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La máquina tragaperras roja con cara de payaso (I)

en Control Mental

La máquina tragaperras roja que tiene una cara de payaso dibujada (parte I)

Un apagón de luz provoca un calambrazo a un cuarentón que nota como de repente tiene algo que le permite controlar a las personas – en dos partes

Hay cosas que son imposibles e inexplicables por mucho que a todos nos guste fantasear sobre ello o a pesar de que la realidad supuestamente nos esté dando la razón en un momento concreto. Vale, sí, pero a mí me sigue pasando, y yo tan contento, así que, ¿imposible?, no se yo.

 Mejor me explico: son cerca de las cuatro de la mañana de un sábado de mediados de enero, muy frío, con el cielo de un plomizo gris oscuro, preparándose para volver a nevar en cualquier momento. En casa de Rosa se está bien, hay buena calefacción y los leños encendidos en la chimenea del espacioso salón-comedor dan una sensación acogedora, hogareña. El gran ventanal que da sobre el centro del pueblo deja ver que no se mueve nada ni nadie por las frías calles nevadas, azotadas por un viento helador. Tranquilidad, relajación y el cansancio que dejan los polvazos que le he echado a una cuarentona maciza, ahora dormida sobre la gruesa alfombra, calmada, derrumbada, desconectada de todo menos de su sueño. Tapo su atractivo cuerpo con una gran manta que simula ser de piel blanca, me tumbo en uno de los grandes sofás bajo otra manta igual y sigo pensando en cómo se han desarrollado las últimas horas de mi vida. Aún no me lo puedo creer y, desde luego, no soy capaz de comprender lo que haya podido ocurrir.

 A eso de las diez y media he hecho una entrada triunfal en el pub al que suelo ir a tomarme una copa casi todas las noches. Triunfal, porque junto conmigo ha entrado mi buen amigo Paco, hemos tropezado el uno con el otro con las prisas por cerrar la puerta para que no entrara ni frío ni nieve y de manera cómica hemos ido a caer unos metros dentro del local sobre una mesa en la que hay sentadas cuatro mujeres. Paco no es que sea un tío muy grande, pero pesa sus buenos setenta y cinco quilos y abulta bastante con el grueso abrigo, guantes, bufanda, sombrero, botas; y yo voy igual de abrigado, pero soy un tipo alto y grandón de casi cien quilos de peso. Se ha montado la mundial: copas y sillas al suelo, ruido, la mesa desplazada, las mujeres gritando, la expectación y el cachondeo de la decena de personas que están en el local, …

 Tampoco ha pasado nada, así que mi amigo y yo invitamos a nuestras víctimas a unas copas y todos nos mudamos entre risas a otra zona del pub a charlar e intentar abstraernos del duro invierno que padecemos. Llevamos más de dos meses de frío temporal.

 En el pueblo todos nos conocemos a pesar de que no tengamos demasiado trato, tal y como sucede con las mujeres con las que Paco y yo —me llamo Javier— entablamos conversación. Rosa es la dueña de la más conocida farmacia del pueblo y junto a ella están Pilar, su prima, dueña de la gestoría principal de la comarca; Carmen, dueña de varias tiendas de ropa, lencería, calzado, a las que todos vamos tarde o temprano, y Desi, profesora del Instituto, que es a su vez dueña de una tienda de deportes. Son mujeres solteras, divorciadas, de entre cuarenta y cinco y cincuenta años, de familias del pueblo de toda la vida y mantenedoras de tradiciones culturales y folclóricas a través de una famosa asociación, excesivamente conservadora para mi gusto, por lo que no tengo relación alguna. Paco es arquitecto, concejal de urbanismo a pesar de estar en el grupo de la oposición y con fama, bastante cierta, de ser un cuarentón juerguista y jaranero. Es mi mejor amigo y un tipo estupendo. Yo soy un hostelero de cuarenta y siete años, me encargo de un afamado hotel (doce habitaciones dobles) de tipo rural, situado en una tranquila zona en los exteriores del pueblo, y en donde además radica el más conocido y acreditado restaurante de toda esta comarca, lo que me permite vivir bastante bien y sin trabajar demasiado porque mi hermana (tres años menor que yo, somos socios a partes iguales en ambos negocios, fundados por mis padres) es quien lo gestiona junto con su marido, excelente cocinero francés, buen tipo y apasionado futbolero madridista. Tienen dos hijos, chico y chica, que están en París, estudiando en una afamada academia de cocina y por aquí sólo vienen en vacaciones.

 Desde el primer momento Paco intenta ligar con Desi, rubia guapetona y de risa fácil. Mientras picamos algo a modo de cena y seguimos tomando copas (en este pueblo los gintonics se han convertido en la religión con más adeptos practicantes), no puedo dejar de fijarme en Rosa, mujer de melena de color castaño claro, casi rubio, no muy alta, de agradables rasgos, ojos grandes y que desde siempre me ha gustado mucho, en especial porque tiene un par de tetas que me traen loco. Casó con un notario de la capital, pero como unos tres años después se separó y volvió al pueblo, nunca se ha sabido la razón, aunque las malas lenguas siempre insinuaron que el notario prefería el culo de los jovencitos al de su mujer.

