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Dicen que las pelirrojas traen mala suerte

en Control Mental

Dicen que las pelirrojas traen mala suerte

No sé la razón por la que desde siempre se dice que las pelirrojas traen mala suerte, me follé a una y mi vida cambió desde entonces de manera positiva, y en ello sigo

Posiblemente noté algo raro en una reunión de trabajo en la que se estaban valorando objetivos conseguidos y la distribución de unas gratificaciones medianamente importantes, pero no fui plenamente consciente de lo que realmente hice.

Mi jefa directa está sentada a mi lado, cabreada porque la reunión no avanza, dispuesta a dejar a toda nuestra sección sin gratificaciones. Me acerco a su oído izquierdo, sujeto levemente su codo —tenemos confianza porque nos conocemos hace bastantes años— y le digo:

No me parece bien, hemos trabajado mucho y los objetivos eran bastante irreales, imposibles de cumplir

En lugar de contestarme con cajas destempladas y fuera de tono, algo muy habitual en ella, me sonríe y contesta lo que yo quería oír y mentalmente me estaba diciendo a mí mismo:

Llevas razón, Dimas, merecéis la gratificación

Me extrañó, pero no le di importancia. Joder, ni los más viejos del lugar lo recordaban. Me invitaron a cañas ese viernes los compañeros hasta que tuve que decir que me marchaba para casa, que iba ya pelín cocido.

Mi vecina del piso de enfrente, Ana, es una mujer guapa, deseable, una tía buena, pero también creída y pagada de sí misma. Es de esas rubias que te mira, sonríe y sabes que está pensando algo parecido a ya sé que estoy muy buena y te la pongo dura, capullo. Llama la atención porque es muy rubia, alta —me llega a la altura de la boca y yo paso del uno ochenta— tiene una bonita cara y siempre va vestida marcando curvas, porque las tiene bien puestas. Nos saludamos, charlamos un ratito de vez en cuando, incluso algún sábado vamos a tomar unas cervezas por el barrio con un par de matrimonios amigos, también vecinos, pero cuando he intentado algo más, nada, ha huido como si yo tuviera la peste.

Coincidimos en el ascensor a la vuelta del trabajo, charlamos sobre la propuesta de abrir la piscina de la finca en junio en vez de en mayo, hago un chiste malo, y según se ríe he tocado su codo levemente al mismo tiempo que pensaba para mí en lo bueno que sería que me besara ahora mismo.

Me llevo una sorpresa a pesar de ser lo que quiero que ocurra. Se acerca, gira un poco la cabeza, me besa en los labios con suavidad y ya en el descansillo nos damos un muerdo de los buenos, baboso, guarro, con la lengua hasta las amígdalas. Quiero seguir, claro, pero me dice:

Dentro de un rato me voy a casa de mi madre para pasar dos semanas, el sábado siguiente ya estaré en Madrid y por la tarde podemos quedar para follar

Algo parecido me estaba yo diciendo a mí mismo según le tenía cogido uno de sus codos. ¿Será verdad o es mi mente calenturienta?

El martes he quedado a cenar con mi cuñada Nines, viuda de mi hermano mayor fallecido hace ya más de seis años, en su casa. El conductor del taxi que me lleva es un joven poligonero que ni conoce Madrid, ni tiene puñetera idea de los horarios de los atascos. En plena discusión a la hora de pagarle la carrera, se vuelve hacia mí y sin querer le toco el codo que ha puesto sobre el cabecero del asiento.

Lleva usted razón, no le cobro lo que marca el taxímetro

La leche. Lo que yo estaba pensando que sería un detalle de un profesional de verdad. ¡Y el tío lo hace! Le dejo diez pavos que creo merece y quedamos tan amigos.

Nines cocina fabulosamente, es un gustazo comer en su casa y pasar un buen rato de charla con una mujer agradable y guapetona. El verano pasado estuvimos de vacaciones recorriendo Portugal en coche, acompañados de su hermana pequeña, Carmen, y su marido, Paco. Tres semanas bien aprovechadas. Somos buenos amigos Nines y yo, nos tenemos aprecio y confianza desde que mi hermano nos presentó, y ya hace año y medio que de vez en cuando nos lo montamos sexualmente, follamos cuando ella lo pide, dos o tres veces al mes —lo que siempre me parece poco— nos damos gusto y pasamos un buen rato.

En el Algarve portugués hubo un malentendido con la reserva que habíamos realizado en una pousada y olvidamos confirmar, así que a las ocho de la noche nos encontramos cansados, sin hotel, en una zona de sierra con carreteras no precisamente buenas. El atento personal de la pousada nos indica una casa particular que alquila habitaciones, pero no hay suerte, así que después de cenar seguimos el consejo del camarero del restaurante y nos acercamos hasta una casa algo alejada del resto, pintada de rojo intenso, con un porche en el que hay grandes jaulas de pájaros que me parecen exóticos. Nos recibe una mujer de más de sesenta años, muy alta, grandona, gorda, de piel muy negra y rizado ¡pelo pelirrojo! oscuro, brillante. Nos deja entrar en su casa, nos ofrece dos habitaciones con cama de matrimonio y como aceptamos, inmediatamente nos invita a beber un fuerte aguardiente de café que está riquísimo. Nos sentamos con ella en una salita y seguimos bebiendo el alcohol que nos ofrece junto a unas excelentes galletas de canela, al mismo tiempo que no para de hablar en una jerga tipo portuñol con la que nos entendemos medianamente bien. La mujer es agradable, tiene una manía, y es que constantemente nos coge de los codos o los toca según está hablando e incluso cuando está callada.

