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La mirada feliz (2ª parte)

en Confesiones

La mirada feliz (2ª parte)

Liang es una mirona, voyeur, que permite en su tienda que las parejas tengan sexo siempre que ella pueda mirar sin límite.

Pilar es una de las secretarias del departamento en el que trabajo. Nos llevamos bien, tomamos café a diario con un pequeño grupo de compañeras y compañeros —apasionada madridista, compartimos bromas y vaciles futboleros— en ocasiones salimos en grupo a cenar y tomar unas copas, hablamos de vez en cuando de cuestiones personales, conozco a su marido —hombre muy religioso, catedrático de Universidad, pasa el curso lectivo en Pontevedra— a su hermana melliza —no se parecen nada físicamente— y a alguna de sus amigas. Tenemos suficiente confianza como para considerarnos amigos y no solo buenos compañeros de trabajo.

Es una mujer muy discreta, educada, bastante conservadora en todo, desde luego, en las antípodas de Marga, con quien no se lleva ni bien ni mal, apenas tienen trato fuera de lo estrictamente laboral.

Quiero comprar bañadores para mí y para mi hermana, en dos semanas es nuestro cumpleaños. Me gustaría ir a la tienda china que contó Margarita que le enseñaste, ¿comemos por aquí y me acompañas?

No he llegado a contestar, pero está claro que sí, que vamos a ir después de comer, cuando abran la tienda. Quizás debería avisar a Pili de que la ropa no es de su estilo habitual, o a lo mejor avisar a Liang de que Pili no es como Marga. Mejor no exagero.

Teniendo confianza, Pilar es una mujer de trato agradable con la que es fácil empatizar a pesar de algunas de sus opiniones, que pueden llamar la atención por antiguas, demasiado de derechas, que parecen no corresponder a su edad —treinta y un años— y nivel cultural. Lo de su físico es otra historia.

Es una tía buena, una mujer de curvas rotundas, me parece lo que mejor define su cuerpazo. De cabello muy moreno, denso, que suele llevar cortado a capas, sobrepasando apenas el largo del cuello, peinado con raya a un lado, la frente despejada, dejando al aire sus pequeñas orejas redondeadas y las largas anchas negras cejas. Tiene unos grandísimos ojos muy negros, que quedan opacados por utilizar gafas en todo momento, nariz recta, pequeña, y boca también recta, de tamaño grande, con labios medianamente gruesos, amarronados. En conjunto no resulta guapa, quizás por su cutis oscuro, además de una expresión habitual en su rostro que resulta antipática, nunca se sabe si es de aburrimiento, de disgusto o de mala leche por pasar largas temporadas separada del marido, aunque conmigo lo desmiente en el trato cotidiano, siempre agradable. Tampoco ayuda su voz, de tono demasiado seco, cortante, duro.

De estatura media, va vestida de manera bastante conservadora, sin escotes, ni pantalones o vestidos ajustados, intentando disimilar —dicho por ella— las abundantes curvas de su cuerpo, es especial unas tetas grandes —no sé exactamente su talla, quizás 120 con copa D, aunque también usa modelos de tallas reductoras— que siempre son muy evidentes. Según ella, no puede ir en verano sin sujetador porque es un escándalo. Doy fe.

Cintura ni ancha ni estrecha, caderas redondeadas que cobijan un culo alto, de nalgas anchas y alargadas que, por suerte, tampoco es fácil de disimular. Muslos anchos y fuertes, piernas finas no especialmente musculadas, casi siempre calzada con zapatos de tacón para parecer más alta. Está muy buena, joder, es camera, camera, tiene un polvazo de una vez.

Al llegar a la tienda bajamos a la planta baja en donde están los biquinis y bañadores junto con la lencería. No hablo esperando su reacción ante lo que ve, y no sin sorpresa, observo como coge media docena de modelos de braguita y sujetador que no hubiera apostado que pudieran gustarle. Nos acercamos a uno de los probadores, ella entra, cierra la cortinilla y yo quedo fuera figurándome como pueda ser su cuerpo desnudo. Quién lo pillara. Confieso que intento mirar por si ha dejado alguna rendija abierta en los laterales de la cortina, pero no hay nada que hacer. 

