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La tía Julia

en Autosatisfacción

La tía Julia

Siempre he estado convencido de que yo soy pajero vocacional, es decir, desde que empecé a ser consciente de que meneándome el rabo arriba y abajo obtenía placer no he dejado de practicar, de cascármela de todas las maneras posibles. Me encanta. No descarto nunca follar, de hecho tengo de vez en cuando relaciones sexuales con mujeres y también con algún que otro hombre, pero tanto en pareja como en solitario lo que de verdad me relaja y me da placer es masturbarme.

Con trece o catorce años ya estaba yo muy crecidito, con barba y desarrollado en mis atributos masculinos y fue en el colegio, claro, dónde empecé a tomar conciencia de que podía darme placer a mí mismo gracias a las conversaciones con los compañeros de clase, las maniobras nocturnas en la cama y encerrado en el váter y, en especial, por mi amigo Nober (Norberto) que me hizo las tres primeras pajas reales de mi vida para que me fijara bien y así aprendiera. ¡Qué descubrimiento más cojonudo!. Desde entonces raro ha sido el día en el que no me he cascado, al menos, una buena paja.

Teniendo diecisiete años, antes de comenzar el primer curso en la universidad, dos de mis amigos del colegio y yo pasamos un mes recorriendo las playas del Levante español acampando en campings playeros. Lo pasamos muy bien, conocimos a jóvenes extranjeros, ligamos con chicas de nuestra edad, nos dimos el lote en varias ocasiones (lo que era un milagro en aquellos tiempos) y a mediados de julio llegamos a San Juan de Alicante, lugar desde dónde mis amigos volvieron a Madrid para empezar las vacaciones familiares y yo me quedé con mi tía Julia que estaba pasando el verano con sus dos hijas, en una urbanización bastante pijilla cercana a la playa y en donde mis padres también tenían casa.

Julia es la hermana pequeña de mi padre y apenas me lleva quince años; continuamente había demostrado que yo era su sobrino favorito y desde siempre hemos tenido bastante confianza y un mutuo cariño, al margen del obligado vínculo familiar. Era entonces una mujer de treinta años simpática, alegre, vital, con don de gentes y siempre centro de atención de grupos de amigos y conocidos. Físicamente era de estatura mediana, delgada, pelo corto rizado teñido de rubio ("rubio marilín" se decía entonces), cara agradable con ojos oscuros y llamativa boca de rojos labios gruesos; tetas puntiagudas más bien pequeñas (parecían dos limones puestos de punta) con pezones marrones rodeados de areola muy oscura; culo redondo pequeño, muslos y piernas delgados. Hoy en día se diría que está bastante buena y entonces también, lo que le demostraban sus muchos admiradores y la envidia de algunas mujeres.

Me recibió como siempre, con grandes muestras de alegría y abrazándome de manera que me estrujaba contra sus tetas mientras me decía frases como: "mi niño cada día está más guapo"; "ya podemos tener cuidado no se lo lleve una lagarta"; "¿qué les darás a las chicas?, matador"; "la de veces que le he dado yo teta cuando era un bebé"; "locas nos tienes a todas", … todo ello a gritos, en la piscina de la urbanización, ante media docena de sus amigas que se reían de mis gestos de agobio y de la vergüenza que me daba la situación y el hecho de que ver tanta mujer joven en biquini más los restregones con las tetas de mi tía, hacen que mi rabo empiece a dar señales evidentes de querer crecer más de la cuenta.

Todo un show cariñoso, pero algo bochornoso para mí.

Ya en casa, después de la comida durante la que le he tenido que contar con todo lujo de detalles mi mes de vacaciones, tras un par de carajillos de coñac (bebida oficial familiar) y con mis primas durmiendo la siesta (aún son muy niñas), tía Julia hace lo de siempre, desde hace más de tres años, cuando estamos solos: me coloca en el sofá de manera que mi cabeza quede a la altura de su pecho, saca del biquini la teta derecha, sujeta su grueso pezón con dos dedos de la mano izquierda y me pone a mamar ("toma mi niño; toma teta"; "chupa, guarro y dále mordisquitos a mi pezón"; "qué rico lo hace mi niño; sigue, no pares, so malo"). He conseguido quitarle el sujetador y con mi mano derecha acaricio su otro pecho hasta que ya no puedo más, me saco el necesitado rabo y empiezo a tocarme ("qué guarro es mi niño; cómo se menea su cosita") con un ritmo frenético buscando correrme, lo que sucede en unos dos minutos lanzando cuatro o cinco chorros de semen que impactan en las piernas y el estómago de mi tía ("qué leche más blanca y espesa tienes, mamón") que mete su mano bajo la braga del biquini y se masturba a gran velocidad, con los ojos muy abiertos y sin dejar de hablar ("qué cosas me haces, cariño; qué mojada estoy"; "cómo me excita mi niño"; "qué malo eres con tu tía") hasta que se corre dando un grito contenido ("aaahhhh; qué rico, qué bueno") y quedamos ambos adormilados en el gran sofá hasta que se levantan las niñas de la siesta.

