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Hombre lobo no soy, pero

en Confesiones

Hombre lobo no soy, pero…

Recomiendo los baños de luz de luna, no sé, a mí es como si me provocaran una especie de recarga de mis pilas vitales, físicas y psicológicas. Deberíais probar.

Hoy hay luna llena, verás la que me voy a montar con Elsa, está claro que no se me escapa, le tengo ganas, joder si tengo ganas de follarme a esa mujer. No sé si me lo planteo como una venganza por su total falta de aprecio hacia mí —más bien debiera decir desprecios— pero desde luego que le voy a meter la polla hasta por las orejas. Y lo mejor de todo es saber que ni podrá decir no ni intentar pasar de mí, hará lo que yo quiera que haga sin ser consciente de mis manejos ni del poder mental que tengo sobre ella.

La fiesta en la playa está siendo molona, tranquila, sin desparrames, pero con buena música, buenas copas, muchas guiris con ganas de marcha, están pasando buen costo y, para mí lo mejor, la luna llena en su total esplendor, bañándolo todo con su luz mágica, sintiendo en cada poro de mi piel la fuerza que me da, la confianza que me transmite, el maravilloso poder que me confiere. Bendita sea la luna.

Ahí está Elsa, con esas dos amigas que siempre revolotean a su alrededor como si la estuvieran protegiendo. ¿Será verdad que se lo montan entre las tres?, bolleras no son, a todas les he conocido novios y rollos con tíos, las he visto darse el lote en la playa y en discotecas, pero nunca se sabe, por aquí está muy de moda ser bisexual o actuar como swinger. Si por ahí lo van contando, quizás sea cierto. Qué guapa y atractiva está con esa camiseta de tirantes que deja entrever sus tetas sin sujetador y la minifalda tan pequeña que todo lo enseña. La hostia, ya estoy cachondo. Me voy a hacer el encontradizo, realmente nunca me ha hecho ningún caso, pero tampoco ha sido especialmente maleducada o grosera conmigo, al menos me saluda amablemente.

—Buenas noches, Elsa, ¿qué tal estás?

—Hola, Jaime, tú siempre en todas las fiestas

En ese momento se vuelve a mirarme con una bonita sonrisa en los labios, así que aprovecho para mirarle a los ojos y mentalmente, sin pronunciar palabra alguna, digo dentro de mí:

—Te gusto, soy irresistible para ti, estás deseando follar conmigo

La expresión de su cara cambia, me mira con interés, con sus dos grandes ojazos bien abiertos, se acerca los dos pasos que nos separan, me da dos besos en las mejillas, me coge las manos con las suyas —sus dos amigas no se lo pueden creer, la cara de sorpresa que ponen es para sacarles una fotografía— e inmediatamente después me da un beso suave en los labios al que siguen unas cuantas risas y otro beso más a tornillo, como se lo dan un hombre y una mujer que se desean, se tienen ganas y están tonteando para tener sexo. Lo he conseguido, no lo había dudado ni por un momento.

Quiero moverme un poco por la fiesta, que la gente me vea con Elsa, pasearme en su compañía, que se den cuenta que está conmigo, que parezca evidente que vamos a follar. Y eso hacemos, cogidos de la cintura caminamos entre conocidos y desconocidos, saludando, parándonos un momento a hablar con quienes sabemos quiénes son, besándonos de vez en cuando —le toco el culo de forma discreta, aunque no lo suficiente, quiero que todo el mundo se dé cuenta— bailando en alguno de los corrillos, compartiendo unas caladas. Estoy disfrutando como nunca. Sus amigas se han quedado de piedra, siguiéndonos con la vista, cuchicheando —próximamente igual me ocupo de ellas, están buenas, así que ya veremos— sin creer ni entender la reacción de la guapa Elsa, a quien he ido llevando a su ánimo todo lo que ha hecho, simplemente fijando mis ojos en los suyos y dándole órdenes sin hablar, diciendo en mi interior lo que quiero que haga, gracias al poder mental que me ha dado la luna llena. Ha llegado el momento de follarme a esta tía.

Hemos ido caminando hacia una parte de la playa cercana a una línea de árboles, lugar en donde se adivinan más que se ven varias parejas follando, diseminadas, cada uno a lo suyo. La leve suave brisa y el sempiterno presente ruido del calmado mar no evitan que se oigan algunos quejidos, jadeos, exclamaciones, que parecen flotar en el ambiente porque es casi imposible identificar de donde vienen, a pesar de la luz intensa que emite la luna en su apogeo. Junto a un par de retorcidos pinos, Elsa y yo nos detenemos, nos volvemos a besar e, inmediatamente, nos desnudamos.

¡Qué mujer!, vaya cuerpazo. No sé si ya he dicho que es alta, delgada, muy rubia, guapa, de rasgos finos y atractivos, en especial unos grandísimos ojos azules y una boca preciosa, grande, de labios anchos, sonrosados, escondiendo una blanca dentadura perfecta. Se aparta con uno de sus habituales elegantes gestos el pelo de la cara —media melena sin llegar a los hombros, pelo rubio, liso, brillante, amarillento como trigo en sazón, peinado hacia atrás— y se queda mirándome, sonriente, pero sin decir nada ni moverse.

Las tetas de Elsa son espectacularmente perfectas, no demasiado grandes, redondeadas, parece que se caen hacia arriba, como si de ellas estuvieran tirando los pequeños pezones rosados, redonditos, situados en el mismo centro de una pequeña areola levemente granulada, también de tono rosado, que contrastan agradablemente con el suave moreno de su piel. Del tamaño justo, duras, fuertes, mórbidas, levemente bamboleantes al caminar, como un flan en el plato que llevas de la cocina a la mesa, qué excitantes son.

Todo el cuerpo de esta rubia hembra es levemente musculado, como el de alguien acostumbrado al ejercicio físico habitual.Toda su piel es impecable, sin mancha ni marca alguna, de un bonito suave tono moreno, al igual que el cutis, obtenido en largas horas de exposición al sol.

Las musculadas largas piernas están perfectamente torneadas, sujetas en las altas redondeadas caderas, que por delante albergan el abultado sexo protegido —cosa curiosa dado que la moda por aquí es depilarse por completo el pubis— por una mata de vello púbico muy rubio, rizado, denso, recortada y arreglada por los lados, y por detrás un culo respingón, alto, fuerte, redondo como un melocotón, cuyas dos medias lunas están separadas por una fina y apretada raja que se abre al final en una especie de mágico triángulo que permite ver el apretado ojete, también de tono rosado, y el final de los labios vaginales.En conjunto me parece un bellezón.

Mi intención primera es follármela sin necesidad de estar ordenándole mentalmente lo que tiene que hacer, pero tras un par de babosos besos en los que apenas ha colaborado, o al menos sin la pasión que me hubiera gustado, y dado que no parece ser un volcán sexual —ni siquiera me ha tocado la polla todavía— miro a sus ojos y sin decir palabra digo que vamos a follar con ganas y ambos vamos a gozar. No quiero decirle más, quiero saber cómo responde por sí misma.

Nos hemos tumbado en el suelo, me vuelvo hacia ella e inmediatamente me pongo a mamarle las tetas, suavemente durante unos segundos, y con mucha más intensidad a continuación. Son un festín, con esa especie de atracción magnética que tienen unos pechos de piel tersa, suave, elástica, flexible y al mismo tiempo fuerte, dura.  ¡Cómo me gustan!, es como si existiera un suave pegamento invisible que une mis labios y sus tetas maravillosamente mórbidas.

Toco su sexo y es evidente que está excitada, mojada, mucho, pero desde el primer momento ni se ha movido, simplemente se deja hacer sin poner nada de su parte, salvo su cuerpo, claro está, y una sonrisa siempre presente en su rostro.

Tengo la polla como el mango de una pala, así que se la voy a meter para buscar mi orgasmo. Subo sobre ella, me ayudo con la mano derecha e introduzco la polla lentamente, sin dejar de empujar de manera constante. Es un coño suave, muy mojado, caliente, acogedor, diría yo. Da un pequeño respingo la primera vez que le doy un pollazo profundo, pero sigue sin colaborar demasiado, me abraza, pero se limita a seguir abierta de piernas mientras yo empujo adelante-atrás cada vez más deprisa, hasta que me corro eyaculando dentro de su chocho. No sé si ha sido o no una buena corrida, estoy confuso, esperaba otra cosa, aunque me alegra saber que ella también se ha corrido, según me dice, porque ni me he dado cuenta.

Según nos estamos vistiendo decido quedarme con las mínimas braguitas tipo tanga de color amarillo que llevaba puestas. No sé, como si fuera un trofeo de caza perseguido durante mucho tiempo.

