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El amo de Tierraluna

en Confesiones

El amo de Tierraluna

Un señorito andaluz cuenta su vida sexual y lo fácil que lo tiene para follarse a distintas mujeres

Mi papel de dueño de las tierras heredadas de mis padres, más bien debo decir amo, tal y como por aquí dicen y a mí me gusta oír, lo llevo cumpliendo a rajatabla y a total satisfacción para mí y mi familia desde hace tres años y medio, cuando volví de la capital de la provincia, en donde me desempeñaba como abogado en un prestigioso bufete, con una incipiente carrera política a nivel municipal, para hacerme cargo de mi parte de herencia, dado que mi padre ya se veía demasiado mayor y quiso hacer el reparto entre sus dos hijos estando aún vivo y lúcido. El primogénito, mi hermano Tomás, ocho años mayor que yo, por propia decisión se dedica por entero a la dirección y gestión de la afamada fábrica de elaboración de labores de tabaco que siempre fue de la familia de mi padre y a mí me deja las tierras y el papel de amo. Dada su extrema religiosidad, vive con su esposa Irene prácticamente recluidos —no tienen hijos— en una gran casa cercana a la fábrica, en un bonito paraje arbolado no muy alejado del pueblo que está dentro de mis tierras, lugar en donde viven los más de treinta empleados de la fábrica, única empresa importante de estos parajes y fuente de ingresos de casi todos los lugareños, e incluso de vecinos de otros pueblos del contorno, excepto los que trabajan en las doce fincas que conforman la heredad familiar, que salvo alguna excepción viven en los distintos cortijos que se sitúan en ellas. Hay más de ciento ochenta personas, trabajadores y sus familias, viviendo en Tierraluna, nombre con el que se conocen las posesiones de mí familia, de las que ahora soy el amo.

Mi padre tiene ya setenta y dos años, no está mal de salud, pero se siente viejo y pasa el día en la casa en la que ambos vivimos —llamadaLa casa grande— o en el casino del pueblo, en donde se reúne a echar la partida de cartas y dominó con las fuerzas vivas de la zona, desmenuzar la actividad cotidiana y decidir sobre todo aquello que someten a su criterio, que aún son muchas de las cosas que por aquí suceden. Una vez falleció mi madre —hace ahora trece años, tras larga enfermedad— poco a poco se fue separando del trabajo diario hasta que se retiró del todo, o casi.

Sigue siendo para todos el amo, dueño y señor de todo lo que se mueve por estos pagos y dictador de facto de lo que sucede en el pueblo y en gran parte de la provincia. A mí me suelen conocer como el amo joven o Don Fernando, mi nombre desde hace treinta y dos años, los que tengo, y poco a poco voy sustituyendo a mi padre como el hombre importante dueño de las tierras, el amo de Tierraluna.

La historia de mi padre no es especialmente distinta, con matices, a la de otros señoritos del campo andaluz y extremeño: proveniente de una familia adinerada siempre ligada a sus tierras y, en este caso, además, con una fábrica de tabaco (rapé, picadura, cigarrillos con y sin boquilla, puros habanos, cigarrillos perfumados, tabaco para pipa) que aprovecha la buena calidad del mismo que se da en las tres fincas situadas más al suroeste. Siempre muy activo, viajó por Europa y América estableciendo lazos comerciales y de amistad, casó bastante mayor con la heredera de la otra familia con tierras en la zona —desaparecida excepto mi tío Julián, hermano menor de mi madre, soltero sin hijos, alcalde, médico, veterinario, dueño de la farmacia del pueblo, consejero de mi padre y gran amigo mío— y, según se cuenta en voz baja, aprovechándose de su condición de amo para hacer lo que le daba la gana, dictando la vida de las gentes del lugar y llevando una sexualidad desbocada, que es una manera educada de decir que siempre ha sido un pichabrava que se ha pasao por la piedra a docenas de mujeres solteras, casadas, jóvenes, maduras, con al menos dos amantes conocidas y mantenidas en la capital durante años. Aún hoy mantiene a una de ellas en el pueblo, Amparo, una guapetona mujer de poco menos de sesenta años que comparte con el tío Julián, y la visita de vez en cuando. Todo un personaje mi padre, Don Tomás, el amo.

Como de mí se espera que lleve una vida similar a la de mi padre, no dejo de ejercer y aparte de mis muchas obligaciones —se trabaja más de lo que parece— me aprovecho de mí condición cuando me apetece, lo que me lleva a follar bastante a menudo. Desde hace varios meses voy algunas tardes al cortijo de la finca más cercana a la casa principal en donde vive Salustiano, Salus, uno de los seis capataces que tengo nombrados, con fama de gustarle más las partidas nocturnas de cartas que cumplir con Cecilia, su mujer, al menos diez años más joven que él. Con la disculpa —como si la necesitara o tuviera que disimular— de interesarme por unas obras en los tejados de las casas de mis trabajadores —jornalero es el término por aquí empleado— entro en la casa en donde vive Ceci para follármela. Esta mujer me excita como un verraco y hace cualquier cosa que me apetezca, como si fuera una buena puta de pago.

Ceci tiene unos treinta y cinco años, muy morena de pelo y piel, no muy alta, delgada, de cara agradable, simpática y siempre dispuesta para el sexo. En cuanto llego al cortijo —voy a caballo o en un vehículo inglés que me encanta conducir— la mujer echa al marido y sus dos hijos de casa, se desnuda, se pone perfume del que le he regalado un frasco y me espera apoyada en el quicio de la puerta de su dormitorio, poniéndose cachonda y deseando que entre en la casa lo antes posible. En ocasiones me hago esperar un ratito charlando con el cabrón de su marido o saludando a alguno de los trabajadores del cortijo, para que se vaya cociendo en su propio jugo.

—Buenas tardes, Ceci, me gusta que me recibas desnuda, estás muy guapa

—Gracias, amo, siempre a su disposición

Tras el saludo se acerca y me desnuda, con prisa por ambas partes. Coloca de manera ordenada mi ropa en una silla y casi siempre le pido lo mismo:

—Colócate junto al espejo, date la vuelta, quiero ver todo tu cuerpo

Cuerpo atractivo, con tetas no muy grandes, separadas, un poco sobaqueras, aún duras, con pezones regordetes, oscuros, tiesos en cuanto está excitada. No tiene apenas ni estómago ni tripa, sus muslos son fuertes, anchos, guardianes de una mata tremenda de vello muy negro y rizado que casi impide ver unos labios vaginales gruesos, morenos, siempre brillantes, mojados. Un culo estupendo, en forma de pera, duro, quizás demasiado grande. Está buena, aunque haya tenido dos hijos y al menos un aborto siendo soltera.

—Siéntate en la cama y chúpamela, sin manos

Lo hace bien, muy bien. Con mi mano izquierda sobre su cabeza para guiar el movimiento y la mano derecha ocupada en sobarle las tetas, durante varios minutos se afana en ponerme muy excitado con labios, lengua y boca entera, moviendo la cabeza adelante y atrás de manera constante, sin prisas, sin llegar a sacarla del todo, deteniéndose un poco en el capullo, mirándome a los ojos a cada poco y a la espera de mis órdenes, que llegan cuando ya estoy a tope.

—Ponte de perra, vamos

A cuatro patas sobre la cama merece la pena ver sus tetas ahora colganderas reflejadas en el espejo, su cara de ansiedad, de necesidad de polla, y el chocho empapado, en donde se la meto de golpe, dando un empujón fuerte, intentando llegar lo más dentro posible. Me encanta oírla decir:

—Sí amo, sí, qué bueno

Inmediatamente empiezo a follarla con muchas ganas, con un metisaca rápido, fuerte, profundo, al que se adapta fácilmente, muy excitada, con necesidad de correrse. Bien sujeto a su grupa con las dos manos, voy subiendo el ritmo hasta que noto próximo mi orgasmo —nunca eyaculo dentro de su coño— y según se la estoy sacando oigo que da un grito alto, fuerte, que dura muchos segundos, lo que me produce el empujón definitivo para mí corrida, soltando varios chorretones de lefa sobre el culazo, la espalda y hasta la cabeza de la mujer, que está tumbada boca abajo, derrumbada sobre la cama, todavía respirando agitadamente tras su orgasmo.

Tras unos minutos de reposo junto a ella, me siento en el borde de la cama, y sin necesidad de decir nada, rápidamente viene Ceci con una jofaina de agua tibia, jabón de olor, una esponja y una toalla. Suavemente, con mimo, me limpia la polla, los testículos, el pecho, los sobacos. Después me pone una copa de coñac y mientras estoy de pie tomándolo y fumando un cigarrillo, me ayuda a vestirme.

—He encargado a la ciudad que traigan medias negras y rojas para ti. En los próximos días las traeré para que te las puedas poner cuando vengo

—Es usted muy bueno, amo. Gracias.

