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Aquellos barros trajeron estos polvos

en Confesiones

Aquellos barros trajeron estos polvos

¿Os gustaría ser invisibles? ¿Hacer cualquier cosa que os apetezca sin que nadie os vea ni os puedan culpar de nada? ¿Coger lo que quieras sin tener que pagar por ello? ¿Entrar en la intimidad de las alcobas de mujeres y hombres? ¿Follarte a quien quieras sin que te vean?

He nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara situado en la comarca de la Serranía. Mi madre se llevaba muy mal con sus suegros, y tras una gran discusión, cuando cumplí cuatro meses nos fuimos a vivir a Madrid. Mis padres alquilaron un bar, una simple tasca, en un barrio obrero cercano a la Plaza de Legazpi, y gracias al buen hacer de mi madre en la cocina y de mi padre en la barra, en poco tiempo la tasca pasó a ser una casa de comidas con buena reputación y clientela fija entre camioneros y trabajadores de las empresas de la zona. En pocos años el barrio cambió mucho —adiós a las fábricas tradicionales, construcción de viviendas para el trabajador medio urbano, pequeñas empresas del sector servicios y tiendas de todo tipo— y la casa de comidas se fue adaptando y ampliando, de manera que pasó a ser un moderno bar, cafetería, restaurante, horno de panadería, que ha mantenido su fama de buen sitio para comer a buen precio.

Me llamo Juan, soy yo quien lleva el negocio familiar una vez mis padres se han retirado y se han ido a vivir a Águilas, zona costera que siempre les gustó. Mi hermana pequeña, Carmela, ha heredado las excelentes manos para cocinar que siempre ha tenido mi madre, y su marido, Luis, es nuestro panadero. Nos va bien, tenemos personal competente y comprometido, así que me puedo permitir viajar un poco y no estar siempre y a todas horas en el negocio.

Llevo varios días viajando por la Serranía de Guadalajara, visitando lugares como Sigüenza, Majaelrayo, Atienza, Cogolludo, Tamajón... ¿Por qué no visitar la tierra donde nací hace treinta y tres años? Mis padres nunca han querido volver y sólo estuvieron presentes en el entierro de mí abuela.

Me cuesta llegar al pueblo —quedan pocas casas y menos vecinos— a pesar del GPS. Tras dejar el coche en lo que parece ser la única plaza, camino por las calles bajo la atenta discreta mirada de una docena de personas muy mayores que están tomando el sol de comienzos de la primavera a la puerta de sus casas. En veinte minutos he terminado el paseo. Entro en el único local abierto —bar, estanco y tienda de todo un poco— en donde no hay nadie más que un hombre sentado en una mesa y otro limpiando vasos tras la barra.

—Buenos días. Póngame un café con leche. ¿Podría usted indicarme cual es la casa de la familia de Pedro Sobrado?

—Mejor que se lo diga él. Ahí lo tiene sentado con su café de media mañana

Vaya sorpresa, pensaba que mi abuelo no vivía y me encuentro con un hombre muy mayor con quien, en cuando mutuamente nos miramos a la cara, nos reconocemos, al menos físicamente.

—Esta claro que sois familia, joder, si tenéis la misma cara

—Tu eres Juan, un nieto que tuve y se lo llevaron sus padres a Madrid hace muchos años. Sí te reconozco, sí, el parentesco salta a la vista

Hemos estado toda la mañana paseando y hablando del pueblo —en ningún caso de mis padres, de manera tácita— de la antigua familia, me ha dado noticia de que vendió todas sus tierras de cultivo de trigo y cebada cuando murió su mujer hace bastantes años, que sólo se quedó con la casa del pueblo y el pinar del barro… A la hora de comer lo hacemos en el bar junto a Antonio, el dueño, que prepara unas judías blancas con arroz y perdiz que hay que quitarse el sombrero. Dos parejas de senderistas también han entrado a comer, además de buscar alojamiento o un lugar en donde poner sus tiendas de campaña. No me deja pagar Pedro, y tras tomar café y un par de copas de fuerte aguardiente, mi abuelo, me lleva a su casa.

Es la última y más alejada del centro del pueblo, rodeada por una alta cerca de piedra, la casa está bien conservada, tiene un gran terreno en la parte de atrás que acaba en un tupido pinar natural de varias docenas de pinos silvestres, en cuyo centro hay una caseta de madera junto a una pileta llena de un suave barro arcilloso proveniente de una fuente de agua de flujo constante, siempre tibia, que nadie ha sabido nunca de dónde viene realmente.

—Siempre han dicho que es bueno para la piel y para distintas enfermedades, aunque a mí me vale de poco, estoy muy enfermo de los pulmones y los médicos me han dado apenas un par de meses de vida. Me alegra que me hayas encontrado, quiero contarte algo que te sonará extraño, es un secreto de familia que debes conocer

He telefoneado a mi hermana para decirle dónde estoy —le ha supuesto una gran sorpresa dados los antecedentes familiares— y que me voy a retrasar varios días. Mi abuelo me ha contado durante media noche una historia que parece un sinsentido propio de alguien senil o que ha perdido la cabeza, pero he podido comprobar por mí mismo que es cierta.

