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Follar me gusta

en Confesiones

Follar me gusta

El pasado fin de semana Mabel trajo de Londres un arnés al que se le puede acoplar un consolador o un vibrador de silicona. En realidad, al suave y fino arnés —se parece a una pequeña braga de lycra con cintura brasileña— le acompañan tres consoladores de distinto color, tamaño, forma y textura. Como mi mujer tiene episodios cada vez más frecuentes de bisexualidad —no sé si se debe decir así o simplemente lesbianismo, dado que la palabra swinger no estoy seguro de lo que realmente significa al utilizarse para distintas situaciones— siempre con una buena amiga, compañera de trabajo de los dos, supuse que el arnés, al igual que otros juguetes sexuales de los varios que utilizan, les permitiría a ambas follarse mutuamente como si estuvieran con un hombre. Supuse bien, pero tiene una segunda intención: quiere penetrarme a mí, o para ser más descriptivo, me quiere dar por el culo con los consoladores del arnés, como si tuviera una polla propia que meterme. 

En nuestros juegos sexuales me gusta que mi esposa se ocupe de excitarme de la manera que crea conveniente. No tengo queja ni casi nunca tengo que indicarle nada, conoce perfectamente lo que me gusta y mis reacciones, y después del tiempo que llevamos juntos —unos veinte años— me tiene cogido el punto de manera tal que sabe darme en cada momento aquello que me apetece, me gusta y me excita. Es habitual que ambos utilicemos todo nuestro cuerpo, incluso cualquier juguete sexual, como elementos de excitación: manos, dedos, boca, labios, dientes, lengua, pezones, nuestros sexos… y si a ella le apetece en ese momento, vibrador, consolador, bolas chinas, ataduras, alguna pinza para los pezones...

Nuestra relación sexual ha ido cambiando —enriqueciéndose, creo— paso a paso, de manera paulatina, ambos al unísono, se puede decir que casi sin darnos cuenta, siguiendo un camino lógico, natural. Cuando comenzamos —nos presentó en una desmadrada fiesta de Año Nuevo un amigo común que había sido rollete de Mabel en la universidad, y congeniamos rápidamente, también en el sexo, porque ya desde el primer día estuvimos follando— todo era una especie de relación volcánica en la que tras unos pocos preliminares —sus tetas siempre me han tenido loco, y los pezones, más aún, así que eso no lo perdono jamás— nos centrábamos en la penetración de su mojado coño por mi tiesa y dura polla. Una pareja de amigos con la que entonces teníamos mucho trato nos llamaba los duracell, porque decían que no parábamos, que siempre estábamos follando como conejos a pilas.

Cuando nos fuimos tranquilizando llegaron los momentos de hacer otras cosas, quizás de ser un poco más sofisticados, y pasamos a tener sexo oral a menudo, sin abandonar la penetración, ni mucho menos, pero utilizando hasta la saciedad nuestros dedos, lenguas y labios para darnos gusto muchas veces. Mamadas y comidas de coño estaban a la orden del día, mientras que, al mismo tiempo, empezamos de la manera más natural a probar y ensayar nuestra particular y personal versión del Kamasutra, con todo tipo de posturas, en todo tipo de lugares y a cualquier hora del día.

Las tetas de Mabel —es su nombre de pila, no es un diminutivo— son bastante grandes, así que, además de ponerme ciego comiéndoselas y mamando sus pezones —besar, chupar, lamer, mordisquear los pezones de una mujer me pone como un verraco, es mi afrodisiaco personal favorito— siempre que he podido me he deleitado en recibir gloriosas pajas cubanas, acompañadas de lamidas y mamadas en mi ancho grueso glande. ¡Qué bueno es, qué gustazo me da!

Mi mujer siempre ha sido una estupenda comepollas, entre otros motivos porque le gusta sentir su boca llena, eso le pone a tope, así que a partir de ahí pasamos a compartir muchos excitantes sesentainueves, de manera que fue algo completamente lógico y natural —podría decirse obligado, por la cercanía— el hecho de pasar a jugar también con nuestros respectivos culos, acariciar, lamer, chupar y penetrarlos, con dedos y lengua. A los dos nos pone muy cachondos recibir una comida de culo, con multitud de besos negros y sintiendo como la lengua totalmente empapada en saliva entra, primero un poquito, y después lo más profundamente posible. Mabel tiene una maravillosa habilidad usando su lengua, de manera que es capaz de ponerla fina y estrecha para llegar lo más dentro posible, y pasar a tenerla gruesa, tensa, tiesa, para darme un metisaca cachondón, antesala de mi orgasmo, combinado con el sube y baja de su mano en mi polla.

Todavía recuerdo la primera vez que Mabel se puso a jugar con mi culo, penetrándolo con sus dedos. Era un fin de semana del verano, hacía mucho calor, y en la siesta, tras haberle comido el coño hasta lograr su corrida, no me deja subirme encima de ella para meterle la polla. Sonriendo de esa manera especial que parece decir: te vas a enterar, me hace colocarme boca arriba, con las piernas muy abiertas y el culo bien accesible en el borde de la cama, baja hasta arrodillarse en el suelo e, inmediatamente, comienza a mamar mi polla, erecta, necesitada de cuidados paliativos lo antes posible.

Sin dejar de acariciar mis piernas, muslos y nalgas con las dos manos, la lengua y los labios se centran en mi hinchado rojo capullo, chupando y mamando sin pausa, con suavidad, pero con firmeza. Tras un rato no demasiado largo se detiene, me mira de nuevo sonriendo, agarra la tranca con la mano izquierda y sube y baja la piel, tapando y descapullando el glande sin prisa, pero de manera constante.

Dirige los dedos de la mano derecha hacia mi culo. Noto como sube y baja a lo largo de mi raja, recorriéndola con suavidad gracias al sudor y la saliva con la que moja sus dedos. Se detiene en el borde del ano, lo recorre en círculos varias veces, hasta que coloca el dedo en la entrada y hace intención de entrar, como si fuera a empujar con fuerza, aunque solo percute con suavidad, muchas veces, repitiendo los movimientos, en un excitante sí pero no.

