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Cristina

en Confesiones

Cristina

Esta noche va a nevar, tiene cerco la luna

Son poco más de las cinco de la tarde y la fiesta por la jubilación de Leandro, jefe de Contabilidad de la empresa durante los últimos veinticinco años, ya se está poniendo un poco pesada, con algunos a los que se les nota el exceso de alcohol y forzada alegría, otros que no pueden disimular las ganas de irse —es viernes, la hora habitual de salir del trabajo son las cinco y, además, el próximo lunes es fiesta en Madrid— y algunos más que queremos seguir de marcha en un ambiente más tranquilo, con menos gente. Me apunto a tomar una copa con un grupo de seis personas que apenas conozco, excepto a mi amigo Paco, que es quien me presenta al resto, todos ellos de la unidad de Control de calidad, a quienes quizás he visto en más ocasiones y además reconozco los nombres, pero con quienes nunca he tenido ningún trato más allá de hola y adiós.

Encontramos refugio —está empezando a llover y se nota un molesto aire frío de comienzos del invierno— en un bar de copas situado en la planta baja de un cercano moderno gran hotel. Un café con unos ricos bollitos de manzana y canela nos reanima a todos y es el preámbulo de las copas que pedimos —como personas originales que somos, tres hombres y tres mujeres, pedimos seis gintonics— y la animada charla que se ha establecido, con cotilleos de empresa de por medio, anécdotas mayoritariamente relacionadas con los compañeros de trabajo y nuestros propios risibles errores.

La jefa de la unidad de Control es Cristina, Tina, mujer de alrededor de cincuenta años, alta, grande, que no se puede decir que sea guapa, pero que en el momento en el que se ha quitado el abrigo y la chaqueta del elegante vestido sastre gris que lleva me ha dejado deslumbrado por su cuerpazo. Vaya par de tetas, qué muslos y qué culazo. Está muy buena. Se ha dado cuenta de mis miradas, me da la impresión de que no le ha molestado, más bien al contrario. Me he fijado en su mano derecha, no lleva anillo de casada, quizás no signifique nada, pero me he animado, igual que el hecho de que ella se muestre locuaz, simpática y atenta hacia mí. A ver si hay temita, que llevo una temporada matándome a pajas.

Soy maestro de la verborrea, según dicen mi labia es de categoría, me gano la vida como segundo jefe del Departamento comercial, tratando constantemente con los clientes, después de quince años de ser un simple representante comercial, vendiendo por toda España, Portugal y Marruecos los productos de la empresa. A ver si me vale para algo esta noche.

Una excelente simpática pianista pone un punto de entretenimiento, amenidad y buen ambiente en el local, ahora prácticamente lleno de parejas y hombres solos alojados en el hotel. Después de la tercera copa sólo quedamos cuatro de los que nos recogimos en el pub —me han indicado muy discretamente que la pareja que se acaba de ir tiene un rollo que supuestamente nadie conoce, pero todos sus conocidos lo saben— y nos estamos divirtiendo, con charla agradable y un cierto vacile tontorrón ya desde hace un rato. Las dos mujeres van al cuarto de aseo, supongo que a contarse confidencias o algo así, y Paco se dirige a mí con alegría y mucho entusiasmo:

—Nando, tío, tienes en el bote a Tina; joder, ni los más viejos del lugar recuerdan que no haya despedido con cajas destempladas a alguno de todos los hombres que se le han acercado. A triunfar, hermano, que yo me llevo a Carmen. Hoy follamos

Cuando vuelven las dos mujeres hay unos instantes de duda e incertidumbre, no procede pedir más copas y nadie da el primer paso para irse. Ayuda que se acabe la aplaudida actuación de la pianista y Paco y yo damos por hecho que nos vamos dado que ya hemos pagado. En la puerta nos separamos las dos parejas de la manera más natural y rápidamente desaparece mi amigo con Carmen camino del aparcamiento, y antes de que yo pueda decir nada Cristina me interpela:

Vamos a ver si podemos coger habitación en el hotel. Tengo ganas de follar, no quiero ir más lejos, ¿te parece bien?