—¿Todo bien por aquí? ¿Tu marido se comporta?

—Todos contentos con el arreglo de los tejados. Lo otro, bueno, la primera vez que el amo vino para estar conmigo me pegó con el cinturón una buena tunda, pero nunca más lo ha hecho. Me dice que deje contento al amo, pida lo que pida, que sea una buena puta para usted. Yo creo que le gusta que usted venga y últimamente hace uso del matrimonio más a menudo

Ha pasado poco más de una hora desde que llegué. Empieza ya a oscurecer y en el patio central del cortijo hay un fuego encendido alrededor del que se sientan los que aquí viven a la espera de la cena. El invierno ya está casi terminado, pero las noches son frías aún. Todos se ponen en pie y me saludan con gran deferencia y respeto, Salus me acompaña hasta el coche, más servil que servicial, con una sonrisa de oreja a oreja y nos despedimos hasta mañana en la reunión semanal de los viernes que tengo con los seis capataces y el administrador en el despacho de mí casa.

El fiel administrador que siempre tuvo mi padre falleció hace dos años y desde entonces es su hijo, abogado y profesor mercantil, quien ocupa el puesto. Ramiro es un hombre de mi misma edad, serio, capaz, muy educado y con un gracejo especial para contar chistes en todo tipo de situaciones, aunque sea un entierro. De niños éramos compañeros de juegos y ahora tratamos constantemente, aunque con quien se lleva estupendamente es con mi padre porque forma parte de la peña de jugadores de cartas del casino y son pareja en el mus. Está casado desde hace cinco años con una joven que vino de la ciudad, Carmen, con la que tiene un hijo. Estoy muy contento de su trabajo y se lo he premiado las pasadas navidades con una gratificación en dinero, con la gratuidad del alquiler de la casa de mi propiedad en la que vive en el pueblo, incluyendo el personal de servicio, y, no sé qué opinará sobre si es o no un premio, con unos cuernos de buen tamaño dado que desde hace meses me follo a su mujer los martes, día en el que habitualmente se desplaza el administrador a la capital de la provincia para realizar trámites y actuaciones relacionadas con la gestión de mis tierras y la venta de tabaco.

Carmen es una mujer de treinta años que se aburre bastante en el pueblo, aunque participa en todo tipo de iniciativas desarrolladas por las señoras del mismo y a menudo da clases en el colegio sustituyendo a alguna de las dos maestras titulares. Rubia natural, guapetona, es de mediana estatura y tras tener su primer y hasta ahora único hijo cambió físicamente, ensanchó y desarrolló unas tetas y un culo increíbles. De ser una especie de elegante gamba fina y delgaducha, ha pasado a ser una mujer de curvas rotundas, una jamona de una vez.

La primera vez que me la tiré fue en las pasadas navidades, en la fiesta de fin de año del casino. Mientras su marido jugaba a las cartas sin hacerle ni puñetero caso, estuvimos bailando toda la noche, rozándonos, restregando y apretando mi tieso rabo contra su pubis, poniéndonos ambos muy cachondos, hasta que la llevé a una habitación vacía del primer piso y allí follamos, echando un polvo rápido y sin desnudarnos más que lo imprescindible. El martes siguiente me presenté en su casa a media mañana y sin decir nada de nada me llevó a un dormitorio en donde ya pudimos hacerlo de manera más civilizada y gratificante.

Desnuda es un festín para la vista: rasgos muy marcados, con ojos azulados claros, con una especie de mueca en la cara que siempre me deja con la duda de si está o no sonriendo, lleva su rubia melena recogida, y al soltarla despliega el cabello hasta casi tocar su culo. Las tetas son grandes para su estatura, redondeadas, llenas, pesadas, muy juntas, con pezones chiquititos de suave color tostado situados en una pequeña areola un poco más oscura. A pesar de su aspecto de mujer ancha y grandona, no le sobra ni un quilo, sin estómago ni tripa, con un culo grande, redondo, de piel tersa, un ano muy pequeño, de color tostado, que desde el primer día me llamó la atención. Sus piernas largas son gruesas pero duras, como los muslos, que dejan ver un coño de labios tostados que parece depilado por la poca cantidad de vello púbico que tiene, de un tono rubio casi transparente. Y lo mejor de todo, las ganas de follar que tiene.

Con su marido está pasando hambre de polla, así que a mí me da lo que pida. Y hoy lo que me apetece es su culo, ese tremendo culazo. Las primeras ocasiones tuve que vencer su miedo al dolor y algún que otro reparo moral, pero ayudado de un chorrito de aceite y tras masajearle el ano un buen rato con mis dedos, conseguí entrar sin demasiadas quejas por su parte. Le doy por el culo a menudo, le encanta, se pone muy excitada, y si no se ha corrido antes de mi eyaculación, lo hace después tocándose en lo alto del coño, en su pepita del gusto.

—Qué mujer eres, Carmen, cuánto me gustas

No dice nada, no es de mucho hablar, sigue acariciando mi polla y los testículos con las dos manos, sin prisa pero sin parar, con ganas, concentrada, excitándose, respirando cada vez más deprisa.

En lo del rabo he salido a mi padre, famoso por tener una buena verga, y yo no le desmerezco con mis veinte centímetros de largo por cinco de grosor, que han despertado siempre admiración y deseo entre las mujeres, en especial entre aquellas que la han probado, y según en donde haya querido metérsela, algunas le han tenido un cierto miedo, que en casi todas las ocasiones he podido vencer y cambiarlo por placer. Me gusta follar, obtener gusto, pero también que mi pareja lo tenga. Es algo que me excita, me da satisfacción y es una manera de asegurar que si me apetece puedo repetir con ella.

Carmen está tumbada boca arriba en la cama, con la cabeza y los hombros elevados apoyados en un par de almohadas, con las piernas bien abiertas, tocándose las tetas, con la boca abierta, mirando como agarro mi polla con la mano derecha y la dirijo hacia su sexo. Para dentro, de un solo golpe, empujando hasta lo más lejos que puedo llegar, escuchando los jadeos de ansiedad de la mujer, notando la mojadura de su coño y sintiendo la presión de las paredes vaginales, que parecen situar mi tranca dentro de un envoltorio caliente y suave que responde rápidamente a mis embates, acompasando el movimiento de su pelvis al mío. Después de unos minutos de follada constante saco la polla y le pido el culo.

—Ponla suave

De la mesilla de noche coge una aceitera de pequeño tamaño, echa sobre sus manos unos chorritos de rubio aceite, llevándolas rápidamente a mi excitada y vibrante polla para pringarla toda entera del suave líquido con media docena de pasadas, deteniéndose especialmente en el glande. Ya estoy muy, muy cachondo.

—Colócate, date prisa

Antes de secarse las manos en un blanco pañito lleva dos dedos aceitosos hasta la entrada del culo y los mete profundamente adentro y afuera, varias veces, después pone bajo sus caderas las almohadas que tenía bajo la cabeza, asienta los dos pies con la planta sobre la cama, de manera que queda con las piernas muy abiertas, con el tostado ano accesible, brillante por el aceite y los líquidos vaginales que hasta él han llegado.

—Cógela, llévala a tu culo

Eso hace. Con la mano derecha dirige mi polla hasta la entrada rugosa del ano y con una cierta expectación en la expresión de su cara, espera a que empiece a empujar sin prisa pero de manera constante, aumentando la fuerza del empujón poco a poco, sin que ella suelte mí ariete ni siquiera cuando el capullo abre la puerta y entra en todo su grosor.

—Oh, qué grande es

Poco después mi polla ya está entera en el culo de la hembra y empiezo a moverme adelante y atrás, sin prisa en el ritmo pero casi sacándola del todo y volviéndola a meter entera, hasta que mis cargados huevos chocan con el culo y los muslos de la entregada mujer, que respira agitadamente y sigue hablando en voz baja.

—Me gusta, Fernando, cómo me excita

Pues anda que a mí. Qué bueno es sentir todo el rabo bien apretado dentro del culo, como si se tratara de un chochito nuevo, sin estrenar, ver la cara de esfuerzo que pone Carmen, su creciente excitación. Además, hay tantos prejuicios en contra de meterla en el culo de una mujer que me encanta hacerlo, en especial porque así parece que es más mía, que la poseo con más intensidad al realizar algo que está mal visto, denostado por la gentes de bien y condenado por la Iglesia, lo que a mí igual me da, pero que a muchas mujeres les provoca dudas, cierto malestar y una sensación de ser muy putas. Mejor. 

Los dos estamos muy excitados y cuando echo mano al mojado sexo de Carmen para acariciarlo en todo lo alto, en el capuchón de su botón del placer, gime casi con desesperación y en apenas un minuto de masajeo se corre de manera callada, como siempre, sin ruido, apretando los ojos, la boca abierta, aguantando mi rápido y fuerte metisaca hasta que eyaculo echando semen como un torrente dentro de este culo fabuloso. ¡Qué bueno!