Estoy muy cachondo, mi polla está rígida, tiesa y dura como en las mejores ocasiones. De nuevo me sonríe, y ahora sí, empuja de manera constante con el dedo medio hasta meterlo entero en mi culo. Joder, qué bueno. Adelante y atrás, su dedo se ha convertido en una larga, tiesa y fina polla que me está volviendo loco de excitación, lo que dejo patente con mis gemidos y con la polla, que dentro de la boca de Mabel palpita al ritmo de su mamada.

Ha conseguido acompasar perfectamente el dedo en mi culo con el sube-baja de la mano en la polla y la fabulosa mamada que me está haciendo. No duro ni un solo momento más. Ahí va mi leche de hombre, llenando su boca, desbordando incluso por la comisura de sus labios y siendo tragada como si fuera un elixir único. Qué corrida más buena, qué gusto me ha dado.

Yo nunca he llegado a tener tanto dominio de mi lengua como ella tiene de la suya, pero me aplico todo lo que puedo, logrando llevar a mi esposa a corridas largas y sentidas en las que mi cara queda como un charco de densos perfumados líquidos sexuales, más el aporte de mi propia saliva.

El paso lógico siguiente fue empezar a sodomizar a mi esposa con la polla. No nos costó demasiado trabajo, ni física ni sicológicamente, nunca olvidamos el uso de lubricante, y tras las que fueron primeras enculadas, con algún momento de tensión y cierta crispación por la sensación de quemazón y de posible dolor en su esfínter anal, habitualmente consigo entrar con bastante facilidad, sin dolor ni malos rollos. Cómo le gusta, cómo se excita, qué corridas tiene más sentidas. Y yo también, por supuesto.

Es más difícil y me da la sensación de que se tarda mucho más en contarlo y escribirlo que en realizar en la práctica todo el proceso de conocimiento de nuestros cuerpos, de los mutuos gustos sexuales, de los cambios que a lo largo del tiempo mantienen encendida la llama del deseo y pasión en las relaciones de una pareja, de todo aquello que, probablemente sin darnos cuenta, siguiendo el instinto y las demandas de la curiosidad, hacemos para lograr placer sexual. En todos estos años, mi mujer y yo hemos tenido una vida sexual constante, satisfactoria, verdaderamente placentera. No tiene nada que ver el hecho de que Mabel también se satisfaga con otra mujer o que yo me masturbe en ocasiones estando solo o pueda follar con algún rollete del momento. Nos complementamos bien, nos queremos, nos seguimos deseando y nos damos gusto a menudo. Follar es lo que más me gusta, y a ella, también.

¿Nuestra relación de pareja? Al menos desde un punto de vista teórico somos absolutamente liberales, o como algunos dicen ahora, lo nuestro es una relación abierta, sin cabida para los celos, la desconfianza sexual o el sentido de posesión total de la otra persona. En la práctica, creo que sí vamos cumpliendo con la idea de libertad sexual que los dos manejamos. Hasta ahora no ha surgido que tengamos que echarnos nada en cara, los dos entendemos perfectamente qué queremos y por qué.

Me llamo Julián, tengo cuarenta y cuatro años —dos menos cumple este fin de semana mi mujer— soy ingeniero industrial y trabajo como diseñador de habitáculos de automóviles de gama alta en un acreditado estudio que actúa subcontratado para los más importantes fabricantes de coches de todo el mundo. Los elementos que conforman la parte interior de un coche moderno son diseñados por el estudio, y después los fabrica cada marca en sus cadenas de producción y montaje. Ahora mismo tenemos encargos de distintos conocidos fabricantes, por lo que viajo de vez en cuando a las sedes y factorías de las marcas más famosas. Es una gozada.

El fundador del estudio es mi suegro, viudo, retirado y jubilado de lujo en una exclusiva urbanización cercana a Marbella. Entre su hija y yo tenemos el cuarenta y ocho por ciento de la empresa —a partes iguales, por herencia de la madre de Mabel, fallecida hace más de quince años— y él tiene un cincuenta por ciento, quedando el dos por ciento que resta en manos de los dos empleados más antiguos, ya jubilados, que están en trámites de venderlos, con el visto bueno de Fernando, el padre de Mabel, a mi esposa y a mí. El viernes nos vamos a Marbella para pasar allí hasta el miércoles, celebrar el cumpleaños de mi mujer y oficializar ante notario el reparto de las acciones de manera definitiva. En realidad, lo cuento como anécdota, nos llevamos muy bien con Fernando —ni Nando ni Fer ni diminutivo alguno, siempre Fernando— y no tenemos ningún tipo de problemas en la vida laboral de la empresa ni en la vida personal familiar. Mi suegro es el presidente, mi esposa es la directora ejecutiva y yo el director técnico. Tenemos diez empleados fijos y es habitual que tengamos que subcontratar con empresas españolas y portuguesas. A casa de Fernando nos acompaña Gisela, jefa administrativa del estudio, buena amiga de la familia y amante de Mabel.

De mí puedo decir que me conservo bien físicamente, soy moreno de pelo y piel, alto —mido uno ochenta y cuatro— ancho, medianamente musculado —no he pisado un gimnasio en mi vida, pero juego al frontón un par de veces por semana, me envició mi padre y es algo que necesito— resultón, según las mujeres, con ojos color gris acero llamativos, y simpático, sin alardes, pero eso me dicen. Mi mujer asegura que la abundancia de vello negro en mi cuerpo de piel tostada da idea de que soy muy hombre, y mi culo alto, redondeado, duro, no demasiado grande, le encanta. Me siento contento con mis veintiún centímetros de polla, sin apenas curvatura en erección, cinco centímetros y medio de grosor, con un capullo levemente puntiagudo y más grueso todavía. No se me han quejado hasta ahora aquellas mujeres que han tenido sexo conmigo, y sigo manteniendo un ritmo sexual alto y frecuente. Sí, he coqueteado con Viagra y pastillas similares, pero por curiosidad más que otra cosa, de momento funciono como una máquina, tal y como me llama Mabel. Que los dioses del sexo me protejan y dure así mucho tiempo, porque el sexo me encanta, es una gozada, una verdadera necesidad. Follar es lo que más me gusta.