Hemos vuelto a la fiesta de la playa por el camino más corto, aunque sin ninguna prisa, de nuevo he querido que todos sepan que me la acabo de tirar. Nos despedimos con un beso suave en los labios, miro a sus ojos y llevo a su ánimo, al decirme sin palabras a mí mismo, que nos vemos dentro de dos días cuando ella salga de trabajar, para irnos a follar a su casa. Me marcho de la playa y ella se dirige hacia la fiesta, a encontrarse con sus amigas.

Estoy decepcionado, tanto tiempo detrás de esta mujer y a la hora de la verdad follando es más sosa que una muñeca hinchable. Menos mal que mi poder mental me va a asegurar tirármela cuando yo quiera y como quiera, ya la entrenaré en lo que más me gusta o en lo que me apetezca, pero no sé, pensaba que una tía tan buena debía ser más pasional, más caliente, más puta, incluso.

Me parece que debería dar algunas explicaciones. Me llamo Jaime, treinta y siete años, soltero, sin familia directa, estudié enfermería y saqué plaza en el hospital general de un importante pueblo —poco menos de veinte mil habitantes— del levante almeriense, a donde voy todas las mañanas temprano porque vivo en la playa a unos veinicinco kilómetros. También he abierto, junto con una amiga compañera del mismo hospital, una clínica de esas de las de todo un poco: médico, practicante, dentista, podólogo, control de la presión arterial, del azúcar en sangre, curas, vacunaciones… e incluso veterinario para las muchas mascotas de la zona. La clientela es extranjera en su mayor parte y como hemos tenido bastante éxito —trabajamos con varias aseguradoras presentes en la zona— mi vida es buena, económicamente hablando. En la clínica conocí a la rubia holandesa Elsa, porque es dentista y la tuvimos contratada unos meses, hasta que se cansó de mis intentos de ligar con ella y se marchó a trabajar a otro lado.

No soy ningún guaperas de película. Moreno de pelo y piel, mido uno setenta y dos, delgado sin exagerar, vello abundante en pecho, pubis y piernas, con algo de tripita cervecera, me dicen algunas mujeres que estoy bien, que soy resultón, simpático, con una llamativa cabellera negra poblada y fuerte, con bonitos ojos oscuros, pero aquellas que más me han interesado desde un punto de vista físico, sexual, no me han hecho caso cuando a ellas me he acercado. Puedo contar a mi favor que estoy  dotado con una polla de dieciocho centímetros y medio por cinco de ancho, recta, tostada, con un capullo muy grande en forma de campana, y, sin ánimo de ponerme medallas, con capacidad de aguante y control, además de recuperarme con cierta facilidad para echar más de un polvo. Las tías se lo pasan bien conmigo cuando follamos, me consta.

A comienzos de año, una noche de viernes me pasé mogollón con los gintonics y los porros tras un nuevo intento fallido de acercarme a Elsa en una de las discotecas playeras. Cogí el coche —un pequeño todoterreno japonés que los días de calor se puede hacer descapotable— y me puse a conducir por las carreteras del interior, muchas de las cuales son simples caminos de tierra que ni se sabe en dónde acaban. Subo a un monte pelado desde donde se tiene una vista panorámica de las playas y pueblos de la zona y sigo fumando un porro, desnudo sobre una losa, gran piedra lisa que guarda el calor del sol, recibiendo la luz de la impresionante preciosa luna llena de esta noche. Aunque estamos en enero no hace ningún frío o yo no lo noto.

Me quedo dormido, al despertar, tres parejas de maduros con aspecto de hippies de los años sesenta están a mi lado, desnudos como yo, fumando yerba y bebiendo un cocimiento que aquí mismo preparan en un mínimo fuego. No tengo ni idea en qué idioma hablan —soy capaz de comunicarme bastante bien en inglés, francés, italiano, tengo cierta facilidad para los idiomas, por estas zonas de playas se practica bastante con los muchos residentes extranjeros que hay— me saludan amigablemente, me pasan uno de sus porros —va cargadito, sí señor— y por gestos me dan a entender que les gusta la luna llena, que les da fuerza o algo así. Me dan un vaso de cristal con el líquido que beben —amargo, como si fuera un té moruno áspero, de buen sabor y olor fresco, quizás por llevar menta o yerbabuena— y el hombre que está a mi lado me acerca junto a una de las mujeres —como de cincuenta y cinco años, larga melena muy rizada, despeinada, grisácea, con hebras blanquecinas, más alta que yo, ancha, con unas tetas muy grandes que parecen balas de cañón, muy juntas, caídas, con unos pezones tremendos, tiesos y duros que apuntan hacia abajo. Caderas altas, anchas y grandes, cintura casi desaparecida por un michelín que no le hace del todo feo, una mata de vello púbico muy densa, de color gris, tapa por completo su sexo. El culo es grande, en forma de pera, parece todavía duro y apretado, al igual que la raja que separa las nalgas. Se continúa en muslos anchos y fuertes sujetos por piernas largas también fuertes. No es ninguna jovencita pero me parece que está potable, se ríe porque tengo una erección incontrolada que me ha puesto el rabo tieso y duro como en las mejores ocasiones, apuntando hacia arriba y a la izquierda, y sin dudar ni un momento se dobla por la cintura, baja la cabeza hasta llegar a mi polla y se la mete en la boca tras sujetarla con una de sus manos. En pocos instantes me está haciendo una mamada increíblemente buena, sólo con la boca, sin utilizar las manos, con las que se está sujetando a mis nalgas, a buen ritmo, mirándome a los ojos casi constantemente con lo que me parece una expresión ausente, bobalicona, adelante y atrás, metiéndosela entera a cada poco rato, parándose un par de segundos y volviendo al capullo, para seguir enseguida con la mamada de toda la polla.

Otro de los hombres hace un gesto a una de las mujeres —tiene aspecto de ser algo más joven, muy alta y delgada, lleva el pelo rubio pajizo muy corto, ojos claros de gran tamaño, pequeñas tetas picudas, un llamativo culo de nalgas pequeñas, duras, redondeadas, de aspecto masculino, piernas muy altas y delgadas, entre cuyos muslos se adivina un sexo sin ni un solo vello púbico que lo esconda— se sienta sobre la losa en la que todos estábamos tumbados, hace que la hembra se siente sobre su tremendo largo pollón, que tiene bien enhiesto, ella se ayuda de la mano para metérselo en el coño, se lo acomoda, se sienta y ambos se ponen a mirarnos apenas sin moverse, tomando el líquido que todos hemos estado bebiendo, pasándose un nuevo porro y atento a la mamada que me está pegando la mujer gruesa, a la que el hombre que está a nuestro lado sujeta el cabello con la mano para dejarle libre la cara y que todos podamos ver cómo se trabaja la mamada cojonuda que me hace, que me está pareciendo la mejor de mi vida. La tercera de las parejas —probablemente ambos tienen más edad que los otros, la mujer parece sesentona— está follando en la parte más alta de la losa, con el hombre tumbado boca arriba y la mujer a horcajadas sobre él, apenas moviéndose, tomándose con mucha calma el polvo, sin dejar de beber de vez en cuando un trago del cocimiento, también compartiendo un porro, hablando en ese idioma que no entiendo, dando algunos gritos que creo van dirigidos hacia la luna que nos ilumina.

El hombre deja de sujetar el cabello de la experta comepollas, nos separa, nos coge a ambos de la mano y nos lleva de nuevo a la gran piedra lisa, hace que me apoye en un lateral con  espalda y culo, la mujer se acerca, se da la vuelta quedando doblada por la cintura, y dirige con su mano mi polla hasta meterla en el empapado chocho, con su boca a la altura de la larga y fina polla que sin miramiento alguno le mete su compañero de un solo golpe de riñones. Inmediatamente la mujer parece convertirse en una atracción de feria perfectamente sincronizada, mamando la polla del hippie sujetándose en sus muslos con las manos, moviéndose adelante y atrás sobre mi polla en un metisaca rápido, fuerte, profundo, constante, con las grandes tetas bamboleando y entrechocando entre ellas como si fueran campanas tañendo. Es una artista de la follada ésta hembra madura de cabellos grises.

Me sujeto a las caderas con las dos manos para empujar con ganas, buscando mi necesaria corrida, subiendo el ritmo, con un buen recorrido pero sin sacar la polla en ningún momento, empieza a parecerse a un polvo tipo conejo, hasta que me llega el necesario ansiado orgasmo, largo, sentido, muy fuerte. Ohhh, qué bueno, qué gusto me da. Me corro dentro del coño eyaculando buen número de chorros de semen, notando al mismo tiempo que la mujer tiene espasmos de distinta intensidad en su vagina, señal que también se ha corrido, aunque nada dice porque el tipo que se la tiene metida en la boca le ha sujetado la cabeza con las dos manos y se corre muy al fondo de su garganta, gritando igual que yo, dejándosela dentro durante un buen rato, haciendo gestos con brazos y manos hacia la gran luna llena que parece haber crecido de tamaño durante nuestro polvo.

