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La Duquesa

en Confesiones

La Duquesa

Marchar de tu país para trabajar en otro supone un cambio de vida en muchos aspectos, en mi caso todo ha sido positivo, especialmente el sexo

Nunca he creído en la suerte porque considero que hasta ahora me había sido siempre esquiva, y desde luego, jamás podría haber imaginado que vivir en La Duquesa iba a ser la suerte de mi vida.

Tengo treinta y cinco años, soltero sin familia ni hijos, terminé los estudios de Económicas pero nunca me han valido de mucho, he trabajado en un montón de empresas de distintas actividades, he hecho casi de todo para intentar ganarme la vida, y tras llevar más de un año en paro me surgió la posibilidad de marchar a México para trabajar en un hotel propiedad de la viuda de un primo mío, mayor que yo, muerto por un ataque al corazón fulminante hace unos tres años y única familia con la que he tenido trato a lo largo de mi vida una vez fallecidos mis padres siendo yo muy joven.

Media docena de mensajes de correo electrónico y un par de fotografías del hotel es todo el contacto que he tenido con Bruna, la esposa de mi familiar. Ni siquiera la conozco personalmente, salvo que recuerdo haber visto fotografías de mi primo acompañado de una mujer morena de pelo corto que me pareció guapa, y que según él decía hablaba un español horroroso, con acento italiano muy cerrado. Y acepto, por supuesto que sí, no tengo nada que me ate en Madrid —tuve alguna que otra novia que duraron poco, ligues pasajeros, amiguetes con los que voy al fútbol, una buena amiga, nada más— y al menos puede ser una posibilidad de no morirme de asco ante mi situación económica.

Quiero despedirme de Consuelo, una ex-compañera de estudios que puedo considerar mi follamiga desde que nos conocimos hace casi veinte años. Trabaja regentando con su marido un exclusivo afamado restaurante situado en una zona de hoteles de muchas estrellas, sin mayores problemas logra que la sustituya una empleada durante un par de horas y ella y yo nos vamos a mi piso. Consuelo no es especialmente guapa, pelo castaño rizado, piel rubia, bonitos ojos marrones, buena estatura, con un cuerpo verdaderamente deseable, en especial sus tetas: muy grandes, altas, juntas, duras, con forma de bala de cañón, con pezones chiquitos, redondos, rosados, muy sensibles cuando está excitada. La de años que llevo mamando esas maravillas, nunca me canso y siempre es el inicio de una buena follada. En nuestros tiempos de estudiantes le gastábamos bromas los compañeros y le decíamos: no es Consuelo, es con tetas. Durante años no me dejaba que le metiera la polla en su peludo coño, lo guardaba sólo para su esposo, así que me aficioné a darle por el culo y a correrme en la boca. Y así quiero despedirme hoy.

Se ha hecho una buena comedora de polla con el paso del tiempo, perdió todos los miedos, ascos y tabúes, de manera que ahora se comporta guarramente, como tiene que ser, mamando, adorando incluso, mi largo y grueso rabo que tanto le gusta —os voy a echar de menos, Miguel, a ti y a tu pollón— utilizando la lengua, los labios, los dientes, toda la boca, para excitarme, para ponerme como un garañón. No voy a esperar más, hago que se ponga a cuatro patas sobre la cama, y tras darle lubricante de silicona acerco la punta del capullo a su arrugado ano, un par de azotitos para llamar su atención y que con sus manos sujete las grandes nalgas, hace el gesto de abrirse el culo e inmediatamente empiezo a empujar. Fácil, como siempre, he entrado a la primera, me detengo unos instantes con el glande ya dentro —a menudo se queja un poco, aunque creo que es algo psicológico y no físico, pero a mí me encanta— y sigo empujando de manera constante, con fuerza, llegando todo lo dentro que puedo enterrando el nabo en este vicioso culazo. ¡Ah, qué bueno!

La mecánica de la follada es sencilla, adelante y atrás sin prisa, cada vez un poquito más rápido, sujetándome con fuerza en esas nalgas cojonudas, escuchando nuestras jadeantes respiraciones, notando como Consuelo usa su mano derecha para acariciarse el clítoris al mismo ritmo de mi enculada. Bastantes minutos después, cuando ya me queda poco para eyacular, la mujer da un grito alto, fuerte, no muy largo, deja de acariciarse en lo alto del coño y se mueve hacia adelante para que yo saque la polla del culo. Se pone en cuclillas delante de mí con su pecho subiendo y bajando aún agitado por la rápida respiración, levanta la cara, abre la boca, saca la lengua apoyándola sobre la barbilla y me mira a los ojos. Apenas tiene que esperar unos segundos, me corro como si se fuera a acabar el mundo, lanzo cinco o seis tremendos churretones de semen que impactan en su cara, en el pelo y me aprieto el capullo para que las últimas gotas caigan sobre las tetas. En mi honor, la mujer acerca a la boca con sus dedos todo el semen que puede y lo traga —no le suele gustar y pocas veces lo hace— besándome después para que comparta con ella los restos de mi leche de hombre. Nos tumbamos unos minutos en la cama hasta que el reloj dicta que tiene que ducharse para volver al trabajo. No quiere que la acompañe, prefiere tomar un taxi. Nos besamos suavemente, acaricia mi cara y se pone triste.

Deberías haberme hecho caso y te habría encontrado alguna madura adinerada que te hubiese mantenido, a ti y a tu polla, sin necesidad de marcharte de Madrid

Varios besos más, alguna lagrimita por parte de ambos, promesas de seguir en contacto por e-mail y nos despedimos después de tantos años de sexo y mutua confianza.

En el Golfo de México está el estado de Yucatán, allí hay una localidad llamada Sisal —menos de mil quinientos habitantes, fue puerto exportador de productos agrícolas e intenta reconvertirse en sitio turístico— lugar en donde está ubicado el hotel La Duquesa. A unos dos kilómetros del centro del pueblo, en una zona bastante resguardada y de no muy fácil acceso, con una hermosa gran playa, el hotel, situado a pocos metros del límite de la finísima blanca arena, consta de treinta habitaciones tipo suite de hasta cuatro personas, un par de bares —una cantina mexicana y un bar típico gringo— restaurante y distintos servicios de todo tipo distribuidos en siete edificios de dos plantas, conectados entre sí por galerías porticadas y escaleras de pocos peldaños, en estilo colonial moderno, pintado de alegres colores, grandes terrazas utilizadas como solarium, con un extenso jardín interior con piscina de agua de mar. La mayoría de clientes del hotel son adinerados maduros estadounidenses que vienen a tomar el sol, practicar pesca deportiva, desmadrarse comiendo, bebiendo y, por supuesto, follando.

Tras dos días de viaje llego a Sisal —escala en Londres, luego a México DF en donde hago noche, vuelo interior al pequeño aeropuerto de Mérida, un autobús de línea me deja en Hunucmá, una camioneta me acerca hasta Sisal, en donde un taxi me lleva al hotel La Duquesa— un viernes poco antes de la hora de comer, cansado, aburrido del viaje y totalmente despistado por el jet lag entro directamente al bar, en donde pido un café —aquí es natural, de exquisito aroma y sabor suave— y me derrumbo en un sillón de mimbre.

¿Miguel?, eres tú, verdad

Una mujer morena cercana a los cincuenta años, bastante alta de estatura, me pregunta expresándose con lo que me parece un curioso acento.

