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Gordibuena y algo más

en Confesiones

Gordibuena y algo más

¿Gordibuena?, ¿BBW?, ¿Curvy?, ¡qué coño! una tía cojonuda que tiene de todo muy bien puesto, le sobren o no le sobren quilos

Gordibuena es un término propio del porno en internet, y como tantos otros, una traducción del inglés usamericano, lo que no garantiza que sea una palabra acertada o realmente necesaria. A mí personalmente me parece un término despectivo, machista, como tantos otros del porno. En los últimos años se utiliza casi siempre para definir a mujeres a las que les sobran kilos —muchos, en algunos casos— pero sus cuerpos son deseables, están buenas, son excitantes para muchos hombres. Bueno, pues quizás yo deba decir que tengo la suerte de haber ligado con una mujer alta, grande, de curvas rotundas, a la que le sobran unos cuantos quilos, que me excita mogollón, me pone cachondo a tope y sabe darme gusto de maneras muy placenteras. Sí, desde hace unos meses follo como dios con una hembra gorda que, además, me gusta, es una persona verdaderamente interesante. ¿Gordibuena?, ¿BBW?, ¿Curvy?, ¡qué coño! una tía cojonuda que tiene de todo muy bien puesto, le sobren o no le sobren quilos.

Conocí a Graciela esta pasada primavera estando en una reunión del grupo de empresas para el que ambos trabajamos. Una especie de convivencia entre cuadros medios, jefes y grandes jefes como premio por los buenos resultados económicos obtenidos en los dos últimos años. Conferencias, presentaciones, charlas, grupos de trabajo, comidas en las que se resume la mañana y tardes libres para disfrutar de Málaga y su costa. Y la noche, claro está.

Las temperaturas son bastante altas, e inmediatamente después de comer la cercana playa al hotel de convenciones en el que nos alojamos se puebla de los participantes en el evento corporativo, igual que hacemos mi amigo Juan y yo, con la disimulada intención de darnos una buena ración de vista con las mujeres que se tumban al sol. Y son bastantes —más que hombres— de todo tipo de edades y anatomías, con pequeños biquinis —está de moda la braga tanga para lucir el culo— y sin cortarse un pelo enseñando sus cuerpos brillantes, embadurnados de cremas protectoras y aceites para ligar bronce. La primera tarde sólo se atrevieron algunas, pero a partir de la segunda, el toples es la forma normal de tomar el sol, como si se hubieran puesto de acuerdo, y, joder, qué maravilla poder disfrutar visualmente de los pechos de tantas hembras, con tetas de muchos tamaños y formas distintos. Guau, como mola y qué peligro tienen. Estoy cachondo y medio empalmao todo el rato, boca abajo para que se me note menos, además, que mi amigo Juan no ayuda nada con sus continuos comentarios sobre cada una de las mujeres que le llaman la atención, o sea, todas.

Nuestra empresa tiene muchas líneas de trabajo específicamente dedicadas a la población homosexual, así que también entre el personal hay un elevado porcentaje de gais y lesbianas, que en muchos de los casos son físicamente muy llamativos por el extendido culto al cuerpo y al gimnasio que entre ellos se da. Berta es mi jefa directa, lesbiana confesa, madurita de cuerpo pequeño, bonito y bien cuidado —la he visto desnuda muchas veces, en ocasiones salimos juntos de vacaciones y es una apasionada de las playas nudistas— guapetona, simpática, está como loca desde hace tiempo por ligar con una de las secretarias de uno de los jefes de marketing. La verdad es que la joven es guapa y está como un queso: rubia natural, alta, delgada, elegante en sus gestos, ojos verdes, con unas tetas pequeñas picudas de pezones rosados, preciosas, un culito redondo que parece un melocotón y largas musculadas piernas; un pibón de los de verdad. No tiene mal gusto Berta, no señor.

Miguel, porfi, ayúdame. Tengo a Carmencita a punto de caramelo, pero no quiere dejar sola a Graciela. Ven, yo te la presento, te quedas en la playa con ella para que yo me pueda ir al hotel con Carmen. Te debo un favor. Ah, no es lesbiana, le gustan los tíos

No digo nada, hago un gesto a Juan y le dejo charlando con un par de guiris —deben ser las únicas que hay en la playa, pero el tío tiene imán con las extranjeras— y me acerco a las toallas en donde están las dos mujeres.