 Las otras dos mujeres se marchan pronto porque a la mañana siguiente, si el temporal no lo impide, tienen que desplazarse a otro pueblo cercano por la organización de una próxima semana musical o algo así. Por cierto, corre el rumor desde hace tiempo de que Pilar y Carmen son pareja de cama. Rosa se levanta para ir a los aseos y yo también voy. Al salir del cuarto de baño se va la electricidad y ni tan siquiera quedan encendidas las luces de emergencia. Parece un apagón general. Oigo a Rosa decir:

 —¿Eres tu Javier?, no se ve nada de nada, tu amigo Paco que es concejal debería decirles algo, que oscuro está esto

 —Aquí estoy, dame la mano

 Eso hace, y como me se de memoria el pasillo (lo recorro casi todas las noches incluso más de una vez), avanzamos hacia la puerta que comunica con el bar. Empujo la puerta y pongo mi mano derecha sobre una máquina tragaperras de color rojo que tiene una gran cara de payaso dibujada en el frontal a la que nunca he visto jugar a nadie, en ese momento vuelve la luz y a mí, desde la máquina, me pega un calambrazo tremendo que recorre todo mi cuerpo y me produce una gran sacudida, muy molesta aunque sin dolor, que me deja una sensación extraña, un fuerte pitido en los oídos que tarda un buen rato en pasar y un sabor como metálico en la boca. La máquina se enciende y apaga de manera intermitente, muy deprisa, con un sonido muy desagradable, parecido a un chirrido metálico. Logro quitar la mano con algún esfuerzo, está como pegada a la máquina, y por fin se apaga por completo. No han debido ser muchos segundos y nadie se ha dado cuenta, sonrío a Rosa y no puedo dejar de pensar en follar mientras paseo la mirada por su cuerpo y toco levemente su brazo, como en un gesto amigable (qué polvazo tienes, ya me gustaría pillarte por banda esta noche)

 —No seas malo Javier, que se te entiende todo

 ¿Qué ha pasado?. No he pronunciado ni una palabra, sólo lo he pensado. ¿He podido hablar en voz baja?, no se. Serán figuraciones mías o intuición femenina porque no hago más que mirar a Rosa toda la noche. ¡Qué buena está!. Desde que me fijé en ella hace años en la piscina del pueblo, la de pajas que me habré hecho en su honor.

 Desi y Paco se van a ir juntos, ya llevan un rato tonteando y hasta se han dado varios besos. Me dan envidia y, todavía mosqueado por lo de antes con Rosa, me vuelvo sonriendo hacia ella, con lo que rozo ligeramente su codo y me digo a mí mismo sin pronunciar palabra alguna:

 —Ahora deberías invitarme a ir a tu casa, me muero de ganas de follar contigo

 Ante mi sorpresa, la farmacéutica responde diciendo muy bajito a mi oído:

 —Vámonos a mi casa, necesito follar

 No puede ser verdad. Algo estoy haciendo bien y no se qué es. De manera instintiva me vuelvo hacia Paco, toco su brazo para llamar su atención y digo mentalmente, con verdadera ansiedad:

 —Dile en voz baja a Desi que le vas a comer el coño como si fuera un dulce de leche

 Lo hace, con esas mismas palabras, lo que provoca que la rubia quede un poco cortada, como sin saber qué contestar o de que manera reaccionar. Me acerco a ella como si fuera a contarle algo, pongo mi mano sobre su brazo y pienso para mí:

 —Dale las gracias y contéstale que le vas a mamar la polla igual que si fuera un cucurucho de helado de chocolate

 Así lo hace, palabra por palabra. Alucino. ¿Qué está pasando?. ¿Es una broma que me gastan entre los tres?. Viene el camarero con la cuenta que le hemos pedido, tenemos confianza y amistad de años, pone su mano sobre mi hombro y me apresuro a decir para mí:

 —Estáis invitados, tened cuidado por si hay nieve helada y hasta mañana

 Lo repite letra a letra con una gran sonrisa en el rostro. Esto no puede ser algo que hayan acordado, no es posible.

 Estoy un poco distraído y confuso cuando Desi y Paco se despiden y marchan cogidos del brazo, me vuelvo hacia una Rosa expectante y pienso:

 —Dame un beso, que ya tengo ganas

 No reacciona, me mira esperando que haga algo y no se si preguntándose si es que soy un estúpido, porque está empezando a nevar con fuerza y ahí estamos parados los dos.

 No le he tocado, ni siquiera el brazo. ¿Será eso?. Me acerco, rozo el codo y repito que quiero que me bese. Dicho y hecho. Nos abrazamos con cierta dificultad por tanto abrigo y la diferencia de estatura y nos damos un besazo de los buenos, con lengua, guarro, largo, bien ensalivado, chupándonos uno al otro la lengua, comiéndonos la boca como lobos, sin disimular nada de nada. Estoy con la polla tiesa y dura. Tengo que follar.

