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No sé si tengo un problema o es que me quejo de vi

en Confesiones

No sé si tengo un problema o es que me quejo de vicio

Habitualmente disfruto de buen sexo, pero necesito algo más de vez en cuando

No tengo claro si debo decir que tengo un problema o ser políticamente correcto y decir que mi práctica sexual no coincide con la de demasiadas personas de mí entorno o ser un poco más sincero conmigo mismo y reconocer que tengo buen sexo, estupendo, pero quisiera más experiencias. Me explico.

Me llamo Sebastián —Basti entre mis íntimos— tengo cincuenta y dos años, casado sin hijos, abogado, soy dueño de una afamada gestoría y asesoría legal situada en el centro de la pequeña ciudad castellano-leonesa en donde vivo. Me va bien, sigo enamorado de Blanca, mi esposa, tenemos un círculo de amigos y conocidos agradable que nos permite eliminar el aburrimiento y, lo que debo explicar, soy aficionado al sexo duro, al BDSM y prácticas de ese estilo, lo que ciertamente supone un problema porque no me resulta fácil encontrar parejas que compartan plenamente mis gustos y el sexo de pago lo he tenido que descartar casi por completo dado que soy bastante conocido en la ciudad y ya tuve un intento de chantaje hace unos tres años a pesar de mis precauciones.

Dicho a la vez todo lo anterior puede parecer algo raro, pero realmente no es nada del otro mundo y, por ejemplo, no se trata de atar, insultar o pegar sin más a un hombre o a una mujer, sino de llevar adelante la excitación sexual de manera controlada, segura, con la aceptación y autorización de la pareja de cada momento, sin dejar nunca de lado el respeto más absoluto por la persona y su capacidad de decir no cuando lo desee.

¿Cómo me las arreglo? Con Blanca no puedo pasar de algo de sumisión, insultos, azotes en el culo, castigar y estimular sus pezones, vendarle las tetas y poco más, que es suficiente la mayoría de las veces. Eso le excita, pero no admite ir más lejos, y cuando soy yo el sumiso — ambos papeles juego por lo que en argot me llamarían ambivalente o switch— tampoco ella va mucho más allá de esto y de penetrarme analmente. Me gusta el sexo con mi mujer, gozo de buena manera, pero en ocasiones necesito más.

Mi esposa no es ninguna tontita, le encanta el sexo y disfruta cuando nos montamos tríos, con hombres y con mujeres, algún intercambio de parejas, sexo en grupo, pero el castigo o la disciplina —de alguna manera hay que llamarlo— habitualmente lo admite y proporciona sólo en pequeña escala y no en todas las ocasiones, por lo que me quedo con la sensación de necesitar más, tanto como sumiso como cuando desempeño el papel de dominante.

Ya hace años que nuestras escapadas de fin de semana y las vacaciones las hacemos teniendo en cuenta un punto de vista sexual, así que somos miembros de un par de clubes liberales en Madrid y Palma, tenemos un apartamento en una conocida zona nudista de la costa del levante almeriense, y a menudo solemos acompañarnos de amigos y conocidos que comparten nuestro gusto por el disfrute sexual y entre los que encuentro de vez en cuando a alguien como yo o que quiere iniciarse en las prácticas que a mí me excitan. También está internet, claro, pero partiendo de la certeza que en la red todo el mundo miente, tiene un peligro de engaño, timo, fraude que me echa para atrás, además de haber tenido alguna que otra experiencia decepcionante.

Es viernes a última hora de la tarde y ya he acabado de trabajar hasta el lunes, abrimos los sábados previa petición de hora, pero atiende alguno de mis empleados. En un agradable bar de copas cercano a mi despacho estoy esperando a Blanca para cenar algo por ahí, tomar unas copas con los conocidos que encontremos y después, follar. Estoy salido. Echo mano al teléfono móvil para hablar con mi mujer antes que salga de casa.