Saludo, Carmen me da un beso en la mejilla —nos conocemos hace tiempo— y Berta me presenta a Graciela. Me llevo un sorpresón de la hostia. No me había fijado, están situadas detrás de donde yo he puesto la toalla, pero Graciela es una mujer de una vez: más o menos de mi edad —treinta y seis años— alta, grandona, de pelo castaño más bien oscuro que lleva en media melena ondulada hasta más abajo de los hombros. Bajo las anchas cejas marrones, ojazos de color azul, nariz grande, recta, boca también grande, de anchos labios granates, desde luego muy sugerentes. Es un rostro atractivo, pero lo que de verdad llama la atención es el par de tetas que luce desnudas. ¡Guau! Inmediatamente después de sus fuertes hombros, dos tetas altas, grandes, muy juntas —vaya canalillo— que caen un poco hacia abajo y a los lados, con pezones cortos muy gruesos —según la estoy mirando, intentando disimular con las gafas de sol, los tiene erectos— de color granate, dentro de areolas de tono algo más claro, grandes pero difuminadas, sin forma definida. Son como dos melones grandes y duros, alargados, con los pezones situados en su punta. ¡La leche!

Tiene tripa, le sobran quilos en la cintura, está claro —probablemente le guste comer mucho y tomar copas— pero no le hacen mal, con lo grandona que es parecen bien repartidos y no luce feos ni blandos michelines ni lorzas exageradas en sus costados. Tiene un culazo grande y alto, redondeado. No lleva tanga, sino braga brasileña, que disimula un poco su cintura y le tapa la raja que adivino apretada y oscura, y permite ver dos nalgas grandes, duras, dentro de las anchas caderas que engloban el tremendo culazo.

Muslos fuertes, duros, que se continúan en piernas musculadas, largas, perfectamente delineadas, como dos anchas columnas cinceladas por un escultor.

En mi opinión —y la de mi rabo— aquellos rasgos físicos que presentan exceso de quilos no sólo no le afean, sino que ratifican de manera rotunda un cuerpo que para mí es verdaderamente deseable, en el que hay de todo en cantidad y bien puesto. ¿Podría pesar menos y quizás ser más atractiva? No lo sé, así está muy buena.

Berta y Carmencita se han marchado y ni me he dado cuenta. Debo parecer tonto, de pie, mirando a Graciela y sin decir nada. Espero no estar con la boca abierta.

—Oye, ¿llevas el móvil metido dentro del bañador?

—No, ¿por qué?

—Entonces, es que te has empalmao mirándome los pechos, supongo

—Ah… bueno, sí. Disculpa, es que estás muy buena, espero no haberte molestado

—No hombre, es que estoy pensando que Carmen y Berta te han dejado aquí conmigo para poder tener sexo, y no me parece bien. Lo suyo sería que tú y yo también nos fuéramos a follar, no pareces gay y estás bueno. ¿El paquetón que marcas es de verdad?

En el camino hacia el hotel me he puesto más cachondo todavía al ver como se mueven suave y lentamente sus pechos libres bajo la fina camiseta de algodón —con el logotipo de la empresa, nos han dado cuatro a cada uno, de distintos colores— que se ha puesto. Tiene un caminar portentoso, majestuoso, con esas nalgas capaces de bailar levemente de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, las dos al unísono, al ritmo que van marcando sus fuertes piernas. Calza sandalias de tacón alto que le alargan las piernas de manera increíble. No han pasado cinco minutos y ya estamos en su habitación. Como es jefa —está destinada en Valladolid en la división de grandes supermercados— tiene una para ella sola, yo la comparto con Juan.

—Deja que te quite el bañador. Vaya pollón que te gastas. Me gusta

Se separa de mí un par de pasos, se da la vuelta, se dobla por la cintura y lentamente, exhibiéndose, se quita la braga del biquini. Joder, qué culo, con una oscura raja que casi oculta una gran y apretada roseta del ano, de un suave color granate, el mismo de su chocho, que se ve grande, con los grandes labios vaginales cerrados —al mejor estilo hamburguesa— un poquito más abajo, al final de las prodigiosas nalgas. Cojonudo.

Nos abrazamos y me besa comiéndome la boca inmediatamente, a lo que respondo metiéndole la lengua hasta las amígdalas. Tras unos largos momentos de guerra de lenguas nos separamos, lo que me sirve para valorar su coño, grande, de labios anchos, abombados, del mismo color que sus pezones, sin vello púbico, que lleva rasurado excepto un fino denso cordón de color castaño que sube desde el final del sexo, a lo largo del vientre, hasta cerca del gran achinado ombligo.