¿Bruna?, buenos días, acabo de llegar, disculpa que no te haya buscado todavía pero vengo muerto de cansancio

Sonreímos, nos damos dos besos amistosos en las mejillas, charlamos unos breves momentos.

Ven, vamos a que veas tu habitación para que puedas descansar

Detrás de los edificios del hotel, en una impresionante densa zona arbolada situada en paralelo a la línea de playa, hay dos grandes chalets. En uno de ellos hay una docena de habitaciones para el personal del hotel que no vive en las inmediaciones y en el otro vive Bruna. La habitación que me adjudica la dueña de La Duquesa está junto a la entrada, es amplia, limpia, luminosa, con cama de matrimonio y aseo con ducha. Apenas hablamos, declino su ofrecimiento de ir a comer, me doy una relajante larga ducha y me acuesto.

Es de día y según mi reloj son las once de la mañana de a saber qué día. Me asomo a la ventana estirándome y sintiendo hambre, me llevo una sorpresa al mirar por el abierto ventanal porque en la piscina del hotel hay al menos dos docenas de personas desnudas por completo, tomando el sol, entrando en el agua, charlando, tomando copas. Joder, qué puntazo.

Llaman a la puerta e inmediatamente oigo que alguien se dirige a mí.

Te he visto por la ventana, Miguel, qué tal estás, llevas casi dos días durmiendo

Es Bruna, abro y me llevo la segunda sorpresa del día. Está desnuda. Debo poner cara rara según la observo porque ella se ríe.

En la playa, en la piscina y en la zona arbolada yo suelo estar desnuda siempre que hay clientes nudistas, que suelen ser todos. El interior del hotel, en especial los bares, el restaurante, el gimnasio, lo consideramos zona textil y al menos se suele llevar una camiseta, por eso regalamos a cada cliente un par de ellas con el nombre y el logotipo del hotel, y un slip de baño, por pequeño que sea. El personal no está obligado, por supuesto, y tenemos unas sencillas normas de vestimenta, pero yo estoy más a gusto así, privilegios de ser la dueña, y por lo que veo a ti tampoco te disgusta

Tardo un par de segundos en reaccionar y darme cuenta que estoy desnudo y algo más que medianamente morcillón. Será por recién levantado o por la desnudez de la mujer, pero me estoy poniendo bien palote. No digo nada, intento disimular, pero no logro quitar la vista del cuerpo de Bruna. Alta, de cabello crespo brillante muy negro que lleva en media melena peinada con raya en medio, con rasgos duros en su rostro requemado por el sol, destacando unos ojos grises llamativos y una boca grande de bonitos labios rectos. Cuerpo delgado, fibroso, con tetas más bien pequeñas pegadas al cuerpo, separadas, musculadas, con pezones pequeños oscuros, dentro de una areola circular también pequeña y muy oscura. Cintura estrecha, caderas altas, redondeadas, conteniendo un culo no muy grande, duro, con una estrecha raja que divide en dos esa bonita luna llena y oculta el pequeño ano, oscuro y arrugado. Las piernas son largas, finamente torneadas, de muslos duros, de un bonito suave color chocolate con leche, al igual que toda su piel. El pubis no lo lleva depilado del todo, luce un denso cordoncillo de negro vello como de un centímetro de ancho que sube por el liso estómago y llega hasta casi el redondo ombligo, de manera que muestra sus anchos y abultados labios vaginales del mismo oscuro color que los pezones. Está buena, no puedo contener mi erección, ahora ya plena y muy evidente.

Para una madura como yo es muy satisfactorio ver que te gusta lo que miras con tanto detenimiento. Desde luego vas a causar sensación por aquí cuando vean esa herramienta que tienes, mejor te dejo un rato a solas y espero en el bar. Te he traído el uniforme del personal, creo que la tuya es la talla grande, aunque mejor que ahora mismo no te pruebes el pantalón

En cuanto se va me casco en su honor una paja tremenda, rápida pero cojonuda. Guau, qué gustazo. Un rápido duchazo, me pongo la camiseta beige, el pantalón corto azul marino, unos zapatos también azules tipo náutico y tiro de la puerta, no hay cerradura y según me estoy fijando en ello oigo tras de mí:

Buenos días, soy Lupe, peluquera y esthéticien del hotel. Por la ventana te he visto muy ocupado hace unos momentos. Sabes, aquí seguro que no vas a necesitar jugar tu solito, luego nos vemos, bienvenido a La Duquesa

La joven se marcha sonriente y yo voy al bar. Es guapa y parece simpática, no me da vergüenza que me haya visto masturbándome. Mientras devoro con hambre canina unos platos que no sé lo que son pero me parecen riquísimos, Bruna me pone al día de mi trabajo.

El hotel va bien, tenemos bastante clientela fija a lo largo de todo el año y poco a poco hemos ido creciendo. Tengo pocas ganas de trabajar, así que me limito a supervisarlo todo, a hacer relaciones públicas y a tomar el sol. La treintena de personas de plantilla fija es leal, trabajadora y profesional, muchos han aprendido el oficio conmigo, pero quiero alguien que sea mi mano derecha en todo aquello que necesite, en quien pueda tener completa confianza y no esté atacado de la desidia que por esta zona tanto abunda. Nos costó mucho encontrar buenos empleados, por eso me acordé de ti, mi marido te tenía en gran estima y yo no tengo ninguna familia. Un importante matiz, la inmensa mayoría de clientes son nudistas y exhibicionistas que gustan tener sexo sin complicaciones durante su estancia aquí, con mujeres y hombres según les apetece en cada momento. Los términos bisexual, swinger, cambios de pareja, sexo outdoor y en grupo, tienen pleno sentido en la vida cotidiana del hotel. Nosotros nos limitamos a darles los servicios que demandan de manera profesional, eficiente, discreta, a nadie juzgamos y en nada nos metemos. Después del trabajo diario cada uno es muy libre de hacer lo que le venga en gana, lo que no tolero de ninguna manera es la prostitución más o menos encubierta, ya he tenido que despedir a cinco empleados. Si algo de lo que he dicho no es compatible con tu forma de ser o pensar o crees que vas a estar a disgusto

No, muy al contrario, soy de la opinión que cada uno debe hacer lo que le gusta si a nadie perjudica ni obliga de ninguna manera

A lo largo del día he conocido a los compañeros de trabajo —me han recibido amigablemente, son mayoría las mujeres más bien jóvenes— y mis funciones, que no me parece sean una carga exagerada de trabajo. También a muchos de los clientes alojados actualmente, más de ochenta, todos de entre cuarenta y sesenta años, estadounidenses, algunos canadienses, varias parejas de japoneses, matrimonios estables, algún que otro trío, parejas de gays y lesbianas, todos ellos contentos de estar al sol, beber, comer excelentes aperitivos y antojitos, lucir el cuerpo en la playa durante horas, tener sexo a menudo sin esconderse demasiado, al aire libre —todos los días el hotel repone en las habitaciones preservativos y lubricante sexual al mismo tiempo que toallas, papel higiénico, jabón, champú, cremas solares, botellas de agua mineral, hielo— y, en definitiva, disfrutar de su dinero. No llevan mala vida, no. Enseguida me he acostumbrado a ver a tanta gente desnuda, aunque alguna que otra de las mujeres me ha alegrado las pajarillas y me he puesto contento varias veces. He ido a ver la playa y me ha parecido que había al menos dos grupitos follando observados por varias personas, pero he sido discreto y profesional, no me he acercado a mirar.

