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La pulsera de cuero marrón

en Confesiones

La pulsera de cuero marrón

El sexo no me falta, al contrario, pero desde que hice mía la pulsera de cuero marrón…

Vaya comienzo de semana que llevo, en el trabajo alguien ha metido la pata y yo me he ganado una bronca sin comerlo ni beberlo, la dueña del piso que tengo alquilado ya me ha dicho que este año toca renovar el contrato con la correspondiente subida, mi novia tiene conmigo un cabreo de la leche —me tiene más de diez días sin follar, ni una triste paja me hace— porque no quiero ir el próximo fin de semana a una excursión por los Pirineos, con su hermana y un grupo de amigos, joder, que ya empieza a hacer mogollón de frío. El domingo comí en casa de mi madre y no hay quien le aguante con lo de ya eres mayorcito y se te pasa el arroz de tener hijos, fíjate en tu hermana que ya tiene la parejita. Me ha telefoneado dos veces con la monserga. Y sólo es martes.

Me llamo Eduardo, tengo treintaiún años, trabajo en un afamado bufete y soy abogado especializado en accidentes de todo tipo, reclamaciones y acuerdos extra judiciales. Vivo en una ciudad del norte de España que ronda los quince mil habitantes, lo que no deja de ser un coñazo, porque a la hora de la  verdad todo el mundo sabe de ti, lo que haces, por donde te mueves… bueno, no me voy a quejar que tampoco estoy tan mal, me voy a pasar por casa de Mercedes, mi novia, a ver si hay suerte y meto la polla en caliente.

No sé si decir suerte, pero en cuanto he dicho que sí, que le acompaño a la excursión, ya estoy follando. Merche tiene medio año menos que yo, es una mujer alta, delgada, de rostro agradable, cabello liso rubio que lleva en media melena peinada con raya a un lado, con grandes ojos verdeazulados —característicos de las mujeres de su familia, oriunda de esta zona pre-pirenaica— cejas más oscuras que el pelo, nariz romana, pequeñas orejas y boca recta de labios rojizos gordezuelos. Cuello alargado, esbelto, hombros rectos delicados que parecen querer proteger un par de tetas de buen tamaño, altas, separadas, musculadas, apuntando hacia los lados, terminadas en punta por pezones cortos y gruesos de un tono beige suave, al igual que las pequeñas areolas circulares que los enmarcan. Cintura alta y estrecha, con estómago plano y el vientre levemente abombado que se continúa en un sexo de anchos labios vaginales, protegido por vello púbico del mismo color que el pelo de su cabeza, corto, denso, muy rizado. Presenta dos muslos largos, fuertes, musculados, que se sostienen en piernas altas, delgadas, torneadas, muy bonitas. El culo es algo especial, probablemente lo mejor de su cuerpo: alto, ancho y alargado, prieto, fuerte, sin mancha ni marca alguna… verdaderamente deseable. A pocas mujeres le quedan mejor que a Merche los pantalones y faldas ajustados, y ella lo sabe, por supuesto. Es una mujer guapa y una tía buena de las que llaman la atención.

No puedo estar tanto tiempo sin follar y esta cabrona me conoce demasiado bien, así que consigue de mí lo que quiere en cuanto me da su cuerpo, no deja de ser chantaje puro y duro, pero sarna con gusto... Me encanta meterla en su coño caliente, suave, estrecho, empapado siempre que se excita, lo que ocurre a menudo. Está tumbada boca arriba en la cama, con las piernas muy abiertas dobladas por las rodillas y los pies firmemente plantados en el colchón. Una almohada puesta bajo su culo levanta el pubis de manera que al arrodillarme ante ella están totalmente accesibles coño y culo, a elegir, porque le gusta que penetre todos sus agujeros, y cuando como ahora está contenta conmigo, me da todo lo que quiero y más.

Estoy tumbado sobre mi hembra, con los brazos apoyados sobre la sábana, medio abrazándola, mi cabeza junto a la suya, follando a buen ritmo, sin parar, intentando ir elevando la velocidad cada pocos pollazos, con los ojos cerrados, dejándome llevar por el sonido de los suaves gemidos de excitación que da Merche, por el ruido de chapoteo que provoca mi polla al entrar y salir del mojado coño, por la maravillosa sensación de notar cómo las paredes vaginales rodean y aprietan todo mi rabo, sabiendo que me voy a correr y que a mi novia le queda ya poco, en cuanto se acaricie un poco su sensible abultado clítoris.

Cabrón, lo que me haces, cómo te aprovechas  

Estas frases que dice Mercedes cuando follamos son impagables, las más de las veces me habla parodiando la manera de hablar de una niña pequeña o si no, como si fuera mi dueña, mi ama, con cierta dureza en el tono. Añade fuego a nuestra mutua excitación, está claro.

Qué ganas tiene mi chochito pequeño de tu pollita

Lleva cosa de un minuto tocándose el clítoris —llamativamente ancho y largo— con tres dedos, de manera que el sonido de su respiración es todo un vendaval y el entrechocar de nuestros muslos parece el ruido de un tambor. Está muy excitada, cercana al orgasmo, que le llega como si le cogiera de sorpresa, así que da un fuerte corto grito, se queda quieta durante unos instantes y después gime quejándose durante los muchos segundos que se aprieta aún más contra mi pubis, sin dejar de darme golpecitos, al mismo tiempo que noto en la polla los suaves pellizcos que me provocan los incontrolados espasmos de su vagina. Casi siempre, y esta vez también, acaba diciendo en voz apenas audible:

Ay mamá, qué puta soy

Le saco la polla, me tumbo a su lado con necesidad de ponerle fin a la tremenda erección que tengo y antes que yo pueda decir nada, Mercedes se da la vuelta hacia mí, todavía con la respiración agitada, besa suavemente mis labios, coge firmemente con su mano izquierda la polla y lleva la mano derecha bajo mi culo para, rápidamente, pasear un dedo ensalivado por la raja y poco después introducirme uno de sus largos dedos, al mismo tiempo que menea deprisa el tronco de mi tiesa polla.

Mi niño se va a correr, le voy a hacer lo que le gusta y me va a dar su rica leche

Tras un corto rato de menear la piel de mi rabo acerca su cabeza a la polla e inmediatamente se la mete en la boca para, sin dejar de usar la mano arriba y abajo, manteniendo dentro de mi ano su dedo juguetón, mamármela a buena velocidad, con mucha saliva, utilizando labios, dientes, la boca entera, parando de vez en cuando para decirme de todo —qué cachondo está mi mariquilla, que pollón se le pone, qué putita es su chica— con voz ronca, susurrante, hasta que no puedo más y me corro como si fuera un surtidor de semen, lanzando media docena de churretones de densa blanca leche que ella recibe en la boca, me lo enseña recogido en la lengua según voy quedando fuera de combate por el sentido orgasmo, lo traga y me besa, metiéndome la lengua para que note el sabor de mi propio semen. ¡Esta tía es la hostia!, y cómo me gusta.

El viernes, día de la excursión, ha amanecido nuboso y frío, y por la tarde, cuando tomamos el autocar que nos va a acercar hacia una casa rural recientemente inaugurada que ninguno conocemos, situada en los aledaños del valle de Zuriza, la cosa no pinta demasiado bien. Se está adelantando el invierno, pero no hay nada que pueda con el entusiasmo de tres mujeres y tres hombres con ganas de pasarlo bien y follar, por lo menos esa es mi principal intención.