El chalet de Fernando es de los que salen en las películas —de hecho, se han rodado en él escenas de tres modernas conocidas películas españolas— muy grande, dotado de todo tipo de comodidades y modernidades, con unas vistas al mar y la montaña impresionantes, con el vecino más cercano a más de un kilómetro, con acceso propio —por escalera de madera y por ascensor— a una pequeña ensenada prácticamente privada, siempre vacía. Mi suegro es ingeniero de telecomunicaciones, un geek verdaderamente experto en las nuevas tecnologías, domótica, en particular. Todavía hoy le llaman para dar conferencias en instituciones, empresas y universidades, y de vez en cuando acepta, pero a sus setenta y cinco años no tiene demasiadas ganas de viajar, a pesar de estar bien de salud y con un físico envidiable. Desde hace tres años vive con él Desi, una alemana de origen turco que debe tener poco más de cincuenta años de edad, con un cuerpazo impresionante y una simpatía arrolladora.

Mabel y su padre se quieren mucho, pero se aguantan poco, son demasiado parecidos en todo. Nos vemos cuatro o cinco veces en el año, en épocas de vacaciones, y por videoconferencia solucionamos cualquier problema que pueda surgir en el estudio de diseño. Pocos, la verdad. La gestión de Mabel de la empresa es muy buena y eficaz, impecable. De hecho, le han dado varios premios de esos que reparten las asociaciones empresariales entre sus asociados.

Al poco de llegar hemos comido, y a la hora de la siesta Mabel y Gisela —ella y Fernando fueron amantes hace como diez años— se han ido a la playa con Desi, a tomar el sol y a ponerse al día de cotilleos varios. Se han hecho muy amigas las tres. Fernando se ha ido a dormir su siesta habitual antes de contactar con un amigo ruso con quien pasa horas y horas hablando vía internet de los temas que les apasionan. Yo no sé si ir a la playa, estoy perezoso, mientras me decido enciendo una pantalla que enfoca una cámara sobre la playita de la cala, e inmediatamente me pongo cachondo con lo que veo.

Las tres mujeres están completamente desnudas, tumbadas en las toallas, recostadas y apoyadas en un tronco de árbol retorcido, devuelto por el mar, blancuzco por el salitre y requemado por el sol, hablando, riendo, dándose cremas protectoras, besándose y acariciándose, más o menos discretamente, mi mujer y su amante, ante la divertida y excitada expresión del rostro de Desi, quien parece estar poniéndose muy cachonda.

Creo llegado el momento de describir físicamente a estas tres mujeres, cuya imagen en la pantalla me está poniendo palote, muy excitado, mucho.

Mabel es en su aspecto físico lo que se suele llamar una mujer moderna. De alta estatura, guapa, morena de piel, con su oscuro cabello castaño siempre muy corto, peinado con una mínima raya en el lado izquierdo, apenas flequillo y la nuca casi rapada en numerosas ocasiones, unos ojazos de color caramelo, brillantes, preciosos, que le proporcionan una mirada llamativa, intensa, dura incluso, nariz recta, labios gruesos de color granate que me hacen evocar lo bien que sabe utilizarlos. La expresión de su rostro es la de una persona fuerte, satisfecha y segura de sí misma, con mucha personalidad.

Delgada engañosa, con curvas muy marcadas, con tetas grandes, duras, algo caídas hacia los lados, con anchas areolas granates rodeando unos pezones cortos, redondeados, regordetes, un poco más oscuros. Tras la estrecha cintura, sus altas suaves caderas albergan un culo de buen tamaño, de nalgas duras, prietas, anchas y alargadas, separadas por una raja del mismo color de sus pezones, en donde se cobija una roseta pequeña, apretada y oscura. Piernas muy largas, torneadas, muslos duros, musculados, delgados, que enmarcan su sexo de labios gruesos y abultados de tono oscuro, protegido casi siempre —últimamente se lo rapa más a menudo para que su amante se lo coma con más facilidad— por una mata muy poblada y densa de vello púbico castaño oscuro, como su cabello, muy suave, rizado y siempre enmarañado. Me encanta mi mujer, es una tía buena, guapa, una mujer de cuarenta años en sazón, un verdadero bombonazo.

Se está besando, ya con intensidad, con Gisela, mujer de cuarenta y siete años, alta, delgada, muy rubia, con melena de tonos dorados que le llega a media espalda y suele recoger en una juvenil cola de caballo. Es muy guapa, de rasgos finos y elegantes en su rostro, con unos preciosos ojos azules bajo unas finas cejas doradas perfectamente delineadas, largas pestañas naturales del mismo tono y labios levemente gruesos de un bonito color beige. Tiene un cuerpo impresionante, desnuda llama la atención por su bonita sinuosa espalda y sus llamativas tetas, separadas, picudas, no muy grandes, que parecen un flan alto, tieso, moteado por algunas pequeñas pecas de color beige muy suave, con pezones cortos, finos, del mismo beige que sus labios, rodeados de unas pequeñas areolas sin forma definida, levemente granuladas, del mismo color de los pezones. Su cintura estrecha da paso a un pubis que me atrevo a llamar obsceno, siempre depilado —cuando deja crecer su vello, es tan rubio y poco denso que apenas se nota su presencia— brillante, como dispuesto al sexo en todo momento. Tiene un culo alto, redondo, puede que de aspecto masculino, bonito, salpicado de suaves pequeñas pecas al igual que toda su piel, que se sujeta en larguísimas finas piernas, de muslos fuertes, musculados. Últimamente he fantaseado muchas veces que me como esas tetas tan llamativas —ahora mismo Mabel se está dando un festín con ellas— y me follo ese coño rubio tan deseable. Se va acercando a los cincuenta años, pero quién lo diría por lo buena que está. Hasta donde yo sé toda su vida ha alternado hombres y mujeres como amantes, definiéndose siempre como bisexual. Jamás se ha casado ni ha pensado en ello, según dice.

