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Daniela

en Confesiones

Daniela

Dani me dio como regalo de cumpleaños mi primer polvo con una mujer que no cobrara por dar gusto a los tíos

Desde siempre las mujeres me han tratado muy bien. Era todavía un chaval, estudiante repetidor de bachillerato, y ya se habían interesado en mí un par de vecinas del barrio de manera muy discreta, lo que me permitió ir dejando de ser un pardillo en cuestiones de sexo y, se puede enfocar así, se empezó a hacer evidente el camino de mi vida de adulto, no sé si me resulta feo decir mi vida profesional. Con dieciocho años, recién terminado el bachiller, ya me lo dejó mi padre muy claro:

No te gusta estudiar y menos todavía trabajar, el bar familiar da para vivir razonablemente bien, sin agobios, pero nada más, tienes dos hermanas pequeñas, así que tendrás que vivir de algo, y dado que en ti se mantiene la tradición familiar de tener una buena polla y, además, ya sé que las mujeres te consideran guapo y te buscan, pues tú mismo, a poder ser que te resulte rentable sin necesidad de engañar ni putear malamente a nadie

Mi padre pasa por ser realista y tener buena cabeza. Me puse a ello sin tener que hacer demasiados esfuerzos porque todo me vino rodado.

Amparo es la dueña de una tienda de muebles de cocina y pequeños electrodomésticos situada en la calle más comercial del barrio, cerca del mercado de abastos. Entre ella y una prima la llevan adelante. Los sábados me llaman para que les ayude durante la mañana en el almacén. La dueña no pasa de los treinta y cinco años, es viuda desde poco después de casarse muy joven, por lo que se la conoce desde siempre como la viudita. Vestida de manera recatada y discreta —durante muchos años siempre de color negro, supongo que por luto— no puede disimular del todo que la naturaleza le ha dotado con buenas tetas y un buen culo, además de ser una mujer fina y educada, con unos agradables rasgos en su rostro.

Como su prima —varios años más joven— está casi recién casada, los sábados al cerrar la tienda a la hora de comer, se va con prisa y nos quedamos solos Amparo y yo, charlando y tomando una cerveza en un despachito que hay en la zona de almacén. Estamos a principios de los años setenta del siglo XX, una viuda no puede ir sola a un bar así como así, y menos con un joven soltero todavía menor de edad —no hay mayoría de edad hasta cumplir los veintiuno— sería un escándalo que le afectaría negativamente a ella, a su negocio, y quién sabe si hasta con implicaciones penales.

Desde la primera vez, tras reírnos un poco y comentar las cosas —cotilleos— del barrio, llega un momento en el que me acerco al lavabo situado en una de las paredes del amplio despacho, me quito el mono azul de trabajo que utilizo y me lavo utilizando una suave esponja griega regalo de Amparo, quien se sienta a fumar un cigarrillo rubio mentolado y terminar su cerveza en un sofá de dos plazas, a tres metros de mí. Me quedo desnudo excepto por los calzoncillos —típicos gayumbos blancos de algodón made in Cataluña, con dos braguetas, una a cada lado del paquete— me paso la esponja por todo el cuerpo —estamos a comienzos del verano, ya hace calor— y bajo lo suficiente la cinturilla del eslip como para poder introducir mi mano y la esponja.

Veo a Amparo reflejada en el espejo que hay sobre el lavabo. Sentada muy recta, las piernas juntas, la espalda separada del respaldo del sofá, las manos unidas como si estuviera en un momento de oración, fija su mirada en mí cuerpo, respira sonoramente, fuerte, hasta que en un arranque se pone de pie, toma una toalla colgada junto al lavabo, y con mucho cuidado, como si me pudiera romper, me envuelve en ella, se sitúa a mí espalda, y comienza a secarme muy lentamente, prácticamente acariciando mi piel. Poco a poco las caricias son más intensas, hasta que llega el momento en el que me doy la vuelta, le quito la toalla de las manos y dada nuestra cercanía, posa sus manos en mi pecho peludo.

—Cómo se nota que ya eres todo un hombre

—Por eso quiero que me veas desnudo del todo

Me quito los calzoncillos casi de un tirón, oigo un suave ronco gemido emitido por la mujer y cojo su mano derecha para dirigirla hasta mi crecida polla, tiesa y dura desde hace un buen rato. Me acaricia el paquete varias veces, pasa enseguida a los testículos, sopesando, valorándolos, respirando cada vez más fuerte, y posa la mano izquierda en mis nalgas, posándola suavemente, acariciándome, hasta que en un nuevo arranque, al mismo tiempo, sujeta la polla con su mano y la otra aprieta con fuerza mí culo, agarrándome en ambos casos con firmeza, como si se lo fueran a quitar. Le gusta hablar, más bien decir palabras que supongo le resultan excitantes:

—Chulo, eres un chulazo, cómo te gusta lucirte ante mí

Los ojos húmedos, la mirada vidriosa, la respiración ruidosa y la voz enronquecida que acompañan a Amparo me dan idea de que está muy excitada, así que me separo un poco de ella —no me suelta la polla en ningún momento— y empiezo a desabrochar la recatada bata de color azul mahón que se pone para trabajar y le llega hasta media rodilla. Se la quito dejando a la vista una enagua de color blanco grisáceo, bastante más corta que la bata, momento en el que abrazo a la mujer contra mi pecho y ella busca mi boca con cierta desesperación, dándonos un largo beso guarro, ensalivado, a tornillo, anudando y chupándonos las respectivas lenguas, abriendo y cerrando al unísono los labios, apretando mutuamente nuestros brazos en el cuerpo del otro, separándome de nuevo para que termine de desnudarse, lo que siempre parece incomodarle porque duda y durante unos pocos segundos no se decide del todo, hasta que lo hace rápidamente, apartando la mirada de sus ojos de los míos, dejando la decente y no demasiado sexy blanca ropa interior sobre una silla y haciendo intención de taparse pecho y sexo con sus manos.

Es una mujer más bien alta, delgada, de pelo color castaño claro que lleva en una bonita melena hasta los hombros, recogida en un sencillo moño que acabo de deshacer con mi mano. Frente ancha, despejada, nariz recta, ojos marrones brillantes, labios gordezuelos que dibujan una boca acorazonada, barbilla levemente puntiaguda, todo ello conforma un rostro agradable, bonito, con leves arrugas en la frente y alrededor de los ojos.

Su cuerpo me resulta muy atractivo, con tetas grandes, altas, redondeadas, con un canalillo corto y profundo, apuntando levemente cada pecho a un lado, con areolas pequeñas, suavemente amarronadas, circulares, en cuyo centro tiene pezones largos, finos, también marrones. No tiene ni tripa ni estómago y las anchas altas caderas presentan un culo en forma de pera, grande, alto, duro, con las nalgas separadas por una oscura larga raja que hacia el final parece separarse para dejar ver una roseta marrón, apretada, grande, y los pelos del vello púbico que sobresalen hacia atrás desde el sexo, casi tapado por ellos.

Por delante, el vello castaño, denso, largo, rizado, muy abundante, que lleva sin arreglar, casi logra ocultar los ahora muy mojados labios vaginales, anchos, gruesos, del mismo color oscuro de los pezones. Muslos fuertes, delgados, dan paso a unas piernas largas y bonitas, musculosas, torneadas. Es una mujer en sazón, una tía buena que quizás no sea consciente de ello, y dado que apenas se maquilla, pasa desapercibida hasta que te das cuenta que tiene un cuerpo muy deseable. Desde hace unos tres meses ese excitante cuerpo está a mi disposición una o dos veces por semana, y, además, Amparo me da dinero cada vez que follamos. ¿Qué puedo decir?

