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Cactus

en Control Mental

Cactus

Llevamos varias semanas de locura en la empresa. Desde que el ayuntamiento aprobó el proyecto presentado por este estudio de arquitectura para la realización de una zona comercial con equipamientos deportivos y oficinas para la gestión de los servicios municipales, no hemos parado de trabajar. Además, hay que modificar la parte correspondiente a los aparcamientos públicos, que ahora van a ser todos en superficie, lo que me toca hacer a mí junto con otras dos personas, Marta y Lombi. Jornadas de muchas horas, incluso por las noches, olvidándonos de todo y de todos, salvo de la versión final del proyecto. Tendrá después su recompensa económica —afortunadamente, mis jefes no son vulgares explotadores que no pagan las horas extraordinarias, tal y como ahora tanto sucede— y de vacaciones, pero nos estamos dando un tute de cojones.

Marta es la empleada más antigua del estudio, está aquí desde que lo abrieron hace treinta años y ella fue la primera secretaria. Años después, cuando terminó los estudios de arquitectura técnica, pasó a trabajar como tal en los distintos proyectos que se han ido sucediendo. Es un encanto de mujer, agradable, simpática, tremendamente práctica, a sus cincuenta y tres años es como esa tía soltera responsable, capaz, molona y progre que se ocupa de todos los que aquí trabajamos. Cuando empezamos con este trajín me regaló un tiesto con un cactus mexicano del desierto de Sonora que le había mandado su hermana —veterinaria casada con un mexicano criador y exportador de ganado a los USA— desde el pueblo fronterizo de Naco, lugar en donde vive. Pequeño, arrugado, marrón y verde oscuro, pringoso, feo de cojones, con dos únicas pequeñas flores rojas que de vez en cuando se abren y sueltan un fuerte perfume —muy masculino, agradable, según las mujeres del despacho, aunque a mí me parece demasiado dulzón— que, entre otras supuestas virtudes, ayuda a combatir el estrés y los malos rollos acumulados por las prisas. No discutimos demasiado en la oficina, algo es algo.

Ayer por la noche, antes de irme a casa a ducharme y dormir unas horas, le di un codazo al tiesto, lo cogí como pude para que no se cayera al suelo desde la mesa, me clavé en las manos tres o cuatro duras púas al mismo tiempo que respiraba una vaharada del perfume que en ese momento exhalaban las flores, impregnándome la cara, entrándome por boca y nariz, haciéndome toser durante un buen rato y acordándome del puto cactus por el dolor de los pinchazos y el picor en boca, nariz y ojos.

Lombi es una treintañera dominicana que por problemas de acoso de un exnovio policía y dificultades para renovar su documentación de residente —no cuenta mucho sobre ello— dejó Miami, vino a España en busca de trabajo y una vida más tranquila. La contrató el estudio como administrativo por su dominio del inglés y de distintas herramientas informáticas que se utilizan en la empresa. Desde hace un par de meses somos amigos con derecho a roce y follamos de vez en cuando. Me dirijo andando a su casa, apenas a una manzana de la sede de la oficina. Joder, que noche más oscura, hay luna nueva y en la calle no se ve un pijo, ya he tropezado dos veces. Para qué se inventaron las farolas, coño. Me siguen doliendo los pinchazos de las espinas del cactus, tengo los ojos lacrimosos, la lengua me parece de lija y me pica la nariz por dentro, espero que dure poco.

Tengo llave, así que entro silenciosamente en el piso, abro la nevera, tomo unos tragos de leche directamente de la botella —como dice Blas, buen amigo, dueño de un pub que frecuento bastante: de lo que se come se cría— veo un bote de miel y, de repente, tengo unas ganas tremendas de comerla, así que meto el dedo y saco un buchito de miel que trago con avidez. Nunca me ha gustado especialmente, pero ahora ha sido una necesidad. Tomo un poco más. Me desnudo por completo y abro sigilosamente la puerta del dormitorio.

Qué espectáculo más gratificante y excitante. Lombi es una mulata de piel tostada, muy alta, lleva el rizado pelo de la cabeza muy corto —habitualmente de color castaño oscuro, el suyo natural, pero en ocasiones lo tiñe según su estado de ánimo, ahora mismo lo lleva de un caoba rojizo que le queda muy bien y según ella le da energía extra para afrontar estos días de duro apresurado trabajo— ojos verdosos muy expresivos, cejas oscuras que provocan un atractivo contraste con su pelo rojizo, bonitas orejas redondeadas más bien pequeñas, boca grande de gruesos labios chupones de tono granate y un cuerpazo curvilíneo que quita el hipo.

Sus redondeados hombros dan paso a unas tetas altas, separadas, de buen tamaño —bien orgullosa se muestra de ellas, también por los muchos dólares que le costaron en los USA— puntiagudas, como anchas copas de champán que en su centro tienen areolas circulares pequeñas, del tamaño de una moneda de dos euros, de tono granate oscuro, al igual que los cortos delgados pezones, de fácil erección. Delgada, sin grasa alguna en su cuerpo, con caderas altas y anchas que engloban un culo llamativo, no especialmente grande, quizás algo masculino, redondeado, separado en dos por una apretada raja de color granate, al igual que la cerrada pequeña roseta del ano. Las larguísimas esculturales piernas parecen proteger con los duros muslos el pubis, sin vello, enseñando los depilados gruesos e hinchados labios sexuales, siempre brillantes. Es una real hembra, cuya piel tostada sin manchas ni marca alguna le da un plus de belleza y atracción sexual.

En cuanto empieza a hacer un poco de calor, Lombi —su nombre es Altagracia, pero le gusta más el diminutivo que le puso su madre— duerme completamente desnuda, algo que a mí me encanta. Tras observar que duerme profundamente, de manera tranquila, con respiración regular, me arrodillo en el suelo, me coloco entre sus piernas, las toco suavemente y consigo que las abra sin despertarla, enseñando el desnudo sexo. Con cuidado meto mis brazos bajo sus muslos, agacho la cabeza, me acomodo y comienzo a lamerle el coño, primero arriba y abajo, lentamente, con mucha saliva, incrementando el ritmo en seguida, metiéndole la puntita de la lengua en el comienzo del chocho, centrándome cada vez más en lo alto de su coño, en la zona de su excitable clítoris, grifo de apertura de los densos líquidos sexuales y botón de despertador para su dueña, que se queja suavemente, hace intentos de ponerse de lado para retirar el coño de mi alcance y cede al ver que no tengo intención de parar.

Español salido, cabrón, siempre con ganas de sexo. Ah…, sí, sigue, sin parar, sí…, lo que me haces, so guarro, me gusta, sí…                                                                    

No quiero que se corra, luego tarda un largo rato en recuperarse y quiero que ahora me dé gusto, pero resulta inevitable, en menos de un minuto llega su orgasmo, siempre sentido, largo y sonoro, en ocasiones verdaderamente escandaloso, tal y como sucede en este momento.

Ah…, sííí…. Ah, qué rico… sííí

Queda inerte durante un minuto al menos, completamente desmadejada, como siempre le sucede, así que me tiendo a su lado, beso suavemente su mejilla, sus labios, y le pongo mi crecida polla en la mano derecha, para que se percate que está tiesa y dura, necesitada de sus atenciones.

—Nooo, hazte una paja, déjame dormir, estoy muy cansada

Anda nena, mira como estoy

Se hace la dura, con los ojos cerrados y apretados, con la cabeza mirando hacia el lado contrario en el que estoy, suelta mi polla como si le quemara, me empuja suavemente para que me quite de su lado, así que le musito al oído mientras acaricio su mano lo que estoy pensando que necesito en este preciso momento:

—Si fueras buena me harías una mamada como tú sabes que me gusta, y después me darías el culo, o al revés, como prefieras

Normalmente una frase de este estilo le hace sonreír y es el preámbulo de una buena follada, me suele contestar alguna frase cachondona, pero ahora no, simplemente se da la vuelta hacia mí, se incorpora, dobla el torso, agacha la cabeza, coge la polla y sin más la mete en su boca, comenzando una mamada cojonuda, rápida, muy ensalivada, con lengua, labios, dientes, la boca entera, con los ojos cerrados, tremendamente concentrada, puesta a la faena como pocas veces, acompasando el sube y baja de su mano izquierda en la piel de mi tranca con el movimiento de la boca. Joder, me voy a correr en cualquier momento si no para.

—Anda, date la vuelta, dame el culo

Lo habitual es ponerme muchas pegas o no hacerme ningún caso, terminándome con la boca o la mano, pero esta noche, no, simplemente deja de atender a mi polla, se da la vuelta en la cama quedando a cuatro patas con las rodillas y las piernas juntas, tal y como a mí me gusta, bajando después los brazos y el cuerpo, apoyando la cabeza sobre las sábanas, dejando el culo totalmente a mi merced, en su total y maravillosa rotundidad. He cogido del cajón de la mesilla un frasco de lubricante, me he pringado bien la polla, y ayudándome de la mano derecha coloco el glande en la roseta y empujo, con ganas, de manera constante, haciendo fuerza hacia dentro y hacia abajo, penetrando sin problema alguno este culo que tanto me gusta, metiendo la polla entera unos instantes después. Cojonudo. Qué bueno es sentir la polla tiesa, dura, totalmente rodeada de hembra, envuelta de mujer por todos lados, muy apretada, con ganas de gozar dentro de este culo cojonudo.