Deben ser las dos de la madrugada, Paco y Carmen se acostaron ya hace rato —se levantaron de repente en dirección a su habitación— y Nines y yo hemos empezado a besarnos y meternos mano en el sofá, a pesar de la presencia de Paulina, la caboverdiana de pelo rojo que no nos quita ojo desde un sillón a metro y medio de nosotros mientras sigue bebiendo el fuerte aguardiente. No podemos parar, nos desnudamos mutuamente con prisas, con necesidad de follar ya mismo, aquí, no en el dormitorio. Mi cuñada me la está chupando con vicio, totalmente desatada —no suele ser especialmente apasionada cuando follamos— hasta que me pide que se la meta, apoyando los brazos en el sillón en donde está sentada Paulina, quien se ha desnudado y acaricia sus grandísimas tetas caídas sin dejar de mirarnos y, de vez en cuando, nos toca los codos como si fuera un ritual por su parte.

Nines tiene cuarenta y seis años —nueve menos tengo yo— bien llevados. Amable, simpática, con un rostro agradable de ojos oscuros, nariz recta y recta boca pequeña, siempre lleva su crespo pelo castaño muy corto, incluso casi rapado en la nuca y las sienes. De buena estatura, es ancha y curvilínea, con tetas grandes un poco caídas hacia los lados y un culazo alto, redondo, fuerte, que me trae loco. Es atractiva, está buena y tiene un polvazo en su espléndida madurez. Me sorprende cuando según le estoy dando una follada rápida, dura, profunda, bien agarrado a sus caderas, gozando de su chocho mojado, suave, caliente y acogedor, dice en voz alta tras recibir un apretón en su codo por parte de la mujer negra:

Dame por el culo Dimas, métemela muy dentro

Casi nunca me deja hacerlo con el argumento que le duele, pero ahora es ella quien con sus manos en las nalgas hace fuerza hacia los lados para separar los carrillos del culo y dejarme libre el camino al redondo y oscuro apretado ano. La negra pelirroja se ha levantado del sillón para echar y extender con su mano un suave aceite perfumado en la polla y en el agujero del culo de mi cuñada, quien se queja un poco, pide que pare en un par de ocasiones, pero sigo empujando de manera constante, haciendo fuerza, bien agarrado a la cintura y las nalgas, hasta que entra mi grueso capullo, da un gemido que más parece de excitación que de dolor y después, poco a poco, sigo metiéndole el rabo entero, llegando lo más profundamente que puedo. Es cojonudo sentir la polla apretada, rodeada de suavidad y calor, notando cómo se abren y cierran los esfínteres al compás del ariete que entra y sale sin problemas, follándome este culo cojonudo al que tantas ganas le tengo. De nuevo se ha acercado Paulina a tocarle el codo a Nines, quien comienza a acariciarse el clítoris con prisa, buscando su placer mientras sigo dándole por el culo en una metisaca de primera división.

Cuando mi cuñada se corre da un grito como hasta ahora nunca le había conocido, largo, en voz alta y ronca, que dura durante los muchos segundos en los que sigue masajeando su botón del gusto. Le saco la polla del culo y quedo esperando a ver si se ocupa de mí.

Se acerca de nuevo Paulina —está completamente desnuda luciendo el evidente exceso de quilos— nos toca a ambos en los codos y Nines dice con voz alterada por la todavía agitada respiración:

Fóllatela, dale gusto a esta mujer

No me produce ninguna sorpresa porque es lo mismo que yo estaba pensando, así que mientras Nines se derrumba sobre el sillón y toma un buen trago de aguardiente, la pelirroja y yo nos sentamos en el sofá. No me da tiempo a decir nada, agarra mi polla como si se la fueran a robar y tras mirarme a los ojos y sonreír de oreja a oreja, se la mete entera en la boca. Pocas veces alguna mujer lo ha hecho, tengo un rabo de veintiún centímetros de largo y casi cinco de ancho, con un glande redondeado más grueso todavía. Pero a esta le gusta metérsela lo más dentro posible, besar mi pubis con la boca llena y sacarla para comerme muy rápidamente el capullo. Me ha tocado el codo izquierdo y he sentido ganas de meterle la polla entre las grandes gordas tetazas que tiene, caídas, blandurrias, con pezones increíblemente largos, rojizos, dentro una gran areola también roja, lo que provoca un curioso contraste entre la negrísima piel y el rojo oscuro de los pezones. Tengo la polla literalmente envuelta en las tetas de la hembra, quien las mueve arriba y abajo con sus grandes manos, de manera que me está cascando una paja suave, caliente, muy gratificante.

Se para, algo dice que no entiendo, acaricia uno de los codos de mi cuñada e inmediatamente se pone doblada por la cintura con los brazos apoyados sobre el sofá. Se la meto en el coño empapado, caliente, acogedor —por fuera tiene una mata tremenda de vello púbico del mismo color rojo que el cabello de su cabeza— y me llevo la sorpresa de ver a Nines acercarse hasta nosotros, darle un beso en los labios a la mujerona negra y comerle los pezones como si fueran el mejor de los manjares.

Llevo muchos minutos follándome a Paulina, le estoy dando duro, fuerte, profundo, y aunque me extraña, aún no me parece que esté cercana mi corrida. Nines está desconocida, hace bastante rato que está de pie bien abierta de piernas, dejándose comer la zona del clítoris por la pelirroja —intenta no perderse con el movimiento de la mujer y los pollazos que yo le estoy metiendo— quien jadea y da grititos de excitación como anuncio de su orgasmo, que llega como un huracán, con un fuertísimo grito, largo, como de agonía en vez de placer. Saco mi polla, me la meneo a gran velocidad y la acerco a la boca de Paulina, que recibe los lechazos de semen tragándolos con ansia, intentando no dejar escapar ni una gota. Durante varios minutos sigue lamiendo mi capullo, limpiándolo con la punta de la lengua, al mismo tiempo que ambos observamos como Nines se hace una paja a mucha velocidad, corriéndose escandalosamente, durante mucho tiempo.