—Fue mi tatarabuelo Honorio quien compró el pinar y quien hizo construir esta casa y la pileta para el barro. Era de un pueblo de Soria, tenía excelente mano para los negocios —se decía de él que adivinaba— y varias buenas cosechas de cereales hicieron importante a la familia durante mucho tiempo. Mi padre, cuando yo tenía quince años, me hizo meterme y bañarme en la pileta, beber un vaso de agua de la fuente y aprovechando que mi madre había ido a visitar a su familia a Sigüenza, me contó lo que a ti voy a contarte y a lo largo de varios días me demostró que todo era cierto. Aprendí con facilidad a utilizar el don que proporcionan el barro y el agua

Me cuenta que durante unas doce horas los varones pueden volverse invisibles siguiendo un simple mecanismo, que también me explica con todo lujo de detalles.

Tras terminar su explicación, acompañada de anécdotas, ejemplos y consejos, Pedro queda expectante para ver mi reacción. No sé qué decir, me resulta difícil de creer, en realidad no conozco de nada a mi abuelo, y parece tan inverosímil.

—A los senderistas les he permitido poner sus tiendas en el extremo del pinar porque nos van a servir para demostrarte que no estoy loco y tú mismo vas a volverte invisible. No te podrán ver y puedes hacer cualquier cosa que te apetezca. Vamos a la pileta

Las dos pequeñas tiendas de campaña están en total silencio, son casi las cuatro de la madrugada de una noche sin luna, aunque bastante clara. Me desnudo completamente, abro la cremallera de la primera de ellas, entro y rápidamente cierro, con miedo a que me vean entrar porque no me hago a la idea de que no pueden verme, a pesar de haberme puesto varias veces delante de un espejo, obligado por mi abuelo, y comprobar que mi imagen no se refleja, no se ve. No me lo creo todavía, me parece algo increíble, sin ninguna lógica, pero me ganan la curiosidad y el deseo de que sea cierto.

La pareja que está en la tienda duerme tranquilamente. El hombre está tumbado sobre su costado izquierdo, bien metido dentro de un saco de dormir, tapándose los ojos con uno de sus brazos. La mujer, morena, delgada, de unos veinticinco años, respira fuerte tumbada boca arriba sobre el saco de dormir, apenas tapada por una camiseta de manga corta y una braga tanga. No sé qué hacer, así que me tumbo en medio de los dos, intento no rozarme con el hombre dormido y comienzo a tocar suavemente los muslos de la mujer con una mano, metiendo la otra por debajo de la camiseta hasta llegar a sus pequeñas duras tetas. Me estoy poniendo cachondo, no puedo evitarlo, más todavía cuando la joven parece que va a despertar, abriendo los ojos como platos, sin saber qué ocurre, me sobresalta porque creo que me va a ver, e inmediatamente sonríe todavía dormida, se quita la camiseta y las bragas de un tirón, sin decir nada de nada vuelve a cerrar los ojos y se abre de piernas apoyando los pies sobre el suelo. Me subo encima de ella y rápidamente le meto la polla en su mojado chocho, lo que provoca un par de suaves expresiones de excitación por su parte. Logro entender que, entre dientes, dice algo parecido a:

—Qué dura la tienes. Que bien te sienta dormir en tienda de campaña

Acompaña mi follada con un corto movimiento adelante-atrás, con las piernas en tensión y estirando los brazos sobre la cabeza, dando un suave corto grito cuando se corre pocos minutos después. Es de orgasmo fácil, por lo que parece.

—Espera, espera un poquito. Hoy sí que te la chupo, corazón

La saco de su coño, me arrodillo poniendo los muslos a la altura de su cabeza, y sin que todavía haya abierto los ojos, le meto la polla en la boca sin miramiento alguno, pongo la mano izquierda sobre su cabeza para que no la pueda retirar, comienzo un movimiento adelante-atrás follándome la boca con rapidez, entrando profundamente, con ganas de correrme ya mismo, ayudándome de la mano derecha, con la que sujeto recta mi polla al mismo tiempo que subo y bajo la piel de la tranca. Ahí va eso, joder, qué orgasmo más bueno, qué gusto me da soltar los lechazos dentro de su boca.

—Guarro, sí que estabas salido, vas y me violas la boca; joder, sabes que no me gusta el semen

Me tumbo a su lado, beso suavemente sus labios como si de verdad fuera el novio que sigue durmiendo sin enterarse de nada, y un par de minutos después salgo de la tienda cuando la mujer se ha dormido de nuevo profundamente, evidentemente mosqueada por mí corrida.

Al salir me asusto porque me doy cuenta de que hay alguien junto a la tienda, como si estuviera observando o escuchando lo que pasa dentro. Es la mujer de la otra tienda de campaña, quien queda algo despistada al ver que nadie sale a pesar del sonido de abrirse y cerrarse la cremallera, pone un gesto de duda en su cara y camina unos metros hasta ocultarse tras un grueso pino, se quita la chaqueta de lana que lleva puesta por encima de los hombros y se pone a orinar desnuda, agachándose en cuclillas, apoyando sus manos en el tronco del árbol.