Rápidamente he empezado un metisaca adelante y atrás, sin llegar a sacar la polla en ningún momento, empujando para llegar lo más profundamente posible, volviendo atrás, otra vez adelante, una y otra vez, sintiendo la presión de los testículos en efervescencia, la tranca recorrida de espasmos, el capullo hinchado y rojo que parece cabecear intentando crecer aún más, son las señales que me indican que en cualquier momento me voy a correr.

Lombi, corazón, déjame terminar en tu boca

Un brindis al sol, una chorrada por mi parte, nunca quiere, pero hay que intentarlo. Para mi sorpresa, sin decir nada, se ha echado un poco hacia delante colaborando a que mi polla salga de su culo, rápidamente se ha incorporado y ha quedado arrodillada sentada sobre sus talones, así que me muevo hacia ella, me pongo de pie en la cama sin dejar de menearme la polla y apunto hacia la cabeza de la mujer, quien ha cerrado los ojos y mantiene abierta la boca todo lo que puede.

Oh, qué bueno… Oh…

Joder, qué corrida más buena, cómo me gusta ver la cara de Lombi llena de semen por el impacto de media docena de largos blancos chorreones de mi leche de hombre. Veo que ha recibido parte del semen en la boca, así que le digo que lo trague, sabiendo que no le gusta y siempre lo escupe rápidamente. Se lo traga sin más, sonriendo, como si lo hubiera estado esperando, como si el sabor le hubiera gustado. No me lo creo, pero mi mente sucia y pervertida me pide más, así que pienso —ni siquiera sé si se lo digo— que lleve con sus dedos el semen de la cara hasta la boca para que también lo pueda tragar. Lo hace, ayudándose después de la lengua para limpiar sus dedos. Sólo queda algo que me pide el cuerpo y que pienso para mí mientras miro a Lombi a los ojos: métete la polla en la boca, límpiala de semen, corazón

Dicho y hecho, con la punta de la lengua limpia mi capullo repasándolo varias veces, después se mete la polla en la boca para darle unas suaves lamidas limpiadoras. Un beso suave en los labios, y a dormir, que quedan pocas horas antes de volver al trabajo. Mi último pensamiento es para mi sensación de incredulidad acerca de lo que ha pasado, el comportamiento de Lombi, distinto de lo habitual —dormida no estaba, joder, ha participado como nunca, poniendo todo su interés— sin queja alguna, el acceder a todo lo que he pensado o le he pedido de palabra. Ahora mismo me tomaría una cucharadita de miel, me apetece y no sé la razón, realmente nunca me ha gustado, no la he tomado en mi vida.

Lombi llega algo tarde a la oficina, con cara de satisfacción, ojos brillantes, actitud cariñosa, simpática —tiene días en los que está verdaderamente borde y antipática con todo el mundo— amable y tremendamente relajada, concentrada en su trabajo. No le pasa desapercibido a Marta, quien le suelta alguna puyita que queda sin contestar salvo por algún gesto sonriente y a mí me señala con el dedo para decirme en plan confidencial:

—Anoche no moviste el coche, has venido andando y sonriente, sin afeitar, con la misma ropa. Has dormido cerca de la oficina, está claro, y a lo que parece te comportaste bastante bien, dejando satisfecha a una persona de por aquí

Nada contesto, sonrío, me enfrasco en el trabajo y poco después me sirvo un café con leche de la cafetera de cápsulas comunitaria, endulzándolo con miel. Anda que el capricho que tengo con la miel...

A la hora de comer —la mayoría de los compañeros solemos ir a un mesón cercano en donde se come bien y a buen precio— me quedo esperando los resultados de unas correcciones que probablemente ya sean definitivas y Marta se queda acompañándome, hablando conmigo. Estamos solos.

Me dais un poco de envidia, jóvenes sin ataduras que lo pasan bien, a mí se me pasó el arroz casi sin darme cuenta

Ni que tú fueras una vieja. Ya sé que no llevas vida de monja de clausura y que eres tremendamente discreta, pero no ligas más porque no quieres. Recuerda el dicho: se puede pasar el arroz pero no el conejo

Sonríe y hace un gesto con las manos como si le estuviera diciendo tonterías.

Anda, anda. ¿Acaso te acostarías conmigo pudiendo hacerlo con Lombi o con tantas otras que te vienen con las bragas en la mano?

Cojo su mano derecha, le doy un amistoso cariñoso beso —igual que tantas veces— y manteniendo su mano en la mía pienso, y probablemente también lo diga en voz muy baja: ahora mismo quiero follar contigo, Marta, te tengo cariño y me pareces una mujer sexy, me gustas, me excitas, me la pones dura

Marta se levanta, no dice nada, me lleva de la mano hasta el ascensor, bajamos a la planta baja, a la zona de almacén, en donde se dirige hasta un cuartito que abre con su llave. Entramos, cierra, echa la persiana de un alto ventanal que da a la calle y se vuelve hacia mí sin decir aún nada. Nos besamos en la boca con pasión, guarramente, enlazando nuestras lenguas, recorriéndonos toda la boca, abriendo y cerrando los labios, abrazándonos, poniendo mis manos en su culo y espalda y haciendo ella lo mismo.

Nos separamos un poco, aunque seguimos cogidos de las manos, mirándonos a los ojos, rompo el impasse diciéndole: quiero ver tu cuerpo, fíjate como me has puesto

Con su mano derecha agarra y palpa por encima del pantalón mi polla erecta, crecida, tiesa y dura. Tras darle una docena de caricias y apretones, sonríe y empieza a desabrochar la camisa blanca que lleva puesta, mirándome a los ojos. El sujetador negro es de cazuela tipo balconette, levantando, apretando y descubriéndolo casi todo, así que tengo la visión de dos tetas de buen tamaño, redondeadas, juntas, con canalillo profundo.

—Quítatelo, me las quiero comer

Rápidamente, como si se lo arrancara, deja a mi vista dos tetazas todavía altas, duras, de piel morena, sin marcas de bikini, quizás caídas hacia los lados, con dos grandes y extendidas areolas marrones que en su centro llevan pezones largos y finos, oscuros, tiesos y duros como un cristal. Qué gustazo comerle estas dos maravillas, llenarlas de saliva, lamerlas, mamar los pezones, hacer intención de morderlos con labios y dientes. Me pongo ciego durante un buen rato, hasta que las prisas de mi polla me llevan a pedirle a Marta que se desabroche la falda azul oscura que lleva, lo que hace dando un suave, corto e incontrolado gemido, comenzando a respirar más fuerte, jadeando, quitándose como con rabia las bragas negras que lleva, a juego con el sujetador.

La miro, siempre he sabido que Marta es una mujer muy deseable —en su juventud comenzó una relación pasional con el arquitecto dueño de la empresa, varios años mayor que ella, ahora prácticamente retirado en el litoral andaluz, que de vez en cuando viene para estar con ella de manera discreta— y que desnuda gana mucho. Está muy buena.

De nuevo hago el gesto de besar suavemente su mano —¿por qué en este momento me entran ganas de tomar miel?— y en voz muy baja le pido que me desnude.

Qué bueno estás, y qué polla te gastas; joder, tío, qué cabrón

Me besa con lujuria evidente, con pasión desatada, durante un largo minuto en el que no deja de palpar mi paquete.

Tenemos que darnos prisa, pronto empezarán a volver de comer

Con su mano derecha sujeta por la mía me acerco a su oreja para lamerla y mamarle el lóbulo, lo que aprovecho para pensar, como una ilusión sexual: ahora chúpamela un ratito y luego te la meto

Inmediatamente se dobla por la cintura —me encanta ver cómo le cuelgan las tetas— con la palma de una de sus manos sujeta mis huevos, los sopesa y aprieta levemente, mientras que con la otra mano dirige la polla a su boca, se la mete todo lo dentro que puede —no todas las mujeres saben manejarse con mis rectos veintidós centímetros y medio de largo por seis de ancho, con el capullo un poco picudo, más ancho todavía— y rápidamente comienza a hacerme una mamada.

En esta postura la sujeto de los hombros y puedo admirar a una mujer algo más que madura verdaderamente deseable. De estatura media, ancha y fuerte, de pelo castaño claro, rizado, que lleva cortado por igual en toda la cabeza, en un peinado con raya a un lado. Ojos marrones muy oscuros, siempre brillantes y encendidos como carbones ardiendo, nariz recta quizás un poco grande, boca también grande de labios rectos, gruesos, de tono oscuro, tal y como sucede con las areolas y pezones de esas grandes tetas. Le sobra algún que otro quilo cervecero, pero ni tiene feos michelines ni lorzas antiestéticas en los costados. Su pubis muestra una gran densa mata de vello castaño oscuro, rizado y encrespado, que casi tapa por completo los gruesos amarronados labios de su sexo. Muslos anchos, un poco gruesos, piernas fuertes, y destacando de manera evidente, un culo de una vez, alto, fuerte, en forma de pera, con grandes nalgas alargadas, separadas por una ancha y larga raja marrón, al igual que la gran roseta del ano, hasta la que llegan los pelos que sobresalen de su coño. Qué morbazo tiene Marta.