Cuando llegamos a Ansó algo más de una hora después ha empezado a nevar débilmente y la conductora del minibús que nos recoge para llegar al lugar al que vamos nos advierte que hay ya zonas con nieve cuajada y han bajado mucho las temperaturas. Poco después de pasar el camping nos desviamos por una estrecha carretera apenas asfaltada que enseguida comienza a subir por una empinada ladera arbolada en la que se hace muy evidente la luz grisácea propia del cielo plomizo lleno de cargadas nubes. Por fin llegamos a una pequeña campa en donde hay un espacioso chalet que en su día debió ser una casa solariega grande e importante y se ha reconvertido en negocio hostelero. Estamos muertos de hambre, así que tras echar una rápida mirada a las amplias habitaciones —no hay más alojados que nosotros— pasamos al bonito bar comedor, en donde cenamos mucho y bien —los dueños son vascos y se nota— después nos pasamos a los gintonics, vicio muy extendido por esta zona. Charla entretenida, chistes, vaciladas, algún porro que aparece por arte de magia y ganas de liar el asunto por parte de Merche y su hermana Amparo, que nos hacen meternos a todos en una de las habitaciones —la discreta pareja madura encargada del alojamiento desapareció de la vista ya hace rato— y comenzamos a jugar a algún tonto juego cuyo fin es que nos quedemos todos en pelotas lo más rápido posible. Me parece bien, porque además de mi novia las otras dos mujeres también están muy buenas.

Amparo es la hermana mayor de Merche, le lleva tres años y se parecen bastante físicamente. Sonia es la amiga de siempre de Amparo, de hecho viven juntas en un piso de la familia de mi novia, y está en las antípodas de ambas hermanas en lo que a físico se refiere. Tomás y Miguel en teoría no son los respectivos novios, aunque todo el mundo lo piensa dado que son amigos desde siempre y en todo y para todo están juntos.

Ya he visto a Amparo desnuda en otras ocasiones, en vacaciones hemos ido juntos a playas nudistas y su hermana y yo hemos estado follando en su casa varias veces, con lo que nos ha visto y nosotros a ella con Tomás. Está buena, muy del estilo de su hermana, con rasgos más duros en su rostro y la nariz un poco grande —suele llevar el pelo muy corto, teñido en tono castaño e incluso negro, provocando contraste con sus ojos verdeazulados— y tetas más pequeñas —dos pitones llamativas, picudas, altas, separadas, con forma de copa ancha de champán, pezones pequeños y sin areola visible— suele llevar completamente rasurado el pubis o, en ocasiones, se tiñe el vello púbico del mismo color que el cabello de la cabeza. Su culo no es tan espectacular como el de Merche, quizás sea algo masculino, pero es un melocotón redondeado muy excitante.

Sonia tiene la misma edad de su gran amiga Amparo, es una mujer no demasiado alta, ancha —quizás le sobre algún que otro quilo pero los lleva muy bien puestos— de curvas evidentes, redondeadas, muy morena de pelo —se tiñe a menudo en color rubio o castaño claro, al revés que Amparo, entre ellas se ponen de acuerdo para cambiarse el cabello— que lleva en larga melena, casi siempre recogida en moños y trenzas, y una piel preciosa de tono moreno, como si tomara mucho el sol. Es muy atractiva de cara, con unos grandes ojos oscuros llamativos y boca redondita de labios chupones que indefectiblemente te hacen pensar en mamadas. También la he visto desnuda en la playa, y está muy buena, con un par de tetas grandes, altas, apretadas, duras, con aspecto de balas de cañón, y unos pezonazos largos y gruesos apuntando hacia abajo que son un escándalo cuando los tiene erectos. Es ancha pero no se le puede considerar gorda, de caderas grandes que engloban un culo alto, duro, muy redondo, que se continúa en muslos anchos y piernas bien formadas. Con el sexo completamente depilado se puede decir que resulta obscenamente sexy y deseable. Tiene un polvo, sí señor, es lo que se dice una tía camera, camera, y a mí me pone a mil por hora ese estilo de mujer, me recuerda a una novia que tuve siendo muy joven.

Ya hace bastantes minutos que estamos todos desnudos y apenas hablamos entre nosotros, estamos ya besándonos, metiéndonos mano, en los preliminares de la follada que, parece ser, las tres parejas vamos a darnos en la misma habitación, con las luces apagadas, con los colchones de las dos camas puestos juntos en el suelo, y los seis sobre ellos. En el exterior se oyen ráfagas de viento y Amparo ha descorrido las cortinas para que podamos ver la nevada, densa y copiosa, además de tener algo de luz para ver lo que unos y otros hacemos.

No he dicho nada de Tomás y Miguel. Son parecidos, del tipo de hombre propio de estas tierras: treintañeros altos, delgados, rubios de cabello y piel, Tomás es ancho y fuerte, con una polla no muy larga pero sí muy gruesa, con un glande tremendo, de los que al descapullar parecen el sombrero de una seta; Miguel es más delgado y esbelto, con una polla muy larga —pasa de veintidós centímetros— picuda y estrecha. Buena gente, educados, amables, están colados hasta las trancas por Amparo y Sonia.

¿De mí que digo?, soy moreno, me dicen que resultón —mido uno ochenta y tres, delgado, fuerte sin marcar demasiado musculitos— para las mujeres y mi novia me apunta como mérito un rabo de dieciocho centímetros de largo y casi cinco de ancho, con un capullo algo puntiagudo que me facilita la entrada en el culo de las hembras, lo que me encanta.

Paso de esa especie de vergüenza o desazón incómoda que se suele tener en los primeros momentos de sexo en grupo, donde sabes que alguien te ve, te oye y quizás está atento a lo que haces. Me beso guarramente con Mercedes, que está sentada en el colchón con el cuerpo apoyado en el lateral de la cama, me acaricia la polla con ganas, como si se la fueran a quitar, y rápidamente empiezo a darme el festín que supone mamar sus tetas. Qué sensación de plenitud me da tener la boca muy llena de esos juguetones grandes pezones —a mi novia le gusta decir que cuando los tiene tiesos parecen pollitas y los de Sonia parecen pollazas— lo que provoca los primeros quejidos de excitación de mi hembra.

Para gemidos los que da Sonia, está sentada sobre sus piernas y Miguel se ha situado detrás, con las manos muy ocupadas en sobar las grandes tetas de su novia. Ya le tiene metida la polla larga y estrecha, de manera que ella se mueve adelante y atrás  constantemente, no muy deprisa ni con mucho recorrido, pero sin parar. La negra melena de Sonia, ahora está completamente suelta, es espectacular.

Amparo y Tomás están abrazados besándose, metiéndose mano y mirando sin perder detalle de lo que hacemos los demás. El hombre quiere algo más, así que se sienta con las piernas estiradas, apoyando la espalda en uno de los sillones, ella se le sube encima poniéndose sentada en cuclillas, dándole la espalda, mirando hacia el resto de los que compartimos el colchón, no se quiere perder nada a pesar de tener la gruesa polla dentro.

Una ráfaga de viento nos sobresalta cuando lanza contra el cristal del gran ventanal de la habitación nieve helada que repiquetea con dureza, después nos reímos todos como si hubiéramos roto cierta tensión, y poco a poco nos vamos soltando, cada uno a lo nuestro, cada pareja a lo suyo.

Mi niño me va a sodomizar, me va a meter el pollón en el culito

Nada más decirlo, Mercedes ha cogido de encima de una de las mesillas un frasco de una conocida marca de lubricante, impregna mi polla con sus dos manos y se arrodilla juntando las piernas, de manera que su maravilloso culo está ante mí en total plenitud, baja la cabeza y el torso al mismo tiempo que con sus manos empuja a derecha e izquierda, separando las nalgas y dejando expedito el ano redondeado, apretado, rugoso, del mismo bonito color tostado que sus pezones y labios vaginales. Ayudándome con la mano derecha coloco la punta del capullo en posición, empiezo a empujar sujetándome en la cintura de Merche y en cuanto noto que empieza a vencerse la resistencia, son mis dos manos las que pongo en la cintura, bien agarrado, empujando de manera constante, con fuerza.

Sí, sigue; métela, maricón

Continúo empujando y enseguida entra el glande, como si diera un saltito hacia adelante, la mujer quita sus manos de las nalgas y apoya los brazos en el colchón, también la cabeza, humillándola, como a mí me gusta, con los ojos cerrados, la boca abierta, respirando con fuerza, la espalda muy recta, como si mi polla en el culo la estuviera poniendo completamente en tensión todo el cuerpo, sin dejar de hablar.