Los prejuicios y miedos en contra del sexo anal los he vencido casi siempre sin demasiados problemas, en especial porque todas las hembras saben que así no se pueden quedar preñadas y, además, también se excitan, pero lo del sexo oral a veces es muy difícil. Casi todas ponen pegas, dicen que no les gusta, que es una guarrada, que les da asco, que no es natural, que sólo lo hacen las putas… y a todas les termina gustando mamar mi polla tanto como a mí que me lo hagan, o más o menos.

Con Carmen me costó alguna que otra discusión, enfados, gritos y dejarnos de ver un par de semanas, hasta que me la comió varias veces seguidas a modo de reconciliación y se acostumbró a tenerla en la boca, a chupar, mamar, y al sabor de mi semen. Ahora, como si se tratara de un ritual, cada vez que nos vemos suele acabar haciéndome una mamada, lo que le excita y pone en condiciones de gozar de nuevo.

Lo hace bien, hemos practicado a menudo, y me tiene bien cogido el ritmo y la presión de sus labios y lengua para que no tarde demasiado en eyacular. Si sólo me he corrido una o dos veces antes, en menos de quince minutos lo logra, traga mi semen y mientras me recupero, se masturba tumbada sobre la cama hasta correrse un ratito después.

Hasta ahora sólo ha habido dos mujeres que follando me llamen por mi nombre de pila —el diminutivo familiar, Nando, prácticamente sólo lo utiliza mi padre. Todas me dicen amo o como mucho Don Fernando si les he dado permiso para ello o no pertenecen al grupo social de mis jornaleros, pero Carmen e Irene, mi cuñada, utilizan mi nombre.

Sí. Me follo a mi cuñada desde hace más de cuatro años, antes incluso de que yo volviera a la  casa familiar. Irene es una mujer de treinta y cinco años que siempre vivió en Sevilla junto con sus padres —dueños de la principal empresa distribuidora del tabaco elaborado por mi familia— en un ambiente muy religioso —su hermano mayor es sacerdote, su hermana pequeña es monja, ambos viven en América e intervienen en la venta de nuestro tabaco en varios países— que tuvo continuación al casarse con Tomás, quien desde el momento en el que nuestra madre enfermó gravemente se dejó arrastrar hacia lo que tanto mi padre como yo —ateos convencidos, aunque lo tenemos que disimular respetando en lo posible las costumbres religiosas de las gentes de esta zona y para no darle argumentos a los rojos y anarquistas que malmeten a nuestros jornaleros— consideramos como un exagerado sentimiento religioso. La idea de Irene era tener hijos y conformar una familia amplia, pero unas débiles paperas probablemente han dado al traste con ese deseo —Julio, el médico, dice que ni siquiera se puede estar seguro de que fueran paperas o una infección de otro tipo— y mi hermano ha ido desinteresándose del sexo según han transcurrido años de matrimonio y ha aumentado su vinculación con la religión. Mi cuñada me visitaba en Sevilla cuando iba a ver a sus padres y surgió entre nosotros una buena amistad, una corriente de simpatía y confianza y, una fría noche de invierno en la que caía un aguacero que parecía el diluvio, sucedió lo que yo anhelaba en secreto: estuvimos follando toda la noche.

El habitual aspecto serio y circunspecto de Irene en su comportamiento, en los modales, en el vestir, esconde una mujer apasionada, en ocasiones con todo tipo de contradicciones y reacciones enfrentadas por creerse culpable de ser una furcia —la palabra es suya— poseída por las ganas de sexo, pero que a mí me da gran satisfacción y, dado que soy soltero, hasta me permite barajar la posibilidad de engendrar herederos de las posesiones familiares. Mi cuñada y yo tenemos un acuerdo tácito: cada vez que mi hermano y ella hacen uso del matrimonio, al día siguiente o tardando lo menos posible, ella y yo follamos intentando que se quede embarazada. Como sus ganas y las mías son muchas más que las de mi hermano, la verdad es que solemos quedar al menos una vez por semana. Mi padre está enterado de este trato y la única vez que lo comentamos me urgió a preñar a Irene y a buscarme esposa o, si no quiero casarme, una mujer que me dé hijos. Cosas de familia que no deberían contarse.

La criada de confianza de mi cuñada es Miguela —Lita le llaman— y siempre es ella quien viene a avisarme que por la tarde estará Irene en el pueblo, en la casa —antigua residencia de su familia— en donde quedamos habitualmente. Me doy por enterado y a las cinco de la tarde llego a caballo a la parte trasera de la alta valla que rodea una de las casas más apartadas del pueblo —sólo viven dos guardeses en una casita cercana— oculta de la vista de todos por un bosquecillo que está pegando al río que recorre y alimenta mis tierras. Lita me abre la puerta, coge las riendas de mi caballo y subo por las escaleras a la primera planta, en donde me espera mi cuñada.

Irene es una mujer bastante alta, delgada, de aspecto y gestos elegantes, atractiva, que desnuda gana mucho. Su pelo, entre rubio y castaño claro, lo lleva bastante corto, peinado con raya en medio o a un costado, con la nuca al descubierto. De rostro atractivo, con labios finos y grandes ojos marrones. De frente destacan sus tetas extendidas hacia abajo, aplanadas, duras, con unos llamativos grandísimos pezones que cuando está excitada se ponen tiesos y duros como si fueran de madera, situados en medio de una areola marrón oscura, circular, de gran tamaño. Me pongo ciego con sus pezones, cómo me excita mamarlos y mordisquearlos, es todo un festín. No le sobra ni un gramo de grasa a mí cuñada, y desde que estamos follando, se arregla el vello del pubis, castaño, afeitándoselo —ante su marido lo justifica por razones de higiene y para no tener calor— en las ocasiones en las que quiere que se lo coma, algo que la excita sobremanera y que me pide a menudo. Sus muslos y piernas, delgados, musculados, son bonitos y elegantes, luciendo de manera muy excitante las medias negras o rojas que para mí se pone. Tiene un culo duro, redondo, algo grande, que me gusta mucho y que, poco a poco, venciendo todas sus resistencias, he conseguido follarme de manera habitual.

Sexualmente es caliente y conmigo hace todo aquello que ni por asomo se le ocurriría pedirle a mi hermano o lo que estoy seguro que él no le demanda jamás. Tras besarnos, siempre paso a ocuparme de los pezonazos de Irene, me pongo con ellos como un garañón en celo y ella comienza a gemir con una especie de siseo suave acompañado de frases inconexas que en la mayoría de las ocasiones ni siquiera logro entender. Habitualmente me pide que le coma el sexo, y hoy no es una excepción.    

Después de unos minutos de suave comida del chocho tengo toda la cara, parte del pelo de la cabeza y del vello del pecho, empapados de los jugos del coño. Irene está ya muy excitada y necesitada de gozar. Sin decirle nada, se pone atravesada sobre la cama a cuatro patas, de manera que la penetro el coño de un único fuerte empujón, me engancho a su cintura y la follo adelante y atrás cada vez un poco más deprisa, más profundamente, sin llegar a sacar la polla del todo, empujando ya con fuertes golpes de riñón.

Hay una manera para que mi cuñada se excite al máximo y se corra sin esperar demasiado tiempo:

—Eres una guarra, te gusta la polla como a las furcias

Sonríe, cierra los ojos y después los gemidos de Irene suben de intensidad y el siseo que le caracteriza ya es constante, sólo interrumpido por alguna que otra frase parecida a:

—Soy una furcia, me tienes que castigar

Varios fuertes sonoros azotazos en su excitante culo y parece aumentar la intensidad de la calentura de la hembra, que tras recibir otros dos azotes goza dando un grito suave, contenido, con voz ronca, que acaba cuando exclama en voz muy baja:

—Ay, Fernando, ay, qué gusto

No me paro ni un segundo esperando a que se recupere o a que desaparezcan los incontrolados espasmos vaginales que tanto me gustan, sigo empujando duro, con rapidez, con menos recorrido de la polla que al principio, hasta que en pocos minutos eyaculo dentro del caliente coño, cuatro, cinco chorros de mi leche, en los que además de mi gusto están puestas las esperanzas de embarazo de Irene, quien queda tumbada unos minutos, muy quieta, intentando favorecer que mi semen cumpla su función.