 En mi coche hemos tardado más de un cuarto de hora en llegar a casa de Rosa, no porque esté lejos o por la nieve, sino porque he querido seguir jugando. Nos hemos besado varias veces (no se lo he tenido que sugerir de ninguna manera, de los dos ha salido sin más) y tras aparcar junto a su portal, antes de subir, me apetece añadir morbo al asunto:

 —Quítate el sujetador y destapa tus tetas (tocándole el brazo y sin ni tan siquiera pronunciar una palabra, ya me cuido yo de que sea mentalmente y de que tengamos contacto físico)

 Funciona. Es un espectáculo fabuloso. Dos grandes colinas de un precioso color tostado, altas, juntas, picudas, con los pezones gruesos, más oscuros que la redondas pequeñas areolas. Guau, qué tetas, qué festín me doy tocando, acariciando, amasando, besando, chupando y mordisqueando estas dos maravillas que he admirado y deseado durante años; todo ello aderezado por las exclamaciones, los grititos, la respiración rápida y los suaves jadeos de Rosa.

 —Vamos a subir, estoy muy mojada

 No se qué está pasando, pero me gustan los resultados que obtengo, así que en el mismo portal pongo mi mano sobre un hombro de Rosa y digo para mí:

 —Quítate las bragas y dámelas.

 Dicho y hecho. Me gusta el rápido y sexy movimiento de caderas que hace la mujer para quitárselas. No son las bragas más excitantes del mundo, más bien grandes, negras, con unas florecillas dibujadas, y mojadas, muy mojadas, por el sudor y por el calentón que tiene que llevar la farmacéutica. Respiro con intensidad su olor acercándolas a mi rostro, lo que da pie a unas risas de quien las ha llevado puestas y las guardo en el bolsillo de mi abrigo. Para poder dárselas otro día.

 Toda la casa es suya así que sin miedo a vecinos que pudieran estar mirando, subimos el corto tramo de escaleras besándonos y nada más abrir la puerta de la vivienda, le quito la chaqueta y la abierta camisa, desabrocho la falda de punto que tan bien se ajusta a su culo y ante mí queda una tía buena, camera, camera, con el morbo añadido de unas largas medias negras que le llegan muy arriba de los muslos y unos botines negros cortos de tacón alto que no se quita. Joder, cómo me gusta.

 No tengo que decir nada para que se acerque y me desnude rápidamente mientras nos seguimos besando y avanzamos hacia el salón. Me mira de arriba abajo, valorando lo que ve, sonríe, va hacia la chimenea, le da al botón de encendido y aprovecho para admirar su cuerpo: más bien baja, apenas me llega al pecho, delgada con una figura curvilínea, la melena de color rubio castaño le llega hasta media espalda y enmarca un bonito rostro con ojos verdegrises y labios rectos más bien gruesos, siempre moldeados en una mueca agradable. Sus llamativas tetas son impresionantes como llevo comprobando todo el rato, ¡qué pezones me estoy comiendo!. Ancha de caderas, con un culazo en forma de pera que me encanta, muslos fuertes y piernas delgadas, y el coño, resaltado por el vello púbico, más rubio que castaño, en poca cantidad, dejando ver los gruesos labios, brillantes y muy mojados. Está muy buena, excitante, deseable de verdad. Mis pajas de tantos años estaban plenamente justificadas.

 Estamos abrazados en el suelo, sobre una gruesa alfombra situada ante la chimenea. Sigo poniéndome ciego con las tetas gloriosas de la mujer y me encanta oír como jadea por efecto de la excitación y los grititos como de sobresalto que da en cuanto le toco el chocho. Tengo la polla tiesa y dura como mandan los cánones y como me parece que Rosa tarda demasiado en animarse a tocarla y lamerla, voy a ver si sigue valiendo lo que me esté pasando, sea lo que sea, así que sin sonido alguno digo:

 —Mi polla te encanta, te vuelve loca, nunca has visto una tan grande y dura, y la vas a chupar como si fuera el mejor caramelo, vas a jugar con ella y con mis huevos hasta que yo te diga

 Bendita sea la hora en la que… no se lo que estará pasando, pero qué comida de polla me está pegando esta maciza cuarentona. Si es por su gusto o por lo que le he mandado mentalmente, igual me da, pero no me han hecho una mamada tan buena en mucho tiempo. Me parece que sí, que mi primera corrida va a ser en su boca y por si acaso (esta vez no creo que tenga que tocarla con la mano porque me tiene agarrada la polla como si se la fueran a quitar; digo yo que valdrá) voy a darle alguna que otra orden.

 —Te vas a tragar mi leche sin dejar ni una gota y después me vas a limpiar el capullo con la lengua, y te va a encantar

 Ahhhhhhh, qué bueno, qué gustazo. Una corrida cojonuda. Hummm, lo de la limpieza con la puntita de la lengua es para matrícula de honor, una verdadera delicatessen. Qué sensación más buena. Joder con Rosa la farmaceútica, qué nivel el suyo.