Empiezo a creerme lo de la invisibilidad, y además estoy juguetón. Me arrodillo detrás de la mujer meona —cara simpática, más bien baja, pelo castaño muy corto, con exceso de quilos bien repartidos entre las redondas tetas y un buen culo— y aunque sigue orinando con fuerza, le paso la mano derecha por todo el coño. Vaya sorpresa se lleva, tiene un buen sobresalto y mira a derecha e izquierda tratando de localizar a quien le está metiendo mano, pero sin lograr ver a nadie. No sé yo si incluso se ha asustado un poco, aunque se queda quieta en la postura en la que se encuentra, admitiendo lo que le está pasando.

Se habrá asustado, pero también se ha excitado con el movimiento constante de mi mano. Con los ojos cerrados y la boca abierta se sigue sujetando con ambas manos en el tronco del pino. Jadea en voz baja, le meto la polla desde atrás, medio morcillona, empujando con fuerza, da un gritito y nota como se me va poniendo tiesa y dura por completo, empieza a moverse acompañando el movimiento de mi polla y se pone a hablar en voz queda, de manera que apenas entiendo lo que dice:

—Sí cabrón, sí, me hace falta, me lo haces poco

En unos pocos minutos está gimiendo intentando no gritar, muy excitada, cachonda de verdad y despierta, por supuesto, esta no está dormida como la otra. Se corre de manera callada durante muchos segundos, sin apenas moverse. Le saco la polla, me pongo de pie y me la meneo rápidamente hasta que tengo mi orgasmo y eyaculo sobre la mujer regordeta, que no se ha movido dando por bueno lo que le ha ocurrido. Nota los lechazos de semen sobre su cara y las tetas, queda quieta durante unos segundos y sin intentar abrir los ojos se mete rápidamente en la tienda de campaña, como si siguiera asustada y estuviera huyendo de algo desconocido que es mejor no ver.

Recojo mi ropa de donde la dejé. Estoy sudado, manchado del barro del suelo y cansado, así que paso por la pileta y estoy unos minutos dentro relajándome con el agradable calorcito del agua tibia y la sensación suavemente pastosa del barro. Joder, esto es la leche. Sí me creo lo de ser invisible, y la verdad sea dicha, tiene sus ventajas. Ahora mismo estoy satisfecho sexualmente, algo que no siempre logra un soltero como yo sin amantes fijas y no especialmente ligón.

Cuando regreso a la casa mi abuelo está durmiendo en su habitación. A la mañana siguiente me levanto muy tarde y en el camino hacia el bar de Antonio nada hablamos, simplemente sonreímos los dos, con gesto de complicidad y satisfacción. Ya me empiezo a creer lo del poder del barro y la fuente del pinar, así que vamos a celebrarlo con unos callos con empedrao que ha guisado Antonio.

Camino del pueblo de Atienza hay un conocido club de mujeres —típica barra americana, por no decir puticlub— que lleva muchos años abierto y por el que tarde o temprano han pasado la mayoría de los machos de estas despobladas comarcas, en donde la edad media es muy alta y pocas son las mujeres disponibles. Pedro me recomienda que vaya por allí y así compruebe de nuevo la verdad de todo lo que me ha contado. Dudo, no sé si atreverme, pero después de lo de los senderistas —se fueron temprano por la mañana, con prisas, sin decir ni adiós y habiendo discutido— me pica la curiosidad, me baño en la pileta del barro y bebo un buen trago de agua arcillosa, siempre algo calentorra. Aparco lejos de la puerta del bar —se ven ocho o diez coches— y antes de entrar repito el ritual que me ha enseñado mi abuelo: compruebo que nadie me ve en ese momento, tomo un trago del agua que llevo en una pequeña botella de cristal y aprieto durante unos segundos mis sienes con dos dedos, hasta que noto una sensación de ligereza, de evanescencia, como si mi cuerpo no estuviera ahí conmigo. Me miro en el espejo retrovisor y no me veo reflejado. Ahí voy, se supone que dispongo de más de doce horas de total impunidad porque ahora mismo soy invisible, etéreo, indetectable, imperceptible a la vista o cosa así.

Entra en el club un grupo de cuatro hombres, cincuentones, contentos, alegres, nerviosos y algo escandalosos. Entro al mismo tiempo que ellos y compruebo, en el gran oscuro espejo situado a la derecha de la puerta, que no quedo reflejado, que no se me ve. He estado muy pocas veces en clubes de mujeres, y este me parece bien puesto, hortera, por supuesto, decorado en tonos rosas, amarillos, azules, verdes, que dan una supuesta alegría a la oscuridad que es la tónica dominante en todo el local. Cuento una docena de mujeres prácticamente desnudas, todas treintañeras, muchas extranjeras, moviéndose entre los quince o veinte hombres que están tomando copas en la barra o sentados en alguna de las mesas, parándose a hablar con ellos, que se las comen con la vista y a alguno que otro se les va la mano con facilidad. Una rubia alta que enseña completamente sus grandes tetas picudas acompaña a un sonriente joven hacia una gran cortina de terciopelo granate, tras la que hay un pasillo largo con habitaciones a derecha e izquierda. Una mujer cincuentona bastante gorda, vestida con bata blanca y dando aspecto de seriedad con su cara de mala leche, coge el dinero que el hombre lleva en la mano, le hace una seña a la tetuda y la pareja se introduce en una habitación, y yo tras ellos antes que cierren la puerta.