Un par de minutos después Pilar me habla.

Edu, entra, dime que te parece este biquini

No dudo, en décimas de segundo he retirado la cortinilla para pasar al probador. Joder, está claro que a algunas mujeres les deberían prohibir exhibir su cuerpo, el riesgo de infarto es demasiado alto al ver a Pili con un biquini rojo de tamaño mínimo, con las tetas prácticamente desnudas, solo ocultos los pezones, y el culo a la vista excepto la raja, por donde se le mete la braguita del bañador. ¡Guau, qué mujer!

—Es un poco descarado, pero me gusta. Ya me he cansado de usar siempre bañadores, me paso al biquini

—Te sienta muy bien, con ese cuerpazo…

—Yo te gusto, lo sé, me miras a menudo, con mucha intensidad

—No quiero molestarte ni ser grosero, pero es que estás tan buena que es imposible no fijarse en ti, discúlpame

—No me molestas. Muchos hombres ni siquiera me miran la cara, solo las tetas, algunos lo hacen como cerdos babosos, pero tú disimulas y eres siempre educado, discreto. Me encanta que me mires si te gusta lo que ves

Bueno, bueno. No me lo puedo creer.

—Sabes, no quiero que te quedes sin saber cómo son mis tetas

Lleva sus dos manos hacia la espalda, desabrocha el sujetador, que se cae solo, y casi me deslumbran esas grandes tetas desnudas. ¡Joder!

Parecen dos perfectas campanas puestas del revés, altas, separadas al principio, juntándose según se redondean, formando un canalillo apretado y profundo. Turgentes, abombadas, de piel suavemente tostada con algunas dispersas pequeñas pecas de color beige, terminando en pezones llamativos, largos y anchos, del mismo color amarronado que las areolas, grandecitas, sin forma definida, granuladas, y —excitante sorpresa para mí— con media docena de largos oscuros pelos alrededor de cada pezón. Las tetas tienen las dos a la vez un movimiento verdaderamente hipnótico, casi imperceptible, suave, lento, elástico, cautivador… Adelante y atrás, arriba y abajo, a derecha e izquierda, apenas tiemblan levemente. Qué maravilla, qué excitantes.

Cada mujer tiene sus propias tetas y hay que conformarse con ellas. Todos podemos tener un ideal, claro, pero para follar mucho y bien hay que aceptar lo que en cada momento se tiene a mano o a polla, pero ante maravillas tales como las tetas de Pilar... palidecen todas las demás.

—¿Te gustan? Los hombres las buscáis así, grandes, con buenos pezones, ¿son buenas para ti?

Ha llegado el momento, me lanzo a la piscina. Le quito las gafas a Pilar, le beso suavemente los labios, me lo devuelve, nos abrazamos —sentir esas tetas contra mi pecho, aunque todavía sigo con la camisa puesta, es una experiencia fantástica— y nos damos un beso, jugando con nuestras lenguas, recorriéndonos la boca, apretando los brazos poco a poco y notando como nos invade a ambos la necesidad de sexo.

—Tú mucho buen amigo, hola. Chica guapa, vamos otro probador, vamos, vamos

Liang debe tener un sexto sentido o el don de la oportunidad, el caso es que ha aparecido en el momento preciso. Pili no sabe de qué va el asunto, pero casi la llevo en volandas los pocos metros que nos separan del despacho, precedidos por Liang y seguidos de una de las dependientas con las gafas y la ropa de Pilar, quien ha hecho el corto camino vestida solo con la braguita del biquini. Creo que ni se ha dado cuenta.

Tampoco pregunta una vez estamos solos en el despacho. Mira los espejos, sonríe, gira su cuerpo para verse reflejada desde todos los ángulos —para mí es un gratificante espectáculo ver sus tetas desde tantas distintas posiciones, con ese leve movimiento maravilloso— de repente, con un rápido movimiento se quita las braguitas y queda mirándome unos segundos, hasta que en voz baja dice con su seca voz:

Desnúdate, por favor

Tengo la polla bien tiesa y dura, así que me encanta desnudarme rápidamente ante Pili y lucir la plena erección que ella me ha provocado. Como está sin gafas, se acerca bastante, baja levemente el torso, entorna los ojos, me mira con intensidad y fijeza, entreabre los labios y parece cambiar la expresión de su cara componiendo un gesto como de cierta sorpresa.