A la mañana siguiente nos levantamos tarde y tras asearnos comemos el excelente desayuno preparado por Paulina, quien nos regala una botella de licor de café, nos despide de manera cariñosa —besa mis labios varias veces al mismo tiempo que acaricia mis codos— y me dice algo que apenas entiendo y tampoco comprendo bien en ese momento:

Tú pudrás ter tudo o que quiser. Os codos, por favor, no olvidar. É meu presente para foder comigo.

La prueba para mí más o menos definitiva para confirmar que sí, que soy capaz de influir en las personas, que hacen lo que les ordeno, la tuve ayer en un autobús. Coincido a la salida del trabajo con Margot, secretaria de confianza de mi jefa, hablamos porque hay mucho tráfico y el lento viaje es muy aburrido, pero habitualmente apenas tenemos trato. Llegando a la parada de mi casa sujeto levemente su codo derecho y pienso para mí:

Vente a mi casa a echar un polvo, estoy caliente

No me sorprende demasiado —estoy casi seguro de lo que va a ocurrir— que me diga en voz muy baja:

¿Nos vamos a tu casa a follar? Tengo muchas ganas

Margot está en los treinta años. Es una morena de pelo oscuro muy rizado, medianamente alta, de rostro poco agraciado, delgada engañosa, con curvas bien puestas aunque no muy grandes. Nada más llegar a mi piso nos desnudamos los dos por completo y me quedo mirando a una hembra que está buena, con tetas redondas de pezones pequeños oscuros sin casi areola visible, un culo en forma de pera, duro y apetecible, el pubis con una gran mata de vello negro denso, rizado, y unas piernas finas torneadas, prolongación de sus muslos delgados. Me parece que tiene un polvo, sí señor.

Quiero rizar el rizo, así que a modo de prueba, mientras nos besamos estando abrazados de pie, toco uno de sus codos y pienso para mí:

Chúpamela que a ti y a mí nos va a gustar

¿Quieres que te la chupe? Tienes la polla muy grande y estoy deseando probarla

Dicho y hecho, se dobla por la cintura, coge con una de sus manos mi rabo y lo lame suavemente a todo lo largo de la tranca. Estoy muy cachondo, con ganas de que el asunto vaya deprisita, así que pienso en lo bueno que sería que me la mamara guarramente ya mismo, al tiempo que la sujeto del codo. Lleva ya varios minutos comiéndome la polla cojonudamente, centrándose en mi capullo, sin olvidar usar sus manos para jugar con los huevos y la raja de mi culo. Le he hecho mentalmente varias indicaciones, he tocado sus codos, e inmediatamente ha reaccionado haciendo lo que le he pedido. Está ocurriendo, pero ya no me parece cosa de magia, simplemente sucede y me gusta.

No quiero correrme todavía, hago que deje de chuparme y se ponga a cuatro patas sobre la cama. Está muy mojada, así que cuando le meto el crecido rabo en el chocho da una exclamación de gusto, de ganas de tenerlo dentro. Durante varios minutos me la follo a conciencia, dándole duro, con buen ritmo, disfrutando del roce con las paredes vaginales a la búsqueda de mi placer. Margot respira con fuerza, excitada, deseosa de gozar, diciendo que le queda poco, así que acaricio uno de sus codos y pienso para mí:

No te vas a correr hasta que yo te lo diga

Se me ocurre que tiene un culo deseable, por lo que me dan ganas de hacérmelo, y así lo pienso mientras toco el codo derecho. Funciona. Para evitar malos rollos, irritaciones y restregones dolorosos, saco de la mesilla de noche un lubricante de esos que anuncian en la televisión, meto un par de dedos bien impregnados en su ano —el gritito que da cuando lo hago presagia que me va a gustar darle por el culo— después recorro toda la polla para ponerla suave y mentalmente llevo al ánimo de la morena Margot que se abra el culo para mí, que me enseñe la entrada arrugada y prieta que tiene, lo que hace ayudándose de las manos. Allá voy.

Guau, me cuesta trabajo, se queja, dice varias veces que no, que le duele, pero ya tengo metido el capullo y sigo empujando hasta tener la polla entera bien dentro, lo más profundamente que puedo llegar. Qué sensación más cojonuda da sentir el rabo apretado, rodeado de hembra, notando los gestos incontrolados de Margot que me dan idea de lo muy excitada que está. Yo también, así que le pego una follada de las de premio, adelante y atrás, sin llegar a sacar la polla entera en ningún momento, agarrado con fuerza a la parte alta de las nalgas, olvidándome de la mujer, buscando mi orgasmo lo más rápido posible, lo que sucede unos minutos después, casi al mismo tiempo que se corre Margot, quien ya lleva un rato masajeándose el clítoris. Ha estado bien, muy bien.