Ay mi culito; qué malo eres, me lo vas a romper

Ya está toda la polla dentro, rodeada de hembra, apretada, al mismo tiempo que notando la algodonosa sensación de bienestar que me produce estar en su culo. Sin esperar más comienzo a entrar y salir, sin llegar a sacarla del todo, con el ritmo propio de una buena follada.

Sí, mi rey, sigue, sigue dándome por el culo

No se han perdido detalle ninguno de los presentes en la habitación, aunque no han parado de follar.

Los gemidos de Sonia nos acompañan durante todo el rato, una especie de silbido corto, ronco, en voz no muy alta, que marcan cada momento en el que Miguel empuja a fondo y le mete la larga polla todo lo profundamente que puede, aumentando el ritmo, obligando a la rotunda hembra a sujetarse con las dos manos al lateral de la cama, buscando ya el placer de ambos, dejando de tocar con su mano derecha uno de los pechos de la mujer para pasar a acariciarle la zona del clítoris. Poco a poco sigue subiendo el nivel de ruido de los gemidos de la mujer morena.

Tomás está ahora completamente tumbado sobre el colchón con Amparo encima de él, arrodillada con una pierna a cada lado del cuerpo del hombre, subiendo y bajando a su gusto, botando sobre el vientre del macho con la polla bien metida en el coño. También habla —es un rasgo familiar— aunque no puedo entender lo que dice, en voz muy baja y sin mucho sentido salvo para su excitación y la de su hombre.

Tócame el clítoris, cabronazo

La petición de Merche indica que siente próximo su orgasmo y la intensidad del deseo es ya ansiedad, necesidad por su parte. Tocar la zona del clítoris de mi novia es excitante y gratificante, lo tiene ancho y largo —se lo he medido en erección y son más de dos centímetros— con lo que no sólo no te pierdes durante el masajeo, sino que eres muy consciente de lo que le estás haciendo, además, no es muy amiga de que se lo coma —en ocasiones dice que los hombres comecoños le parecen lesbianas— pero las ocasiones en las que me deja hacérselo se corre de manera salvaje, con orgasmos intensos, incontrolados. Sigo adelante y atrás en su culo, pero presto más atención al clítoris, y en apenas un minuto se corre, da un corto grito y después se sigue quejando quedamente hasta parar del todo —tampoco se olvida esta vez de decir eso de Ay mamá— intentando tumbarse, aunque no le dejo hacerlo, obligo a que se quede arrodillada sin desplomarse y sigo dándole una buena enculada, follando deprisa, fuerte, profundamente, durante un par de minutos más o cosa así, lo que tardo en correrme y eyacular dentro de su culo fabuloso. Qué bueno es, qué gusto me da. Se la saco y me gusta fijarme en el grueso hilo de semen que acompaña a mi polla desde el ojete del culo. Nos tumbamos sobre el colchón, nos besamos suavemente y nos ponemos a ver el espectáculo en vivo.

El mariquilla de mi niño me ha llenado el culo de leche, es un guarro, pero me da mucho gustito

Los gemidos de Sonia se han convertido en gritos fuertes, altos, muy seguidos, porque Miguel le está pegando una tremenda follada, rápida, al estilo conejo, bien agarrado con las dos manos, metiendo ruido al chocar con las nalgas de la hembra, totalmente entregado, mientras que ella ha pasado a ocuparse de su clítoris. La llegada del orgasmo provoca que detenga sus gritos durante unos instantes, solloza por el gusto y de nuevo da un grito, ahora muy largo y en voz baja, que se acaba casi en el mismo momento en el que su hombre se corre dando un fuerte bufido, eyaculando dentro del coño de la hembra. Se tumban a nuestro lado y los cuatro miramos hacia Amparo y Tomás.

Amparo se mueve como si fuera una coctelera, arriba, abajo, derecha, izquierda, en círculos, muy deprisa, se para unos instantes, otra vez rápido, con los brazos doblados por encima de la cabeza, las manos entrelazadas y gesto de sufrimiento en el rostro, con los ojos cerrados, la boca muy abierta, las aletas de la nariz estiradas intentando que le entre la mayor cantidad de aire, y una respiración que parece un sordo rugido con constantes altibajos. De Tomás sólo se oye el reflejo de su esfuerzo, bien agarrado a las caderas de la hembra, acompañando el movimiento de la misma empujando hacia arriba, respirando muy fuerte, muy rápido.

Sí, sííííí, sí, sí, sí…

El grito dura poco, en voz baja, ronca, asfixiada. Amparo descabalga y se tumba para recuperarse, lo que lleva a Tomás a incorporarse lo suficiente como para quedar con la polla a la altura de la cabeza de la mujer, meneándosela sin parar, cubriendo y descubriendo la seta que parece su ancho glande con el pellejo de la polla. Se corre en poco rato dando un bufido contenido, largo, muy sentido, echando un montón de densos chorros de semen que impactan en la cara y el pelo de la hembra, quien tiene cerrados los ojos y la boca. Cuando termina se echa en el colchón.

Guarro, cómo me has puesto con tu lefa, casi es mejor que te corras dentro

Pocos minutos después cada pareja marcha a su habitación, mientras la nevada arrecia en el exterior.

Nos levantamos temprano, el día amanece con muchas nubes pero no nieva ni hace el tremendo viento de la víspera. Yo me recupero con un desayuno cojonudo de estilo americano, es algo que me encanta, y por lo que veo, todos estamos necesitados de revivir comiendo. Decidimos salir para marchar hasta un no muy lejano albergue, y si el día levanta nos plantearemos ir más lejos. Quedamos en volver a cenar a la casa rural.

Hace frío, pero vamos bien preparados de ropa y calzado, algo imprescindible por aquí. Marchamos sin prisa, a un paso regular, llegamos al albergue sin mayor problema, tomamos un café con dos montañeros que han pasado aquí la noche y se marchan porque están seguros que en cualquier momento va a empeorar el tiempo. Ni me dejan meter baza para decir que nos volvamos con ellos, pero durante un ratito aparece un tibio sol y eso anima a mis compañeros a seguir subiendo por un estrecho sendero que ninguno hemos transitado nunca. Una hora después nos hemos perdido, no hay sendero, nos ha granizado y ahora empieza a nevar con fuerza al mismo tiempo que el viento se ha puesto a soplar. Intentamos atravesar una empinada ladera llena de árboles para ver desde la cima dónde estamos, a mitad de camino la densa maleza nos obliga a retroceder un poco y, de repente, caigo por un agujero del suelo, no puedo agarrarme a nada.

Joder qué hostiazo, me duele todo el cuerpo, he debido caer muchos metros y también he resbalado por las paredes esta cueva bastante grande en donde no estoy solo. Sonia ha caído conmigo, se ha despertado tras estar unos minutos sin sentido e intenta salir del lugar en el que nos encontramos, gritando para que nos oigan nuestros amigos, dado que suponemos no pueden estar muy lejos.

Me he puesto en pie, me duelen la cabeza, la espalda y el brazo izquierdo, y Sonia está empezando a desanimarse, en cualquier momento le va a dar un ataque de nervios, así que me acerco a ella.

Deja de gritar, te va a dar algo, no sabemos lo lejos que estamos de ellos, la cueva es muy profunda y nos hemos deslizado por las paredes, por la maleza, la nieve amontonada, durante vete tú a saber cuántos minutos, los dos hemos debido estar sin conocimiento. Vamos a intentar salir por nuestros propios medios, también estarán buscándonos por afuera

Un rato después estamos desorientados y perdidos dentro de la cueva. Llevamos dos linternas que lo único que nos enseñan al romper la oscuridad reinante es que el empinado suelo de la cueva no deja de bajar, es imposible ir en sentido contrario. Empieza a hacer mucho frío, el aire que respiramos es gélido y en el suelo hay hielo, por lo que resbalamos en varias ocasiones. Nada digo a la nerviosa Sonia, pero me estoy asustando. Seguimos un pequeño curso de agua que sale a nuestra derecha y que continúa bajando.