Edu, lo tuyo es un pollón, ¿verdad?

Para qué decir nada si es mejor que ella misma se cerciore y llegue a una conclusión.

Se ha acercado lo suficiente como para cogerme la polla con una mano y los huevos con la otra. Está bastantes segundos acariciando, apretando, sin dejar de mirármela y concentrada en lo que hace. Me estoy quieto, me dejo hacer mientras me noto muy excitado.

En algún momento de copas compartidas me hizo la confidencia de que sus tetas son muy sensibles, pudiendo llegar a correrse si se las tocan suavemente durante mucho rato y, al mismo tiempo, se ocupan de los pezones con algo más de intensidad. Me parece una buena manera de empezar ahora.

Hago que suelte mi paquete y rápidamente me coloco detrás de ella, posando la polla sobre el prieto culo para que note la dureza de mi erección, colocando mis manos en su cintura, empujando con la pelvis media docena de veces, tranquilamente, y pasando a ocuparme de sus tetas, tocando, apretando un poco, acariciándolas, amasándolas, todo ello con suavidad. Qué sensación más excitante, son las mejores tetas que he tenido entre mis manos, seguro.

Una y otra vez, sin prisas, pellizcar levemente con dos dedos el rugoso pezón, recorrer con la yema de los dedos toda la superficie abombada de los pechos, amasar con la palma abierta, apretar suavemente los dos pezones, pero cada vez con un poco más de fuerza… restregar y empujar mi polla contra las nalgas —Pili parece vibrar de pies a cabeza cuando lo hago— al mismo tiempo que no dejo de lamer su cuello, los lóbulos de las orejas, las mejillas, y algún que otro beso en los labios, metiendo la punta de la lengua hasta que ambos compartimos un beso intenso, guarro, lleno de deseo. Está excitada, mucho, respira con fuerza, los ojos casi cerrados, la boca entreabierta, el pecho subiendo y bajando con más intensidad que el habitual elástico balanceo, apretándose hacia atrás para sentir mi polla… Es el momento de adelantar mis manos hacia sus muslos, también suavemente, arriba y abajo durante unos largos segundos, antes de avanzar mi mano derecha hacia su sexo, que noto empapado.

El pubis de Pilar está protegido por una mata de vello negro, rizado, encrespado, sin arreglar, salvaje, que se extiende desde casi el ombligo hacia abajo, ocultando sus anchos gruesos labios, amarronados, y el clítoris, muy oscuro, similar al color de sus pezones.

Métela, por favor, métela

Por supuesto que sí.

Apoyada con los brazos estirados en el alto respaldo de una silla, la cintura doblada, las piernas muy abiertas, sacando el culo hacia atrás ofreciéndome su sexo, Pili está muy excitante, no, está salvaje, mi polla así me lo indica mientras me acerco para penetrar su empapado chocho.

De un solo golpe de riñones, continuado, sin prisas, pero sin pausa, entro en un agradable coño que me provoca sensación de calor y suavidad. Empiezo una follada tranquila, lenta, recreándome en la jugada, sintiendo como las paredes vaginales aprietan toda mi polla cada vez que empujo intentando llegar lo más dentro posible.

Poco a poco he ido marcando un ritmo mucho más rápido, ambos respiramos con fuerza, jadeamos. Entretengo mi mano derecha en acariciar su clítoris —sí, Edu, sí—mientras que con la otra me sujeto a la altura de su cintura. Le queda poco para correrse, las paredes vaginales aprietan mi rabo de manera discontinua, cada vez un poquito más fuerte, como si las contracciones tuvieran vida propia

Con pocos segundos de diferencia nos corremos los dos. Pili ha cerrado los ojos y simplemente noto cómo respira con fuerza, sin meter ningún ruido, sin gritos ni llantos ni frases más o menos incoherentes. Que desilusión, con lo que nos gusta a los tíos creer que hemos logrado volver loca a una mujer con nuestra polla.Sin bromas, la verdad es que me he corrido de puta madre, e intentado que mi semen no quedara dentro de su vagina. No sé si lo he conseguido del todo.

