redondo y rotundo, en su hermana es más estilizado, además que es bastante alta, me llega a la altura de la nariz y yo mido uno ochenta y tres. Tiene el rubio cabello de tono muy amarillo, lo lleva bastante corto, cortado a capas, con la nuca rapada, raya a la izquierda y flequillo medianamente largo, habitualmente peinado hacia arriba. Tiene unos llamativos ojazos azules, cejas gruesas muy rubias, nariz fina, larga, boca grande, recta, de labios también finos, todo ello en un rostro alargado de mandíbula marcada y un gracioso hoyuelo en la barbilla. Es muy guapa y siempre hay muchos tíos rondándole, aunque lleva un tiempo sin novio ni pareja, totalmente centrada en su profesión.

Sus tetas no son grandes, pero me parecen del tamaño justo para su cuerpo y estatura, ligeramente colgantes, fuertes, duras, no llegan a juntarse, dan la sensación de caer hacia arriba, con redondos pequeños pezones rosados, situados en el centro de una areola también rosada, apenas señalada. En verano, con camisetas escotadas, de tirantes, finas, en muchas ocasiones no lleva sujetador, y es un verdadero escándalo, no por el tamaño de sus pechos, sino por lo bonitos y descarados que son. Delgada, de cintura muy alta, caderas anchas que conforman un culo precioso, atractivo, más bien grande, duro, de nalgas anchas y alargadas, separadas por una raja estrecha, muy apretada. Esbelta, de largos brazos y piernas finas, torneadas, muy altas y bonitas. Lleva el vello púbico completamente rasurado, así que su sexo parece estar muy desnudo, de labios vaginales anchos, grandes, brillantes por la humedad que ahora tienen. En conjunto, además de guapa, resulta una mujer muy elegante.

Ha hecho que me tumbe en la cama con las rodillas a la altura del borde, así que apoyo los pies en el suelo, con las piernas muy abiertas, la cabeza reposando sobre dos almohadas para que me quede en alto, en una posición cómoda, y no perderme nada del espectáculo, el rabo enhiesto, como para izar una bandera. Estoy cachondo.

Arrodillada ante mí, entre mis piernas, lleva ya varios minutos comiéndome la polla, mamándola de manera glotona, guarramente, con mucha saliva, suavemente pero sin dejar de lado rozarme con los dientes, reseguir sus encías con la punta del capullo, apretar con los labios, acariciarme haciendo fuerza en los testículos con una de sus manos, insinuar con un dedo ensalivado el penetrar mi ano tras subir y bajar por la raja del culo… en definitiva, de manera tranquila, sin apenas meter ruido, tragándose sus jugos bucales, usando muy poco las manos, me está excitando al máximo, comportándose como una experta excitante guarra mamona. Joder, qué bien lo hace.

Qué polla, tan grande, me llenas la boca, cómo me gusta

Es lo único que ha dicho durante los muchos últimos minutos, porque cuando he intentado que suba a la cama para meterle la polla, se ha limitado a decir no con la cabeza y a seguir con la felación.

Ya estoy cercano al orgasmo, respiro de manera agitada, noto en todo el cuerpo cada una de las chupadas que me hace Maribel, como si todas y cada una de las terminaciones de mi sistema nervioso estuvieran pendientes de ella, como si mi polla únicamente fuera una herramienta que trabaja para poner en marcha los mecanismos del placer gracias a la boca maravillosa de la hembra. ¡Guau, qué corrida, qué gustazo más cojonudo, qué bueno!

Maribel no deja de chuparme, ahora ya suavemente, más lentamente, tragando todo mi semen, toda su saliva, terminando un buen rato después, cuando he quedado algo amodorrado.

Ha sido estupendo, Ángel. No tengas prisa, luego follamos

Pues sí, tras un rato de charla, de risas, tomando una nueva copa, nos hemos vuelto a besar, a tocar, buscando motivos para una nueva excitación, para follar. Tardo muy poco en volverme a poner con la polla tiesa y dura, como corresponde ante una hembra como esta.

Se ha situado boca arriba en la cama, me he puesto encima y se la he metido para inmediatamente comenzar a follar, durante apenas un par de minutos, lentamente, sin prisas, después he empezado a empujar con ritmo rápido y profundo, intentando llegar lo más dentro posible, acompañado de los quejidos y gemidos de la hembra, quien se mueve adelante y atrás acompasando su ritmo al mío, también empujando, agarrándome con sus dos manos del culo, apretando hacia abajo, para que siga bien dentro de ese coño empapado, caliente, suave, palpitante, apretado, acogedor. El sonido de chop-chop que produce mi polla con sus abundantísimos jugos sexuales —debe ser cosa de familia— y el chocar de mis muslos con los suyos es un añadido importante a la excitación que tengo. Desde hace un poco está masajeándose el clítoris sin pausa, con tres o cuatro dedos, buscando su orgasmo, que le llega antes que a mí, de manera callada, sin apenas cambiar el ritmo de su respiración, durante muchos segundos que coinciden con los movimientos incontrolados de las paredes de su vagina, dándome pellizquitos, apretando con variada intensidad, de manera tal que no puedo aguantar más y me corro lanzando unos cuantos chorros de semen, dentro de su chocho, sin preocuparme de si debo o no hacerlo. Ha sido fabuloso, ¡qué gusto!