Son poco más de las diez de la noche y voy a mi habitación dando por terminado el día. No estoy cansado, prendo la televisión buscando noticias deportivas —tengo que localizar algún canal que dé los partidos del Madrid o por lo menos informe de los resultados— me desnudo y estoy tumbado en la cama cuando llaman a la puerta. Me pongo un albornoz, anudo el flojo cinturón y abro —me sigue pareciendo curioso que no haya cerradura ni pestillo— para ver a Lupe, sonriente, ante mí.

¿Puedo darte de nuevo la bienvenida?

Antes que yo pueda decir nada entra en la habitación, cierra la puerta y deshace el nudo del cinturón de la bata de toalla.

Esta mañana me gustó mucho lo que te traías entre manos y de cerca está mucho mejor

Rápidamente acaricia mi tranca, palpa los testículos, aprieta mi culo valorándolo con la mano desocupada, sin dejar de sonreír. Me quita el albornoz del todo, se detiene durante los pocos segundos que tarda en desnudarse, se separa unos pasos de mí y se exhibe lentamente.

¿Te gusto, españolito? ¿Estoy buena para ti? Los gringos, hombres y mujeres, me ofrecen buen dinero cuando van a que les peine, les corte el pelo y les arregle el vello del pubis, todos quieren follar conmigo, pero soy yo la que elige

Joder si está buena. No es muy alta, con el fuerte cabello castaño oscuro cortado en media melena apenas ondulada que lleva sujeta con un coletero rojo, ojos marrones grandes, expresivos, vivarachos, boca también grande de anchos labios, maquillada sin exagerar, con una expresión simpática, alegre y jovial en su rostro, de unos veinticinco años, con toda la piel de su cuerpo de un bonito color amarronado natural, muy redondita, con un buen par de tetas del tamaño perfecto para que quepan en mis grandes manos, redondas, duras, como globos coronados en su centro por una areola tipo galleta maría y un pezón gordezuelo muy oscuro. Las anchas caderas engloban un culo grande, bonito, alto, que se continúa en muslos y piernas fuertes, duros, y por delante un estómago abombado que parece querer proteger un pubis completamente rasurado, oscuro, de labios anchos, brillantes, que a simple vista ya parecen muy mojados.

Espera un momento

Coge el mando de la televisión y marca el número del canal de películas porno —sí, es el sesenta y nueve— que hay en todas las habitaciones del hotel. En la pantalla en ese preciso momento una mujerona rubia de grandísimas tetas colgantes, doblada por la cintura, le está haciendo una mamada a un tipo muy alto y grande con una polla descomunal que parece un salchichón, mientras dice a gritos: soy tu hembra, soy tu perra.

¿Eso te gusta? ¿Te pone cachondo?

Intento decirle que lo que me pone cachondo es lo buena que está ella, pero no llego a hablar, doy un respingo de excitación cuando Lupe se dobla por la cintura, pone las manos a su espalda y se mete mi polla en la boca durante unos segundos, tras lo cual repite varias veces seguidas en voz baja, susurrante: soy tu perra, soy tu puta. Me excita ver cómo le cuelgan esos globitos que tiene por tetas, pero sobre todo el repaso húmedo que su lengua le está dando al glande de mi polla. Qué excitante, qué bueno es, qué bien me lo está chupando y mamando. Se la quiero meter ya, me hace falta.

Ven Lupe, ven, date la vuelta

Te va a gustar, Miguelito, te va a gustar, y a mí también

Sujetándole de las caderas le meto la polla de manera rápida, continuada, hasta dentro, me quedo quieto varios segundos notando el chocho empapado, suave, calentito, acogedor, de la joven Lupe, quien no deja de hablar en voz muy baja: qué bueno, qué dentro me llegas; dame ya, sí, dame duro

Ya llevo varios minutos follando fuerte, rápido, intentando subir el ritmo cada pocos envites, de manera que empiezo a sentir la necesidad de correrme, acuciado también por la respiración ansiosa de la hembra, por el golpeteo de mi pubis contra sus nalgas, por el sonido de chop-chop al entrar y salir de su coño, por la creciente sensación que algo se mueve y avanza como una avalancha desde algún punto no determinado de mi espalda hasta la misma punta del capullo. Todo unido parece alcanzar su punto culminante cuando Lupe da un corto ronco grito, se detiene por completo durante unos instantes y de repente sube el nivel del grito muchos decibelios, durante bastantes segundos en los que siento como mi polla recibe suaves pellizquitos al mismo tiempo que se suceden las contracciones y espasmos de la vagina. No puedo aguantar y eyaculo como si fuera una central lechera, hago intención de sacar la polla y lo que consigo es dejar parte del semen dentro y parte fuera, pringando el redondo culo de la mujer. Ambos nos tumbamos en la cama para recuperar la respiración y yo me sorprendo cuando oigo unos golpecitos en el cristal de la ventana y veo a dos parejas de clientes que con caras risueñas nos hacen gestos de aprobación con el pulgar hacia arriba y dando palmas de contento.

A estos gringos salidos les gusta mirar más que follar, les ha encantado tu polla, querrán probarla, seguro

¿Les has avisado tú para que nos mirasen?

No exactamente, pero me conocen y les he debido comentar que quería follar contigo

Un beso en los labios, unas palabras amables —tengo que dormir,mañana temprano llegan nuevos clientes y siempre se pasan para que les arregle el pubis;no me olvides, eh, por muchas mujeres y hombres que te tires, yo he sido la primera y me gustas, españolito— otro beso y Lupe marcha a su habitación. Yo me duermo, no tengo ni ganas de ducharme.

Los días se suceden con una agradable monotonía rutinaria, con cambios de clientes, con el desarrollo tranquilo de mis obligaciones y, por suerte, con sexo, mucho sexo, follo todo lo que quiero. Y me gusta, estoy verdaderamente contento.

Natalia es la encargada del bar, además de acreditada bartender. Es una morena de poco más de treinta años que desata pasiones entre los turistas por su aspecto marcadamente hispano y porque tiene un cuerpazo propio de deportista. Los días que libra del trabajo y va a la playa crece el número de hombres y mujeres que se tumban en la arena y quieren admirar su cuerpo: de estatura algo más que mediana, tiene su oscurísimo negro cabello bastante rizado, largo hasta media espalda, que suele recoger en una gruesa trenza, ojos también negros, pómulos redondeados, nariz recta, boca grande de labios gruesos; sin poder decir que sea guapísima, su rostro es atractivo. Es una mujer musculada, sin gota de grasa, asidua al gimnasio del hotel y activa nadadora. Sus espaldas rectas de hombros fuertes y estrecha cintura se continúan en caderas más bien redondeadas que amparan un culo impresionante, puro músculo, alto, quizás algo masculino, con dos medias lunas perfectas separadas por una estrechísima raja que oculta por completo el agujero del ano. Por delante sus tetas podrían parecer pequeñas si no se tratara de unos pechos perfectos, como si fueran dos altos duros limones puestos de punta, con pezones redondos muy oscuros y una mínima areola granulada del mismo color moreno que el resto de su piel. Tiene marcada la musculatura del estómago, depilada por completo, sus labios vaginales anchos y abultados son del color de los pezones, teniendo unos llamativos muslos esculpidos en el gimnasio al igual que las piernas. Me he parado a contemplarla en la playa más de una vez cuando está desnuda y sí, es una mujer verdaderamente excitante, discreta en su vida sexual y de la que se dice le gustan las mujeres más que los hombres.

