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Cipriana, la que manda

en Hetero: General

Cipriana, la que manda

Una madura con buenas tetas me da gusto llevando la iniciativa durante la follada, o más o menos

Mientras bebo agua a morro de la botella y dejo caer algún que otro chorro sobre la cara y el pecho empapados en sudor, miro hacia mi izquierda y veo que Cipriana está adormilada, con expresión de tranquilidad en su rostro, aunque también con aspecto ajado, de estar cansada. Sudada, el teñido pelo rubio empapado y pegado a la frente, con la respiración ya recuperada, el cuerpo desmadejado, boca arriba sobre la cama, sus increíbles grandes tetas acostadas cada una de ellas hacia un lado, aún enrojecidas, con las marcas propias del último coito y por los chupetones, pellizcos y mordisquitos que tanto me complace darles. Me encanta ver los chorretones de mis corridas sobre el cuerpo de la mujer. Mentalmente me repito a mí mismo que he tenido una gran suerte con esta madura cincuentona porque está buena, le gusta follar, sabe darme gusto y no dice no a nada. Mi polla está contenta, sí señor.

Conozco a Cipriana desde hace más de diez años —entonces ella tenía cuarenta años y yo veintisiete— cuando me trasladaron a la oficina principal de la empresa. Una amiga de mis padres, ya jubilada, era jefa del servicio de compras y consiguió mi traslado desde los almacenes de distribución a la unidad de Informática —antes de entrar en la empresa estudié Formación profesional, trabajé tres años en un buen taller de reparación de ordenadores y con el paso de los años he conseguido terminar la licenciatura de Informática— para atender las incidencias que en el edificio se producen constantemente. Hoy en día soy el jefe de la sección de software corporativo.

Cipriana siempre ha trabajado en Recursos humanos y dado que utilizan muchas y distintas aplicaciones y herramientas informáticas, pues raro es el día que no hay que pasar por esa unidad. Aparte los jefes, hay más de una docena de secretarias, la mayoría jóvenes, con lo que casi siempre hay buen ambiente y los técnicos de las incidencias siempre estábamos —hoy en día también— deseosos de ir por allí; de hecho, dos de mis compañeros de entonces se casaron con secretarias de Personal, tal y como popularmente se conoce en la empresa a la unidad de Recursos humanos.

Llevamos follando como dos años. Un día me abordó al salir del trabajo diciéndome que quería follar conmigo, ni oportunidad me dio de decir no —para qué iba a hacer yo esa tontería— fuimos a mi casa, y hasta hoy. No se puede decir que Cipriana sea una mujer guapa, ni ahora ni cuando la conocí. Es una mujer de estatura media-baja, su cabello es liso, entre castaño suave y rubio, pero lo tiñe de amarillo color trigo, casi siempre cortado a capas y melena recta hasta por debajo de los hombros. Del mismo color tiñe sus finas cejas. Rasgos normales en su rostro, en donde resaltan unos bonitos ojos marrones, una nariz demasiado grande, una boca pequeña de gruesos labios y una voz metálica, fuerte, quizás un poco hombruna. Siempre delgada aunque ancha de espaldas y caderas, con unas voluminosas llamativas tetas que intenta disimular —prácticamente nunca la he visto con escote o con camisas desabotonadas o con prendas ajustadas al pecho— y unas caderas que engloban un buen culo: grande, redondo, todavía alto y prieto. Muslos fuertes y piernas torneadas hacen de ella una mujer que está buena, sexualmente deseable, que gana mucho cuando está desnuda —le gusta usar lencería erótica de todo tipo y colores, es un bonito espectáculo observarla mientras se desnuda— y que en ningún caso es una pavisosa conservadora o una hipócrita del estilo de la gata Flora (*), más bien al contrario, le gusta hablar libremente de sexo con quienes tiene confianza —de manera incluso bastante procaz, atrevida y desvergonzada— de las relaciones hombre-mujer y, de manera sorpresiva, hay momentos en los que muestra su lado exhibicionista, algo imposible de creer cuando la ves vestida con la ropa que usa habitualmente. Está casada desde hace treinta años con el simpático y amable Tomás —grande y fuerte como un armario de tres cuerpos, dueño de una excelente casa de comidas en el barrio de Embajadores y dueño también de un pollón impresionante acorde con su tamaño— y desde que la conozco tiene siempre algún novio, con conocimiento y permiso de su marido para que folle con él, siempre y cuando se monten algún que otro numerito los tres juntos y cosas parecidas. Yo no soy novio de Cipriana, simplemente somos amigos que de vez en cuando follamos, nos damos placer y charlamos pasando un buen rato ante una copa, últimamente ambos somos aficionados al Jägermeister con tónica.