¿No me va a parecer bien? Ningún problema, salvo esa sensación que tengo en estas ocasiones de que todo el personal del hotel pone cara de cachondeo porque saben que venimos a follar. Pues sí. Si les da envidia, que se jodan.

Habitación muy grande con cama de matrimonio y muchos espejos. ¿Tanto se nota que vamos a chingar? Nada más cerrar la puerta nos hemos dado un beso en la boca, suave, como de compromiso, e inmediatamente después de separarnos de nuevo nos besamos, ahora en plan verdaderamente excitante y guarro, dándonos un buen repaso con las respectivas lenguas durante muchos, muchos segundos, recorriéndonos la boca entera.

—Fernando, estoy cachonda, bueno, y salida. Hace meses que no estoy con un hombre

No contesto, para qué, me desnudo rápidamente mientras miro a Cristina hacer lo propio. Lleva ropa interior no especialmente sexy, blanca, de aspecto deportivo, de talla grande, pero se la quita rápidamente y deja en libertad un par de tetas impresionantes: altas, redondeadas, muy grandes y pesadas, quizás algo caídas hacia abajo, con canalillo estrecho y profundo, oscuros pezones cortos, muy gruesos —ya están erectos, duros, tiesos— situados en el centro de grandes areolas amarronadas, sin forma definida. Tina, dándose la vuelta como quien no quiere la cosa, me enseña un culo fabuloso, moviendo las caderas levemente a derecha e izquierda, doblándose por la cintura, con los fuertes muslos y las largas torneadas piernas muy juntas, poniendo en evidencia un culazo tremendamente excitante, de gran tamaño, alto, duro, carnoso, sin huellas de celulitis o piel de naranja, con forma de pera redondeada, sin vello ni marcas ni pecas ni manchas... espectacular. Me lo tengo que follar.

Vestida es una mujer muy llamativa porque tan alta, con esas tetas y ese culo tan grandes llama la atención —podría decirse que es un mujer con forma de guitarra— aunque no sea especialmente guapa, con el pelo gris, casi blanco, muy corto —a cepillo, como Manolito, el personaje de la tiras gráficas de Mafalda— grandes ojos oscuros debajo de cejas negras largas y anchas, sin perfilar, nariz grande, boca recta también grande, de labios gordezuelos, y un cutis moreno, de color canela suave, que disimula perfectamente las leves arrugas alrededor de los ojos. Puede parecer que tiene exceso de quilos, pero no, para nada, es grande y fuerte, sin estómago ni tripa ni lorzas en los costados, y desnuda lo demuestra. Está muy buena.

Los fuertes anchos muslos protegen un sexo en principio difícil de ver, tapado por una gran mata de vello púbico negro —me queda claro que se tiñe el cabello— rizado, denso, que le llega muy arriba y me parece la selva del río Amazonas, porque es evidente a simple vista que está mojada, mucho, con el interior de los muslos recorrido por algunos brillantes riachuelos de jugos vaginales.

—Qué pollón tienes. Ven, hace mucho que no me como una polla

Ha tomado la iniciativa desde el primer momento y me parece perfecto porque me está haciendo una mamada de categoría. Primero ha recorrido con su ensalivada lengua todo el largo y ancho de mi rabo —veintiún centímetros y medio por seis de ancho y un glande más grueso todavía— llegando hasta los huevos, que también se han llevado sus buenos lametazos. Con la mano izquierda no ha parado de acariciar, apretando de vez en cuando pelín fuerte, los testículos, mientras que la mano derecha ha estado acariciando, masajeando mi culo, subiendo y bajando por momentos a lo largo de la raja y deteniéndose en el ano, sin empujar, pero haciendo intentos de apretar un poco. Interesante, sí señor. Esta tía sabe de qué va el rollo.

Desde hace un buen rato se está centrando en darle todas las atenciones al capullo de mi polla. Y lo hace muy bien, con lengua, labios, dientes, sin prisas, pero marcando un ritmo de velocidad constante que me va a llevar al orgasmo. Intento quitarle la polla de la boca, incluso le tiro del pelo, quiero follármela, pero no me deja.

