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Culo

en Confesiones

Culo

No sé si hay culpable, pero mi afición por el culo femenino, mi sexualidad ligada a esa parte de la anatomía de la mujer probablemente proviene de Luisa, la que fuera mi novia estando todavía en la universidad, durante casi cuatro años, hasta los veinticinco de edad.

La verdad es que el culo de Luisa es especial por dos motivos: físicamente perfecto, con dos nalgas altas, alargadas al mismo tiempo que anchas, duras, fuertes, configurando un culo de buen tamaño inmerso en caderas redondeadas, con una piel naturalmente tostada sin mancha ni marca alguna. Bonito, llamativo, excitante, con una raja muy estrecha y un ano circular pequeño, muy apretado que, una vez penetrado, lo que en ocasiones no es fácil, parece convertirse en un caballo desbocado, fuerte y delicado al mismo tiempo, capaz de llevarnos a los dos a un estupendo orgasmo. En segundo lugar, ella se excita y obtiene su placer sexual siendo penetrada por el culo, fundamentalmente. Apenas recuerdo las veces que la follé por el coño o las mamadas que me hizo, que fueron bastantes, pero rara era la ocasión en la que no la sodomizaba, a petición suya y también por mi propio placer, por supuesto. A pesar de los impedimentos y las quejas, tanto físicos como sicológicos, se termina corriendo de la mejor manera posible, casi nunca con necesidad de darle especial atención a su clítoris, le vale la penetración anal.

En casa de Amparo, su divorciada hermana mayor, Luisa y yo quedamos a menudo para follar. Desnudos por completo —somos muy guapos, mi niño, así que tenemos que lucir nuestros bellos cuerpos— nos besamos y acariciamos lentamente, sin prisas, por el placer de hacerlo e ir llegando poco a poco a nuestro mayor nivel de excitación —la pollita de mi niño ya está muy gorda y me la va a meter en el culo— que en mi caso es bastante rápido. Luisa se pone a cuatro patas sobre la cama, con las rodillas juntas, la cabeza apoyada en la sábana y los brazos hacia atrás, de manera que con cada una de sus manos coge uno de los carrillos del culo y hace fuerza para separarlos y dejar paso abierto hacia su ano. No para de hablar, en algunos momentos con un tono algo infantil que a mí me encanta:

—Dame el aceite, sodomízame, corazón

Usamos como lubricante un conocido aceite hidratante para bebés, con mis manos bien impregnadas lo extiendo por todo su espléndido culo, en el chocho y, en especial, en la raja y el ano de la ya excitada rubia.

—Ahora me la metes, no me hagas daño, mariquilla

Aquí empieza el problema. El ojete de Luisa está siempre muy apretado, así que primero introduzco los dedos de mi mano derecha por orden, empezando por el más pequeño, el meñique, hasta llegar al pulgar. Los quejidos, gritos y jadeos de mi novia se entremezclan en al menos tres direcciones: miedo a tener dolor, gran excitación y ganas de que le meta la polla para poder gozar, y en algún momento, sensación real de dolor.

—Dame por el culo, mi niño, vamos

Ayudándome de la mano dirijo la punta del capullo a la entrada del ano, empujando de manera constante, con fuerza, intentando que no resbale por el exceso de lubricante, al mismo tiempo que estoy atento a lo que dice Luisa una vez consigo abrir su esfínter externo lo suficiente como para que entre entero el glande de mi polla.

—Ay, ay, para, para; no, sigue, sigue; empuja, cabrón, empuja

Puro contrasentido que ya he aprendido a descifrar lo suficiente como para entender que ahora no debo detenerme y tengo que seguir empujando.

Ay mi culito, ay, qué malo eres; guarro, como te gusta darme por el culo, maricón

Poco a poco he ido metiendo la polla y es el último empujón el que me gusta dar más fuerte, que note que he llegado hasta el final del rabo.

—Mi niño me la mete entera, me rompe el culito con su pollón

A estas alturas del partido ya puedo empezar a empujar de manera constante con un metisaca tranquilo, suave, adelante y atrás, al mismo tiempo que noto como mi polla está apretada, perfectamente arropada dentro de este maravilloso culo. Joder, cómo me gusta.

No he dicho que tengo una polla de buen tamaño, de veinte centímetros de largo por más de seis centímetros de ancho, recta, con un capullo que parece una seta, ligeramente terminado en punta. Estoy muy contento de mi rabo, nunca me falla, me da gusto y me consta que a muchas mujeres les encanta, en especial por su grosor, entre ellas a Amparo, la hermana mayor de mi novia, quién en ocasiones, como sucede ahora mismo, nos mira mientras follamos, se excita y, cuando hemos terminado, se va a su habitación a hacerse una paja pensando en esa polla tan gorda que tiene Eduardo, según dice a menudo.

Luisa continúa con su escándalo personal habitual, dando gritos casi siempre altos, quejándose y hablando de manera más o menos coherente:

Cerdo, qué gusto me das; cabrón, qué daño me haces; quiero tu lechecita, mi niño, dámela

No puedo aguantar más, ahí va mi corrida, larga y sentida, como todos mis orgasmos. ¡Qué bueno, hostia!

Mi novia, a pesar en que hay ocasiones en las que es imposible darle por el culo porque le duele, se suele correr con facilidad, es de orgasmo fácil si está convenientemente excitada, como ahora mismo le sucede.