Aprovechando que viene su cumpleaños, he vuelto a la tienda china para comprarle como regalo un par de conjuntos de sujetador y mini braguita —uno negro, otro amarillo, ambos trasparentes y muy, muy pequeñitos— para Pilar. Seguro que pronto se los veo puestos, o al menos esa ilusión tengo.

Sí, esto va muy en serio, y rara es la semana que Pili no viene a casa para follar, una o dos tardes, incluso se ha quedado alguna vez toda la noche conmigo. Hemos vuelto, a petición suya, varias veces por «La mirada feliz», me ha reconocido que le encanta verse reflejada en los espejos y saber que Liang está mirando.

Lo de Pilar ha sido algo que ha salido bien, simplemente, desde el primer día que estuvimos en la tienda china, de la manera más natural nos hemos convertido en amantes habituales —no sin sorpresa para mí, no la creía capaz de tener un rollo— prácticamente sin hablarlo y sin mayores problemas ni precauciones que disimularlo ante los compañeros de trabajo y —única petición realizada por Pili— prohibido correrme dentro de su coño, salvo cuando su marido está en Madrid, con quien folla siempre el mismo día que lo hace conmigo. ¿Condones?, no, gracias. En ningún momento ha hecho referencia a usar preservativos.

A las mujeres les gusta hablar cuando se sienten relajadas, satisfechas sexualmente y están con alguien en quien tienen confianza, probablemente porque les escucha, además de follar, claro. Pilar me cuenta muchas cosas relacionadas con su matrimonio —nos aburrimos los dos a distancia, tal y como dice— y cómo echa en falta el sexo con su marido, o mejor dicho, cómo quiere tener con él sexo variado, excitante, apasionado, gratificante… lo contrario de lo que tienen cuando se ven. Bueno, el beneficiado soy yo, Pili quiere de todo y a menudo, y ahí estoy yo para lo que pida.

El descubrimiento del sexo anal no lo ha hecho conmigo —de jovencita tuve una aventura en la playa con un vecino treintañero que, para evitar problemas de embarazos, me penetraba por el culo. Me daba miedo, me parecía una guarrada y me dolió las primeras veces, pero me sorprendió excitarme tanto y que me diera tanto placer— ni con su marido —quien lo considera un vicio detestable— pero me lo pide habitualmente.

Tiene unas corridas increíbles con mi polla dentro de su culo alto, duro, grande, muy redondeado, con una ancha, profunda y oscura raja que parece intentar tapar una gran apretada roseta circular, también muy oscura. A cuatro patas sobre el colchón, con las piernas cerradas, inclinando el torso para posar la cabeza en la sábana —esas tetas aplastadas contra el colchón son un espectáculo cojonudo— y levantando su culo, a pesar de asegurarme que hace mucho tiempo que no se la meten por detrás, me resulta fácil entrar tras haberme dado lubricante en la polla, empujando sin parar, hacia adelante, notando que el esfínter se abre sin problema alguno.

Qué bueno es sentir toda mi polla rodeada de hembra, notando la presión que recibo del culo de Pili, quien de vez en cuando me pide que pare el tranquilo metisaca que le estoy dando para, prácticamente sin moverse, apretarme la polla todo lo que puede, como si la quisiera romper, cuatro, cinco, seis fuertes apretones de su culo, y otra vez en movimiento, adelante y atrás, acompasándose al ritmo de la follada, que voy aumentando poco a poco, hasta que las ganas de correrme me llevan a darle unos pollazos tremendos, sin sacarla en ningún momento, ya con un corto recorrido que más parece un polvo al estilo conejo, acompañado de los ruidos que provoca el golpeo de mí pubis en sus nalgas y muslos.

No me gusta que Pilar no grite ni meta ruido al llegar al orgasmo, prefiero las mujeres escandalosas, pero ella simplemente respira con fuerza, echa aire varias veces emitiendo un ruido ronco y sordo durante el tiempo que dura su corrida, que no me parece demasiado largo.