Paseo desnudo por la playa al caer la tarde. Todavía quedan muchas parejas que están a lo suyo y algún que otro grupo de turistas que consumen copas —a esta hora ya se ha cerrado el servicio de bar en la playa— mientras charlan y agotan los que van siendo últimos rayos de sol del día. Una mujer sale del agua, se detiene a apretarse la melena y escurrir el pelo para que caiga el agua, me mira y saluda cuando llego a su altura. Es Natalia.

Hola, Miguel, ¿relajándote? Para mí esta hora entre luces y sombras es la mejor del día. Sabes, estoy un poco enfadada contigo, tanta mujer suspirando por follarte y a mí no me haces ni caso. Eso es que no te gusto, supongo

No digas eso, por favor, no me he atrevido a intentarlo, he pensado que quizás no estés a mi alcance, entre otras razones porque dicen que no son los hombres lo que más te gusta

La gente habla más de la cuenta, es verdad que me como a las mujeres que me apetece, pero también hombres, y tú me pones cachonda con esa polla que tienes. Tienes que valorarte mejor, estás muy bueno

Es oír a Natalia y mi polla empieza a tener vida propia, se pone tiesa y dura en apenas unos segundos, crece, parece que empuje hacia arriba, se mueve como un caballo desbocado.

Tu polla sabe lo que es bueno para ella, ven conmigo

No me coge de la mano para llevarme más dentro de la playa, hacia el lugar en donde ha dejado una toalla y una mochila de colorida tela típica de esta zona, me coge el rabo, lo acaricia con una mano, aprieta suavemente mis huevos con la otra y se da la vuelta sin soltarlo, de manera que me conduce detrás de ella, sujetando mi polla, dándome leves tirones, corriendo lentamente la mano arriba-abajo como si me estuviera masturbando.

Tengo su maravilloso culo a mi alcance y tiene imán para mis manos, está claro, así que acaricio, amaso, aprieto e intento pellizcar esas nalgas prodigiosas con mi mano izquierda, sin que nos detengamos ni un segundo de nuestra lenta marcha, que acaba tras unos arbustos, cuando Noelia se da la vuelta, me besa en los labios suavemente e inmediatamente pasa a darme un beso de tornillo, guarro, baboso, con la lengua recorriendo toda mi boca e intentando llegar lo más dentro que puede, sin soltar ni un segundo la polla, sin dejar de meneármela suavemente, utilizando la otra mano en valorar mi culo, en apretarlo, en darme un par de azotes sonoros.

Cabrón, qué caliente me has puesto

Se tumba sobre la toalla que está sobre la hierba que se entremezcla con la arena de la playa, nos abrazamos para besarnos varias veces, profundamente, jugando con nuestras lenguas. Qué placer da abrazar un cuerpo tan duro, tan musculoso, apretarlo da sensación de fuerza, de poderío. Sus duras tetas son muy llamativas y me ponen muy contento según lamo y mamo los redondos pequeños pezones, pero no puedo dejar de fijarme en su culo, así que mis manos lo tocan, lo acarician, lo agarran, lo cogen con fuerza, haciendo que la mujer lo levante del suelo y se coloque bien pegada a mi cuerpo, moviéndose de manera sinuosa, restregando las tetas en mi pecho, apretándose como si quisiera que fuéramos un solo cuerpo. La muevo de manera que se coloque a cuatro patas, que su culo perfecto se enfrente a mi mirada —todos me queréis follar de perra, cómo os gusta el culo, putos maricones— y que cuando le meto en el coño la polla tiesa y dura como un hierro pueda agarrarme a esas nalgas prodigiosas, apretar sus carnes, darle azotitos sonoros, sujetarlas con las manos como garfios para follar con fuerza, rápidamente, buscando mi placer y el suyo.

Hazte mi culo, vamos, es lo que deseas

Claro que sí. Natalia posa sus manos sobre las nalgas y hace fuerza hacia los lados para separarlas y dejar bien visible, accesible, el redondo arrugado pequeño agujero. No me preocupo de si está o no lubricada la entrada, simplemente coloco el capullo frente al ano y empujo ayudándome de la mano derecha, con fuerza, insistiendo de manera constante, hasta que entro, con facilidad, sin mucha resistencia de los esfínteres, deteniéndome cuando le tengo metido el glande y poco más —qué gruesa es, sigue, métela entera— durante apenas unos instantes, empujando de nuevo, sintiendo como se abre paso mi rabo, como llego muy dentro. Me paro y echo hacia atrás hasta casi sacar la polla entera —date algo suave, cógelo de la mochila— aprovechando para echarme en la tranca varios chorros de un aceite o crema o lo que sea que me parece suave y puede valer, empujo de nuevo, lentamente, la vuelvo a sacar y a meter muchas veces seguidas, un poco más deprisa cada vez —me lo rompes, cabrón, cómo me gusta— hasta que le estoy dando por el culo con muchas, muchas ganas —tócame, tócame delante— excitado como un verraco. Con la mano derecha acaricio la zona del clítoris de la hembra, quien se mueve al ritmo de mi follada, ya un poco más lenta y acompasada, y no deja de gemir suavemente durante varios minutos, hasta que da un fuerte grito, largo, agónico, verdaderamente sentido —sácala ya— y echo hacia atrás para desclavársela. Natalia se echa boca abajo en la toalla, pero le obligo con mis manos a que levante el culo y así lo deje, de manera que poco después, según me la estoy meneando a toda velocidad, eyaculo sobre esa maravilla de culo, pringándolo de semen, dándole después golpecitos al rabo para que hasta la última gota caiga sobre las nalgas. Ah, me encanta ver la oscura tostada piel de la mujer salpicada de los muchos manchurrones de mi leche de hombre. ¡Qué gustazo!

Nos hemos despedido con un beso y mientras ella se mete de nuevo en el mar, varios de los clientes sonríen y hacen gestos de complacencia desde apenas diez o doce metros. Seis u ocho personas nos han estado observando durante la follada.

El hotel organiza para sus clientes todo tipo de actos lúdicos, excursiones y visitas turístico-culturales por las localidades de los alrededores, por islas cercanas, a pie, a caballo, en coche, en barco. Molero es dueño de un bonito pequeño barco de pesca, modernizado, que dedica a trabajar con los turistas, tanto para pesca deportiva como en las visitas organizadas. Es un buen tipo, siete u ocho años mayor que yo, simpático, vacilón, nos llevamos bien —su esposa trabaja como camarera de habitaciones y son famosas las discusiones que tienen porque a los dos les gusta ligar y follar fuera del matrimonio, teniendo después unas largas reconciliaciones sexuales muy ruidosas— y hoy voy con él a una pequeña isla para pasar el día llevando a tres parejas de poco más de cincuenta años que desde el mismo momento de subirse en el barco se han desnudado —cuerpos cuidados, muy morenos de tomar el sol, algún que otro quilo de más en el estómago, tetas y culos más bien grandes, deseables, evidentes retoques de cirugía estética tanto ellas como ellos— han empezado a beber tequila y cerveza, a darse besos y meterse mano, a grabarse con sus caros teléfonos móviles y a decirme barbaridades, dado que actúo como camarero a su servicio porque solicitaron a Bruna expresamente que fuera yo quien les acompañara. Según ella no le hace gracia el asunto, pero son clientes fijos que pasan la mayor parte del año aquí y se han convertido en buenos propagandistas del hotel. Me dice que haga lo que yo crea conveniente, pero procure no discutir.