Hola guapa. Sí, ya estoy en el bar. Te llamo porque quiero que te quites el sujetador y las bragas. No traigas ropa interior, por favor, o me veré obligado a castigarte

Unas risas es su respuesta y diez minutos después entra en el bar envuelta en un largo abrigo de pieles, con un ajustado vestido gris azulado de punto que marca sus rotundas curvas, perfumada como para entrar a matar y siempre simpática, hablando con todo el mundo —trabaja como administrativo en un Centro de salud, así que conoce a toda la ciudad— y mirándome con una expresión muy particular, muy suya, que viene a significar ya sé lo que vamos a hacer y me gusta.

Nos besamos suavemente en los labios, le pido una cerveza, ayudo a que se quite el abrigo, decidimos sentarnos en una de las mesas del fondo del local y entablamos animada conversación.

¿Cómo te ha ido el día, Basti?

El día bien, y la noche va a ir mejor. Tengo ganas de ti. Estás muy guapa, y qué bien hueles

Si huelo bien, mejor sabré, corazón

Como quien no quiere la cosa le he pasado la mano derecha por la espalda, la cintura, el culo, dándole un buen repaso, mirándole a los brillantes ojos, sonriendo ambos, con evidentes ganas de comernos la boca, hablándonos en voz baja con el tono propio de los amantes. Tras tomar un trago y dejar la copa de cerveza sobre la baja mesita, Blanca pasa su mano por mi paquete, disimulando me da una larga caricia, excitante, con la práctica que dan los años de mutuo deseo y confianza.

Se te nota contento, esposo mío

De ti va a depender cuanto de contento, esposa mía

Sé que no lleva sujetador —se nota, joder si se nota— así que con el dorso de la mano acaricio sus tetas a la altura de los pezones que, de inmediato, se ponen tiesos y duros, señal que Blanca empieza a estar convenientemente excitada.

Qué malo eres, qué caliente me pones

Y peor que voy a ser

Con mi mano derecha y su colaboración he subido el borde de la falda del vestido hasta muy cerca del sexo, y tras mirar alrededor y percatarme que nadie nos mira, meto la mano izquierda muslos arriba intentando tocar el coño, lo que no consigo porque lleva puestos pantys altos en vez de medias.

Vaya, vaya, mi señora se porta mal y no hace caso a su marido

Como me dijiste, no llevo ropa interior

Llevas pantys en vez de medias, eso está muy mal. Tendré que corregirte

Terminamos las cervezas, pagamos y vamos camino de casa, apenas a tres minutos andando. Abro el portal y nada más cerrar la puerta nos besamos guarramente, con ganas, con deseo, empujando a Blanca contra la pared, apretando mi rabo contra su sexo, tocando sus tetas y agarrándole el culo con fuerza.

Vamos arriba, me has puesto muy cachonda

Quítate aquí la ropa, desnúdate ya

La casa de dos plantas es nuestra y sólo vivimos nosotros, así que no duda y queda desnuda, con los pantys puestos. Sube la corta y ancha escalera delante de mí, la detengo un momento para que se dé la vuelta y me bese largamente.

Te voy a quitar los pantys como me gusta, sube ya

Mientras llegamos al dormitorio matrimonial me da tiempo de mirar a Blanca, de regodearme en su cuerpo y volver a alegrarme por tener a mi disposición una hembra guapetona, atractiva, sensual y caliente, siete años más joven que yo.

Es bastante alta, grandona, con cabello castaño no demasiado oscuro que habitualmente lleva bastante corto, incluso con sienes y nuca prácticamente al rape, peinado con flequillo y raya corta a un lado, teñido en ocasiones de granate o caoba con algunas hebras de rojo vivo. No es especialmente guapa, aunque sus grandes ojos oscuros, la boca de anchos labios y la nariz recta algo grande conforman un rostro agradable, siempre con expresión simpática y amigable. Los bonitos fuertes redondeados hombros dan paso a un par de tetas que es uno de sus puntos fuertes: altas, duras, grandes, separadas, más bien picudas, con aspecto de balas de cañón, algo caídas apuntando hacia abajo con largos gruesos pezones situados en el centro de areolas oscuras, tipo galleta maría. Una maravilla.