Lo anterior se viene repitiendo bastante a menudo desde que en la Nochevieja de hace tres años mi tía, cabalgando ruidosamente sobre la polla de su marido, me descubrió espiándoles desde la puerta de la habitación de invitados de casa de mis padres mientras me cascaba un pajote tremendo. Al día siguiente simplemente me dijo: "ven mañana por la tarde a mi casa que tenemos que hablar" y allí fui yo total y absolutamente asustado, como el niño de catorce años que era, por si se lo contaba a mis padres.

Sentado en el sofá del salón de casa de mis tíos, nervioso, con cara de susto y sin saber cuál va a ser la actitud de mi tía, durante unos momentos me dan ganas de masturbarme para calmarme, pero claro, ni me atrevo. Julia me mira, me da una fuerte bofetada e inmediatamente un beso, se sienta a mi lado y comienza a hablarme de distinta manera de como yo esperaba: "así que el niño se pone burrote espiando a sus tíos mientras follan"; "díme, ¿desde cuando te sacudes tu cosita?; la de veces que te la he meneado yo cuando eras un bebé para que no tuvieras fimosis al crecer"; "bueno, enséñamela, vamos a ver la pirula que tienes". Yo, totalmente nervioso y cortado, me pongo en pie, me bajo los pantalones y el calzoncillo hasta las rodillas, cierro los ojos y espero a que mi tía hable, aunque lo primero que hace es silbar antes de decir: "guarro, si ya la tienes tiesa y dura; desde luego no se le puede decir cosita, qué grande la tienes, so marrano, las mujeres te van a perseguir".

No sólo habla, sino que la ha cogido y lentamente sube y baja su mano cubriendo y descubriendo mi hinchado rojo capullo ("ya veo que te gusta, cabroncete; yo te voy a dar gusto, ya verás") haciéndome una gayola estupenda que en pocos minutos me provoca una corrida deliciosa, larga, sentida profundamente ("marrano, cuánta lechecita tienes; cómo me gusta tan blanca").

Desde ese momento, mi tía se convirtió en mi mejor amiga, mi confidente, una maestra en todo lo relacionado con el sexo y la vida en general y, sobre todo, mi fuente de excitación y placer. Lo primero que me dijo (como si fuera la cosa más natural del mundo) tras esa primera masturbación compartida fue: "ya eres todo un hombre y me encanta que te excites con tu tía; lo vas a pasar bien porque todos los fines de semana cenamos juntos tus padres y nosotros en una u otra casa y nos quedamos a dormir, por lo que nos podrás ver follar a tu tío y a mí". Así fue durante años: los sábados por la noche, a eso de la una de la madrugada, mis tíos follaban y yo era un espectador privilegiado que se hacía unas pajas salvajes con la excitante actuación de Julia, que al día siguiente me preguntaba sobre lo que más me había gustado de lo que había visto, lo que era suficiente para que los dos nos pusiéramos a mil por hora, yo me masturbaba para alegría y disfrute de mi tía y ella, tras mi corrida, se hacía una rápida paja.

La única vez que vi verdaderamente celosa a mi tía Julia fue provocado por ella misma y nos distanció durante un tiempo. En casa de mis tíos estuvo durante cinco o seis años una criada llamada Marta, una joven gallega algo mayor que yo, simpática y guapetona que mi tía tenía en gran estima, tanto como que medio en broma medio en serio hizo lo posible durante meses para lanzarnos el uno a los brazos de la otra, lo que consiguió cuando yo cumplí veintidós años. El sábado siguiente a mi cumpleaños, tras invitar a comer a la familia, me marché temprano al piso que compartía con un compañero de facultad que estaba de fin de semana en su pueblo de origen; poco después llegó Marta. Durante varias semanas habíamos salido (siempre en jueves y sábado) de paseo, al cine o a tomar unas cervezas y habíamos tonteado un poco amén de meternos mano y darnos el lote con bastante intensidad. Venía muy guapa y tras saludarnos, tomar café y charlar un rato me dijo: "ahora voy a darte tu regalo de cumpleaños", poniéndose en pie y desnudándose con rapidez mirándome a los ojos con cara de cachondeo, ya que era consciente de lo impactante que resultaba desnuda, muy al estilo "española años sesenta": más bien bajita, morena de piel, con melena de color castaño oscuro casi siempre peinada con moño alto; rostro redondo agradable, pecoso, con ojos marrones y boca grande de finos labios; pechos grandes y duros caídos hacia los lados con pezones oscuros del tamaño de una avellana y pecas a su alrededor; tripa redondeada, una mata de vello púbico oscura, densa, rizada y extendida hasta el ovalado ombligo y un culazo de una vez, redondo y grande, sujeto en unos muslos fuertes y anchos. Me desnudé bajo la atenta mirada de la joven, mi polla enseguida reaccionó y cogiéndola de la mano nos dirigimos al dormitorio. Tuve que vencer las iniciales ganas de empezar a cascármela, ayudándome la activa participación de Marta que apenas tardó unos segundos en agarrar mi empinado rabo con su mano derecha como si se le fuera a escapar, mientras que con la mano izquierda agarraba una de sus tetas ofreciéndosela a mi boca. Cuando algo después empecé a acariciar su sexo, unos fuertes y prolongados gemidos me excitaron más aún y Marta dirigió mi polla hacia su vagina. Estupendo, entré con total facilidad en su mojado, caliente y apretado coño; tras unos minutos de rápidos pollazos eyaculé sobre el peludo y la tripa de la mujer, a la que conseguí dar gusto moviendo dos dedos a toda velocidad sobre su clítoris durante un buen rato (las lecciones de mi tía de algo me tenían que servir).