Las mujeres a las que he dado por el culo, normalmente, se excitan bastante —bueno, algunas no pierden en ningún caso el miedo al dolor, están deseando que se la saque y no se ponen a la faena como deben— pero necesitan que las masturbe —la mayoría prefieren hacerlo ellas mismas mientras las estoy enculando— tocándoles el clítoris para llegar al clímax del placer. Pili se corre con total facilidad, las terminaciones nerviosas de su culo deben ser muchas y muy sensibles. Y le gusta, joder si le gusta.

Margarita ha pedido la excedencia y se va a vivir a Málaga junto con su marido. Me lo cuenta tomando una copa pocos días antes de marcharse. Está contenta, ha sido Julio quien ha insistido y, al parecer, están de nuevo más unidos sexual y sentimentalmente. Enhorabuena «negra» aunque yo pierda la cercanía de una amiga y unos polvazos cojonudos. Qué se le va a hacer.

Pilar y su marido quieren revertir la situación de su matrimonio. Ella ha conseguido un traslado para irse a Pontevedra y allí van a vivir los dos, para no estar separados e intentar tener hijos. Su marido le ha prometido mayor intensidad en el sexo. Joder, voy a dejar de comerme las mejores tetas que he conocido hasta ahora y pierdo a una segunda amiga en apenas unos días. Bueno, que sea para bien y logres lo que buscas, Pili.

Llevo algo más de tres años yendo a «La mirada feliz» dos o tres o cuatro veces al mes, con tres mujeres distintas, compañeras del Ministerio. Liang siempre me recibe con alegría, e incluso me da las gracias al acabar la follada con quién haya estado en el despacho de los espejos, lo que le supone masturbarse mientras mira, y correrse de manera siempre muy sentida. Nunca ha querido follar conmigo —lo he intentado varias veces— ni participar en un trío o algún numerito que le pudiera apetecer —a pesar de que se excita metiéndole mano a las mujeres con las que voy— se ha negado de manera tajante en todas las ocasiones.

Hasta cierto punto me sorprendió comprobar que ninguna de las tres mujeres —dos casadas, una recién divorciada— que han ido conmigo a la tienda se ha negado a tener sexo —en realidad, las tres me han incitado a tenerlo, y estoy seguro de que no han hablado antes entre ellas sobre este asunto— ni les ha molestado que a la china se le fueran las manos ayudando a probarse la ropa y después estuviera mirando apenas a dos o tres metros, haciéndose unas pajas tremendas, sonoras, utilizando sus manos y, siempre, un consolador o vibrador de buen tamaño.  

Hace unas semanas Liang ha vendido el local a una conocida empresa norteamericana de comida rápida. Está muy contenta, le han pagado muy bien, se marcha a Italia —el stock de ropa lo ha mandado en barco, también los espejos y el cartel de caracteres chinos que sobre la puerta daba nombre a la tienda— en donde tiene familia, para abrir una tienda de estilo similar en Pésaro, ciudad turística de la costa adriática.

Como despedida, Liang me invita a una cena organizada en la ya vacía planta baja del local —hablé telefónicamente con Marga, pero le daba pereza venir a Madrid ahora que está bien con su marido y con el morito, todo el día tomando el sol y las noches de juerga y sexo, tal y como me cuenta— así que me acompaña Pepa, que también ha venido a la tienda a follar conmigo alguna que otra vez. Una veintena de hombres y mujeres —de los presentes sólo Liang y las tres dependientas son orientales, al resto no los conozco— comemos y bebemos como si se fuera a acabar el mundo de un excelente buffet repartido por varias mesas alargadas, charlamos desenfadadamente, bailamos, reímos y nos alegramos deseándole toda la suerte del mundo a Liang y a «La mirada feliz» italiana con innumerables brindis.

Está a punto de amanecer, y los invitados se han ido marchando en un lento goteo. Sólo quedamos Pepa y yo tomando una última copa con Liang, quien parece haberse pasado con el alcohol —y quién no de los que hemos estado en la cena— y está muy habladora, contenta, alegre.

Tú mucho bueno amigo, siempre chicas guapas para tú follar, yo mirar. Pepa mucho guapa, ahora ¿tú ganas?

La verdad es que me apetece terminar la fiesta follando con Pepa.