 Seguimos desnudos tumbados sobre la alfombra y la mujer está excitada, necesita correrse. Suelo ser hombre de una corrida y luego tardo bastante en volver a estar listo para follar de nuevo, pero las tetas de Rosa hacen milagros y después de mamarlas durante unos minutos (la fijación que tengo con los pezones quizás sea propia de un maniático, pero chuparlos, mamarlos, darles mordisquitos, me repercute en el rabo directamente, vamos, que parece como si me chupara a mí mismo y me pone muy cachondo) mi polla da señales de vida inteligente, además de que, por si acaso, he deslizado mentalmente al oído de la excitada mujer que va a tener el mejor orgasmo de su vida gracias a la mejor polla que ha conocido nunca. De nuevo da resultado.

 Rosa está subida encima de mí con una rodilla a cada lado de mis caderas, cabalgando sobre mi polla, adelante y atrás, mientras sigo mamando sus tetas y la tengo bien cogida del culo con la mano izquierda, ayudando a su movimiento, y acaricio de manera constante la zona del clítoris con la mano derecha. Joder, está empapada. Estoy intentando quitarme de la cara y los ojos el pelo de la melena despeinada, descolocada y desparramada que con el sudor se pega a mi rostro. Oigo su respiración rápida, ansiosa, intercalada de breves quejidos que van subiendo de intensidad según se acerca el momento de la corrida, que cuando llega es verdaderamente escandalosa. Vaya grito:

 —Sííííííííí, sííííí, sííí; ahhhh, ohhh; ohhhhhh

 Duran muchos segundos las contracciones de su coño, y sin encomendarme ni a dios ni al diablo, me corro dentro de ella con un nuevo largo y sentido orgasmo. Qué bueno. Por fin puedo usar las manos para quitarme los pelos de la cara, me los estaba comiendo, y la verdad, para eso prefiero los del coño. Unos minutos después empieza a hablar Rosa, con la respiración ya recuperada y un brillo en los ojos que me encanta.

 —Qué ganas tenía Javier, pero me da un poco de vergüenza, no se qué pensarás de mí

 —¿Pensar?, yo soy poco hipócrita, me felicito de estar con una mujer que está buenísima y que me da placer y, además, he conseguido satisfacer uno de mis sueños de siempre, porque anda que no me has gustado toda la vida

 —¿De verdad?, nunca me has dicho nada

 —Apenas hemos tenido trato, te casaste; bueno, también debo ser tímido

 —No se si eres tímido, pero tu polla no, desde luego, ya está empezando a crecer otra vez

 Sorpresa, sorpresa, pero es verdad que la tengo algo más que morcillona y con expectativas de ponerse a tono en poco tiempo, sobre todo desde el preciso instante en el que Rosa empieza a acariciarme los huevos, suavemente, valorándolos, sopesándolos, para pasar a meneármela arriba y abajo lentamente. Yo no he sugerido nada, así que es de ella de quien sale el lamer mi capullo unas cuantas veces y empaparlo de saliva para seguir meneando el rabo arriba y abajo, poco a poco con más ritmo. El asunto promete.

 Igual que tengo una cierta fijación con las tetas y los pezones de las mujeres, de un tiempo a esta parte me estoy aficionando a follármelas por el culo. Tampoco han sido tantas, eh, que yo ligo mucho menos de lo que quisiera. No siempre lo consigo, de entrada prácticamente todas dicen no en cuanto lo planteo y sólo como la mitad o menos acceden una vez están cachondas. Ninguna me lo ha pedido directamente y ha habido alguna que se ha enfadado y se ha marchado dejándome con la polla dura. Digo yo que lo voy a intentar gracias a lo que pueda indicarle mentalmente a la farmaceútica, que sigue a lo suyo, cascándome un buen pajote.

 —Rosa, déjame encularte, te va a gustar y luego te correrás con muchas ganas. Trae algún lubricante que podamos utilizar

 Mano de santo. Mi postura favorita es poner a la mujer a cuatro patas, con las piernas juntas y la cabeza baja, de manera que cuelguen las tetas y se muevan cuando esté empujando y dando pollazos y tenga completamente a la vista el culo que me estoy follando. No es la postura más fácil para la penetración anal, pero es la que más me excita.

 El culo, de un bonito color tostado sin ninguna marca de bikini, me está diciendo fóllame, pero antes acerco mi lengua al amarronado ano y empiezo a lamer durante un buen rato. La farmaceútica se excita como una perra salida, se mueve levemente, gime, sobresalta su respiración, habla en voz muy baja, da grititos incontrolados y pide más:

 —Sí, Javier, sí; me gusta, mete la lengua

 Eso hago. Agarro las dos medias lunas de este culo tan fabuloso y las separo para que el agujero quede bien a la vista. Es bonito, tan arrugado y de color marrón. Meto la lengua dentro, lo máximo que puedo y paso un par de minutos entrando y saliendo con la mujer cada vez más entregada al asunto.