Ven, te la quiero comer un rato

Se sienta en una esquina de la cama, coge mi rabo tieso y duro —creo que estoy palote como en pocas ocasiones— y tras lamer el capullo suavemente tres o cuatro veces, se la mete en la boca, primero como hasta la mitad, subiendo y bajando, segregando mucha saliva, después llegando cada vez más lejos, hasta que logra besarme el pubis con la polla entera dentro de la boca. Lo repite varias veces seguidas, se nota que le gusta. Nunca me lo habían hecho, y tiene su mérito, diecinueve centímetros y medio de largo por unos cinco de ancho me han dado cierto crédito entre las mujeres con las que he follado hasta ahora.

No deja de comerme el rabo, bajando hasta los testículos, que lame, besa y pellizca con sus labios cerrando los ojos, respirando con fuerza, al mismo tiempo que yo entretengo mis manos en acariciar, cada vez con más fuerza —no lo he dicho todavía, pero los pezones de una mujer me ponen a mil por hora, besarlos, lamerlos, mamarlos, estirarlos, tratarlos en ocasiones con cierta dureza, si me dejan, claro— sus llamativas tetas y los golosos pezones.

Joder, tío, me encanta una buena polla que me llene la boca

—Déjame que te llene el coño, tengo muchas ganas

Se ríe, pero se tumba boca arriba en la cama. Vaya visión, con esas tetas que se desplazan hacia los lados, el chochazo tremendo que está brillante porque ya se nota muy mojado, y la expresión de su cara, de expectación, quizás de ansiedad, con la mirada que me parece la tiene fija en mi polla, la boca muy abierta respirando ya con fuerza. Le hago que levante y doble las piernas, abriéndolas a tope, me arrodillo y guío con la mano derecha la polla hacia la entrada de ese coño que me muero de ganas por visitar. Qué bueno es meterla en caliente, joder, que sensación más cojonuda es sentir el rabo arropado, mojado, dentro de un chocho suave, blando, acogedor… empujando sin prisa pero sin pausa tratando de llegar lo más dentro posible, notando el roce de las paredes vaginales y esos ligeros apretones, como pulsaciones incontroladas, que parecen pellizcar la tranca entera de mi polla, que se mueve adelante y atrás a buen ritmo, cada vez un poco más deprisa, animándome con los ruidos acuosos —blub-blub— provocados por los muchos jugos sexuales de la hembra, el entrechocar de mis muslos con los suyos, el golpeteo de ambos sexos, los suaves gemidos, constantes, rápidos, en voz baja, que van subiendo poco a poco el nivel, las respiraciones roncas que los dos tenemos… Llevamos muchos minutos de follada constante, exigente, dura, excitante. Lo que empezó siendo suave y lento es ahora fuerte y rápido. Agarrado, casi abrazado a sus piernas y muslos, no paro de empujar, de ir adelante y atrás cada vez con menos recorrido de la polla, excitándome más aún al ver el rostro de la hembra, que refleja su estado, sus ganas de correrse y liberarse de la ansiedad.

Sigue, cabrón, sigue, no pares. Sí, sí, sí…

Es como una fuente de líquidos vaginales según tiene su orgasmo, que parece durar muchos, muchos segundos, que la mantiene con los ojos cerrados, apretados, el rostro como desencajado, todo el cuerpo tenso, duro como una tabla de planchar, agarrada a la sábana con sus manos, y que tiene su reflejo en los incontrolados achuchones de la vagina en mi polla, suaves la mayoría, algunos más fuertes. Como siga no voy a poder aguantar más.

—Sácala, sácala ya

Es lo que hago, reprimiéndome las ganas de cascármela para correrme, intentando aguantar hasta ver qué va a hacer Graciela, con la boca muy abierta para que el aire me haga recuperar el resuello, ni siquiera pensando en lo cachondo que estoy no vaya a ser que eyacule sin masturbarme.

Espera un poco, ahora tú

Lo que me parece un largo minuto es lo que tarda en volver a hablarme, en voz baja, ronca, como si le costara trabajo articular las palabras.

Hacía mucho que no me corría sólo con la polla, sin tocarme. Me ha gustado, te voy a hacer lo que quieras

No digo nada, lo que de verdad necesito es correrme. Estoy tumbado en la cama apoyándome en la almohada, con el torso medio incorporado, e inmediatamente se pone a lamer mi necesitado capullo, cinco, seis veces, antes de mamarlo con labios, dientes, encías, sin olvidarse de seguir utilizando la lengua, subiendo y bajando la piel de mi tranca con una de sus manos, mientras con la otra acaricia, aprieta mis testículos y recorre el final de la raja del culo, llegando hasta la entrada de mi ano, sin llegar a entrar, sólo presionando un poco.