Creo que el rasgo más destacable de Cipriana es que le gusta dar placer. Tiene sexo a diario, a veces con más de un hombre, se corre varias veces porque tiene gran facilidad para ello, pero estoy convencido que lo que de verdad le gusta es sentirse deseada, darle placer al tío con quien esté follando y, en especial, llevar la iniciativa y decidir cómo hacerlo en cada momento. Ella es la que manda. Habla de manera clara y directa.

—Hoy no estás muy potente, Ángel, sólo me has echado dos. Has estado follando por ahí, supongo

—Me ha parecido notar que estabas cansada, sin ganas de nada más

—Parece que eres nuevo, tonto o no me conoces, lo que menos me cansa en esta vida es follar

—Igual Tomás ya te ha dado tu parte de ración y ahora quieres menos

—Tomás me la mete casi todos los días del año y no por eso dejo de querer más sexo con otros tíos que me gustan

La conversación, medio en broma medio en serio, me ha despejado lo suficiente como para acercarme a Cipriana —ni Cipri, ni Ana, ni Prí, ni de ninguna otra manera que no sea Cipriana se le puede llamar, es el nombre de su madre y de sus dos abuelas, so pena que se coja un tremendo cabreo— darle un beso en los labios e, inmediatamente, empezar a acariciar, amasar y apretar su culo durante un buen rato, primera manera de aproximarse a esta mujer y que tome interés en el asunto. No le tocas el culo como le gusta —no hay que olvidarse de la raja y el ano, a poder ser con los dedos bien ensalivados o mejor con suave aceite de rosa mosqueta— no follas con ella, así de sencillo.

Sin dejar de dedicar una de mis manos a su estupendo culo, la otra se ocupa de las tetas: grandes, separadas por un largo estrecho canalillo, aplastadas en su comienzo, fuertes, flexibles, terminan apuntando cada una de ellas a su correspondiente costado, volviéndose en el final redondas y gruesas, con areolas abultadas hacia afuera, muy oscuras, con unos pezones gruesos y muy largos que cuando están erectos son del tamaño de medio dedo meñique. Impresionantes, nunca he visto nada igual.

Está muy orgullosa de sus tetas —nadie diría que tiene más de cincuenta años viendo esas maravillas— y que los tíos se vuelvan locos por comerse los llamativos pezones. Y hay que decírselo, hay que regalarle el oído, incluyendo alguna que otra palabra malsonante, algún insulto, primero suave, después subiendo un poco el nivel según vaya pidiendo. Le gusta mucho mandar, no sólo llevar la iniciativa, sino dar órdenes a la hora de hacerlo. Tiene genio, y follando también lo demuestra.

—Qué buena estás, cabrona, no me canso de ti. Y estas tetas… no hay otras iguales, qué pezones más ricos, cómo me ponen

Es el momento de empezar a comérselas, de ponerse ciego tocando y mamando las mejores tetas que he conocido. Y para ella llega el momento de ponerse a hablar —si es que en algún momento ha dejado de hacerlo— con su voz fuerte, dura, que según se va excitando pone ronca, con tono muy alto.

—Sois todos como niños, siempre con los pezones en la boca, loquitos por mamarlas. Mis tetas son cojonudas, ya lo sé, pero a todas las tías, sean como sean sus tetas, les pasa algo parecido. ¿Has leído que la mayoría de los hombres según van cumpliendo años reconocen que lo que de verdad les pone a tope es un travesti?, vamos, una tía con tetas y polla. Si es que todos os vais volviendo maricones. Mira mi Tomás, se excita conmigo como un mulo, me folla cuando quiere y como quiere, le hago de todo y más, pero de vez en cuando, cada vez más a menudo, me pide permiso para darle por el culo a mi novio de turno

Mientras habla no se queda quieta, acaricia mi pecho, enreda los dedos en el vello, da mordisquitos a mis pezones, hace alguna que otra pausa y me mete la lengua hasta la garganta, dándome un buen repaso por toda la boca, hasta que con las dos manos se ocupa de mi crecido rabo.