Le sujeto la cabeza para separarla de mi polla, darle la vuelta, de manera que posa sus manos en la pared, con los brazos estirados, y con un gesto de poderío por mi parte, meterle la polla en el coño de un único golpe de riñones, obteniendo un suave largo quejido antes de escucharle decir: qué pollón, qué perra me pones, cabronazo

La follada está siendo tremenda, rápida, fuerte, profunda, con profusión de líquidos sexuales por su parte y multitud de jadeos y quejidos que intenta sean en voz baja, aunque alguno se le escapa. Estoy sujeto a sus caderas con las manos como si fueran garras, acerco mi cabeza a la suya y le digo al oído que se toque el clítoris, quiero que se corra sin tardar demasiado. Dicho y hecho, en cosa de un minuto de masajeo del clítoris de manera vigorosa por su parte, oigo como intenta contener un grito largo, ronco, verdaderamente sentido.

La postura en la que está es ya muy incómoda, sólo sujeta a la pared por una de sus manos, sudada y mal colocada, así que se va contra la pared según se está corriendo, y acaba sentada en el suelo, jadeante, con los ojos cerrados, intentando recuperar el resuello.

No dejo de menearme la polla arriba y abajo, con rapidez y muchas ganas, pero quiero que Marta participe en darme gusto, así que le pido que me ayude, me acerco a ella y, sentada en el suelo y apoyada en la pared, se mete la polla en la boca —tal y como yo estoy pensando en ello— agarra con fuerza la tranca y en lo que me parecen apenas unos pocos segundos me corro como una fuente de leche, como si esta noche no hubiera gastado ni gota de semen con Lombi. Marta no se aparta, deja entrar toda mi leche de hombre en su boca y la traga cuando ya he acabado, con ganas, con fruición, como si fuera su manjar predilecto.

Me da un beso en los labios manchados todavía de mi semen, coge la ropa y desaparece rápidamente en dirección a las duchas del almacén, lo que yo también hago, sin que lleguemos a coincidir. Salgo del edificio convenientemente aseado con destino al mesón para comer, y me cruzo con mis compañeros que vuelven al trabajo. Cuando vuelvo a ver a Marta en el despacho, está perfectamente maquillada y arreglada, como siempre, me saluda con cordialidad y seguimos a lo nuestro como si nada hubiera pasado. La verdad es que me ha parecido un polvo cojonudo, muy excitante, que quiero repetir. Voy a por un café con leche endulzado con miel.

Mi parte del proyecto está completamente terminada gracias a la colaboración eficiente de Marta y Lombi, quienes mañana mismo toman vacaciones durante mes y medio. La próxima semana comienzan las obras —ya se han inaugurado oficialmente dos veces— y mi jefe —Ramiro, hijo mayor del todavía dueño de la empresa, Don Ramiro— me ha pedido que me haga cargo de una comisión que a medias con los arquitectos municipales y un concejal va a controlar el desarrollo de las obras. No he tenido inconveniente, una buena gratificación, trabajo tranquilo durante un tiempo y la promesa de largas vacaciones más adelante me han ayudado a dar el sí.

Anoche estuvimos follando Lombi y yo como si se fuera a acabar el mundo. Desde hace unos días —la noche en la que me pinché con el cactus y me llené de su perfume— está mucho más complaciente conmigo, dispuesta a darme todos mis caprichos sexuales en cuanto se lo pido, e incluso en cuanto lo pienso. Marcha a Puerto Plata, ciudad dominicana en donde vive su madre, a pasar cuatro semanas y luego pasará diez días en Miami con una prima hermana a la que tiene gran cariño.

Marta y yo nos vimos anteayer a la hora de la siesta. Ya hemos quedado para follar varias veces en el precioso chalet en el que vive a las afueras —el cotilleo maledicente, tan extendido por aquí, dice que es un regalo de Don Ramiro, lo que ella me confirma como cierto— y siempre ha sido tremendamente excitante y placentero para mí ante la total colaboración y disposición de la mujer para darme placer en cuanto lo pienso, sin dudas ni quejas ni problema alguno. Lo de follarme su culo es un premio mayor que me da siempre que se lo pido, me encanta. Se va de vacaciones a la ciudad andaluza en donde vive su amante —viudo desde hace muchos años— para realizar con él un crucero de lujo visitando ciudades turísticas del norte de África. Ya lo dice el dicho: donde hubo fuego, siempre quedan cenizas, o algo así.

Llevo unos días muy tranquilos, con un horario de trabajo más reducido y pasándome todas las noches por el pub de Blas, toda una institución para conversadores, bebedores y aves nocturnas —habituales resistentes ante la mediocridad de la vida social— de esta pequeña ciudad y zonas aledañas. Aquí radica la peña madridista más activa de la zona, así que estoy como en mi casa los días de partido, además de que puedo considerar al bueno de Blas como mi mejor amigo.

En el pub reina por las noches, detrás de la barra, Eva. Es la hermana pequeña de Blas, socia del negocio, y pibón que todavía no ha cumplido los treinta, que trae locos a la mayoría de los tíos de por aquí y alguna que otra mujer de las del sindicato de la harina. Es una bartender que ha trabajado en los bares de los mejores y más afamados hoteles de las playas españolas y portuguesas, domina tres idiomas y su licenciatura en Sicología parecía predestinarla a esta actividad, en donde se siente bien, gana suficiente dinero y no se mata trabajando. Educada, amable, guapa y con un cuerpazo, nunca he conseguido que me preste demasiada atención como hombre, a pesar de compartir pasión madridista y distinguirme con un trato de familiaridad y cierta amistad. Lo voy a intentar, llevo varios días sin follar, y la verdad es que está buena como para gritar.

Como es viernes y el tiempo es bueno —ni llueve ni hace frío, que es lo habitual por aquí durante casi todo el año— el pub está a reventar y la terraza cerrada que tienen en el jardín situado en la parte de atrás también está a tope. Apenas he podido vacilar un poco con Blas, y salvo los momentos en los que me ha puesto las copas —por supuesto, gintonics— Eva tampoco se ha podido parar a hablar. Bueno sí, cuando se ha sorprendido porque le he preguntado si tenía miel, me ha traído una cápsula de las que se echan a una infusión o a una tostada o al yogur, se ha reído un montón, y ahora que ya quedan muchos menos clientes vuelve a traerme otra cápsula de miel para reírnos un poco.

Por mi culpa no te quedes sin dulce, que no te conviertas en yonqui de la miel, eh

Alarga el brazo, tomo la miel de su mano y me da tiempo a besar suavemente los dedos —tenemos suficiente confianza como para que no se moleste por ello— al mismo tiempo que digo para mí, con miedo de que me oiga: tú sí que eres un dulce de miel, estoy deseando comerte y conocer el sabor de tus besos y de tu sexo

Para mi sorpresa, sonríe y dice en voz baja: ahora, dentro de un rato, me llevas a casa en tu coche y follamos, ¿vale?

¿Qué está pasando aquí? No me lo puedo creer.

Vive en la antigua casa de sus padres, un céntrico edificio de dos pisos, en el primero vive Blas con Margot, su novia, y en el segundo vive ella. Tienen alquilado el local de la planta baja a una farmacia, cuya titular es Rebeca, hermana mayor de la novia de Blas. Aquí todo el mundo se conoce o está emparentado de manera más o menos directa.

El corto trayecto en coche ha sido callado por parte de ambos —no sé si estoy un poco cortado ante la facilidad mostrada por Eva hacia mí después de tantas negativas a lo largo de años— escuchando suave música. Aparco en el patio ajardinado del edificio, me coge de la mano y subimos a su piso. Nada más cerrar la puerta nos besamos en la boca, apasionadamente, con ganas, jugando con nuestras lenguas durante un buen rato, anudándolas, chupándolas mutuamente, recorriendo toda la boca, abriendo y cerrando los labios.

Hace mucho que no me comen el coño, ¿quieres probar mi miel?

Qué pregunta. Nos desnudamos rápidamente mirándonos, sonriendo, excitados, respirando con fuerza, comenzando a jadear, evidenciando que los dos estamos muy cachondos.

Vaya pollón, me lo había dicho mi hermano, pero creía que exageraba

Me ha estado tocando la polla y los huevos durante un ratito, veo que está dispuesta a ponerse a comérmela, pero cojo su mano y la llevo hasta el dormitorio principal, en donde hay una grandísima cama. Un beso suave en los labios, me distancio cosa de un metro y la observo —se mueve discretamente como si no se diera cuenta de mis miradas, pero luciéndose ante mí— para empaparme de la visión de un cuerpo espectacular, de belleza perfecta. No se me ocurre otro adjetivo.

Alta de estatura, delgada, levemente musculada, muy rubia, con el pelo de un color suavemente dorado, brillante, peinado en una densa melena con raya al medio, cortada a capas, que le llega algo más abajo del final del cuello, bonitos grandes ojos de un azul turquesa increíble, cejas largas y finas del mismo color dorado del cabello, nariz romana, boca de labios medianamente gruesos, siempre entreabiertos, luciendo una blanquísima dentadura, y un cutis siempre levemente tostado —es su color natural, aunque además es aficionada a tomar el sol o los rayos UVA durante todo el año— que realza su tremendo atractivo.