Hoy follamos como fieras, Miguel, estas gringas tan rubias no hacen más que mirar, valorar y comentar nuestros paquetes, y me parece que los hombres también van de esa cuerda, me da a mí queun poco putos sí que son, así que prepárate a darles por el culo

La pequeña cercana isla a la que nos dirigimos está despoblada, siendo su mayor mérito que se puede ver gran número de especies de aves marinas. Bajo unos árboles cercanos a una pequeña cala de finísima arena montamos Molero y yo una carpa plegable en donde dispongo el catering que traemos para comer y beber. Los rubios clientes no paran de darle al tequila y tras darse un paseo recorriendo la isla han vuelto con ganas de seguir bebiendo y algo más, porque las mujeres me meten mano en cuanto paso por su lado. Hablan en inglés, yo lo entiendo sólo a medias, pero Molero me traduce que quieren que estemos todos desnudos, no sólo ellos, y así hacemos.

En cuanto estoy en cueros una de las rubias maduras que parece ser líder del grupo me echa mano al paquete, suavemente pero sin soltarlo, comentando algo que hace reír mucho a sus amigos. Me lame la polla varias veces, de abajo-arriba, con mucha saliva, recreándose, hasta que se la mete en la boca, primero lentamente, queriendo guardarla entera en su boca, lo que le cuesta trabajo pero consigue tras varios intentos, llegando a besarme el pubis —ahora lo llevo rasurado por completo y Lupe lo retoca siempre que quedamos para echar un polvo— recibiendo el aplauso de los presentes, que no se pierden detalle. Después empieza a mamarme el capullo, deprisa, mientras otra de las mujeres se arrodilla detrás de mí y empieza a ocuparse de mi culo.

Miguelito, con estas tías te tienes que poner duro, les va que les domines y obligues a hacer lo que a ti te dé la gana, lo están deseando

Me dirijo a la que me está comiendo la polla —eh, zorra, levanta, te la voy a meter— aunque me entiende mucho mejor cuando le agarro del pelo y con un tirón continuado le obligo a darse la vuelta y doblarse por la cintura apoyando las manos en una de las mesas plegables. Está mojada, aunque durante unos segundos uno de los hombres se acerca a ella, le unta coño y culo con un denso aceite lubricante, y en un gesto sorpresivo agacha su cabeza para besarme la punta del capullo y darle después unas chupadas profundas, provocando el regocijo del resto de los gringos. La otra mujer —la más alta y delgada de las tres— sigue acariciándome el culo, apretándolo, dándome besos, lamidas, algún azote, restregando su cara por mis glúteos y cuando me agarro con las dos manos a las recias caderas de la que está delante de mí, le meto la polla lentamente, sin parar, hasta el fondo, comenzando un lento metisaca de ritmo tranquilo, también se agarra con fuerza a mis caderas para no perderme con el movimiento y me da un buen repaso a la raja del culo con la lengua, me come el ano con los labios y termina introduciendo dentro de mi culo, primero sus dedos, y después la lengua, con mucha saliva, adelante y atrás, intentando seguir el mismo ritmo con el que yo me estoy follando a su compañera.

Estoy excitado, mucho, pero controlando la situación, le estoy pegando una follada cojonuda a la gringa, bien estimulado por la lengua de su amiga que juega en mi culo con gran maestría. La respiración rápida, ansiosa, metiendo ruido como una cafetera italiana, me dice que le queda poco para correrse, lo que hace de manera muy evidente, durante muchos segundos, tirando la mesa en la que se apoya y cayendo ella misma al suelo según se la saco. Me doy la vuelta rápidamente obligando a la que se está trabajando mi culo a que se la meta en la boca —cómetela con las mismas ganas que mi culo— y no pare de mamarla.

Molero se está follando a la tercera de las rubias, que está a cuatro patas en el suelo, hablándole en voz alta, en inglés y en español, soltándole un par de duros azotes cada varios pollazos, llamándole puta, empujando con ganas con su gruesa polla oscura, muy negra, no demasiado larga, pero con un glande muy ancho que parece una gran seta. Uno de los gringos le ha metido la polla en la boca, y la rubia, tremendamente excitada, respira muy fuerte por la nariz, sonando como el motor de un coche asmático.

Uno de los hombres se acerca a mí con una estrecha polla muy larga que se menea para mantenerla en erección. Aparta sin miramientos a la mujer que me la está comiendo, se arrodilla y es él quien se pone a mamar mi rabo. Lo hace muy bien, apenas se detiene unos instantes para decirle algo a la mujer, quien se tumba en el suelo boca arriba para comerle el culo tal y como a mí me lo hizo minutos antes. No me quiero correr así, y me siento todavía fuerte como para controlar mi tiesa erección, así que me separo para sentarme en una de las sillas y hacerle un gesto al tipo para que entienda que se dé la vuelta y se clave mi polla en el culo. De nuevo el gringo al que le debe gustar extender el lubricante se acerca a mí y pringa de suave aceite toda mi tranca y el agujero del otro hombre, quien rápidamente se coloca dándome la espalda, se sienta sobre la tiesa polla, sujetándola con una mano, hablando, dando grititos, quejándose suavemente, indicando que le gusta y lanzando un grito más fuerte cuando se deja caer completamente sobre mis muslos.

En apenas un par de segundos comienza a elevarse y bajar, a sacar casi del todo mi rabo y a enterrárselo de nuevo hasta dentro, primero suavemente, como con miedo, después más rápido, buscando un ritmo de follada que le guste. El muy maricón se empala dando grititos de loca, comentando que se está poniendo muy cachondo y exigiéndole a su mujer que se acerque a mamarle la polla, lo que ella hace arrodillada, con los ojos cerrados, intentando amoldarse al ritmo se sube y baja que su marido mantiene.

Mía mujer is mucho puta, luego a tú hacer corrida buena

Poco después de decirme esta frase sobre su arrodillada esposa mamapollas da un ronco grito, dice algo en inglés y se corre largamente sujetando la cabeza de la hembra para que siga mamando, lo que ella hace guarramente, dejando escapar semen por los costados de la boca, lamiendo los manchados muslos del hombre, comportándose como una cerda. A mí ya me vale de culo de hombre, empujo al tipo para que se levante y veo que Molero está terminando de menearse la polla a buena velocidad sobre la cara de la rubia que se estaba follando. Eyacula pringando el rostro y el pelo de la hembra con media docena de blancos chorros de denso semen, después obliga a la mujer a que le limpie con la lengua muy suavemente, con mucha delicadeza. Unos segundos después, el que le metió la polla en la boca se acerca de nuevo a la hembra mientras se casca un pajote a un ritmo frenético, que le lleva a correrse dando un fuerte bufido, echando también su leche sobre el rostro de la mujer.