—Sí… Ay, mamá, qué gusto, qué bueno. Sí…

Durante muchos segundos Luisa tiene su corrida, con varios orgasmos prácticamente seguidos —es un claro ejemplo de mujer multiorgásmica— que van ganando en intensidad según pierden duración. Al acabar suele dar un fuerte último grito, me pide que le saque la polla urgentemente —le da igual que yo me haya corrido o no— para tumbarse en la cama, quedando verdaderamente cansada, con ganas de dormir un rato.

También me tumbo a su lado, todavía no he recuperado la respiración por completo. Amparo se ha ido a su habitación a masturbarse. Quedo amodorrado pensando que quizás alguna vez deberíamos montárnoslo con Amparo... estaría bien.

Fui un perfecto gilipollas. En las fiestas del barrio me lo monté con una amiga de mi novia —ella estaba pasando unos días en su pueblo natal— que ni siquiera me gustaba especialmente, pero con el exceso de alcohol ya se sabe que la polla manda mucho más que el cerebro, y estuvimos echando un polvo en su coche. Al día siguiente ya se lo había contado a Luisa, quien inmediatamente cortó conmigo por teléfono y hasta hoy ya no nos hemos vuelto a ver ni tan siquiera a hablar. Sé de ella por su hermana, aunque tampoco se llevan especialmente bien y con el paso del tiempo igual me da.

Es verdad que desde adolescente el culo ha sido importante fuente de excitación y placer para mí. Maribel, la hermana menor de mi padre —nos llevamos trece años de diferencia— siempre me ha tenido un cariño especial, y en los largos veranos que pasaba con ella en su casa de Alicante, me aleccionaba en materia sexual, siendo la primera mujer que me enseñó su cuerpo completamente desnudo, la primera que me hizo una paja, la primera que me chupó la polla y se tragó mi semen y la primera en enseñarme las placenteras posibilidades del culo, del mío, especialmente.

Hace calor, el verano ha entrado ya en altas temperaturas y al borde del mar la humedad da sensación de agobio. Estoy tumbado a la sombra de un toldo y varias sombrillas en el gran jardín de la casa de mi tía Maribel, completamente desparramado en una hamaca de madera de gran tamaño —la llamamos la barca— de cómoda colchoneta. Hemos estado toda la mañana en la playa —mi tía, sus dos hijas gemelas de corta edad, Ronda, la joven niñera filipina, y yo— y después de comer en el bar-restaurante propiedad del tío Roberto —marido de Maribel— hemos vuelto a casa a  dormir la siesta, como hacemos habitualmente durante todo el verano que aquí paso, desde que acabo el curso en el colegio y hasta que de nuevo comienza, lo que permite a mis padres viajar casi constantemente, por negocios —son vendedores de joyas y complementos de súper lujo— y por placer, haciendo cortas paradas algunos fines de semana aquí conmigo o en nuestra casa de Madrid.

Adormilado como estoy apenas noto la presencia de Maribel, que se echa a mi lado en la gran tumbona de madera.

—Ya se han dormido las niñas y Ronda. Qué calor hace hoy ¿Y tú qué, jugando con tu cosita?

Así le llama a mi polla, según ella es muy grande y no quiere que se me suba a la cabeza y vaya detrás de todas las mujeres o ellas detrás de mí. Me encanta oír lo de cosita o pollita dicho por Maribel, es una manera de saber en mi fuero interno que estoy bien dotado, y, además, en la mayoría de las ocasiones es el preludio de mi placer.

—Edu, no está bien que a todas horas le estés dando a la zambomba, joder, no paras de hacerte pajas. Anda, ven aquí

Me acerco a ella y quedo tumbado boca arriba, dejándome quitar el bañador por Maribel, quien deja a la vista mi tiesa polla. Sin decir nada, se incorpora sobre su lado izquierdo y coge mi rabo con la mano derecha, acariciándolo durante unos segundos, mientras con la mano izquierda hace lo propio con mis testículos, amasándolos, primero con suavidad, apretando después y acariciando sin cesar ni un momento. Yo aprovecho para desabrochar el cierre del sujetador del biquini y quitárselo para que queden a la vista sus pitonudas tetas.

Me encanta comerle las tetas durante muchos minutos, chupar y mamar sus pezones es algo maravilloso, y a ella también le gusta. Suele cogerse los pezones con dos dedos y me los ofrece como se me estuviera dando de mamar. Para mí es lo más parecido al paraíso.

Maribel está muy buena, es un pibón del estilo de muchas mujeres de los países del Este europeo —las personas de su confianza le llamamos la rusa, por su físico y por sus ideas políticas— a pesar de haber parido dos niñas. Muy alta, como todos en esta familia, fuerte pero elegante, con un bonito cabello rubio trigueño que en verano siempre lleva muy corto y el resto del año lo deja crecer hasta media espalda para peinarlo en cola de caballo, guapa, con grandes ojos verdosos, labios rectos gordezuelos, y una expresión en su rostro amigable, simpática, de empatía constante. Delgada, con la piel siempre tostada de tomar el sol, sus tetas son más bien pequeñas, altas, separadas, firmes, duras, como dos limones puestos de punta de los que sobresalen pezones cortos, redondos, gordos, situados en pequeñas areolas amarronadas perfectamente circulares.