El sabor del tabaco rubio mentolado de la boca de Amparo no es el que más me gusta, yo no fumo, y tras un par de largos besos guarrindongos, enseguida me lanzo a por sus tetas —debe ser una fijación por mi parte, pero las tetas de las mujeres me encantan, mejor si son grandes, me ponen como un verraco— a darme un festín tocándolas, acariciando, lamiendo, besando, mamando sus largos finos pezones, apretando un poco con los labios, marcando la mordida sin llegar a apretar, y recibiendo como premio la evidente excitación de la mujer, sus ganas reflejadas en la agitada respiración, los jadeos constantes y algún que otro gritito descontrolado, acompañado todo ello de los adjetivos que, cuando está cachonda, utiliza habitualmente para referirse a mí:

Eres un guarro, cómo me excitas; bruto, eres un chulo, te aprovechas

Que yo le toque el clítoris —el gran desconocido en aquellos tiempos— ha sido para ella todo un descubrimiento positivo, aunque lleva años masturbándose todas las noches —le dice hacerse ilusiones o hacer guarradas con el dedo o tocarse en lo alto— y algunas mañanas antes de levantarse, parece ser que ni su marido ni un novio anterior que tuvo le tocaron nunca esa zona casi indispensable para los orgasmos femeninos. Como tiene un miedo cerval, atroz, a quedarse embarazada y los condones no se encuentran con facilidad —su venta no es legal, de vez en cuando pasa por el barrio un moro que vende alfombras por los bares y lleva cajas de seis preservativos franceses, hay que estar listo porque se le acaban rápidamente— de ninguna manera me puedo correr dentro de su vagina, ni siquiera puedo manchar su pubis o el vientre con mi semen, así que se la meto desde atrás —es un motivo extra de excitación para ella porque es una postura que siempre ha creído que sólo utilizan las putas— le doy pollazos adelante-atrás durante un buen rato sin dejar de acariciar su pepita del gusto y en cuanto se corre —parece tener cierta facilidad para ello o es que sigue tan salida que con no demasiado tiempo le vale— saco mi tranca de su acogedor empapado coño. Al principio me tenía que acabar yo solo cascándome un pajote, pero con el paso del tiempo he logrado que una vez recuperada del gasto físico de la follada me tenga en cuenta y me masturbe. Todavía no se atreve a comerme la polla con todas las de la ley, se la mete en la boca, aspira como si me hiciera un chupetón, pero no me hace mamadas ni, por supuesto, puedo correrme dentro de la boca.

En Amparo se conjugan todos los tabúes, lugares comunes, temores y sinsentidos propios de la falta de educación sexual y de la represión religiosa de la España franquista. Es buena alumna, por decirlo de alguna manera, así que vamos logrando objetivos poco a poco, venciendo resquemores y consiguiendo placer, para ella y para mí, aunque por medio haya dinero.

Daniela es a quién le tengo que agradecer casi todo lo que sé relativo al sexo, como dice la canción: con ella aprendí… y esto que aquí escribo es en su honor, como reconocimiento por su amistad, cariño y la ayuda que me prestó en distintas ocasiones, de muchas maneras, también recomendándome a mujeres que buscaban sexo de pago.

Prima de un amigo del colegio, Daniela trabaja como encargada de una tienda de muebles cercana, ella fue quién formalmente me presentó a Amparo —me dijo que me había recomendado haciendo especial hincapié en que estoy muy bien dotado y en que me tenía que dar dinero— son amigas y confidentes. Se casa el próximo mes con un conocido frutero que tiene una docena de tiendas por toda la ciudad y al que le trae loco, sexualmente hablando. El día que cumplí dieciocho años, Dani —todos la conocemos por este diminutivo cariñoso— me dio como regalo mi primer polvo con una mujer que no cobrara por hacerme una paja o una mamada, lo único que hasta entonces había conocido.

Daniela es once años mayor que yo. No ha sido nunca una tontita y de la manera más discreta posible ha tenido varios amantes —según su primo ha ido a abortar a Londres al menos una vez— y un par de novios para casarse, hasta que al final lo ha conseguido con el adinerado frutero, soltero metido en los cuarenta, simpático, fortachón, atractivo a pesar de estar algo pasado de quilos, casi completamente calvo, y loquito por su novia. No me extraña, porque es una mujer guapetona, morena de pelo y piel, alta, grandona, quizás con algún exceso de quilos bien repartidos en un cuerpo de evidentes curvas de buen tamaño. Simpática, alegre, frescachona, agradable, de voz sensual, melosa, mujer caliente, una maravilla a la hora de follar.

Siempre que ella puede seguimos viéndonos Dani y yo —hasta que me case pienso seguir metiendo contigo, corazón, después, ya veremos, porque ese pollón que tienes hay que disfrutarlo, pero seamos muy discretos, por favor— en el piso que tiene alquilado —lo paga el novio, quien viaja a menudo por asuntos de su negocio— un poco apartado del barrio.

Desnuda, Dani me la pone dura sólo con verla. Tetas grandes, altas, alargadas, anchas y levemente puntiagudas como una bala de cañón, quizás un poco sobaqueras, mirando cada una a un lado, con pezones cortos y gruesos de color marrón que nunca me canso de lamer y chupar —con su mano izquierda coge su pezón derecho y me ofrece de mamar como si fuera un bebé, eso me pone la polla a mil— mientras ella no deja de tocarme tanto el rabo como los huevos, suavemente, hasta que decide que la que va a mamar es ella.

Con esta mujer no existe el tiempo a la hora del sexo, puede pasar minutos y minutos y minutos comiéndome la polla —mira que me gusta mamársela a los tíos, pero tanto como a ti, ninguno, nunca— lamiéndola toda entera, arriba y abajo, llegando a los testículos, dándoles su ración de saliva, de besos, de chupetones con los labios, deteniéndose en el glande, descapullándome y mamándolo con lengua, labios, dientes, la boca entera, repitiendo una y otra vez, y si llego a correrme, sigue tras tragarse mi semen —tu leche de hombre me gusta, está muy rica— para ponerme de nuevo a punto, con total suavidad, lentamente, sin cansarse, sin meterme prisa, simplemente buscando su excitación y su placer, sin olvidar el mío en ningún momento.

Según ella, lo de mi pene tiene mérito, no sólo por la longitud y el grosor, sino por el mucho aguante y la facilidad para recuperarme que tengo, por lo que le puedo echar unos cuantos polvos seguidos a una mujer o sin descansar demasiado, cosa que casi todas suelen agradecer mucho.

Apenas tiene un poco de tripa, e inmediatamente, su vientre y el pubis, con una tremenda mata de encrespado vello —tan oscuro como la larga melena de su cabeza— que últimamente se ha rasurado por completo —le estoy enseñando a mi novio a comerme el coño, a él le gusta así, y aunque me pican bastante los pelos al salir, tengo que darle algún que otro capricho, ¿no te parece?— por lo que luce en todo su esplendor los gruesos y anchos labios sexuales, del mismo color oscuro de sus pezones, brillantes por los abundantes líquidos que genera. Sus muslos fuertes, quizás algo gruesos, las piernas musculadas, torneadas, complementan a una mujer que está muy buena y que tiene un punto fuerte en su culo fabuloso, grande, redondeado, inmerso en unas caderas altas y anchas, parideras. Me gusta, joder si me gusta.