La cerda larguirucha viene hacia mí con cara de deseo, de estar necesitada, y para mi sorpresa no quiere que le meta la polla, sino que se abalanza de nuevo sobre ella para mamarla. Joder, es buena, se nota que tiene mucha práctica y le gusta, así que le dejo hacer mientras estoy tranquilamente sentado en una de las sillas plegables. A cada ratito saco el rabo de la boca, le doy unos cuantos golpes en las mejillas con él intentando que sean fuertes —lo que despierta las risas y aplausos de los espectadores, así como los ansiosos jadeos de la rubia comepollas— y otra vez a cobijarlo en la mojada gruta.

El buen Molero le está dando por el culo a uno de los tíos, quien suelta unos gritos que me parecen muy maricones cada vez que la gruesa polla del pescador llega lo más dentro posible de su culo. Yo me estoy aburriendo de tanta mamada y parece que la hembra se da cuenta porque incrementa el ritmo y se ayuda de una mano para menearme la polla arriba y abajo, mientras con la otra llega hasta el ano, apenas insinuando la penetración con un dedo. No aguanto más, me corro soltando varios churretones de semen que la rubia larguirucha se traga como si fuera el maná al mismo tiempo que se masturba muy deprisa y en pocos segundos se corre muy quieta y calladamente, como si disfrutara dentro de sí, de manera casi oculta.

El viaje de vuelta a media tarde es muy tranquilo y relajado con los gringos cansados, adormilados, pasados de tomar tequila, compartiendo indolentemente varios cargados cigarrillos de marihuana y ya sin ganas de sexo por parte de nadie. Molero aprovecha para ponerme al día de los cotilleos del hotel, me da igual, pero es divertido.

Hazme caso, Miguel, tú a por la rubia guapa, ¡vaya hembra!

Bruna me pregunta a la mañana siguiente qué tal fue todo, contesto que bien, sin problemas, sonríe y me da doscientos dólares que los gringos le han dado para mí, como propina. Parece ser que han quedado muy contentos.

Rosalinda es una de las cocineras del hotel. Es de Belice, vino a trabajar junto con su novio, quien la abandonó por una madura gringa que de él se encaprichó y con quien se casó, así que ahora tiene nacionalidad estadounidense y vive en un gran rancho tejano. Todos llamamos Linda a Rosalinda, para acortar el nombre y porque es verdaderamente guapa, atípica rubia, una de cuyas abuelas es inglesa y la otra belga. De poco más de treinta años es bastante alta —me sobrepasa la nariz y yo mido más de uno ochenta— delgada, elegante en sus gestos, con un bonito rostro de suaves rasgos en donde destacan sus grandes ojos azules y el cabello rubio, de un precioso tono amarillo brillante, que suele llevar muy corto, peinado sin raya ni flequillo, y que parece como si reflejara los rayos de sol. A mí me parece que tiene un cuerpazo con su rubia piel perfecta, siempre dorada, sin mancha alguna, espalda sinuosa, que antes de llegar al excitante culo tiene un sexy metido a la altura de la alta y estrecha cintura, realzando las redondas fuertes caderas y las nalgas altas, grandes, prietas, anchas pero alargadas, que dan paso a unas piernas muy largas, torneadas, de muslos musculados. Sus tetas son un portento, de tamaño perfecto para su cuerpo, parecen copas de champán anchas, picudas, terminadas en punta, como si se cayeran apuntando hacia arriba, con pezones gruesos, largos, un poco más oscuros que el resto de su piel, sin apenas areola visible. Su levemente abombado estómago da paso a un pubis completamente depilado, con labios vaginales anchos, hacia afuera, del color de los pezones. Cada vez que la veo en la playa me pongo cachondo, muy excitado, de manera que me da corte acercarme a hablar con ella y presentarme con el rabo tieso. No creo estar exagerando, por aquí se le llama la rubia guapa, y que yo sepa no tiene pareja. Menos mal que toma la iniciativa una tarde que estoy paseando por la arboleada y coincidimos de frente, esta vez ambos vestidos.

Buenas tardes, Miguel, me alegra verte, aunque nunca quieres hablar conmigo

Hola Linda, yo también me alegro. Debes disculparme, no te voy a mentir, pero es que me gustas y cuando estoy desnudo y te veo, pues no puedo evitar ponerme como un toro, vas a pensar que soy un salido o un bobo

Se ríe a carcajadas de manera alegre, franca, sin cortarse.

No te importe, eres guapo y me halaga que te pongas cachondo conmigo. Voy con prisa, hay que preparar la cena. Mañana y pasado no voy a estar, viajo a Hunucmá para renovar mi documentación, pero casi todos los días vengo después de comer a tomar el sol. ¿Nos veremos?

No me da tiempo a contestar, me besa en la mejilla y se va deprisa, sonriendo. Cojonudo, se puede decir que he quedado con la rubia guapa, o mejor, ella ha quedado conmigo.

Llevaba varios días sin ver a mi amigo Molero —habrá estado en una de sus habituales reconciliaciones con Ana, su esposa— y lo encuentro caminando por los alrededores del puerto poco antes de caer la noche, con un oloroso porro en la mano, del que me ofrece antes de ponerse a hablar.

Me alegra verte, necesito decirte algo, Miguel. Como sabes, Ana y yo nos damos libertad para ligar con quien nos venga en gana, sólo desde un punto de vista sexual, después nos lo contamos todo y con la excitación pasamos varios días follando sin parar. La cosa es que mi mujer quiere acostarse contigo, y yo te pido el favor que lo hagas lo antes posible, estando yo presente porque así quiere ella que sea. Al fin y al cabo somos casi compadres que todo deben compartir

Me pilla de sorpresa, la verdad, pero digo sí —será por las caladas que le pego al porro— dejando claro que él y yo no vamos a tener sexo entre nosotros, lo que por su parte asegura fervientemente:

Claro Miguel, eso sería de putos y no de compadres

Ana es una mujer recia, muy morena de cabello y piel, no demasiado alta, de rasgos indígenas en su duro rostro, acentuados por el pelo corto que luce, simpática, siempre sonriente, muy formada, curvilínea. Se desnuda rápidamente en el dormitorio de su casa del pueblo, separada del centro urbano, rodeada por un bonito cuidado jardín, y me queda claro que es una cuarentona muy deseable. Entiendo perfectamente los atracones que con ella se da Molero. Tetas altas, juntas, de gran tamaño, ya algo caídas apuntando hacia abajo, con areolas grandes más oscuras que su piel, englobando pezones gruesos, largos. Cintura ancha, quizás le sobren algunos quilos, pero los lleva muy bien repartidos entre el estómago y unas caderas tremendas que se continúan en unas nalgas grandes, fuertes, en forma de pera, apretadas, separadas por una ancha raja oscura que deja ver el redondo gran ano. Lleva completamente rapado el pubis luciendo un sexo de labios oscuros que parece muy grande, protegido por muslos gruesos y piernas finas. Es una hembra camera, camera, sí señor.

Todas me dicen que el español Miguel tiene un pollón que hay que conocer, y como además me pareces grandote y guapo, como que llevo ya demasiadas semanas pensando en follar contigo

Se acerca a mí poniendo una expresión propia de quien se va a dar un banquete, me desnuda con rapidez —qué buen tamaño, sí señor— e inmediatamente agarra la crecida polla con una mano mientras que la otra la utiliza para valorar mi culo.

