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Sinceramente

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SINCERAMENTE

No recuerdo exactamente cuando fue la primera vez que me dejé penetrar por Lena, quizás se lo pidiera yo o surgiera de manera natural en mitad de nuestros divertimentos sexuales o, lo más seguro, es que accediera a alguno de sus muchos caprichos morbosos, pero, sinceramente, me gustó, me gustó mucho y desde entonces siempre me ha excitado que mi mujer juegue con mi culo y, sobre todo, me penetre con su lengua, con los dedos y, desde luego, me meta alguno de los consoladores y cachivaches con los que a menudo acompañamos nuestras sesiones de sexo.

Las primeras veces me llevé una agradable sorpresa cuando descubrí que no sólo no sentía ningún dolor, sino que me gustaba, me excitaba enormemente y, además, mi mujer se ponía como una moto según me iba penetrando con un antiguo consolador, estrecho y no muy largo, de color marfil, del que nunca supe por qué estaba en casa ni de dónde había salido, y que ella manejaba con la mano moviéndolo adelante y atrás con fuerza y rapidez. El calentón que nos cogíamos Magdalena y yo se traducía en unas tremendas folladas y gratificantes polvos, durante los cuales la sensación de tener el culo "lleno" me dotaba de un ardor y una fogosidad que me proporcionaban un gran placer añadido.

Como ambos le cogimos gusto al asunto, durante muchas semanas nos comportamos como niños con juguete nuevo, de manera que mi culo se convirtió en fuente de excitación y placer para los dos, hasta que llevados de un exceso de calentura, Lena intentó meterme en el culo un calabacín con forma y tamaño de tremendo pollón que compramos esa misma tarde, entre bromas y pitorreo, en el mercadillo semanal. ¡Joder qué daño!. A pesar de los prolegómenos buscando la dilatación de mi ano y de la gran cantidad de gel lubricante que le puso, mi mujer me destrozó el culo y la desagradable sensación de quemazón, asociada al fuerte dolor, hizo que cogiera algo de miedo y durante algún tiempo volviéramos a nuestras anteriores costumbres y sólo la lengua y un par de dedos de Lena entraban en mi agradecido pero aún poco habituado culo.

Semanas después el cartero deja en casa un discreto paquete del que mi mujer extrae un vibrador de aspecto metálico, de un brillante color azul verdoso y de un tamaño similar al de una polla muy larga y estrecha. Me cuenta que en la web del sex shop lo anuncian como lo mejorcito para acostumbrar un culo a ser penetrado y, claro está, enseguida me convence para probarlo. Me tumbo boca abajo en la cama y durante bastantes minutos Magdalena utiliza labios y lengua para comerme el ano (¡cómo me gusta, qué excitante me resulta!) amén de penetrarme apenas un par de centímetros con sus dedos, hasta que los impregna de suave lubricante y poco a poco entra cada vez más dentro, con los dedos juntos, girando a derecha e izquierda e intentando que se produzca una fácil apertura. Cojonudo. Como ya estoy muy empalmado, me pongo boca arriba, con el culo apoyado sobre gruesos cojines, para recibir unas cuantas chupadas en la polla y empezar a ser enculado con el nuevo vibrador.

Desde el primer momento me gusta y además de desterrar mis posibles miedos ante el dolor, vuelvo a excitarme como un verraco en celo gracias a la actuación de Lena, que no sólo tiene cogido el punto a la profundidad, el ritmo y la velocidad para penetrarme, sino que tiene buen ojo para dar con el momento justo en el que poner a funcionar la vibración y excitarme todavía más. Cuando mi polla está ya palpitante, verdaderamente tiesa y dura, mi mujer la mete en su boca para darme una mamada fabulosa, de las de verdad, guarra y viciosa, chupando, lamiendo, ensalivando, mordisqueando, aspirando, buscando mi orgasmo sin parar ni un momento de follar mi culo con el vibrador, llegando ya muy dentro y haciéndome explotar de gusto en una corrida larga, fuertemente sentida y compartida, pues durante toda mi suave y blanda eyaculación bebe mi semen y come mi polla hasta que le pido que pare, se tumba a mi lado en la cama y se masturba muy deprisa, acariciándose el clítoris y pellizcando con saña sus grandes pezones, en especial el de su pecho derecho. En apenas dos o tres minutos se corre dando un fuerte y largo bufido que termina con una frase dirigida a mí: "cómo me pones, maricón".