Hasta que conocí a Dani —se podría decir que me desvirgó y según follábamos me fue descubriendo el mundo del sexo de manera intensiva— sólo había considerado el culo de la mujer como un agujero más en donde sabía —las conversaciones con los amigos del barrio y los compañeros del colegio son mi única fuente de información, más alguna que otra manoseada revista porno extranjera con fotografías explícitas— que se podía meter la polla. Nunca había sodomizado a ninguna —ni apenas había hecho nada de nada—  y desde luego no se me había ocurrido la gama de matices sexuales que ofrece el culo de una mujer caliente dispuesta a gozar ella y a darle placer a su hombre. Por supuesto, de ninguna manera se me había pasado por la cabeza que mi culo también podía ser fuente de placer para las mujeres y para mí, sin llegar a volverme maricón, claro, ese miedo irracional que teníamos la mayoría de los tíos de mí generación.

Ver a una mujer arrodillada en la cama, con el torso doblado hacia abajo, la cabeza humillada apoyando una mejilla en las sábanas, los brazos también estirados sobre las sábanas, las piernas juntas al igual que los muslos, favoreciendo todo ello que el culo se haga evidente en todo su tamaño, que las nalgas parezcan más redondeadas y más grandes, es la postura que más me gusta, la que más me excita. En cada situación, si la mujer me deja, elijo si penetro el coño o el culo —primero uno, luego el otro, terminar en la boca o en la cara, suele ser mi corrida ideal— y tras un ratito de lenta, profunda, placentera penetración, comenzar un metisaca fuerte, duro, aumentando poco a poco la velocidad y la profundidad, si es posible… No todas las mujeres están dispuestas a ello, aunque para mi suerte, algunas de las que han solicitado mis servicios profesionales también han tenido ganas de jugar y experimentar todo aquello que les ha apetecido, y el culo es muy morboso, mucho.

Yo nunca me he considerado como un cacho de carne con polla tiesa y dura al que sólo contratan para hacer aquello que quiere mi cliente, aunque, por supuesto, bastantes de ellas así han actuado conmigo. Siempre he intentado poner de mi parte, no sólo acatar órdenes, sino sugerir e intentar todo tipo de actos sexuales que puedan ser beneficiosos para la excitación y el posterior placer, y la respuesta que he obtenido ha sido positiva en muchas ocasiones.

Con quien nunca he tenido problema alguno es con Dani, ni ella conmigo. La naturalidad, la normalidad y la confianza han presidido nuestros polvos, así que cuando me dijo que me iba a penetrar el culo, aparqué todos mis temores, todo mí desconocimiento y los prejuicios propios de la desinformación.

Tumbado boca abajo en la cama, con las almohadas bajo mi pelvis y tripa de manera que me elevan un poco, las piernas muy abiertas, estoy en el quinto cielo recibiendo una comida de culo fabulosa por parte de Daniela. Primero ha recorrido mi raja arriba y abajo con su lengua llena de saliva, muchas veces, sin ninguna prisa, llegando hasta mis testículos, volviendo atrás, otra vez adelante, atrás… Se detiene en el ano, suelta más saliva y chupa golosamente durante muchos segundos, hasta que empieza a puntear con su lengua con suficiente fuerza como para entrar en el culo. Cómo me gusta esa suavidad de la blanda lengua que por momentos pasa a ser fina, delgada como una cola de lagartija, sin parar de moverse e, inmediatamente, engorda en todo su grosor para que la note capturada por mis esfínteres. Es como si me estuviera enculando una polla corta y ancha tremendamente suave, envuelta en crema o aceite. Me gusta, joder si me gusta.

Cuando poco a poco la mujer va sustituyendo la lengua por uno de sus dedos totalmente engrasado con un aceite hidratante infantil, noto la diferencia, el hecho de que el dedo esté recto, tieso y duro, pero me sigue gustando, además de que me llega más dentro. Ahora ya sólo mete el más largo de sus dedos, adentro, afuera, con ritmo de follada tranquila pero constante. Se para durante unos segundos y cuando reanuda las caricias noto como un dedo más grande y duro recorre toda mi raja varias veces, cada vez con un recorrido más corto, hasta que se detiene en el ano y empieza a empujar hacia adentro, con suavidad, con firmeza, de manera constante. El consolador de suave trabajada madera que está utilizando Dani, bien impregnado de aceite lubricante, debe ser como de un par de dedos de grosor y unos quince centímetros de largo, con punta redondeada, que poco a poco introduce adelante y atrás con su mano, sin llegar a meterlo del todo, pero que yo siento dentro, muy dentro. No me duele, pero sí noto un cierto escozor —por el grosor, me dice Dani— molestias que no me impiden ponerme muy cachondo. En el momento en el que Daniela me pide que me dé la vuelta, pose los pies sobre la cama y abra bien las piernas, presento ante ella una erección importante, de las buenas —mira que mariconcete nos ha salido, qué cachondo se ha puesto desde la primera vez— y tras recibir de nuevo el consolador dentro del culo, mi polla cabecea, se mueve levemente de manera incontrolada, como si quisiera crecer y escapar hacia arriba, hasta que Dani la sujeta con su mano izquierda y, sin dejar de follar mi culo con el consolador, me la menea arriba y abajo durante un ratito, después se la mete en la boca y me come el glande de manera maravillosa. En un par de minutos me corro.

Qué sensación más buena y placentera, me da la impresión de que mi semen no sale disparado como siempre, sino que fluye lenta y suavemente, prolongando mi orgasmo, que me ha parecido muy largo y sentido. Qué bueno ha sido, se puede repetir.

—Tengo un consolador más largo que se parece a una polla más que este, ya te daré por culo con él, corazón. Vamos, vete recuperando que me he puesto muy cachonda y no quiero ahora hacerme una paja

Se puede decir que he tenido suerte, mucha suerte. El cuñado de Amparo es médico militar y me lo ha arreglado todo para ser excedente por motivos de salud —alegando problemas de espalda— y no tener que hacer el servicio militar, la puta mili. Una vez recibida la definitiva notificación por parte del tribunal médico —con gran jolgorio y fiesta en el bar con mi familia y amigos— esta mañana temprano, poco después de la hora del desayuno, voy a casa de Pilar, hermana mayor de Amparo, para agradecerle su intervención y el gran favor que me han hecho su marido y ella. Traje gris marengo, camisa rosada, corbata azul oscura muy discreta, con el pelo cortado, afeitado y peinado de peluquería, voy envuelto en un halo de colonia hasta cerca del parque del Retiro, en donde vive.

Me recibe una copia de Amparo con más edad, con algún exceso de quilos, abundancia de curvas y el cabello teñido de un llamativo rubio amarillento estilo marilyn. Simpática, amable, mostrando interés, tomamos café con bizcocho de chocolate en la gran antesala de un dormitorio y le dice a la criada que tiene libre hasta la hora de la comida del día siguiente porque el señor —su marido— tiene guardia en el hospital y ella comerá fuera con unas amigas e irá al cine. 

No ha exagerado mi hermana, eres muy guapo y educado. Espero que también sea cierto todo lo demás. Desnúdate, por favor

No dudo ni un instante. Lo esperaba, Amparo no me lo ha dicho de manera explícita, pero me lo ha dado a entender, cortada y quizás un poco avergonzada, y Dani me dijo al saberlo: esa quiere que te la tires, está claro, pórtate como sabes y enséñale lo tuyo, con confianza, que le va a gustar

Llevo un pequeño slip negro —Daniela me ha regalado una docena, dice que no le gustan los calzoncillos blancos— y cuando voy a quitármelo, Pilar salta de la silla en la que está sentada como si un muelle la hubiera empujado, con sus dos manos me lo arrebata, dando un gemido largo, sibilante, con voz tan ronca como la que conozco de su hermana.