La primera pista acerca de lo que desde hace unos meses me pueda estar pasando la da Nines una tarde en su casa mientras descansamos en la cama tras echar un buen polvo:

Cuando estamos follando, siempre que algo te apetece, te acercas a tocarme el codo e inmediatamente tengo ganas de hacer aquello en lo que tú también estás pensando. Últimamente te pido a menudo que me la metas en el culo a pesar de no gustarme demasiado. ¿No te extraña?, es lo mismo que hacía constantemente la negra portuguesa pelirroja. Tú te la follaste sin ser precisamente muy deseable y a mí me comió el coño cuando las mujeres no me suelen excitar. De ahí viene, seguro, la facilidad que ahora tienes para conseguir lo que quieres, algo te transmitió la pelirroja que te ha dado el poder de influir en las personas

Dicho así suena como algo poco verosímil, aunque igual me da, estoy muy contento una vez me he dado cuenta que puedo hacermuchas cosas que antes no podía y está claro que me gusta llevar al ánimo de la gente lo que tiene que hacer, y lo haga. ¿Por qué no creérmelo?, al fin y al cabo ya he tenido varias situaciones que lo corroboran. Voy a seguir probando a ver qué pasa, de manera consciente, controlada, sabiendo lo que hago.

Hoy sábado me presento después de comer en casa de mi vecina, la rubia Ana. Cuando abre la puerta me deja sin respiración. Está vestida, es un decir, con una camiseta de tirantes negra completamente trasparente de la que cuelgan cuatro tiras elásticas, a modo de liguero, enganchadas a unas medias negras de rejilla que le llegan a medio muslo. Zapatos negros de alto tacón de aguja y en el cuello una cinta de suave seda negra de tres dedos de ancho completan el atuendo. Joder, se ha puesto una pinta de puta de película porno que me encanta. Ayer noche la vi un momento y llevé a su ánimo que se pusiera sexy, vaya si lo ha hecho, tengo ya la polla como el mango de una pala.

Besos, caricias, risas, todo ello como preámbulo de las mutuas ganas de follar. Le ordeno que se ponga de pie para poder regodearme en su cuerpo: tetas de piel blanca, redondas, grandecitas, con areolas pequeñas, como una mancha de forma elíptica de suave color beige y pezones pequeños más oscuros —tiene alrededor de cada uno de sus pezones una docena de pelos rubios largos, eso me gusta cuando los noto al mamarlos— cintura alta, tripa redondeada un poquito abultada, caderas anchas que albergan un culo alargado, ancho y duro, muslos gruesos, fuertes, que se continúan en bonitas piernas delgadas y el sexo sin apenas vello púbico —del mismo color rubio dorado que el cabello de su cabeza— que lo tape. Qué buena está la muy cabrona, la de pajas que en su honor me he hecho desde que la conozco y nunca me ha hecho ni puñetero caso.

Sin necesidad de indicarle nada se muestra excitada, caliente y apasionada, en especial cuando me coge la polla y la aprieta antes de acariciarla. Voy a ver hasta dónde llega sin que toque sus codos para sugerirle lo que tiene que hacer, pero el comienzo es prometedor.

Llevo semanas sin polla, estoy salida

Parece adorar mi rabo cuando se agacha en cuclillas, y sin dejar de menearlo adelante-atrás, lame el glande muchas veces, después se mete la polla en la boca y comienza una mamada a buen ritmo, con los ojos cerrados, respirando fuerte, parándose durante muchos segundos a comerme el capullo. La tengo muy tiesa y dura.

Antes que pueda decir nada me lleva hasta la cama, hace que me tumbe boca arriba y se sube encima de mí poniendo una pierna a cada lado de mí cuerpo, sin soltar el rabo en ningún momento. Restriega la polla lentamente arriba y debajo del empapado coño, hasta que se detiene lo suficiente para dirigir el cipote a su agujero principal, caliente, acogedor, ajustado. Apenas se mueve a derecha e izquierda y después arriba y abajo durante cosa de un minuto, durante el que lanza constantes suaves gemidos de excitación, que poco a poco van creciendo según comienza a moverse más deprisa, con mayor recorrido sobre mi polla. Rápidamente está cabalgándome a toda velocidad, al mismo tiempo que se toca con dos dedos en lo más alto de su sexo. Voy a aguantar poco, y de hecho me corro yo primero, de manera que según estoy sintiendo mi placer oigo como Ana me dice:

No la saques, me viene, sigue, sigue…

Se corre dando un fuerte grito durante muchos segundos, quedándose después completamente quieta con las manos apoyadas en mis piernas para no caerse, al mismo tiempo que siento las suaves contracciones de su vagina que parecen pellizcar mi polla. Cuando abre los ojos agacha la cabeza, me besa, ríe en voz alta y se tumba en la cama a mi lado.

En mi empresa hay una guapa pelirroja, Luisa, que me gusta mucho. Es algo más joven que yo, sé que está divorciada desde hace un par de años y, que se sepa, no tiene pareja. Es bastante alta y delgada, lleva su cabello en una bonita melena densa y larga, ligeramente ondulada, que le llega a media espalda, aunque casi siempre se recoge de alguna manera el pelo, que es de un color rojo vivo, con las puntas casi rubias y hebras en varios tonos de rojo más oscuro. Llamativa, con ojos grandes entre azules y gris acero, una boca de bonitos labios chupones, siempre tiene expresión agradable en su rostro, lo que le da un gran atractivo, aunque no se puede decir que sea especialmente simpática, ni mucho menos. Educada, amable, pero distante de la mayoría de los compañeros de trabajo. Me la quiero follar, está muy buena a pesar que algún que otro capullo dice que le faltan tetas, y el hecho de ser pelirroja le da para mí un morbillo especial, tal y como últimamente me ocurre con ese color de pelo.