María José —todos la llamamos Pepa— tiene mí misma edad, se ha divorciado hace poco más de un año —el exmarido es un conocido constructor metido en política, y aunque estaban de acuerdo en lo fundamental, cuentas en Sudamérica y dinero negro lo retardaron todo— y ha decidido soltarse el pelo y disfrutar de la pasta gansa que le ha sacado a su ex, especialmente por una cláusula de confidencialidad que ha aceptado firmar. Tratamos a diario —en realidad es mi jefa en el departamento en el que trabajo— y follamos desde la primera vez que la acompañé a «La mirada feliz», hace unos tres meses. Yo no soy el único, que yo sepa, tiene un rollo con un joven aspirante a actor, todo músculos y tatuajes, y con un antiguo novio, escultor, que vive en un pueblo de Segovia.

Es una mujer guapa. De baja estatura, muy rubia de pelo y piel, lleva el cabello de su color natural, un bonito rubio dorado, en media melena por debajo de los hombros, casi siempre peinada con raya en el medio o a un lado. Destacan en su agradable rostro, más bien redondeado, unos grandes ojos azules, brillantes, vivaces, perfecta nariz romana y boca pequeña, acorazonada, de gruesos labios rojizos. Casi siempre alegre, simpática, el trato con ella me resulta muy agradable.

Es bajita, pero con curvas de vértigo. Su esbelto cuello tiene a derecha e izquierda dos bonitos redondeados hombros, de los que parecen colgar dos tetas altas, de tamaño grande, separadas lo suficiente para que el canalillo sea ancho, tiesas, picudas, de esas que llaman pitones, terminadas en pezones cortos y gruesos de color rojizo que apuntan hacia arriba, con areolas a su alrededor de buen tamaño, sin forma, difuminadas, del mismo color rojo de los pezones. Duras, musculadas, de tacto algo gelatinoso, como si tuvieran un suave pegamento que atrae manos, labios y lengua como un imán. Impresionantes. ¡Qué maravilla!

Su suave piel siempre tostada —adicta a los rayos UVA— es perfecta, sin marca ni mancha alguna. Es llamativa su recta musculada espalda, que termina en un leve metido en la cintura, de donde nace su culo perfecto, redondo como un melocotón, alto, duro, de anchas nalgas separadas por una estrecha apretada raja, rojiza, al igual que la pequeña arrugada roseta. No he conocido a muchas mujeres que les sienten tan bien los pantalones ajustados como a Pepa. ¡Vaya culo!

Muslos fuertes, musculados, de piel tersa, se continúan en piernas delineadas perfectamente, estilizadas —más aún por los zapatos de alto tacón que le gusta utilizar— sin ningún vello a la vista.

Junto al achinado pequeño ombligo tiene un tatuaje en el que dos eslabones de cadena parecen romperse —me lo hice la noche en la que celebraba mi divorcio, totalmente borracha de alcohol y alegría— e inmediatamente comienza un fino cordón de vello púbico, rubio dorado como el cabello, no demasiado denso, que llega hasta su sexo, completamente rapado, de labios vaginales anchos, gruesos, brillantes, en donde destaca sobremanera un clítoris grueso y largo, de tres centímetros y medio —se lo he medido por lo llamativo que me resulta— rojizo, que me encanta mamar como si fuera otro pezón, lo que le provoca unas corridas cojonudas, en las que llega a orinarse de gusto o, no sé, quizás sea una eyaculación femenina poco común. ¡Qué excitante es!

Pepa es una mujer caliente. Lo dice ella, y parece verdad, le gusta el sexo por el sexo, sin complicaciones sentimentales —después de llevar cuernos más de quince años no me apetece dar más oportunidades amorosas— simplemente, disfrutar cuando le apetece y con quien le gusta. Tengo la suerte de ser uno de ellos.

Le gustan los prolegómenos, recibir y dar todo tipo de caricias —no sé cómo lo descubrí, pero besar y lamer sus párpados le pone muy cachonda— ir subiendo el nivel de la excitación hasta notar la ansiedad, la necesidad de lograr un orgasmo liberador, placentero, largo, profundo, relajante.

Me encanta que me coman la polla, no solo me excita, sino que me produce una placentera sensación de satisfacción sicológica. Para mí, una mujer que chupa mi polla con ganas se está poniendo a mi disposición para lo que sea, para cualquier cosa que me apetezca desde un punto de vista sexual. Exagero, claro que sí, pero es una película que yo me monto y que me da una excitación extra.