—Qué cabrón, qué pollón te gastas; joder con la pavisosa de mi hermana, lo que se está comiendo

Se arrodilla ante mí con los ojos muy abiertos, expresión en el rostro de estar verdaderamente cachonda, y sujetándomela con la mano derecha me lame varias veces la polla entera, arriba y abajo, rápidamente, centrándose inmediatamente en mamarme el capullo, como si fuera un chupa chups, con mucha saliva, durante mucho rato, gimiendo, dando grititos, hablándome en voz baja, de manera similar a como hace su hermana:

Mariconazo, con este pollón me pones loca; eres un chulo

Una vez se desnuda, los casi cincuenta años de Pilar se ponen de manifiesto, aunque sigue siendo una mujer deseable y el exceso de quilos no le sienta especialmente mal, porque los tiene bien repartidos entre unas tetas grandes y gordas, ya algo caídas, pero llamativas por el tamaño y sus largos gruesos pezones oscuros, y un culazo tremendo, en forma de pera, todavía alto y duro, sin apenas señales de celulitis o de piel de naranja en la unión con los muslos. Me he quedado muy sorprendido porque lleva arreglado el abundante vello púbico con los labios vaginales completamente rasurados y el resto en forma de triángulo invertido, teñido del mismo color rubio que el cabello de su cabeza. No sabía que se podía hacer eso.

-Ven, fóllame; ladrón, chulazo

Tumbada boca arriba en la cama con el torso medianamente levantado apoyado en un par de almohadas, las grandes tetas desplazadas hacia ambos lados, la boca abierta respirando con fuerza, ojos brillantes propios de su excitación fijos en mi polla, las piernas muy abiertas y elevadas, con los pies apoyados sobre la cama, de manera que Pilar enseña su tremendo chocho, empapado, brillante, hinchados los labios sexuales, haciendo gestos con las manos para que me acerque ya mismo… Me gusta y me tranquilizo, tenía miedo de que una mujer desconocida, ya algo mayor y quizás avejentada, no me excitara lo suficiente como para quedar bien, pero no hay problema, mi polla está bien dura, crecida, palpitante, cabeceando, husmeando a la búsqueda del coño de la hembra.

Me pongo entre sus piernas, ayudándome con la mano derecha meto la punta de mi rabo en el chocho, me muevo un poco a derecha e izquierda, arriba y abajo, en círculos, e inmediatamente empujo con un fuerte golpe de riñones y meto la polla entera.

—Sí, cabrón, sí; qué buena es, sí

Ya llevo un buen rato dándole a Pilar una follada fuerte, rápida, profunda, adelante y atrás, con las manos puestas en sus hombros, bien sujeto, sintiendo el calor y los apretones del coño, notando como se agarra con sus dos manos a mis caderas, deteniéndome de vez en cuando apenas durante unos instantes, echando hacia atrás la polla, sin llegar a sacarla del todo y empujando de nuevo intentando llegar lo más dentro que puedo con mis rectos veintitrés centímetros de largo por seis y medio de ancho —Daniela me ha medido la polla muchas veces, cuando más tiesa y dura la tengo le encanta hacerlo con su cara, desde la punta de la barbilla hasta el comienzo de su pelo coincide con el largo de mi pene— escuchando los ruidos de la cama al moverse, nuestras sonoras fuertes respiraciones, el chop-chop de los densos jugos vaginales que empapan mí rabo y las frases e insultos que dice la hembra cachonda con voz ronca, casi inaudible, propia de su familia, supongo, al igual que la manera de hablar.

—Qué puta me pones, ¡chulazo, maricón!

Su mano izquierda parece una garra agarrada a mi culo, y la mano derecha lleva ya algunos minutos tocándose el clítoris, de manera que tiene el cuerpo incorporado en una postura algo forzada, y las tetas le cuelgan moviéndose adelante y atrás y hacia los lados según le doy pollazos. Es algo que me excita mucho y me hace temer que me voy a correr antes que ella.

Sííí… Ah… ¡Sííí…! Ah…

Durante bastantes segundos sigo sintiendo los pellizquitos que su vagina le da a mi polla, como si fueran los estertores del orgasmo, y tras uno que noto más fuerte, ya no puedo aguantar más y me corro al mismo tiempo que intento sacársela. Le pongo el pubis, la tripa y el estómago bien pringados de semen.

Por cierto, según Dani, lo de mi polla es de mérito, no sólo por el largo y el grosor, sino por el mucho aguante y la facilidad para recuperarme que tengo, por lo que le puedo echar unos cuantos polvos seguidos a una mujer o sin descansar demasiado, cosa que a muchas sorprende y casi todas suelen agradecerme mucho.

A media tarde, tras ducharme, Pilar se ha despedido de mí —se ha quedado en la cama, desnuda, adormilada, desmadejada, pero con media sonrisa y expresión de estar satisfecha por los tres polvos que hemos echado— dándome una suave caricia en mi mejilla:

Te llamaré de vez en cuando al número de teléfono que me has dado. Mi marido tiene guardia dos o tres veces al mes. Toma, sé discreto

Me ha metido en el bolsillo de la chaqueta seis billetes de mil pesetas. Es una pasta. Estoy acostumbrado a que Dani me dé algo de dinero para mis gastos y algún billete de quinientas de vez en cuando, Amparo me da un billete de mil, además del dinero que me paga por trabajar los sábados, pero esto mola. En ningún momento me planteo si está bien o mal, yo no les he pedido nunca dinero por follar, si me lo dan es porque ellas quieren. Me gusta, es verdad, me encanta que me paguen por disfrutar con una mujer. Bueno, ahora ya, con varias.

Mis dudas ante mi posible reacción —me aterra no tener una erección suficiente y que no se me ponga bien tiesa y dura— y comportamiento sexual con mujeres maduras, mayores, algunas con bastante diferencia de edad, las resolvió Daniela con un par de frases:

Eres un joven fuerte, sano, guapo, estás perfectamente dotado y preparado para este trabajo, ten confianza en ti mismo, te van a pagar bien y siempre podrás tener mujeres jóvenes, las que quieras, para poder follar por placer, por gusto, sin dinero. No te comas el coco, te va a ir bien, seguro, tu polla no va a fallarte

La verdad es que así ha sido durante años.

He llegado a la conclusión de que las mujeres en general —no sólo las que follan conmigo— tienen evidentes problemas para mantener las piernas cerradas, pero también la boca. Me parece perfecto, en realidad vivo gracias a ello, al menos en parte, y la publicidad del boca a boca es la que me da de comer. Matilde es una buena amiga de Pilar, quien le ha dado mi número de teléfono para que se ponga en contacto conmigo, lo que ha hecho a media mañana y hemos quedado a las seis de la tarde en un elegante piso cercano a Rosales. El portero, advertido, no me ha mirado ni tan siquiera, pero ganas me daban de entrar por la puerta de servicio ante un portal con tanto lujo de cristales, dorados, mármoles y plantas.

Cuando me abre la puerta veo que Matilde es más o menos de la misma edad de Pilar, de estatura media, delgada, simpática y de agradable rostro. Me hace pasar hasta una salita en donde nos sentamos en un gran sofá. No deja de mirarme como si yo fuera el ratón que se va a comer el gato, y tras una mínima educada charla me dice sin más dilación:

Me gustas, Pili me ha dicho que tienes una buena tranca y estás muy bueno. Desnúdate 

Lo hago rápidamente y no dejo de sorprenderme por los cortos leves bufidos y suaves grititos de excitación que enseguida empieza a dar Matilde. Nada más quitarme el eslip me hace una seña para que me acerque a ella, coge mi polla, ya medianamente crecida, y la acaricia suavemente, al igual que hace con mis testículos, sonriendo, durante muchos segundos, hasta que me empuja para que me siente, se pone en pie y se quita la ropa con bastante coquetería, sin dejar de sonreír, con un punto de sofisticación más propio de una estríper que de una esposa ama de casa.