El largo y fino cuello da paso a unos bonitos hombros redondeados que enseguida se olvidan ante la presencia de las tetas preciosas de Eva. De buen tamaño para su cuerpo, son altas, separadas, redondeadas como dos quesos de bola, duras, flexibles, picudas, terminadas en dos cortos y finos pezones, sin apenas areolas visibles, del mismo color tostado que los labios de la boca. Impresionantes, con la piel tersa y tirante, dando la sensación de que las tetas caen hacia arriba y se suspenden en el aire gracias a los pezones. Bonitas y deseables como no había visto hasta ahora.

Ni gota de grasa en el cuerpo, con una espalda recta, fuerte, hendida por la sinuosa columna vertebral, con un estómago levemente abombado y un pubis impactante, sin apenas vello, del mismo color que el pelo de su cabeza, que en ningún momento oculta los anchos labios vaginales, del color de sus pezones. Piernas largas, perfectamente torneadas, con muslos delgados y fuertes, y por detrás, unas caderas amplias que contienen nalgas anchas y alargadas, conformando un culo perfecto, dividido en dos por una estrecha raja, que se abre al final como si así quisiera destacar la apretada pequeña entrada del ano y los labios sexuales vistos desde atrás. Una preciosidad de mujer, guapa, atractiva, con un cuerpo de diosa moderna. ¡Guau!

Joder, la miel de Eva está buena, con un agradable perfume —hay mujeres a las que no puedo comerles el chocho si su olor no me gusta o no me resulta apetecible— floral. Es muy gratificante notar como se va excitando cada vez más según lamo su coño arriba y abajo, metiendo la lengua dentro, sólo un poco, lo suficiente para que la note ahí, sin prisas, pero sin pararme ni un momento, hasta que me pide que me centre en el clítoris. Quiere correrse con mi lengua y a ello me pongo con los labios, la lengua y la boca entera. No dura mucho, en dos o tres minutos tiene una corrida larga, dando un grito ronco apenas audible, que dura todo el tiempo que dura su sentido orgasmo. Al terminar, se derrumba sobre el sofá del salón, dice entre dientes algo parecido a espera un poco, ahora follamos, y queda dormida, respirando tranquilamente como si estuviera echando una profunda siesta. Yo descarto hacerme una paja, me preparo una copa, y espero acontecimientos.

Estoy pensando que estoy muy necesitado, que quiero metérsela ya, que la voy a despertar para que me dé gusto, cuando empiezo a notar la mano de Eva acariciando mi paquete, apretando, moviéndose sólo por los huevos. Durante un par de minutos utiliza su lengua para lamer la polla entera, arriba y abajo, ensalivándola y poniéndome más excitado todavía.

Estoy tumbado, derrumbado más bien, sobre el largo del sofá, me resulta cojonudo ir terminando mi gintonic al mismo tiempo que noto la suave y placentera mamada que me hace la guapa Eva, pero quiero meterla en su coño. Me incorporo y le pido que se ponga a cuatro patas —probablemente es mi postura favorita, la que más me excita, la que más me motiva, ver coño y culo al mismo tiempo es algo que me encanta— sobre el asiento.

No tengo problema alguno en metérsela dando un único golpe de riñones, intentando llegar lo más profundamente posible desde el primer momento, complaciéndome en escuchar una especie de quejido de aceptación, de excitación de la hembra, para pasar inmediatamente a un metisaca más bien rápido, constante. En cuestión de un ratito le estoy pegando una follada de la hostia a la preciosa rubia, quien me acompaña con su movimiento, claramente excitada de nuevo, metiendo ruido, dando unos gritos cortos, roncos, en voz baja, presagio de su orgasmo, que tarda poco tiempo en llegar, le dura muchos, pero muchos segundos, de manera que todavía se está corriendo, apretándome la polla en todo su largo con espasmos y sacudidas vaginales, unos más fuertes que otros, cuando provoca mi corrida, larga, sentida, profunda, con muchos chorreones de semen que quedan dentro de su coño. ¡De puta madre!

Eva sale de viaje dentro de unos días para realizar un cursillo en Palma con dos afamados bartender, japonés y británico, que tienen en New York un aclamado local de moda, templo de la actual modernidad cultural estadounidense. Hasta que se marche quiero follarme a menudo a esta mujer escultural, espero lograrlo.

La vuelta de Lombi de sus vacaciones trae la sorpresa de venir acompañada de un novio que había tenido siendo jovencita, con el que ha retomado una relación con la que se la ve muy ilusionada. Son casi como dos gotas de agua, mulatos de piel tostada, muy altos, delgados, ambos guapos, llamativos, de cuerpos esculturales. He tenido que dejar mi trato de amistad sexual con la guapa mulata, le he devuelto las llaves de su piso. Que se le va a hacer. El novio de Lombi ha empezado a trabajar como camarero en el pub de Blas, ha sido todo un acontecimiento entre las mujeres, se lo comen con los ojos, desata pasiones y muchas están deseando algo más. Lo va a tener que cuidar.

Desde México ha venido María, hermana mayor de Marta, para visitar con sus dos hijos y sus respectivas esposas, los lugares de su infancia y conocer algunas capitales españolas. Marta me la presentó ayer — alegre, simpática, guapetona, ambas hermanas son muy parecidas— estuvimos cenando en uno de los mejores restaurantes de por aquí, y cuando pido miel para endulzar el café, María se ríe y poco después me habla en un aparte con su encantador acento mexicano, en voz baja, sólo para mí:

Ya sé que es a ti a quién mi hermana le regaló el cactus del desierto de Sonora, y también me ha comentado que de manera completamente accidental te has pinchado con las púas y has aspirado el perfume de la planta en una noche oscura de luna nueva. Enhorabuena, hombre afortunado, según la tradición oral de los indios pápagos del desierto, has adquirido el poder de influir en las personas, de convencerlas de lo que quieras, tu voluntad es ley simplemente con decir o pensar en aquello que quieres que haga cualquier persona mientras miras a sus ojos o tocas su cuerpo. Los pápagos cuentan que sólo han conocido dos casos en su historia, uno llegó a ser su jefe durante muchos años, el otro desapareció camino de los USA. Igual tú eres el tercero, aunque sea a miles de kilómetros de distancia. Bueno, no todo hay que creérselo, pero es una historia bonita, ilusionante, verdad que sí. Ah, el cactus necesita de vez en cuando de la miel que llevan las abejas y avispas pegada en sus patas para sobrevivir, echar flores, poder reproducirse y mantener sus poderes, así que aquellos que adquieren el don que otorga el cactus, también necesitan tomar miel a menudo

Nos reímos, tomamos otra copa de tequila —llevamos unas cuantas— y yo no puedo dejar de pensar en lo que me ha sucedido últimamente, que no tiene mucha explicación. No me voy a creer una historieta de un desierto mexicano porque así logre aclararme algo sobre mi buena situación sexual actual, pero me gustaría, a quién no.

Me despierto en casa con una resaca importante. Marta está durmiendo, desnuda, a mi lado. No recuerdo cuando vinimos, pero estuvimos follando de manera escandalosa, eso seguro. Joder, el tequila pega bien cuando te pasas con él.

—¡Qué sueño, qué resaca! ¿Tienes un alkaseltzer? Oye, anoche estabas desatado, un poco salvaje, me duele el culo de los azotes que me diste, no sé por qué dije sí, sería el tequila, pero te pasaste un poco

—Perdona, no lo recuerdo muy bien, la verdad, aunque sí sé que me corrí muy a gusto varias veces

Me levanto con prisas por ir al cuarto de baño. Entro y apenas veo nada porque la nube de vapor proveniente de la ducha apenas me deja darme cuenta de que María está bajo el chorro del agua, cantando mientras se enjabona.

Vaya nochecita, va a ser verdad que el cactus te ha dado poderes. Bueno, la polla ya la tenías tú de antes, eso seguro, y poderosa ya es, eh

Pero, qué pasó anoche. Prefiero no preguntar, al menos con este resacón que tengo.

La hermana mayor de Margot —pareja de Blas, novios desde siempre, prácticamente desde niños— es la farmacéutica Doña Rebeca, conocida entre algunos como Retetas, en alusión a sus llamativas tetas, de gran tamaño, fantasía sexual de muchos hombres de esta zona y espectáculo verdaderamente excitante. Hay tíos que pasan por la farmacia de Rebeca para comprar cualquier cosa —debe ser una de las farmacias españolas que más preservativos y aspirinas vende a hombres— y pasar unos minutos dándose una ración de vista de esos pechos míticos, cuya dueña no duda en destacar y lucir con batas blancas ajustadas y escotes algo más grandes de lo que se suele considerar normal o quizás decente por las personas biempensantes, que por aquí coinciden con una mayoría de hipócritas de vocación.

Rebeca acaba de cumplir treinta y seis años —uno más que yo— viuda desde hace ya bastante tiempo, sin hijos, no se le conocen novios, amantes o ligues, aunque según su hermana pequeña, siempre fue una mujer caliente a quien el sexo le ha importado bastante. Y las ganas que tengo yo de comerme esas tetas…

Por fin Margot y Blas han decidido casarse. Son las once de la noche de un viernes, el pub está cerrado por fiesta familiar, y aprovechando que el tiempo acompaña, no menos de ciento cincuenta familiares, amigos, conocidos, vecinos de la feliz pareja, estamos celebrando en el jardín el próximo matrimonio poniéndonos ciegos de copas, canapés y carnes a la brasa al ritmo de un marchoso conjunto músico-vocal que anima la velada. Echo de menos a Eva, quien no vuelve hasta el viernes próximo —me gusta estar con ella, no sólo sexualmente hablando— pero lo estoy pasando bien y, no voy a mentir, he puesto la directa para comerme las tetas de Retetas.