Estamos en distinta planta, pero de vez en cuando bajo a la suya a charlar de fútbol con un amigo, así que a la hora del café estoy en el amplio gran despacho que comparten las seis secretarias de esta sección, con una taza en la mano y tomándole el pelo a su jefe, mi amigo Carlos, furibundo seguidor del Atlético, que se le va a hacer. Veo mi oportunidad cuando Luisa va hacia el lugar en donde están los archivadores, pasa a mi lado, hago el gesto de dejarle pasar, muevo la taza como si se fuera a caer, y ante su gesto de defensa por si le mancho consigo tocar uno de sus codos y me digo a mí mismo sin pronunciar palabra:

Te gusto mucho, te mueres de ganas de estar conmigo y follar. Más tarde hablamos por teléfono y quedamos

La mirada de sorpresa que pone como si no se creyera lo que ella misma está pensando me indica que mi mensaje lo ha recibido alto y claro aunque no diga nada.

A última hora llamo a Luisa y quedamos a la salida en un bar de copas cercano al edificio de la empresa.

No me puedo creer que esté haciendo esto, me he propuesto no salir con nadie del trabajo

Estamos sentados en una de las mesas del fondo del local ante un par de gintonics, así que sólo tengo que mover un poco la mano para tocar su codo y pensar para mí:

Te gusto tanto que no puedes resistirte a querer follar conmigo

Un poco de charla entretenida, risas, complicidad —pasando de si hay o no gente de la empresa que nos pueda ver— otra copa y mi ego reafirmándose a altísimas cotas cuando Luisa repite lo que acabo de llevar a su ánimo:

Vámonos, necesito follar contigo

Estamos en el dormitorio de mi casa y tengo la polla bien tiesa y dura observando el desnudo de la pelirroja, quien deja a la vista unas tetas picudas, no muy grandes, de esas que al andar apenas se mueven, se bambolean como flanes, con pequeñas, oscuras y redondas rojizas areolas en cuyo centro emergen pezones, cortos, pequeños, redonditos, también rojizos. La bonita espalda se curva sinuosa hasta un culo alto, prieto, redondo, que se continúa en duros muslos finos con piernas estilizadas y, por delante, una abundante rizada mata de pelo rojizo parece querer ocultar los gruesos e hinchados labios de su sexo.

¿Te gusto?, ¿ya me has mirado con ganas? Cómete mi coño, es lo que más me pone

Bien. Eso no se lo he tenido que indicar, es de su propia cosecha, así que me arrodillo tal y como me pide y me pongo a la faena. Tengo la cara entera empapada de saliva y de los líquidos sexuales de la mujer —me gustan, desprenden un perfume dulzón que me resulta muy agradable, casi embriagador— estoy muy palote y quiero algo más. Agarro sus codos y al mismo tiempo que me levanto del suelo me digo interiormente que ya va siendo hora que se coma mi polla, así que se dobla por la cintura y mirándome a la cara a cada pocos instantes, se pone a chupar golosamente mi cipote, con ganas, con gran cantidad de saliva. No quiero correrme sin penetrarle el coño, le obligo a darse la vuelta, apoya los brazos en un sillón y de un empellón duro, fuerte y continuado meto mi rabo en su mojado sexo.

Sí, fóllame, dame fuerte

A sus órdenes, mi caliente hembra pelirroja. La follada es de las buenas, larga, dura, intentando aumentar el ritmo a cada pocos pollazos, entrando y saliendo sin llegar a sacar la polla en ningún momento, fuertemente sujeto a las duras nalgas, sintiendo plenamente el roce de las paredes vaginales, me oigo respirar como si fuera una olla exprés, gozando del ruido del entrechocar de los muslos, buscando ya mi orgasmo, que llega apenas unos segundos antes que el grito corto, poderoso, muy alto, que da Luisa al correrse. Las contracciones vaginales de la hembra terminan de vaciarme de semen. Joder, qué corrida más cojonuda.

Nos tumbamos en la cama recuperándonos, y es en ese momento cuando noto en total plenitud el denso perfume de la mujer, ese olor dulzón, muy evidente, que me encanta.

Siempre he sido hombre de una sola corrida, muy sentida, placentera, de bastantes segundos de duración del orgasmo, pero rara vez estoy preparado para continuar a no ser que pasen varias horas. Por lo que parece, Luisa no es de esa opinión, sin necesidad que yo le indique nada.

Me gusta tu polla, quiero más

Suavemente menea la polla arriba y abajo, sin ninguna prisa, mientras me besa en la boca, sin urgencias, acariciando con su otra mano mi pecho, enredando los dedos en mi negro vello, pasando a lamer mis pezones, a apretarlos con los labios y con los dientes durante largo rato. Mi nabo se va despertando poco a poco, primero morcillón, pero se va poniendo mucho más presentable cuando Luisa se baja a la altura de miss caderas para empezar a lamerlo. Lo hace bien, pero que muy bien, y logra su objetivo.

Te voy a enseñar un truquito que aprendí con mi ex

Se pone de pie apoyada en un mueble de cajones no demasiado alto, levemente doblada por la cintura, dejando su excitante culo a la altura de mi polla. Mientras yo extiendo varios chorros de lubricante por toda la tranca y el capullo, ella se mete un par de dedos en el ano igualmente impregnados de suave aceite.

Te va a gustar

Me sujeto a su cintura tras apoyar la punta de la polla en la entrada del ano, empujo lentamente y poco a poco, fácilmente, consigo meterla hasta poco más de la mitad, siendo entonces cuando me doy cuenta que me la empuja hacia afuera, hasta casi echarla por completo del culo, y luego la absorbe de nuevo hacia adentro, como si fuera una aspiradora silenciosa. ¡Qué excitante me resulta este juego! Yo prácticamente ni me estoy moviendo, simplemente me sujeto a su cintura y dejo que actúe. Sin esfuerzo alguno le estoy follando —no sé si decir que ella me está follando a mí— el culo. Aguanto poco, me corro tras poco más de catorce o quince metisacas de estos que hace Luisa. Y sin decirle yo nada ni tocarle los codos.