Una vez recuperado, mientras espero que Miguela traiga agua en una jofaina para asearme, mientras fumamos un cigarrillo a medias, mi cuñada comenta:

—Voy a estar dos o tres semanas en Sevilla con mis padres, no seas malo y no te tires a todo lo que se mueve

Unas sonrisas, un suave beso en los labios y mientras Irene pasa al cuarto de baño, me dejo asear por su criada en una especie de ceremonia de reafirmación del amo que me encanta siempre que sucede. Lita me limpia suavemente el rabo, los testículos, el culo, todo el cuerpo en realidad, con agua templada y jabón, secándome con un suave paño blanco. Me encanta mirar como lo hace, su actitud sumisa, que no impide que me roce muchas veces, más de las necesarias, con los dedos y el dorso de las manos, y la evidente excitación que le va atenazando según avanza en mi aseo. En ocasiones, tal y como ahora hace, mi cuñada está presente mirando, lo que le lleva a ponerse cachonda, apartando sin miramientos a su criada y pasando a lamer y chupar mi polla hasta que consigue ponerla nuevamente bien tiesa y dura. Entonces, hago que se tumbe boca abajo y en cuanto se echa en la cama penetro de un solo empujón su nuevamente mojado coño.

—Querías más, eh, furcia, te lo voy a dar

Mano de santo para que se moje de nuevo como un manantial. Me agarro a la cintura para follármela durante algunos minutos con fuerza, empujando duro, con ganas de gozar de nuevo, disfrutando de la excitación, de los gimoteos y siseos de Irene, hasta que decido que debemos acabar: uno, dos… cinco, seis azotes fuertes y sonoros en sus duras nalgas hacen que mi cuñada goce dando su habitual grito contenido, con voz muy ronca, mientras exclama:

—¡Qué bueno!, ¡qué rico!

Se la saco, y mientras sigo meneándomela, le ordeno que me acabe:

—En tu boca, vamos

Acerca la cara hacia mí, cierra los ojos y abre la boca, de manera que cuando me corro apenas unos instantes después pringo de churretones de semen su rostro y el pelo, consiguiendo que alguno de mis disparos le entre en la boca y trague sin que se lo tenga que decir. ¡Cómo me gusta correrme!

—Límpiame con la lengua, como tú sabes

Lo hace durante un rato, lentamente, golosamente, con actitud risueña, mirándome a los ojos, recorriendo el capullo y la tranca deshinchada, apenas morcillona. Después me besa en los labios, mete en mi boca la punta de su lengua aún con sabor a semen y marcha al cuarto de baño, ordenándole a Miguela, que ha estado todo el rato mirándonos desde la entreabierta puerta del dormitorio, que me asee.

Por esta vez la ceremonia de la limpieza no la alargo demasiado, a pesar que la mujer lo hace muy bien y da la impresión que por ella seguiría durante un buen rato. Enciendo un cigarrillo mientras la criada me ayuda a vestirme y me marcho tras desear una buena estancia en la capital a mi cuñada, besar suavemente sus labios y darle un cariñoso azotito. Ella aún se queda un rato, tiene ganas de dormir la siesta y después quiere hablar con los guardeses.

Miguela es una mujer morena que según ella acaba de cumplir cuarenta años. Como criada de confianza de mi cuñada está al tanto de nuestra relación desde el primer momento, le doy alguna propina de vez en cuando y siempre recibe trato de favor en relación a otros sirvientes. Me ha planteado de manera bastante directa que le gustaría algo más, aprovechando que su señora no va a estar en Tierraluna y ella no va a Sevilla.

—Por favor, amo, no me entienda usted mal que ni es una exigencia ni nada voy a decirle a nadie nunca jamás, por supuesto, pero es que una también tiene sus necesidades y viendo a mi señora con el amo me cojo unos calentones y unas ganitas de macho que... Con esa verga tan grande que tiene el amo, lo guapo que es y el gusto que le da a mi señorita Irene, que hay que ver cómo goza, cuando les veo en la cama me pongo muy calentorra, que hasta mareos me dan las veces que el amo le da unos azotes o cuando la señorita se mete la picha en la boca. Y cuando después limpio al amo, yo me muero de ganas, que me mojo como si fuera una fuente, que tengo que contenerme para no… Usted me entiende, que ha visto como he tenido que hacerme ilusiones con mis dedos más de una vez mientras les miro como se dan gusto. Por supuesto lo hago todo, todo lo que quiera el amo

—¿Todo?

—Por supuesto, amo, sea lo que sea

—Lita, eres una golfa descarada, debería castigarte por tu atrevimiento de pedirme que te dé sexo. Desnúdate

Bastante alta, ancha, caballuna, tiene una evidente expresión de deseo en la cara, con ojos negros y boca grande de rectos labios. Contrasta el moreno pelo de la cabeza con su piel blanca, y también destaca la tremenda poblada mata de vello púbico, muy denso y rizado, que se extiende hacia arriba, llegando casi a su ombligo. Tetas no muy grandes caídas hacia los lados, con pezones muy oscuros, puestos en una areola muy pequeña, también de tono oscuro. Piernas y muslos alargados, fuertes, que por detrás sujetan las grandes caderas que amparan un culazo impresionante, muy grande, en forma de pera, separadas sus dos medias lunas por una oscura raja ancha, con un ano también muy grande y oscuro. Sí me apetece tirármela.

—Acaso no sabes que las mujeres no le piden a los hombres que se las follen, eso sólo lo hacen las muy guarras, ¿tú lo eres?

—Sí amo, yo soy muy guarra, una golfa que necesita que le enseñen modales

—¿Tu señora te castiga?

—Sí, cuando me porto mal me manda traerle la vara para azotarme

—¿Y tú te excitas con los azotes?

—El amo sabe mucho y se ha dado cuenta

—Vaya, vaya. Trae la vara

Rápidamente vuelve Miguela con una vara larga, del grosor de mi dedo meñique,  medianamente flexible, recubierta de grueso cuero negro.

—Desnúdame y pónmela dura

Estoy de pie mientras ella permanece en cuclillas ante mí. La hembra lleva unos minutos lamiendo mi polla, lo hace bien, con ganas, concentrada en la tarea, lamiendo mis huevos, acariciando el culo, metiéndosela bien dentro en la boca, usando la lengua con pericia.

—Colócate para el castigo

Se levanta, da la vuelta, dobla el cuerpo por la cintura, cierra las piernas poniéndolas muy juntas y apoya los antebrazos en una mesa camilla, de manera que quedan expuestos la espalda, el culo y los muslos, mientras su rostro y el resto del cuerpo se reflejan en un amplio espejo de pie que está situado pegado a la pared, junto a la mesa.

¡Qué culazo tiene en esta postura! ¡Qué ganas me dan de usar la vara!

Los dos primeros azotes se los doy en la espalda como con miedo, pero las exclamaciones de excitación de Lita me animan a seguir.

Me gusta ver la suave marca rosada que deja la vara en la blanca piel de la mujer. Media docena de marcas en la espalda me llevan a continuar en su llamativo culazo. Sí, qué bueno, cómo restalla cada azote, seguido de un estremecimiento de la nalga que lo ha recibido.

—Ay, amo, qué mano tiene

Tengo que controlarme, me estoy dejando llevar por la novedad y lo mucho que me estoy excitando. La espalda y el culo de Lita lucen por lo menos un par de docenas de marcas. Mi polla está muy tiesa y dura, necesitada de gozar, por lo que me acerco a la hembra y de un poderoso golpe de riñones meto la polla en su mojado coño. Inmediatamente empieza a mover el culo y la pelvis con un ritmo rápido, adelante y atrás, y a cada diez o doce de mis pollazos, pasa a moverse a derecha e izquierda, arriba y abajo, para volver después al movimiento de metisaca. Es muy buena folladora esta morena, que ya lleva un rato meneándose la pepita del gusto. De repente detiene todo movimiento y tras apenas un segundo, un grito fuerte, muy alto y largo, da idea de que ha alcanzado el gusto.

 A mí me queda poco y no quiero eyacular dentro de su chocho, por lo que saco mí mojada polla que no dejo de menear, y antes que pueda decidir qué hacer, oigo hablar a la hembra con voz entrecortada:

—Por favor, amo, en mi boca

Se da la vuelta para quedar arrodillada ante mí justo a tiempo de recibir en su cara y en la abierta boca los lechazos de mi corrida. Los traga como si fueran un manjar, acercando con sus dedos a la boca el semen que mancha su cara.

Mientras fumo un cigarrillo y Miguela me limpia como habitualmente hace, me confiesa que ha sido Irene quien le ha animado a pedirme sexo y azotes. Me ha gustado, joder, sí que me ha gustado castigar a Lita. Habrá que repetir pronto.

Amparo sigue siendo algo así como la querida oficial de mi padre y, desde hace unos años, también del tío Julio. Vive en el pueblo en una bonita casa que le puso a su nombre mi padre cuando la trajo desde Sevilla, en donde llevaba manteniéndola y visitándola casi todas las semanas desde unos treinta años antes. Julio siempre me ha insistido en que debería acostarme con ella por dos razones: merece la pena a pesar de ser una mujer de cerca de sesenta años, y dado que soy el amo, debo conocer en profundidad todas mis posesiones, en especial si van a darme satisfacción. Mi padre también me lo ha dado a entender en alguna ocasión, dejando meridianamente claro que salvo cierto nivel de amistad y aprecio por los muchos años de trato y buen sexo, nada le une a esa mujer.