Espaldas rectas, amplias, dan paso a unas caderas altas, redondeadas, fuertes, de buen tamaño, configurando unas nalgas grandes, alargadas pero anchas, todavía duras, separadas por una raja oscura que no consigue ocultar del todo el redondo, apretado, arrugado y amarronado ano. Es un culo fabuloso. Las piernas largas están muy formadas, al igual que los duros muslos, quizás un poco gruesos.

Por delante tiene un poco de estómago —cervezas, gintonics, comer con ganas— y su levemente abultada tripa parece proteger un pubis alto que suele llevar completamente rasurado y que cuando deja crecer el vello presenta una gran densa mata, muy rizada, del mismo color castaño que el cabello. Los labios de su sexo son anchos, grandes, abultados hacia afuera, siendo muy llamativa la zona del clítoris porque lo tiene grande, como de tres centímetros de largo, con un capuchón también llamativo. Cuando quiere que se lo coma siempre me dice que haga feliz a su pollita. Eso parece, que me estoy comiendo una polla pequeñita.

Blanca es una mujer que está muy buena, deseable —los hombres la siguen mirando cuando pasa—una cuarentona espléndida de la que disfruto a menudo.

En nuestro amplio dormitorio me quito la ropa rápidamente —estar desnudo con el calentón que llevo es para mí una necesidad— nos volvemos a abrazar con deseo y tras un beso largo, guarro, baboso, paso a acariciar y a comerme sus tetas durante un largo rato. Es un banquete de lujo que comienzo suave, delicadamente, y poco a poco cambio al ir mordisqueando los pezones, estirando y pellizcando con dedos y dientes. A estas alturas mi mujer está muy excitada, y como nada ha dicho en contra, es que me va a permitir hacer lo que me gusta.

Toda la pared izquierda del dormitorio es un espejo que refleja la habitación entera. Está situada cerca del espejo una especie de mesa camilla cuadrada, alta, pesada, a la que llevo a Blanca, le pido que se doble por la cintura y apoye los brazos sobre la mesa, de manera que su excitante culo queda ante mí completamente accesible. Lo primero es lo primero: de un cajón del armario cercano saco una navaja automática que abro disfrutando del típico sonoro clic, me acerco a mi esposa y comienzo su posesión sexual.

Desobedeces a tu marido, hay que disciplinarte

Rápidamente he cogido con una mano la cinturilla de los pantys, tiro bruscamente y con la punta de la navaja recorro de abajo arriba toda la raja del culo de Blanca, rasgando la tela, terminando por cortar la goma de la cinturilla y dejando al descubierto sus excitantes glúteos.

Mi mujer ha entrado en el juego, así que se muestra excitada, metida en su papel, jadeando y dando algún gritito en voz baja en cuanto le propino con la mano abierta media docena de sonoros azotes para comenzar el castigo, en las dos nalgas, distanciados lo suficiente como para que los sienta todos. Su culo maravilloso toma en un primer momento un color más claro del que tiene su morena piel y después se enrojece muy levemente. Me gusta.

Descanso como un minuto, sin hablar, acercando mi boca a la nuca de Blanca para darle un suave beso que continúo en el lóbulo de su oreja derecha, soplando lentamente con mi caliente respiración, lamiendo casi sin rozar su piel. Mi mujer respira hondo, tiene los ojos cerrados y la boca abierta, aspirando con fuerza, consciente de su deseo, de las ganas de que yo continúe.

Las ataduras es algo que me excita sobremanera. He tenido la suerte de poder atar a un par de mujeres con tiempo, sin prisa alguna, disfrutando de cada nudo, de cada vuelta de cuerda o de venda en su cuerpo. Ahora mismo, con Blanca, no es el momento, así que me limito a sujetar sus muñecas con dos anchas bandas que se cierran con velcro y se sujetan entre sí con dos pequeños mosquetones recubiertos de goma. Con los brazos estirados por encima de la cabeza sujetos a una blanca gruesa cuerda de algodón que discretamente cuelga de una viga del alto techo, con las piernas bien tensas porque apenas puede plantar el pie entero en el suelo, Blanca está muy, muy excitante, con el toque morboso de los pantys rotos situados por debajo de las rodillas, quedando completamente accesible para mí.