Ni gota de grasa en su cuerpo —todas las mañanas temprano sale a correr por la playa— dicen que sus largas piernas de musculados muslos son lo mejor que tiene —y ella se preocupa de estilizarlas con zapatos y sandalias de alto tacón— aunque para mí lo es su culo, alto, firme, ancho y alargado, con una fina apretada raja que no llega a ocultar la roseta amarronada del ano. En su pubis tiene una breve cantidad de vello muy rubio, tanto que parece que está depilada. Me gusta, me gusta esta mujer un mogollón. Será por eso que las mujeres con las que he salido a lo largo de mi vida siempre han sido rubias y se han parecido físicamente a Maribel.

Desde bien niño se lo he dicho a menudo:

—Si no me puedo casar contigo lo haré con una mujer que se te parezca, que sea como tú

Oírlo le llena de orgullo y le pone contenta, supongo que también se excita.

Ya tengo la polla tiesa y dura. A mis dieciséis años tiene veinte centímetros —Maribel la ha medido y ha sopesado los testículos infinidad de veces— y en cuanto huele a hembra se pone dura como el mango de un martillo. Serán reflejos condicionados por saber que mi tía me va a dar gusto, quizás, pero me encanta sentirme excitado, en erección plena, con esa sensación de que los huevos parecen pesar más que unos minutos antes, de que la polla es más grande y tiene vida propia porque cabecea husmeando a la búsqueda de lo que más le gusta. Todo a la vez me provoca una cierta ansiedad, no sé si nerviosismo, pero también una gran seguridad y confianza en mí mismo. Es importante para un chaval joven como yo saber que mi polla es buena y responde ante las mujeres.

Boca arriba en la tumbona, con las piernas separadas, muy abiertas y con mi tía arrodillada ante mí, la postura que para mí es la habitual. Tras varios minutos de acariciarme suavemente el rabo con las dos manos, incluyendo masaje en los huevos, por momentos más fuerte y duro, Maribel pasa a lamer mi polla entera, arriba y abajo, toda la tranca, el capullo y los testículos, a los que ya da especial atención. Labios y lengua muy ensalivados son su herramienta para excitarme, pasándolos lentamente, sin parar ni un momento, recorriendo una y otra vez todo el paquete, acercándose como quien no quiere la cosa al perineo, que también recibe su ración de saliva y lamidas, un poco antes de que tras ensalivar mí ano me introduzca uno de sus dedos en el culo.

Tengo mucho vello púbico, así que durante el verano mi tía me lo rapa, lo rasura, para poder darme placer más fácilmente con sus juegos de lengua y dedos ensalivados. Si alguna vez mi tío ha preguntado por ello, Maribel le dice que se me ven demasiados pelos por los bordes del bañador y las mujeres me miran en la playa más de la cuenta.

Con el paso de los años he aprendido palabras como rimjob, rimming y similares que pueden describir el sexo que recibía de Maribel. En ese tiempo lo entendía como unas pajas cojonudas que mi tía me hacía excitándome de distintas maneras.

Ya hace un rato que en mi culo entran dos dedos juntos, adentro y afuera, excitándome hasta más no poder, y cuando mi tía mete la punta de su lengua sé que en cualquier momento me voy a correr. Ya estoy como flotando, sintiendo al mismo tiempo las caricias de las manos de Maribel en la polla, masajeándola, moviendo arriba y abajo la piel, descubriendo mi capullo para recibir suaves rápidas mamaditas, sin olvidarse de penetrarme el culo con la lengua, un poco más dentro cada vez.

Sí, ahí va mi semen, cinco o seis largos chorreones de blanca densa lefa que salen disparados hacia arriba, salpicando la cara, el cabello y las manos de Maribel. Qué bueno, qué sensación más maravillosa. Es lo que más me gusta en el mundo.

Durante unos segundos más mi tía ha seguido masajeando mi polla, lenta y suavemente, sacando hasta la última gota de mi leche de hombre. Me he puesto perdido y ella también.

—Vaya con el niño y su leche, cómo le gusta salpicar

Quedo adormilado, aunque noto como me pasa una pequeña toalla mojada que siempre deja a mano cuando me va a dar gusto. Ella se marcha hacia el interior de la casa, al cuarto de baño.

En ocasiones la he seguido para ver si se masturba, pero no lo hace. Por las noches, muy tarde, cuando se supone que todos estamos ya dormidos, Maribel folla con su marido, lo hacen muy a menudo, casi todos los días. Salgo al jardín y me acerco a la ventana del dormitorio, que suele estar abierta y con la persiana no bajada del todo, así que los veo sin mayores problemas que la falta de luz artificial. Me costó trabajo darme cuenta que en muchas ocasiones Roberto le mete la polla en el culo, para mí ha sido todo un excitante descubrimiento que no me he atrevido a comentar con ella para no poner de manifiesto que los espío cuando están chingando.