Las otras dos parejas comentan entre ellas en voz alta e incluso aplauden, haciendo también gestos dirigidos hacia la luna, como si de alguna manera la estuvieran adorando, lanzándonos besos y siguiendo ambos con sus sendas lentas, suaves y casi inexistentes folladas.

Me estoy recuperando, bebo del líquido áspero —me está gustando— que me trae la mujer, quien se acerca, me besa en los labios, acaricia mi cara varias veces e inmediatamente polla y testículos, suavemente, también el culo, vuelve a besarme en los labios y después repite los mismos gestos que hicieron sus compañeros hace unos momentos en dirección a la luna, sonríe antes de ir a tumbarse sobre la losa, tomando baños de luna, se me ocurre. Creo que debo irme, se me ha pasado bastante la borrachera, se ha levantado algo de aire, tengo frío, y para ir a casa tengo que hacer unos cuantos kilómetros por malas carreteras. Me despido de todos acercándome y diciendo adiós, el hombre con el que he compartido la follada me da la mano, señala hacia la luna y pone en mi mano unos papeles y una bolsa de plástico en la que hay yerbas, supongo que las del cocimiento que hemos bebido. Me abraza y hace indicaciones para que lea lo que contiene el papel que me da —parecen palabras de distintos idiomas— me pone la mano sobre la frente durante unos segundos, como si me estuviera bendiciendo, de nuevo me abraza, y se vuelve  para tumbarse a recibir la luz de la luna. Me he dado cuenta —la luz blanco-grisácea de la luna es vivísima e ilumina perfectamente— que todos los hippies llevan el mismo tatuaje en su espalda, a la altura del omóplato, no demasiado grande, como del tamaño de una moneda de las antiguas de cincuenta pesetas, creo que es un dibujo bastante elemental que representa un círculo con una tela de araña que en su centro tiene otro pequeño círculo.

Menos mal que mañana, ya hoy, es sábado y no trabajo —he tenido varias guardias durante las fiestas navideñas— me está haciendo falta dormir. Me he pasado con el alcohol, pero bueno, la noche ha terminado bien, con una corrida cojonuda. Espero no haber cogido un resfriado ni algo peor. No estaba la cosa como para exigir un condón, que por otra parte yo no suelo llevar.

Al despertar ya pasado el mediodía, según tomo café evaluando el nivel de resaca que tengo —alto, muy alto— reparo en que dejé yerbas y un folleto sobre la mesa de la cocina. No sé en qué idioma está escrito, al final hay una imagen idéntica al tatuaje de los hippies nocturnos.

Pablo es profesor en el instituto del pueblo en donde trabajo, además de mi mejor amigo, es el dueño de un exitoso local —un bar de aperitivos y copas situado en un gran patio anexo a su casa, dentro del cual hay una librería— y, dicho como mérito, es un tipo verdaderamente culto. Lleva en secreto su homosexualidad —hace bien, por aquí lo de salir del armario quizás sólo le traería complicaciones y malos rollos— y a él me dirijo para ver si sabe qué idioma es el del pequeño folleto.

Esto es esperanto, seguro. Déjamelo unos días y te lo doy  traducido, por el local viene un matrimonio francés esperantista. La tela de araña es una antiquísima representación de la luna y del poder que tiene sobre los seres humanos

Un rato después me llevo una pequeña sorpresa, bueno, una gran sorpresa. He cogido la bolsa con las hierbas que me dio el hippie y las llevo al laboratorio de análisis del hospital, por si un compañero botánico que ahí trabaja las puede identificar. No está mi amiguete, pero sí Rocío, la directora del laboratorio, una mujer de cabello muy rubio de poco más de treinta años que se trasladó hace unos meses desde Sevilla, de estatura alta que ella se complace en aumentar con zapatos de tacones increíbles, guapetona, famosa tanto por su mal carácter y lo mal que ha tratado a todos aquellos que le han tirado los tejos, como porque está muy buena. Que se sepa no tiene pareja, ni hombre ni mujer. Me responde sin apenas prestarme atención, al marcharme tropiezo con una silla y se vuelve para mirarme a los ojos con cara de verdadera mala leche, momento en el que yo estaba pensando que me gustaría que me hiciera una mamada con esos excitantes bonitos labios chupones que tiene. Joder, se levanta, deja lo que está haciendo, se dirige hacia mí —por un momento temo que sin darme cuenta lo haya dicho en voz alta y me golpee— y ante mi pasmo más absoluto, agarra mi paquete con la mano derecha, apretando un poco, valorándolo, sonriendo.

Ven aquí, te la voy a mamar

Me lleva cogido del brazo como si me fuera a escapar hacia un cuartito que se utiliza como almacén, cierra la puerta por dentro, desabrocha el cinturón de los pantalones, en pocos segundos tengo la polla fuera, todavía no crecida del todo —no sé si me inhibe algo la situación— se pone ante mí en cuclillas, acaricia varias veces mi tranca, sonríe de nuevo, e inmediatamente se pone a lamer el capullo con su ensalivada lengua. Mi confusión no tiene límites cuando tras un buen rato de excelente mamada en la que se ayuda con el sube-baja de la mano, eyaculo en su boca, se traga con gusto mi semen, parece saborearlo como si fuera un manjar antes de limpiar cuidadosamente la polla con la puntita de la lengua, me la guarda y me despide diciendo:

Espero que vengas por aquí de vez en cuando, me gusta la leche de hombre y tú tienes buena polla, de esas que parece que me llenan la boca. Cuando vengas, que sea con el depósito lleno, por favor

Hay días en los que la suerte parece señalarte con su dedo o algo raro ocurre, anda que si esto lo cuento, me ingresan en la planta de psiquiatría, no se lo cree nadie. Al salir del hospital, por si acaso, compro un cupón del sorteo de esta noche de la ONCE, en el quiosco de Cecilia, una invidente muy simpática que siempre me está vacilando.

Ceci, como toque este cupón ya te pago yo el teléfono móvil ese que tanto te gusta

Rumboso, Jaime, si no toca, que se le va a hacer, te invito yo a unas copas, y después… lo que surja

Yo ni me acordaba. Pasadas las doce de la noche me localiza telefónicamente Cecilia en mi casa a punto de irme a la cama.

—¿Has visto el sorteo?, me parece que alguien me debe un teléfono nuevo. Pablo me ha dado el número de tu móvil. Bueno, yo te debo unas copas, ¿te parece mañana después de cenar?

Joder, joder. No me lo puedo creer. El cupón tiene un premio de treinta y cinco mil euros.

Cecilia es ciega de nacimiento, vive con una hermana soltera en el centro del pueblo, en la casa que fuera de sus padres, conocidos alfareros, cuyo horno todavía funciona y siguen vendiendo productos de alfarería con bastante demanda en decoración, la cocina tradicional, típicos recuerdos turísticos. Divorciada —se casó con casi cuarenta años, su matrimonio duró poco porque el marido era aficionado a darle palizas y gastarse en borracheras todo lo que ella ganaba— sin hijos, es de una simpatía y jovialidad desbordantes en todo lo que dice y hace, aunque no es ninguna jovencita, estará rondando los cincuenta años. Se comenta que es fácil follársela, que no se corta ni un pelo, pero vaya usted a saber, el cotilleo malsano es por aquí el entretenimiento más extendido.

Después de la cena llego al local de Pablo en donde me está esperando Cecilia, quien me lleva un par de copas de ventaja. Nos reímos mucho, invito a una ronda a varios conocidos por aquello de la buena suerte en el sorteo y dos gintonics después es la mujer quien al oído me dice:

Acompáñame a casa, no quiero beber más. ¿Quieres que follemos?, estoy cachonda

Un par de besos guarros en mi coche, rápidamente echa mano a mi paquete, dice que le gusta lo que toca, llegamos rápidamente a su casa, otro par de besos de tornillo antes de entrar en su dormitorio y una advertencia por su parte:

Deja encendida la lamparita de la mesilla, no te molestes si mi hermana nos mira desde la puerta de la alcoba, se excita con eso y se hace unas pajas tremendas

Físicamente se puede decir que es una mujer rotunda, de estatura algo baja, morena de piel y cabello que suele llevar muy corto, peinado con raya a un lado y flequillo largo, casi siempre teñido de negro muy oscuro y brillante. No es guapa, la falta de vida en sus ojos oscuros y los párpados casi siempre cerrados no le ayudan nada, a pesar de su gran simpatía, pero no cabe duda que tiene buen cuerpo de mujer madura.  

Tetas grandes, altas, pitonudas, separadas, ya algo caídas, no sé, como si fueran dos grandes melones que en su punta tienen pezones cortos, gordezuelos, de color marrón oscuro, al igual que su gran areola, apuntando hacia los lados. Es ancha, no especialmente gruesa, aunque le sobran quilos en su estómago cervecero. Lleva rasurado el pubis sin vello alguno, enseñando un tatuaje —una rosa de los vientos de tamaño grandecito— situado justo bajo el ombligo, además de labios vaginales anchos, abultados, del mismo color marrón oscuro de los pezones. Culo ancho, bastante grande, en forma de pera, con las nalgas separadas por una oscura profunda raja, que se abre al final para mostrar el redondeado ojete, grande, apretado, amarronado. Muslos fuertes, anchos, algo gruesos, continuados en piernas del mismo estilo.