Así que habéis estado de boda en Majaelrayo y los solteros vais a terminar la noche follando, como tiene que ser. Quítate la ropa, guapetón

El joven se queda en pelotas, se menea instintivamente el tieso rabo y no deja de mirar con ojos bobalicones a la rubia, ahora desnuda por completo —sólo ha tenido que quitarse una escotadísima camiseta de tirantes, un tanga mínimo y zapatos rojos de alto tacón— luciendo su buen cuerpo y con una expresión sonriente en el rostro que más bien parece ser una máscara siempre colgada de su cara.

—Estás bien empalmao, quieres meterla, eh. Ponte ya el preservativo

—A cuatro patas, Susan, ponte de perra, como a mí me gusta

Así lo hace la mujer sobre la cama tras comprobar que el tipo se ha puesto un condón, y rápidamente ayuda con su mano al hombre a que le meta la polla en el coño. Como si fuera el conejito Duracell, el joven se agarra a las grandes anchas caderas de la hembra y empieza un metisaca rápido, intentando subir el ritmo cada pocos pollazos, buscando desesperadamente su corrida. La mujer no deja de hablar y animar a su follador durante todo el rato, demostrando la mucha sicología que ha aprendido en su oficio:

—Qué bien lo haces; vaya pollón que tienes, ya quisieran los de tu pueblo

En pocos minutos el hombre se corre dando un fuerte grito de liberación. La mujer se echa hacia adelante y se baja de la cama para encender un cigarrillo, el tipo se separa de la cama tras sacar la polla, se quita el condón al mismo tiempo que intenta recuperar el resuello, se pasa una toallita húmeda por el rabo para limpiarse y se viste ante la mirada de la puta, a quien da un billete de diez a modo de propina, ella besa suavemente sus mejillas, y el joven sale satisfecho y sonriente de la habitación.

No sé si me he excitado, pero quiero jugar un poco, a ver hasta dónde llego. La rubia, todavía completamente desnuda, se ha sentado a horcajadas sobre el bidé que hay junto al lavabo situado al fondo de la habitación, abre el grifo, y es en ese momento cuando empiezo a mamarle los largos finos pezones en los que finalizan sus picudos pechos. Es como si no se lo creyera, incluso hace un gesto de incredulidad con la mano que sostiene el cigarrillo. Entreabre los labios para dar una calada e inmediatamente aprovecho para meterle la polla en la boca, empujando con cierto miedo por si cierra los dientes, pero no lo hace, simplemente se sobresalta porque también he empezado a tocarle el coño, a pasear mis dedos por el clítoris mojado por el agua caliente del bidé. Sonríe como para sí, pensando, supongo, que no se puede estar poniendo excitada tal y como le parece que le está sucediendo.

—Susan, ¿estás bien, te pasa algo?

La mujer de la bata blanca asoma la cabeza por la puerta entreabierta.

—No, nada, que me he puesto cachonda; ahora salgo, no tardo

Ha tomado conciencia de su excitación, así que sigue sentada sobre el bidé y acaricia su clítoris con dos o tres dedos, masturbándose sin prisa, sin pausa, con poco recorrido, de manera constante, con los ojos cerrados, con una gran concentración, la boca abierta y respirando al mismo ritmo de sus caricias. He mantenido mi polla dentro de su boca y me empiezo a mover adelante y atrás como si la estuviera follando. Me imagino una cierta confusión en la mujer, por un lado está sola, excitada y tocándose buscando aliviarse, y por otro lado nota en su boca la presencia de una polla que no está, así que creo que debe pensar algo así como de perdidos, al río, cierra los ojos, empieza a mamarme el capullo —que no ve, supuestamente no está, pero lo siente dentro de la boca— y en muy poco tiempo eyaculo, lo que tiene que notar claramente porque le lanzo cuatro o cinco buenos lechazos —de hecho, traga mí semen— y además coincide con el momento de su corrida, quizás no muy larga, pero sí sentida.

—Susan, que han venido varios clientes más y uno te busca

—Ya voy, joder, ya voy

Busca sus zapatos tras ponerse las bragas y la camiseta, se encuentra el billete de veinte euros que le he dejado dentro de uno de ellos y, tras mirar alrededor, sonríe sin entender nada y se marcha. Salgo de la habitación tras ella con ganas de irme hacia el pueblo. Sólo me paro un momento tras la barra del puticlub y me llevo por la cara una botella de whisky de una marca conocida que he observado le gusta tomar a mi abuelo, en copa de coñac, sin hielo.

Por cierto, ahora viene uno de los puntos oscuros de este asunto de la invisibilidad. Como aproximadamente me dura doce horas el efecto, cabe la posibilidad de que alguien pueda ver mi coche circulando sin nadie que lo conduzca, o al menos ese sea el efecto visual. Según Pedro, si voy conduciendo mientras soy invisible, el coche también se vuelve invisible, como la ropa o cualquier objeto que llevemos encima. Espero que así sea.