Magdalena y yo (Aurelio) llevamos poco más de diez años juntos, acabo de cumplir cincuenta y tres años y ella los próximos que cumpla serán cuarenta y ocho. Nos conocimos en un viaje turístico por Argentina y congeniamos en seguida (yo me había divorciado unos seis meses antes), empezamos a follar desde el primer día y a la vuelta a España nos fuimos a vivir juntos como la cosa más natural del mundo. Nos casamos un año después. Puedo asegurar que hemos tenido y tenemos una vida sexual bastante activa y gratificante; para nosotros el sexo ha sido parte determinante de la relación de pareja, buscando siempre divertirnos, pasarlo bien y, por supuesto, excitarnos y gozar lo máximo posible. Tenemos la suerte de poder permitirnos vivir en una tranquila y relativamente solitaria zona boscosa no muy lejos de Salamanca y de estar en casa la mayor parte del tiempo (Lena es una reconocida traductora de alemán que se sirve de Internet para trabajar y yo decidí jubilarme hace dos años de mi trabajo de asesor legal de una gran empresa hidroeléctrica).

Mi mujer me resulta deseable y muy atractiva: alta, delgada, muy morena de piel, con el pelo muy corto, casi rapado al estilo militar, teñido siempre de negro brillante; rostro agradable con bonitos ojos grises y finos labios rojos delineando una boca grande; tetas alargadas que caen hacia los costados, duras, un poco pequeñas para mi gusto, con llamativos pezones marrones, largos, gruesos y rugosos, situados en medio de una areola redonda, grande y muy oscura; caderas anchas con un culo en forma de pera quizás un poco demasiado grande y duros muslos terminados en torneadas piernas estilizadas. Si la encuentras por la calle seguro que te vuelves a mirarla, siempre elegante y arreglada, aunque probablemente no te parezca un bellezón, pero a mí siempre me ha puesto muy cachondo, en especial esa piel tan morena de la que emana un sensual perfume y los grandes pezones, siempre tiesos y duros como penes pequeñitos. Lena es de esas mujeres que ganan mucho cuando se desnudan y, desde luego, está pero que muy buena. Además, es una mujer caliente a la que le gusta el sexo y siempre está dispuesta a gozar y a darme placer.

Yo no sabría cómo describirme, pero según mi mujer físicamente soy un tipo resultón, alto y grandote, al que le sobran algunos quilos, le faltan algunos cabellos en la cabeza, tiene un buen culo y ni le sobra ni le falta ni un solo centímetro de polla. Bueno, me gusta la definición. Habría que añadir, quizás, que nuestra vida sexual está llena de imaginación y juegos, amén del uso de viagra por mi parte: no soy un chaval y en ocasiones Lena me exige bastante, por lo que un cuarto de pastilla hace maravillas en determinados momentos.

Tenemos por costumbre ir cambiando de vez en cuando el papel dominante en nuestras relaciones sexuales. Me explico: cada semana, más o menos, manda uno de nosotros, de manera tal que es quien decide lo que quiere hacer y lo que quiere que le haga el otro, sexualmente hablando. Es un juego, claro está, de manera que constantemente estamos alterando el orden del "dominante" en base a pequeñas apuestas, pasatiempos, mentirijillas y divertimentos de todo tipo. Lo pasamos bien de esta manera, nos permite reírnos a menudo y nos da mucha marcha en nuestro erotismo cotidiano.

Durante las próximas dos semanas Magdalena llevará completamente rasurado el pubis, habitualmente poblado por una densa mata de vello negro rizado. Apostó conmigo defendiendo que el musculoso jardinero que se ocupa del césped de la urbanización en la que vivimos estaba follándose a Pepa, nuestra amiga y vecina más próxima, mujer madura, amable, simpática, guapetona, descocada, descarada y, según sus propias palabras, siempre salida por estar casada con un representante de joyería que viaja demasiado a menudo. El día de mi cumpleaños (un viernes) lo pasamos en Salamanca y ya por la noche, bastante tarde, vamos a tomar una copa a una pequeña discoteca que a partir de cierta hora se convierte, más o menos discretamente, en un sitio de ambiente gay. ¿A quién encontramos semitumbado en un sofá besándose y magreándose con un joven teñido de rubio?: a nuestro atractivo jardinero. Apuesta ganada por mi parte.