Hace unos días coincidí con Amparo en el mercadillo quincenal de los sábados y educadamente me insistió en que la visitara cuando yo quisiera porque quería hablar conmigo de su situación. Esta tarde voy a ir a la hora del té.

Amparo me recibe a la puerta de su casa con una amable sonrisa, elegantemente vestida, maquillada de manera discreta pero evidente, me hace pasar al coqueto salón en donde la criada nos sirve té con pastas de mantequilla y dos generosas copas de un excelente suave anís. Tras los saludos de rigor me ofrece y enciendo un veguero. Amparo me pide permiso para fumar un cigarrillo perfumado que poco después va llenando la habitación del característico olor de la grifa. Una breve conversación sobre el tiempo y similares lugares comunes me sirve para dar pie a que la mujer entre en materia en aquello que le pueda interesar.

—Amparo, soy respetuoso y fiel con cualquier acuerdo que pueda usted tener con mi padre y con Julio. No debe tener temor alguno a que cambie de parecer en nada que ellos hayan decidido

—No puedo quejarme, muy al contrario. Su padre siempre ha sido generoso conmigo y su tío también, pero, Don Fernando, como amo de estas tierras quiero que sepa que estoy a su entera disposición en todo aquello que crea conveniente y me gustaría poder demostrarle mi respeto por usted de la manera que mejor sé

Tomo un trago de mi copa y nada digo. La mujer se pone en pie acercándose hacia el cómodo sillón en el que estoy sentado, hace un leve gesto con la mano e inmediatamente la criada aparece para ayudarle a desvestirse, lo que hace rápidamente, quedando ante mí desnuda salvo por unas finas medias color gris humo sujetas a su alta y fina cintura por un liguero del mismo color y un sostén en balconette, también gris, cuyas cazoletas elevan, sujetan y separan las dos grandes tetas de Amparo dejándolas casi por completo al descubierto, incluyendo los enhiestos gruesos pezones.

Está buena esta mujer. De estatura mediana, tiene un bonito rostro en el que se empieza a notar el paso de los años a pesar del maquillaje. Grandes ojos grises que provocan un tremendo contraste con el corto cabello negro, muy negro, de su cabeza, peinado con raya a un lado, a lo garçonne. Nariz pequeña, labios más bien gruesos que parecen dibujar un boca con forma de corazón, un cuello fino y estilizado que está escoltado por unos hombros redondeados, suaves, delicados. Le pido que se quite el sostén y ante mí brotan dos tetas grandes, redondeadas, juntas, ya algo caídas pero bonitas, con pezones amarronados de buen tamaño, situados en una pequeña areola del mismo color. De manera excitante, Amparo gira lentamente sobre sí misma luciendo todo su cuerpo, su curvilíneo, delgado, fuerte y deseable cuerpo. El culo me parece una maravilla, grande, redondo y mullido, enganchado a unas caderas altas, redondas y bonitas. Su sexo, con los labios vaginales del mismo color que los pezones, destaca por estar rasurado por completo —eso me encanta— con muslos y piernas delgados, torneados, bonitos, depilados del todo, al igual que las axilas. En su juventud, cuando mi padre empezó a follársela debía ser una belleza despampanante, porque todavía es una mujer de bandera.

—Don Fernando, permítame darle placer

¿Qué se puede decir? Me desnuda por completo con rapidez y eficacia ayudada por su criada y empieza para mí una tarde de gratificante sexo en donde descubro que mamar una polla puede ser todo un arte.

Llevaba razón mi tío Julio, merece la pena estar con esta mujer. Su experiencia y pericia son notables, eso es evidente, y no he tenido que hacerle indicación alguna para que comience a ocuparse de mi polla, crecida, tiesa y dura desde el mismo momento en que la he visto desnuda.

Tumbado boca arriba sobre la cama, con las piernas muy abiertas y los pies apoyados en el suelo, la mujer se ha arrodillado delante de mí, sobre un cojín, y tras acariciarme varias veces con sus tetas como si fuera a hacerme una paja cubana, comienza a lamer y chupar la polla. ¡Qué bueno! ¡Qué excitante! Sin apenas utilizar las manos, sólo con la lengua, los labios y la boca entera, me está haciendo una mamada estupenda, muy lentamente, sin prisa alguna, pasando y repasando el capullo con la lengua, metiéndose entera la tranca en la boca, muy dentro, volviendo constantemente al capullo, punteándolo con la lengua, con sus dientes, lamiendo los testículos, que sujeta con una de sus manos mientras que con la otra acaricia suavemente mis nalgas y la raja situada entre ellas. Son muchos minutos que van pasando plácidamente, con mi excitación creciente, la polla cada vez más dura, los huevos llenos que parece que exijan urgencia en mi placer, todo ello con una fabulosa sensación de suavidad líquida, brillante el capullo y la polla entera por la saliva de Amparo. 

Ohhh, qué gusto, qué corrida más buena. La mujer ha recibido mis lechazos en el interior de su boca, los traga y sigue lamiendo durante mucho rato, más suavemente todavía, sólo con la punta de la lengua, hasta que se baja mi polla, hace un gesto a su criada para que acerque una jofaina y ella misma realiza mi aseo con la misma suavidad con la que me ha dado placer.

Ha sido la mejor mamada que me han hecho nunca. Quedo adormilado sobre la cama y Amparo me tapa con una suave colcha de ganchillo.

Paco Rivera, Chofao, es el nombre de uno de los capataces de confianza de mi padre que yo aún mantengo. Lleva en Tierraluna desde que siendo apenas un chaval un novillo le enganchó la rodilla derecha en la plaza de un pequeño pueblo de la sierra norte sevillana, le retiró de su sueño de ser matador de toros y le convirtió en un tipo cojo, amargado, de mal carácter, sólo respetuoso ante los poderosos y verdadero terror de los trabajadores y cualquiera que proteste o exija algún derecho que no le cuadre al amo. Este cincuentón de baja estatura, fuerte como un roble, es un artista manejando un palo, una vara o un vergajo de picha de toro, su preferido. Le ha dado palizas tremendas a muchos de los jornaleros fijos y eventuales que en estos últimos tiempos se mueven sindicalmente y piden derechos y salarios que los terratenientes consideramos exagerados, fuera de lugar. Confidente de la Guardia Civil, ha metido en la cárcel a unos cuantos, ha echado a la miseria a las familias de los revoltosos y, se dice, le ha metido un tiro a más de tres y a más de cuatro rojos y anarquistas que por aquí puedan haber venido haciendo política.

Hace unos días le tiraron del caballo en una de las fincas de mi propiedad y le dieron tal paliza que está en Sevilla, en el hospital, con huesos rotos y para cuatro o cinco meses de escayolas. Tiene un aspecto lamentable, según mi administrador, que ha ido a verle.

A raíz del suceso los guardias han detenido a siete hombres, cuatro de ellos trabajadores míos, así que tengo que ir hasta un pueblo cercano en donde se van a ver los hechos. Se han acercado hasta el juzgado algunos propietarios de tierras en zonas limítrofes y varias docenas de trabajadores, siguen llegando más, que ocultan la cara cuando llego en el coche acompañado de mi tío Julio. Hay calma tensa disfrazada de tranquilidad, quizás por la presencia de una decena de guardias a caballo.

Las marcas, moretones e hinchazones denotan que en el cuartelillo se han empleado a fondo con los acusados, y a pesar que seis de ellos niegan ante el juez tener nada que ver, uno de los más jóvenes no ha aguantado el castigo y ha firmado una declaración implicándoles a todos. Antes que el juez dicte lo que vaya a hacerse, fuera de la sala comienza un alboroto pidiendo la libertad de los detenidos y en cosa de minutos las piedras impactan en las ventanas del juzgado y los guardias cargan sable en mano para disolver el ya nutrido grupo de jornaleros.

Acabado todo diez minutos después con varios cristales rotos, alguna cabeza abierta y algún que otro brazo entablillado —mi tío tiene que atender a varios jornaleros— el juez determina que los acusados ingresen en la prisión provincial dentro de una semana, y hasta entonces sigan los interrogatorios por si se puede acceder a más información para el legajo de la instrucción, fijándose para más adelante la celebración del juicio, si procede realizarlo.

El tío Julio y yo marchamos a casa tras departir un rato con el señor juez, Delio, compañero mío de promoción en la Facultad de Derecho y buen amigo, y con los otros propietarios, quienes se quejan de sucesos similares por toda la provincia y por toda Andalucía. Todos van armados o se hacen acompañar de algún escopetero de confianza. Algo hay que hacer para evitar que los jornaleros se nos suban a las barbas, está claro.