Según sus propias palabras, para ver cómo soy recorre todo mi cuerpo con sus dos manos, primero, y con labios y lengua, después. Sonriendo, sin dejar de hablar en ningún momento, valorando todo lo que toca y lame, diciéndome que estoy bueno y que ya me tenía muchas ganas. Se entretiene en mis pezones chupando, mordisqueándolos, no se corta en valorar mi culo de igual manera, y cuando llega a la polla me da un largo repaso con la lengua, con mucha saliva.

Seguro que sabes que tengo fama de ser algo puta, luego me das tu opinión

Me ha pedido que me tumbe boca arriba en la cama, en ningún momento suelta mi rabo — dice que eso le sirve de referencia— me besa varias veces, vuelve a ocuparse con la boca de mis pezones y poco después baja hasta ponerse a mamarla de nuevo. Lo hace muy bien, con práctica y maestría, tanto que como me descuide voy a correrme ya mismo, así que le pido que follemos, tarda un poco en dejar de comérmela, por lo que tengo que tirar hacia arriba del pelo, se sube sobre mí, me da un muerdo guarro y ensalivado de película porno y después coloca las rodillas a ambos lados de mis caderas —sin dejar la polla de su mano— e introduce mi sensible rabo en su chocho, empapado, caliente, acogedor. Se mueve un poco a derecha e izquierda, acomodándose, da varios quejidos de complacencia, pone ambas manos sobre mi pecho e inmediatamente comienza a cabalgarme con total soltura, como si lo hiciéramos a menudo y estuviéramos totalmente acostumbrados el uno al otro. Me está pegando una follada cojonuda, arriba y abajo, a derecha e izquierda, en círculos, se mueve de puta madre, apretando la polla con su chocho, manteniendo el ritmo —tiene práctica, sí señor— sin dejar de hablar y dar exclamaciones, quejidos, grititos de excitación.

La hermana de Ceci está apoyada en el marco de la puerta, mirándonos fijamente, completamente desnuda, con la mano izquierda sobándose las tetas —muy grandes, como morenas hogazas de pan, aplastadas, caídas hacia abajo y hacia los lados— estirándose de los pezones, la mano derecha casi escondida en su sexo, entre la tremenda mata de vello denso, rizado y oscuro que tiene. Deprisa, yo diría que al mismo ritmo con el que follamos su hermana y yo, se está haciendo un pajote de categoría acariciando con tres o cuatro dedos la zona de su clítoris. Me gusta que esté ahí mirando, me da morbillo, así que intento aumentar la velocidad, me agarro muy fuerte a las nalgas de Cecilia, como si mis manos fueran pinzas, empujo con las caderas dando golpes de riñón hacia arriba al mismo tiempo que ella cae sobre la polla, percibe claramente mi cambio de ritmo.

—¿Está ahí la guarra de mi hermana?, te pone que nos mire, eh. Igual luego te lo montas con ella, traga con todo, esta sí que es perra

Hemos incrementado la velocidad de la follada, en la habitación hay una mezcla de sonidos provenientes de nuestras respiraciones y jadeos, de los ruidos producidos por el choque de nuestros cuerpos, del crujir de las maderas de la gran cama sobre la que estamos. La primera en correrse es la hermana de Ceci, que da un ayayay en voz alta, prolongado, con altibajos, hasta que deja de tocarse y se marcha del lugar que ha ocupado en la puerta durante todo el tiempo. Inmediatamente voy yo, eyaculo dentro del coño de Ceci como si fuera una fuente de semen, con un orgasmo largo, profundo, muy sentido, y según estoy terminando, oigo un suave grito, en voz bastante baja, durante muchos, muchos segundos, al mismo tiempo que mi polla ya medio morcillona nota los muchos apretones y pellizquitos que provocan los espasmos de las paredes vaginales de Cecilia. La leche, me parece que ha sido buena la follada, para los tres. Me voy, estoy muy cansado.

Dos días después, muy temprano, he ido hasta Lorca para comprarle a Cecilia un teléfono móvil de ultimísima generación, un moderno reproductor de audiolibros en mogollón de formatos distintos y la radio que mayor y mejor número de emisoras musicales sintoniza. Lo agradece delante de los muchos vecinos que le están comprando cupones para distintos sorteos —dinero llama a dinero— y un poco más discretamente quedamos para el próximo domingo en su casa, después de comer. Me gustó el polvo de la otra noche.

A la hora del aperitivo estoy tomando una cerveza en el bar de Pablo —la mujer italiana que prepara las tapas, Lina, es una verdadera artista, están cojonudas y los fines de semana se desplaza gente desde toda la comarca para comerlas, por cierto, no me puede ni ver, me tiene manía y Pablo hasta me gasta bromas sobre si no escupirá sobre mis tapas o algo peor— quien me hace una seña y paso al pequeño despachito que tiene en el almacén, me da un par de folios escritos a mano en donde figura la traducción del folleto escrito en esperanto.

Mis amigos franceses dicen que es un esperanto muy elemental o quizás antiguo y no todo lo han entendido

A grandes rasgos, tras una serie de loas y consideraciones acerca de la luna como diosa y su influencia sobre hombres y mujeres, se dice que la luna regala su poder y da buena suerte a cualquier hombre que reciba su luz en la noche de la luna llena del lobo y eyacule dentro de una mujer que no pueda concebir durante la celebración de un esbat. Las noches de luna llena del lobo hay que recibir los rayos de luz de luna para mantener esos dones otorgados por la diosa blanca. Quien recibe ese poder puede manejar a cualquier persona simplemente mirando a sus ojos y diciéndole sin hablar, sin pronunciar palabra alguna, lo que quiere de ella. En un primer momento me quedo a verlas venir, no entiendo nada, pero Pablo me dice que ha estado investigando un poco en internet, que hace unos días —el sábado que me emborraché y follé con la cincuentona hippie— fue la luna llena de enero, conocida como luna del lobo y un esbat es algo así como una reunión de sexo en grupo, sin mayor compromiso que follar, divertirse y pasarlo bien. Me hace una broma sobre si me habré convertido en mago o hechicero, dado que conoce la historia, y nos vamos a la barra a tomar otra cerveza.

Me río para mí mismo —la verdad es que estoy un poco alucinado sin dejar de ser escéptico— cuando caigo en la cuenta de las coincidencias que me han ocurrido, según el manoseado folleto, y sin poderlo evitar miro a los ojos a Pablo y le digo en mi interior que me invite a comer en un restaurante cercano que a mí me gusta mucho. Joder, dicho y hecho, mi amigo me dice que nos vayamos a comer que paga él. La leche, no puede ser verdad.

En la casa de comidas Pablo me ha seguido contando lo que ha conseguido saber acerca de lo que pone el folleto, del dibujo de la tela de araña, de distintas religiones antiguas y modernas de adoradores de la luna y cosas así. Muy interesante, entretiene mi curiosidad, pero en alguna esquina remota del cerebro no dejo de pensar si será verdad y yo tengo ese poder mental. No estaría mal. Cuando pide la cuenta poso mi mirada en los ojos del dueño, me digo a mí mismo que nos tiene que invitar y así sucede. Joder, no me lo puedo creer, ni casi nadie, porque tiene fama de ser más agarrao que un chotis, lo va a comentar medio pueblo y el otro medio lo va a envidiar.

Quiero probar algo más, estoy ansioso, al mismo tiempo escéptico y un puntito ilusionado. Son pajas mentales, pero… Uno de los camareros, hijo del dueño, es un joven rubito muy guapo, adicto al gimnasio, sé que a Pablo le gusta mucho, algo han tonteado en alguna fiesta, pero no han ido más allá. Le pido que nos ponga un par de gintonics y cuando el guapo joven los trae a la mesa, fijo mi mirada en sus ojos mientras comentamos cualquier chorrada futbolera —los dos somos fervientes seguidores madridistas— mentalmente le digo que está deseando ligar con Pablo y follar con él. De manera muy disimulada han quedado para esta noche. ¿Será verdad lo de la luna? Si fuera cierto, en lo primero que he pensado es en convencer a la rubia Elsa para que folle conmigo, anda que no le tengo ganas desde que la conozco.

O me estoy volviendo loco dejándome llevar de manera apresurada por una muy remota posibilidad relacionada con algo desconocido, acientífico, irreal, ilógico, insensato incluso, o lo de la luna llena es verdad. Tengo que probar, joder, me están entrando una desazón y una ansiedad que yo mismo pienso que estoy mal de la cabeza.