Aprovecho a lamer y mamar sus tetas durante un buen rato, suavemente, en toda la extensión del pecho, acercándome poco a poco a los pezones, tiesos, largos, gruesos. Castigar los pezones es una delicia que me provoca una gran excitación y se refleja directamente en la polla. Una vez dejo de mamarlos comienzo a estirarlos hacia arriba y hacia los lados con mis dedos —se cogen con facilidad dado su buen tamaño— unas cuantas veces, de manera que parece que también se estira la oscura areola y toda la teta detrás. Llegados a este momento Blanca sabe lo que sigue, y suele pedirme que le tape los ojos —lo hago complacido dado que me parece que aguanta más cuando tiene los ojos vendados— con un antifaz de delicada seda negra. Se lo pongo, beso sus labios, nos damos un guarro besazo e inmediatamente cojo una corta correa de suave blanda piel.

Los azotes, la flagelación erótica —lo que en las webs porno llaman spanking— admite distintas intensidades y una gran variedad de elementos con los que azotar. Yo soy aficionado, además de con mis manos, al usode una suave correa de cuero, de una pala estrecha de goma semirrígida y de una vara de azotar recubierta de cuero para que no corte la piel. No me gusta ver sangre ni marcas sanguinolentas. En ocasiones me vale con unos pocos cachetes más o menos suaves, pero también hay momentos en los que busco mayor número de estímulos y más fuertes.

Los dos primeros azotes, cada uno en una de sus pechos, los doy seguidos, provocando un par de exclamaciones que parecen más de sorpresa que de queja o dolor. Me recreo viendo la respiración agitada de mi esposa, el estado de alerta en el que espera el próximo azote, que llega a su teta izquierda un poco más fuerte que los anteriores, más cerca del erguido pezón. Otro correazo en el pecho derecho y, rápidamente, dos azotes seguidos en cada teta, de manera que ambas van tomando un precioso color rosado. El subir y bajar del pecho de Blanca coincide con su ansiosa respiración, que parece cortarse de raíz al recibir un correazo en cada uno de los pezones. Apenas ha terminado de respirar con fuerza, de soltar el aire al mismo tiempo que un corto quejido, cuando de nuevo azoto sus pezones, ahora ya con verdadera saña, provocando los grititos de dolor de mi dominada hembra sumisa.

Chupo suavemente los castigados pezones, los aprieto un poco con lengua, labios y dientes, provocando exclamaciones de excitación en la mujer. Del cajón del armario saco dos pinzas de acero pavonado de tamaño pequeño, coloco una en cada tieso pezón y uno las anillas que cuelgan de cada pinza con una fina cadena también de negro acero. Me encanta ver las grandes tetas de mi mujer unidas por la cadena.

Tengo la polla enhiesta, tiesa y dura como en las mejores ocasiones, pero me siento fuerte manejando mi erección y hoy Blanca me está dando la oportunidad de disciplinarle más que otras veces, lo que voy a aprovechar.

Compré la vara de azotar en una pequeña feria comercial de un pueblo de la costa lucense, en donde entre dos docenas de expositores de productos gastronómicos típicos de la zona, había un guarnicionero que, de manera discreta, tenía a la venta fustas, látigos cortos y largos de varias colas y varas de azotar bastante flexibles, cubiertas por una fina capa de gomaespuma y recubiertas por completo de buen cuero negro. El maduro artesano —sólo hablaba en gallego— me convenció que era lo mejor para azotar una hembra sin dejarle feas marcas ni provocarle heridas por la rotura de la piel. La madura mujerona rubia que le acompañaba en la tienda asentía a lo dicho por el hombre sin decir palabra, no sé si por propia experiencia. Al pagarle me dio su tarjeta por si necesitaba alguno más de sus productos y me regaló un corto látigo de nueve colas que en ocasiones complace a Blanca utilizar en mi cuerpo.