—Me gusta mucho tu polla, recta, larga, siempre tan dura, con el capullo que parece un ariete y ese ensanchamiento que tienes en mitad del tronco. En casa tengo la más gorda y larga, pero la tuya es muy buena, además de bonita

Aprovecha para lamerla de arriba abajo, para metérsela en la boca unas cuantas veces y después centrarse en mamar el capullo, mirándome a los ojos en todo momento, poniendo cara de cachondeo. No puede hablar, pero lo dice todo con los ojos. Tras varios minutos deja mi polla, me da un muerdo tremendo, largo, guarro, baboso, con la lengua en mi garganta, compartiendo ambos el sabor de mí rabo y después, habla.

—Si sigo con la mamada te vas a correr y antes me tienes que encular

No ha dejado de tocarme ni un momento, ni yo su culo, aunque ya desde hace un ratito acaricio su coño mojado, empapado. Se da la vuelta en la cama poniéndose a cuatro patas, enseñando el redondo culazo y el coño, dejando ver su mata de vello, más liso que rizado, que nunca se depila porque a su marido le encanta comérselo con pelo y que, en ocasiones, se tiñe del color amarillo del cabello. Como siempre, sigue dando órdenes:

—Primero en el chocho, eh, mójala bien para luego entrar en mi culo

Qué bueno es meterla en un coño conocido, bien mojado, caliente, suave y mullido. Sujeto a sus caderas mi metisaca es lento y tranquilo, recreándome en empujar y casi sacarla del todo, en fijarme en el bamboleo de las tetazas de Cipriana —me las imagino como si fueran dos campanas que estuvieran tocando a la vez y chocan entre sí— y en escuchar su ronca respiración de hembra cachonda. Es cojonudo ver la cara de la mujer reflejada en el espejo, con los ojos semicerrados, la boca abierta, el pelo sujeto con una goma —se lo pido para poder ver su cara en todo momento— y acompasando su suave movimiento adelante y atrás con el mío, que poco a poco va subiendo el ritmo, cada vez con menos recorrido de la polla y con más fuerza, intentando llegar lo más dentro posible.

Apoya la cabeza sobre la cama, cierra los ojos, lleva su mano derecha al clítoris y lo acaricia siguiendo el ritmo de la follada.

—No pares aunque me corra, me queda poco; sigue, cabrón, sigue

Un ronco lamento que parece más bien propio de una sensación de dolor que de placer indica el orgasmo de la mujer, que sigue durante muchos segundos, bajando poco a poco el tono del quejido, hasta que se extingue la voz, detiene el movimiento adelante-atrás y yo dejo de sentir en el rabo las excitantes pulsiones de la vagina. He estado a punto de correrme yo también.

La saco del coño y mientras se queja por ello e intenta decirme lo que tengo que hacer, cojo sus dos brazos, los traigo hacia atrás y poso sus manos sobre cada uno de sus glúteos. De sobra sabe lo que quiero —y ella también lo está esperando— así que haciendo fuerza con las manos separa los carrillos del culo para que yo vea el agujero arrugado, del mismo color oscuro que las areolas de sus tetas, que se abre un poco, como si fuera un ojo achinado. Intento coger el espray de aceite suavizante, pero Cipriana se ríe de ello:

—Con el pollón de mi Tomás bien abierto tengo el culo

Antes que me dé alguna nueva orden le doy varios azotes sonoros en el culo —veo su sonrisa de satisfacción reflejada en el espejo— me ayudo de la mano derecha para acercar el capullo al ano y empiezo a empujar con fuerza, de manera constante, hasta que meto el glande sin mayores problemas y sigo empujando agarrado con fuerza a la cintura y los glúteos.

—Maricón, todos sois maricones

Tengo buena polla, dieciocho centímetros y medio de largo por cinco de ancho. Como en mitad del tronco tengo un ensanchamiento bastante evidente. Mi capullo es puntiagudo, más bien estrecho, pero después de los primeros siete u ocho centímetros de largo, ensancha un centímetro, hasta casi el final, en donde recupera su grosor del comienzo. Cada vez que penetro el culo de una tía, todas se quejan cuando llega el momento de metérsela entera. Tampoco es para tanto, digo yo, una vez que ya les he metido poco menos de la mitad de la polla, pero supongo que es algo psicológico porque el engrosamiento resulta visualmente llamativo.