Desi es una típica mujer árabe, tal y como solemos pensar que son. De buena estatura, ancha, fuerte, curvilínea, tiene de todo en cantidad y bien puesto. Una preciosa cabellera de largo pelo negro muy oscuro —según Fernando ese color se llama ala de cuervo o negro total, negro negrísimo, digo yo— ondulado, levemente rizado, con mucho volumen, que enmarca su bonito rostro, en donde destacan los grandes ojazos negros, que parecen carbones encendidos cuando fijan la mirada en ti, bajo cejas anchas también negras, nariz ancha, grande, y boca de gruesos acorazonados labios. Siempre con un agradable gesto sonriente, da gusto mirar su cara, levemente morena por mucho que tome el sol, nunca logra pasar de un leve toque de color tostado.

Para ser una mujer que ya pasa de los cincuenta años, su cuerpo es tremendamente deseable, con tetas muy grandes, redondeadas, altas, duras, elásticas, no especialmente juntas, bamboleantes de una manera que me resulta verdaderamente hipnótica, con areolas circulares pequeñas de color marrón oscuro, en cuyo centro están sus llamativos largos y gruesos pezones, más oscuros todavía ¡Joder qué pezones! Su estómago puede decirse que es el de una bailarina del baile del vientre, levemente musculado, abombado, sin grasa, ancho como su cintura —de hecho, mi suegro la conoció en Alemania en un restaurante-espectáculo de origen turco en donde estaba trabajando, se gustaron, se vieron durante unos meses viajando algunos fines de semana a Londres, en donde quedaban, y ya llevan juntos tres años, sin ningún compromiso de tipo sentimental, salvo hacerse compañía— caderas prominentes, fuertes, redondas, cobijando un culo grande, duro, con forma de pera, perfectamente sujeto por sus piernas largas, musculadas, de muslos algo gruesos. Esta buena, sí señor, y su cuerpo resulta aún más llamativo porque lo lleva perfectamente depilado con láser, excepto una mata de oscuro pelo muy negro en el pubis, que apenas arregla, por lo que parece un bosque oscuro, rizado, salvaje, que casi logra ocultar los grandes anchos abombados labios de su sexo. Desconozco el motivo por el que no se depila el vello púbico. En ocasiones le he echado a mi esposa más de un polvo y más de dos habiéndome puesto muy cachondo admirando a Desi en la playa.

Desi ha liado con gran habilidad y encendido un cigarrillo —fuma unas mezclas de tabacos turcos perfumados de las que el hachís no parece ajeno— y está tumbada recostada en el árbol retorcido, observando a Mabel y Gisela, que apenas a dos metros están tumbadas en la arena, sobre las toallas, enfrentadas, abrazadas, comiéndose las respectivas bocas con besos largos, excitantes, utilizando las lenguas mientras se acarician mutuamente por todo el cuerpo. Dejan de besarse para lamer y chupar las tetas, deteniéndose con ganas en los respectivos pezones, sin dejar de acariciarse muslos y culo.

Me está resultando muy excitante, quiero correrme y no dejo de tocarme la polla, todavía suavemente. Me sobresalto por un momento al darme cuenta de que a mi espalda está una de las tres criadas filipinas que forman el servicio que atiende la casa de Fernando. No soy capaz de diferenciarlas, de hecho, todos pensamos que son familia, quizás hermanas y hasta trillizas. De unos veinticinco años, cariñosas, muy amables, siempre calladas, sonrientes, serviciales, tremendamente efectivas y cocinando como diosas. ¡Qué bien se come en esta casa! Manejan unas cuantas docenas de palabras y frases de español, bastante más de inglés usamericano y, parece ser, entre ellas y una decena de amigas compatriotas que tienen en Marbella, hablan en tagalo.

La joven filipina mira a la pantalla con mucho interés, poniendo ojos como platos que, aunque es difícil, abre más aún cuando ve que me he sacado la polla del bañador que llevo puesto y estoy con una tremenda erección. Me acomodo en uno de los sillones orientado hacia la pantalla, quitándome antes toda la ropa, pongo los pies encima de un cojín que he colocado en una mesa baja y —por qué no probar a ver qué pasa— le hago una leve seña a la filipina —¿será Imelda, Evelyn o Erlinda?— quien se acerca sin dejar de echar miradas hacia la escena lésbica de la pantalla, al mismo tiempo que pone en su cara un gesto de cierta incredulidad. Le indico sin hablar que se desnude, lo entiende rápidamente, y se quita la ropa. Ante mi vista queda el deseable cuerpo flexible, cimbreante, de una delgada joven de rostro agradable, no especialmente guapa, con aspecto oriental, de ojos muy oscuros que no me parecen rasgados, nariz respingona, pequeña y ancha, boca recta de finos labios rojizos, de piel morena, con unas bonitas pequeñas tetas que parecen dos limones puestos de punta, acabados en oscuros pequeños pezones redondeados, sin areola visible. Sin gota de grasa en su cuerpo, resulta llamativo el pequeño pompón de su vello púbico, muy negro y encrespado, como el pelo de su cabeza, que lleva corto —las tres filipinas lo llevan igual— como cortado a tazón, con raya en el medio. Los labios vaginales son largos, abombados, y parecen estar muy mojados. Piernas finas, bonitas, perfectamente esculpidas, al igual que los muslos, cuelgan de un culo de nalgas anchas y alargadas, de buen tamaño para su menudo cuerpo, con una oscura apretada raja.