La vara corta el aire y suena con una especial sinfonía que hace retorcerse a mi sumisa, supongo que de miedo o de excitación. Cuatro o cinco veces hago sonar el fino bastoncillo antes de propinar el primero de los varazos en la espalda. Qué bueno es sentir al mismo tiempo la reacción de las duras carnes de mi esposa, con una especie de movimiento instintivo de defensa, como si fuera un tic nervioso, el ruido del golpe, el leve corto quejido de la voz de Blanca y el tirón hacia arriba que sufre mi polla, como si se tratara de un caballo desbocado que quiere avanzar y crecer. ¡Qué excitante es!

Tres azotes más convenientemente espaciados sufren las espaldas de mi mujer antes que pase a ocuparme de su estupendo culo. Ya he contado que sus nalgas son anchas y alargadas, fuertes, duras, perfectas para el castigo.

Tengo que respirar profundamente intentando calmarme porque estoy muy excitado. El primero de los azotes parece sorprender a Blanca, quien lanza un quejido más alto de lo habitual, lo que no sucede con los siguientes seis varazos. Me detengo, no quiero dejarme llevar ante la sumisión de mi hembra. La descuelgo de la cuerda y hago que se ponga a cuatro patas sobre la cama, con las rodillas en el borde del colchón.

Se suele decir que se obtiene más placer psicológico que físico en el sexo entre dominante y sumisa, yo necesito tener mi placer, que tiene dos partes bien diferenciadas. De un lado, el gusto que obtiene Blanca, algo que me satisface íntimamente y es preludio de la segunda parte, la que egoístamente más me interesa, mi orgasmo. Por supuesto que el hecho de saberme y sentirme dominador de mi sumisa esposa me provoca excitación y placer, pero necesito gozar físicamente.

Penetro el mojado coño de un solo empujón continuado, con la seguridad que da entrar en terreno conocido, en una parcela de la que soy propietario y conozco como la palma de mi mano. Rápidamente empiezo un metisaca a buen ritmo, sin llegar a sacar la polla en ningún momento, sujetándome a las caderas de mi mujer, quien se mueve adelante y atrás a la misma velocidad de mi follada. Desde el primer momento Blanca demuestra que está muy excitada, necesitada de relajarse con su orgasmo, así que llevo mi mano derecha a su clítoris tieso y excitado para acariciarlo con tres dedos —perfectamente lubricados por los densos jugos vaginales que se esparcen por todo su pubis, el perineo, los muslos— en pequeños círculos, arriba y abajo. En un par de minutos mi mujer da un grito muy alto, largo, con voz ronca, que dura muchos segundos, con altibajos, disminuyendo poco a poco la intensidad de su orgasmo. Le saco la polla del coño y dejo que se recupere separándome de ella, mirando cómo va sosegando la respiración, dándome cuenta de algunas bonitas marcas rojas que se le notan en el culo y la espalda. Yo también necesito correrme ya.

Hago que baje de la cama para arrodillarse ante mí en el suelo, en cuclillas, sentada sobre sus talones, mientras me meneo la polla a un ritmo rápido, tremendo, sin pausa alguna. Le pido que abra la boca y poco después eyaculo como si fuera un surtidor de semen, muchos densos chorros de blanca leche de hombre que salpican la cara, el pelo y las tetas de la arrodillada hembra, que me hacen gritar de gusto y me obligan a tumbarme en la cama por la sensación de mareo que me provoca el final del orgasmo. Como siempre que Blanca me cede la iniciativa y desempeña el papel de sumisa, mi corrida ha sido sentida, profunda, larga. Cojonudo el asunto.

Levanto de la cama, me acerco a la todavía arrodillada sumisa y le quito el antifaz, manchado por el semen. Llevo la morcillona polla hasta los labios de Blanca y sin necesidad de decirle nada lame y limpia con la lengua el capullo durante bastantes segundos. Cuando estoy totalmente satisfecho hago que se levante, quito las pinzas de los pezones, beso suavemente cada pezón y desabrocho los mosquetones que aprisionan sus manos. Se acerca, nos abrazamos y besamos cariñosamente, y totalmente fuera ya de mi rol de amo dominante, termino dándole efusivamente las gracias.

Como todavía se puede decir que la noche no ha hecho más que empezar, nos duchamos y vamos a salir a tomar unas copas. 

 

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