Alta, elegante en sus gestos, de pelo muy negro que ella suele teñir más negro todavía —color ala de cuervo o negro total, lo llaman— que lleva en densa melena aleonada hasta por debajo de los hombros, cejas negras, finas y bien dibujadas, bonitos y turbadores expresivos grandes ojos de color entre gris y azul, nariz recta algo grande, pómulos y mandíbulas muy marcados, expresión seria y dura en su rostro, con un rictus de orgullo, quizás de altanería, lo que puede confundirse con ser antipática —conmigo nunca lo ha sido— boca grande de sugerentes labios de un tono color miel oscuro que me encanta, evidentemente curvilínea, en especial un par de tetas muy llamativas, altas, grandes, que sobresalen de su cuerpo delgado pero fuerte, con un culo alto, grande, redondo, sujeto por muslos musculados y piernas finamente torneadas. Suele vestir con ropa sport, informal, siempre con un punto elegante. No es un bellezón, su rostro de rasgos tan marcados y serios la afea un poco, pero a mí me gusta, me parece muy atractiva, y desde luego, tiene un cuerpazo impresionante.

No tengo problema en acercarme a ella —nos conocemos de sobra gracias a su hermana, los fines de semana salimos un grupo de amigos a tomar el aperitivo a mediodía y hemos coincidido muchas veces aun sin tener trato de amistad— hacer algún comentario chistoso sobre la pareja que se va a casar y, aprovechando un momento de subida de la música, acercar mi boca a su oreja y mientras sonrío mirándole a los ojos, decir en voz muy baja, como si simplemente lo hiciera para mí: me gustas mucho, Rebeca, te deseo, así que pasamos juntos la fiesta y luego nos vamos a follar, seguro que tú también quieres

Lo ha oído. Quizás me he tirado a la piscina sin demasiada agua, temo haberme equivocado, aunque la reacción de la farmacéutica es como si le gustara lo que he dicho porque sonríe educadamente, hace un gesto que me parece de aceptación y seguimos hablando como dos amigos que se integran en un grupo de personas conocidas que están de celebración. Durante toda la fiesta estamos juntos —Blas me ha felicitado por ello, dándome ánimos para que folle con su cuñada— y lo pasamos bien.

Son cerca de las cuatro de la mañana, salimos del pub Rebe —apelativo cariñoso familiar de Rebeca— y yo cogidos de la cintura, haciendo bromas con otros conocidos que también dejan la celebración, ya en sus estertores, con un puntito de alegría propio de los muchos gintonics que hemos tomado.

Hemos bailado varias veces a lo largo de la velada, no he sido especialmente guarro —algo casi imposible con el vestido azul de punto que lleva puesto, ajustado a todas sus curvas como una segunda piel— pero he rozado sus tetas con mi pecho y las manos varias veces, así como su culo. Me he apretado levemente contra su pubis —qué difícil es hacerlo sin tropezar con sus pechos— y en cuatro, cinco ocasiones he posado mis labios en el lóbulo de sus orejas y en el lateral del cuello. No sólo no se ha separado o ha dicho algo para que me estuviera quieto, sino que ha colaborado, discretamente, pero consciente.

Entramos a mi coche, y antes de ponernos los cinturones los dos nos volvemos rápidamente para besarnos en la boca con pasión, con prisas de deseo. Qué ganas le tengo a Rebeca.

Un beso guarro, a tornillo de los de verdad, largo, ensalivado, con las lenguas en papel estelar, anudándolas, chupándolas mutuamente, recorriendo toda la boca, abriendo y cerrando los labios al unísono…

Vámonos a mi casa

No recuerdo cómo hemos llegado, tras pensar que quiero que Rebeca me toque el paquete mientras vamos de camino, se ha girado hacia su lado izquierdo y tras besarme suavemente en los labios, con su mano derecha ha estado tocando, palpando, apretando, acariciando mi polla tiesa y dura, que me parece que está como nunca antes. Nada más llegar nos hemos vuelto a besar y después ha bajado del coche para abrir la cancela de la valla que circunda su casa. Me he fijado en su culo, en el suave lento vaivén de su hipnotizador movimiento a derecha e izquierda, levemente arriba y abajo. Fabuloso.

Tras aparcar en el patio, entramos en la casa, me lleva de la mano hacia la sala principal, y allí, enciende un par de suaves luces indirectas, desabrocha el cierre del ajustado vestido, baja la cremallera hasta casi el final de su espalda y con voz suave, algo ronca, tremendamente sensual, me pide:

—Por favor, ayúdame a desnudarme y después me follas

Estoy con dolor de testículos de lo hinchados y llenos que los noto, mi polla quiere romper la bragueta del pantalón palpitando, dando cabezazos de necesidad, que se incrementan cuando Rebeca queda ante mí sin el vestido, con las grandes tetas difícilmente contenidas por un sujetador negro de copas mínimas que apenas tapa las marrones areolas y los pezones, a juego con la negra braguita tanga con cintura brasileña que tampoco tapa apenas nada de su sexo. Ufff, que maravilla, que morbazo.

Mirándome a los ojos, sonriente, se quita primero las bragas, queda de pie sobre los negros zapatos de taconazo, estirada sobre toda su estatura, orgullosa de lucir las largas torneadas piernas de muslos musculados, perfectamente depiladas, levemente morenas, al igual que todo su cuerpo, hace un gesto sensual acariciando su ahora despeinada melena, y puedo ver sus labios vaginales anchos, abombados, de un bonito suave color amarronado, sin vello púbico, completamente depilado excepto un fino denso cordón muy negro que le sube hasta casi el achinado ombligo, en un estómago sin gota de grasa, ligeramente abombado.

Excitante, deseable, un cuerpazo fabuloso… todo lo que diga me parece poco, pero necesito ver completamente desnudas sus tetas.

Se quita lentamente el sujetador, lo arroja lejos de sí y puedo ver, después de sus fuertes redondeados hombros, dos tetas altas, grandes, separadas, que parecen caer hacia abajo y hacia los lados, con pezones largos y gruesos, de color marrón claro, dentro de areolas del mismo color, no muy grandes, difuminadas, sin forma definida. Son como dos balas de cañón anchas y alargadas, con los pezones situados en su punta. Apenas han caído nada al estar sin el sostén, se mantienen maravillosamente altas. ¡Impresionantes!

Se mueve levemente, de manera muy suave, a derecha e izquierda, arriba y abajo, mientras con manos apresuradamente torpes me voy desnudando. Las tetas se bambolean de manera increíble, elásticas y fuertes, deseables como nunca he conocido otras.

Se gira lentamente hasta darse la vuelta y enseñarme que tiene un culo alto, redondeado, de nalgas anchas y alargadas, fuertes, duras, separadas por una raja estrecha, del mismo color de sus pezones, al igual que la redonda apretada roseta del ano. Cierra las piernas, y durante unos segundos dobla la cintura para dejar a la vista el culo en su total rotundidad y esplendor. Joder, cómo tengo la polla. Es de esas mujeres tremendamente llamativas que completamente desnudas, al apreciarlas en su conjunto, ganan bastante. ¡Qué buena está!  

De nuevo se gira para enfrentarme su cuerpo, mirando y apreciando mi crecida polla, tiesa y dura en su total longitud, hinchada, roja, brillante, palpitante. Sonríe. Sólo dice una frase: Ven, me hace falta  

Es lunes por la mañana, no han dado todavía las ocho en el cercano reloj de la plaza del ayuntamiento. Tengo que ir al cuarto de baño, me estoy orinando. Rebeca está dormida boca abajo con los brazos bajo la almohada, completamente despeinada, con su cuerpo totalmente relajado. Mi ego está verdaderamente crecido al ver que estoy con ella.

Tengo un par de llamadas perdidas de Blas y Margot, además de varios mensajes de whatsapp en tono humorístico interesándose por mi desaparición durante sábado y domingo. Qué puedo contestar, no sé las veces que me he podido correr. Qué mujer, el sexo con ella es cojonudo.

Es una gozadano llegar a abarcar sus grandes tetas con las manos, enterrar el rostro entre esas dos montañas maravillosas, pasar la boca entera por toda la suave, elástica y dura carne, lamer, chupar, mordisquear, mamar dos pezones crecidos, erectos como si fueran dos dedos gordos de la mano

Se excita como yegua en celo las veces que me ocupo de su culo. Paso mi lengua por las dos grandes medias lunas de las nalgas, sin prisas, lamiendo con mucha saliva, en especial cuando subo y bajo a lo largo de la apretada raja, deteniéndome en el amarronado ano, metiendo la puntita de la lengua lentamente, apenas un centímetro, hasta que empujo para abrir la apretada roseta y penetro todo lo dentro que puedo, adelante y atrás, como si la estuviera sodomizando con una polla corta, suave, ancha, blanda, empapada en saliva. Los gemidos, exclamaciones y grititos de excitación me ponen el rabo tieso y duro como el mango de un martillo.

Me he corrido en su boca, en el rostro, sobre su cabeza, en el interior y el exterior del culo, sobre la sinuosa espalda, en sus manos, en los muslos, en las tetas, pero sobre todo en su caliente, suave, mojado y apretado coño. Cómo sabe estrecharlo para apretar la polla, para abrazarla, como si una mano blanda y delicada pero fuerte me hiciera una fabulosa paja dentro del chocho.