—¿Quiénes sois, qué hacéis aquí? Esta es mi cueva, me estáis molestando

Vaya sobresalto que nos hemos llevado. Un hombre que parece de mediana edad, alto, grande, barbudo, con largo enmarañado pelo, envuelto en varios abrigos, ha aparecido de repente, nos atemoriza con su voz ronca, fuerte y con la expresión de cabreo que tiene en la cara, blande un pesado bastón de madera y nos ilumina con un antiguo quinqué de petróleo. Antes que nos recuperemos de la sorpresa nos hace seguirle sin decir nada por el intrincado dédalo de estrechos pasillos en que se ha convertido el camino que seguíamos en la cueva. Me parece que nos lleva dando muchas vueltas para despistarnos más aún. Desde luego lo consigue sin problemas. Sonia y yo vamos cogidos de la mano, acojonados, yo sigo bastante dolorido.

Llegamos a un habitáculo medianamente grande, semicircular, en donde en su centro hay encendido un poderoso chispeante fuego. A un costado, como a diez metros, hay un chorro constante de agua del grosor de un brazo, y en el lugar en donde nos señala con el bastón que nos sentemos sobre unas mantas amontonadas de cualquier manera, se observa la existencia de algunos rústicos muebles —una mesa baja, dos banquetas, un gran camastro, baldas por las paredes— y una especie de alacena en donde hay cacharros de cocina y algunas botellas de cristal. Varios metros a la izquierda hay una gran cantidad de leña seca apilada y al lado está la entrada a otra pequeña cueva, lugar del que sale a vernos un gran gato negro de brillantes ojos verdes que nos mira interesado. Por lo menos no hace demasiado frío y no se nota la tremenda humedad de la cueva.

Intento hablar, pero el hombre se pone raudo en pie y hace un gesto amenazante con la garrota. Me callo y él aprovecha para coger un cazo grande que está calentándose al fuego. En dos tazas desportilladas sirve una porción del contenido del perolo, echa también un buen chorro de lo que contenga una de las botellas, se queda con una de las tazas y la otra me la acerca para que la compartamos Sonia y yo. Es una infusión de yerbas, algo amarga y cargada de aguardiente, pero está bueno y nos reconforta. Pocos minutos después nos hemos tranquilizado y no vemos al habitante de la cueva con tanto miedo, incluso diría que estamos contentos. Nos habla con voz ronca, dura, desagradable, intentando asustarnos.

Soy Larso, vivo aquí. No habléis si no os lo pido. Tengo mal genio, me gusta pegar

Se levanta, coge nuestras mochilas, mira lo que hay en ellas, coge las barritas energéticas, los frutos secos y el chocolate que llevamos y se pone a comerlo —el gato ha venido rápidamente y comparte un dulce con el hombre— se guarda mi ropa —calcetines, una camisa, un poncho para el agua, una camiseta térmica— y le tira a Sonia la ropa interior que encuentra en la mochila de la mujer. Guarda para sí todo lo demás, lo lleva a la otra cueva más pequeña.

Se acerca a nosotros —yo creo que la infusión nos ha dejado atontados, demasiado calmados— se coge la muñeca izquierda, tocando la pulsera de cuero marrón de un dedo de ancho que lleva puesta, y nos mira a la cara, aunque no parece decir nada, pero yo oigo claramente:

Desnudaos los dos, quiero follar

No me parece nada raro, me levanto y me desnudo con naturalidad, veo que a mi lado Sonia hace lo mismo, con una sonrisa de aceptación en el rostro. El hombre también se ha desnudado, se acerca al chorro de agua y orina apuntando al canalillo de piedra en donde cae, para después lavarse someramente la polla y los huevos. Vuelve hacia dónde estamos y ya está en erección, su polla es larga y gruesa, de buen tamaño.

De rodillas, chupad mi polla

De nuevo me ha parecido que el hombre no hablaba, pero yo lo he oído perfectamente. Eso es lo que hacemos, sin dudar ni un segundo. Empieza Sonia sujetándosela con la mano, lamiendo a lo largo del tronco, punteándole poco después el capullo con la punta de la lengua, lo que me permite a mí lamer la tranca. Nunca lo había hecho hasta ahora, me he follado a algún tío, a Mercedes le excita verme cómo le doy por el culo o cómo me come el nabo un hombre si nos montamos un trío muy de vez en cuando, pero nunca hasta ahora le había comido el rabo a nadie. Me está gustando, me excita, me parece natural, normal, es lo que tengo que hacer. Algo me lleva a hacerlo sin plantearme nada más.

Estoy arrodillado en el suelo sobre las mantas, a cuatro patas, con mis manos hago fuerza empujando hacia los lados las nalgas, ofreciendo la entrada de mi culo a la polla del hombre barbudo. Sonia ha estado chupando el capullo de Larso para dejarlo bien ensalivado y a mí me ha metido la lengua varias veces intentando suavizar mi apretado ano, incluso me ha escupido para poner más saliva. Me duele, más de lo que yo creía, noto una gran quemazón cuando la polla entra en mi culo, y se incrementa la sensación de dolor con el movimiento de entrar y salir propio de la follada. Mi follador se da cuenta, se toma la muñeca izquierda con la mano derecha tocando la pulsera de cuero que lleva puesta, me mira a la cara y sin pronunciar palabra oigo en mi cerebro: no te duele, sólo te excita, te pone cachondo, te va a gustar mucho. Inmediatamente todo transcurre sin problemas, todo sucede como he oído en mi interior, y poco a poco me voy poniendo muy excitado al ritmo de la enculada que me está dando el cavernícola, quien le ha ordenado a Sonia —otra vez el gesto de tocarse la pulsera de cuero— que se tumbe en el suelo boca arriba y me coma la polla mientras él sigue dándome por el culo.

Estoy muy cachondo, deseando correrme, lo que sucede en el mismo momento que el hombre me ha metido la polla lo más profundamente que puede, se queda quieto, saca de golpe el rabo de mi culo y la comida de capullo que me está haciendo Sonia hace el resto. Qué bueno, me dura mucho el orgasmo, eyaculo suavemente, lentamente, la leche fluye tranquilamente, sin salir disparada de mi polla como en otras ocasiones. Me gusta que la mujer trague el semen. Quedo tranquilo y relajado apoyado contra la pared.

Larso ha cogido a Sonia del largo pelo para obligarle a que se arrodille ante él y le coma la polla, sin manos, sólo la boca entera, con labios, lengua, dientes. Después de un par de minutos el hombre está follando a la morena en la boca a toda velocidad, dentro-fuera, sujetando la cabeza con las dos manos, controlando y dirigiendo el movimiento de la hembra hasta que se corre dando un verdadero alarido, lanzando muchos chorreones de semen a lo más profundo de la garganta, obligando a la hembra arrodillada a que se trague todo dándole golpecitos en la cabeza. Arrastra a Sonia hasta el canalillo al que cae el chorro de agua, de nuevo hace el gesto de tocar la pulsera de cuero de su muñeca izquierda, mira a la mujer e inmediatamente se coge la polla morcillona y empieza a mear sobre Sonia, en el negro cabello, en toda la cara intentando que le entre orina en la boca, y sobre las grandes tetas. Un nuevo bufido de satisfacción del hombre da por terminada su sesión de sexo, dice a Sonia que se haga una paja, a lo que se afana acariciando muy deprisa el clítoris durante el poco tiempo que tarda en correrse, dando un grito de liberación, de descanso, sollozando un par de veces más hasta que se queda quieta, se lava bajo el chorro de agua, se acerca a mí tiritando y queda tranquila cuando le paso un brazo por los hombros tras envolverle en una manta.