—¿Te gusta el rimming?

Ni sé si he contestado —no sé lo que he entendido— o qué he podido decir porque llega mi deseado orgasmo y me corro eyaculando como si fuera una central lechera, a borbotones, con muchos chorros de semen que Graciela, sonriente, deja impactar sobre mi vientre, el estómago, su cara y el cabello. Joder, qué bueno, qué corrida.

Quedamos adormilados un rato, y como no hay servicio de habitaciones, nos vestimos un poco —dejamos la ducha para más tarde— para ir a la cafetería de la piscina y traernos a la habitación un par de gintonics bien cargados, en vaso de sidra, que cabe más.

No quiero dejarte por ahí. Estás muy bueno y hay mucha guarra salida. Parece mentira lo poco que follan en esta empresa. Prefiero tenerte conmigo en la habitación

Mi ego crece más que mi falo oyendo estas frases.

Después del primer gintonic y de reírnos con distintas anécdotas de trabajo, nos besamos tranquilamente, sin ninguna prisa, intentando restablecer los circuitos sensoriales que se establecen entre una pareja cuando el deseo es compartido, y ahora es este el caso. Estamos sentados en la cama, enfrentados, con mis manos ocupadas en acariciar sus tetas y el culo, y en un par de minutos ya nos estamos besando con ganas, con el deseo sexual bien despierto, al igual que mi polla, que Graciela está acariciando muy suavemente con la punta de los dedos, sin apretar, sólo en el capullo, con una mano, mientras que la otra la entretiene en mis huevos, sorprendidos por unas caricias tan suaves y tan excitantes.

Me encanta tu polla, me gusta sentirla en la boca

Es una comepollas vocacional, eso está claro, y a ello se pone de nuevo —con ganas, sin ninguna prisa por su parte, concentrada en lo que está haciendo, con todo el repertorio de besos, lamidas, chupadas, mamadas, apretones— así que en cuestión de pocos minutos ya la tengo bien tiesa y dura.

Es verdaderamente gratificante estar tumbado en la cama, boca arriba, con una mujerona encima de ti, con las piernas abiertas, una rodilla a cada lado de mis caderas y la polla metida en ese chochazo empapado y caliente. Se ha estado moviendo lentamente arriba y abajo, adelante y atrás, en pequeños círculos, pero las ganas aprietan de nuevo y poco a poco aumenta el ritmo, la velocidad, al igual que sus comentarios en voz ronca y la respiración agitada.

Cabronazo, cómo me excitas, qué dentro me llegas  

Tengo mis manos posadas sobre los suaves fuertes muslos de Graciela, que se disparan como muelles de un resorte, cuando mueve todo su cuerpazo hacia arriba. Se sujeta las tetas con las manos para que no bailen excesivamente y le duelan, lo que aprovecha para acariciarse los gruesos tiesos pezones. Y yo sigo dejándome hacer observando su rostro en tensión, las aletas de la nariz abriéndose para conseguir más aire, la boca y los ojos muy abiertos…

Una mujer tan grande como ella no puede follarse a un tío subiéndose encima sin montar todo un espectáculo, sin enseñar a las claras, sin disimulos de ningún tipo, que le gusta follar, que ahora mismo está muy caliente y quiere correrse. Además, lo dice:

Qué perra me pones, cabrón

Arriba y abajo me está pegando una follada de la hostia, deprisa, metiendo ruido con sus jugos sexuales y el chocar de nuestros pubis. He conseguido que deje de sujetarse las tetas —tiene las manos detrás de la nuca, agarrándose su propio cabello— y verlas bailar las dos al mismo tiempo, entrechocando como dos campanas, a derecha e izquierda, me está poniendo en un estado de excitación cojonudo. Más o menos como el suyo.

Tócame, vamos, no seas cerdo

Me muevo lo suficiente como para poder poner la mano izquierda en sus nalgas y la mano derecha en la zona del clítoris, que está mojada, empapada. Esta mujer todo lo tiene grande, y se nota una hinchazón importante bajo el capuchón del clítoris, que es de un tamaño apreciable, como de dos o tres centímetros. Con tres dedos acaricio con un movimiento de arriba hacia abajo, de manera constante, apretando un poco hacia dentro, sin parar, al mismo ritmo del sube y baja de Graciela sobre mi pene. 