No tengo que indicarle nada, se monta sobre mí dándome la espalda, de manera que sigue viendo a mi mujer y su amante darse placer. Con la mano introduce mí ya necesitada polla en su empapado coño, hasta dentro, suspira con fuerza, se deja caer un poco más, vuelve a suspirar, e inmediatamente comienza un rápido sube y baja demostrando que sabe de qué va el asunto, que sus muslos y vientre están perfectamente musculados, y que su coño es una excelente máquina de follar. Joder qué ritmo, qué polvo me está pegando, qué sensación más fabulosa es notar que el interior de su chocho sujeta mi polla como si fuera una sedosa acolchada mano que me masturba al mismo tiempo que sube y baja, sin dejar de apretar con suficiente fuerza como para que lo note toda mi tranca. Es cojonudo.

En la cala, Desi se masturba con dos o tres dedos a la altura del clítoris —no puedo verlo en detalle, pero me parece de gran tamaño— con un ritmo rápido, al mismo tiempo que con la otra mano juguetea, acariciando, apretando y estirando, sus llamativos pezones, viendo como Gisela le come con voracidad el coño a Mabel, quien parece estar en éxtasis, con los ojos cerrados, la boca abierta, las aletas de la nariz palpitantes, las piernas en tensión, abiertas al máximo, una mano sobre la cabeza de su rubia amante, acariciando el rubio pelo, y los dedos de la otra introduciéndoselos a cada poco en la propia boca para chuparlos de manera apresurada. Le queda poco para correrse.

No lo puedo oír, pero me imagino el grito ronco, sordo, largo, que mi esposa da en el momento del clímax, con todo el cuerpo en tensión como si fuera una tabla, durante muchos, muchos segundos, hasta que haciendo torpes gestos con sus manos quiere que su amante deje de comerle el coño y le empuja la cabeza hacia afuera. Gisela levanta la cara totalmente empapada de los jugos sexuales de Mabel, sonríe, dice algo que ni oigo ni entiendo, se separa hasta recostarse en el tronco de árbol, recupera la respiración, comenta algo en dirección a Desi, se ríe con fuerza al ver que la mujer morena se está masturbando a toda velocidad y logra en ese preciso momento su orgasmo, que parece ser sonoro, largo, profundo. Desi y Mabel quedan amodorradas tumbadas en sus respectivas toallas, mientras que Gisela vuelve a reír, enciende un cigarrillo rubio, y creo que puedo leer en sus labios algo parecido a: las dos os corréis y yo nada de nada; ya te lo diré a ti esta noche

Me falta poco para correrme cuando oigo una especie de silbido agudo, como si una cafetera italiana estuviera mal cerrada según sale el café. Es la joven filipina, quien se ha agarrado fuertemente con las dos manos a mis muslos y piernas, ha detenido el movimiento de sube-baja de su chocho, manteniendo el curioso sonoro pitido durante el largo tiempo que le dura su orgasmo, con altibajos que coinciden con los apretones que recibe mi polla dentro del coño por los fluctuantes espasmos vaginales. No puedo aguantar, llega mi orgasmo y me corro como si fuera una central lechera, de manera callada, respirando fuerte y gozando mogollón. ¡Qué corrida más buena!

Según me voy recuperando de ese atontamiento propio del orgasmo que a todos tanto nos gusta, oigo unas risas contenidas detrás de mí, viendo reflejadas en uno de los espejos de pared a las otras dos filipinas, quienes han debido estar mirando desde la puerta del salón mientras su compañera follaba conmigo, quien ahora se levanta sonriente, recoge la ropa, me mira, y antes de irse, hace un saludo doblando el cuerpo por la cintura y manteniendo las manos unidas por las palmas, como si me diera las gracias. Gracias a ti, joven filipina, me has echado un polvo de puta madre, dándome gusto cuando de verdad lo necesitaba, con ese chocho tuyo que parece una suave trituradora de pollas, complaciente, amistosa, fabulosa. No se me va a olvidar y seguro que pronto intento repetirlo, con la misma o con otra de ellas —eso de no identificarlas puede ser una buena excusa— porque ha sido muy bueno.

No digo nada a nadie acerca de lo ocurrido, ni siquiera que he estado viendo cómo disfrutaban del sexo en la playa, simplemente he comentado que he estado durmiendo la siesta.

Hoy domingo, cumpleaños de Mabel, hemos estado —Fernando, no, él sale los domingos muy temprano a pescar en el pequeño barco de un amigo, vecino de la misma urbanización, y no vuelven hasta media tarde— en un mercadillo de un pueblo cercano del interior. A mí siempre me ha gustado pasear tranquilamente entre la gente y ver las cosas de todo tipo que se exponen para la venta, muchas sin ninguna utilidad para casi nadie, pero el ambiente me gusta, y tomarme unas cervezas picando la especialidad culinaria de algún que otro bareto, me encanta. Se nota que he nacido en pleno Rastro madrileño, hay cosas que no se olvidan jamás por muy pijo que se vuelva uno. Le he comprado a mi mujer una elegante cartera porta ordenador de finísimo cuero repujado. Luego te lo voy a agradecer, ha sido su comentario al mismo tiempo que me besa mis labios, metiéndome la puntita de la lengua.

Hemos visitado unos cuantos bares, tapeando, y en la vuelta a casa se percibe un cierto exceso de cervezas, así que conduzco yo porque dicen las mujeres que se fían más. Junto a mí va Desi, impresionante en un blanco vestido de algodón, largo, ancho, suelto, bastante escotado por detrás, que no se trasparenta del todo, pero pone muy evidentes sus abundantes curvas, sin sujetador y con un tanga mínimo, del mismo color blanco. Ha sido un escándalo pasear por las zonas en las que daba el sol, no ha habido ningún hombre del mercadillo, y bastantes mujeres, que no se hayan parado a admirar su cuerpo. Con razón, desde luego, ¡vaya hembra!