Mi socia en el negocio de la clínica es Charo, una de las fisioterapeutas del hospital, excelente profesional, buena compañera y mejor amiga, a la que tengo mucho cariño, simpática mujer de cuarenta y seis años, casada desde que era muy joven con el director de una agencia del banco más importante de por aquí, con dos hijas gemelas que ya están en los veintiún años y estudian en Granada. Nos llevamos muy bien, tenemos total confianza, y la verdad es que alguna vez hemos tonteado, nada del otro mundo, verbalmente más que otra cosa, vacile tontorrón, nos cogemos de la cintura como amigos, algún suave beso en los labios en vez de en las mejillas, bailes apretaos y guarrindongos en fiestas playeras, no se corta en ponerse a tomar el sol en toples si estoy yo delante, nos comentamos la vida sexual que llevamos, cotilleamos sobre gente que conocemos, cosas así. Salimos juntos de vez en cuando con otros amigos del trabajo —Mariano, su marido, pasa bastante, no sale mucho, está a la espera de su próximo traslado a un puesto de responsabilidad en la capital de la provincia— a cenar y tomar copas, lo que vamos a hacer esta noche de viernes, celebrando el cumpleaños de un compañero del hospital.

El cumpleaños, como todos, es una manera de romper el aburrimiento por parte de media docena de personas —tres mujeres, tres hombres, buenas vibraciones entre todos y algún que otro posible rollete para esta noche— que son compañeros de trabajo. Tras la cena, nos pasamos un poco de copas en el local de Pablo —nos invita a un par de rondas, está eufórico, ha follado con el rubito que le gusta y están a gusto juntos— e intento influir en los presentes para ir a una discoteca que abre toda la noche. Lo consigo, aunque no sé si será por haber mirado fijamente a los ojos a Charo y al resto, no tiene mérito, es algo que se hace habitualmente. Sorteamos quién conduce —últimamente ponen muchos controles de alcoholemia— me toca a mí y vamos todos en el gran cochazo todoterreno de Charo.

En la discoteca el desmadre está en pleno apogeo, hay gente de un par de bodas, varios grupos, así que después de un rato nos hemos ido separando de dos en dos para bailar y lo que sea. Charo y yo seguimos juntos, claro.

Tras un agarrao pelín guarro en el que me ha permitido que me restriegue pero bien, que una de mis manos se ocupe de su culo y la otra recorra disimuladamente las tetas, nos acercamos a la mesa sin hablar, no sé si demasiado conscientes de la situación, tomamos un trago de nuestras copas ya aguadas y le miro a los ojos sonriendo, diciendo para mí sin articular sonido alguno: nos vamos a ir ahora a escondernos entre las rocas, los dos estamos deseando follar.

Salimos de la discoteca cogidos de la mano, como tantas veces, andamos apenas cincuenta pasos, bajamos una pequeña escalera de troncos que conduce a la playa y a nuestra derecha quedan varios mogotes de rocas, hacia los que nos dirigimos. Hace buena noche.

Un beso ansioso, de tornillo, guarro, ensalivado, es el comienzo. Nos movemos hacia el interior de las rocas, no parece haber nadie, me apoyo en una de las piedras con Charo prácticamente tumbada sobre mí, yo diría que entregada, deseando tener sexo. Nos seguimos besando cinco o seis veces más, cada vez con más ganas, abrazados, hasta que poso mis manos en su culo, acariciando, apretando, apreciando su dureza y tamaño, e inmediatamente ella pone una de sus manos en mi paquete y la otra en el culo, los palpa con ganas, y sin decir absolutamente nada se separa un paso de mí para desabrochar el cinturón del pantalón, bajarme la cremallera y tirar hacia abajo hasta dejarlo más abajo de mis rodillas, dejándome sólo con el slip, volviendo a tocarme el paquete mientras nos damos otro largo intenso beso. No dejo que me saque la polla porque quiero ver su cuerpo desnudo y, por si hiciera falta, miro a sus ojos pidiéndole en absoluto silencio que se quite toda la ropa.

Charo es una mujer alta, cuando lleva tacones sobrepasa mi estatura, de pelo castaño claro en el que tiene algunas mechas rubias, lo lleva bastante corto, sin flequillo, con la nuca rapada y, en ocasiones, también las sienes, lo que según cuenta molesta bastante a su conservador esposo. Es guapa, no es un bellezón, pero sí atractiva. Ojos grandes verdeazulados, nariz pequeña, boca recta de labios chupones, siempre tiene una expresión amable y alegre en su rostro, lo que le granjea las simpatías de quienes con ella tratan. Es de cuerpo rotundo, delgada, pero ancha y fuerte, con bonitos hombros que dan paso a dos tetas altas, separadas, no especialmente grandes, redondeadas, musculosas, como si fueran dos grandes pomelos que en su centro portan pezones llamativos, gruesos, largos, situados en una areola de trazo discontinuo apenas marcada, de un suave color tostado. Le gusta lucir las tetas en la playa —me he puesto cachondo mirándole el pecho muchas veces, y ella lo sabe porque lo hemos hablado— y en el verano, en cuanto sale de trabajar, se quita el sujetador porque no lo necesita. Si hace mucho calor —aquí siempre lo hace— se quita también las bragas, le encanta la sensación de desnudez delante de todos, que no sepan que va sin ropa interior, aunque es consciente que sus tetas y culo no pasan desapercibidos.

De cintura alta, su estómago está levemente abombado —tiene una cicatriz algo larga provocada por un accidente laboral hace años— y enseguida se observan sus anchos labios vaginales porque se depila el vello púbico por completo, entre otras cosas para escandalizar a su marido. Su espalda recta, fuerte, siempre de un bonito moreno tostado —toma el sol todo el año, por aquí no hay problema— se ensancha levemente al llegar a las redondas grandes caderas que engloban dos nalgas fuertes, anchas, alargadas, duras, separadas por una estrecha raja, apretada, que no logra ocultar el arrugado tostado ano —casi nunca le han penetrado por el culo, según me ha dicho— todo ello sujeto en muslos largos que se continúan en bonitas esbeltas piernas.

No es ninguna joven, pero está muy bien, el desgaste físico en su trabajo, el ejercicio en el gimnasio, nadar en el mar en cuanto desaparece el frío, mantienen su cuerpo en una forma estupenda. A mí siempre me ha gustado mucho y quizás sea poco objetivo, pero los hombres de por aquí nos ponemos de acuerdo fácilmente en señalarla como una tía buena, deseable a tope.

Me quita el calzoncillo —me he puesto un slip negro muy pequeñito que apenas tapa nada porque sé que le gustan así, odia los gayumbos blancos de toda la vida— estoy empalmao como un verraco —so cabronazo, ya sabía yo que tenías un buen pollón— e inmediatamente se pone en cuclillas para besar mi nabo unas cuantas veces, acariciarlo suavemente con las dos manos, sujetarlo después con la mano derecha y metérselo en la boca a fondo, muy dentro, entero, varias veces seguidas, mirándome a los ojos, sonriendo entre chupada y chupada, ocupando la otra mano en sobar los testículos. Joder, me sorprende su actuación de hembra caliente, sobre eso no le he sugerido nada mentalmente.

Estoy salida, necesito que me folles

La arena está fría, así que Charo está apoyada con los dos brazos recogidos sobre su pecho en la pared de una de las rocas, el cuerpo apenas doblado por la cintura, la pelvis hacia afuera, las piernas muy abiertas, bien apoyadas en el suelo. Me he ayudado con la mano para llevar mi capullo a la entrada de su coño y sin mayores preámbulos se la he metido de un solo golpe de riñones, empujando de manera continuada hasta que la tiene entera dentro. Está muy mojada.

Sí, no pares, no pares

Desde el primer momento le estoy pegando una follada cojonuda, con buen ritmo, adelante y atrás, sin llegar a sacarla en ningún momento del ajustado chocho, bien agarrado a sus caderas, regodeándome en el sonido de chop-chop provocado por sus jugos sexuales y en el ruido del entrechocar de sus nalgas y mis muslos. Me gusta que hable, aunque no entiendo todo lo que dice, se queja en voz medianamente alta, dando un gemido constante que cambia a un gritito cuando llevo mi polla lo más dentro que puedo.

Lleva ya un ratito con un lamento largo que va subiendo poco a poco de nivel. Se muestra muy excitada, respirando con fuerza de manera agitada y entrecortada, hasta que da un chillido tremendo —me sorprende— que dura mucho tiempo, con altibajos que coinciden con los apretones y pellizquitos que noto en la polla, provocados por las convulsiones vaginales que tiene. Se corre con profusión de líquidos sexuales, no me pide en ningún momento que me detenga y sigo follándomela a buena velocidad, buscando mi corrida.

Apenas he debido tardar poco más de tres minutos de metisaca rápido, fuerte, profundo. Qué bueno, qué gozada, me corro eyaculando como si fuera una fuente —por un momento he pensado que quizás debiera haber sacado la polla, después he recordado que tras el parto de las gemelas quedó estéril— vaciándome y sintiendo muy profundamente mi orgasmo.