 —Ay qué rico; me gusta mucho, mucho

 He impregnado mi mano derecha con el aceite lubricante que Rosa trajo desde su dormitorio y meto primero el dedo meñique un par de veces. Luego el anular, el dedo medio, el índice, uno detrás de otro, varias veces, hasta meter el dedo gordo, moverlo a derecha e izquierda, dentro y fuera y constatar que la mujer no tiene ningún dolor ni reparo alguno.

 —Lo que me haces, cómo me gusta; que mojada estoy

 Por todo el rabo he extendido un poco de aceite lubricante y ahora lo tengo brillante, duro, tieso, con la venas hinchadas. Llegó el momento.

 —Trae tus manos, separa el culo para mí, ofrécemelo

 Es una visión propia del paraíso. Me acerco hasta tocar el ano con el capullo y tras volver a decir que separe sus glúteos con las manos, empiezo a empujar sujetándome a su cintura. Los primeros intentos son un fracaso, pero cuando logro meter la punta todo va sobre ruedas (más bien sobre aceite lubricante). Empujo de manera constante y la meto entera, con mis oídos llenos de las quejas de Rosa, lo que me produce una sensación añadida de placer.

 —Me duele, sácala; ay, ay, qué grande es, me gusta, me gusta

 Ya llevo varios minutos moviéndome, más bien despacio, pero sin parar. No se la saco del todo por si luego me cuesta más trabajo meterla, pero me estoy dando un buen masaje en la polla con este culo ajustado que ya ha tomado la iniciativa de moverse adelante atrás, acompasado con mi follada. Poquito a poco aumento la velocidad.

 —Muévete, como una buena perra salida

 Le estoy dando unos pollazos de una vez, acompañados de algún que otro sonoro azote. Sólo se oye la respiración convulsa, agitada, de la mujer (los últimos minutos gime y se queja en voz muy baja de manera que no oigo lo que dice) y el sonido de olla exprés que sale de mis pulmones. Me falta muy poco, así que le indico:

 —Me voy a correr en tu culo y cuando acabe y te de un azote, te corres tu

 Ahhhhhh, cojonudo, que corrida más buena. Dejo de moverme una vez que he soltado toda mi leche, doy a la mujer un azote e inmediatamente oigo un largo y sonoro grito que indica su orgasmo. Dura muchos segundos, cuando calla saco el rabo del escondite marrón y los dos nos desplomamos sobre la alfombra.

 Me he preparado un té, se puede decir que soy adicto a partes iguales con el gintonic, la mujer sigue durmiendo sobre la alfombra, está nevando con mucha intensidad y yo sigo confuso, pero contento, muy contento. Voy a dormir un rato y por la mañana ya me preocuparé de lo que haya podido suceder. Joder, y si al despertar ya se ha pasado el efecto de lo que sea, no tendría ninguna gracia.

 —Buenos días, guapa. ¿Has descansado?

 —Bueno, un poco. Ay, mi culo, me lo has roto, cabronazo

 Nos damos un beso en los labios y como tengo hambre, pienso sin soltar el brazo de Rosa:

 —Vas a preparar un buen desayuno para los dos y después nos duchamos juntos

 Lo que sea parece seguir funcionando, lo cual me quita un peso de encima porque estaba temiendo que hubiera desaparecido, y en la cocina la farmacéutica demuestra que sabe preparar un estupendo desayuno europeo. Que guapa está envuelta en una gruesa bata de color rojo untando mantequilla a unas tostadas. Yo estoy envuelto en una toalla, bebiendo té, intentando establecer una conversación medianamente inteligente.

 —Hace mucho tiempo que en esta casa no hay ropa de hombre y con lo alto y grande que eres ninguna bata mía te puede valer. ¿Has terminado?, anda, vamos a ducharnos

 Da gusto ducharse en un cuarto de baño tan grande y cómodo como es este. Y, en contra de todas las leyes del sexo que hasta ahora he venido cumpliendo, ver a Rosa desnuda, enjabonada, pasándose las manos por las tetas y el culo, me ponen la polla de nuevo en acto de servicio. Por si acaso, voy a seguir abusando de mis sugerencias y digo sólo para mí:

 —Date la vuelta, apóyate en la pared que te voy a penetrar y vamos a corrernos los dos

 Dicho y hecho. Se la meto en el coño de un único fuerte empujón e inmediatamente comienzo un rápido y fuerte metisaca agarrado a sus hombros. Me encanta ver como se mueven adelante y atrás sus tetas al ritmo de mis pollazos y como suenan su culo y los muslos chocando contra los míos. Tengo un calentón de tres pares de cojones y se anuncia ya mi corrida.

 —Me voy a correr enseguida, y en cuanto sientas mi semen, tu también vas a gozar

 Ahí va la leche que me queda. Ohhhh, cómo me gusta. Rosa hace caso a mis sugerencias mentales y su orgasmo es tan sonoro y largo como lo han sido los anteriores. La verdad es que resulta muy gratificante follar con una mujer que se corre tanto y tan bien.