Ahora que todos los hombres sois medio maricones, pues igual luego te doy un ratito por detrás, que ya me dijo mi marido que con él no vas a hacer naday a mí me excita mucho

Me besa suavemente en los labios varias veces seguidas sin dejar de acariciar con ganas mi polla, los testículos y el culo.

Yo no soy una belleza rubia de las que tanto gustan en el hotel, pero te voy a dar más placer que muchas de ellas

Nos besamos con pasión, con mutuo deseo, me lleva hasta la gran cama de matrimonio, hace que me tumbe boca arriba y sin dejar de sonreír se arrodilla a mi lado para que le toque el mojado coño, dobla el torso por la cintura y se ocupa de lamer mi polla, entera, de arriba a abajo, deteniéndose en los huevos y el perineo, cogiendo el glande con los labios, todo con mucha saliva, con suavidad, sin ninguna prisa. Molero se ha sentado en un sillón y no nos quita ojo. Nada dice, simplemente se toca suavemente la polla tiesa y dura y su sonora respiración denota que está excitado. Se desnuda por completo, sigue mirando y tocándose su grueso oscuro nabo.

Ana se ha decidido a mamar mi rabo, metiendo la mayor parte en la boca, se detiene dejando dentro sólo el capullo y me lo come de una manera deliciosa, excitante, muy deprisa. ¡Qué bien lo hace!, repitiendo una y otra vez.

Yo he seguido acariciando su sexo y el culo —juega con mi raja de atrás, no te olvides del ano— tal y como me pide. Está muy mojada, respira de manera agitada, y aunque sigue hablando, su voz es ya más insegura.

Métela en mi chochito grande y cariñoso

Se da la vuelta y se coloca en la cama a cuatro patas, me pongo detrás y llevo la polla hasta la entrada del mojado coño —vamos, entra ya, métela— en el que entro como el cuchillo en la mantequilla, hasta dentro todo lo que puedo. Desde los primeros momentos de la follada Ana ha entrado en una especie de mundo propio, con los ojos cerrados, concentrada en sentir, respirando con fuerza, dando pequeños grititos y jadeos al mismo ritmo con el que me la estoy follando y babeando de gusto cuando habla y dice frases que ni logro entender. Llevo los últimos diez minutos follando a un ritmo tremendo que no voy a poder seguir manteniendo, cuando la mujer, que ya lleva un rato tocándose el clítoris con dos o tres dedos, tiene su orgasmo y suelta una especie de largo lamento que termina muchos segundos después diciendo en voz muy baja:

Qué bueno, cabrón, qué gusto me has dado

Apenas tarda medio minuto en recuperarse, no sé si se fija en que yo sigo excitado y bien empalmao, sonríe de oreja a oreja y pone de nuevo expresión de estar interesada en mí o más bien en mi cuerpo.

Traeme mi polla, Molero, que me voy a hacer el culito de Miguel

Ana se pone rápidamente un arnés de tejido elástico, con el aspecto de una braga grandecita, coge un corto y grueso consolador de silicona de más de tres dedos de grosor —antes que yo pueda decir nada y ante mi cara de protesta, o miedo, no sé, dice riendo: tranquilo guapetón, este gordito es para mí— se lo introduce en la vagina sujetándolo por dentro del arnés. Después coge otra polla más larga, más estrecha, recta, que sujeta por fuera de la braga, me mira a los ojos con expresión morbosa y cogiéndome de los brazos me tumba boca abajo en la cama, con el torso un poco elevado, apoyándome en mis brazos. Deja de darle aceite al juguete, me da un par de fuertes sonoros azotes, acerca la punta de la polla a la entrada de mi ano —qué ganas tengo de follarte el culo, me pone muy cachonda— y apoya su mano izquierda en el colchón mientras que con la derecha sostiene la polla para ayudarse a empujar. Tras un par de intentos noto la presión continuada de la cabeza del consolador contra mi ano, que se abre sin problemas —no estoy demasiado acostumbrado a recibir por el culo, aunque Consuelo me lo hacía de vez en cuando— y poco a poco entra en mí la lubricada polla de silicona. Me gusta, y a Ana mucho más, porque empieza a respirar sonoramente según comienza a darme por el culo.

Durante un buen rato la mujer no para de follar mi culo dándome buenos pollazos, llegando muy dentro, con un ritmo constante, rápido, que me excita mientras me meneo la polla a la misma velocidad que Ana me está enculando. No puedo aguantar más, eyaculo de manera más lenta y blanda de lo habitual en mí, en una corrida larga, fuertemente sentida y jaleada por mi folladora, que se alegra y lo manifiesta a gritos:

Así, maricón, así, que sueltes tu lechecita a gusto

Me saca el consolador del culo de golpe, se quita por completo el arnés y habla con Molero.

Esposo, prepárate porque ahorita mismo me vas a dar todo lo que me gusta

Cuando salgo de darme una rápida ducha les veo follando como si yo no hubiera estado ahí. Los dos hablan, gritan, se insultan y se excitan como fieras. Digo algo para despedirme, pero creo que ni se dan cuenta que me marcho.

Ayer por la noche volvió Linda, nos saludamos amigablemente desde lejos y hoy, un rato después de comer, me acerco a la zona de playa en la que se suele poner. Voy completamente desnudo, con una toalla al hombro saludando a los clientes que me voy encontrando. La veo tumbada sobre una toalla alejada del lugar hasta donde llegan las suaves olas. También está completamente desnuda, así que sin poderlo evitar me voy poniendo cachondo según me acerco a ella.

Buenas tardes, Linda

Hola Miguel, ponte a mi lado

Se incorpora quedando apoyada en los codos y brazos. Me mira sonriente, se quita las gafas de sol, acaricia levemente sus brazos con las manos como si quisiera resguardarse de un escalofrío. Me queda absolutamente claro que hay sobresaltos e impresiones peligrosas para el corazón, porque ver desnuda a Linda puede provocar infartos, ceguera momentánea y, en especial, dolor de polla y testículos por sobreexcitación. ¡Cómo me pone esta diosa rubia!

¿No me vas a dar un beso?

Al menos han pasado un par de horas, de manera rápida, sin darnos cuenta. No hemos parado de besarnos y acariciarnos ni un momento, sin más, sin urgencias por follar, como si fuera un primer amor adolescente, hasta que como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, tras un muerdo largo y excitante, Linda se sube encima de mí, introduce la polla en su empapado coño ayudándose con la mano y sin apenas esperar un segundo —ha dado un suave largo gemido— me cabalga rápida y profundamente montada sobre mi verga. Ha estado subiendo y bajando sobre mi tranca durante muchos minutos, con un ritmo rápido y constante, pero ahora mismo disfruto sintiendo como la guapa rubia mueve frenéticamente sus dedos sobre el clítoris. Tarda todavía un par de minutos en correrse, durante mucho tiempo, con muchas y apretadas contracciones, un largo y ronco grito, terminando con una frase entrecortada —¡ay, mamá; qué bueno, qué rico!— que me llega al cerebro, al corazón, los huevos y la base de la columna vertebral, pues siento que desde allí me sale la que me parece la mayor y más larga lechada de mi vida. ¡Joder qué corrida! Linda me descabalga, de manera natural se tumba a mi lado, nos abrazamos suavemente y quedamos adormilados.