Desde ese fin de semana me estoy pegando unas comidas de coño acojonantes: cómo me gusta recorrer con la lengua el depilado sexo de mi mujer al completo, detenerme un ratito en el clítoris, entrar lo más dentro posible en su vagina, ir hacia el culo para comerle el ano, usar labios y dientes apretando y mordisqueando suavemente, volver al clítoris y sentir toda mi cara empapada de saliva y jugos vaginales que fluyen como una fuente sin el impedimento del vello. Me pone a mil por hora oír como se corre Lena resoplando y dando un largo bufido, mientras siento en mi rostro los golpecitos descontrolados de su pelvis. Estupendo.

A raíz del episodio del jardinero Lena no hace más que intentar pillarme en algún renuncio, proponiéndome apuestas para lograr tenerme a su capricho. No se lo que se propone, pero mi curiosidad es grande y hace que casi voluntariamente pierda en uno de los jueguecitos para que ella mande en mí durante las siguientes dos semanas. Pocos días después, de nuevo el cartero trae un discreto paquete que contiene algo que no logro adivinar qué es, hasta que mi mujer entra al dormitorio desnuda, calzada con unas elegantes sandalias negras de afiladísimo alto tacón y llevando puesta lo que parece una braga tanga que no logro reconocer, hasta que comprendo que es un arnés de suave tejido elástico y sin correas. Más tarde sabré que lo llaman arnés de dos direcciones.

"¿Sabes, corazón?, llevo mucho tiempo con ganas de follarte con un buen rabo y creo que ya ha llegado el momento. Con este juguetito me voy a hacer tu culo a conciencia. Desnúdate". Dudo un poco y mientras me quito la ropa lentamente veo como Lena no deja de acariciarse el sexo y extender gel lubricante sobre un corto y grueso consolador (más de 3 cm de ancho) de silicona, de color carne, rugoso, con gruesas hinchadas venas en el tronco, que se introduce en la vagina ("guau, cómo me llena este gordito chiquitín") y sujeta por dentro del arnés. Después coge otra polla mucho más larga (por lo menos tiene 16 cm) y más estrecha que sujeta por encima de la anterior y que le da un aspecto un tanto fiero y agresivo, teniendo en cuenta la expresión morbosa que pone en su cara al admirarse en el gran espejo de pared que domina nuestro dormitorio y refleja la totalidad de la habitación.

Está muy guapa y deseable Magdalena con su tiesa y dura polla de silicona levemente curvada hacia arriba, los ojos brillantes de excitación y los brazos en jarra, mirándome con descaro, como si valorara la presa que va a cazar, asumiendo su papel de dominante folladora: "te voy a dar más pollazos que en toda tu vida, amor; vas a saber lo que es tener dentro una buena polla, bujarrón. Ponte a cuatro patas, ponte ya que estoy muy cachonda".

Durante varios minutos Lena ha estado dilatando mi culo introduciéndome los dedos impregnados de lubricante, entrando poco a poco pero con más prisa que en otras ocasiones. Está claro que está excitada. Tras meterme dos dedos juntos lo más dentro posible considera que la dilatación es ya suficiente y siento la punta de su polla apoyada en la entrada de mi ano ("qué ganas tengo, mi vida, te voy a romper el culo y me va a encantar"). Miro al espejo y observo como mi mujer sujeta el consolador con la mano derecha, apoya su mano izquierda en mi cintura y empieza a respirar sonoramente al mismo tiempo que empuja intentando penetrarme. Uno, dos, tres intentos y noto la presión continuada de la cabeza de la polla contra mi ano, que se abre sin problemas y poco a poco entra en mí la lubricada tranca de silicona. Me gusta, vaya si me gusta. No he tenido dolor ni molestia alguna y cuando Lena comienza un lento y suave metisaca me siento muy a gusto, al mismo tiempo que mi rabo, el de verdad, el que me cuelga entre las piernas, da pruebas fehacientes de mi tremenda excitación. ¡Joder cómo me estoy poniendo!.

Ya hace un rato que mi mujer se sujeta con ambas manos a mi cintura y me está dando por el culo con ganas, con un movimiento constante, rápido, fuerte, profundo. En contra de lo habitual en ella no deja de hablarme con voz entrecortada: "¿te gusta, eh?, mariquilla; ¿te pone mi pollón en tu culo?; qué caliente estoy, qué puta me tienes". Me estoy sujetando con la cabeza apoyada en la cama, de manera que he cogido la polla con la mano derecha y me la meneo adelante-atrás intentando coincidir en el ritmo y la velocidad con los pollazos que me pega Magdalena, a quién ya noto muy próxima al orgasmo.