Es una mujer atractiva, de pelo castaño claro, lo lleva peinado en media melena peinada con raya en medio, con mucho volumen. Con ojos marrones oscuros, nariz pequeña y una boca un poco grande, de labios gruesos, chupones, resulta guapa, siempre sonriente y con una expresión amable en el rostro. Con un cuello largo y elegante, es bastante delgada, tiene tetas pequeñas, muy altas, separadas, como si fueran dos limones puestos de punta, con pequeños redondos pezones rosados, sin areola visible y con alguna que otra peca rosada. Tiene mucho vello púbico, que lleva sin arreglar, también castaño claro, que parece querer ocultar los labios vaginales, rosados y anchos. Su culo es como un melocotón, terso, duro, alto, quizás un poco masculino, con una apretada estrechísima raja rosada que lo divide en dos y un pequeño ano también rosado que parece muy apretado y estrecho. Las largas piernas son delgadas y torneadas, con muslos fuertes, quizás demasiado gruesos en comparación con el resto del cuerpo. Tiene un polvo, sí señor, y eso es lo que quiere que yo le dé.

A cuatro patas —de perra, tal y como ella dice— sobre la cama es como más le gusta. Acompasa un leve movimiento adelante-atrás al metisaca que le doy, bien agarrado a sus caderas, intentando llegar lo más profundamente posible, aumentando la velocidad poco a poco.

—Otra polla, tienes que tener dos pollas para mí, mi boca también quiere

Casi siempre, antes de correrse, Matilde dice algo parecido, como si necesitara sentir otra polla en su boca mientras me la follo. Tiene varios orgasmos seguidos, cortos, pero todos sentidos y placenteros, durante varios minutos, en los que tengo que mantener la polla dentro de su coño, notando sus convulsiones y palpitaciones, así que es habitual que me termine corriendo dentro de ella.

La boda de Daniela y su novio, Marcelo, fue todo un acontecimiento en el que más de quinientas personas estuvimos en la ceremonia religiosa y en el impresionante festín de bodas que prepararon en un gran hotel cercano al barrio. Antes de que se marcharan los recién casados a su domicilio del barrio de Salamanca, Dani se despidió de mí con un apretón de manos, los ojos brillantes por un punto de emoción, y un sentido: ¡adiós!, espero que te vaya muy bien, y no me olvides, eh

Como ahora dispongo de entradas bastante constantes de dinero, he alquilado el piso en el que vivía Dani, y es en ese teléfono en donde recibo las llamadas de mis clientes. Mi padre se escojona de la risa conmigo, al mismo tiempo que creo que se muestra satisfecho. Mi madre me echa unas broncas que me arde el pelo los domingos que voy a comer a casa, pero al mismo tiempo se ríe y parece contenta. Mi abuela me da un par de besos, se santigua y se pone a ver la tele en el receptor alemán de pantalla grande que le he comprado.

Loren es una de las empleadas del banco que Dani me recomendó y en donde he abierto una cuenta corriente para ingresar el dinero que gano. De treinta y pocos años, casada con un maquinista de trenes de largo recorrido de la Renfe, sin hijos, se da cuenta enseguida de donde proviene mi dinero, y una mañana tomamos café en el bar que hay al lado de la sucursal del banco.

No sé cómo decírtelo, pero quiero estar contigo, quiero contratar tus servicios o cómo se diga. Daniela me ha hablado muy bien de ti

Dicho y hecho. A las ocho de la tarde viene a mi piso, evidentemente nerviosa. Compartimos una copa, reímos con un chiste tonto y rompemos el hielo besándonos guarramente en la boca, para continuar desnudándonos a la par.

Es una mujer más bien baja, muy delgada, rubia, de pelo liso, de rostro simpático y agradable en el que destacan unos preciosos ojos azules y una boca acorazonada siempre sonriente. Me parece atractiva y tiene un bonito deseable cuerpo, con curvas de pequeño tamaño, pero bonitas, bien puestas. Se termina de desnudar con rapidez igual que hago yo, ya sin vergüenza ni timidez por su parte.

—Vaya tamaño lo tuyo, Dani ya me lo había dicho, pero verlo en vivo y en directo es mucho mejor

Verlo y catarlo, porque como hacen casi todas, tras tocar mi paquete con urgencia como para cerciorarse de que sí está ahí y no es un espejismo, lame todo el largo de la polla varias veces e inmediatamente se la mete en la boca, moviendo muy lentamente la cabeza adelante y atrás e intentando que le quepa entera. No llega a conseguirlo porque se centra en chuparme el capullo ya con más prisas, empapándomelo de saliva, apretando con labios, dientes y lengua. No sé si tiene mucha práctica, pero ganas sí que le pone al asunto.

Fóllame, fóllame, ¡ya!

La postura del misionero es tan buena como cualquier otra cuando se tienen ganas de darle gusto a una hembra excitada. Casi completamente tapada por mí cuerpo, me abraza con brazos y piernas, haciendo fuerza para sentirme lo más dentro posible, y me habla justo en la oreja, con voz ronca, en tono muy bajo, quizás de manera un poco inconexa, pero, al igual que tantas otras, excitándose aún más con los insultos que me dedica:

Cerdo, me matas de gusto; cabrón, qué cosas me haces con tu rabo gordo; eres malo, muy malo

Por lo menos una vez por semana me estuvo visitando durante años, incluso cuando la ascendieron y se trasladó a una sucursal de un gran pueblo del sur de Madrid.

Encarna es una amiga de Pilar y Matilde casada con un conocido político que ha sido ministro y ha desempeñado distintos cargos en la Administración pública. Ambas me la presentan en el piso en el que siempre quedo con Matilde. Es evidente que sus amigas le hacen la pelota, ella es consciente y se la ve satisfecha. Me mira —al igual que debe hacer con todos aquellos a los que no conoce o considera que están por debajo de ella— con gesto altanero, orgullosa, pagada de sí misma, y puede tener motivos, es una mujer bastante guapa, elegante, social y económicamente muy poderosa. Al verme hace una mueca parecida a una sonrisa, como si pensara algo así como: no está mal el chaval, igual me vale.

Tras tomar café enfrascadas en una charla insustancial y sin que yo abra la boca, las dos amigas animan a Encarna a que me conozca, eso es lo que le dicen, y ella no se hace de rogar, se dirige al dormitorio principal tras hacerme un leve gesto de que le siga, eso sí, sin quitar de su rostro esa expresión de disgusto y distanciamiento que mantiene todo el rato —según Dani, es una de esas mujeres que arrugan la nariz porque todo les huele a mierda— pero que también me parece esconde que está salida como yegua en celo. Deja a propósito la puerta bastante entreabierta, se desnuda lentamente de espaldas a mí, hasta que se muestra por completo, luciendo como si fuera casualmente un atractivo cuerpo fuerte y musculado, sin apenas tetas, pero sí con largos gruesos pezones marrones muy oscuros, un bonito culo pequeño, redondeado y levemente alargado como un albaricoque, alto y duro, de aspecto masculino, y piernas muy largas y torneadas. Su sexo está completamente rasurado —creo que es la primera mujer que conozco que lo lleve así habitualmente— se sienta en una esquina de la cama y me pide que me quite la ropa, lo que hago rápidamente.