Marga es una fabulosa comepollas, la mejor que he conocido, pero Pepa se sitúa cerca de ella. Estoy sentado en una de las sillas de tijera que hay en la sala, bien repantigado, mientras la mujer está en cuclillas, sentada sobre sus talones, entre mis piernas abiertas. Con sus manos acariciando mis muslos, me está lamiendo toda la tranca arriba y abajo, muchas veces, con mucha saliva, llegando a mis huevos, lamiendo e, incluso, marcando levemente la mordida con sus dientes. Me gusta. Pasa a comerme el glande con labios, dientes, lengua... ¡Joder! No me importa dejarle la iniciativa, nunca me ha desilusionado. Cómo me excita.

Se pone de pie, sonríe, hace un gesto como de invitación a lo que sigue, me siento apoyándome bien sobre el asiento y el respaldo de la silla, y Pepa se pone de puntillas y da un pequeño saltito para subirse sobre mis piernas, lo que le obliga a tener las suyas muy abiertas. Sus picudas tetas son muy tentadoras en esta postura, así que las acaricio durante unos segundos y paso enseguida a usar mi lengua en sus rojizos pezonazos, tiesos y duros como una polla chiquitita. ¡Qué ricos son!

Métela ya

Pone sus manos sobre mis hombros para elevarse lo suficiente para que, ayudándome con la mano, lleve la polla hasta la entrada del coño. Restriego con suavidad y corto recorrido sus labios media docena de veces con mi capullo, consiguiendo unos cuantos suaves quejidos de la excitada hembra, a la que noto muy mojada. Me detengo y en apenas unas décimas de segundo la polla resbala hacia el interior del empapado chocho.

Quedamos los dos quietos durante unos segundos, lo que me permite fijarme en Liang, completamente desnuda, sentada también en una de las incómodas e inestables sillas de madera, tocándose el sexo con una mano, mientras la otra recorre las tetas de manera un tanto apresurada, sin dejar de mirarnos, como siempre.

Pepa sigue con sus manos sobre mis hombros, ha empezado a moverse arriba y abajo, con fuerza y rapidez, intentando que la follada sea profunda, de ritmo sostenido, a pesar de que la postura no sea la mejor. Recoloco mi cuerpo y consigo bajarlo lo suficiente para que esté más cómoda, lo que se refleja en una mejora del metisaca. Agarro con fuerza sus duras nalgas como si mis manos fueran dos tenazas, ayudo a subir y bajar su pelvis, mientras empujo hacia arriba para intentar clavarle la polla lo más dentro posible.

Se entremezclan los sonidos de nuestras agitadas respiraciones y los débiles constantes quejidos de la mujer cada vez que yo empujo, el chop-chop provocado por los jugos sexuales de Pepa, el ruido quejumbroso de la silla, lo que pueda estar diciendo Liang en su idioma…

De repente, Pepa se detiene en seco durante unos instantes, lanza un grito prolongado, ronco, en voz baja, que parece salir de los más hondo de su cuerpo, y subiendo poco a poco el nivel de decibelios, se corre de manera verdaderamente escandalosa durante los muchos segundos que su coño aprieta mi polla, con una serie de contracciones de distinta intensidad que me llevan a no poder aguantar más. Ahí va mi semen. ¡Qué bueno!

¡Joder, qué pasa! La silla de tijera no ha aguantado más. Nos hemos caído al suelo Pepa y yo. La verdad es que nos hemos llevado un buen golpe, en especial por la sorpresa en mitad del atontamiento propio de después de un estupendo orgasmo. Menos mal que nos hemos corrido antes del derrumbe.

Liang está también en el suelo, pero muerta de risa, mirándonos y haciendo todo tipo de muecas y aspavientos como nunca la he visto. Bueno, por lo menos sé que también es capaz de reír a mandíbula batiente.

—Tú amigo mucho bueno, follas chicas guapas para mí y me haces rmucha risa. Amigo mucho bueno, sí

Vaya manera de terminar mi historia en «La mirada feliz». La echaré de menos, seguro que sí.

 

►Fin de la 2ª parte ►FINAL del relato

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