Gisela y Mabel van en el asiento trasero, somnolientas, haciéndose confidencias en voz baja, besándose y acariciándose, como adolescentes enamoradas. Aproximadamente a medio camino, Desi deja de hablar —tiene facilidad para los idiomas, su español es muy bueno— de algo a lo que yo apenas estaba prestando atención, se mueve en el asiento para acercarse a mí y, con su mano izquierda, agarra mi paquete, hace un gracioso gesto de sorpresa, comenzando a acariciarme suavemente por encima del pantalón, aunque aumenta poco a poco la fuerza de su masajeo, hasta que me pone bien empalmao y se centra en la tranca de mi polla, ahora muy evidente, apretando con todos los dedos, deslizándolos arriba y abajo, adelante y atrás. Me ha puesto palote, palote.

Llegamos a la casa siendo todavía algo pronto para comer, así que Desi me dice claramente que quiere follar conmigo. En un primer momento me quedo cortado, en especial porque Mabel y Gisela lo han oído y no estoy seguro del todo de la reacción que pueda tener mi esposa, por su padre, claro está, pero se acerca a mí, sonríe, me besa en los labios y dice: haz feliz a Desi, le hace falta y tú le gustas mucho

En el gran dormitorio de Desi —ella y Fernando duermen en habitaciones separadas— esta mujer, desnuda, es una reina. Su sensualidad exquisita, la erótica elegancia de sus gestos que en ningún momento pierde, la naturalidad de su excitación, su cuerpo rotundo… es un regalo para los sentidos.

—No pienses en lo que pueda decir Fernando, él y yo no tenemos sexo casi nunca, y cuando no me vale sólo con masturbarme, me anima a que me acueste con quien yo quiera. Hace unos días se extrañaba de que tú y yo no hubiéramos follado nunca. Ahora estoy muy salida

Me gusta que me chupen la polla, me excita, pero es que me produce una satisfacción no sólo física, sino sicológica. Es como si la mujer se estuviera poniendo a mi disposición para lo que sea, como si estuviera reconociéndome como dueño, amo y señor, como si hubiera roto todas las barreras y límites desde el preciso momento en el que se pone a lamer y chupar mi polla. Sí, probablemente exagero mucho, pero cada uno se supone que es libre en sus sensaciones y pensamientos, así que mi mente sucia y desbocada identifica el que me coman la polla con una especie de barra libre sexual.

Estoy muy mal acostumbrado, Mabel es una estupenda comepollas, pero Desi no le va a la zaga. Joder, se ha puesto a la faena con ganas, me ha lamido toda la tranca arriba y abajo un montón de veces, suavemente, con mucha saliva, se ha pasado un rato mamando mis huevos, incluso metiéndoselos en la boca, y ahora, me está comiendo el glande con labios, dientes, lengua, la boca entera. ¡Qué bueno!

Se detiene de repente, me sonríe poniendo en su rostro expresión de salida, de mujer muy excitada, se tumba en la cama boca arriba apoyando los hombros en el cabecero, abriendo mucho las piernas, me hace un gesto, y cuando estoy sobre ella intentando meterle la polla, la agarra con su mano derecha, restriega arriba y abajo todo el empapado coño, bastantes veces, hasta que la lleva a la entrada de su chocho y me ayuda a meterla de un solo empujón, deprisa, toda hasta dentro.

Meter la polla en un agujero con lava ardiente debe ser algo parecido, con la diferencia a mi favor de que aquí no me quemo, sino que noto una agradable sensación de calor, suavidad, humedad y estrechez, porque las paredes vaginales aprietan toda mi tranca cada vez que entro lo más profundo que puedo. Es una follada tranquila, lenta, cojonuda.

Llevamos ya unos cuantos minutos con un ritmo mucho más rápido, ambos jadeamos y respiramos con fuerza, me apoyo sobre la sábana con los brazos doblados por los codos, entretengo mi boca en comerle sus impresionantes grandes pezones —me gusta mucho que coja sus tetas con las manos y las acerque hasta mi boca, ofreciéndomelas— que se ponen duros como el cristal sin perder su maravillosa suavidad. Por momentos me parece que estoy mamando dos pollas pequeñitas que mantengo dentro de la boca y lamo con mi lengua. Me gusta.

Noto por las contracciones de su coño, más rápidas y fuertes, que le queda muy poco para correrse, y lo agradezco porque yo siento ya próximo mi orgasmo.

Con segundos de diferencia, los dos nos corremos. Desi ha cerrado los ojos y grita de manera contenida, sorda, manteniendo una especie de ronquido en tono bajo durante los muchos segundos que dura su orgasmo, que queda reflejado en mi polla por la multitud de apretones provocados por las paredes vaginales. ¡Qué orgasmo más cojonudo!, largo, profundo, sentido. Joder, qué bueno es follar, recibir placer, y darlo.

Fernando ha pescado una dorada impresionante, de más de seis kilos, así que para la cena las filipinas la han cocinado en el horno acompañada de gambas, cigalas, champiñón, verduras, castañas… y varias salsas increíbles. Ya a media cena hemos dado cuenta de tres o cuatro botellas de champán y reina un ambiente de alegría sincera, contagiosa, algo eufórica, todavía no determinada por el alcohol. Un pastel típico filipino —lo llaman puto— de arroz, huevo, guayaba, plátano, papaya, nos permite felicitar a Mabel cantándole Cumpleaños feliz mientras sopla y apaga una vela de color morado. Tras un beso en la boca, mi mujer me cita para follar esta noche, dentro de un rato, cuando nos acostemos.

Mabel y yo dormimos juntos siempre, salvo que ella quiera estar con Gisela. Tiene por costumbre pedirme permiso, no exactamente, pero me lo dice y me da oportunidad de alegar lo que yo quiera, cosa que nunca he hecho. Esta noche quiere estar con los dos. Me parece muy bien, más de una vez he pensado en ello, y me pone cachondo la posibilidad de follar con las dos mujeres.

Aunque llevo un fin de semana ajetreado en lo que a follar se refiere, ni por un momento dudo que no vaya a tener ganas o no vaya a poder. Habitualmente me excito con rapidez, aguanto bastante follando, me retengo sin demasiados problemas y me corro fácilmente, y en un tiempo prudencial estoy listo para empezar de nuevo. Tres polvos echo sin problemas, suelo llegar al cuarto y quizás al quinto siempre que no follemos con excesivas prisas ni presiones y la mujer me excite lo suficiente. Está claro que Mabel junto con Gisela es un motivador menú sexual. Mi polla —bendita sea una y mil veces la genética de mis predecesores— no va a fallarme, seguro.