—Qué malo eres, cómo sabes ponerme cachonda para después castigarme con tu polla

Es una cantinela propia de Cipriana que utiliza para pedir marchilla, para que le dé una enculada como a ella le gusta, con alguna que otra propina. Por ganas no va a quedar a pesar del desgaste de los dos polvos anteriores.

Me gusta mucho meterla en el culo de esta mujer; con un metisaca a ritmo ni muy rápido ni lento que me proporciona un roce placentero, al mismo tiempo que me hace sentir presión sobre toda la polla. Es como si una mano grande, suave, mullida y caliente me apretara lo suficiente como para notar que me está haciendo una paja fabulosa, de categoría. No sé si he sabido describirlo, pero es algo que me resulta excitante a más no poder, entre otras razones porque me produce una sensación de poder sobre la mujer que estoy enculando. Cuando lo hablamos, Cipriana dice que soy misógino con un puntito sádico, lo que a ella le encanta y es una de las razones por las que follamos a menudo. No sé nada de psicología, pero me gusta darle por el culo a esta hembra.

Como Cipriana no es muy alta llego sin problemas a tocar, acariciar y coger sus tetas con las manos mientras los dos seguimos con el ritmo acompasado de la follada. Aprieto y estiro con más fuerza de la necesaria, en especial los pezones —lo que le da oportunidad de quejarse e insultarme llamándome de todo, otra de sus maneras de excitarse— y cuando sube el volumen de las quejas, unos cuantos azotes en su culazo, fuertes, sonoros, hacen maravillas.

En los dos polvos que le eché antes eyaculé sobre su cuerpo. Dice que le encanta verse manchada por el semen de sus amantes y extenderlo por las tetas como si se tratara de una crema, en un largo suave masaje. Ahora tengo otros planes.

Ya llevo varios minutos dándole fuerte por el culo, deprisa, metiendo la polla lo más dentro posible y sacándola sólo un poco. Noto mis huevos otra vez llenos y tengo esa sensación que nunca sabes si nace en lo más profundo de la espalda, en las tripas o en la misma polla, pero que es presagio que queda poco para correrte.

Cipriana no ha dejado de hablar —en muchas ocasiones me desconecto de lo que dice— en voz alta con su ronca voz.

—Ángel, córrete en mis tetas, no tardes

Se la saco del culo de golpe, lo que provoca una exclamación de protesta por su parte.

—De rodillas, en el suelo, levanta tus tetas con las manos

Así lo hace mientras sonríe con una expresión de satisfacción y yo no dejo de menearme la polla con la mano derecha a mucha velocidad. Con la mano izquierda empujo de la barbilla de la hembra hacia arriba.

—Abre la boca, vamos, saca la lengua

Empujo su barbilla con más fuerza, le doy un par de golpecitos con el dorso de la mano, y en el mismo momento en el que tiene la boca bien abierta, me corro como si fuera una central lechera, sujetando su cabeza apoyando la mano libre en la nuca. Seis chorreones de semen, largos, densos, disparados con fuerza, salpican la cara y el pelo de la hembra, que intenta hablar, supongo que para quejarse, pero que antes me oye decir a mí:

—¡Ohhhhh, qué bueno, zorra!, eres la mejor de las putas. Limpia la polla con la lengua y traga mi leche

No dice nada, sonríe mientras pasa suavemente la punta de la lengua por el capullo varias veces, tragando la blanca lefa que recoge. Me muero de gusto.

—Cabrón, como me has puesto, pareces una fábrica de semen

Me siento en la cama recostándome en las almohadas para observar el espectáculo que supone ver a Cipriana, todavía arrodillada, extenderse el semen por la cara y las tetas.

—Estarás contento; anda, prepara unas copas que no me puedo ir muy tarde

Un rato de charla, algunas risas, las duchas… y hasta la próxima vez, que será cuando ella quiera. Es la que manda, o más o menos.

 

(*)La gata Flora, si se la meten grita, si se la sacan llora

 

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