Grita cuando se corre, en voz más bien baja, ronca, que dura muchos segundos, al igual que los pellizquitos suaves y no tan suaves, que las paredes vaginales le dan a toda mi polla con las pulsaciones incontroladas que tiene, hasta que me pide que pare de tocar su botón del gusto, hace un gesto para levantarse y que mi polla salga de su coño, pero se lo impido con mis dos manos bien agarradas a sus caderas, tirando hacia abajo. Me corro con ganas, intensamente, durante los muchos chorros de leche de hombre que eyaculo. Cuando termino se tumba a mi lado completamente desmadejada y ambos quedamos dormidos.

He hecho una excursión a la cafetería y he subido dos gintonics acompañados de una bandeja de canapés —no hemos comido y ya es bastante tarde— que Graciela recibe con alborozo y dándome un beso en los labios.

Debo tener un aspecto terrible

Parece que has estado follando, así que estás guapa, con los ojos brillantes, despeinada, la piel enrojecida, espero que satisfecha

—Si la polla es buena, yo nunca estoy satisfecha, siempre quiero más

Nos reímos, más besos en los labios, da un largo trago al gintonic, me quita el vaso de la mano para dejarlo en la mesilla de noche junto al suyo, me empuja para que me tumbe sobre la cama, e inmediatamente ya me la está chupando de nuevo.

Mola el asunto, sí señor, pero tras un par de minutos de suave mamada, yo también quiero participar y consigo que se tumbe encima de mí para que yo pueda comerle el coño al mismo tiempo. Así estamos unos minutos, excitándonos de manera tranquila, sin parar en ningún momento, poniéndome ciego con la gran cantidad de líquidos sexuales que segrega.

Te voy a hacer maricón un ratito, seguro que te gusta el colibrí

De nuevo estoy tumbado boca arriba. Graciela está sentada a mi izquierda, casi tumbada, aunque lo suficientemente incorporada como para poder acariciar lenta, tranquilamente, la polla y los testículos, con sus manos en la tranca y con la lengua en los huevos. Tras un largo rato de dedicarse a lamer con profusión de saliva mis huevos y el perineo, avanzando hacia la raja del culo, yo ya estoy de nuevo con una excelente erección. Me obliga a ponerme una almohada en la cintura, por detrás, y a elevar las piernas doblándolas por las rodillas, de manera que se sitúa entre las piernas para tener mejor acceso al ano, en el que detiene su lengua según sube y baja a lo largo de la raja de mi culo. Qué bueno es, cuanto me gusta esa sensación de tremenda suavidad, enervante y relajante al mismo tiempo, siendo consciente de la delicadeza de la caricia, de la gran cantidad de saliva que segrega, de la tranquila ansiedad que parece tener mi ojete a la espera de más acciones por parte de la lengua de la mujer.

Esa lengua es una herramienta de dulce tortura. La pone fina y picuda para penetrarme muy dentro, todo lo que puede llegar, adelante y atrás, suavemente, muchas, muchas veces, y de nuevo la pone gruesa y ancha para anegar en saliva la entrada de mi culo, en donde las terminaciones nerviosas están esperando recibir las órdenes de esta sorprendente mujer caliente. Estoy muy excitado, mi polla parece latir al compás de las caricias de la lengua de Graciela, el capullo está gordo, hinchado como nunca, pero no tengo urgencia por correrme, quiero que siga excitándome de esta maravillosa manera.

Desde hace ya varios minutos alterna la lengua con los dedos. Me penetra el culo con el dedo medio, con el índice, adelante y atrás una docena de veces, entra de nuevo en juego su lengua, y vuelve otra vez a usar sus dedos, hasta que ya sólo me penetra con los dedos, uno, dos, otra vez uno, y dedica su lengua y su boca entera a mamarme la tiesa polla al mismo tiempo, sin olvidar meneármela con la mano libre. Joder, qué placer, qué corrida más larga y sentida, con el lento fluir del semen que parece haber perdido su fuerza y sale tranquilamente prolongando mi gusto y la sensación de placer que da vaciarme como si ya no me quedara más semen en el cuerpo, como si desde lo más dentro de la próstata o de la misma columna vertebral saliera hasta la última gota. Fabuloso.     

Graciela se ha levantado al cuarto de baño, yo acierto a coger mi vaso para dar un gran trago y apenas me doy cuenta de si se tumba o no la mujer a mi lado. Me duermo.