No sé qué porcentaje de este maravilloso fin de semana de sexo está relacionado con el control mental que yo haya podido ejercer, pero la he visto con tantas ganas, tan excitada y complaciente, que mi ilusión es que ella sea siempre realmente así. Además de sus tetas, de su cuerpo fabuloso, es una mujer caliente, deseosa de gozar y de dar placer, sin falsas hipocresías, pidiendo sin vergüenza lo que quiere y dando lo que se le pide. Tengo la sensación de que nunca había follado tan bien, tan a gusto como con Rebeca. Me gusta esta mujer.

Una mujer tan guapa y llamativa como Eva siempre está rodeada de demasiados moscones, máxime en el ambiente nocturno del bar de copas, intentando ligar con ella o tratando de recuperar un contacto o una relación por efímeros que hubieran sido. Eva nunca se ha cortado un pelo, y en el ejercicio de su libertad personal se ha acostado con quien le ha dado la gana en cada momento, lo que quizás le haya podido obsequiar con cierta fama de tía buena fácil —de puta, para algunos— nada más lejos de la realidad, pero es que hay demasiados salidos, machistas, cortos de entendederas. Su hermano ya le tuvo que poner las pilas a un par de ex ligues de Eva —Blas es un tipo grande, fuerte, asiduo practicante de artes marciales mixtas y con muy mala leche cuando llega el caso— que pretendían follar con ella como fuera, y también hubo una denuncia por acoso que terminó en nada por cambio de ciudad del acosador tras una charla de Blas con él. Todo ello —siempre con un rol de belleza y tía buena que no ha querido asumir— le ha dado a Eva un carácter por momentos difícil, de manera que para relacionarse y socializar se retrae y tiene todo tipo de resabios, dudas y desconfianzas. Siempre había pensado en volverse a marchar por ahí, así que ha decidido aceptar la oferta de trabajo que durante el cursillo de Palma le han hecho para ir a Nueva York, es una oportunidad única que sólo se presenta una vez en la vida. Toda una desilusión para mí. Hemos pasado las dos últimas noches antes de su viaje follando sin parar. Suerte, Eva.

Desde hace unos meses estoy buscando casa. Vivo de alquiler, van subiendo más de la cuenta, cada vez es más difícil aparcar y me gustaría una casa tipo chalet unifamiliar. Hay un par de urbanizaciones de lujo que merecen la pena, pero a unos precios prohibitivos. Las casualidades existen, está claro. Al estudio de arquitectura ha venido una conocida señora —dueña de no menos de una docena de pisos, varias casas y locales comerciales en la ciudad— porque quiere hacer obra en una céntrica casa de las suyas para ponerla a la venta. El proyecto lo llevo yo, visitamos la casa —dos plantas, porche, terrazas acristaladas, jardín, una pequeña sauna nórdica, espacio para aparcar varios coches— e inmediatamente se convierte en el sueño de mi vida.

Doña Angustias es una rica viuda adinerada que está en los cincuenta y seis años —se cuenta que el marido murió de un ataque al corazón fulminante cuando estaban follando una calurosa tarde de verano después de comer, y que se quedó empalmao sin posibilidad de bajársela, y así fue enterrado— que no es precisamente guapa, con cejas amarronadas gruesas y espesas, ojos oscuros, nariz aguileña, boca grande de labios finos y una mueca de disgusto y mala leche siempre presente en el rostro, como si todos y todo oliera mal a su alrededor. Lleva el pelo castaño oscuro bastante corto, peinado de manera que parece un repollo. Su cuerpo es otra cosa: tetas grandes y un culazo tremendo hacen que llame la atención, quizás no la primera vez, que podría llegar a pensarse que es una mujer gorda, pero sí cuando te fijas por segunda vez en ella.

¿Qué puedo perder por probar si es cierta la historieta de los indios del desierto mexicano y el cactus? Bueno, podría desilusionarme definitivamente sobre si tengo o no un poder casi milagroso, pero también podría meter la pata con una mujer influyente. No sé qué es peor. A ver si le echo huevos y me atrevo, tengo mucho que ganar.

Estamos solos en su domicilio, congeniamos enseguida tras la primera toma de contacto y nos tuteamos mientras tomamos café, el mío endulzado con miel. Tras un chiste y una broma que quizás pueda considerar algo subida de tono pero que acepta riendo y con una mueca de sorpresa e interés ante el halago que supone para su cuerpo, me acerco a ella, fijo mi vista en sus grandes ojos oscuros y pienso para mí mientras sonrío: te estás poniendo cachonda, Angustias, tienes muchas ganas de que yo te folle, vas a hacer todo lo que te diga

Ni un solo gesto de disgusto o sorpresa cuando inmediatamente le digo que se desnude. Parece darle algo de vergüenza, pero se quita el discreto vestido marrón que lleva puesto y compruebo con sorpresa que luce ropa interior negra coqueta y sexy, llena de encajes y trasparencias. Vaya, vaya. Se quita el sujetador y quedan ante mi vista unas tetas bastante grandes,que están ya algo caídas hacia abajo y hacia los lados, picudas, con gruesos cortos pezones que parecen bolas de chicle de color chocolate, al igual que la mínima areola circular que los rodea. Buenas tetazas, joder que sí, no son las maravillas de Rebeca, pero sí son buenas, sí.

Le sobran quilos que acumula en un michelín tripero y alguna lorza en las costillas, pero no le sientan del todo mal porque es ancha de espaldas, fuerte y grandona. Tiene piernas gruesas y fuertes, como los muslos, un culo en forma de pera de nalgas muy grandes, todavía duro, con alguna leve señal de celulitis y de piel de naranja, con una larga y ancha raja oscura, y una gran entrada al ano, arrugada, apretada, también de color marrón oscuro. Verdaderamente llamativa es la mata de vello púbico —debe ser el coño más peludo que he conocido— denso, muy rizado, del color del pelo de la cabeza, por supuesto, sin arreglar, de manera que le desborda por las ingles y hacia el culo, llegándole también muy arriba, hasta el grandísimo redondo ombligo. Tiene un polvo, claro que sí, es una mujer camera, camera. Me pone muy cachondo Doña Angustias.

Me desnudo ante la atentísima mirada de Angustias, que, es evidente, está muy excitada, respirando con fuerza, boqueando, con los ojos abiertos como platos, tocándose de manera inconsciente e incontrolada las tetas y el peludo coño. Cuando dejo mi polla a su alcance no duda ni un segundo en cogerla, apretarme los huevos y doblarse por la cintura para darme una buena serie de lamidas a todo lo largo de la tranca, hasta que se detiene en el capullo y lo empieza a mamar un poco apresuradamente, a mucha velocidad, metiendo ruido como si chapoteáramos en una charca. Hago un gesto con la pelvis para meterle la polla en la boca todo lo dentro que puedo, y acepta por completo mis veintidós centímetros y pico, lo que no deja de tener mérito por su parte.

Paso un par de minutos follando su boca adelante y atrás, sin prisas, complaciéndome en sujetar su cabeza y en ver moverse sus grandes tetas al ritmo suave de mi metisaca, en notar lo atenta que está con los ojos cerrados, respirando con fuerza, metiendo ruido y estirándose los pezones en un claro gesto de excitación. 

No he necesitado decir ni insinuarle nada, estamos muy excitados y me parece que quiere follar conmigo independientemente de que pueda o no controlar sus actos. Hago que se ponga derecha y me dedico a ponerme ciego con las tetas. Mamar estos pezones redonditos es una maravilla, chuparlos, apretarlos con lengua, labios y dientes, insinuar la mordida, comerlos con mucha saliva, apretarlos y estirarlos con los dedos, tocar al mismo tiempo las dos tetas, grandes, suaves, blandas como plastilina… Ufff, cómo me estoy poniendo con la viuda y qué cachonda está ella.

Pienso que quiero meterla en su chocho, así que inmediatamente se va hacia la cama, se sube, se pone arrodillada a cuatro patas y deja en evidencia su culazo tremendo y los labios del coño, casi ocultos por el vello oscuro del pubis, que está muy mojado y pegajoso. Un par de sonoros azotes en las nalgas provocan varios roncos gemidos en la mujer, que no habla ni dice nada, así que le doy dos más según estoy empujando con la polla en la entrada del chocho y pienso que quiero saber qué sensaciones tiene, si le gusta o no. Como si le hubiera dado cuerda se pone a hablar tras recibir mi polla entera tras un único fuerte golpe de riñones.

Ah, qué grande, qué bueno es tenerla dentro. Hacía mucho tiempo que no me la metían. Me hace falta, me hago muchas pajas, pero no es lo mismo. Qué rico, cómo me gusta, vaya pollón que tienes, ¿me lo vas a dar muchas veces, verdad que sí?

Llevo varios minutos dándole una follada fuerte, dura, con un ritmo rápido que poco a poco voy incrementando. Ya no habla —se lo he tenido que ordenar porque no paraba— simplemente jadea y mete un ruido tremendo al respirar, acompañando los ruidos metálicos de la cama y el chop-chop que provoca la entrada y salida de mi polla en ese chochazo tan empapado. Me queda poco para correrme, el constante roce con las apretadas paredes vaginales, el sube y baja de la piel de mi tranca, hacen su trabajo de excitación, de manera que en cualquier momento voy a eyacular.