A primera hora de la noche recibo la visita de cuatro mujeres en La casa grande. Lo esperaba. Las conozco de vista, sé sus nombres y la finca en la que viven y trabajan. Hago que pasen al despacho que tengo en casa y como me imagino de qué va el asunto, apoyo mi trasero contra la mesa y pregunto en un tono fuerte y duro, propio del amo, sin dar a priori ninguna posibilidad de crear una atmósfera de diálogo.

—¿Qué queréis?, estas no son horas de venir aquí sea cual sea el asunto que os trae

La mayor de ellas, Felisa, da un paso al frente y empieza a hablar.

 —Don Fernando, sabe usted bien que en estos momentos a nuestros hombres y a los demás trabajadores detenidos les están pegando en el cuartelillo para que se declaren culpables de la agresión al cojo Chofao y de cualquier otro hecho que por aquí haya sucedido. Necesitamos su ayuda para detener esta situación, para que los respeten y traten como personas, con sus derechos

—¿Acaso no son culpables?, el juez así lo ha creído y uno de ellos lo ha reconocido. ¿Dónde están los derechos de Paco Chofao?

Antes que Felisa pueda volver a hablar, la más joven, Adela, se acerca y con los ojos muy abiertos, respirando agitadamente y gesticulando con las manos se dirige a mí:

—¿No conoce usted a Chofao?, ¿no sabe que es un desalmado que en su nombre y en el de su padre se dedica a hacernos la vida imposible? Es un borracho malnacido que bien merecido tiene todo lo malo que le pase una y mil veces, pero nuestros hombres no han hecho nada, y si fueran culpables, nadie tiene que torturarles como están haciendo desde su detención. ¿Acaso no sabe cómo le han arrancado la declaración al más joven que casi es un niño? ¿No ha visto los dedos rotos de sus manos?

—No exageremos ni manchemos el nombre de la autoridad

—Entonces está usted de acuerdo, es cómplice de los que les pegan, quizás usted mismo lo ha ordenado o le gustaría ver cómo les castigan

—Marchaos, no tiene sentido esta conversación

—¡Maldito seas, amo joven, no eres distinto de tu padre!

Una bofetada fuerte y sonora a la que me ha maldecido calma los ánimos para que pueda ordenar con voz fuerte y tranquila:

—Vosotras tres, a vuestra casa. Tú, Adela, vamos a hablar con calma y tranquilidad. Si me convences llamaré por teléfono al señor juez a ver qué se puede hacer. Dad gracias que mi padre esté esta noche en el casino, él os habría echado de Tierraluna a vosotras y vuestras familias después de usar el látigo

A pesar de la sorpresa que provoca mi petición, las mujeres obedecen, se marchan, y Adela queda de pie en mitad de la habitación.

—¿Es tu hombre alguno de los detenidos?

—No tengo hombre. Es mi cuñado, mi hermana está preñada ya con mucha barriga y no ha podido venir

—¿Cómo vas a convencerme? Ningún argumento que me puedas dar me va a servir. Lo que les está pasando lo tienen merecido por revoltosos, por hacer caso a los que vienen a revolucionaros. Los están utilizando para dar ejemplo y que nadie más vaya a realizar protestas por esta zona     

—El cojo Chofao es un cerdo, abusa de su condición de capataz, le pega a los hombres sin motivo alguno y trata de acostarse con cualquier mujer que le apetece. El otro día intentó abusar de mi hermana a pesar de estar ya de siete meses. Nos trata como si fuéramos sus esclavos

—Nunca se me ha quejado nadie y una de sus obligaciones es evitarme problemas con los sindicatos y los revolucionarios que defienden los asentamientos de campesinos en tierras expropiadas

—Entonces, ¿usted le ha dado permiso para lo que nos hace?

—¿Se ha acostado contigo?

En un primer momento pone un gesto raro en su rostro, parece que vaya a contestar de mala manera, pero pasa a tener una mueca sonriente, o quizás irónica, en su cara y dice en voz baja:

—Sólo me acuesto con quien yo quiero. Chofao sabe que le cortaría el cuello antes que me tocara ni un pelo, además, ni siquiera es hombre, se excita mirando y toqueteando, pero no puede culminar cuando está con alguna mujer

—Desnúdate

—Llame antes al juez

—Primero me das gusto y después, si te has portado bien conmigo, le telefonearé. Tienes mi palabra

Adela es una mujer de mediana estatura, su rostro es agraciado, con ojos verdosos y labios rectos rojos. Lleva el pelo bastante corto, sin peinar, simplemente recogido con un pañuelo, que al quitárselo enseña su cabellera de color castaño suave, con la piel de la cara de un bonito color moreno, fruto de su trabajo en el campo, al igual que los brazos, el cuello, el escote y las piernas. Sus tetas me parecen muy deseables: altas, juntas, no demasiado grandes, duras pero suaves, con pezones gruesos, de color avellana, como la pequeña areola que los contiene. ¡Qué maravilla!

Es delgada, fuerte, sin grasa, con una cintura fina en donde destaca un achinado ombligo, con caderas redondeadas, que se sustentan en unos muslos fuertes y unas piernas bonitas. Su sexo tiene poco vello púbico, más castaño que rubio, poco denso, de manera que se ven perfectamente los gruesos labios vaginales del mismo color avellana que los pezones. Tiene una espalda recta estupenda, sin marcas ni señales, al igual que el redondo culo, de buen tamaño, como si fuera un duro durazno atravesado de arriba abajo por una fina raja que esconde un ano pequeñito, arrugado, del mismo bonito color que los pezones y su sexo.

Por esta zona hay un tipo de mujer bastante característico, que suele coincidir con una rubia más bien alta, grande, caballuna, de caderas grandes, anchas, y tetas más bien pequeñas —buenas yeguas rubiancas parideras de jornaleros, se ha dicho siempre por aquí— pero esta joven de unos veinticinco años me parece guapa de verdad. No hago más que mirar y mirar este cuerpo espléndido que acompaña su bonita cara. ¡Cómo me gusta!

—¿Tu tampoco eres hombre?, ¿sólo sabes mirarme?

El tuteo por su parte me parece algo natural, no me importa que lo haga, al contrario, me gusta.

—Me gustas mucho, eres muy guapa

Me desnudo rápidamente, y cuando me giro hacia Adela luzco una erección de las buenas, de las que se recuerdan cuando ya eres abuelo, que no le pasa desapercibida a la joven.

—Así que era verdad, tú eres como tu padre, un semental de buena tranca

—¿Te disgusta?

No contesta, se acerca, la abrazo para besar su cuello y empezar a tocar su excitante culo. Tras unos segundos de duda y pasividad por su parte, también me abraza y mueve sus manos por mi espalda, aunque no responde a los besos que intento darle en la boca.

Me he sentado en un butacón bajo y sin respaldo para que se suba encima de mí e introduzca con su mano mi crecido y duro rabo en su coño. Está mojada y caliente como un río de lava. ¡Qué bueno es meterla dentro de su chocho! No dejo de mamar los pezones, sus tetas me gustan a rabiar, me agarro con fuerza a su duro culo y acompaño con golpes de riñones el movimiento impuesto por la mujer, quien se afana en darme gusto. Noto que me falta poco para llegar al orgasmo y ella también se da cuenta.

—No te vayas dentro, no seas cabrón

Le he hecho caso, se ha levantado rápidamente, sin yo decirle nada me ha terminado con su mano, meneándomela arriba y abajo con destreza durante apenas unos instantes, los que he tardado en eyacular como si se fuera a acabar el mundo. Más de media docena de churretones de semen impactan sobre su cuerpo y mi corrida es fabulosa.

De la manera más natural la he besado en los labios y tímidamente, como si no se diera cuenta, ella hace lo mismo.

—Luego te toca a ti. Quiero que goces conmigo. Voy a llamar al juez.

No me ha costado demasiado trabajo convencer a mi amigo Delio, al que he localizado tras un par de llamadas cenando en el casino del pueblo en donde vive, un poco exaltado todavía por los sucesos de la mañana y quizás algo pasado de alcohol. Le he pedido que suelte a los detenidos porque no van a poder ir a ninguna parte y para cuando se fije el juicio, si llega a celebrarse, se presentarán en el juzgado. Les han enseñado modales durante varios días en el cuartelillo, lo que les hará más sumisos, y me hacen falta para realizar las tareas del campo antes de que comiencen los infernales calores veraniegos. De Chofao ya me ocupo yo de darle alguna compensación económica cuando salga del hospital (quiero estar a bien con él entre otras cosas porque su filiación política pueden venirno bien en los tiempos que corren). El señor juez manda un propio al cuartelillo dando orden para que sean puestos en libertad esta misma noche, con la condición de presentarse una vez al mes en el juzgado. Charlamos un par de minutos de banalidades, le invito para que venga con su esposa en la temporada otoñal de caza, me comprometo a mandarle una caja de los puros que le gustan y nos despedimos como buenos colegas y amigos. 