Ronda, la niñera filipina de mis primas tiene unos veinticinco años, lleva viviendo mucho tiempo en España, de donde son sus abuelos, me enseña a hablar inglés, al mismo tiempo que practica el francés conmigo. Es una mujer más bien alta, muy delgada, fina y elegante, con formas pequeñas —apenas tiene tetas, sólo un abultamiento con grandes pezones oscuros, gruesos y largos dentro de areolas circulares— pero atractivas, muy morena de piel y pelo, con un precioso largo cabello muy negro, ojazos también negros y una boca recta, grande, de labios gruesos, que yo identifico con una buena mamada. Le encanta chuparme la polla durante muchos, muchos minutos, con su ancha lengua, segregando gran cantidad de saliva, lenta y tranquilamente, arriba y abajo por todo el tronco, deteniéndose a lamer los huevos, volviendo al glande, repitiendo y repitiendo hasta que ya no puedo aguantar más, entonces, rápidamente me come el capullo mamándolo con ganas, y en cuestión de un minuto me corro dentro de su boca, sin desperdiciar ni una gota de semen para que Ronda se lo pueda tragar tras darle unas cuantas vueltas con la lengua y enseñármelo con expresión de placer. Eso le da gusto, favorece su excitación, de manera tal que se corre rápidamente masturbándose frenéticamente tras tragar mi leche de hombre. Maribel no solo está al tanto, sino que nos anima a hacerlo, está presente en la mayoría de las ocasiones y cuida de que no me corra en el coño de la filipina las pocas veces que me deja metérsela, dado que Ronda parece alérgica a los condones y un tanto despreocupada por lo que pueda ocurrir.

Qué guarra eres Ronda, pero si eso es lo que te gusta, allá tú. Cuidadito si folláis, no quiero embarazos, ¿estamos?

Como no voy a querer a mi tía si todo me lo permite. Para mí el verano es la mejor época del año, está claro. No me extraña que me acostumbrara a recibir de las mujeres placer oral, hasta que Luisa logró mi adicción por el sexo anal. Lo cortés no quita lo valiente.

Cuando mi novia Luisa cortó conmigo seguí manteniendo relación con su hermana Amparo, quedábamos para pasear por la sierra segoviano-madrileña —ella es botánica— salíamos al cine, a tomar unas copas, nos dábamos el lote en su coche, follábamos un poco a escondidas por si se enteraba mí ex, y cuando unos cuatro meses después Luisa aprobó las oposiciones de catedrático de Instituto y se marchó destinada a la ciudad de Huesca, de donde procede la familia, su hermana y yo mantuvimos una relación de amistad sexual que duró muchos años, con intermitencias, pero dándonos gusto siempre que nos apetecía. Con cuarenta y seis años se casó con su gran amigo de siempre, Rafael, y se terminó lo nuestro, sexualmente hablando. Hoy en día mantenemos buena amistad y confianza.

A Amparo le gusta todo aquello que la excite y le dé gusto, no sólo se centra en su culo. Tiene nueve años más que yo y físicamente se parecen bastante su hermana Luisa y ella: alta, delgada, muy rubia, de tetas más grandes y un culo mucho más rotundo, no por ello menos deseable, redondo como un perfecto melocotón. No es tan guapa de cara como me parecía Luisa, tiene ojos oscuros, rasgos duros en su rostro y la nariz algo grande, pero en conjunto es una mujer llamativa que está muy buena. Intenta llevar una vida tranquila —tiene manifiesta desconfianza y cierta hostilidad en el trato con los hombres, tras un divorcio sentimental y económicamente muy difícil después de cinco años de casada— es funcionaria destinada en los servicios centrales de un Ministerio y, según ella, echa en falta tener sexo más a menudo, que practica conmigo y con Rafael, un amigo de toda la vida —desde niños— maestro en un colegio del barrio en el que ambos viven, y con quien por temporadas tienen lo más parecido a un noviazgo, hasta que se cansan, parecen alejarse un tiempo y de nuevo vuelven con intensidad. Como dice Rafa:

Joder, no somos ni novios ni una pareja liberal ni follamigos, somos como la Parrala, que es otra cosa.

Amparo completamente desnuda, arrodillada en la cama, mirando mi polla como si se la fuera a comer, es algo serio, sí señor. Me gusta que se siente sobre sus talones, con las piernas muy abiertas y el torso erguido, de manera que veo reflejados su perfecta recta espalda y el  majestuoso culo en el gran espejo de pared que tiene colgado enfrente de la cama, tengo sus tetas grandes, musculadas, levemente caídas hacia los lados, con pezones cortos y gruesos de un bonito color beige, delante de mis ojos, al alcance de mis manos, que tienen que decidir si empiezan ya a ocuparse de su abultado sexo, siempre depilado, completamente rasurado, del mismo color tostado que los pezones, que parece obsceno de lo brillante que se pone gracias a los muchos jugos sexuales segregados por la hembra.

Durante un buen rato Amparo toma la iniciativa tocando, agarrando, acariciando, apretando, masajeando mi polla, sonriendo con gesto alegre, respirando cada vez un poco más fuerte y rápido. Excitándose, claro.

La de veces que me he corrido yo sola pensando que la tenía metida en el coño, tiesa, dura, rugosa, con todas las venas hinchadas, el capullo rojo, tenso, lista para disparar tus chorreones de semen

Pasa a besarme el rabo, muchas veces, continúa lamiendo arriba y abajo con toda la lengua, enseguida repasa el glande una y otra vez con los labios, la lengua, los dientes… toda la boca, ensalivando constantemente, con mucha suavidad. Se detiene, vuelve a mirar la polla como si fuera algo especial para ella, y me pide follar, ya, ahora mismo.

Es un espectáculo placentero y excitante ver a Amparo tumbada boca arriba en la cama, las piernas muy abiertas, los pies asentados sobre la sábana, las tetas desplazadas hacia los lados y los labios del sexo, hinchados, brillantes, claramente empapados. Está expectante, respirando deprisa, haciendo ruidos, ronroneando y emitiendo algún que otro suave gemido, esperando que le meta la polla que estoy restregando arriba y abajo por su sexo ayudándome de la mano, deteniéndome durante unos instantes en la zona del clítoris, volviendo a subir y bajar.