La que primero se corre es Angustias. De repente detiene el movimiento adelante-atrás con el que acompaña el metisaca de la follada, se queda completamente quieta y callada durante un largo par de segundos, hasta que da un grito ronco, largo, no demasiado alto, que acompaña la duración de su orgasmo, que siento en mi polla por sus evidentes contracciones vaginales, que parecen pellizcarme de manera tal que no puedo aguantarme, y eyaculo como si fuera una central lechera. Joder qué bueno, qué orgasmo de puta madre.

Hemos quedado ambos adormilados en la cama, recuperando la respiración y el desgaste físico propio de la follada. La verdad es que me apetece más de lo mismo, así que pongo mi mano sobre la cabeza de Angustias, que está boca abajo, y pienso que debería comerme la polla para ponérmela tiesa y dura de nuevo. Se incorpora, sonríe y se pone a la faena con sus manos, la lengua y la boca entera. Lo hace muy bien, con buen ritmo, apretando lo justo, acompañando perfectamente el trabajo de su boca con las manos, sin olvidar los testículos, volviendo adelante y atrás constantemente, dándole una atención preferente al glande, todo con suavidad y gran cantidad de saliva, sin dejar de mirarme a los ojos, atenta a mis reacciones. Joder con la viuda, es una comepollas cojonuda, y le voy a dar su premio en cualquier momento.

Ahí va mi lechada, bien dentro de la boca, media docena de chorretones de semen que pienso que debería tragar, lo que hace con expresión de placer tras recogerlo en la lengua, como si fuera una cuchara, para después limpiarme con la punta de la lengua, lamiendo suave y lentamente. ¡Vaya mamada!

Mientras me recupero quiero que me cuente como ha aprendido tan bien a comerse una polla, y así se lo indico mentalmente.

—Cuando me casé era virgen y no sabía prácticamente nada respecto del sexo, aunque pajas sí que me hacía muy a menudo. Mi marido era caliente, doce años mayor que yo, estaba acostumbrado a ir de putas y quería hacer de todo conmigo. Todos los días practicábamos, y me encantaba, pero lo de chupársela no me gustaba, me daba asco y eso de estar un largo rato lamiendo y mamando la polla no era lo mío. Así que él se enfadaba y me castigaba dándome azotes en el culo con la correa de su cinturón mientras se la estaba chupando, hasta que me ordenaba ponerme a cuatro patas en la cama para follarme. Se ponía muy excitado, muy cachondo, como loco, y se corría dos, tres y cuatro veces seguidas, terminando casi siempre la primera de ellas en mi boca, para que me tragara el semen cuando está más denso, oloroso y fuerte de sabor. Al poco tiempo me acostumbré y pasó a gustarme darle placer con mi boca

—¿Y los azotes?

—Nunca se dio cuenta ni se lo dije, pero yo me excitaba mucho, excepto un par de ocasiones en las que se dejó llevar y fue demasiado duro. Hubo alguna vez en la que hacía mal algo a propósito para darle motivos para castigarme y después follar

Vaya con Doña Angustias. Nos vemos cada doce o quince días para hablar del desarrollo de las obras, follamos, disfrutamos y ya he llevado a su ánimo que me va a vender la casa por un precio no demasiado alto, vamos, el que yo le he indicado, muy por debajo del precio de mercado. La hipoteca la he conseguido en el banco a un interés ridículamente bajo.

También me ha contratado —sin necesidad de persuasión mental por mi parte— como asesor en una empresa que tiene dedicada a la compraventa y gestión de alquileres de pisos y locales por toda la provincia. Lo compatibilizo sin problemas con el trabajo del estudio de arquitectura y me saco un buen dinero extra. Le he hecho sugerencias acerca de su físico, se ha dejado crecer el pelo y se peina de manera más moderna, también se tiñe según me apetece, se arregla las cejas y el vello púbico —a veces le pido que lo tiña del mismo color que lleve en la cabeza— que incluso lo depila por completo. Se pone loca cuando le como el coño, nunca se lo habían hecho y le gusta mucho.

El cactus me ha dotado de poder controlar mentalmente a las personas, me suena tan increíble que no sé si llego a creérmelo del todo, pero mola ver como Angustias me hace caso y se muestra totalmente desinhibida buscando su placer y el mío, es como tener una esclava sexual —unos cuantos azotes en su culazo y después sodomizarla me dan un gustazo verdaderamente especial— que siempre está dispuesta a satisfacerte. El sueño de cualquier hombre aunque ya tenga una edad y no sea la mujer más guapa que se pueda encontrar.

Mis dudas acerca de que puedo influir mentalmente sobre las personas y controlar sus actos son cada vez menores. Las he intentadodisipar forzando distintas situaciones, algunas elementales y tontas, pero que tampoco llaman demasiado la atención —algo que me parece absolutamente imprescindible— como sugerirle a un camarero desconocido que me invite y no me cobre la consumición o comprarme calcetines y que me regale la dependienta media docena de calzoncillos o que algún conocido haga una patochada sin sentido en mitad de la calle o que una desconocida se suba la falda para enseñarme las bragas… y —esto con verdadera mala leche por mi parte— urdir una venganza contra Fernando, antiguo compañero de estudios en la universidad, y su esposa Beatriz, concejala del ayuntamiento. 

Fernando se pasó todo el tiempo que coincidimos durante mis estudios en Madrid intentando gorronearme absolutamente todo, desde apuntes y libros a programas de ordenador, material de dibujo e incluso planos que debía entregar para aprobar las asignaturas, pasando por ropa, dinero, ligues y novias, todo ello bajo la supuesta amistad que teníamos en el instituto —algo bastante alejado de la realidad— y la solidaridad que debíamos mostrar entre los originarios de la misma ciudad. Hasta se instaló unos meses, como un cuatrimestre, en el piso que yo tenía alquilado, se trajo a su novia y estuvieron viviendo del cuento sin aportar ni un euro.

Ambos se molestaron, enfadaron y ofendieron cuando les eché del piso, pasando a ser totalmente hostiles hacia mi persona, esparciendo rumores sobre mi supuesta amistad homosexual con algún profesor e intentando perjudicarme de cualquier manera posible. Como yo iba aprobando todos los cursos, les dejé a ambos atrás, pasando ella a dedicarse a la política municipal y él acabó a duras penas una arquitectura técnica que intentó hacer valer ante mí para que le recomendara en el estudio de arquitectura en el que trabajo. Muy desagradables los recuerdos que tengo, que no han mejorado en los últimos años ante la presencia de Beatriz como concejala, benefactora de su marido bordeando la legalidad —hay pendientes varias reclamaciones y amenazas de denuncias— en proyectos de obras relacionados con el ayuntamiento. Hace como cuatro años que no he tenido ningún trato con ellos, pero hoy, sábado, me he hecho el encontradizo en una cervecería que sé que frecuentan a la hora del aperitivo.

En un primer momento se han quedado cortados, sin saber qué hacer, hasta que les he saludado de manera hipócritamente amistosa, les he invitado a unas cuantas rondas de cañas y he hablado con ellos como si tal cosa. También, sonriendo y fijando mi mirada en los ojos de ambos o posando mi mano sobre sus brazos, como si fuera un gesto cariñoso, me he puesto a pensar en lo mucho y bien que lo vamos a pasar follando en un trío que están deseando hacer conmigo. Hemos partido inmediatamente hacia su casa, situada muy cerca.

Nada más llegar, sin preámbulo alguno, les he ordenado mentalmente que se desnuden y empiecen a tocarse, besarse y excitarse mutuamente. Fernando, Nando, es un tipo muy alto, delgado, estrecho de cuerpo, excesivamente blanco de piel —el sin tostar, decía de él una novia madrileña que tuve— con oscura barba rala que se deja crecer desde que avanza rápidamente su calvicie, por supuesto, no me parece nada atractivo ni física ni sexualmente, y me parece muy fea la polla larga, fina y oscura que luce. Su mujer, Bea, no está mal, salvo por la expresión de prepotente listilla siempre presente en su rostro. De estatura más bien baja, pelo entre rubio y castaño muy corto que suele teñir del color amarillento de las espigas, lo peina con una corta raya a un lado, tiene ojos pequeños de un marrón verdoso y boca pequeña, acorazonada, de labios gordezuelos granates que sugieren que pueda ser buena comepollas. Bonitas tetas de pequeño tamaño, de forma cónica, puntiagudas, terminadas en pezones de un largo excesivo para el tamaño de sus tetas, muy llamativos, de color granate, sin areola visible. Es una mujer levemente musculada a la que le puede sobrar algún quilo cervecero en la tripa abombada, pero no le hace muy feo, al igual que el culo ancho, de buen tamaño, con una raja muy apretada y una pequeña roseta también granate. Lleva el pubis casi completamente rapado, con un fino y corto cordón rubio, como el pelo de la cabeza, de manera que deja bien a la vista los labios del mismo color de sus pezones, ahora mojados y brillantes. Piernas y muslos fuertes, anchos, del estilo de una persona acostumbrada al deporte, tal y como es el caso, asidua participante en las muchas carreras urbanas que se hacen por esta zona. En conjunto, está buena, tiene un polvo, y a lo que parece, está con muchas ganas.