A unos doce kilómetros río abajo hay un complejo hostelero, en donde tres bonitas casas rurales y un hotel-restaurante atraen a senderistas y urbanitas deseosos de pasear por el campo y entre los densos pinares cercanos al río. Me he acercado en el coche a instancias de mi abuelo para seguir probando, he aparcado de manera discreta y he entrado sigilosamente en la recepción del hotel para cerciorarme que están ocupadas sus seis habitaciones dobles. Subo a la primera y única planta y aprovecho que un hombre sale de una de las habitaciones para colarme antes que se cierre la puerta. Se oyen ruidos en el cuarto de baño y me asomo, viendo lo que en mi fuero interno estaba buscando: una mujer está desnuda delante del espejo, dispuesta a entrar en la ducha.

Ahora mismo estoy excitado, empalmao como un garañón, nervioso, ansioso tras comprobar de nuevo que son ciertas las propiedades del barro del pinar de mi abuelo. No me pueden ver, soy invisible. Joder, a quién se le diga… parece imposible, pero es cierto. Soy invisible, y me gusta.

La mujer de pelo enmarañado castaño oscuro es una madura de unos cuarenta y cinco años. Está buena. De estatura media, tiene curvas abundantes y bien puestas, con un par de llamativas tetas grandes, todavía altas, duras, apuntando hacia los lados dos gruesos oscuros pezones, un buen culazo en forma de pera y una gran densa mata de vello púbico que parece un rizado oscuro bosque. Es una hembra deseable, y con la polla tiesa y dura que ahora tengo estoy dispuesto a follarme lo que sea, y esta mujer está aquí, así que no voy a buscar más ni a ir más lejos.

Se levanta de la taza del váter tras orinar de manera larga y sonora, y antes que entre en la ducha, ya le he puesto la mano derecha en el coño, desde atrás, tocándole con todos mis dedos, arriba y abajo, intentando hacer presión sobre la zona del clítoris, con rapidez por mi parte, sin parar ni un momento, para que sea consciente que, de alguna manera, le están tocando, le están poniendo cachonda, aunque no vea a nadie junto a ella.

Está sorprendida, es consciente del calentón que repentinamente le está entrando, y ha pasado a tocarse las tetas con sus dos manos, se acaricia, aprieta y estira los pezones, tiene los ojos casi cerrados y respira fuerte, cada vez más. Ha estado follando hace poco, todavía tiene el chocho con restos de semen, y la tremenda mata de pelo castaño oscuro está manchada por varios hilos de leche de hombre. Le he metido dos dedos en el coño, lo que ya le ha puesto deseosa de buscar su corrida, apoyando ambas manos sobre el borde del lavabo, doblada por la cintura, las piernas muy abiertas, el culo empinado hacia arriba, muy mojada, con los ojos apretados, la boca abierta, metiendo mucho ruido, sin hacer intención de tocarse, como si fuera algo natural lo que le está pasando. Tal y como he podido me he bajado los pantalones y he sacado la tiesa polla, sin ningún preámbulo se la meto a la hembra de un único golpe, fuerte, empujando de manera constante, lo que le hace dar varios grititos de excitación, y de manera automatizada, empieza a moverse adelante y atrás al mismo tiempo que recibe mis caricias sobre su abultado clítoris.

Buen chocho, suave, muy mojado, caliente, sabe estrecharlo y apretar la polla… ¡Qué polvo más bueno tiene esta tía!

—¿Eres tú, verdad, Tomás? Ya sabía que te ibas a poner en contacto conmigo desde el más allá. No te enfades por tirarme a tu primo Paco, sabes que soy caliente, y me ha parecido más decente follar con alguien de la familia. Visítame a menudo, mi esposo, y dame ese gusto que tú siempre has sabido darme. Reconocería tu polla hasta en el infierno, donde dice mi hermana que tienes que estar por lo cabronazo que eras con todo el mundo

La leche, qué cosas tenemos que oír los que somos invisibles, aunque no vengamos del más allá sino de un pueblo cercano.

No aguanto más, le estoy pegando una follada de la hostia a la mujer, quien me acompaña con su movimiento, metiendo ruido, dando ya unos gritos largos, altos y fuertes, presagio de su orgasmo, que le dura muchos, pero muchos segundos, de manera que todavía se está corriendo echando jugos sexuales como si los estuviera meando, apretándome la polla en todo su largo con muchos espasmos y sacudidas vaginales, unos más fuertes que otros, que provocan mi corrida, larga, sentida, profunda, con muchos chorreones de semen que quedan dentro de su coño. Qué bueno, cómo me gusta ¡De puta madre!

—Si serás perra salida, Pilar, ya lo decía tú marido. Te dejo diez minutos para ir a tomar café y no te puedes estar quieta, te tienes que hacer una paja. Anda, ven, chúpamela, pónmela dura

Con mi corrida y el ruido que estaba haciendo la mujer ni me he enterado de que entraba el hombre en la habitación. Bueno, tampoco me puede ver, así que yo me marcho y aquí se quedan a lo suyo. Antes de salir he leído el nombre y la dirección de la hembra en su carnet de identidad —vive en Madrid— por si en algún momento procede buscarla. Me parece que puede merecer la pena hacerle alguna visita, es un polvo cojonudo, aunque crea que soy su Tomás desde el más allá.

Mi abuelo no me pregunta, simplemente le interesa que todo haya ido bien, me habla y cuenta distintas situaciones que cree debo saber.