Me pide que mantenga el rabo dentro de su culo mientras se pajea el clítoris a mucha velocidad, así que ni siquiera se me termina de bajar del todo la erección cuando de nuevo tiene un escandaloso y perfumado orgasmo, se separa de mí para tumbarse en la cama, me pide un beso en los labios y quedamos ambos dormidos durante un par de horas.

Esta mujer es una bomba sexual, todo un terremoto. El tío que se divorció de ella era un perfecto gilipollas. Mejor que mejor, porque me la voy a follar muy a menudo, lo tengo muy claro, y tras tocar sus codos, ella también.

Creo que no me aprovecho demasiado de esta capacidad que tengo —decir poder o don, tal y como mi cuñada hace para tomarme el pelo, me da cierta vergüenza— además, soy bastante selectivo y no me tiro a toda tía que pasa por la calle. En otro orden de cosas, he ascendido en la empresa —lo hice de manera discreta y a casi nadie puede extrañar o hacerle rabiar— y me he hecho, al cincuenta por ciento con mi cuñada y en unas excelentes condiciones económicas, con un céntrico gran local en donde hemos abierto una franquicia de una conocida cadena de panadería, pastelería y cafetería que nos va muy bien y gestionan entre Carmen y Paco, que hace unas semanas se habían quedado en el paro. Ya tenemos ocho empleados. Sí, he cambiado y mejorado de piso, de coche, estoy buscando a buen precio una casa o chalet por la sierra segoviano-madrileña… nada del otro mundo, aunque sin este poder sería inalcanzable para mí. Bueno, me follo a cualquier mujer que me apetece, claro, y también me he vengado de Pilar, mi jefa durante años, déspota, aprovechada, caprichosa, envidiosa, maledicente, machista revestida de falso feminismo, divorciada, siempre salida, necesitada de polla y siempre disimulando porque eso no va con ella.

El viernes antes de trasladarme a mi nuevo puesto de trabajo invito a comer a todos mis compañeros tras más de diez años de estar juntos. También está Pilar, supuestamente alegre por mi cambio —la muy hipócrita quería ese puesto e intentó todo lo posible en mi contra para que yo no lo obtuviera— y triste por mi marcha. Al finalizar la comida, en el pasillo del restaurante, me paro a hablar con mí ya exjefa, sujeto su codo derecho y me digo calladamente mostrando al mismo tiempo una hipócrita sonrisa amistosa:

Me vas a invitar a tomar una copa en tú casa y vamos a follar como a mí me apetezca. Vas a disfrutar, te va a encantar, lo hagamos como lo hagamos, sin quejas por tu parte

Roja como un tomate, en voz muy baja, me dice algo parecido a lo que le he indicado, y ya en su coche decido empezar a enseñarle quien manda. Me giro hacia ella antes que se abroche el cinturón, acerco mi boca a la suya y me da un tímido beso que enseguida pasa a ser guarro, ensalivado, profundo, con las lenguas en acción. Sujeto el codo que tengo más cercano y ordeno:

Quítate las bragas, tienes muchas ganas que te toque el coño

Como si fuera muy urgente, Pilar levanta el culo, tira con sus dos manos de la cinturilla de las bragas y veo una prenda pequeña, negra, trasparente, sexy, que no se me habría ocurrido que pudiera llevar.

Acércalo a mi cara, a la nariz

Lo hace con expresión de sorpresa, como si se escandalizara, lo que aumenta cuando digo:

Huele bien tu coño, seguro que te encanta que te lo coman. Hablando de comer, bájate a mi polla, sácala y empieza a mamarla

Mi mano en el codo no le da opción a decir no. Le dejo que me coma la polla durante cosa de un minuto, lo que me pone muy contento, despuésle ordeno que nos vayamos ya a su casa y que en los semáforos en los que tenga que detenerse se baje de nuevo a metérsela en la boca. Son tres las veces que lo hace y sin saber si es verdad o no, en cada una de las ocasiones le digo que nos están viendo desde el coche de al lado, lo que parece provocarle una fuerte sensación de vergüenza, atajada gracias a mis caricias en sus codos y la mano puesta sobre su cabeza para que siga con la mamada. En el garaje de su domicilio, antes de bajar del coche, hago que descubra sus tetas, le mamo los tiesos pezones un poquito y así entramos en el ascensor, que no se detiene hasta llegar a su planta.

Qué cosas me haces, Dimas, si alguien me ve, qué vergüenza

Nada más cerrar la puerta sujeto uno de sus codos, le ordeno que se desnude y, moviéndose lentamente a derecha e izquierda, se exhiba para mí. A sus cincuenta y seis años no está nada mal: gruesa sin exagerar, rasgos duros en su rostro, en donde destacan los brillantes ojos oscuros, pelo teñido muy negro, bastante corto, con peinado algo masculino. Como no es muy alta, sus tetas resultan bastante grandes para su cuerpo, picudas, con areolas oscuras que rodean pezones gruesos también oscuros, todavía se mantienen bien aunque se caen hacia los lados. Tiene un culazo llamativo, muy grande, redondo, muslos gruesos, piernas delgadas y el vello del pubis casi completamente rasurado, a la brasileña, con un fino cordón de negrísimo pelo. Me llevo una sorpresa porque esta cabrona desnuda gana mucho, parece camera, camera, la verdad sea dicha.

Tras desnudarme le he indicado que de nuevo me chupe la polla —le gusta mi tamaño, lo dice varias veces y lo hace con muchas ganas— durante un rato, pero enseguida se desatan mis ganas de castigar a esta hembra, debe ser que estoy muy resentido con ella. La he obligado a subirse a la mesa baja del salón a cuatro patas, sobre una manta doblada que protege el tablero de madera y cristal. Quiero disfrutar pasándome con ella todo lo que me apetezca y hacerle pagar las veces que me puteó siendo mi jefa.