A ambos cónyuges les he sugerido que hablen y actúen con total sinceridad —al fin y al cabo yo les voy a controlar mentalmente— al tiempo que yo también me he desnudado por completo y presento una polla morcillona camino de ponerse totalmente erecta ya mismo. Veo a Bea excitada, respirando fuerte, con jadeos y ojos brillantes, la boca entreabierta, mirándome la polla como con hambre.

—Joder, tío, vaya pollón; nos va a gustar mamarla a los dos, verdad, Nando

—La leche, quién lo iba a decir, por eso siempre has tenido tanto éxito con las tías, vaya paquetón tienes

No contesto, sólo pienso en que quiero que se acerquen a mí y comiencen a excitarme como les guste. Tengo curiosidad morbosa, satisfecha enseguida cuando los dos se arrodillan y lamen mi polla al mismo tiempo. Joder con Nando, nos ha salido medio maricón.

Me han puesto muy cachondo con sus lamidas a la par, pero no quiero correrme todavía, quiero algo más. Hago que Fernando se ponga doblado por la cintura apoyado en el brazo de uno de los sillones, le ordeno a su mujer que le coma el culo, le meta la lengua bien dentro y lo impregne de saliva, mientras que le pongo a mi rabo, ya tieso y duro, un preservativo —los he llevado yo en el bolsillo, hay que ser precavido, además, gracias a Rebe me salen gratis— me la meneo unas cuantas veces y aparto a la rubia Beatriz, que se muestra muy excitada.

Nunca se la he metido a un tío ni he tenido ningún tipo de sexo con hombres. No es que me den asco como dicen algunos, pero no me ponen. A Nando le quiero castigar y así me tomo este asunto, como algo en lo que no busco placer, sino venganza.

Su culo pequeño, blancuzco, peludo y verdaderamente feo no me atrae nada —nada que ver con el culo maravilloso de Rebeca, por ejemplo— pero hago de tripas corazón y agarrándome la polla con la mano derecha me coloco en la entrada del ano y empujo, sin prisa pero sin pausa, de frente y hacia abajo, intentando hacer suficiente fuerza como para penetrar el culo. Me cuesta, así que miro a Beatriz a los ojos, pienso en algún tipo de lubricante sexual que pueda tener e inmediatamente vuelve con un frasco de una conocida marca. Hago que le meta varias veces al marido un par de dedos bien impregnados en el líquido suavizante y que recorra con su mano mi polla enfundada en el condón. Lo vuelvo a intentar, ahora me resulta fácil, entro en este feo culo sin mayores problemas.

No sabía que fueras tan maricón, estás desaprovechando a una zorra que está buena, no te molestará que después ella me dé gusto

Fernando no dice nada, le veo reflejado en un gran espejo de pared, tremendamente concentrado, con los ojos cerrados, la boca abierta, respirando con fuerza, empalmao, con esa polla tal larga y estrecha que me parece un espárrago oscuro, levemente curvada hacia arriba y caída hacia la derecha, iniciando un corto movimiento corporal adelante y atrás para acompasarse con mi follada.

De nuevo miro a Bea, quien está a mi lado, callada, jadeando levemente, contemplando la escena, tocándose en la zona del clítoris con una mano y acariciando sus largos pezones con la otra.

—Estate quieta, no te masturbes, después nos lo montamos tu y yo. Trae tu móvil, grábanos sin enfocar mi cara, vamos date prisa, que se vea bien mi polla entrar y salir del culo y la cara de gusto de tu marido

Dicho y hecho. La concejala debe tener una cierta habilidad cinematográfica porque se mueve, enfoca desde varios ángulos y no para de grabar a su marido siendo sodomizado por un hombre al que no se le ve el rostro en ningún momento. Ah, bendito internet, me va a valer para mi venganza cuando publique esto anónimamente y el boca a boca actúe en la ciudad.

Me está cansando la situación, le doy un par de azotazos al culo de Nando y le pido que se corra, lo que hace inmediatamente, dando un corto sentido grito, eyaculando lentamente, como sin fuerza, durante bastantes segundos, con una gran cantidad de semen. Pone asqueroso con su leche de hombre el sillón al que sigue agarrado. Le saco la polla a toda velocidad, digo a Bea que me quite el preservativo e inmediatamente empiece a comérsela, lo que hace con ganas, metiéndosela muy dentro, cloqueando como una gallina, haciendo ruiditos que supongo son de excitación. Voy a probar su coño.

Tiene un polvo la rubia concejala. Tumbada boca arriba en la cama del matrimonio le estoy dando la follada de su vida —así le he dicho que lo recuerde— profunda, fuerte, rápida, y cuando noto que me queda poco para correrme, intento aumentar el ritmomientras ella toca su clítoris con la mano derecha, con dos o tres dedos, con fuerza e intensidad, en una casi desesperada búsqueda de su orgasmo. Cuando se corre da un grito alto, largo, que parece subir y bajar al mismo tiempo que los espasmos de las paredes vaginales, que atrapan mi polla de manera tal que me corro sin poderlo remediar. Buen polvo, buena corrida.

Mientras follamos su mujer y yo Nando está mirando dentro de la habitación fumando un cigarrillo, me fastidia porque yo no fumo y el olor me disgusta, así que me sale una vena de maldad y no puedo evitar malmeter un poco, sin abrir la boca, sólo pensando en ello: qué puta, follando como una perra delante de ti. Yo le hubiese dado dos hostias

Pues es lo que hace el flacucho Fernando. Se acerca a su mujer, medio sentada en la cama, todavía recuperando el resuello, risueña, con expresión de satisfacción en el rostro, y le suelta dos bofetadas bien dadas, fuertes, sonoras, de película machista de los años cincuenta, con el cigarrillo en la comisura de los labios, lo que provoca que la rubia concejala se revuelva como gato panza arriba y se las devuelva multiplicadas por diez. Joder, la que montan en un momento, vaya pelea —deben tener práctica— incluyendo un agujero en la sábana provocado por la caída del cigarrillo de Nando. Se calman tras insultarse mil veces y logro que me presten atención suficiente como para mirarles a los ojos. A ambos les he ordenado mentalmente que dejen de inmiscuirse en los asuntos profesionales de la empresa para la que trabajo, y que se olviden de mí por completo, como si nunca nos hubiéramos conocido. Les pido que se vayan a dormir hasta el día siguiente.

Me aseguro de mandar a mi móvil el vídeo de Fernando siendo enculado, borro cualquier rastro de mi teléfono y me marcho sin despedirme, para qué si van a dormir hasta la mañana siguiente. No sé si me he vengado, sinceramente, me ha parecido algo zafio, sin mucho sentido, salvo la corrida con Beatriz, igual me da en este momento, pero si logro olvidarme de una puñetera vez de esta pareja, pues mejor que mejor.

Yo me sigo viendo con Rebeca, en realidad salimos juntos, como pareja. Es aficionada al senderismo, y por aquí hay zonas de monte y bosques en abundancia. Ya hemos echado algún que otro polvo al aire libre. Rebe me gusta mucho, no sólo por follar, que ya sería bastante, sino que a su lado estoy bien, a gusto, y sí, esas tetas me tienen loco. La verdad es que no necesito influir mentalmente en ella para tener sexo, o al menos eso me parece, porque no sé muy bien todavía cuando estoy controlando mentalmente a alguien y cuando no. Será cuestión de ir probando, aunque lo hago con muchísimo cuidado para no llamar la atención y las menos veces posibles. Lo último ha sido comprarme un buen coche alemán, me ha salido muy baratito de precio porque la joven vendedora pelirroja del concesionario me aplicó todos los descuentos habidos y por haber. Se lo agradecí premiándole con una buena follada en un cercano hotel. No estuvo nada mal, delgada, de curvas pequeñas, pero bien puestas, apasionada. Se puede repetir

Por cierto, el vídeo en el que le doy por el culo a Fernando ha tenido un gran éxito en internet. Lo subí anónimamente a una conocida web porno desde un locutorio público de la capital de la provincia y ha recibido visitas de, creo yo, casi toda la población adulta de esta comarca y muchas más del entorno. El cachondeo con él y con Beatriz es constante. He oído decir que la concejala quiere separarse del marido porque ella tiene problemas en su conservador partido por la erosión electoral que puede acarrear esta historia. Anda y que se jodan.

Me llevé el cactus a mi nueva casa una vez acabadas las obras con la disculpa de que es una planta necesitada de estar al aire libre, le he cambiado el tiesto por un lugar soleado en el jardín, protegido de los fríos, oculto de la vista, y una vez por semana le alimento pringándole una cucharada de miel de flores por su pequeño arrugado cuerpo. Le han salido dos flores más —de vez en cuando me escribo vía e-mail con María, la hermana de Marta, y le cuento la vida que lleva el cactus y algunas anécdotas de las que me suceden. Me dice que ella se lo ha contado a los indios del desierto, quienes han hecho una fiesta ritual en mi honor deseándome todo tipo de parabienes— y ya he visto alguna que otra avispa a su alrededor los días soleados. Las noches oscuras de luna nueva suelo pasar un rato sentado a su lado, tomando una copa o un café endulzado con miel —un par de veces al día me tomo un caramelo de miel y así evito el mono— respirando los efluvios de perfume que lanzan sus pequeñas flores rojas. Ya me gusta el olor. No voy a despreciar su influencia, no os parece.

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