—No te he conocido durante treinta y tres años, pero de algo estoy completamente seguro: no has tenido paperas. Tu padre las tuvo a eso de los catorce años, y aunque después quedó demostrado que no era estéril, sí quedó completamente descartado para poder utilizar el poder del barro y el agua. Es uno de los motivos de nuestro distanciamiento, siempre pensó que le ocultaba algo, algún secreto familiar que él debía saber —no se lo podía contar, está clara la razón— pero tal y como había ocurrido a un hermano de mi padre que murió poco después de la guerra y a mi hermano mayor, del que dicen que se suicidó en Guadalajara, los dos habían padecido paperas

Mi amigo Antonio, el del bar, acaba de cumplir sesenta y tres años. Nunca se casó y ahora vive con una rumana —estos días está visitando a unos familiares en Alcalá de Henares— veinte años más joven que él. Todas las semanas, los lunes suele ser, le tengo que llevar una botella de agua de la fuente del barro. Según él, es lo mejor que hay para que le funcione bien la polla, toma un traguito en ayunas y cumple tres o cuatro o cinco veces por semana con Uca, que la verdad sea dicha, está buena, siempre sonriente y contenta, será por el tratamiento

Tu abuela, mi esposa, no era precisamente caliente, el sexo no era lo suyo, así que, gracias al poder de ser invisible, cuando viajaba por asuntos de la venta del cereal aprovechaba para descargar mis ganas con cualquier hembra que me apeteciera. He conocido sexualmente a la mayoría de las mujeres de los pueblos de esta comarca y, hasta que cumplí los ochenta y dos años, nunca tuve un gatillazo ni problemas de erección. La verdad es que sólo tres o cuatro mujeres de todas las que me follé intentaron salir corriendo porque no sabían qué les estaba pasando; eran las más beatas de por aquí, también es cierto

Con las mujeres no funciona lo del barro del pinar. Según mi padre, la menstruación era la razón, pero nunca me dio más explicaciones. Se dio el caso de un hombre de fuera de nuestra familia que supo de nuestro secreto y practicó su poder. Estaba casado con una tía mía y desde siempre se había dicho que era un bastardo de alguien de los nuestros. Por si acaso, es mejor no decir nada salvo a tus descendientes directos

Si te casas o te enamoras, no cometas el error de contárselo a tu mujer por mucho que de ella te fíes. Es un secreto que debe estar a salvo, y el no poder disfrutar de ello puede llevar a hacerlo público, incluso por despecho o como venganza, nunca se sabe

Si hablas cuando estás invisible te oyen normalmente, lo que no deja de ser un peligro porque pueden reconocer tu voz y, sin saber la realidad de lo que esté ocurriendo, pueden pensar que estás gastando una broma de muy mal gusto. Durante años hubo rumores, comentarios en voz baja, acerca de que se pasean por estas tierras almas en pena y espíritus que buscan encontrar la paz eterna y se paran a hablar con los mortales que se encuentran en su camino para atormentarles. Hasta escribieron de ello en una revista de esas que tratan de sucesos paranormales y también hubo un programa radiofónico

Hay que tener cuidado al correrse, en especial aquellos que son gritones y escandalosos. Si perdemos el control según nos viene el gusto podemos meter la pata y probablemente nos terminarían reconociendo

Después de la guerra hubo por aquí partidas de maquis y un hermano de mi abuelo fue enlace con la guerrilla durante mucho tiempo aprovechando la invisibilidad. Una bala perdida le mató en un enfrentamiento con los guardias civiles, podemos ser invisibles, pero no invulnerables, somos hombres normales a los que en algún momento no se les puede ver, eso es todo  

Si coges algo cuando eres invisible, un vaso, por ejemplo, también se vuelve invisible en el momento, pero si lo dejas, se hace visible otra vez, por lo que hay que tener mucho cuidado y ser muy discreto. Por eso, si eyaculas encima de una mujer, inmediatamente se hacen visibles los restos de semen, se notan los lechazos en ese mismo momento

A todos los hombres de la familia que hemos podido disfrutar de ser invisibles —me sale que hemos sido nueve contándote a ti— nos ha dado por lo mismo, por follar. Hemos disfrutado del sexo todo lo que hemos podido y más, sin aprovecharnos demasiado desde el punto de vista económico, por ejemplo, aunque de todo ha habido durante tantos años, y hubo alguna compra de tierras muy comentada en su día que nos granjeó algún que otro enemigo

Ha vuelto Raluca, la compañera de Antonio, de visitar a sus familiares, y viene acompañada por Andrea, una prima suya de mí edad que se acaba de divorciar. Me gusta. Guapa, alta, elegante, curvilínea, simpática, pelo castaño rojizo… sí me gusta, sí, mucho.

Hay algo que siempre he querido hacer y nunca he podido, así que gracias al poder del barro me lo voy a permitir. Ya lo intenté hace un par de semanas con una joven alojada en el hotel, pero se puso a gritar en mitad de la noche con un ataque de histeria provocado por el miedo y los nervios de no ver quién se la estaba follando. Tuve que dejarlo, claro.