Nos sonreímos ambos, nos besamos suavemente en los labios y vamos camino del automóvil cogidos de la mano, recuperando el resuello. Antes de entrar, Charo se separa un poco y amparada por la puerta del coche se asea con unas toallitas como las de los niños. No se ha vuelto a poner la ropa interior que llevaba. Pasamos de ir a buscar a los compañeros con los que vinimos, seguro que encuentran a alguien que los lleve de vuelta, como pasa siempre.

Sentados en su coche charlamos mientras compartimos un cigarrillo rubio —no fumamos habitualmente como no sea algún porro que por aquí circulan que es la leche— mejor dicho, Charo habla y yo escucho.

Hace años que mi marido y yo apenas tenemos sexo, nunca te lo he dicho claramente porque me da reparo, pero a mí me hace falta y no me satisfacen lo suficiente las pajas que me hago casi a diario. Mariano ha sido siempre muy conservador, ya lo sabes, y en el sexo, salvo los dos primeros años tras la boda, se ha limitado a dejarme preñada en su momento y a aliviarse cada varias semanas sin poner ninguna imaginación en el asunto, encima de mí en la postura del misionero y poco más. Mis intentos de llevar una vida sexual matrimonial más continuada, variada, divertida, compartida en todo, sólo lo vio siempre como locuras mías e incluso como perversiones. Cuando me casé yo era una joven pardilla que nada sabía sobre el sexo, salvo que me gustó y quería probar más cosas. No lo sabes, pero en los últimos años he tenido dos aventuras, una con un joven residente mexicano que sólo estuvo un año en el hospital y con Alberto, mi primo el que vivía en Carboneras, de jovencitos fuimos novietes y con la disculpa de saber de la familia quedábamos una o dos veces al mes para follar, hasta que se fue a vivir a Bilbao. Bueno, una vez, una tarde, paseando por la playa ya a última hora, me pidieron fuego una pareja de simpáticos muchachos alemanes, grandes, de tamaño muy grande me parecían aquellos dos jóvenes. No pude evitar ponerme cachonda como una perra, se dieron cuenta inmediatamente, sobre sus toallas me follaron sin parar durante mucho tiempo, como quisieron, incluso abusando cuando yo decía no a algo. No sé cuántas veces se pudieron correr dentro y sobre mí, en todos los agujeros de mi cuerpo, por separado y los dos a la vez, todavía hoy me excito recordándolo, estuve dándome crema hidratante en el coño una semana, mi culo estuvo sangrando levemente durante varios días, me dolían las mandíbulas de abrir la boca a sus pollas, incluso me entró miedo y me hice las pruebas de enfermedades de transmisión sexual. Siempre he pensado en ti, no te puedo engañar, pero me ha dado vergüenza por si pensabas que soy demasiado puta y he tenido miedo que pudiéramos perder amistad si teníamos sexo

Un beso en los labios, caricias en el rostro, suaves besitos en sus ojos medio llorosos, más mimos y un muerdo de primera, preludio de un nuevo capítulo de folleteo.

Por cierto, es muy llamativo su clítoris, abultado, con un gran capuchón que intenta ocultar el crecido grueso glande, de un tamaño que nunca había visto hasta ahora. Me gusta chuparlo, mamarlo, como si fuera una polla chiquitita que da mucho gusto a su portadora. Tiene corridas bestiales cuando tenemos sexo oral, un sesentainueve con ella es uno de los mejores deportes que se pueden practicar.

Me parece que no debo considerar como prueba definitiva de la evidencia de mi poder mental lo de tener sexo con Charo. Sí, pero… apenas he tenido que indicarle nada, todo ha salido de ella y desde la noche de celebración del cumpleaños hemos quedado ya tres veces. Follamos en mi casa, dado que la clínica está muy cerca y raro es el día que no nos pasamos por ella los dos. Estoy muy contento, no sólo por follar con una apasionada mujer que está muy buena, sino porque mi amistad con Charo ha crecido, al igual que el aprecio y cariño que nos tenemos. Me gusta esta mujer.

Mi amigo del laboratorio ya ha identificado las hierbas que le dejé, así que paso a verle, me da en un folio escrito el contenido de la bolsa —son bastante comunes, fáciles de encontrar en una herboristería, por lo que me he aficionado a tomar una infusión todas las noches antes de dormir— y las proporciones en que aparece cada planta, quedo con él para tomar después unas cervezas donde Pablo, y su jefa, Rocío, cuando me ve, me hace una seña para que pase a su despacho.

Jaime, me alegra que vengas por aquí, supongo que a verme

Como me está mirando, fijo mis ojos en los suyos y pienso que ahora mismo me gustaría tirármela. Inmediatamente me lleva al cuartito en donde estuvimos la primera vez, sin hablar, sin decir nada, cierra la puerta con llave y rápidamente me quita el pijama verde —la ropa de trabajo que llevo— sin dejar de mirarme, sonriendo, con esa expresión de cachondeo que tantas veces tiene en su rostro, desabrocha su bata y se desnuda por completo. Tiene un polvo, sí señor.

Es muy alta de estatura, y lo primero que llama la atención en ella es su llamativa blanca piel, moteada de pequeñísimas pecas grisáceas muy difusas. Tiene tetas picudas bonitas, de las que se llaman de copa de champán, no demasiado grandes, separadas, altas, con pezones alargados pequeños, grises, y un cuerpo esbelto, fuerte, incluso musculado, sin ningún vello, con una espalda recta que en su final enseña un redondo pequeño culo perfecto, masculino quizás, con muslos y piernas delgados, largos, formando una atractiva torneada blanca columna. Su depilado coño sería completamente obsceno de tan desnudo que parece, si no fuera también del suave color grisáceo de los pezones, mojado, brillante, de labios muy abultados, como muy evidentes.

Resulta guapa con la cabellera muy negra —color ala de cuervo— muy corta, que siempre lleva peinada hacia atrás, sus ojos grises, como si fueran trasparentes, de gran tamaño enmarcados por cejas negras y la boca chupona que ya tiene en acción. Se ha agachado en cuclillas y me está pegando una comida de polla cojonuda. Tengo que tirarle del pelo para que deje de mamármela, y según nos estamos mirando a los ojos me digo a mí mismo que he venido a meterle la polla por donde me apetezca y no sólo a recibir una mamada.

Sin hablar se pone de pie, con los brazos estirados se agarra con las manos en una estantería de la pared, dobla en cuerpo por la cintura y me ofrece su parte trasera, con las piernas muy abiertas, de manera que veo el final de sus labios vaginales y el apretado ojete. Dudo por un momento, pero es su culo pequeño lo que me está llamando.

Le como el culo durante un ratito, lo que le produce gran excitación —qué cabrón, lo que me haces, sigue; me gusta, me gusta mucho— y a mí cierto temor por lo alto que habla y el ruido que mete. Intento dejarle el ojete bien ensalivado, pero ella aprovecha que estamos en un almacén para coger un tubo de vaselina y dármelo con una gran sonrisa en su rostro. Extiendo la untuosa crema por mi polla y también por la entrada del culo, sujeto con la mano mi tranca a la altura del capullo y lo acerco al agujero, empujando con suavidad, moviéndolo a derecha e izquierda intentando facilitarme la entrada, hasta que aprieto con más fuerza, de manera constante, y el glande penetra sin demasiados problemas, salvo quizás por el saltito que da Rocío al notarlo dentro y el quejido que de manera continuada sale de su boca, cuando bien agarrado a sus caderas, empujo con ganas para meter la polla entera. Lo consigo en pocos segundos —tío, me duele, pero no la saques, me gusta— quedo quieto durante unos momentos sintiendo la presión que recibo en toda la polla, como si estuviera rodeado de hembra por todas partes, y empiezo un metisaca constante, rápido, profundo, bueno, muy bueno, a la búsqueda de mi corrida. Joder cómo me está gustando este culito rubio.

He tenido que ordenarle mentalmente a Rocío que deje de montar el número, que no escandalice. A cada pollazo que le doy, empujando y metiéndosela lo más profundo posible, parece que la estoy matando de gusto, lo que se traduce en exclamaciones, quejidos y gritos a un volumen muy alto que, aunque me gusta y excita, no estamos en el lugar adecuado para que se explaye así.

Qué bueno es follarse este culo, guau, qué corrida, qué gusto. He llenado su culo de leche, quedo quieto durante unos breves momentos hasta que se la saco, le doy la vuelta y cuando se pone en cuclillas para chupar los restos de semen que quedan en el capullo, empieza a acariciarse el clítoris buscando su orgasmo. Debe estar muy cachonda porque tarda poco, en apenas un par de minutos se corre sin soltar en ningún momento mi polla, ya blanda, ni siquiera morcillona, pero que sigue mamando hasta que me la guardo en el pantalón.