—Ya, Edu, ya, por favor

Sí, me gusta, más todavía cuando meto el capullo y un poco más en su coño, lo agradece gimiendo largamente, en voz todavía baja, que cambia en el mismo momento en que con un único golpe de riñones le meto la polla entera hasta llegar lo más profundamente posible, empujando ya de manera constante, adelante y atrás.

—Fóllame, sí, fóllame

Eso es lo que hago durante los próximos muchos minutos, adentro y casi afuera, empujando con fuerza, agarrados mis brazos a las piernas dobladas de Amparo para ayudarme a incrementar el ritmo, que poco a poco aumento hasta que se convierte en un polvo de puta madre, con la mujer dando gritos en voz alta cada vez que empujo a fondo, ambos con los ojos cerrados, la boca abierta, las aletas de la nariz vibrando a la búsqueda de más oxígeno, y mi polla contenta y feliz de sentir la suavidad, el calor del empapado coño, y el roce constante de las paredes vaginales, que aprietan como si abrazaran la tranca entera, envolviéndola en una estupenda sensación. Todo ello acompañado de los ruidos de la cama metálica, del somier de lamas de madera que crujen como si se fueran a romper, del golpeteo de nuestros pubis, del sonido líquido de los muchos densos jugos sexuales batidos por mi rabo… y los espasmos vaginales que parecen pellizcar la polla cuando Amparo, que no ha dejado de tocar su clítoris con dos dedos, tiene su largo y sentido orgasmo, curiosamente, casi en silencio, sin apenas meter ruido, como si estuviera muy concentrada en sí misma o algo parecido.

—Ah… ya, ya, sácala, sí, sí, sí…

Tal y como me pide la saco, vibrante, roja, plena de sangre en sus cuerpos cavernosos, me la meneo suavemente durante el minuto que le dejo a la mujer para recuperar su resuello, y sin necesidad de hablar ni hacer un solo gesto, la mujer se da la vuelta, todavía con dificultad en sus movimientos, algo aletargada, se pone arrodillada con las rodillas muy arriba tocando sus tetas y las piernas juntas, de manera que su precioso redondo culo se hace evidente en su mayor plenitud.

—Suave, muy suave, Edu

Así lo hago, extiendo un buen chorreón de lubricante a lo largo de la raja y me detengo en el ano, en donde introduzco el dedo índice adelante y atrás media docena de veces. Me muero de ganas por sodomizarla, y es lo que hago tras darme lubricante en el glande, con facilidad, sin los problemas que planteaba su hermana, simplemente empujando, apretando la punta del capullo en la roseta del ojete, que se abre para dejar paso a mi encabritada necesitada polla.

Ahora sí que grita Amparo. A cada uno de mis pollazos hacia dentro del culo responde con un grito corto, en voz alta, que consigue ponerme todavía más cachondo, si eso es posible.

Bien agarrado a sus caderas le estoy pegando un metisaca de lujo, rápido, profundo, con un recorrido de la polla cada vez más corto según se acerca mi orgasmo, intentando subir el ritmo y dejándome ensoñar y excitar por los sonidos del golpeteo de mi pubis contra el culo de Amparo, sus jadeos y gritos continuos que mantiene en voz alta, y el martilleo de la sangre en mis sienes y el oído, en donde parece que tengo un tambor que toca con el mismo ritmo de la follada. Tardo un poco, Amparo me urge terminar, y cuando lo hago, suelto como una docena de lechazos en lo más profundo de este agradecido culo, me corro dando un fuerte bufido y quedo como un minuto disfrutando de mi orgasmo con la polla todavía dentro de la mujer. Me ha gustado, joder que sí, como siempre.

Fue una pena perder la posibilidad de follar con Amparo cuando decidió casarse. No perdí su amistad, que vale mucho, y, no sé si como compensación me presentó a una de sus compañeras de trabajo, Chusa.

María Jesús es una rubia más bien bajita —lleva con elegancia y pericia zapatos de increíbles altos tacones— diez años más joven que Amparo, también divorciada desde hace años, sin hijos, simpática, muy guapa de cara —con preciosos ojos color caramelo que por momentos parecen ser transparentes y labios gruesos rojizos que me hacen pensar en cómo se adaptarán a mí polla— con un cuerpo llamativo, sinuoso, curvilíneo. No es ninguna tontita, el primer día que salimos a cenar junto con Amparo y Rafa, ya estuvimos follando en mi casa, de manera natural, sin forzar la situación en ningún sentido.

Delgada, estilizada, bastante musculada —lo mío es genético, al gimnasio he ido siempre a pasar el rato— elegante, impacta esta guapa rubia, casi de mi misma edad. No me llega más arriba del pecho, pero la solvencia con la que me desnuda rápidamente al mismo tiempo que me besa en la boca, y la manera de acariciar mi polla mientras me dice las ganas de follar que tiene, indican que sabe, que tiene práctica. Me ha sorprendido agradablemente.

Lleva el rubio pelo con una densa media melena rizada, cardada, aleonada —es mi color natural, de momento no me tiño porque no se notan las canas y este tono de rubio atrae a los tíos— que le hace muy bien a su bonita cara redondeada, en donde destacan bonitos ojazos claros, nariz recta y la boca chupona de gruesos labios.