 Terminamos de ducharnos, me visto, un beso guarrindongo en la puerta y marcho hacia el hotel. Antes de irme me he asegurado de obtener el teléfono de Rosa y de la continuación de nuestra relación sexual.

 La nevada ha sido tremenda y apenas me cruzo con dos coches a pesar de ser las doce de la mañana de un sábado. No han puesto el mercadillo semanal, no me extraña. El hotel está tranquilo, sólo hay seis habitaciones ocupadas y hoy llegarán tres parejas de franceses que tienen hecha la reserva hace semanas.

 La recepcionista y encargada que suele hacer el turno de mañana se llama María, pero toda la vida ha respondido por Chofa. Es una guapa joven morena de veinticinco años, estudiante de ecología en ratos libres y excelente trabajadora, aunque con un solo defectillo: se tira a alguno que otro de los clientes cuando yo no me entero. Me parece que voy a probar si mi nueva fuerza mental (de alguna manera lo tengo que llamar) funciona hoy con otras personas además de con Rosa. Me acerco, pongo mi mano en su hombro y pregunto a la joven:

 —Cómo ha ido todo, cuéntamelo sin olvidar nada de nada

 Sí funciona, sí. Durante varios minutos la recepcionista me cuenta detalladamente las pocas incidencias del hotel en las últimas horas, hasta que llega el momento en el que dice:

 —Con la nevada de anoche me quedé en el hotel y para no aburrirme estuve tomando unas copas con la pareja de senderistas belgas de la habitación número cinco. Nos montamos un trío y no ha estado mal, aunque él es un poco maricón y ella muy loba, ¡cómo me ha estado comiendo el coño toda la noche!. Pero me he corrido muchas veces. Salieron a desayunar al bar del restaurante y a dar una vuelta

 En ese momento entran los franceses que estábamos esperando y les acomodamos mientras cuentan que está muy mal la carretera y han llegado de casualidad. Les invito a tomar café en el bar y dejo que Chofa siga trabajando.

 El bar del restaurante está bastante lleno y veo a mi hermana Maite tras la barra, quien me hace una seña para que me acerque. Y con un cierto recochineo me cuenta:

 —Ya se que has pasado la noche con Rosa la farmacéutica. Hace un rato pasaron por aquí Carmen la de las tiendas y Pilar y me lo han dicho. ¿Bien?, a ti siempre te ha gustado mucho, ya me contarás

 —No ha estado mal, la verdad sea dicha. ¿Te ayudo en el bar?

 —No, han podido llegar todos los camareros y el personal de cocina, menos mal porque al mediodía tenemos pleno de reservas y esta tarde, como televisan el partido del Madrid, a las siete esto va a estar a tope a pesar de las nevadas

 Paso por la cocina para saludar a Antoine, mi cuñado, ya metido en faena como chef y mientras se me ha ido forjando una idea que quiero llevar adelante. Las posibilidades de mi nueva habilidad mental son muchas y voy utilizarlas todo lo que pueda. Voy a mi casa a cambiarme de ropa (es un chalet situado en la parte trasera del hotel) y cojo media pastillita de viagra por lo que pueda suceder.

 Marisa fue mi novia durante cinco o seis años, alrededor de mis treinta años de edad, e incluso teníamos pensado casarnos, cuando de repente en una fiesta a la que yo no pude ir conoció a un biólogo francés que trabajaba en el centro de investigación sobre la flora y fauna pirenaicas ubicado en otro pueblo de la zona y me dejó de un día para otro sin casi decir ni adiós. Un par de años después el francés se marchó a una universidad francesa y ella se quedó compuesta y sin pareja, trabajando el bar de sus padres y ganando fama de haber desarrollado muy mal carácter. No la veo a menudo y si nos cruzamos por el pueblo nos saludamos sin ni siquiera pararnos a hablar. Me apetecen unas patatas bravas de las que tienen justa fama en el bar de María Luisa.

 El bar lo han ampliado y modernizado y cuando entro hay una docena de personas en la barra, por lo que en un primer momento Marisa no me ve. Sólo cuando pido una cerveza y media ración de bravas debe reconocer mi voz, pone cara de sorpresa y se dirige hacia mí, insegura, como si dudara si acercarse o no.

 —Javier, cuánto tiempo sin verte por aquí

 —Ya ves, me moría de ganas de comerme unas bravas, como hacíamos antiguamente los días de nevada

 Se acerca hacia mí, me da dos besos en las mejillas y aprovecho para cogerla de ambos brazos con mis manos en un gesto amistoso y pensar lo siguiente mientras sonrío:

 —Vamos a follar ahora mismo, me vas a llevar al despacho y te vas a comportar como yo te diga

 Me he tomado la viagra con un sorbo de cerveza y de la manera más natural, sigo a la mujer que me lleva por el pasillo hacia la puerta del despacho que utilizó siempre su padre, un tipo especial, con un carácter y una mala leche famosos por el contorno y que a mí me apreciaba mucho, quizás por ser de ideas republicanas igual que él. Dentro, la preciosa gran mesa de madera noble situada en un costado soportando un par de ordenadores, y el gran sofá de color granate en donde cuando éramos novios nos dábamos el lote de vez en cuando. Follar, poco, muy poco, Luisa no era una mujer especialmente apasionada y me costaba mucho que me dejara meter. Me hacía buenas pajas y alguna vez me la mamaba como si fuera un premio extraordinario, pero no se puede decir que lleváramos una vida sexual muy activa.