Sois dos buenas putas, me lo vais a hacer pasar bien. Dormíos en ese camastro y no intentéis marcharos, la cueva es peligrosa y el suelo está helado

Es imposible saber el día en el que vivimos, si es de noche o de día o cuánto tiempo llevamos aquí. Comemos cuando Larso come y no está cabreado, nos ha dejado en ayunas alguna ocasión —tiene una gran provisión de latas de conserva, cajas de comida, embutidos, quesos, carne seca, aguardiente, en la cueva pequeña— dormimos cuando nos lo dice, nos lavamos —lo del agua helada es lo peor de todo— cuando lo manda, nos adormece con la infusión de hierbas y follamos a menudo tal y como él nos ordena, siempre tras el gesto de tocarse la pulsera de su muñeca izquierda. Nos mantiene desnudos, tapados con mantas, nos sigue tratando como putas, a los dos, y no recuerdo que se la haya metido a Sonia salvo en la boca, prefiere darme por el culo en vez de follársela, le ordena que se haga pajas o me dice a mí que la folle de vez en cuando. No le perdona lo de mearle encima, es la manera que tiene de acabar una follada. Lo curioso es que estamos contentos, que gozamos del sexo de manera clamorosa y no echamos nada de menos porque en cuanto nos surge alguna duda o empezamos a pensar por nuestra cuenta, nos ordena lo que cree conveniente y siempre obtiene lo que quiere gracias a la pulsera de cuero.

Es violento y paga sus berrinches con nosotros. Nos ha pegado a los dos, en especial a Sonia, con una vara, castigándonos hasta que se le pasa el mosqueo. Nos amenaza con matarnos a golpes si intentamos escapar de la cueva.

Por primera vez el hombre de la cueva está muy borracho, se le ha ido la mano con el aguardiente, se ha tomado un par de botellas y no nos ha dado la infusión de yerbas que habitualmente prepara para que nos atonte y estemos tranquilos, relajados. Como hace casi siempre nos ha pedido que nos desnudemos y Sonia le está mamando la polla. No le he visto tocarse la pulsera de la muñeca izquierda, no siento la necesidad de tener sexo con él ni he recibido ninguna orden, y la borrachera que tiene no le va a permitir follar. Se queda dormido, profundamente, Sonia deja de chupársela y nos miramos, nos cercioramos de su sueño y en voz muy baja hablamos:

Es nuestra oportunidad, tenemos que obligarle a sacarnos de la cueva

—Si no lo conseguimos nos va a matar

Con más miedo que otra cosa me acerco e intento quitarle la pulsera de cuero de su muñeca izquierda. Me cuesta trabajo, lleva un cierre metálico que no sé cómo va, aunque sin saber qué he hecho, logro abrirlo y quitársela. Me la pongo en la muñeca —es como si ella sola se hubiera cerrado— y en ese momento despierta, intenta ponerse en pie sin saber qué ocurre, pero Sonia le pega un golpe en la cabeza con su propio bastón y le deja sin sentido. Rápidamente le atamos las manos a la espalda con cuerda y alambre, hacemos lo mismo con sus piernas a la altura de los tobillos y por vez primera entramos sin miedo en la cueva pequeña. Además de comida hay mucha ropa de abrigo, varias mochilas, algunos teléfonos móviles destrozados a golpes, quien sabe si no ha habido más gente aquí con él, por si acaso guardo las seis tarjetas de los móviles que hay. Encontramos nuestra documentación y los relojes que llevábamos Sonia y yo en una caja en donde hay más.

Nos vestimos para salir fuera de la cueva, llenamos dos mochilas con ropa de abrigo, linternas, comida fácil de llevar, botellas de agua y un puñado de las yerbas de la infusión que Larso prepara. Ahora viene lo difícil. Despertamos al hombre atado poniéndole bajo el chorro de agua helada y le pedimos que nos saque de la cueva y deje que nos vayamos. No deja de insultarnos, de vaticinarnos todos los males, de amenazarnos con duras palizas. Sonia no se corta y le golpea castigándole con dureza para que acceda. Se me ocurre probar algo. Sujeto con mi mano derecha la muñeca izquierda asegurándome de estar tocando la pulsera de cuero, miro directamente a sus ojos, y sin decir nada, sólo con mi pensamiento, le ordeno que haga caso a lo que le pedimos, que nos saque de la cueva y nos dirija hacia el lugar habitado más cercano y fácil de llegar.

Cambia la expresión de su cara, parece aceptar gustoso lo que le he transmitido, y tras liberar sus tobillos echa a andar por la cueva, hacia abajo por el camino natural del empinado suelo. El gato se ha subido a la mochila que llevo a la espalda, le coloco para que esté cómodo y no se pueda caer, se viene con nosotros. Han pasado más de tres horas, pero durante los últimos minutos de nuestra penosa marcha ya no bajamos, caminamos con más facilidad y al doblar un recodo la luz del exterior nos da una bofetada en la cara. Estamos fuera de la cueva.

Cabrones de mierda, os buscaré para traeros de nuevo, sois mis putas

Al barbudo Larso se le ha pasado el efecto de lo que sea que provoca la pulsera de cuero, así que de nuevo la agarro con la mano derecha y le ordeno que esté tranquilo y callado, que nos indique el mejor camino, después se vuelva a la cueva sin volver la vista atrás y se olvide completamente de nosotros, para siempre. Sonia es más expeditiva, le zumba media docena de veces con dureza.

Nada más perderle de vista —le hemos liberado las manos— Sonia y yo marchamos a paso rapidito en la dirección indicada por nuestro captor. La noche nos encuentra aún lejos de algún sitio habitado. Nos refugiamos bajo unas losas, sobre dos mantas que llevamos, pero no encendemos fuego por si nos estuviera buscando el temido Larso.

—¿Qué vamos a decir?, no me apetece contar y reconocer todo lo que nos ha pasado y hemos tenido que hacer, nadie creería lo de la pulsera, pensarán que estamos locos

—Llevas razón, no digamos nada del barbudo, sólo que nos caímos, despertamos en una cueva, quedamos golpeados, doloridos, desorientados durante días, no supimos salir, había mantas y latas de comida. No sabemos los días trascurridos porque hemos perdido la noción del tiempo. Al ver entrar y salir al gato, le hemos seguido hasta dar con un agujero que nos ha permitido dejar la cueva, que no tenemos ni idea de dónde pueda estar

Sonia se acerca más aún, de la manera más natural me besa varias veces suavemente en los labios, hasta que me mete la lengua hasta la garganta y me come con sus labios con muchas ganas. Yo respondo de igual manera, así que nos besamos guarramente, con mucha saliva, excitándonos, poniéndonos cachondos. Nos desnudamos mirándonos a la cara, sonrientes, alegres, como si estuviéramos tomando conciencia de nuestra libertad, eso sí, menudo frío hace.

Gracias, Eduardo, sin ti no hubiera podido soportarlo  

Ha adelgazado durante este tiempo, pero sigue teniendo curvas de infarto que me complazco golosamente en acariciar, tocar, lamer, besar, chupar, morder. Qué buena está Sonia y cómo me ponen sus pezones grandes, largos, tiesos y duros, qué manjar, qué maravilla. Se ha subido encima de mí y rápidamente me coge la polla para metérsela en el empapado coño —le ha crecido el vello púbico, tiene una preciosa mata densa, rizada, muy negra— da un gemido de deseo y se pone a follarme no muy deprisa, aunque sí profundamente, dejándose caer sobre mis muslos para sentir el rabo muy dentro. Yo no suelto sus grandes tetas, consigo colocarme de manera que pueda mamar los pezones y dejo hacer a la hembra morena, ya muy cachonda, respirando deprisa, dando gritos roncos, largos, en voz muy alta, que presagian su orgasmo, al que llega tras pocos minutos de subir y bajar sobre mi rabo, acariciándose el clítoris a mucha velocidad, deteniéndose completamente durante unos instantes para sollozar e ir callando según baja el gusto que recibe de su orgasmo. Tras descabalgarme se tumba en la manta con los ojos cerrados, con la respiración todavía muy alterada.