Es delgada engañosa, de cuello largo, suaves hombros y unas tetas que son muy grandes para su estatura, separadas, redondeadas, duras, muy levemente caídas, apuntando hacia los lados, con pezones rojizos oscuros, gruesos, cortos, dentro de pequeñas areolas difuminadas, sin forma definida, también rojizas. Su sinuosa espalda acaba en un metido en la cintura, amparado por las redondas caderas que engloban un bonito culo, alto, redondo, duro, que parece una tersa manzana dividida por una estrecha raja, al final de la que se hace patente un ano circular, muy apretado, también de tono rojizo. Piernas altas, fuertes pero delgadas, con muslos musculados que parecen proteger un pubis hacia afuera —lo lleva totalmente rasurado— en donde destacan los anchos labios vaginales del mismo color que los pezones. Está muy buena, tiene un cuerpazo de la hostia. Gracias, Amparo, por haber pensado en mí.

—Desde que me divorcié nunca he tenido relaciones fijas o duraderas, pero el sexo es vital para mí, y si un tío me gusta, me lo tiro

Me parece perfecto. En la cama lleva la iniciativa, no para de besarme la boca, de acariciar todo mi cuerpo, de mostrarse como una mujer apasionada, con ganas de follar.

Hemos estado unos minutos montándonos un ensalivado sesenta y nueve, en donde no sólo me ha comido la polla, sino que ha recorrido con lengua y labios los huevos y el perineo, hasta llegar a la raja de mi culo, que ha repasado suavemente muchas veces, apenas penetrando el ano con la puntita de la lengua. Yo he hecho lo mismo con su culo, ante sus exclamaciones de gusto y excitación.

Estoy tumbado boca arriba, elevando el torso y la cabeza con un par de almohadas, Chusa, con sus rodillas a la altura de mi pecho, coge la tiesa y dura polla, la restriega cinco o seis veces arriba y abajo por su empapado coño y la introduce lentamente en el chocho, quedando en cuclillas, en una postura en la que casi se sienta sobre mí.

—Que gruesa es, me lo dijo Amparo; qué ganas te tengo 

Su coño es suave, caliente, muy mojado, sabe estrecharlo para apretar mi polla, y se mueve de puta madre, arriba y abajo, adelante y atrás, en círculos, por momentos intenta que mi polla le llegue lo más profundamente posible, y también se levanta hasta que casi se le sale de la entrada del chocho, dejándose caer un segundo después, volviendo a repetir… ¡Qué polvo más cojonudo me está echando esta rubia!

—Ah…, sí…

Se corre durante muchos, muchos segundos, con un suave quejido, ronco, que le dura todo el largo orgasmo. Está muy quieta, con la boca abierta, los ojos cerrados, las aletas de la nariz en tensión, prácticamente sentada sobre mí pubis.

Mi polla siente durante todo el tiempo los espasmos vaginales que acompañan la corrida de Chusa, algunos muy fuertes, como si pellizcara mi tranca, otros suaves como una lamida, y entre todos hacen que no pueda esperar más. Me corro con un orgasmo largo y sentido, soltando mi semen dentro de la vagina de María Jesús, que cuando he acabado, abre sus ojos, sonríe, se levanta y se acuesta a mi lado y besa suavemente mis labios después de hacerme una caricia en la mejilla derecha.

—Ha sido muy bueno, me ha gustado. ¿Te harás mi culo? Amparo dice que te encanta.

Con cincuenta y nueve años el tío Roberto falleció de un ataque al corazón fulminante, justo en el momento en que estaba encendiendo un puro Farias, lo único que fumaba a lo largo del día, siempre después de comer. Nada se pudo hacer. La tía Maribel no quiso continuar con el negocio del restaurante, y dado que se lo pagaron bien, también vendió la casa de la playa y se vino a vivir a Madrid, al ático en donde tenían pensado retirarse ella y su marido. Mis primas —ya en los treinta años, viven y trabajan en Madrid, una es médico, la otra traductora de un organismo institucional, ambas con pareja estable— viviendo su vida desligadas de su madre, lo agradecieron. Yo también, así nos vemos más a menudo.

Son muchas las ocasiones en las que mi tía y yo hemos quedado para tener sexo a lo largo de los años, tanto en Madrid como en la playa, dónde siempre he ido varias veces a lo largo del año a visitarles, con o sin pareja por mí parte. A pesar de haber tenido novia y distintas amantes, Maribel siempre ha estado ahí, como una amante fija que nada exige, pero siempre dispuesta a darte lo que quieres. Ni ella ni yo hemos dudado jamás de esta situación y en ningún momento nos hemos planteado que hubiera que terminar o dejarlo.

A sus cincuenta y cinco años Maribel ha cambiado física y sicológicamente, es bastante más rotunda en sus curvas, ha engordado un poco —ya no me apetece salir a correr, al gimnasio voy a pasar el rato con las amigas, a darme una ración de vista con los tíos buenorros y a tomar después unas cañas con patatas bravas— y está un poco aburrida, quizás desencantada, ya no es la persona siempre alegre, risueña, soporte anímico de todos los de su alrededor. A mí me sigue queriendo más que a nadie —¿para qué me voy a echar novio si te tengo a ti?— nos vemos bastante a menudo, salimos a cenar o al teatro y, como durante toda mi vida, me da placer cuando me apetece.