Acércate, ven

Es lo único que dice, de manera autoritaria, tras mirar fijamente mi polla, ya bastante empalmada, y abrir sus oscuros grandes ojos como platos. También saca la lengua y abre su boca, lugar en donde meto la polla tal y como me señala para empezar un lento y profundo metisaca mientras con una de sus manos manosea mi culo, apretándolo, deslizando los dedos por la raja arriba y abajo, haciendo intención de penetrarlo levemente, mientras que desde el primer momento con la otra mano se toca el clítoris, con prisas y una cierta rudeza.

Durante todo el tiempo la puerta del dormitorio está abierta casi del todo, con Matilde y Pilar de espectadoras, sin perderse detalle, haciéndose notar para satisfacción de Encarna, quien lanza alguna que otra mirada hacia ellas. Ha acompasado el movimiento adelante-atrás de su cabeza al que yo hago con mi pelvis para manejar la polla, respirando con fuerza, aleteando los orificios de la nariz, metiendo ruido de succión, goteando parte de las muchas babas que segrega que le pringan el pecho y los muslos, mostrando una pinta de guarra en su rostro que me satisface ver. Como no sé qué debo hacer con las manos, primero acaricio apretando un poco los largos gruesos pezones, sin obtener ningún tipo de respuesta, ni positiva ni negativa, así que con la mano derecha sujeto la cabeza de Encarna, agarrando con la izquierda la media melena teñida de negro que lleva peinada con raya en medio. Sentirse sujeta del pelo parece ser que le gusta algo más, los ojos le hacen chiribitas de excitación y respira más fuerte. Pasados muchos minutos, cuando ya me falta poco para correrme, Encarna da un ronco grito que parece un rugido en voz baja, se echa hacia atrás, cierra los ojos y se corre durante muchos segundos sin dejar de tocarse en lo alto del coño. No sé muy bien qué hacer, así que no dejo de menearme la polla con la mano y me corro lanzando mis chorros de lefa hacia la cabeza de la mujer, quien recibe los impactos en la cara y el pelo, haciendo un gesto y ruidos de satisfacción, pasando después a restregarse mi leche como si se tratara de crema facial.

Han entrado en la habitación las dos espectadoras y nos felicitan a ambos, besándonos en las mejillas. Pasa Encarna a un cuarto de baño y yo a otro para asearnos. Lo que aprovecha Matilde para decirme en voz muy baja que no me vaya, que me quede porque se ha puesto cachonda y quiere follar conmigo.  

Encarna me mira como si no me viera, simplemente le da a Pilar unos billetes para que me los dé al mismo tiempo que me advierte de que volveremos a quedar, siempre por su mediación y de la manera más discreta posible. Joder, son ¡veinticinco mil pesetas!

Según me dice Matilde, le he gustado mucho a su amiga y el dinero también está comprando mi absoluto silencio y una total discreción.

—Es una mujer importante, con mucho poder, además, es desprendida con su dinero

En los poco más de diez años que estuvimos viéndonos Encarna y yo —un par de veces al mes— siempre me habló y pagó por mediación de alguna de sus amigas, una por lo menos siempre presente y mirándonos follar. El trato más personal realmente no pasó del hecho de beberse mi semen con fruición. Cuando el marido se tuvo que retirar de la política tras un escándalo financiero, ella se marchó a vivir a una ciudad de Andalucía con su hija y cortó por completo nuestra relación, no sin antes darme una bonita cantidad de dinero la última vez que se bebió mi leche de hombre.

No he tenido problemas de salud a lo largo de mis años de vida profesional. El hecho de que me he movido en un círculo de mujeres no demasiado amplio —la mayoría de ellas ha llevado una vida sexual poco promiscua— y el uso habitual de preservativos en lo que ahora se dice prácticas de riesgo, han ayudado a ello. Una vez sí que necesité curarme una infección sexual transmitida por el marido, bastante putero él, de una de mis clientes menos habituales. Se dio cuenta Daniela, quien iba a ser, una tarde de las que vino a mi casa, y antes de ponerse a comerme la polla detectó un sarpullido, secreción y excesivo enrojecimiento de la piel. Inmediatamente me llevó a una médica conocida suya, Marisa. Antibióticos de choque en inyecciones, una pomada tópica, una temporadita en barbecho —siete días sin sexo— revisión a los tres meses, mayor uso de condones por mí parte, y… una nueva cliente relacionada con Dani.

Marisa es una mujer baja de estatura, ancha y fuerte, muy rubia de pelo, que lleva en una larga lacia cola de caballo, no especialmente agraciada en su rostro —grandes ojos color caramelo muy claros, saltones, una nariz grande y los pómulos muy marcados, le afean la expresión— y con fama en el barrio de ser muy buena profesional, tanto como antipática en el trato. Sí, la verdad es que su manera de hablar es un poco seca y cortante —no le ayuda tampoco la voz de tono metálico que tiene— no es proclive a confianzas personales y no se corta en dar su opinión, siempre clara y directa, le pese a quien le pese, lo que le granjea antipatías.

Ahora que ya te has curado por completo de la infección eres tú quien tiene que tratarme a mí de mis picores en el coño. Ese tamaño de polla tengo que catarlo

Desnuda, llama la atención porque tiene un par de tetas muy grandes, bastante caídas —según ella siempre las has tenido así dado su peso y volumen— como si fueran dos cántaros, llenas, terminadas en punta, con pezones cortos, gruesos, oscuros, llamativos, al igual que las grandes —ocupan un tercio de cada pecho— y anchas areolas suavemente amarronadas que los rodean. Algún quilo de más en la cintura, anchas caderas, una escasa y rala mata de vello púbico muy rubio —me llama la atención por ser más bien lacio, pajizo y no rizado— labios sexuales gruesos del mismo color que sus pezones, piernas fuertes con muslos gruesos y un culazo que parece una gran manzana de piel fuerte, tersa, con una abierta raja y una roseta grande, apretada, ambas del mismo color marrón. Puede que no sea una belleza, pero tiene atractivo sexual, es camera, camera.

Una vez estoy desnudo pasa Marisa un buen rato tocando, amasando, acariciando con cierta fuerza mis testículos y la polla, con una mano, mientras que con la otra aprieta mi culo, me da algún que otro azotito y, evidentemente excitada, con los ojos acuosos, respirando con fuerza, casi jadeando de manera muy sonora, me habla con su voz dura, metálica, ronca, en voz baja:

—Qué cabrón, vaya pollón, por eso te has metido a puto, eh, ¿o eres maricón?, hay muchos con buena polla que lo que de verdad les gusta es que le coma la polla otro tío. ¿Y si te la como yo?

Dobla su cuerpo por la cintura de manera que le quedan las tetazas colgando, sigue acariciando con fuerza mi paquete, lame el glande media docena de veces, e inmediatamente, de sopetón, introduce en su boca la polla, primero como hasta la mitad, y rápidamente intenta metérsela entera lo más dentro posible, hasta que consigue besar con sus labios mi pubis teniendo la polla en la boca. Lo hace varias veces seguidas, gimiendo de gusto y apretando después los huevos con bastante fuerza, aunque sin llegar a hacerme daño.

—Ahora te vas a comer tú mi polla, como un buen maricón

Se tumba en la cama con las piernas muy abiertas, me apresuro a poner mis brazos rodeando sus gruesos muslos y lamo de abajo arriba su ya empapado coño. Varios bufidos de gusto me parecen indicar que debo continuar, aunque pone su mano sobre mi cabeza y dirige mi boca hacia el clítoris. Nunca había visto uno tan grande, no me extraña que haya dicho que yo le iba a comer su polla, porque parece un pene de cuatro o cinco centímetros de largo por dos de ancho, perfectamente dibujado su capullo tras librarlo del capuchón, rojizo, brillante, muy mojado y sensible. Según se lo estoy mamando, la sensación que tengo supongo que es similar a la que debe sentirse al comerse una polla, y ella da multitud de gritos sordos, roncos, preludio de una corrida muy larga, sentida, que le provocan una emisión de líquidos vaginales que más bien parece una meada por la gran cantidad de líquido. 