No puedo esperar, meneo mi polla como si fuera a llegar el fin del mundo, la tengo totalmente pringada de los jugos sexuales de Sonia, quien me observa sonriendo, lo que me da una idea. Dejo por unos instantes de masturbarme, toco con mi mano derecha la pulsera de cuero y pienso para mí mientras miro a sus ojos: vas a olvidar lo vivido en la cueva, sólo recordarás lo que hemos hablado, vas a olvidarte de la pulsera y lo que con ella se puede lograr, aunque me la veas puesta, y ahora me vas a acabar con la boca

Éxito total por mi parte. Inmediatamente Sonia se incorpora lo suficiente como para poder meterse la polla en la boca y darme una mamada cojonuda. Tardo poquito en correrme. Guau, qué bueno. Intentamos dormir porque estamos muy cansados.

Poco antes del mediodía hemos llegado a un pequeño pueblo en donde no se creen que hayamos podido salir solos sin conocer la zona de dónde venimos. Enseguida se ponen en contacto con nuestras familias, médico y autoridades. Han pasado seis semanas, estamos en lo más crudo del invierno.

La pulsera me ha ayudado a vencer alguna que otra reticencia hacia la historia que hemos contado, me agradecen que haya traído las tarjetas SIM que encontré —parecen ser que eran de un grupo de turistas desaparecidos— y a todos los efectos queda claro el asunto y poco a poco, tanto Sonia como yo, nos reincorporamos a la vida cotidiana. Una psicóloga nos trata un par de sesiones y considera que estamos perfectamente. El gato —resulta que es una gata muy joven— se queda a vivir conmigo, le he puesto de nombre Salvi y se ha convertido en una acompañante cariñosa, mimosorra, que no quiere salir de casa para nada.

En mi trabajo ha habido algún pequeño cambio, he ascendido, estoy ahora en el escalón situado debajo de los dos propietarios del bufete, quienes están muy contentos conmigo, valoran mi dedicación y conocimientos, por lo que me han subido el sueldo. Me ha sustituido en mi anterior puesto Renata, una letrada francesa de unos cuarenta años que estoy deseando follarme, es una pelirroja delgada, esbelta, muy elegante, que me la pone dura cuando la oigo hablar con ese acento suave suyo que parece que te la está chupando mientras da detalles del caso en el que esté trabajando. También he cambiado de piso porque he comprado uno en un edificio de tres plantas, grande, con jardín y plazas de aparcamiento, en una zona tranquila con vistas a las montañas; nadie se cree que me lo hayan vendido tan barato. A mi hermana, enfermera, le he regalado un buen coche todoterreno para que tire la antigualla que tiene ahora y vaya más segura a trabajar al hospital situado en un pueblo cercano. Cosas de la pulsera de cuero.

Con mi novia no he utilizado aún la pulsera, no me ha hecho falta a pesar de mostrarse algo celosa respecto de las varias semanas que Sonia y yo estuvimos juntos en la cueva y, dado que me conoce perfectamente, le reconocí que habíamos follado su morena amiga y yo un par de veces, que me gustó y que no me importaría repetir. El sexo con ella sigue siendo fabuloso, su falta de prejuicios y tabúes favorece nuestras folladas, nos hacemos algún trío de vez en cuando, hasta ahora prefiere que sea con otra mujer —lo hemos hecho con Sonia una vez y los tres estamos deseando repetir— me pide a menudo dejarme dar por el culo, lo que hace utilizando un arnés para pollas de silicona —dice que así me castiga porque me gustan demasiado otras mujeres— se excita como una perra salida y se ha llegado a correr con el roce del arnés sobre su clítoris según me estaba enculando.

Merche, su hermana y sus padres están en Zaragoza, en la presentación de la tesis doctoral del hermano pequeño, biólogo especializado en flora pirenaica. Estarán fuera todo el fin de semana y algún día más, así que dado que es viernes por la noche y he dejado de trabajar, me acerco al despacho de Renata —siempre me recibe amablemente— como por casualidad miro sus bonitos ojos acerados y tocando la pulsera con la mano derecha, quedo con ella para tomar una copa en el bar de un hotel de la carretera de Francia, no demasiado concurrido, bastante oculto de la vista, eficaz para alojar parejas que no quieren ser reconocidas. Vamos por separado, cada uno en su coche, me preocupo de tomar habitación antes de entrar en el bar y allí está la guapa abogada, en una discreta mesa, tomando un gintonic, tremendamente atractiva y deseable. El tiempo que tardo en tomarme una copa con ella lo pasamos agradablemente, riendo, y como quien no quiere la cosa, aleccionándola acerca de lo que me gusta en la cama, así que al llegar a la habitación no hay nada que decir por mi parte, simplemente, queremos buscar nuestro placer.

Casi tan alta como yo, delgada sin gota de grasa, de piel rubia levemente tostada —supongo que por rayos UVA— con su cabello pelirrojo muy corto, de estilo algo masculino, rostro de rasgos agradables con llamativos ojos, nariz pequeña y finos labios rojos delineando una bonita boca. Tiene tetas muy bonitas, altas, tiesas, separadas, como si fueran dos duros limones puestos de punta —un poco pequeñas para mi gusto— con llamativos pezones rojizos, rugosos, redondeados, situados en medio de una areola circular, pequeña, del mismo color de sus pezones. Las caderas son anchas, englobando un culo redondo, alto, de duras nalgas, perfecto para su tamaño y estatura, que se continúan en duros muslos terminados en torneadas piernas estilizadas, muy largas. Lleva arreglado el vello púbico a la brasileña, con un cordoncillo de pelo rojo de como un dedo de ancho que le sube hasta cerca del achinado ombligo. El tostado color de los anchos y abultados labios sexuales es muy sensual.

Si la encuentras por la calle seguro que te vuelves a mirarla, siempre elegante y arreglada, vestida de sport, con aspecto de mujer moderna e independiente, lo que realmente es. De su cuerpo emana un sensual perfume, discreto, pero que desnuda se hace muy evidente, para mí muy excitante, en realidad como toda ella. Está muy buena.

Nos hemos besado guarramente durante bastante tiempo, desnudos, abrazados en el sofá de dos plazas de la habitación, sin hablar, sólo calentándonos un poco más a cada beso. Coge mi polla ya crecida, la masajea arriba y abajo suavemente, con destreza, mientras le como las duras tetitas y mamo lo rojizos pezones —lo mío con los pezones de las hembras va en aumento, me excitan un montón— antes de acariciar con una mano su sexo mojado y el culo con la otra. Se nota que los dos estamos cachondos.

Me resulta atractivo el tatuaje que tiene en el comienzo de su nalga derecha, junto a la estrecha raja, una flor de tamaño mediano —me parece que es un clavel, no la he forzado a que me explique la razón de llevarlo— le hace muy bien y a mí me pone con la tiesa y dura polla de camino hacia su culo, faltaría más. Hago que se ponga sobre la cama a cuatro patas, cerca del borde del colchón, con las piernas muy juntas, el torso doblado hacia abajo y la cabeza apoyada en la cama, de manera que su bonito culo lo tengo a mi total disposición.  

Se deshace de excitación cuando beso, lamo las nalgas y enseguida me centro en recorrer arriba y abajo su estrecha raja, deteniéndome en el pequeño, apretado y rojizo ano, empujando un poquito con la lengua, llenándolo de saliva, empujando un poco más hasta meter primero la puntita y rápidamente la mayor parte de mi lengua. Gime de gusto, cierra los ojos, pide más, y tras entrar y salir un buen número de veces, creo llegado el momento de darle por el culo. Mi polla ya lo está demandando.

 Gracias al frasco de lubricante sexual que la excitante francesa ha traído en su bolso no va a haber ningún problema. Sujeto el rabo con mi mano hasta empezar a empujar, la raja se separa y no paro de hacer fuerza hacia delante, de manera que mi capullo hace su función de ariete y entra separando los esfínteres, abriendo camino al resto de mi tiesa polla. Ahí voy, pelirroja.