Quedamos dormidos en la cama.

El sonido del timbre del teléfono nos despierta, descuelgo el auricular y medio dormido como estoy, sin ni siquiera saber qué hora es, no sé qué contestar cuando oigo a Berta decirme al otro lado del hilo telefónico:

—¿Ya habéis estado follando o tú no te has atrevido?

Quedo bloqueado, no digo nada y sólo soy capaz de reaccionar cuando Maribel se echa a reír a mi lado y pregunta:

—¿Es Berta?, por el manos libres

—Hola, hermana, qué suerte tienes, vaya polla te comes cuando te apetece

Ya te lo había dicho, espero que te haya dado placer, porque seguro que él no se lo ha pensado con una tía buena como tú. Disfruta, Ángel, que no todos tienen tu suerte

Durante pocos minutos más seguimos hablando los tres, me tranquilizo interiormente al saber que ambas hermanas habían preparado mi follada con Maribel y nos despedimos hasta un par de días después. Por un momento me había acojonado de muy mala manera. Quiero a Berta, pero me pierde follarme a una tía que me guste.

No como todos los días en el Instituto, ni mucho menos. No queda más remedio que relajarse y desconectar, por lo que la hora de la comida es un buen momento para ello. Cerca hay un conocido restaurante autoservicio de ambiente juvenil, moderno, en donde en temporada de nieve siempre hay gran cantidad de forasteros que suben a las cercanas pistas a esquiar, y fuera de temporada van senderistas, excursionistas y todo tipo de amantes de la naturaleza. Siempre hay buen ambiente, con una amplia oferta se come bien a buen precio, así que solo o acompañado de otros compañeros voy a menudo. Olivia es la dueña del negocio, una francesa cuarentona, simpática, amable, con la que me llevo muy bien y con la que vacilo hablando de fútbol, dado que ambos somos apasionados seguidores madridistas. Además, no tiene hijos, se ha hecho cargo de una sobrina adolescente que va al Instituto y es alumna mía, excelente estudiante.

No la he visto hoy, así que cuando termino de comer, al igual que hago otras veces, me dirijo hacia el despacho que tiene junto al almacén de la cocina para gastarle alguna broma futbolera y tomar juntos un café. La puerta está entreabierta, no llamo porque me tiene dicho que no lo haga, y nada más entrar me encuentro con Olivia completamente desnuda, sentada, más bien derrumbada, sobre el gran sofá de dos plazas que hay en la habitación. Se está masturbando y tiene metido en el chocho un consolador de silicona de color carne.

Creía que estaba cerrada la puerta, qué vergüenza; entra, por favor

No digo nada, me acerco hasta ella y nos besamos suavemente en la boca. Se ha sacado el consolador. 

Qué vergüenza, Ángel

—¿Por qué?, todos necesitamos sexo y me parece que llevas demasiado tiempo sola

Es una mujer de estatura mediana, ancha, muy morena de piel, con unas tetas y un culo muy llamativos por ser de gran tamaño. Es viuda hace años —por eso se vino a vivir aquí, lugar de procedencia de sus padres— y no se le conocen ligues, por lo que incluso hay quien considera que es bollera. No lo sé, es una buena amiga y eso me vale.

No se puede decir que sea guapa, una nariz ancha y algo grande, más una boca también muy grande que deja ver una tremenda blanquísima dentadura, afean su rostro, en donde lucen unos ojos negros que parecen carbones encendidos cuando te miran, realzados por las largas anchas cejas y la expresión siempre simpática, amable de Olivia —su segundo nombre es Marlies, que podría traducirse por María Luisa, pero sólo nos deja utilizarlo a los más íntimos— que le hace ser una mujer apreciada por su clientela.

Lleva su oscuro pelo recogido en una gruesa trenza o en un moño aplastado. Las pocas ocasiones en las que lleva suelta la cabellera es verdaderamente atractivo ver su negrísimo color y la tremenda cantidad de cabello que tiene. Es una melena encrespada, no la cuida demasiado, pero es preciosa.

Cuello ancho y corto, hombros fuertes, tetas separadas, grandes, bajas, algo caídas, apuntando cada una a un lado, con areolas muy anchas, oscuras, rodeando pezones largos y gruesos que apuntan hacia abajo. Algo cargada de espaldas, le sobran quilos en la cintura y el vientre, aunque los tiene perfectamente puestos en un culazo de una vez, ancho, grande, duro, alto. Tremendo. Muslos anchos, fuertes, que se continúan en piernas delgadas, torneadas. El vello del pubis es como el pelo de su cabeza, encrespado, denso, negrísimo, le sube por el vientre hasta el ombligo. Tiene un polvo, joder si lo tiene, y también dos.