Llevo varios minutos acariciando y lamiendo todo el cuerpo de la mujer. Me gusta su empapado coño —se pone como loca con la comida de chocho que le hago— pero me resultan verdaderamente excitantes sus pezones —crecen mucho cuando se le ponen tiesos y duros— y en ellos me centro. Los estiro y mordisqueo más fuerte de lo debido, de manera que comienza a quejarse, lo que aumenta cuando empiezo a darle unos sonoros y fuertes cachetes en su culazo. Con unas caricias en sus codos le indico que se tranquilice y se disponga a darme placer tal y como me apetezca:

Haz lo que quieras, Dimas, me pones muy cachonda y me hace falta, llevo mucho tiempo sin follar

Cojo el cinturón de mis pantalones, tomo distancia separándome un poco de la mesa y comienzo a azotar el culo que tengo delante, sin prisa pero sin pausa, de manera que sienta todos y cada uno de los correazos. La verdad es que estoy disfrutando del sonido de cada golpe, del movimiento reflejo de respuesta de las nalgas, de los suaves grititos que da la hembra, de las marcas rosadas y alargadas que le producen. Esto puede llegar a ser adictivo, así que lo dejo porque no aguanto más mi propia excitación.

Le meto la polla en la boca sin miramiento alguno, sujeto su cabeza ayudando al rápido movimiento adelante-atrás que le exijo, y tras un par de docenas de pollazos me corro, saco el rabo lo más rápido que puedo y eyaculo sobre la cabeza de Pilar. ¡Qué bueno! Me gusta ver los churretones de leche de hombre pringando los negros cabellos de la mujer. Me siento en un sillón a recuperarme del esfuerzo.

Pilar se queja diciendo que está muy excitada, que necesita correrse. Mi respuesta es un acto de desprecio, toco uno de sus codos, llevo a su ánimo que empiece a masturbarse y que se corra sólo cuando yo le diga que lo haga. Sujeto mi polla ahora morcillona, me coloco en uno de sus costados y orino sobre el cuerpo de mi exjefa, que en los primeros instantes se sorprende pero nada dice, simplemente cierra los ojos y la boca mientras dirijo mi chorro a lo largo de todo su cuerpo. Cuando acabo sigue haciéndose una paja tremenda, de manera frenética, desesperada, mirándome con necesidad de oírme pidiéndole que goce. Me he vestido preparándome para irme, así que le ordeno que se corra, y en apenas unos segundos un fuerte prolongado grito confirma el orgasmo de la mujer durante largo tiempo. Al terminar se derrumba desde la mesa al suelo, me da las gracias, tal y como yo le había indicado, y queda intentando recuperar el resuello. No digo ni adiós, me voy satisfecho con mi venganza, quizás infantil, pero me ha dado placer hacerlo y en el rincón del cerebro de los vicios y maldades lo apunto, quien sabe si para repetir en alguna ocasión.

En un asador cercano a la oficina hay una camarera pelirroja que me quiero follar. Como cocinan bien y se come a un precio razonable vamos algunos días un grupo de compañeros de trabajo. Tina —Martina— es eficiente, simpática, y plenamente consciente que levanta pasiones entre la clientela masculina. Alta, delgada, esbelta, ágil, es un verdadero pibón del estilo de algunas mujeres del Este europeo —es nacida en Chequia y criada en el sur de Francia—con una llamativa melena de un rojo brillante muy vivo que lleva recogida en cola de caballo, guapa de cara, con grandes ojos de color verde-azulado y cuerpazo que en ocasiones luce, como quien no quiere la cosa, con faldas un poco más ajustadas o cortas de lo que parece necesario o con algún botón desabrochado de más en la camisa del uniforme de trabajo. Tiene veintisiete años y es pareja del dueño del restaurante, quien siempre está ojo avizor por si algún tío hace o dice lo que no debe con Tina, así que como las ocasiones se han hecho para aprovecharlas, una mañana muy temprano, antes de entrar a trabajar, me hago el encontradizo con ella dado que sale todos los días a hacer footing por el barrio. Vuelve sudada, cansada —por cierto, está impresionante con calzas ajustadas y una corta camiseta de tirantes por encima de un top de deporte— nos saludamos, y tras hacerle una broma le cojo del codo izquierdo según se quita los auriculares para atenderme mientras me digo sin articular palabra alguna:

Te pones cachonda pensando en mí, quieres follar conmigo, así que vamos a quedar para darnos gusto

Hemos quedado al salir yo de la oficina y la recojo con el coche en una zona alejada de su piso y del restaurante. Tina está cortada, como si no se creyera lo que está haciendo, así que ni le doy oportunidad a pensárselo, me dirijo a un motel cercano, bastante discreto, al que he ido en alguna ocasión, tomo habitación, pago, recojo la llave y tras cerrar la puerta, ya estoy besándome con la guapa checa, tomándole del codo y repitiéndome para mí —y para ella— que va a ser un polvazo cojonudo.

Qué buena está la pelirroja, tan alta, delgada, perfectamente formada, musculada sin exagerar, con unas tetas preciosas que parecen anchas copas de champán terminadas en punta, sin vello en el cuerpo, con una piel perfecta levemente dorada por el sol o los rayos UVA, un culo alto, duro, como un melocotón partido por una estrechísima raja, no muy grande, quizás algo masculino, y unas larguísimas piernas que nunca se acaban, esculpidas más que torneadas.