Está muy contenta, se queja un poco de dolor en el culo, pero me parece que lo dice con la boca pequeña, así que quedamos en vernos fuera del hospital para poder follar con la necesaria tranquilidad. Vaya polvo más bueno que he encontrado en Rocío.

Estoy quemao por el mal rollo que se trae conmigo Lina, la italiana que se encarga de cocinar en el local de Pablo. No sé la razón, pero quiero solucionarlo. Después de comer voy a tomar café y como mi amigo no está —pasa todo el tiempo que puede con el  joven rubio musculitos— aprovecho para saludar a la cocinera —no le hace ninguna gracia, me pone mala cara— y según me está mirando, digo mentalmente para mí:

Nos vamos a ir los dos al despachito del almacén porque estás deseando darme gusto

Lina es una alta mujer de más de cincuenta años, de pelo corto castaño, con oscuros ojos, nariz pequeña y boca recta de labios estrechos, muy delgada, amante del sol —durante todo el año, siempre que tiene un rato libre se va a la playa o se tumba al sol en la terraza de la casa en donde vive— a quien no se le conoce pareja, bastante solitaria e introvertida, apasionada lectora de novelas policiacas en castellano, se desplaza a todos lados con una moto Vespa de color lila. Dentro del almacén me mira con cara de sorpresa, de no creerse lo que está haciendo, así que le ordeno que se desnude, mostrándose delgada, musculada, de cutis y piel morenos, totalmente depilada y con un tatuaje sobre la posición del corazón, una estrella de cinco puntas, que le da un puntito sofisticado. Se puede decir que no tiene tetas, apenas dos mínimos musculados abultamientos coronados por pezones largos y gruesos, de color marrón oscuro, dentro de una pequeña areola circular del mismo color. Todas las costillas marcadas tanto en la espalda como por delante, sin gota de grasa, sin vello púbico, poniendo de manifiesto los amarronados labios vaginales, un culo pequeño, duro, alto, de aspecto masculino, dividido en dos por una raja apretada y profunda. Las piernas son esbeltas, fuertes, bonitas. Para los años que tiene está muy bien, con signos evidentes de edad, pero muy bien.

Miro a sus profundos oscuros ojos y le hablo mentalmente mientras desabrocho el cinturón de mi pantalón y lo bajo hasta los tobillos, junto con el slip:

Te gusto físicamente, quieres darme placer, pero también te agrado como persona y quieres llevarte bien conmigo. Ahora, te vas a arrodillar para hacerme una mamada y demostrar que eres mi amiga, y si te excitas, después te masturbas

Lo hace, por supuesto que sí. Sin esperar ni un momento me ha agarrado la polla con la mano derecha antes de llevársela a la boca y sin ni tan siquiera lamerla, se la mete entera, dentro, muy dentro, la mantiene así unos segundos como si la estuviera calibrando —ya la tengo bien tiesa y dura— y empieza a chuparla con la lengua dentro de la boca. Tras un corto rato la saca casi entera y se centra en mamar el capullo, con mucha saliva, manejando labios, dientes, la boca entera, deprisa, con buen ritmo, demostrando experiencia, maestría, saber hacer. Al mismo tiempo me está dando un excelente sube y baja con la mano, bien agarrada mi tranca, compaginando el movimiento con la comida de mi glande. No duro apenas nada de tiempo, la acción combinada de boca y mano me lleva rápidamente a tener una corrida cojonuda, con mucho semen que ella deja caiga dentro de la boca pero no traga, lo escupe al suelo.

Se ha sentado en uno de los dos sillones del despacho, mete varios dedos de su mano izquierda en el chocho y con la mano derecha se acaricia el clítoris. Respira con fuerza, la boca muy abierta, con los ojos cerrados, apretados, metiendo ruido, hasta que se corre varios minutos después, dando un largo suave grito que se continúa durante todo el tiempo que sigue su orgasmo. Cuando para, se viste, me mira, sonríe amigablemente, nos damos un beso suave en los labios y salimos al bar.

Bueno, espero que ahora pueda comerme con tranquilidad las tapas cojonudas que elabora esta mujer.

Guijosa es la concejala que tiene que ratificar la licencia municipal de actividad de nuestra clínica. Tenemos una licencia provisional desde que abrimos hace más de dos años y nos ponen todas las pegas del mundo para que sea definitiva, además de negarnos realizar alguna pequeña obra para redistribuir el espacio del que disponemos. He decidido implicarme en el asunto. Guijosa se llama Carmela, pero desde siempre todos la llaman por su apellido. Es una mujer de unos treinta y cinco años, muy de estilo español, de estatura media, fuerte, ancha, muy morena de pelo y piel. Es soltera y ahora está embarazada de poco más de cinco meses, y se le nota. Me hago el encontradizo con ella a la salida del hospital, nos saludamos, la invito a tomar algo en una terracita cercana en donde preparan unas patatas revolconas con tropezones de cerdo cojonudas, para hablar del asunto en cuestión, y mirando sus tetas abultadas y la tripa que luce, me pongo cachondo, empalmao como un mulo. No recuerdo que nunca me hayan excitado especialmente las preñadas, pero con esta no puedo evitarlo, así que miro fijamente sus ojos y calladamente pienso en mi interior que está salida y me va a llevar a su casa para que follemos, porque está loquita por correrse conmigo.

No falla. Discretamente ha acercado su boca a mi oído y sonriendo, con una cierta vergüenza,  me ha dicho que vaya con ella porque quiere que follemos. Aunque es cerca vamos en mi coche. Nada más llegar y cerrar la puerta de la casa nos besamos, abrazados, con su cabeza ligeramente inclinada hacia el lado derecho, con las bocas abiertas, teniendo una verdadera batalla de lenguas, apretando con mi mano su duro culo y notando su evidente embarazo contra mi cuerpo. Tampoco ella se está quieta con las manos, ha estado apreciando mi culo durante la duración de los besos y ahora mismo acaricia mi paquete, valorándolo. Nos separamos para quitarnos la ropa.

Su oscuro y ensortijado pelo moreno lo lleva en abundante melena hasta media espalda. Es difícil decir cómo va peinada, su enmarañado crespo pelo parece totalmente rebelde al peine o el cepillo, aunque en ocasiones lo estira hacia atrás y queda recogido en una coleta que pone al descubierto las redondeadas pequeñas orejas. Ojos negros grandísimos, vivos, brillantes —enmarcados por cejas oscuras muy delineadas y pestañas largas— levemente perfilados hacia los lados, del tipo que algunos nombran como huevos de paloma. Verdaderamente llamativos y bonitos. Nariz grande, de anchas fosas nasales, recta, boca también grande, acorazonada, con labios gruesos, rojizos, el inferior levemente montado sobre el superior. De cutis moreno, de un color tostado que me atrevo a decir es de tono oliváceo, está claro que es una mujer guapa, de aspecto racial, quizás agitanado, pero guapa.

De cuerpo ancho, hombros rectos, no tiene tetas grandes, sí musculadas, separadas, sin canalillo, apuntando hacia los lados, y ahora con el embarazo, muy picudas, pesadotas, con pezones muy grandes, anchos, alargados, marrones oscuros, al igual que la areola circular que los rodea. Ufff, vaya espectáculo, qué ganas de mamarlos me están dando.

La evidencia de su preñez no oculta ni impide apreciar su cuerpo de cintura ancha, alta, con caderas fuertes, al igual que las musculadas nalgas de raja estrecha y apretada que configuran un culazo fabuloso, de muslos y piernas más bien esbeltas, fuertes, perfectamente talladas, con toda la piel del mismo bonito tono moreno que su rostro. No tiene vello en el cuerpo, salvo en el pubis, una mata tremendamente rizada, de pequeño tamaño, como un pompón de algodón que apenas oculta los oscuros abultados labios vaginales. Me gusta, me parece una mujer muy deseable, mi polla opina igual, presentando una erección de las buenas que no pasa desapercibida a Guijosa.

Joder, Jaime, con lo necesitada que estoy de una buena herramienta

Se arrodilla en la cama sentada sobre sus dobladas piernas, yo me pongo detrás, sentado, con las piernas muy abiertas, cada una a un lado de su cuerpo. Está muy mojada cuando acaricio su sexo desde atrás, extiende hacia atrás los brazos y agarra mi cuerpo con sus manos, sujetándose.