Me he desnudado de la manera más natural, ha hecho algún comentario alabando mi cuerpo y la polla, así que abrazados en el sofá, nos besamos con impaciencia, muchas veces, rápidamente, besos cortos, ensalivados, con las lenguas metidas muy profundamente. Toca mi polla varias veces con suavidad, como con respeto, creo que haciéndose una idea de cómo es, hasta que de repente baja la cabeza y se la mete de golpe en la boca, muy adentro, empujando con su cabeza hacia adelante, intentando tocar mi pubis con los labios, lo que consigue en apenas dos o tres intentos.

No te extrañes conmigo, pero soy un poco rarita

—¿Y eso?

Pues eso es que le excita que trate sus pezones con dureza, que los estire con dedos, labios, dientes, los apriete, los dé chupetones, pellizque, mordisquee un poquito más de la cuenta. No sé si he dicho ya que los pezones de mujer me encantan, me excita tenerlos a mi disposición, tratarlos tal y como yo quiera, con mimo y con rigor, aunque sin llegar a excesos violentos. Así que me estoy poniendo bien contento.

Se la tengo metida en el chocho desde atrás, los dos sentados, apoyados sobre el lado izquierdo en el sofá, agarrado a su cintura, castigando un poco los pezones de vez en cuando, sin prisas pero dándole un buen metisaca, duro, profundo, que agradece dando unos tímidos suaves grititos que no parecen ser propios de una mujer tan grandona.

—Para, para; métela detrás

Palabras celestiales para mis oídos, saco la polla del mojado estuche en el que ahora la tengo, hago que Marlies apoye las rodillas en el asiento del sofá, doble y agache el torso, baje la cabeza y con las manos haga el gesto de abrirse el culo. No sé, es algo que me excita, es tener la sensación que la mujer está totalmente entregada, que la tengo en mi poder y me ofrece el culo para mi disfrute.

Un tubo de conocida crema hidratante me sirve para pringarme bien la polla —no hay que jugársela con los roces y restregones, ya una vez tuve un mal rollo con eso, herida incluida— y llenar también la entrada oscura y apretada del culo. Apunto ayudándome con la mano derecha y resbalo las dos primeras ocasiones, aunque a la tercera va la vencida y meto el capullo sin mayores problemas. Un suave quejido de la mujer recibe a mi polla, descanso apenas unos instantes y sigo empujando hasta meterla entera, bien agarrado a las caderas de Marlies. Bueno, muy bueno.

Ay, ay, qué gruesa es; oooh, me gusta

Ni siquiera pregunto si le duele o si se la tengo que sacar, el movimiento adelante-atrás, tranquilo, constante, me resulta placentero, con la polla apretada, rodeada de hembra, oyendo con satisfacción los grititos y quejidos que acompañan la follada. Me parece una enculada cojonuda.

No he parado ni un momento y ya llevo algunos minutos con un ritmo mayor, más rápido, al igual que Marlies hace con el masajeo que se está dando en el clítoris. Grita, en voz no demasiado alta, durante muchos segundos, quiere decir algo, pedirme que le saque la polla del culo, o al menos es lo que a mí me parece, lo hago de golpe e inmediatamente la mujer da otro gritito, como si recomenzara de nuevo su corrida. Se sienta en el sofá, sigue acariciándose, aunque ya muy lentamente, con los ojos cerrados, la boca completamente abierta, normalizando la respiración.

No sé si me voy a quedar a verlas venir, así que me masturbo deprisa, con muchas ganas, y en muy poco rato me corro eyaculando sobre las tetas y el estómago de mi amiga. Ha sido bueno, joder, muy bueno.

Gracias, Ángel, me moría de ganas. La próxima vez me ocuparé de ti y tendré lubricante sexual

El despacho tiene un aseo con ducha, así que rápidamente me lavo y preparo para irme a trabajar. Llegaré un poco tarde, pero así estarán más contentos mis alumnos.

En las épocas del año en las que no suele haber tormentas y los muchos días del año en las que no las hay, llegado el caso me las arreglo bastante bien gracias a las muchas películas catastrofistas cuyo argumento se centra en las tormentas y a los documentales que sobre igual asunto hay en muchos canales televisivos. Me he hecho con una buena videoteca sobre tormentas y fenómenos similares. Tengo enganchado al televisor un excelente equipo de sonido repartido, disimulado, por el gran salón-comedor y mi dormitorio, como soy el dueño y único vecino de la casa de dos plantas en la que vivo, me permito ponerlo a toda pastilla y logro un efecto tal que ninguna de las mujeres que se suelen asustar se resiste a echar un polvo. Lo he comprobado. También he estado estudiando la posibilidad de simular mediante luces y sonido una tormenta con abundante aparato eléctrico, y quizás lo haga, porque el software es bueno, barato, y ya tengo localizado a quien me puede hacer un montaje discreto de las luces. Probaré a ver qué pasa. Quien me diría que le iba a estar agradecido a las tormentas, bienvenidas sean, cuantas más mejor.

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