En las casas rurales de río abajo hay este fin de semana un grupo de cuatro amigas maduritas que están celebrando el aniversario de cuando terminaron sus estudios universitarios. Me he fijado en una de ellas —rubia, guapetona, redondita, con grandes tetas— cuando han estado paseando por el pueblo y tomando algo en el bar de Antonio, y es con la que quiero intentar realizar mi capricho sexual insatisfecho hasta ahora.

Poco después de las once de la noche estoy invisible en el bar que comparten las casas rurales y el hotel. Me he desnudado por completo, ya hace tiempo que perdí el miedo a hacerme de repente visible estando desnudo. El grupo de mujeres está sentado aparte de varias parejas de actitud empalagosamente cariñosa y mantienen un buen ambiente de risas, bromas y exceso de gintonics. Decido ponerme en acción y me muevo alrededor de las mujeres metiéndoles mano más o menos discretamente, sin llegar a centrarme en ninguna, pero pasando mis manos por culos, muslos, tetas...

Deben ser las copas, pero me está entrando un calor, por decir algo. Es una pena que por aquí no haya boys musculitos

Las risas de las cuatro mujeres me animan a continuar tocando y, en el caso de mi elegida —Irene es su nombre— lo hago con más detenimiento. Aprovecho que lleva falda vaquera para meterme debajo de la mesa, acariciar sus muslos y llegar hasta tocar sus bragas.

—¿Os acordáis de los numeritos que montábamos en el piso de la calle Dolores?

Más risas y gestos de complicidad entre las cuatro.

—Por cierto, yo nunca he vuelto a tener sexo con mujeres ¿Vosotras…?

Parecen ponerse serias durante unos instantes, quizás recordando, ninguna dice nada, y la pregunta termina sin contestar, momento que aprovecha una de ellas para pedir más copas y yo sigo a lo mío, mayormente centrado en excitar a Irene.

Estoy cachondo. Llevo casi dos horas metiendo mano a cuatro mujeres, pasándome un poco por lo atrevido de mis tocamientos y noto que todas ellas están cachondas —de hecho lo comentan, en broma y en serio, con sus voces ya aguardentosas— e incluso diciéndose alguna que otra burrada en recuerdo delas ocasiones en que se lo hicieron entre ellas en sus tiempos de estudiantes.

Deciden irse a sus habitaciones. Sigo a Irene, quien comparte con Beatriz uno de los dormitorios, estoy presente en sus maniobras en el cuarto de baño —siempre ha tenido para mí una cierta fascinación ver a las mujeres orinando— preparándose para dormir, y no me sorprendo demasiado cuando ambas, completamente desnudas, se besan en la boca de manera apasionada, con mucha lengua, abrazándose y acariciándose mutuamente brazos, espalda, culo, muslos, con una actitud cariñosa, como si estuvieran reconociéndose después de mucho tiempo.

Se echan a reír cuando se separan, vuelven a abrazarse y besarse, e inmediatamente Bea conduce a Irene hacia una de las camas.

—No quiero que nos oigan en el otro dormitorio, me daría vergüenza

Beatriz se ríe en voz alta y de nuevo se besan largamente, para pasar a acariciarse y besarse los pechos con verdadera gula, ya con muchas ganas.

—Estoy salida. Me he puesto muy cachonda mientras hablábamos en el bar, necesito correrme

Irene y Bea no se parecen físicamente. La primera es de estatura más bien baja, rubia, con el pelo levemente rizado, que lleva en media melena, guapa con bonitos grandes ojos azules, expresión risueña y boca de anchos labios, regordeta, con muchas y evidentes curvas, en especial un par de tetas grandes para su estatura que parecen dos gruesas balas de cañón que caen hacia los lados, un culo redondo, también grande, duro, un pandero de una vez, sujeto por muslos fuertes y anchos. La segunda es alta, muy morena de piel y pelo, que lleva muy corto peinado a lo garçon, rasgos duros y cortantes en su rostro, delgada, fibrosa, musculada, sin apenas pecho, pero sí con largos gruesos pezones oscuros, completamente depilada, culo pequeño, quizás demasiado masculino, y preciosas altas largas piernas.

Se están dando un festín con un ensalivado compartido sesenta y nueve, hasta que Bea, que en todo momento lleva la iniciativa, obliga a Irene a tumbarse boca arriba con el culo al borde de la cama. Se arrodilla en el suelo, pasa los brazos por fuera de los muslos de la rubia, lleva sus manos hacia las tetazas, desparramadas ahora hacia los lados, acaricia los rosados pezones con los dedos y le empieza a comer el coño de manera metódica, arriba y abajo, con mucha saliva, centrándose en el que parece ser un muy abultado clítoris, provocando suaves exclamaciones de excitación en Irene.