—Dame tu leche, después te hago lo que quieras  

Está muy claro que le encanta demostrar el poder de su lengua, de su boca, jugando a un sí-no, ahora te chupo ahora no, aumentando mi excitación, mi necesidad, para disfrutar oyendo mí respiración entrecortada, con la palpable evidencia de la ansiedad por correrme, y gozar con mi eyaculación, con la explosión de mi leche de hombre en su boca cuando ya no puedo aguantar más. Sólo hace falta ver la expresión de su cara, sus ojos brillantes, la gran sonrisa de satisfacción y el gesto de control, de poder sobre mí, cuando se levanta, acerca la cabeza —es apenas un poco más baja que yo— y me besa en la boca, me mete la lengua —no aparto la cara, aunque no me guste especialmente el sabor del semen— y nos damos un larguísimo guarro beso compartiendo los restos de mí corrida.

Decidimos ducharnos juntos en la amplia ducha del cuarto de baño. El agua caliente, el vapor retenido por la mampara de cristal, la sensación de fuerte lluvia impactando sobre la piel, todo contribuye a mi sensación de bienestar, de perfecta circulación de la sangre, de recuperación total de mis músculos. Ver y tocar a Tina para extenderle el suave gel de baño, acariciar suavemente esas tetas fabulosas, sentir sus manos haciendo lo mismo en mi pecho, en la espalda, en mis nalgas, detenernos ambos en mi polla y en su peludo coño… cómo no me voy a poner cachondo de nuevo. Y destacando sobre todo lo demás, su culo.

Hazme el culo

Mueve el grifo y reduce la fuerza del agua de la ducha para que no nos moleste en la cara, se da la vuelta y apoya ambas manos, con los brazos estirados, en la columna de baño de la pared, echa las piernas hacia atrás y las abre mucho, de manera que queda en una postura en la que levanta y evidencia el gran fabuloso culo en su total esplendor. Cómo me he puesto otra vez.

Ayudándome de la mano derecha dirijo la polla hasta la rugosa, apretada y amarronada entrada del ano. Me fijo en la expresión de su rostro, atenta, esperando a que empiece a empujar, lo que hago de manera constante, poco a poco, sin soltar mí ariete hasta que el capullo abre el esfínter y entra en todo su grosor. Este culo está acostumbrado a una polla. Ni se queja ni me pide que pare ni pide lubricación, simplemente intenta acomodarse a mí movimiento, una vez que instantes después mi rabo entero está totalmente dentro. Comienzo a moverme adelante y atrás, tranquilamente agarrado suavemente a su cintura, con un largo recorrido hacia dentro y hacia afuera, hasta casi sacarla, dejando dentro solo el glande, empujando cada vez más deprisa y con más fuerza, sujetándome con las manos ya bien apretadas en el comienzo de sus nalgas, hasta que mis pesados recargados huevos chocan contra el culo y los muslos de la mujer, metiendo un ruido sordo —quizás amortiguado el golpeteo por el agua— que siempre me ha gustado, como si fuera un elemento de poder sobre la mujer a la que estoy dando por el culo. Me gusta, qué cojonudo es sentir toda la polla bien envuelta, apretada dentro de un buen culo como este, como si una mano, fuerte, al mismo tiempo muy suave, algodonosa, me fuera a hacer un buen pajote.

Los gritos de Tina, altos, roncos, cortos, siguen el ritmo de la follada, la respiración de los dos parece el ruido de una cafetera italiana, el sudor y el vapor nos tiene envueltos en una densa nube, y apenas puedo ver su cara, pero si oír sus gemidos. Lleva ya un rato acariciándose el clítoris con la mano derecha, de repente, se queda quieta y da un tremendo grito que va bajando en intensidad a lo largo de los muchos, muchos segundos que dura su orgasmo. Le he sacado la polla del culo y me la meneo con prisas y necesidad. Me corro enseguida y me complazco en echar mis chorros de semen sobre el culo de la hembra, quien sigue agarrada a la columna de la grifería recuperándose de su larguísima corrida.

Se da la vuelta, un suave beso de complicidad en los labios, y nos duchamos rápidamente para limpiarnos. Nos tumbarnos a descansar en la gran cama matrimonial.