Los tres nos hemos acariciado y besado durante muchos minutos, todos con todos, por separado y a la vez los tres, sin dejar de utilizar nuestras manos y lenguas ni un instante. En los primeros momentos nos hemos reído mucho, quizás por nerviosismo mal disimulado, pero se ha impuesto rápidamente la natural excitación de cada uno de los tres. Llevo ya un buen rato muy cachondo, con una erección de lujo, de esas que habría que fotografiar para que cuando seamos viejos los nietos sepan quién era su abuelo en materia de polla tiesa y dura.

Qué bueno es que dos mujeres te chupen la polla al mismo tiempo, lamiendo, apretando con los labios, deteniéndose unos instantes para darse un muerdo guarro, ensalivado, y volviendo a ocuparse de la tranca las dos a la vez. Gisela me está comiendo el capullo con habilidad, con maestría, incluso con gula, mientras la lengua de Mabel sube y baja hasta llegar a mis testículos. Tengo que empezar a contenerme, me están poniendo a tope. Las dos mujeres se han dado cuenta, así que bajan un poco el nivel, ríen, me besan suavemente en los labios, nos besamos los tres, y sin dejar de acariciarnos, todavía con mucha suavidad, sin prisas, mantenemos viva la excitación, pero sin llevarme al límite.

Mi esposa se levanta de la gran cama en la que estamos los tres, dice algo que no puedo entender porque Gisela me está dando ahora mismo un muerdo de tornillo, y vuelve con el arnés en la mano, nos lo enseña y se lo coloca. Ha elegido una polla de silicona de color rosado, recta, de unos quince o dieciséis centímetros de largo, no más de tres de grosor, un capullo algo más grueso, levemente empinado, y de aspecto real, con las venas de la tranca aparentando estar hinchadas.

—Ven aquí, corazón, cómete mi polla, ponla muy suave que te voy a romper el culo

Ambas mujeres se ríen, poniendo cara de malas de típica película porno vintage, de viciosas a punto de lograr su objetivo, haciendo alguna broma y comentarios sobre lo maricón que soy y lo bien que lo van pasar mientras me usan.

Me arrodillo en la alfombra delante de mi mujer, con mis manos agarradas a sus nalgas, y beso la polla rosada varias veces, haciendo un gesto como si fuera a mordisquearla en mitad de la tranca para, inmediatamente, pasar a lamer lentamente el capullo, hasta el momento que Mabel sujeta mi cabeza con ambas manos, me mete su polla en la boca con un lento y suave golpe de pelvis, y empuja para llevarla lo más dentro posible dentro de mi boca, manteniéndola así durante el tiempo que su amante tarda en ponerse detrás de ella y comenzar a acariciarle las tetas, a amasarlas suavemente, a pinzar los gruesos redondos pezones con dos dedos y apretarlos cada vez un poquito más fuerte, mientras restriega y golpea suavemente el pubis contra las nalgas de mi mujer, a quien noto ya muy excitada.

Sin decirme nada, Mabel saca la rosada polla de mi boca y empuja mi cabeza hacia arriba con sus manos para que me levante. Cada una de las mujeres coge uno de mis brazos y me llevan hasta la cama, hasta el borde final del colchón, en donde me obligan a arrodillarme y ponerme a cuatro patas.

Gisela se acerca a mí y se pone a lamer la raja de mi culo, arriba y abajo, con su lengua bien empapada en saliva. ¡Joder, cómo me gusta! Qué cachondo me pone sentir esa suavidad mojada que por momentos se detiene en la entrada del ano y empuja lo suficiente como para sentir que mete algo más que la puntita de su lengua. ¡Cómo me excita!

Mientras, Mabel ha estado impregnando de suave lubricante la brillante polla rosada, con verdadero mimo, como si de verdad fuera parte de su cuerpo, con un movimiento de la mano derecha similar al que haría yo para mantener una erección. Se acerca sujetándola con la mano y la apoya sin más preámbulos en la entrada de mi ano. Posa la mano izquierda sobre mi cintura y empuja con la pelvis, ayudándose de la mano, sin prisas, suavemente, pero sin detenerse ni un momento, de manera que me la mete despacio, casi a cámara lenta, pero sin parar, toda entera hasta dentro.

Lo noto, me gusta, me excita, me siento bien con la penetración anal, no me provoca ningún dolor, mi esfínter se acostumbra rápidamente, y la sensación de tener ocupado el recto me resulta placentera. Desde el primer instante, mi esposa lo entiende como una follada, adelante y atrás, sacando y metiendo su polla, despacio, sin demasiado recorrido, pero subiendo poco a poco el ritmo, aumentando la velocidad, hasta llegar a una cadencia constante de perfecta ejecución.

No es la primera ocasión en la que Mabel me da por el culo con uno de sus juguetes, pero sí es la primera vez en la que se ha puesto un arnés y se mueve follándome de igual manera que yo lo hago cuando le meto la polla a ella. Lo está disfrutando, lo dice de palabra, y yo noto como se va excitando, sin olvidar que Gisela se ha situado tras ella y no deja ni un momento de susurrarle al oído, de besar su nuca y los lóbulos de las orejas, de acariciar y amasar con sus manos las tetas, centrándose en los sensibles regordetes pezones, en golpear suavemente las nalgas de mi esposa con su pelvis, en un vaivén que se acompasa con el movimiento adelante y atrás con el que me está follando, de manera que parece que ambas me estuvieran enculando al mismo tiempo. Y me gusta, sí que me gusta.

Mi polla está tiesa y dura, vibrante, con esa plenitud que presagia que no queda demasiado para la eyaculación. Mabel se da cuenta.