A Marisa también le gusta cabalgar, ponerse encima del hombre, y es todo un espectáculo ver como se mueven sus tetazas a derecha e izquierda, como campanas que llegan a entrechocar, según se mueve como si fuera una coctelera. Sus orgasmos son tremendos, largos, escandalosos y muy mojados por la gran cantidad de líquidos que echa. Me alegra que siempre quedemos en su casa, porque cada vez empapa varias toallas puestas sobre las sábanas.

Daniela me comentó que se fue a trabajar al hospital de un pueblo del interior de Lugo, de donde ella era, y allí se emparejó con una compañera de profesión.

Marcelo el frutero parece ser que ha desarrollado tras los primeros años de matrimonio unas manos demasiado largas, de manera que de los azotitos sonoros en el culo de su mujer y algún que otro suave chupetón en el cuello, ha pasado a las duras bofetadas en la cara y fuertes puñetazos en brazos, culo, muslos y tetas, acompañados de gritos, insultos e insinuaciones acerca de lo puta que es su esposa y los cuernos que le pone cuando él tiene que salir de viaje. Dani me lo cuenta en mi piso, visiblemente disgustada —no me parece demasiado asustada— y asegurando que no ha estado con ningún hombre salvo con su esposo desde que se casó. Se desnuda completamente para que vea las huellas del maltrato que recibió ayer por la tarde cuando su marido le pidió follar antes de marchar de viaje. Desde luego se notan los golpes y las zonas enrojecidas y moradas en su cuerpo.

Me pongo cachondo, no puedo evitarlo —hace mucho tiempo que no estamos juntos— Daniela se enfada y me echa una pequeña bronca acerca de que no puedo estarme sin tener la polla dura, aunque inmediatamente me besa en la boca de manera lasciva, necesitada de sexo. Y eso siempre se nos ha dado muy bien a los dos, así que follamos como si fuera la primera vez, durante mucho rato, metiéndosela en todos los agujeros de su cuerpo, cambiando a menudo de postura, consumiendo tiempo como si nos sobrara y corriéndonos los dos un par de veces, de manera sonora, sentida, larga, satisfactoria, como siempre que hemos follado juntos. Nos despedimos un poco entristecidos, siendo su última frase: se va a enterar Marcelo de lo que vale un peine si vuelve a pegarme. Me asusta un poco.

Pasan más de tres meses desde que nos vimos, recibo una llamada de Dani y quedamos en el piso poco después de comer. Llega tan simpática y alegre como siempre ha sido, tomamos café y una copa de aguardiente, no pregunto nada hasta que hemos echado un par de polvos rápidos y gratificantes. Es ella quien me habla de su situación con Marcelo.

A partir de ahora tú y yo nos vamos a ver más a menudo. Le he parado los pies y no quiere que se sepa que trae frutas y verduras desde Marruecos, Italia y otros países para etiquetarla como si fueran de huerta murciana o del Levante español, así que vamos a dejar pasar un tiempo y luego nos separaremos discretamente, cada uno por su lado

Antes de marcharse me deja un gran sobre de papel manila para que yo lo guarde en una caja de seguridad de mi banco. Dentro hay un par de docenas de fotografías fechadas hechas con Polaroid mostrando las marcas de los golpes en todo el cuerpo de Dani y más de cien facturas —tanto fotocopiadas como originales— fechadas y selladas en Italia, Francia, Portugal y Marruecos. También deja un sobre más pequeño que contiene una importante cantidad de dinero en dólares.

—Una abogada, amiga de mi total confianza, está negociando con mi marido para ver qué le saco cuando nos separemos de mutuo acuerdo y él acceda sin malos rollos ni denuncias de abandono ni nada de ese estilo. Maldita sea que no haya divorcio en este puñetero país

Desde esa tarde Dani viene a verme dos o tres veces al mes, siempre excitada, con muchas ganas de follar —llegó a ofrecerme pagar mis servicios sexuales— trayéndome a menudo nuevas pruebas a su favor y cantidades de dinero, siempre en dólares, para que yo se las guarde. Tuvo que esperar hasta 1983 para divorciarse, quedándose con un buen bocado de los negocios —no sólo de frutas, sino también inmobiliarios en la costa andaluza— del marido, que ella le revendió inmediatamente por una cifra muy importante. Bastante tiempo después me contó que había estado follando una vez al mes durante unos cuatro años con un empleado de la empresa que le llevaba la contabilidad a Marcelo, y le suministraba a ella los datos y pruebas, además de que hasta el divorcio nunca cortó definitivamente el sexo con su esposo, siempre loco por ella. Así le tuvo jugando a la zanahoria y el palo, controlando la situación y obteniendo evidencias a su favor, encabronándole de vez en cuando para hacerse después nuevas fotos de los malos tratos recibidos. Menos mal que es mi amiga y nos queremos un montón, porque tenerla de enemiga...

Vive en un pueblo de la costa de Almería, casi nunca viene por Madrid y yo paso parte de mis vacaciones con ella y algún que otro fin de semana largo. Hablamos por teléfono y me escribe cartas contándome todo lo que hace. A pesar de que tiene un par de ligues más o menos habituales, siempre que nos vemos follamos sin parar y sólo tiene ojos —y sexo— para mí. Seguimos siendo dos buenos amigos que se aprecian y todavía se desean.

La abogada de confianza de Dani es Purificación, Pura, una agradable mujer de mi misma edad, profesional acreditada y con amplia clientela en barrios populares de Madrid. Acaba de abrir un bufete en un local cercano a mi casa. Se presentó a verme una tarde a última hora tras hacerme una llamada telefónica en la que no me explicó nada, salvo que necesitaba hablar conmigo.

Daniela me ha estado hablando de ti y tras pensarlo mucho, no te oculto que la prostitución me parece algo despreciable, creo que me puedes ayudar. Estoy salida, necesitada de sexo, pero soy sicológicamente incapaz de buscar un hombre que me guste y con el que llegar a follar tras establecer algún tipo de relación sentimental, además, no valgo tampoco para el aquí te pillo aquí te mato. Ni tengo tiempo, ni ganas, ni ánimo para ello. No sé si me explico, pero necesito de ti, de tus servicios, que Dani me los ha recomendado de tal manera que me ha despertado también una gran curiosidad

No digo nada, sonrío levemente y me levanto del sofá. Es verano, hace calor y yo estoy vestido con una camiseta y un pantaloncito corto, de deporte. Me los quito, rápidamente, como si me los arrancara, y quedo completamente desnudo delante de Pura, que me mira con sorpresa, dudando sobre qué hacer, respirando con fuerza, pasando la lengua por sus labios, con las manos cerradas, apretadas, no sé si con una cierta expresión de vergüenza en su agradable rostro por lo que pueda estar pensando y el subidón de excitación sexual que tiene ahora mismo.

—Sí, bueno; joder, claro que me gustas, tendremos que hablar de dinero, ¿no?

Sigo callado, le doy la mano para que se levante y empiezo a desabrochar el vestido camisero de mangas francesas, azul y blanco, que viste. No lleva sujetador —me lo había parecido— y las bragas azules de tejido de espuma me parecen excitantes. Le hago un gesto con la cabeza y se las quita sin dudar.