Un par de suaves grititos cortos es la reacción de la hembra cuando le meto la tranca casi entera. Pone muy recta la espalda, me dice que espere un poco porque la tengo muy gruesa, pero no hago caso, me sujeto con las dos manos a la cintura y el comienzo de las nalgas, doy un golpe de riñones y entra toda ella, entera, provocando una nueva pequeña queja por parte de Renata, de la que tampoco hago ningún caso, e inmediatamente comienzo la follada, adelante y atrás, a buen ritmo, sin prisas, pero sin parar ni un momento. Me gusta, joder, claro que me gusta, qué sensación más cojonuda es follarse un buen culo de mujer.

Los gemidos de la francesa han dado paso a gritos cortos, constantes, en voz más bien alta, que acompañan cada uno de mis empujones hacia adentro y el cada vez más rápido movimiento de su mano derecha sobre el clítoris. De repente ha dado un grito más alto, que sube y baja al ritmo de las sensaciones que su orgasmo le provoca. Deja de tocarse, le saco la polla del culo, sigue respirando muy fuerte, mantiene los ojos cerrados, se derrumba sobre la cama y me mira con expresión confusa, no sé si me ve mientras sigo meneándomela.

Oh, Edu, qué corrida más buena

No contesto, estoy dispuesto a meterle la polla en la boca, pero no puedo, empiezo a correrme y eyacular como un grifo, intento apuntar hacia el cuerpo de la mujer y varios chorros de mi semen impactan sobre sus tetas y uno de ellos en la barbilla. Me tumbo junto a ella para recuperarme. Dentro de un rato intentaré más, la pelirroja lo vale.

Con Sonia me llevo muy bien, a todo el mundo le ha contado que sobrevivió gracias a mi presencia de ánimo y no ha hecho nunca referencia a la pulsera de cuero, ni siquiera las dos o tres veces que últimamente hemos estado follando ella y yo. No me olvido de sus tremendos pezones y he utilizado la pulsera para asegurarme quedar de vez en cuando para que me dé gusto. Eso sí, creo que Sonia algo recuerda del tiempo pasado en la cueva, porque se ha aficionado a lo que en las webs porno llaman pising, después de follar durante un buen rato, cuando más excitada está, me pide que orine sobre su cuerpo, en especial en su cara, en el cabello, en las tetas. No deja de acariciar su clítoris y se corre de manera tremenda, escandalosa. Me da siempre las gracias, dice que soy el único con el que tiene confianza suficiente como para pedirme que se lo haga. Me parece perfecto, me excita hacerlo, y como la bañera de mi nueva casa es muy grande y está metida a ras de suelo, no hay problema en practicarlo sin poner el suelo perdido de meadas.

En uno de mis viajes a la capital de la provincia hice que examinaran la mezcla de las hierbas que cogí de la cueva. Son una docena, se encuentran fácilmente en los herbolarios, preparo la infusión habitualmente y ha sido todo un éxito entre mi círculo de amigos como relajante que da un puntito tontorrón. Ayuda a dormir e incluso hay quien discretamente me ha dicho que fuma las hierbas mezcladas con tabaco, lo que le da marchilla y pone cachondo. No sé, a mí me va bien y raro es el día que no tomo una taza, me gusta su sabor, con y sin orujo. Me parece que cuando alguien ha bebido la infusión con la mezcla de hierbas es más sensible a la pulsera, quizás sea que esté con las defensas psicológicas más bajas.

Hace un par de semanas han descubierto, no demasiado lejos del pueblito al que llegamos Sonia y yo, una gran cueva con infinidad de pasillos y ramales, además de varias entradas y salidas. En ella vivía un hombre al que no han identificado —piensan que por la manera de expresarse pueda ser holandés o belga— y parece que tiene perturbadas sus facultades mentales. La policía nos enseñó una fotografía a Sonia y a mí, pero no sabemos quién pueda ser y hemos reiterado que en la cueva en la que nosotros estuvimos no había nadie. Dicen que quizás haya restos humanos enterrados en la cueva, pero hasta que no se entre en el verano no podrán seguir investigando. Era Larso, por supuesto. Le han ingresado en un sanatorio psiquiátrico.

Con veintidós años tenía una novia, Mara, tres años mayor que yo, estudiaba el último año en la misma Facultad, estaba coladísimo por ella, pensando en vivir como pareja, quien sabe si como matrimonio, y año y medio después, de repente, sin decirme nada, me dejó por un profesor con el que tonteaba de vez en cuando sin yo saberlo. Fue un palo tremendo, gracias a mi madre no abandoné los estudios, pero estuve hecho polvo durante muchos meses y, lo reconozco, quedé muy resentido con ella. Vive en un pueblo no muy lejano en donde sacó plaza de funcionaria. Quiero venganza.

Me hago el encontradizo en el mercadillo sabatino del pueblo en donde vive Mara —su nombre real es Carlota María— diminutivo por el que se le conoce. Sorpresa, saludos, un par de besos, tomamos unas cervezas, nos contamos nuestras vidas —está soltera, sin pareja— recordamos, reímos, picamos algo a modo de comida mientras charlamos y le damos más a la cerveza, unos carajillos de coñac tal y como hacíamos de estudiantes y, discretamente, sujeto la pulsera con la mano derecha, le transmito las ganas que tiene de follar conmigo, lo salida que está, lo deseosa de darme gusto que se encuentra, le pida lo que le pida. Me dice inmediatamente que quiere que vayamos a su casa y en un par de minutos allí estamos, besándonos desde antes de cerrar la puerta, quitándonos la ropa mutuamente, desnudándonos a tirones, con prisas.

No se puede decir que Mara sea guapa, pero siempre me gustó su cuerpo. Es muy morena de cabello y de piel, lleva la larga melena aleonada sujeta en una cola de caballo que al soltarla parece liberar una cascada de precioso pelo muy negro. Su rostro es de rasgos duros, cejas negras anchas, pobladas, que guardan sus perturbadores ojos negros, grandes, brillantes, una nariz demasiado grande y boca recta también de buen tamaño. Es alta, delgada —aunque luce algo de tripa cervecera— su oscura morena piel es llamativa, con una bonita espalda muy recta, unos hombros redondeados, fuertes, que dan paso a unas tetas medianamente grandes, muy redondas, bajas, bastante musculadas —a mí siempre me parecieron dos quesos de bola— con unos evidentes grandes pezones —otra vez los pezones, quizás con esta mujer empezó mi fijación por ellos porque le gustaba que se los mamara durante muchos minutos— de color marrón oscuro, cortos, anchos, situados en una areola pequeña igualmente oscura, perfectamente circular. En muchas ocasiones no usaba sujetador, le gustaba que se marcaran bien los pezones erectos y se notara el volumen de sus tetas.

Es de caderas grandes, altas, conteniendo un culazo en forma de pera alto, duro, de anchas nalgas separadas por una gran raja oscura que esconde un ano apretado, grande, del mismo color que los pezones. Nunca me dejó penetrar su culo, hoy no va a poder decir no.

Tiene piernas largas con muslos anchos, muy duros, que protegen una tremenda mata de vello púbico, muy rizado, tan maravillosamente negro como el cabello de su cabeza, sin arreglar, por lo que le llega muy arriba hasta cerca del gran ombligo redondo que tan cachonda le ponía que yo le chupara y desborda por los lados. Los labios vaginales que se intuyen detrás del pelo son anchos, gruesos, oscuros, parecen estar ya mojados y brillantes. Ya está excitada, la boca abierta, las aletas de la nariz moviéndose y la fuerte respiración lo denotan.

Tiene en la zona interior del tobillo izquierdo un tatuaje que no le conocía, un arabesco de forma cuadrada, azul, de tamaño mediano. Le queda bien, es bonito.

Hago que se luzca para mí, que se dé la vuelta, que lo vuelva a hacer, se doble por la cintura —¡vaya culazo!— acaricie sus tetas, estire sus pezones, se chupe los dedos de las manos dentro de la boca, abra bien las piernas para enseñarme el coño, acaricie sus muslos sin tocarse el sexo —ya se notan mojados por la cara interior cercana al chocho— me mire a los ojos y diga lo que se le pase por la cabeza. Eso siempre le gustó mucho porque contribuía a ponernos a los dos más cachondos todavía.