—Gisela, cómele la polla  

Es cojonudo sentirme enculado al mismo tiempo que mi polla recibe una mamada increíblemente buena. Desde lo más profundo de mi interior noto brotar un tsunami no demasiado veloz pero totalmente imparable, que va avanzando, pasando desde la base de la columna vertebral hacia mis testículos, subiendo a lo largo de mi polla, que me parece tiesa, dura, hinchada y crecida como nunca, hasta que, de repente, mi mujer saca de golpe la polla enterrada en mi culo, e inmediatamente eyaculo como un geiser, lanzando muchos chorros de denso semen que inundan la boca de Gisela. ¡Qué gusto, qué corrida más estupenda! Me desplomo sobre la cama todavía bajo los efectos relajantes y adormecedores de mi profundo orgasmo, y como entre sueños veo como Mabel y su amante comparten un guarro beso blanco, tragando mi leche de hombre como si se tratara del mejor de los manjares. No miro más ni me preocupo de ellas, me echo a dormir y descansar. Me hace falta.

El lunes comienza muy tranquilo. Nos desplazamos a media mañana hasta Marbella para visitar al notario y finalizar el reparto de acciones de la empresa, comemos en un conocido restaurante marroquí y pasamos la tarde en la playa, hasta que la amenaza inminente de tormenta nos lleva a casa.

Sí que hay tormenta, sí. Lluvia, viento, oscuridad, relámpagos, rayos, truenos, mar encrespada… una tormenta de esas que gusta ver cuando se está cómodamente resguardado, admirando la fuerza de la naturaleza desatada, pero que también provoca nerviosismo y malestar en algunas personas, como le sucede a Desi.

Apenas son poco más de las nueve de la noche, pero la tremenda negra oscuridad propiciada por las densas nubes solo se rompe con las descargas eléctricas de rayos y relámpagos que se recortan sobre el mar, acompañado del crepitar de las oleadas de fuerte lluvia sobre las cristaleras y el sonido característico de los truenos.

Tras cenar rápidamente unos sándwiches —las filipinas tienen el día libre y han avisado que se quedan a dormir con unas amigas— sólo Desi y yo quedamos en el salón principal observando el devenir de la tormenta, tomando una copa sentados en un sofá, en completo silencio, con las luces apagadas.

Desi está concentrada mirando fijamente con sus grandes ojos negros, brillantes, la tormenta. Su respiración es agitada, respirando con fuerza, y presenta síntomas de nerviosismo, incluso de una cierta ansiedad.

Vuelve la cabeza, bebe un largo trago, me mira, nada dice, se pone en pie y se desnuda rápidamente, arrancándose la ropa. Avanza hacia mí, me abraza con fuerza, besa mi boca apasionadamente y susurra en mi oído:

—Fóllame mientras dura la tormenta, por favor

Tras un nuevo apasionado corto beso me desnuda y coge mi mano para llevarme hasta un gran butacón pegado a la cristalera. Se arrodilla en el asiento sujetándose con ambas manos en el brazo del sillón, con su cara hacia los cristales, ofreciéndome su esplendorosa parte trasera, total y absolutamente expuesta a mis deseos.

Tengo la polla tiesa y dura, la acerco al coño, empujo de manera continuada y entro con toda facilidad. Está empapada, me recibe con un leve quejido de excitación, como si no hubiera follado en mucho tiempo, y no deja de mirar por el ventanal ni un solo momento. Jadea y cambia el ritmo de su respiración al unísono de los truenos, abriendo y cerrando los ojos, moviendo el rostro como si cada oleada de lluvia le diera directamente en el rostro.

Me la estoy follando a buen ritmo, de manera profunda, agarrado a las caderas de la mujer con las dos manos e intentando subir la velocidad de mis pollazos cada poco tiempo. Desi mueve su cuerpo adelante y atrás acompasándose a mi metisaca, y a pesar del intenso ruido de la tormenta noto como aumenta el volumen de sus gemidos y grititos. Le estoy pegando un polvazo de puta madre, ya buscando mi ansiado orgasmo de manera frenética porque estoy muy, muy cachondo.

De repente, la tormenta parece detenerse, durante bastantes segundos el silencio se apodera de nuestros sentidos y parece poder tocarse con las manos, hasta que un relámpago increíblemente luminoso incendia el cielo con su luz fantasmagórica y un trueno largo, fuerte, potente, retumba, al igual que el ronco grito que en voz alta desencadena Desi como señal de haber llegado a su orgasmo, largo, profundo, muy sentido, que mi polla comparte sintiendo los espasmos vaginales que aprietan toda la longitud de la tranca. No puedo aguantar más. Ahí va mi semen. Qué corrida más fabulosa, qué orgasmo más cojonudo.

Le saco el rabo a la morena mujer y tengo que sentarme inmediatamente, saboreando la sensación de placer que todavía me inunda. Desi se levanta del sillón, se acerca a mí casi como si fuera un zombie, besa suavemente mis labios, dice algo que no entiendo, recoge su ropa esparcida por el suelo y se marcha aún con la respiración agitada y lanzando una última mirada hacia los estertores de la ya lejana tormenta que se pierde tierra adentro. Me voy a la cama.

Mabel y Gisela está durmiendo abrazadas, pero como la cama es muy grande me acuesto sin problema alguno. Mi mujer se despierta, me sonríe, responde al suave beso que le doy y me pregunta:

—¿Es verdad que Desi se excita con las tormentas?

—Un poco, sí. Ya te cuento mañana

Hoy miércoles llegamos al aeropuerto de Madrid cerca de la hora de comer. Gisela y yo vamos a pasar por la oficina para ver si está todo preparado para una presentación que hacemos para una empresa japonesa el viernes a primera hora, Mabel se marcha a casa.

En el taxi que nos lleva a la sede de la empresa debo tener expresión de felicidad en la cara porque Gisela me lo hace notar.

—Pareces contento y feliz

No contesto, sonrío y me enfrasco en mis pensamientos. Sí, follar me gusta.

   

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