Me sigue pareciendo la mujer más deseable del mundo, claro que sí. Ahora lleva siempre el pelo muy corto, con raya a un lado, y se tiñe las canas con tonos rojizos que conjugan perfectamente con el rubio de su pelo. Está guapa, su rostro ha redondeado los rasgos y le hace muy bien, y las arrugas alrededor de los ojos son apenas perceptibles, aunque ella se queje. El exceso de quilos lo reparte perfectamente entre las tetas, más grandes, ya algo caídas hacia abajo y hacia los lados, un pequeño michelín en el estómago —son las cervezas, mi niño— el culo sigue siendo ancho y alargado, con más volumen —excitantemente más grande, diría yo— y los todavía fuertes y musculados muslos, más anchos y recios. Sigue teniendo su piel siempre tostada por el sol, que toma durante todo el año desnuda en la gran terraza acristalada de su casa.

Estamos tumbados en la cama de su dormitorio —vivimos bastante cerca, pero a mi casa no va nunca— acariciándonos suavemente, dándonos besos cada vez más largos, ensalivados, con mucha lengua, guarros y excitantes. Le he vuelto a pedir el coño, quiero penetrarlo y follármela como corresponde, pero de nuevo ha dicho no —mi chocho ha sido sólo de tu tío y así seguirá siendo hasta que me muera, dame tu palabra de que ahí no va a entrar tu polla por muy cachondo que estés— así que me dejo hacer por su parte, tomando ella la iniciativa, como casi siempre ha hecho.

Lleva más de diez minutos excitándome, mamando mi polla y penetrando mi culo con sus dedos. Utilizamos como lubricante un suave aceite de masaje de rosa mosqueta, así que me acaricia y penetra con total suavidad y facilidad, al mismo tiempo que se expande por la habitación un suave perfume que me encanta. Desde hace ya varios años le doy por el culo —le confesé que de jovencito les espiaba por las noches y nunca pude olvidar cómo su marido la sodomizaba, se echó a reír y me dio el culo en ese mismo momento— y ella también me lo hace a mí con un consolador de silicona sujeto a su cintura y muslos gracias a un arnés de cuero. Le encanta follarme por el culo, se excita mucho cuando me sodomiza.

—He sido traviesa esta semana y con el grupo de amigas del gimnasio hemos ido a dar un vistazo al sex-shop que han abierto en el centro comercial. He comprado algo para ti y para mí

Se trata de un largo consolador de silicona, de color negro, bastante blando, de por lo menos medio metro de largo, con punta de pene en ambos extremos, uno más grueso que el otro.

Nos sentamos en la cama uno enfrente del otro, con las piernas muy abiertas —mi tía pone sus largas piernas por fuera de las mías— y bastante cerca, lo suficiente como para que Maribel se introduzca en el coño uno de los extremos del negro consolador, el más grueso, y pueda introducir en mi culo el otro extremo. Previamente ha impregnado toda la polla con aceite lubricante y me lo mete sin problema alguno, lenta y suavemente, pero con firmeza.

Me gusta, es como si me la estuvieras metiendo tú

No me parece lo mismo, la verdad sea dicha, pero si a ella le gusta, algo es algo. Tengo mis manos ocupadas en acariciar las tetas y el culo de mi tía, quien con su mano derecha no suelta en ningún momento mi polla y con la izquierda sujeta el doble consolador para que no se nos salga con el movimiento de la follada. Nos movemos suavemente, de manera bastante coordinada, y aunque no es lo mismo que si me lo estuviera haciendo con el arnés, dado que es bastante menor la posibilidad de acción, la verdad es que me resulta excitante. No sólo a mí, Maribel jadea y respira fuerte, y ya hace varios minutos que me exige ocuparme con mis dedos de su clítoris.

Sigue, niño, sigue; no pares, me viene…

Un grito corto, con voz ronca, como si le supusiera un gran esfuerzo, es la manifestación de su larga corrida.

Después de su orgasmo Maribel se tumba por completo en la cama tras quitarnos a ambos el consolador. Yo me meneo la polla sin prisas, pero sin detenerme ni un momento. Apenas tardo un minuto en correrme, eyaculando varios densos chorros de semen que dirijo con mi mano hacia el cuerpo de la adormilada mujer para que la pringuen y manchen lo más posible.

—Guarro

—Guapa

Un beso suave en los labios y los dos nos quedamos dormidos.

Luisa y mi tía se conocían, claro, pero no congeniaron en ningún momento —Maribel a veces me pedía que me buscara otra novia, que esta era un bicho— y apenas tuvieron trato. A mi novia nunca le dije que tenía relaciones sexuales con mi tía, aunque ella me gastaba bromas acerca de que la nombraba demasiado a menudo e iba a verla muchas veces, entendió fácilmente que Maribel me ponía cachondo desde niño —en ocasiones, con su hablar juguetón e infantiloide, se hacía pasar por mi tía mientras estábamos follando— además de tenernos gran cariño. Con Amparo y otras mujeres con las que he tenido relaciones no esporádicas de amistad y sexo, no venía a cuento presentarlas a mi tía, aunque sí ha conocido a alguna de ellas y siempre ha estado al tanto, con todo tipo de detalles, de mi vida sentimental y sexual.

Las casualidades existen, por supuesto, resulta que Maribel y Chusa viven en la misma calle, tienen en común el gimnasio al que van, se conocen, se llevan bien, son del mismo grupo que sale a tomar cañas, y mi tía sabe que follo con ella, primero porque yo se lo he dicho, y porque también Chusa se lo ha contado, sin saber que somos familia, al menos en un primer momento, y no sé si después con cierto morbo, dado que Maribel le ha reconocido que somos amantes desde siempre.