Hemos pedido unos gintonics y unos sandwiches calientes a modo de cena o casi desayuno, porque debe ser de madrugada. Hablamos poco, precisamente no hemos venido al hotel a conocernos sentimentalmente, aunque la curiosidad vence a Cristina y no puede dejar de interrogarme.

—Sé que eres soltero, pero tienes a alguien por ahí, seguro

—No, hace ya un tiempo que estoy sin pareja, sin novia y sin amante. Debo ser un tío muy soso, las mujeres me quieren poco

—Eres guapo, y por tu polla no será, eso seguro

—¿Y tú? Una mujer así tiene que tener no uno, sino muchos hombres esperando detrás de ella

Se ríe, no contesta, e inmediatamente comienza a acariciarme suavemente el rabo y los testículos. Toda mi vida de adulto —tengo cuarenta y tres años— he tenido bastante facilidad para recuperarme de mis corridas y estar dispuesto de nuevo para el sexo, en especial si la mujer me gusta, como ahora es el caso, así que las caricias de Tina me ponen en forma sin tardar demasiado. Continúa durante muchos minutos tocando y sobando mis atributos, aumentando con el paso del tiempo la intensidad, hasta que se incorpora lo suficiente como para chuparme la polla, dándome lametones cargados de saliva, sin prisa, recorriendo todo el tronco y el glande una y otra vez. Yo tampoco estoy quieto, mis manos se han ocupado durante todo el rato de las tetas y los pezones de Cristina, acariciando, tocando, apretando, estirando, siguiendo un ritmo similar al que ella mantiene conmigo.

—Fóllame, la quiero en mi coño

Se tumba boca arriba apoyando la cabeza sobre las almohadas, abriendo las piernas de par en par —vaya espectáculo excitante ese pubis salvaje, tan peludo y negro— pone los pies bien aposentados sobre la cama, de manera que tiene que doblar las piernas por las rodillas, y yo me pongo encima de ella, por dentro de sus piernas, los brazos apoyados en la cama, las cabezas juntas, y mi polla enterrada de un solo golpe de riñones, continuado, fuerte, en ese caliente empapado volcán que es su chocho. Joder, qué bueno es.

He puesto las manos sobre sus grandes tetas para poder jugar con los tiesos pezones al mismo tiempo que me la follo con un ritmo más bien lento, adelante y atrás, con un corto recorrido de la tranca dentro del coño, parándome de vez en cuando, moviendo la polla en círculos, arriba y abajo, atento a las respuestas de Tina, que varían entre suaves gemidos, golpes de respiración que parecen un ataque de tos, hipidos y grititos con distintos niveles de volumen de voz y algún que otro insulto dirigido a mí, también en voz alta o baja, dependiendo del efecto que en ese preciso momento le causen mis pollazos, que poco a poco han ido subiendo de ritmo y profundidad.

Me gusta follar, obtener mi placer, desde luego que sí, pero también que mi pareja goce. Me da satisfacción sicológica, es un plus para mí excitación, también para mí ego, y puede decirse que también es una táctica, una manera de intentar asegurar que puedo repetir con ella si me gusta y apetece, y viceversa, por supuesto.

Llevo varios minutos empleándome a fondo, abrazado a Tina —quien con los ojos cerrados, las aletas de la nariz y la boca muy abiertas, respira fuerte y gime constantemente en mi oído, con gritos roncos dados en voz baja— sintiendo el roce de las paredes vaginales cada vez más, como si fueran cercando mi polla para estrangularla o hasta no poder apretar más, oyendo el ruido de chop-chop provocado por los densos oleosos jugos sexuales, el entrechocar de pubis y muslos que añaden su propia algarabía a la fiesta, y mi propia respiración, que apenas noto por el zumbido de la sangre en mis oídos, como si un tambor estuviera siendo golpeado al mismo ritmo que le doy pollazos a la mujer.