Es media mañana cuando me despierto dándome el sol en la cara, cansado, abotargado, con resaca, algo confuso y mirando que Graciela sigue durmiendo a mi lado. ¡Vaya nochecita! Casi nunca he sido hombre de más de dos o tres polvos seguidos en un espacio de tiempo razonable, pero he batido todos mis récords. Con esta hembra… lo que haga falta. Me estoy meando, voy al aseo y aprovecho para mirar que en el móvil tengo tres mensajes de Juan, en los que dice que está en nuestra habitación con las dos guiris de la playa y que le disculpe si preguntan por él a lo largo de la mañana. Ni contesto, ya nos lo contaremos mutuamente, seguro, al fin y al cabo somos hombres y para qué vale follar si no se lo contamos a los amigos. También tengo un mensaje de Berta en el que dice que se ha enamorado de Carmen, está agotada por la noche de sexo y quiere que quedemos a comer los cuatro, porque está segura de que sigo con Graciela. Le contesto que sí, si logramos despertarnos del todo.

—Miguel, por favor pásame la botella de agua

Un beso suave en mis labios tras estirarse de manera felina y dar un largo trago de agua, sonrisas cómplices y una breve carrera hacia el cuarto de baño para pillar la ducha —tengo hambre, has hecho bien en quedar con Carmencita y Berta— después de sentarse en el inodoro. La puerta abierta del cuarto de baño y la mampara trasparente de la ducha me permiten observar el cuerpo de Graciela en total plenitud, lavándose el pelo, enjabonándose, pasando sus manos por las nalgas y el sexo dejando un rastro de espuma y burbujas de jabón. Me estoy poniendo cachondo —¡otra vez!— así que me acerco a la ducha, corro la puerta y rápidamente entro poniéndome detrás de ella. Un beso en el cuello que se parece mucho a un chupetón, se dobla levemente por la cintura y guiándome con la mano derecha penetro su coño con el rabo ya erecto.

Tío, eres una máquina y un salido

No hablo, me agarro a sus caderas y empiezo a darle un metisaca rápido, profundo, fuerte, sin sacar la polla en ningún momento, al estilo conejo, intentando resguardar mi cara detrás de su cabeza para que no me dé tan directo el chorro de agua. Mientras, ella se está acariciando el clítoris con la mano derecha y se sujeta en la columna de los grifos con la izquierda, los ojos cerrados, acompasando su movimiento al mío, que dura poco tiempo porque me corro dando un corto y fuerte grito, de manera que me entra agua en la boca, en la garganta, y me da un ataque de tos en mitad del orgasmo. Se la saco, apoyo la espalda en la pared, termino de toser y de eyacular, y noto que me duelen todos los músculos, hasta los que no tengo, cierro los ojos y los abro segundos después cuando Graciela da un grito en voz baja que me da idea de que ha llegado al orgasmo. Los dos terminamos de ducharnos, sin apenas secarnos nos vestimos en silencio —se nos escapa alguna que otra sonrisa cuando nos miramos, de manera que un observador imparcial diría que somos idiotas—  y bajamos a la cafetería en donde hemos quedado con Berta y su ligue. Joder, ¡qué noche!

Se puede decir que los cuatro estamos algo más que ligeramente perjudicados por el ejercicio sexual, pero también alegres, contentos y sicológicamente satisfechos, lo que nos lleva a reírnos, a comentar con más o menos detalles nuestras respectivas noches y a mostrar cierta euforia por el hecho de estar muy a gusto con otra persona con la que hemos tenido total confianza e identidad sexual. En el coqueto restaurante italiano cercano al hotel en el que estamos comiendo —ya son las cuatro de la tarde y son varias las mesas en las que hay asistentes a la convención— no creo que se asusten. Me atrevo a decir que al menos el noventa por ciento de los que aquí estamos hemos sido pareja sexual de nuevo cuño esta noche pasada. Ah, las convenciones de empresa, cuantos divorcios provocan.

Probablemente el hecho de que Graciela viva en Valladolid y yo en Madrid nos ha beneficiado. Los meses que llevamos juntos —¿pareja, follamigos, novios a distancia?— nos vemos la mayoría de los fines de semana —en el AVE somos ya  conocidos por todos los empleados— hemos estado juntos de vacaciones y estamos a gusto con esta situación. El sexo es la estrella en nuestra relación y así nos va bien. Más adelante ya se verá.

   

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