 —Desnúdate

 Siempre ha sido una mujer de bandera, tiene cuatro años menos que yo, y aunque ahora se le nota un poco de tripita típicamente cervecera, sigue dentro del tipo general de las muchas tías buenas que hay por estos lugares: rubia, con el pelo bastante corto, ojos de un bonito color miel, labios gruesos rojos, muy alta, espalda recta, tetas de buen tamaño, un poco aplastadas, muy duras, levemente caídas hacia los lados, con pezones grandes de color tostado oscuro situados en el centro de una areola del mismo color; piernas muy largas, torneadas y musculadas, como los bonitos fuertes muslos, no tiene casi vello púbico, de un color muy rubio de manera que apenas se nota, y destacando sobre cualquier otra cosa, su culo, su maravilloso culo redondo, alto, prieto, sin imperfección alguna, de tamaño perfecto. Por aquí las mujeres tienen buenos culos, dicen que por las muchas cuestas que hay que subir, pero el de Luisa (yo la he llamado así siempre) ha sido siempre uno de los mejores y más admirados. Y en su día no disfruté de él como debía.

 —¿Tienes pareja?, ¿follas a menudo?

 —No, nunca he sido caliente, tu lo sabes, y cuando estoy salida me masturbo muchas veces seguidas, porque me corro con gran facilidad, hasta que me duermo rendida, además, hace mucho que no encuentro ningún tío que me guste y me apetezca tirármelo, paso de los jovencitos y los de mi edad los tengo muy vistos o me parecen viejos. No todos se conservan tan bien como tu, tan guapo y tan tío bueno

 —Gracias por el cumplido, pero está muy mal eso de no follar y vamos a ponerle fin, y por cierto, sigues siendo un pibón de una vez, estás buena para gritar, ¡cómo me sigues gustando!

 No he tenido que darle indicaciones para que me desnude por completo. Me ha besado en la boca varias veces, con deseo, y se entretiene en pasar su mano por el vello de mi pecho, siempre le gustó. Habrá sido la media pastillita azul, pero tengo la polla como el mango de un martillo y ya va siendo hora de que mi ex-novia me vaya resarciendo de lo que me parece me debe desde hace años. Con mi mano derecha en su brazo, empiezo a recitar mentalmente lo que tiene que hacer.

 —Ponte de rodillas y chúpamela, cariño, con mucha saliva, demostrando que te gusta, que es la mejor polla que has conocido en tu vida y que te vuelve loca de contento

 Ah, no hay nada como una buena mamadora que se pone a la faena con ganas y, para mi sorpresa, o Luisa ha practicado mucho y bien en estos últimos años o la persuasión mental capacita a esta rubia como una gran comepollas. Qué bueno, que satisfacción me da ver a mi antigua novia de rodillas esforzándose en mamar mi polla, subiendo y bajando la mano por el tronco, hasta que le pido que ponga las manos a la espalda y lo haga sólo con la boca.

 Le pongo la mano sobre la cabeza, me da sensación de poder sobre ella, y así puedo ir dirigiendo sus esfuerzos. Se está poniendo perdida de saliva, la boca, la barbilla, las tetas. Tiene una pinta de guarra que me encanta, y por supuesto, se lo tengo que decir:

 —Me gusta que seas una guarra, siempre pensé que eras una zorra salida a la que le hacía falta algo que quizás yo no sabía darte, pero vamos a ir probando y seguro que lo encontramos. Ven, levanta

 —Sabes, lo pasé muy mal cuando me dejaste, no sólo desde el punto de vista sentimental, sino por la cara de idiota que se me quedó y los comentarios y bromas que tuve que aguantar. Alguna vez he pensado en tomar venganza

 —Arrodíllate en el sofá, ponte a cuatro patas

 Está mojada, mucho, y me resulta fácil entrar a la primera en ese coño que conocí hace años muchas menos veces de las que me hubiera gustado.

 —Muévete, vamos, mi polla tiene muchas ganas de ti

 

 Adelante y atrás me está dando una buena follada mientras me sujeto a su cintura. Está excitada y jadea con fuerza.

 —¿Estás salida?, ¿te pones cachonda?

 —Sí, sí, mucho

 —Sigues teniendo el mejor culo de las tías de este pueblo, sería una pena no probarlo, ¿tienes algún lubricante?