Nos besamos varias veces de manera apasionada, pero se nota enseguida que los dos buscamos otra cosa. Sus tetas pueden causar adicción, seguro que sí, me pongo ciego mamándolas durante un buen rato, incluso intentando meterme en la boca la mayor parte que puedo, apretando con los labios en sus pezones cortos, gordezuelos, un poco más de la cuenta, notando que se excita de manera evidente y sintiendo como coge mi polla con ambas manos, apretando, acariciando, empezando a subir y bajar la mano moviendo la piel de mi tranca.

Durante todo el tiempo tengo bien agarrado su culo, lo acaricio, lo aprieto, y es tan duro que no puedo reprimir las ganas de pellizcarlo, de darle varios sonoros azotes, lo que no provoca rechazo ni queja por su parte, simplemente me parece que respira un poco más deprisa, jadeando suavemente, con los ojos brillantes, la mirada perdida y la boca muy abierta buscando aire.

Me quiero hacer todos sus agujeros antes de correrme, así que la tumbo boca arriba en la cama con las piernas muy abiertas, enseñando su coño depilado de anchos labios empapados, muy brillantes. Tengo la polla tiesa y dura como el mango de una pala, se la meto a la primera, sin prisa, pero sin dejar de empujar hasta que toda ella está dentro. Tina dice algo en su idioma, respira con fuerza e inmediatamente se acomoda mejor en la cama, me abraza en la espalda con sus brazos y cierra las piernas dobladas sobre mi culo, empujando con fuerza hacia abajo, de manera que le llego en la vagina lo más profundamente posible y me ayuda en el metisaca que le estoy pegando con un ritmo alto y constante.

De repente da un grito corto, en voz baja, lo repite varias veces seguidas, grita de nuevo ya en voz alta y deshace el abrazo para agarrarse con las manos a la arrugada ropa de cama, mover la cabeza a derecha e izquierda varias veces de manera convulsa, con los ojos cerrados y la boca abierta, diciendo alguna que otra palabra que no entiendo, durante muchos segundos, sintiendo de manera profunda, con intensidad. Estoy aguantando bien los suaves tirones que dan en mi polla las incontroladas convulsiones vaginales, así que quiero seguir tirándomela.

Le saco la mojada polla mientras sigue recuperando el resuello, agarro uno de sus codos y me digo a mí mismo que ahora voy a gozar yo, que ella va a hacer todo lo posible para darme placer, y le pido —de manera que me pueda oír— que se dé la vuelta, que se ponga a cuatro patas agarrando con las manos sus nalgas, haciendo fuerza para dejarme accesible el pequeño, apretado, redondo y rojizo ano.

Me ha costado trabajo, se ha quejado varias veces, he tenido que llevar a su ánimo que le gusta y no siente demasiado dolor y —mujer previsora, en el bolso lleva un tubo de lubricante acuoso— le he metido varias veces el dedo medio bien impregnado en el líquido suavizante y me he puesto la polla tan suave como un pez. Varios intentos, bien agarrado a las fuertes caderas, empujando de manera constante, y por fin le estoy dando por el culo. ¡Qué gustazo!

Me estoy aficionando al sexo anal, siempre me ha gustado, pero últimamente no dejo pasar una mujer sin darle por el culo. Creo que me da sensación de dominio pleno sobre la hembra —a cuatro patas es mi postura preferida aunque no sea la más fácil— quizás porque todas se quejan, les duela o no, y a muchas no les hace demasiada gracia, así que dado que dispongo del poder de persuasión todos los culos están a mi alcance, y me los hago.

El culo de Tina aguanta lo que le eche, sus esfínteres se abren y cierran como un perfecto mecanismo de cremallera y siento en toda la polla que estoy rodeado de mujer. Ella lleva ya un rato tocándose el clítoris, hablando en su idioma en voz muy baja, excitada, ansiosa, así que no me sorprende cuando se corre de nuevo, de manera intensa, sin apenas gritar. Le saco la polla del culo y tras esperar medio minuto a que se recupere un poco, meneándomela con buen ritmo, le hago darse la vuelta —queda sentada en el borde la cama— porque voy a correrme en su boca.

Me cuesta varios minutos cascándome la polla a buena velocidad, pero cuando llega, sujeto la cabeza de Tina con la mano izquierda y me acerco a su boca hasta que, al mismo tiempo que empiezo a eyacular, se la meto y derramo mi semen dentro en una serie de cinco o seis lechazos blancos, densos, de calidad. No he estado atento a ordenarle que se trague mi leche, así que casi toda la echa fuera, en sus tetas, los muslos y el suelo de la habitación, pero ha estado bien, muy bien, para repetir, por supuesto.

También me pasa que según me voy follando a distintas mujeres tengo cada vez más claro que Luisa y Nines son las que más me gustan. No dejo pasar la oportunidad si surge o me apetece, pero cada vez más me centro en estas dos hembras. Todos tenemos nuestros gustos, ¿no?

La pasada Semana santa Nines y yo volvimos a Portugal, al Algarbe, y fuimos al pequeño pueblo en donde conocimos a la pelirroja Paulina. La casa pintada de rojo es ahora una barra americana, un bar con cuatro o cinco putas de mediana edad. Unos vecinos a los que la mujerona negra regaló sus pájaros nos dijeron que se había vuelto a Cabo Verde, su lugar natal, en donde es considerada una gran curandera y guía espiritual de los de su etnia. Ya no tendrán respuesta las preguntas que quería hacerle sobre el valioso regalo que me hizo, pero lo importante es que lo sigo manteniendo. Que dure, es cojonudo y tremendamente gratificante conseguir que las personas hagan lo que yo quiero. Gracias, pelirroja.

 

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