Tengo que separar la cabeza de la de Cristina, porque le llega su orgasmo y antes de quedarse quieta, tensa como una tabla, de manera incontrolada me da un golpetazo en la frente y da un grito alto, fuerte, largo, que dura casi tanto como los espasmos de su vagina que, como si fueran abrazos o pellizcos, me aprietan hasta que me corro, eyaculando como una fuente de semen. ¡Qué gusto, qué bueno!

Cuando le saco la polla todavía está con los últimos estertores de su larga y sentida corrida. Se queda adormilada, sin decir absolutamente nada, y en cuestión de segundos se ha dormido, buscando todavía su cuerpo recuperar por completo el resuello. La tapo con el edredón, me levanto a orinar, veo en el espejo que me va a salir un pequeño moratón en la frente, y cuando vuelvo no encuentro nada mejor que hacer que dormir yo también. ¡Vaya polvazo que nos hemos pegao!

Puesto en pie, con las piernas muy abiertas, observo como Tina se arrodilla ante mí sobre la mullida alfombra, y tras coger sus tetas con ambas manos, acariciarme con ellas durante un rato como si fuera a hacerme una paja cubana. Poco después comienza a lamer y chupar mí polla. Apenas utiliza las manos, las pone sobre mis caderas, y con la lengua, los labios, los dientes y la boca entera, me hace una mamada cojonuda, sin prisa, arriba y abajo, metiéndosela entera en la boca, muy dentro, chupando la tranca, volviendo constantemente al glande, pasando y repasando una y otra vez el capullo con la ensalivada lengua, punteándolo con la lengua, haciendo ademán de mordisquearlo con los dientes, lamiendo los testículos, que por momentos sujeta y aprieta con una de sus manos mientras que con la otra acaricia mis nalgas y la raja situada entre ellas, deteniéndose en el ano, apretando sólo un poco, apenas penetrándome. Son muchos minutos, con mi excitación creciente, la polla cada vez más tiesa y dura, con la sensación de tener los huevos a reventar, con el maravilloso placer visual que significa ver a esa tremenda mujer arrodillada concentrada en excitarme y darme gusto, todo ello con una sensación de líquida suavidad, como si mi orgasmo fuera a llegar tranquilamente, casi de la nada, a pesar del esfuerzo constante de la hembra.

Oh, ¡qué gusto, qué corrida más buena y larga! Cristina ha recibido mis lechazos en el interior de la boca, sigue lamiendo durante mucho rato, muy suavemente, hasta que acaba sólo con la punta de la lengua, momento en el que se baja mi polla, me temo que de manera definitiva durante unas cuantas horas. Lo ha vuelto a hacer, un beso guarro para compartir mi semen es el final de la que, probablemente, ha sido la mejor mamada que me han hecho hasta ahora. Es una comepollas cojonuda y además le gusta serlo. Quedo adormilado sobre la cama con Tina tumbada a mi lado, que también se echa plácidamente a descansar.

Aparte de dos tetonas que ya hace tiempo tuvieron a bien hacerme una paja cubana —otros dicen paja rusa— o por lo menos intentarlo excitándome con la polla entre sus tetas, las mujeres con las que he tenido sexo y se lo he pedido, o no han querido o se han cansado al poco rato o, la mayoría, no han podido hacérmelo bien por no tener un par de pechos de suficiente tamaño, condición indispensable —además de una buena polla, claro— para que una paja cubana tenga éxito y no se quede en simples rozamientos entre tetas y rabo.

Las tetas de Tina probablemente son las más grandes que me he comido nunca, ahora mismo me parecen también las más excitantes, no sólo por su tamaño, sino por su piel acogedora, por esa textura fabulosa que hace que sean duras, fuertes y al mismo tiempo lo suficientemente elásticas, carnosas, flexibles, blandas, confortables, como para que mis manos, la lengua, los labios, no se harten de tocar, acariciar, besar, lamer, chupar, mamar, mordisquear, estirar… Hay mujeres cuyas tetas no parecen ser demasiado sensibles, les excita más ver el efecto que nos producen a los hombres que lo que sienten ellas mismas. No es el caso de Cristina, quien pide que me ocupe de sus maravillas y de los pezones en particular, porque con ello se pone muy cachonda. Se cumple en ella a rajatabla esa extendida creencia masculina de que los pezones de la mujer tienen conexión e hilo directo con el coño.