 —Has cumplido tu palabra, no estaba segura de que lo hicieras

—Cuando me conozcas mejor no tendrás dudas. Ven

—Tengo que ir al cortijo para dar la noticia a las familias

—Luego te llevaré yo mismo en el coche, también tienes mi palabra

Nos hemos entretenido más de media hora, lo suficiente para follármela sobre la alfombra, con un nuevo tremendo calentón por mi parte y unas ganas de darle placer que hasta yo mismo me sorprendo. Cómo me ha gustado el orgasmo de la mujer, largo, sentido, deseado, necesitado, dando un grito fuerte que dura durante todo el tiempo que noto en la polla los espasmos del chocho de Adela, que me llevan a tener una tremenda corrida. Logro separarme de ella lo suficiente como para eyacular fuera, sobre su tripa, el estómago, los muslos. ¡Qué bueno ha sido!

Tras asearnos y vestirnos he pedido unos emparedados a la cocina que vamos comiendo mientras la llevo en el coche hasta la finca en la que vive, como tres cuartos de hora de marcha tranquila por carreteras de tierra. Hemos hablado poco, pero he dejado claras mis intenciones.

—Quiero verte a menudo, ¿te parece bien?

—Tú eres el amo, ¿puedo negarme?

—No quiero imponerte mi presencia, pero te habrás dado cuenta lo mucho que me gustas

—Voy a ser otro capricho pasajero, otra de las putillas del amo

—No tengo esposa ni novia, me gusta el sexo y, como bien sabrás, no voy persiguiendo a las mujeres de mis tierras, si surge, pues bien está, pero no he presionado a ninguna mujer más de la cuenta

—Puta ya me van a llamar por haber estado esta noche a solas con el amo joven, así que creo que podemos vernos más veces

—Te voy a trasladar a la finca de La casa grande o a la fábrica de tabaco, quiero estar cerca de ti y que no tengas que trabajar en el campo. Hablaremos

Ya estamos llegando y Adela prefiere llegar a pie, así que se baja del coche y se vuelve para decir:

—Gracias por haber cumplido tu palabra

—Gracias a ti por haber aparecido. Hasta muy pronto

Dado que Adela sabe leer, escribir y las cuentas básicas, la he puesto a trabajar en las oficinas que el Administrador tiene montadas en una casa anexa a la fábrica de tabaco. Para que no tenga que vivir en las instalaciones propias de los solteros sin familia o en los cuartos de las sirvientas, la he instalado en una casa del pueblo, en donde la visito de manera discreta siempre que me apetece y ella dice sí. Le he ofrecido que deje de trabajar, pero no quiere ser una simple mantenida. En ningún momento le he exigido nada.

Han pasado tres meses, nos vemos muy a menudo y paso muchas tardes y noches en la casa del pueblo, con Adela. Mi padre se dio cuenta enseguida y no deja de preguntarme si me he enchochao o me he enamorado, dejando claro que lo único que le importa es tener nietos, pero que si quiero casarme, él me busca esposa, pero que no lo haga con una de nuestras jornaleras, no son tiempos para eso. Le entiendo perfectamente, me gusta Adela, pero son muchas las diferencias sociales, culturales, económicas, así que la mantendré como amante siempre que ella quiera. De momento no dice no.

En uno de los pueblos colindantes con mis tierras ha enviudado recientemente una mujer de veinticuatro años, Rosario, hija de un amigo de mi padre —de la familia de los coloraos, porque algunos de sus miembros son pelirrojos, también conocidos como los largos por ser todos de buena estatura— tratante de ganado, vendedor de forrajes, intermediario conseguidor de cualquier cosa que se necesite y, según se dice, contrabandista de ganado en la frontera portuguesa. La hija es dueña de un par de buenas fincas de regadío que obtienen el agua del río que pasa por mis tierras, con permiso expreso de mi padre. Sin que yo intervenga, ya ha habido negociaciones —mi padre y mi cuñada las han llevado adelante discretamente casi con una única exigencia: que Rosario sea fértil— y un domingo visitan Tierraluna la joven viuda y sus padres.

Me parece una atractiva hembra —guapa, alta, grande, pelirroja, bien dotada de curvas— y me sorprende positivamente por su madurez, realismo y buen juicio al enfocar el asunto ante mí y las respectivas familias desde distintos puntos de vista, asumiendo las posibles diferencias económicas y de importancia social, pero exigiendo su estatus de esposa del amo dentro de la familia con todas las consecuencias y que se valore como corresponde la dote de las dos fincas que se incorporan a Tierraluna. Se fija la fecha de la boda para varios domingos después, el 5 de julio. Por petición de Charo sólo será una ceremonia con los familiares más directos —en su caso, padres, pues tiene un hermano militar destinado en África que probablemente no pueda venir y una hermana monja que vive en México y con la que apenas tienen contacto epistolar— sin celebración especial, aunque hemos encargado a la cocina de casa un gran banquete para después al que se incorporarán algunos amigos y, además, el amo provee de manera generosa a todos los cortijos de comida y bebida para una celebración en honor del nuevo matrimonio. También, cada varón cabeza de familia va a recibir tres pesetas. Estoy contento, deseando que llegue la boda.

Visito a Charo —en su familia es Chari, pero no me gusta ese diminutivo— casi todos los días, charlamos, reímos, nos vamos conociendo y, la verdad sea dicha, me gusta, me sigue sorprendiendo su madurez y va aumentando mi deseo por ella, aunque de momento ni siquiera nos hemos besado en la boca, y no será porque no tenga yo ganas, pero no me lanzo, me quedo cortado ante el hecho de que va a ser mí esposa, no sé, o quizás porque siempre he ido a tiro hecho, a meter desde el primer momento y no a cortejar una novia.

Esta tarde hemos salido a pasear cerca del río porque se nota ya mucho calor, acompañados por su criada de confianza, que es prima lejana de su padre, por lo que cumple el requisito de ser una familiar que vigila a los novios mientras están cortejando. Entre un frondoso grupo de árboles hay una casa encalada con un bonito porche pintado de azul.

—Ahí vive Ramona, fue mi ama de cría. Vamos a verla

Una simpática abuela nos recibe con grandes gestos de alegría y tras hacer unos chistes a costa de nuestra próxima noche de bodas e invitarnos a una copa de seco y fuerte aguardiente, se marcha a dar una vuelta con sus dos perros acompañada por la criada de Rosario, dejándonos para que hablemos de nuestras cosas.

—Nuestras familias se han puesto rápidamente de acuerdo en los aspectos económicos del matrimonio y has tenido la deferencia de admitir mi petición de que la ceremonia sea muy sencilla. Te lo agradezco, además que todavía no me puedo creer la suerte que he tenido, porque me temía ser viuda hasta el final de mis días o terminar joven en un convento como por aquí es costumbre. Fernando, quiero que me conozcas físicamente antes de unirte a mí de manera definitiva y puedas juzgar si merezco la pena o si debes echarte atrás

Se quita toda la ropa con rapidez sin dejar de mirarme a los ojos con una expresión expectante, también como de guasa, supongo que totalmente segura del efecto que me va a causar.

No se equivoca. Charo es guapa, con su rostro de rasgos atractivos, ojos muy grandes de color caramelo, cejas y pestañas rojizas, nariz grande y recta, boca de rojos labios gruesos. Su cabellera pelirroja la lleva habitualmente sujeta en una gruesa trenza que recoge en un moño, y al soltarla se convierte en una bonita cascada de pelo que le llega a media espalda. De estatura elevada —me llega hasta la nariz y yo mido uno setenta y cinco— delgada pero fuerte, ancha de hombros y caderas, toda su piel es de un suave tono canela, como si estuviera levemente tostada por el sol, sin manchas ni lunares. Sus tetas me parecen preciosas, altas, separadas, picudas, como si fueran un embudo de buen tamaño, con unas areolas rojas circulares que en su centro tienen pezones redondos, gruesos, rugosos, del mismo rojo color. El vientre muy levemente abultado, da paso a su sexo de labios gruesos, protegidos por una rizada suave mata de vello púbico rojo y dos piernas largas, torneadas, bonitas, al igual que los musculados muslos. El culo es un maravilloso redondo melocotón, grande, alto, respingón, de dos medias lunas duras separadas por una estrecha raja que cubre un pequeño ano redondo también rojizo. Madre mía, ¡qué cuerpazo joven en sazón!, joder, ¡qué mujer! Es un bombón.

De manera natural hemos caído uno en brazos del otro, besándonos con pasión, con mucha lengua, chupando y bebiendo nuestras respectivas salivas, comiéndonos la boca con todo el deseo del mundo. Mientras acaricio su maravilloso culo y no paro de mamar sus tetas, me ha ayudado a desnudarme por completo, parándose durante unos segundos a contemplarme:

—Qué pinta de hombre tienes, eres muy guapo. Tu rabo es muy grande, ¿no?