Cuando mi tía me lo contó pensé que ya no iba a ver más a Chusa, que Maribel la había ahuyentado, quizás a propósito, pero no, me ha telefoneado y hemos quedado esta tarde en su casa para tomar café después de comer.

Llego a eso de las cuatro de la tarde, tras subir en el ascensor veo abierta la puerta del piso.

—Hola Edu, ve al salón, ahora mismo salgo

No he llegado a sentarme, pero casi me caigo sobre el sofá al ver a Chusa, quien viene a recibirme desnuda y sin ningún tipo de maquillaje, con la melena peinada de manera que parece un león, llevando tan solo unos zapatos negros de altísimo tacón, unas medias negras prácticamente transparentes que le llegan muy arriba en los muslos, hasta las ingles, y en el cuello una ancha cinta de suave cuero negro, como si fuera un collar de perro. Excitante, guapa, espectacular, verdaderamente impresionante.

Me desnuda rápidamente sin decir nada, simplemente me mira a los ojos con expresión alegre, como de cierta guasa, plenamente consciente de la impresión que me ha causado, de lo cachondo que estoy ahora mismo.

Durante muchos minutos nos besamos y acariciamos todo el cuerpo, sin parar ni un momento, sin ningún tipo de cortapisa, sin hablar, sólo reconociéndonos, buscando la mutua excitación, indagando en el cuerpo del otro con total y absoluta naturalidad, familiaridad y confianza, sabiendo que es lo que ambos queremos y necesitamos.

Nos detenemos unos instantes, lo suficiente como para que Chusa se levante y traiga un frasco de lubricante que unta a todo lo largo de mi crecido, tieso y duro falo. Antes de que pueda indicarle nada, se pone arrodillada sobre el ancho sofá —ha tenido la precaución de extender varias blancas toallas— inclina el torso, apoya la cabeza sobre el asiento, de manera que su maravilloso culo redondo se hace evidente en toda su grandeza. Me acerco con la polla cogida con la mano derecha, empujo en la entrada del ano y penetro sin dificultad, suavemente, hasta toda la profundidad de la longitud de mi rabo.

Ah…, sí, qué gruesa es, como la siento

Comienzo un suave movimiento adelante-atrás al que se acompasa la mujer, dándole pollazos cada vez un poco mas deprisa, intentando llegar más lejos dentro del culo, obteniendo como respuesta gemidos y grititos suaves, cortos en voz baja y ronca

—Más, dame más, sigue, sigue

Noto la polla envuelta, apretada, como sujeta por una mano fuerte y dura que a la vez es suave y blanda. Es una follada estupenda, una enculada cojonuda que me va acercando al orgasmo, al mismo tiempo que observo como Chusa se acaricia el clítoris con la mano derecha, deprisa, exigiendo ya su corrida.

Un suave quejido con voz ronca es la prueba de que ha llegado a su largo y sentido orgasmo, que parece durarle mucho tiempo, durante el cual yo no he parado, he seguido adelante y atrás con mi duro metisaca hasta que me corro. Guau, qué bueno. Ahí va mí semen, dentro del culo.

Quedamos ambos adormilados en el sofá tras besarnos suavemente en los labios, sonrientes, recuperándonos, sin hablar, apoyados el uno en el otro, simplemente con la tranquilidad y el sosiego de una buena corrida compartida con alguien que te gusta y con quien te sientes bien.

Suena el teléfono móvil de María Jesús, lo coge de una cercana mesita baja, sonríe ante lo que le dicen y pone el altavoz para compartir la conversación conmigo. Es mi tía Maribel:

He calculado bien, ya os habéis corrido la primera vez. Me gusta que estéis juntos, y por supuesto, no estoy celosa. Espero que os vaya muy bien, es lo que más me gustaría. Por favor, seguid

Estoy pensando muy seriamente en retirarme de trabajar. Gracias a mis padres —terminé la carrera de Económicas, pero he seguido su negocio de joyería y artículos de lujo, viajando bastante menos que ellos, porque entre internet, una eficiente secretaria, dos representantes comerciales y un pequeño céntrico almacén completamente blindado, me hacen casi todo el trabajo. Mis padres viven en Canarias hace años, retirados de todo salvo de disfrutar del sol en playas nudistas, tomarse sus gintonics y follarse a otras parejas nudistas, tal y como me confesaron una de las veces que les he visitado— tengo la vida bien resuelta desde un punto de vista económico, y mis empleados me van a pagar un pastón por quedarse con el negocio. Poder vivir de las rentas con cuarenta y tres años es un logro al alcance de pocos. Maribel me anima a hacerlo ya, y también cree que debo compartir mi vida con María Jesús. Le gusta esa mujer, dice que somos una pareja perfecta, que estamos hechos uno para el otro.

He insistido a mi tía que vivamos juntos, pero no quiere ni planteárselo, por sus hijas —se han quedado embarazadas casi al mismo tiempo, apenas con una semana de diferencia— por el recuerdo de su marido y porque dice que ya va teniendo una edad y no siempre quiere sexo, además, el cariño, ese pegamento que nos ha mantenido unidos, nunca lo vamos a perder. Ni me deja seguir hablando cuando lo intento.

—No te preocupes, siempre estaré cerca de ti para lo que necesites, y no tenemos por qué cortar ni renunciar a nada, simplemente amoldarnos al paso del tiempo, a tu nueva vida y a lo que piense tu pareja  

De eso sí que estoy seguro, Maribel nunca me va a fallar.

   

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