Cuando le digo que tengo ganas de que me haga una paja cubana sonríe —ya tardabas mucho en pedírmelo, sois todos iguales— me besa, se acerca al cuarto de baño y trae uno de esos botecitos pequeños que los hoteles facilitan como cortesía a sus clientes. Inmediatamente me hace tumbarme en la cama boca arriba, con el torso medianamente incorporado apoyado en las almohadas que descansan sobre el cabecero de madera. Tras chuparme la polla un ratito, con lengua y boca muy ensalivadas, buscando ponerla bien tiesa y dura, se sitúa arrodillada, casi sentada, sobre mí, que no he dejado de acariciar suavemente sus pechos todo este tiempo. Coge las tetas con sus manos y las coloca de manera que mi polla queda en el medio, en ese canalillo estrecho, profundo y apretado que, más que separar sus pechos, los junta el uno al otro. Sólo ver como mi bien dotado pene parece desaparecer entre esas grandes tetas ya me pone como una moto. ¡Cómo mola!

Tras un corto espacio de tiempo en el que, ayudándose de las manos, mueve arriba y abajo las tetas al mismo tiempo que aprieta hacia dentro, coge el frasquito y echa un par de chorros de suave aceite hidratante sobre sus tetas, echándolo desde arriba, con alegría, como con chulería, sonriendo. De nuevo comienza a masturbarme con sus tetas, ahora muy suaves, quizás demasiado al principio, hasta que rápidamente logra encontrar el punto exacto de fuerza, presión, velocidad, ritmo… es una paja cojonuda y comprobar cómo mi polla se muestra totalmente receptiva al tratamiento me pone muy, muy cachondo, y aunque me gustaría que durase mucho tiempo, no sé cuánto voy a poder esperar sin correrme.

Le gusta el semen, sentirlo en su boca, pero lo que de verdad me apetece ahora es correrme sobre las tetas, y ahí voy. ¡Qué bueno! ¡Cómo me gusta! No se trata sólo de mi orgasmo, sino también de ver mis chorros de blanco semen impactar, manchar, pringar las tetas de Cristina, quien se ríe de mí —pareces un chiquillo con juguete nuevo— y cuando he terminado la corrida, sin dejar de mirarme a los ojos, extiende la leche de hombre por sus pechos, como si se tratara de una crema corporal. Sí que sabe esta hembra satisfacer a un hombre, sí, no sólo con las sensaciones puramente físicas, sino con esos detalles sicológicos que complementan una follada para incrementar el placer.

Vaya fin de semana cojonudo. Largo, en el mejor de los sentidos, trabajado, pero con gusto. Si el rostro ajado, ojeras levemente inflamadas, labios un poco hinchados y los signos evidentes —chupetones, rojeces y mordisquitos quedan disimulados por la ropa— de cansancio de Tina son un reflejo de mí estado físico, joder, eso es que hemos follado mucho y bien. No hemos salido de la habitación y el servicio de habitaciones ha sido nuestro único contacto con el exterior desde el viernes por la noche. Se han ganado una buena propina. No sé cuántas veces me he corrido, mi fábrica de semen ha debido agotar las existencias por un tiempo. Ni siquiera he contestado a los mensajes de Paco interesándose por mí y por Cristina. ¡Qué mujer!

El martes temprano nos hemos ido juntos a trabajar. Antes de salir del hotel, mientras desayunamos con muchas ganas, me pide intercambiar los números de teléfono móvil —salvo que no te haya gustado y no quieras volver a follar conmigo— y quedamos el próximo fin de semana para ir a una casa que tiene en un pueblo cercano a Segovia. Ya ha nevado por allí, le gusta el frío, y además está deseando ver cómo está todo en su casa.

No he podido evitar hacerme un chiste malo a mí mismo —no me he atrevido a decírselo a Cristina, no tenemos confianza en lo que no es sexo— sobre el fin de semana que viene, recordando un dicho de cuando era yo un chaval:

Esta noche va a nevar

tiene cerco la luna

esta noche va a nevar

entre las piernas de alguna.

   

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