Descargo cuatro o cinco grandes, blandos y densos chorros de lefa que dejan la cama como si fuera una central lechera y, no sin sorpresa, me descubro diciéndole en voz baja a Lena: "no la saques, sigue, ya termino; sigue más, más, aaahhhhhhh, qué gusto me das. Ya, para ya, para". Durante bastantes segundos sigo sintiendo los embates de la polla dentro de mi culo, hasta que oigo el fuerte resoplido que anuncia el orgasmo de mi mujer, quien después se queda muy quieta abrazada a mi cintura, recuperando la respiración y que antes de sacarme el consolador me da un par de sonoras palmaditas en los cachetes del culo y termina diciendo: "me gusta que seas tan maricón, cariño, seguro que le vamos a sacar rendimiento a estas pollas; por cierto, me excita que supliques que siga dándote. Me ha encantado encularte". A mí también me ha gustado. Vaya pasote, cómo he gozado; qué corrida más cojonuda.

Mi buen amigo Antonio (nos conocemos desde hace más de treinta años) es algo así como mi confesor. Nos vemos poco (vive en el valle del Loira francés, en plena campiña) pero cada dos o tres días nos comunicamos vía correo electrónico, con largos mensajes en los que nos comentamos todo lo que vivimos, incluido el sexo, por supuesto. Desde hace tiempo, a veces en broma y casi siempre en serio, Antonio no deja de decirme que me estoy amariconando, que mi mujer me está comiendo el terreno en todos los sentidos y que una cosa es que me excite que me de por detrás de vez en cuando y otra que me convierta en un tomador por el culo puro y duro. Su lenguaje siempre ha sido muy directo y, desde luego, si de algo no se le puede acusar a mi amigo es de feminista militante. Me he puesto a darle vueltas a la cabeza y me he dado cuenta, no sin sorpresa, que hace al menos dos meses que no se la he metido a Lena en el coño. No tiene mayor importancia, claro, pero nunca había pasado tanto tiempo sin penetrarla vaginalmente, por muchos juegos sexuales que nos estemos montando y por mucho gusto que me de follándome el culo.

Hemos estado tomando unas cervezas en casa de nuestra vecina Pepa y como su marido no está de viaje, casi nos han echado, entre bromas y chistes, porque están deseando ponerse a follar. De vuelta a casa no le doy a Magdalena oportunidad de decir nada: "vamos a meter, corazón, vamos a echarnos un buen quiqui que me han dado envidia los vecinos y ya estoy empalmado".

Nos comemos la boca al mismo tiempo que nos desvestimos y al llegar al dormitorio ya estamos completamente desnudos. Lena hace intención de acercarse al mueble en donde guardamos nuestros juguetes sexuales, pero la cojo de una mano y la empujo sobre la cama, inmediatamente me dejo caer sobre ella y me lanzo como un poseso a por sus tiesos pezones: ¡qué manjar!, ¡qué excitantes!. Se queja varias veces porque quizás aprieto más de la cuenta con los dientes y aprovecho para abrir sus piernas con mis rodillas, paso la mano por el coño para cerciorarme de que se está mojada y empujo con fuerza para clavarle mi necesitado rabo ("cabrón, estás con ganas, eh; qué dura la tienes"). ¡Qué bueno!, qué gusto entrar y salir de un coño suave, caliente, mojado y que se agarra a mi polla como si fuera una ventosa cada vez que estoy dentro. La follo frenéticamente echándole un polvo rápido, fuerte y sonoro; coño, es un polvazo cojonudo. Magdalena se ha abrazado a mí con fuerza y apenas se mueve al principio, pero a cada uno de los empujones va acompasándose a mi ritmo cada vez más rápido, llega un momento en el que mueve el culo igual que yo, respira con fuerza, jadea y da grititos cortos incontrolados, que van subiendo de nivel hasta que se corre con un gemido fuerte y largo. Yo sigo con la rápida follada durante varios minutos más, manteniendo el alto ritmo y sujetándome al cabecero de la cama para hacer más fuerza, hasta que tengo una de las mejores corridas de los últimos tiempos, larga, profundamente sentida y tremendamente placentera.

No me he decidido a comentar con Lena la opinión que Antonio tiene acerca del uso que hacemos de mi culo. Sinceramente, me gusta el sexo de todas las maneras y tengo la suerte de compartir mi vida con una mujer que me quiere y que le da gran importancia al sexo. Eso es lo verdaderamente importante. ¿Prejuicios?, qué tontería.

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