Durante más de cuatro meses nos estuvimos viendo Marta y yo dos veces por semana, terminando casi siempre en la cama de mi habitación. Seguramente ha sido la etapa de mi vida que más he follado y menos pajas me he hecho, sólo las que Marta me cascaba por su gusto y deseo. Durante ese tiempo apenas vi a Julia y nunca a solas; ni siquiera hablábamos por teléfono porque dejó de llamarme.

De repente mis tíos ofrecieron a Marta la posibilidad de un buen empleo en La Coruña, en unos conocidísimos grandes almacenes. Allí acabó todo, en menos de una semana ya estaba la joven con su discreto uniforme azul vendiendo ropa de señoras en la segunda planta del edificio comercial. Hablamos en un par de ocasiones por teléfono y nos escribimos una carta. Punto final.

Yo volví a centrarme en los estudios de Derecho y a practicar mi deporte favorito: me hacía mis gloriosos pajotes de siempre y Marta solía ser la fuente habitual de mis ensoñaciones, fantasías y excitaciones.

Estoy solo en casa oyendo Carrusel deportivo a primera hora de la tarde de un domingo cuando suena el telefonillo del portero automático. Es la tía Julia, que entra como un torbellino: "¿qué pasa señorito, si yo no vengo no das señales de vida; ya no quieres a tu tía o es que ahora te la pone dura otra putilla como la culona gallega?".

No he podido ni abrir la boca cuando ya me ha arrastrado hacia el sofá, se desnuda rápidamente y comienza la ceremonia sexual que tantas veces compartimos: no se calla en ningún momento, sólo para gemir o dar algún grito de excitación ("mama mis tetas, mi niño malo"; "mira que abandonar a tu tía, con lo que yo te quiero"; "chupa, guarro; muerde mis pezones") y es ella quien saca mi polla y comienza a meneármela ("cómo me gusta esta cosita gorda") con un ritmo rápido y unos gestos conocidos que mi rabo agradece lanzando media docena de chorros de leche que impactan en sus tetas ("así, mamón, como a mí me gusta"). Como casi siempre se pone a masturbarse a gran velocidad ("qué mojada estoy; cómo me excita mi niño malo") y apenas tarda un par de minutos en correrse dando, esta vez, un fuerte grito ("aaahhhh; qué bueno, mi niño").

Con total y absoluta naturalidad y hasta el día de hoy, ya viuda con cincuenta y siete años, mi tía Julia ha sido siempre mi verdadera pareja: me ayudó y aconsejó acerca de mis estudios, de mis amistades, mis ligues y novias más o menos temporales, de la oposición a realizar, de mi vida profesional actual; además, seguimos dándonos mutuo placer muy a menudo.

Nunca jamás hemos follado en el estricto sentido del término, mi polla jamás ha entrado en su coño, (sí me la ha mamado alguna vez pero nunca a petición mía y tuvo una época en la que le gustaba jugar con mi culo) fundamentalmente porque nunca lo ha pedido ella y porque a mí lo que de verdad me gusta es pajearme o que ella me lo haga.

Quiero a Julia porque es mi tía, pero siento por ella el cariño que se tiene a una gran amiga y, supongo, a una esposa o amante de toda la vida. Se va a trasladar a vivir a un pequeño pueblo de la costa de Almería y yo ya he presentado mi solicitud de traslado a Almería capital; en pocos días me contestarán positivamente, ventajas de ser notario. Seguiremos juntos.

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