Necesito tu polla larga y gruesa, la he echado tanto de menos

De nuevo toco la pulsera con mi mano derecha y le recuerdo que se va a comportar como si fuera mi esclava sexual, haciendo todo lo que yo quiera.

Estoy salida, hace por lo menos dos meses que no estoy con un tío. Tú me conoces, sabes que soy caliente y necesito correrme a menudo, pero como me descuide en el pueblo en seguida te ponen el cartel de puta. Me mato a pajas, hasta me he comprado dos consoladores

Nos abrazamos tras sentarnos en la cama, otra ración de besos guarros, bien ensalivados, con la lengua en papel estelar, hasta que poco después sus pezones pasan a ser mi gran objetivo tras acariciar varias veces las duras tetas. Es un festín besar, lamer, chupar, mordisquear, apretar, estirar estos atractivos oscuros pezones, duros, tiesos, erectos como una polla chaparrita. La respiración ansiosa de Mara, la presión cada vez mayor de su mano en mi nabo, el ronroneo que emite sin cesar y la gran cantidad de densos jugos vaginales, no son cualquier cosa, me excitan tanto o más que sus peticiones con voz suave, meliflua:

Fóllame, me hace falta  

Siempre me gustó metérsela desde atrás, a cuatro patas, para que su culazo estuviera bien a la vista, y es lo que ahora hago. Es todo un espectáculo tener a la hembra completamente a mi disposición, doblada por la cintura, con las rodillas muy separadas luciendo el chocho que parece palpitar, la mata tremenda de pelo que desde cualquier posición se ve, el culo en tensión después de darle algún que otro sonoro azote… Le meto la polla, Mara da un respingo, se empieza a mover adelante-atrás inmediatamente y sus leves continuos gemidos se acompasan con el ritmo de mi metisaca.

No recordaba lo bueno que es meter la polla en este chocho, pero enseguida recupero sensaciones al mismo tiempo que el entrechocar de nuestros muslos produce ya un fuerte ruido constante, acompañado del sonido acuoso del entrar y salir del rabo en el empapado coño. Está claro que va a durar poco porque su mano derecha se mueve muy deprisa sobre la zona del clítoris.

Sí, sí, sí, sí, sí…

La corrida ha sido larga, sentida, vibrante por momentos. Le saco la polla, se tumba en la cama, con los ojos cerrados, la boca muy abierta y el pecho agitado. No le meto prisa.

Qué gusto, mi niño, qué bueno

Ahora me toca a mí.

Mara está tumbada boca arriba en la cama con un par de almohadas levantándole el culo lo suficiente como para que mi polla pueda apuntar sin problemas a su prieto ano. Me ha extendido lubricante por toda la tranca y se ha metido varias veces un par de dedos bien pringados de líquido suavizante.

Me cuesta lograr entrar, se queja según estoy empujando y parece tener un poco de miedo. No quiero recordarle con la pulsera que va a hacer todo lo que yo le pida, además, si le duele que se joda, al fin y al cabo le voy a dar por el culo a modo de venganza. Estoy arrodillado, con la mano izquierda me sujeto a su pierna y la mano derecha me sirve de guía para intentar entrar. Un grito de sorpresa es su reacción cuando mi glande logra apartar los músculos esfínteres y colarse dentro del culo. Por aquí han transitado pocos tíos. Me quedo quieto apenas unos instantes, Mara mueve las piernas como si estuviera intentando librarse de mi tranca, así que sigo empujando, ahora con las dos manos sujetándome a las piernas de la hembra, progresando en el interior del culo.

Me gusta, lo de meterla en el culo de las tías me excita mogollón, además que me supone como una sensación de poder que no sé explicar, dado que son muchas a las que no les gusta, por miedo al dolor, porque consideran que es un desprecio hacia ellas o una guarrada o por lo que coño sea. Con mi polla dentro hay dos posibilidades, o lo tienen ya más abierto que el túnel de Canfranc o se enteran sin ningún género de dudas que les estoy dando por el culo, y como suele suceder lo segundo, me resulta excitante y placentero que sean conscientes de ello y en especial ahora con Mara, que por fin la tengo dentro de su culo, que tantas veces me negó en el pasado.

Ay, me duele, ten cuidado, por favor

Palabras gratificantes en mis oídos que repite no menos de dos veces según voy aumentando el ritmo de la follada. Unos minutos después los gritos de la hembra morena son altos, fuertes, constantes, pero ya no son de queja o de miedo al dolor, está cachonda, se ha vuelto a excitar, y mientras busco mi orgasmo veo cómo se afana en acariciarse el clítoris. Me parece que a la muy cabrona le he descubierto una nueva vía de placer porque según estoy notando que el semen va a salir disparado en cualquier instante, ella se corre dando un largo grito final que parece acabar con su ansiosa agonía.

Se la saco de golpe, me la cojo con la mano derecha para terminarme ya mismo y me muevo en la cama para situarme junto a su cara, que ahora mismo tiene con los ojos cerrados y la boca muy abierta.

Mírame, Mara, abre bien la boca

Ahhhhh, qué bueno, allá va mi leche de hombre cayendo sobre su rostro, pringando el pelo, la frente, un ojo, la nariz, cayendo sobre sus labios y la barbilla, hasta la última gota. Buena corrida, joder.

Trágalo, guarra, mete mi semen en tu boca

Me tumbo a su lado y observo como lleva hasta la boca dos dedos de su mano derecha con los que empuja el semen que tiene sobre la cara. Se los chupa y después extiende lo que queda como si fuera una crema facial.

Ha sido cojonudo, quizás ni siquiera una venganza, pero me ha satisfecho y, por supuesto, tendrá continuidad, tal y como con ayuda de la pulsera le dejo claro a Mara, al mismo tiempo que le indico que lo lleve en total y absoluto secreto, no quiero líos con Mercedes. Me despide con un beso en los labios y dándome el número de su teléfono móvil. Claro que lo voy a utilizar.

Han decidido casarse Sonia y Miguel, Amparo y Tomás, lo que harán a finales de año —para coger más días libres en su trabajo en el ayuntamiento— en un misma ceremonia civil. Mercedes y yo seremos los padrinos de ambas bodas, y los seis nos iremos después de viaje a París, Londres, Berlín y Roma. He conseguido un excelente precio en la agencia de viajes, sí, con ayuda de la pulsera.

Este año hemos ido todo el grupo de amigos a las fiestas de una cercana ciudad francesa en donde montan un afamado mercadillo de estilo medieval, allí en un gran puesto de venta de productos de cuero y piel —compro a buen precio unas estupendas botas para subir al monte y un bolso mochila que quiero regalar a Merche— el maduro vendedor observa con tremenda expresión de sorpresa mi pulsera, se sobresalta e intenta comprármela, nervioso, alterado, me ofrece el dinero que yo quiera, lo que pida, lo que sea. Por suerte nadie se da cuenta de la situación y no tengo problema alguno en utilizar la pulsera para tranquilizar al hombre y preguntarle después por su desaforado interés. Mi francés no es bueno, pero entiendo algo así como que es muy antigua, de origen magrebí, al parecer utilizada para sus encantamientos por una famosa bruja, hermosa mujer norteafricana amante de un mercenario señor de la guerra, ambos fueron quemados en la hoguera a mediados del siglo XV en las cercanías de esta ciudad. Se identifica por el dibujo trenzado que lleva repujado el cuero y porque en el cierre metálico lleva grabadas las letras alif y ya a derecha e izquierda de un número siete de grafía árabe oriental. Quien la posea puede obtener lo que quiera de otras personas. Me dice que hay una sociedad de tipo esotérico radicada en Argelia que la busca, ofreciendo gran cantidad de dinero por ella.

Me aseguré, utilizando la pulsera, que el vendedor me olvidaba por completo a mí y que había llegado a verla, ahora intento que no sea tan evidente que la llevo en la muñeca, que la camisa o la chaqueta la tapen. No hay que volverse paranoico, pero nunca se sabe quién pueda estar observando la pulsera de cuero marrón.

   

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