 Una crema hidratante nos va a tener que valer porque no hay otra cosa. Le digo que cubra con ella mi tiesa polla y que después se meta los dedos bien pringados en el culo. Lo hace varias veces y verlo me pone aún más caliente.

 —¿Tu novio el francés te follaba por el culo?

 —Sí, le gustaba más que mi chocho

 —Bueno, puedes comparar las pollas ahora que te voy a dar por culo, ya me darás tu opinión. Ponte a cuatro patas, vamos, separa con las manos los cachetes del culo, que yo vea bien tu agujero

 Así lo hace. Verla con la cabeza humillada ofreciéndome el culo me pone muy contento, pero quiero más, mucho más, ahora que me resulta fácil conseguirlo. Iba a chuparle el arrugado ano, pero no me seduce nada la crema que hemos utilizado, será en otra ocasión. Me ayudo de la mano para empezar a empujar de manera constante y consigo entrar sin demasiados problemas, obteniendo un premio añadido:

 —Ay, Javier, me duele, tu polla es muy grande

 Mi respuesta son dos cachetes en el culo, que suenan como una dulce melodía en mis oídos.

 —Ohhh, sí, sí; por favor, más, dame más

 ¿Cómo?. Yo no le he indicado nada sobre los azotes. ¿Le va la marcha y nunca me he enterado?. Repito con dos azotes más fuertes aún y su respuesta me estremece de gusto.

 —Castígame, me excita. Se que fui muy mala contigo, castígame un poco, por favor

 Así que esa puede ser la tecla que había que tocar para despertar la pasión de Marisa. Por mí que no quede. Mientras mantengo la polla dentro del culo le doy una docena de azotes, fuertes, sonoros, lo suficientemente espaciados uno del otro para que los sienta plenamente, todos y cada uno. Tengo las manos doloridas y los glúteos lucen unas bonitas marcas rosas y blancas que me encantan.

 —Vamos, muévete que quiero correrme. Luego ya hablaremos de lo del castigo, estoy deseando oírlo

 Me gusta escuchar sus quejas por la rápida y fuerte follada que le estoy pegando a su culo. Debe ser verdad que hace tiempo que no se lo follan porque está muy apretado. No me gusta la crema que hemos usado como lubricante y siento rozada la polla, así que la saco para eyacular como procede en esta situación. Me la meneo muy deprisa mientras me acerco a su cara.

 —Abre la boca, saca la lengua y trágate mi semen

 No puedo aguantar más, me corro como si fuera una central lechera, cinco, seis, siete lechazos que impactan sobre la cara de la mujer, aunque alguno entra en la boca. Parece una guarra de las de las pelis porno. Me gusta. Por cierto, yo he sido siempre de una sola corrida y tardo en recuperarme, pero vaya marcha que llevo.

 —Límpiame con la lengua, despacito y suave

 Cojonudo. Me parece que es lo mejor, la limpieza final.

 —Vamos, túmbate en el sofá y hazte un buen pajote, que yo te vea

 

 Esta claro que tiene práctica, joder a que velocidad se acaricia el clítoris, mientras que con la otra mano pasa de una a otra teta apretando y castigándose los pezones. En apenas un minuto se corre dando muchos gritos cortos, con la voz ronca, alargando el sentido orgasmo hasta el momento en que dice con su bonita voz, entrecortada por la agitada respiración:

 —Gracias, Javi

 Ha estado bien. Un rato después por fin nos comemos unas bravas sentados al fondo del bar mientras charlamos de manera distendida, para sorpresa de todos aquellos, muchos, que van entrando al bar y nos conocen. El cotilleo en el pueblo va a ser jugoso. Siempre fue una mujer agradable, simpática, inteligente y gran conversadora, y así se muestra conmigo. En un momento de la conversación marcha rápidamente al interior del bar, vive en el piso de arriba, y vuelve con un paquete más bien grande que parece tener bastante tiempo.

 —Desde que murió mi padre y te vi en el entierro lo tengo preparado. No he encontrado ni el momento ni las fuerzas para dártelo hasta ahora mismo

 Lo abro y me embargan la sorpresa y la emoción. Es una bandera del ejército republicano que su padre, Rogelio, guardó toda su vida como un preciado tesoro, enterrada en el monte durante años dentro de una caja metálica y, en los últimos años de la dictadura, colgada en la pared del comedor de su casa. Rojo, amarillo, morado oscuro y escrito con letras blancas: Ejército Popular, 11ª División, ¡el mítico 5º Regimiento!. Se me llenan los ojos de lágrimas por la alegría. Tantas tardes de invierno en las que Rogelio me contaba cosas de la segunda república, de la guerra, de su exilio en Francia, de su difícil militancia política. No se qué decir, Luisa me coge la mano y pedir otras cañas es la manera de disimular la situación. Quedamos en hablar por teléfono en pocos días y nos despedimos con un par de cariñosos besos en las mejillas. No estaba yo preparado para tanta emoción, vine con afán de venganza, con ganas de dar castigo y me voy reconciliado o casi. Ya veremos.

 

 fin de la parte I

 

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