¿Y yo? Tengo la polla como el mango de una pala. No es esto exactamente lo que buscaba, pero me está gustando el numerito que tienen montado, y tras unos momentos de observación, decido participar. Mis toques y caricias a ambas mujeres quizás pasen desapercibidos, están ya muy excitadas y Bea parece un pulpo con sus manos y su lengua actuando en todos los puntos eróticos de Irene, que se deja llevar en una actitud totalmente pasiva, hasta que habla en voz baja, muy melosa:

—Házmelo detrás, como me lo hacías hace años   

Nada dice Bea, simplemente hace levantar a Irene para que se dé la vuelta, se arrodille sobre la cama y quede a cuatro patas, con las rodillas juntas, poniendo de manifiesto su culazo tremendo. La mujer morena acerca su cara al culo de la otra hembra, pasa su lengua deslizándola primero por las dos grandes medias lunas de las nalgas, y después de un par de minutos, ensaliva la apretada raja del culo, deteniéndose en el rosado ano, dándole más saliva todavía e introduciendo la puntita de la lengua apenas un par de centímetros. Los gemidos y exclamaciones de excitación de la mujer rubia son constantes y verdaderamente sentidos. La postura me viene a mí muy bien, así que me planto de pie ante Irene, sujeto momentáneamente su cabeza con mis dos manos, y le meto la polla dentro de la boca. No parece extrañarle, más bien le provoca mayor excitación y una nueva tanda de gemidos según empiezo a moverme adelante y atrás. Perfecto.

Estoy a punto de correrme, quiero hacerlo en la boca de Irene, así que sujeto su cabeza —otra vez parece tomarlo de la manera más natural o ni siquiera se da cuenta— y suelto mis lechazos de manera que le tienen que llegar hasta la garganta. Joder qué gusto.

Quiero continuar con mi capricho, así que aprovecho que de nuevo Irene se tumba boca arriba sobre la cama y Beatriz se pone encima haciendo coincidir ambos pubis para moverse arriba y abajo, para orinar sobre la cara y las tetas de la rubia regordeta. Ahí voy.

Por fin, llevo toda mi vida sexual queriendo hacerlo y nunca había tenido la oportunidad o no me había atrevido. ¡Qué bueno es! Cómo me gusta, es una prolongación del orgasmo previo, de manera más tranquila y relajada.

El grito que da Irene como culminación de su orgasmo es verdaderamente escandaloso, seguro que sí lo han oído sus amigas en el otro dormitorio, además del resto de alojados en las casas rurales. Y en ese momento, Beatriz hace su aportación a la ruidosa escena con unos cuantos altos gemidos, como si tuviera hipo, al mismo tiempo que parece eyacular o mearse, no lo sé, lanzando un chorro continuado de líquido que empapa el cuerpo de Irene más todavía. Las camareras que mañana hagan las habitaciones van a jurar en arameo.

Han pasado varios minutos y todavía ambas están recuperando su resuello, aunque Irene habla con voz débil.

—Ya no me acordaba. Qué gusto me das, no sé cómo has hecho lo de mi boca

Bea no dice nada, le da un suave beso y se marchan las dos a la otra cama, esa no está mojada, tropezando, con ganas de cerrar los ojos y dormir. Ha llegado el momento de marcharme. Bueno, ha estado bien.

En estos días se cumplen dos años desde el fallecimiento del abuelo Pedro. Murió en el hospital de Guadalajara, tranquilo, sin dolores, contento de haberme podido conocer. Le di mi palabra de intentar tener un hijo varón al que poder transmitirle en su día el secreto familiar. Estoy en ello. Hace cinco meses nos casamos Andrea y yo en Madrid, y hoy me ha comunicado que está embarazada.

En otro orden de cosas, mi hermana Carmela y yo hemos formado una empresa para la explotación del hotel rural de quince habitaciones que acabamos de inaugurar en el pueblo, en unos terrenos arbolados pegados al río en donde hemos modernizado media docena de edificaciones de arquitectura típica de esta zona. Su marido y ella van a continuar en el restaurante de Madrid y yo me voy a centrar en este proyecto. Pedro tenía bastante dinero, lo que nos ha permitido llevar adelante esta historia con rapidez y sin agobios económicos. Antonio y Uca se han hecho cargo del bar-restaurante del hotel, ha sido un bombazo, y ya hasta un banquete de boda hemos celebrado.

Hemos conseguido los pertinentes permisos para poner un puente metálico colgante que une ambas márgenes por su parte más elevada y que permite caminar —se ha editado un folleto turístico con tres itinerarios especialmente dirigido a senderistas y observadores de aves que también queda recogido en nuestra página web— entre el cercano complejo hostelero —a más de diez kilómetros por una sinuosa carretera— y nuestro pequeño pueblo, llegándose en menos de treinta minutos de paseo no especialmente exigente, con unas vistas preciosas de las sierras cercanas y las cortaduras del río, en donde se observan varias caídas de agua. Ha tenido un gran éxito entre los visitantes de fin de semana y las reservas van viento en popa.

Una de las dependencias del hotel es un moderno spa en el que los baños de barro arcilloso son el punto fuerte del programa revitalizador. Por supuesto, el secreto del poder de la fuente del barro del pinar no está en peligro, su agua no se utiliza en el hotel. Sólo soy yo quién lo aprovecha, muy de vez en cuando, para darme un capricho, con Andrea estoy sexual y sentimentalmente contento.

Las tentaciones son muchas. El pueblo se está revitalizando, han venido a vivir los y las que trabajan en el hotel, mujeres jóvenes que me dan ganas de conocer sexualmente, además de alguna que otra visita a Madrid para follarme a Pilar. Está muy contenta recibiendo las visitas de su esposo Tomás.

Ah, se me olvidaba, Antonio lleva razón: un traguito de agua de la fuente del pinar del barro por las mañanas y la polla funciona como una máquina perfecta. Cojonudo.

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