Tócame las tetas, chupa mis pezones, pero ten cuidado, están demasiado sensibles y me duelen

Así lo hago durante un largo rato, suavemente, sin apretar, todo bien ensalivado, caricias, mimos, trato amoroso, algún beso en los labios, cariñoso más que sexual, pero me resulta muy agradable y excitante. La mujer preñada se mueve levemente hacia atrás, como si buscara ponerse más cerca de mi tiesa polla, que he dejado apoyada contra la raja de su culo. Ya la tengo vibrante, se me mueve un poquito hacia adelante —¿será verdad que una polla erecta siempre es capaz de encontrar el camino hacia un coño por muy tuerta que esté?— a derecha e izquierda, arriba y abajo, con ganas de impregnarse con los oleosos jugos vaginales que está soltando Guijosa, quien se muestra muy excitada, respira de manera agitada, cierra los ojos, me pide que se la meta, y según lo hago, también lentamente, sin prisas, sin golpe de riñones, simplemente entrando haciendo un poco de presión constante, agarrándome a los costados de la abultada cintura de la hembra con las palmas de las manos, sin apretar demasiado, dejando que ella pose su cabeza sobre mi hombro izquierdo, empezando un leve metisaca, lento, profundo. Es uno de los polvos más largos, tranquilos y al mismo tiempo excitantes, que he echado en mi vida.

Me sobresalta el grito largo, en voz alta, que Guijosa lanza cuando se corre —se ha ayudado de la mano durante unos minutos para darse suaves caricias en la zona del clítoris— durante mucho tiempo, emitiendo una gran cantidad de denso líquido vaginal. No dice nada en contra de mi intención de seguir con la follada, se recuesta contra mí, intenta recuperar el resuello, y cuando nota mi eyaculación da un gritito de alegría. He tenido un orgasmo cojonudo.

Deshacemos el largo abrazo, queda tumbada descansando sobre la cama, y antes de entrar a la ducha, miro sus ojos, digo mentalmente para mí que se van a solucionar los problemas de nuestra licencia a la mayor brevedad posible, y tras asearme, me visto y me voy. No tengo duda alguna acerca de la solución favorable de los problemas de licencia de la clínica. Lo considero solucionado.

Ya ha pasado un año desde que la luna me dio sus dones. Hoy es la luna llena del lobo, así que conduzco hasta el monte en donde me encontré con los hippies adoradores de la luna, me acompaña Charo, con la que cada vez estoy más a gusto y más tiempo pasamos juntos, no sólo follando, a quien le he contado lo de aquella noche, excepto lo relativo a mis poderes lunáticos, no me atrevo.

Ha sido un día soleado, por lo que la losa está todavía caliente, nos desnudamos y quedamos tumbados sobre una manta tomando baños de luna, medio abrazados, bebiendo la infusión de hierbas que he traído muy caliente en un termo. No hace frío, se está bien de temperatura.

Nos besamos cariñosamente varias veces, pero como siempre nos pasa, nos excitamos con facilidad. Los pezones gruesos y largos siguen siendo mi preámbulo favorito, besarlos, chuparlos, mamarlos, apretarlos, estirarlos… me encanta. Ella tiene predilección por tocarme la polla, lo que hace durante un buen rato, hasta que se coloca de manera que me la pueda chupar sin gran esfuerzo. Sííí… qué bueno, cómo me gusta, qué bien lo hace. Durante un ratito nos montamos un sesentainueve guarro, ensalivado, excitante a tope, pero me pide que pare, quiere que se la meta en el chocho.

Se sube sobre mí, dándome la espalda, arrodillada a la altura de mis caderas, sujetándose a mis extendidas piernas con las manos y sentada sobre mi pubis, con la polla dentro del coño. No se mueve ni siquiera cuando yo empujo hacia arriba intentando comenzar una follada continuada, se limita a sentirme dentro y a recibir mis caricias en sus tetas y en el abultado clítoris. La noto muy mojada.

Poco después nos sobresaltamos porque oímos a gente moverse a nuestro alrededor, aunque no llegamos a deshacer la follada. Son los hippies, quienes nos saludan con grandes muestras de afecto, chocando las manos, dando gritos hacia la luna, besan todos a Charo en los labios —son tres hombres y cuatro mujeres— y se distribuyen por toda la gran piedra, completamente desnudos, como estamos nosotros, observándonos. Al poco se percibe en el ambiente el olor característico de los porros bien cargados, y mientras Charo y yo seguimos a lo nuestro a buen ritmo, nuestros voyeurs se emparejan, quedándose sola la madura mujer de pelo gris que hace un año estuvo follando conmigo. Se acerca, siempre sonriente, acaricia mi cara, también el rostro de mi compañera, hace los gestos que ya conozco dirigidos hacia la espléndida gran luna de esta noche y comienza a besar en los labios a Charo. Por un momento estoy decidido a intervenir y controlar mentalmente la reacción de mi compañera, pero no hace falta, da una gran risotada y le sigue el rollo a la hippie madura, besándose ambas con ardor y dejándose, poco después, acariciar y mamar los pezones. Se mueve más rápido, parece muy excitada y cuando da un fuerte largo grito, indicativo de su orgasmo, todos los que nos están mirando dan gritos de alegría, hacen gestos y aspavientos hacia la luna y se ocupan con más atención e intensidad de sus respectivas folladas.

Charo me descabalga, se levanta, se estira varias veces mientras recupera la respiración y me hace caso, sonriendo, en cuanto le digo de viva voz que se arrodille, que se ponga de perra. Me levanto para colocarme tras ella, y antes que pueda acercarme con la polla tiesa y dura que llevo agarrada con la mano, la hippie madura de la grisácea cabellera lanza una exclamación, dice algo dirigido hacia sus compañeros y rápidamente acaricia el clítoris de Charo, abultado, hinchado, muy evidente. Se mete boca arriba entre las piernas de mi socia, agarrándose a los muslos y las nalgas, abrazándolos, entierra la boca en la parte alta del sexo de la mujer, por lo que queda más sentada que tumbada, y le come el clítoris de manera golosa, con intensidad y verdaderas ganas. Ha debido descubrir el tamaño grande que tiene y la facilidad que eso supone para mamarlo, así que Charo empieza a gemir de nuevo, baja un poco las caderas para facilitarle el trabajo a su amante lamedora, y a mí no me queda más remedio que darme la vuelta para intentar meterle la polla en la boca, lo que hago sujetándole la cabeza, follándomela con ritmo y velocidad, ayudado por la manera que aprieta el tronco de mi necesitado nabo. Buena guarrada de trío nos estamos montando, aunque a mí me hace falta algo más, se la saco, agarro mi polla con la mano derecha y me casco un pajote a toda velocidad, de manera que en un corto ratito noto que me corro, sujeto con la mano izquierda la cabeza de Charo, quien mantiene la boca abierta, y lanzo unos cuantos disparos de semen intentando que impacten en la cara y algo le entre en la boca. Lo consigo, me separo un poco para normalizar la respiración y me satisface ver la pinta de guarra que tiene mi amiga, gimiendo, dando grititos por la acción de la hippie madura, con los ojos cerrados y la cara bien pringada de mi leche de hombre.

El alto y largo grito que da Charo dura bastantes segundos, durante los cuales su amante sigue comiéndole el clítoris hasta que ella misma le empuja la cabeza para que la deje, se incorpora, llega tambaleante a mi altura, sollozando, quizás de gusto, me abraza, apoyándose, más bien derrumbándose sobre mí. Estamos muchos minutos tumbados sobre la manta que pusimos en la losa, sin hablar, bebiendo la infusión del termo, mientras a nuestro alrededor todo son sonidos propios del sexo, aderezados por exclamaciones hacia la luna. Nos despedimos, volvemos al coche, no hablamos durante el trayecto hacia mi casa —Charo se queda a menudo a pasar la noche desde que su marido se ha trasladado a la capital de la provincia— y respondo, además de con un beso y una caricia en su rostro, a la pregunta que me hace un momento después de bajar del coche:

—¿Te parezco muy puta?

—Por suerte, sí, tanto que deberías casarte conmigo. Lo digo muy en serio, Charo, piénsatelo, por favor

La cara de sorpresa de la mujer es tremenda. Lo he dicho con total y absoluto convencimiento y conocimiento de causa por mi parte. No creo que un asunto así deba dejarlo en manos de mi poder mental, aunque ya veremos.

¿Y la rubia Elsa? Me parece que me he cansado de tirármela. Bien es verdad que gracias a mi manejo de las situaciones gracias al control mental, folla conmigo tal y como me apetece, dejando de ser la tía pavisosa que conocí la primera vez que lo hicimos en la playa, pero me aburre, he perdido ese mínimo interés e ilusión necesarios para todo, hasta para follarse a un pibón, como es esta holandesa. Creo que un día de estos voy a quedar con ella para una última sesión de sexo, a modo de despedida, y sanseacabó. La he conseguido, pero paso de conservarla, además, si en algún momento quiero volver a tirármela, mi poder mental me garantiza que lo podré hacer, cuándo, dónde y como quiera.

¿Os habéis fijado alguna vez en lo maravillosa que es la luz de la luna?, esa preciosa luz blanca  atenuada por distintos tonos levemente grisáceos, capaz de ofrecer tantos matices distintos. No soy hombre lobo, pero me encanta. Recomiendo los baños de luz de luna, no sé, a mí es como si me provocaran una especie de recarga de mis pilas vitales, físicas y psicológicas. Deberíais probar. Y si hay hippies cerca, mejor todavía.  

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