Tras acariciar su empapado sexo durante el tiempo que seguimos besándonos con delirio —me gusta que se muestre apasionada, sueltecita, tocando mis testículos, el culo, la polla, que enganche sus manos en el negro vello de mi pecho y chupe y mordisquee los pezones— llega el momento de follar. 

Tumbada boca arriba sobre una chirriante cama, Charo está muy guapa con un rictus de ansiedad en su rostro, la respiración rápida, entrecortada. Me subo sobre ella para penetrar su coño de un solo golpe, comienzo a moverme entrando y saliendo, enseguida nos acoplamos ambos al ritmo que impongo y poco a poco cada vez voy haciendo más corto el recorrido de la polla. ¡Qué maravilla!, oír sus gemidos, su lloriqueo en voz baja, la respiración ansiosa y agitada, los suaves gritos cortos, el apretarse a mí abrazándome con fuerza con manos, brazos y piernas, el juntar las pelvis de manera que parecen soldadas la una a la otra buscando llegar a lo más hondo, la perfecta sincronización del rápido y profundo movimiento de la follada, los sonidos acuosos del entrar y salir de mí rabo palpitante en el océano caliente de su sexo, el regalo para mis oídos que supone oírle decir con voz ronca:

—Dentro, hazlo dentro de mí

Un grito alto y largo me confirma que ha llegado al orgasmo, que dura tanto como duran las suaves contracciones incontroladas de su vagina, que pellizcan mí polla provocándome un delirio de excitación que acaba en una fabulosa corrida.

Será saber que va a ser mi esposa o quizás es que me estoy enamorando de ella, pero creo que nunca me había sentido tan bien tras follar con una mujer y, desde luego, me encanta que pida mi semen en su coño. 

Me parece que debo ir poniendo fin a las situaciones que tengo abiertas con las distintas mujeres con las que me acuesto. Voy a ser un hombre casado, y quiero serlo con todas las consecuencias, un fiel esposo, al menos durante los primeros tiempos y mientras queda preñada mí esposa. Después, ya veré que hago. No sé si yo puedo ser hombre de una sola mujer, aunque Charo es mucha mujer y mucha hembra.

El calor ya es tremendo en estos días de junio, con un sol de justicia que parece calentar más que nunca. El verano viene infernal este año. Las labores del campo están ralentizadas en lo posible y es un verdadero suplicio moverse fuera de las casas. La poca vida social que se puede hacer empieza a la caída del sol. Miguela viene a avisarme que Irene estará hoy en el pueblo, así que con la capota puesta en el coche y las ventanillas bien abiertas me acerco al lugar de nuestras citas.

—Llevo ya tres faltas, estoy embarazada

Buena noticia, sí señor, no voy a ser tan grosero de preguntar de quién es, cuando quiera ya me lo dirá y, a todos los efectos, es hijo de mi hermano. No tengo tiempo de decir nada, ella se me adelanta.

—Lo he consultado con el médico y con varias mujeres con experiencia, de momento no hay problema en seguir teniendo sexo, con alguna que otra precaución, claro

—¿Se lo has dicho a Tomás?

—Pienso hacerlo esta noche tras la cena. Se va a llevar una gran alegría

Para celebrarlo, Irene me besa apasionadamente, se quita la delgada bata que lleva puesta y se exhibe ante mí, de manera que puedo fijarme en que le han crecido un poco las tetas, las tiene como más suaves, y sus tremendos pezones están increíblemente tiesos y duros, más que nunca. Ufff.  Las caderas también parecen más grandes. Qué deseable está.

Como siempre, tras entretenerme un buen rato en sus pezones, que están ahora muy sensibles, me bajo hasta el afeitado chocho. Muy abierta de piernas y con el sexo brillante por las secreciones vaginales, espera ansiosa mis caricias con la lengua. Cómo se excita, qué expresión de concentración en lo que le hago, qué manera de mostrar que está cachonda, gimiendo, dando grititos, deseosa de que yo siga lamiendo, mamando, comiendo, deteniéndome cada vez un poco más en su botón del placer.

—Qué guarra soy, Nando, soy una furcia, ¿verdad?

Mi contestación es dejar de dedicar mi atención a la ya hinchada pepita de lo alto de su coño.

—Ponte para mí

A cuatro patas, a lo ancho sobre la cama, mi cuñada sigue siendo un bocado verdaderamente apetecible. Los consabidos azotes en el culo —no sabía si dárselos, pero los ha pedido— la ponen más ansiosa de mi rabo, que entra en su empapado chocho de un solo golpe de riñones, a fondo, empezando inmediatamente el baile de entrada y salida, rápido, duro, fuerte, buscando mi corrida y la suya.

Fabuloso, como siempre. Mientras esperamos que Miguela traiga lo necesario para mi aseo, Irene me dice:

—Has hecho muy bien con lo de Rosario, tu hermano opina de igual manera, es una mujer muy guapa, pero además creo que merece la pena. Desde luego no es ninguna tontita o mosquita muerta. Vaya caramelito que te llevas, aunque claro, ella sí que no se puede quejar de la suerte que ha tenido. Se te ve contento, ilusionado, nunca pensé que llegaría a decirlo de ti. Me alegro, aunque suponga que ya no vayamos a estar juntos tan a menudo, eso sí, espero que no me olvides del todo y de vez en cuando nos demos una alegría. Por cierto, Lita me contó que te gustó mucho castigar su atrevimiento, lo podemos hacer los dos a la vez y gozar juntos.

Con Ceci no tengo obligación de ningún tipo, pero le mando un regalo con una de las sirvientas cuando dejo de visitar su casa y su coño. Lo de Lita no merece ser tenido en cuenta y, además, la voy a tener disponible cuando me apetezca, con o sin Irene. Amparo se adelanta a mí y me felicita con una elegante tarjeta perfumada escrita con perfecta caligrafía, dejando de nuevo patente que me considera el amo y está a mis órdenes. Me resultará difícil apartarme por completo de sus maravillosas mamadas. Carmen se ha hecho cargo de la situación sin mayores problemas, con tristeza y una cierta desilusión. Folla conmigo como una desesperada, a modo de despedida, como si quisiera dejarme un gran recuerdo, y desde luego que lo consigue. También me dice que se alegra por mi matrimonio y que, por supuesto, queda a mi disposición para lo que yo quiera.

Ninguna de estas mujeres es tonta, así que se han dado cuenta de lo que significa que vaya a casarme. No sé si pensarán que el adiós es definitivo o sólo temporal.

Lo de Adela me cuesta mucho, pero da la casualidad que el administrador de la familia de Irene se ha fijado en ella y, dado que no tiene padres, me pide su mano para casarse lo antes posible e irse a vivir a Sevilla. Yo no pongo impedimentos y Adela acepta, con la condición de que no nos veamos más, sexualmente hablando, y que la familia de su hermana vaya a vivir con ella a la ciudad, así que acompañado por mi cuñada asisto a la ceremonia civil de su boda una semana antes de la mía. Mi regalo de bodas es una casa de dos pisos y amplio local, en donde van a poner una tienda de ultramarinos, en una zona bastante céntrica de la ciudad. Reconozco que Adela me ha impactado mucho, pero ya es agua pasada y olvidada.

La boda se celebra el día previsto sin mayores problemas en un ambiente de alegría y discreta celebración. La noche de bodas la convertimos en la semana de bodas, porque durante días no salimos de la habitación ni para comer. ¡Qué locura de sexo, qué maravilla! Ahora que han pasado casi un par de semanas puedo decir que estoy verdaderamente contento, plenamente convencido de haber dado este paso. Me encuentro feliz, alegre, mi esposa me gusta, estoy muy satisfecho del placer que me proporciona y de su predisposición para el sexo. A Charo la noto igualmente contenta. Ya veremos que nos depara el futuro.

Mañana jueves parto con mi hermano, el tío Julio y Chofao hacia nuestra casa de Sevilla. He dejado a todos los capataces armados con escopetas y armas cortas con instrucciones de defender La casa grande, en donde quedan mi padre, Rosario, Irene, el administrador y su familia, Amparo, el personal de confianza. También hay personal armado vigilando la fábrica de tabaco y los almacenes. Todas las precauciones son pocas ante el ambiente político de enfrentamiento que se vive estos días en todo el país y la idea generalizada de que algo gordo va a ocurrir. Nos han convocado —asociaciones patronales, un par de partidos políticos e incluso propietarios de tierras a nivel personal— el viernes por la mañana a una reunión de carácter político, de manera discreta, junto con otros muchos de los terratenientes de la provincia, descontentos con el gobierno republicano y sus medidas populistas, como la Ley de reforma agraria y los asentamientos de campesinos en tierras expropiadas. No quiero perdérmelo porque se van a dar detalles e instrucciones de actuación acerca de algo sin concretar que va a suceder este sábado, 18 de julio de 1936.

FIN   

   

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