Pura está buena. Alta, delgada, cabello muy negro que lleva muy corto, peinado con raya breve a un lado y apenas flequillo. Ojos muy grandes de color gris claro, expresivos, incluso turbadores, que contrastan con el tono siempre ligeramente tostado del cutis, nariz recta, boca también grande, de labios gruesos, chupones, de un tono granate oscuro. Resulta guapa, muy atractiva, con esa seguridad que emana de sus gestos elegantes, medidos, como si supiera en todo momento lo que hay que hacer.

Sus redondeados hombros dan paso inmediatamente a unas tetas altas, no especialmente grandes, separadas, duras, elásticas, picudas, como si fueran dos anchas copas de champán terminadas en pezones cortos y gruesos, también de tono granate, como las areolas sin forma, casi difuminadas, que los rodean.

Su estómago apenas abombado da paso a un pubis de vello negro, denso, rizado, enmarañado, que casi llega a ocultar los anchos y levemente hinchados labios sexuales, del mismo color de los pezones. Su excitante culo, alto, redondeado, de buen tamaño, se continúa en unas preciosas largas piernas, torneadas, de muslos fuertes, musculados, verdaderamente atractivas.

No es Pura una experta en materia sexual —en la Facultad tuve varios ligues, pero me duraron poco tiempo, yo tenía que estudiar, y mi novio del barrio era un caradura al que tuve que echar de mi lado— pero desde luego sí quiere ser estudiante aplicada, y en pocas sesiones hemos congeniado lo suficiente como para saber lo que a cada uno nos excita, nos gusta y nos da más placer. En ningún momento le he aceptado que me pague, y poco a poco hemos ido sedimentando una amistad, no sólo cimentada en el sexo.

Pura y yo hemos logrado ser, probablemente sin darnos cuenta, lo más parecido a una pareja liberal de novios. Por supuesto, no hay dinero de por medio en nuestra relación, lo que al principio le supuso pensar demasiado en el asunto. Quedamos para comer o cenar o ir al cine —es muy aficionada al teatro— y siempre que ambos podemos —ella siempre tiene más trabajo que yo— follamos en su casa o en la mía, y nos quedamos a dormir juntos. Nos tenemos aprecio, confianza y amistad, también cariño, y el sexo es importante para los dos. No nos preguntamos mucho sobre la vida cotidiana que llevamos —sé por Dani que Pura sólo está conmigo y ni se le pasa por la cabeza buscarse una pareja distinta— simplemente vivimos un día detrás de otro. Nos va bien, y yo, desde luego, la necesito. No estoy hablando de amor, pero con el paso del tiempo se ha convertido en alguien muy importante en mi vida.

 Amparo, la viudita, la primera que me pagó por follar, sigue quedando conmigo. Viene a mi casa —ahora tengo tres pisos, en dos de ellos mantengo mi actividad laboral y el segundo es el que considero mi casa, en donde sólo recibo a dos mujeres, más amigas que clientes— y se ha soltado definitivamente. Tiene novio y con él practica sexo —así lo dice ella— pero con quien le gusta follar es conmigo, porque, además, encuentra placer añadido por el hecho de pagarme, le da confianza y seguridad, lo que manifiesta insultándome y exigiéndome posturas distintas y el uso de todo su cuerpo, lo que hace unos años, al principio de conocernos, era verdaderamente impensable.

El culo es el actor principal del sexo con Amparo. En su día me costó que me lo diera —ella lo pedía e inmediatamente se arrepentía— aunque el argumento de que así no tendría miedo al embarazo me permitió vencer poco a poco sus miedos y follármela por el culo de manera bastante habitual. Le cogió gusto al asunto, se nota que es de esas mujeres —casi todas— que cuando se desinhiben de miedos y tabúes mal entendidos es capaz de gozar plenamente, de darle al sexo la verdadera dimensión que tiene desde un punto de vista físico y sicológico.

Su deseable culo en forma de pera con nalgas grandes, fuertes y duras se ha convertido en el mejor aliado de la viudita, en el que penetro con facilidad sin apenas darle lubricación, abriendo la apretada oscura roseta del ano como si mi polla fuera un cuchillo entrando en la mantequilla, sin problema alguno en  llegar lo más lejos posible, profundamente, agarrado a las caderas de la entregada escandalosa hembra, para darle una buena follada, constante, apenas variando la velocidad, no demasiados minutos, porque Amparo sigue teniendo gran facilidad para correrse de manera sentida, larga, placentera y gritona, mucho, dando verdaderos alaridos de satisfacción. Quien lo iba a decir.

A mi casa no viene Pilar, pero sí quedamos cada tres o cuatro semanas para que se desahogue conmigo, porque con ella, con el paso del tiempo, casi soy más un confesor o sicólogo que un prostituto de polla larga. Se corre conmigo, por supuesto, pero también me cuenta muchas cosas, entre ellas el odio acumulado que le tiene a su supuesta amiga Encarna y lo poco o nada que le importa el cabrón de su marido, apelativo que siempre utiliza para referirse a él. Físicamente se va dejando más de la cuenta, ha engordado mucho y ya no se preocupa demasiado por modas de ropa, peluquería —ya no se tiñe de rubio marilyn— maquillaje y similares. Es ya una mujer mayor —tiene dos nietos de sus hijas— que quizás asumió demasiado pronto su edad, pero a la que le sigue gustando comerse mi polla y sentir que un tipo mucho más joven que ella la tiene lo suficientemente dura como para follarla, sin considerar el dinero que le cuesta. La verdad es que a mí ya me está cansando, voy a terminar pronto esta ya larga relación comercial.

Matilde todavía me reclama sexualmente de vez en cuando, aunque ya hace tiempo que prefiere hacerlo en un trío, unas veces con dos hombres y otras con hombre y mujer. Nunca participo ni doy ese tipo de servicios, y ya no me hace ninguna gracia ser sodomizado por ella, asunto que siempre le ha gustado. También voy a terminar esta relación.

¿Cuál es la razón que me ha llevado a contar lo que aquí escribo, quizás de manera desorganizada, recordando situaciones y personas, algunas bastante antiguas, y probablemente mezclando distintos momentos de mi historia personal?

Hace unas semanas falleció Daniela en su casa de la playa de Mojácar. Estaba sola en ese momento —el italiano que desde hacía un tiempo vivía con ella había marchado unos días antes a Roma por un asunto familiar— y dado que la autopsia no es concluyente, no se puede descartar que tomara excesivas pastillas de su medicación para la hipertensión o de cualesquiera otras de la media docena que le recetaban, incluidos antidepresivos, todo ello convenientemente bien acompañado —mucho, en demasiadas ocasiones— con whiskey bourbon, su bebida favorita. La encontró la señora que le hacía la limpieza de la casa, y a su abogada y a mí nos avisó la Guardia civil, dado que Dani había dejado una nota en ese sentido.

Llegamos muy justos a la hora prevista para la cremación —acompañados de Amparo, que se sumó al viaje en avión y posterior coche alquilado— había tres personas en el tanatorio con las que Dani tenía algún trato, y tras pasar la tarde en su casa recordando a Daniela, tomando copas en su honor y examinando algunos documentos con Pura, esa noche procedimos a esparcir las cenizas en la playa, justo donde llegan las olas, tal y como ella dejó escrito. Nos acompañó una maravillosa blanca y brillante luna llena en su máximo esplendor.

Ayer por la mañana se hizo la lectura del testamento en un notario de nuestro barrio madrileño. Dani me ayudó en su día a enfocar mi vida enseñándome sobre sexo y recomendándome a muchas mujeres, y ahora, de nuevo, me ayuda a dejar mi ocupación habitual, cuando me empiezan a pesar los años y el aburrimiento. Soy su heredero universal, lo que supone una muy importante cantidad de dinero. Gracias, Daniela, por todo.

     

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