Del gimnasio del hotel y el gabinete de masajistas se ocupa Silvia, ella misma más dos mujeres y un hombre, tienen todos los días a unos cuantos clientes esperando sus servicios. Lesbiana discreta, alguna vez me han dicho que es la amante de Bruna desde la muerte de su marido. Me la encuentro en bastantes ocasiones camino de los chalets de la arboleda, ella no vive en el del personal, así que pasa mucho tiempo en casa de la dueña de La Duquesa. Es mexicana de origen asiático, y es muy guapa, una belleza de rasgos suaves, delicados, como una preciosa muñeca china. Tengo que hablar de un asunto de trabajo y es Silvia, como siempre amable y sonriente, quien me abre la puerta cuando llego al chalet de Bruna, tumbada en el jardín tomando el sol completamente desnuda, como casi siempre. Tras solucionar lo que allí me lleva mientras tomamos café —me estoy haciendo adicto al riquísimo café natural con canela que por aquí preparan— no puedo evitar preguntar.

Bruna, tú eliges a los empleados también por su físico, ¿verdad?

A la mayoría, sí. En un lugar en donde el aspecto físico y la estética es importante para los clientes, los empleados no pueden provocar rechazo, tienen que ser atractivos o al menos parecerlo. En tu caso, por ejemplo, antes de hacerte la oferta para que vinieras, revisé las fotografías que tenía tu primo

¿Pasé el examen?

Sí, con buena nota, además desde el primer momento estaba segura que ibas a acostumbrarte a la vida en La Duquesa sin problemas, y desde luego te has aclimatado perfectamente, como si hubieras nacido para vivir aquí

Me gusta el trabajo, estoy contento con este ritmo de vida, me siento tranquilo, relajado

Y últimamente se te ve con carita de enamorado. Cuida a la rubia guapa, que además es una excelente cocinera

Bruna sonríe sin dejar de mirarme ni un momento, con una expresión en su cara quizás distinta a la habitual.

Como habrás intuido y probablemente te habrán comentado, Silvia y yo podemos considerarnos pareja, sin ataduras salvo la amistad y el cariño, pero estamos muy unidas. Me ayudó mucho tras la muerte de mi esposo, sus masajes maravillosos fueron media vida para mí, y con el paso del tiempo, poco a poco, llegamos al sexo. Sabes, me estoy dando cuenta ahora que hace mucho que no estoy con un hombre, creo que me hace falta, ¿quieres follar conmigo?

No hay contestación posible, simplemente me desnudo y me acerco a Bruna, quien se levanta de la hamaca en la que está y me abraza cuando yo también lo hago. Nos besamos en los labios varias veces, de manera tranquila, hasta que la morena mujer mete su lengua hasta mi garganta al mismo tiempo que gime en voz baja, aprieta su abrazo y baja la mano derecha para tocarme el paquete.

Me gustó que te empalmaras la primera vez que me viste desnuda, me cogí un buen calentón y tuve que pedirle a Silvia que me hiciera el amor. Túmbate, me gusta ponerme encima

Eso hago, e inmediatamente Bruna se pone sobre mí con una rodilla a cada lado de mi cuerpo, a la altura de las caderas, coge la polla con su mano, la lleva hasta la entrada del coño, la restriega arriba y abajo varias veces y sin más se la introduce —cuánto tiempo sin sentir una polla de verdad aquí dentro— quedándose completamente quieta unos segundos, con los ojos cerrados, la boca abierta, hasta que comienza a moverse lentamente, en círculos, a derecha e izquierda y, poco a poco, más deprisa, subiendo y bajando por todo el largo de mi falo, ayudándose con el movimiento de las caderas y los muslos. Está callada, pero le traiciona la respiración agitada, rápida, ansiosa, que cada vez se acompasa más y más deprisa al ritmo de la follada, en un sube y baja que le exige sujetarse a uno de mis muslos con una mano y con la otra sobre mi estómago. Pongo mis manos sobre su cintura e intento ayudar empujando con las manos y con la pelvis tanto cuando sube como cuando baja su pubis.

Silvia nos está mirando desde el extremo opuesto del jardín. Está sentada en una de las tumbonas, con las piernas extendidas, completamente desnuda, acariciándose lenta y suavemente su sexo, con expresión sonriente, tranquila, sin perderse detalle.

La follada que me está dando Bruna es de categoría, noto su coño empapado, caliente, mullido, acogedor para mi rabo, apretando lo suficiente para que sienta las paredes vaginales y me vaya poniendo muy cachondo, con ganas de correrme. Su fuerte respiración y los jadeos que la acompañan, el ruido del golpeteo de las nalgas contra mis muslos, el sonido provocado por los aceitosos jugos de la hembra, todo ello me van acercando al placer, aunque es ella quien primero da un sonoro fuerte grito, largo, sin detener el metisaca, aunque ya de manera incontrolada, hasta que se detiene completamente sentada sobre la polla, como si la hubiera clavado en lo más profundo de su sexo, muchos segundos. Abre los ojos y me mira como si no supiera dónde está, sonríe levemente y me desmonta, aún jadeante, intentando recuperar el resuello. Medio tambaleante se dirige hacia Silvia, quien sigue masturbándose lentamente, le besa en los labios y pocos segundos después baja la cabeza hasta poder lamer el sexo de su amante, lo que hace con prisa, rápidamente, a todo lo largo de los labios vaginales, muchas veces, parándose después en la zona del clítoris, dándole una comida de coño rápida, ensalivada, empapándose la cara de los jugos de la joven asiática, quien apenas tarda un par de minutos en correrse de manera callada.

Yo no he dejado de cascármela, sin prisas, con ánimo de mantener la erección, con la secreta esperanza que Bruna vuelva a ocuparse de mí, lo que hace tras acariciar suavemente la cara de la sonriente Silvia.

Te he dejado a medias, por favor sigue, sigue meneándotela, quiero que me manches con tu semen

Tardo bastante en llegar al orgasmo, tumbado en la hamaca me masturbo de manera frenética, con Bruna sentada a mi lado, acariciándome el pecho y los muslos suavemente, hablándome en voz tan baja que no sé lo que dice. Cuando eyaculo intento dirigir la polla hacia la morena mujer, de manera que le salpican varios densos churretes de semen en el pecho, el estómago y los muslos. Mientras reposo y trato de acompasar la respiración, veo como Bruna se extiende mi leche de hombre como si se tratara de crema corporal.

Gracias, Miguel, me hacía falta

Una caricia en mi mejilla y un suave beso en los labios ponen fin a la estancia en el chalet de mi jefa, me voy para ducharme en mi habitación, pero antes de salir miro hacia atrás y me sorprendo cuando veo que Silvia lame los restos de semen del cuerpo de su amante, con gula, disfrutándolo con placer casi gastronómico.

En los próximos días se cumple un año desde mi llegada, por lo que voy a tomar unas semanas de vacaciones y a viajar un poco por este precioso país. Me acompaña Linda, nos vamos juntos y me siento ilusionado por ello. Bruna nos ha ofrecido vivir en su chalet, como pareja, así que lo hemos hablado y a la vuelta nos mudaremos.

Durante este tiempo he seguido en contacto con Consuelo y en un par de meses su marido y ella pasarán tres semanas en La Duquesa. Les he contado todo lo que aquí sucede, cuál es el estilo y ritmo de vida que se lleva, me contestan que están deseando venir. Será un agradable reencuentro, seguro.

   

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