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Un barrio (y 2)

en Confesiones

UN BARRIO (y II)

Ya hace varios años que me hice con una agencia de transportes de mercancías y los camiones no sólo traen frutas y verduras al mercado, sino que los envíos de grifa vienen en ellos y además llevan a Marruecos pequeños electrodomésticos, medicamentos, pantalones vaqueros, playeras de marca y repuestos de automóviles e, incluso, de vez en cuando va o viene alguna persona que quiere pasar desapercibida. Manolo, un camionero que conozco de toda la vida, es quien dirige el tinglado de los transportes ayudado por su mujer, Eva.

Eva tiene cierta fama de zorra entre algunos camioneros que van por el mesón. A mí más bien me parece una calientapollas que se complace en ser deseada por los tíos que la miran: menos de treinta años, no muy alta, delgada, resultona, de perfecto cutis blanco, con ojos marrones claros y cabellos castaños cortados muy cortos con raya a un lado y flequillo. Siempre va vestida un puntito exagerada con faldas y pantalones ajustados que moldean su bonito culito redondo y las largas piernas (es la primera mujer que se atrevió en su día a usar minifalda en el barrio), amén de camisas sugerentes y blusas escotadas que dejan ver más que adivinar unas pequeñas tetas con pezones muy puntiagudos casi siempre tiesos, de un bonito rosado oscuro. Está buena, lo sabe y le gusta que los demás también lo sepamos; además, de tonta no tiene un pelo y le da mil vueltas al marido.

Desde hace semanas Eva se hace la encontradiza conmigo y siempre me trata como si fuera su dueño y no su jefe, además de darme unas estupendas raciones de vista de su bonita anatomía. Una noche se presenta a última hora en el mesón, charlamos, reímos y tomamos unas copas: "Manolo ha bajado al moro para confirmar si quieren o no que les mandemos neumáticos y tardará varios días en volver, así que me aburro un poco; a ti, Roque, quizás se te ocurra algo para que nos podamos divertir juntos".

Claro que se me ocurre. En cuanto llegamos a su piso se desnuda rápidamente mirándome a los ojos con cara de viciosa; joder qué buena está y qué mata de vello marrón rizado y espeso tiene entre las piernas. Me desnuda lentamente besando y lamiendo cada parte de mi cuerpo que va quedando libre de ropa y cuando ve mi rabo tieso y duro lanza varias exclamaciones de contento: "lo sabía, lo sabía, qué polla más grande; qué maravilla, ¿me dejarás que te la chupe?".

Algunas preguntas no tienen contestación y en unos momentos estoy tumbado de través en su gran cama de matrimonio (con sábanas negras de seda, lo que nunca había visto hasta ahora) comiéndome su empapado coño y recibiendo una estupenda mamada por su parte. Me excita sentir los pinchazos de su vello púbico en mi cara y me llama la atención la gran cantidad de jugos vaginales que produce. Doy la vuelta para que quede debajo de mí y de un empujón la meto en un coño suave, caliente, mojado y ajustado. Se mueve de manera acompasada con mi metisaca y me resultan muy excitantes sus suaves gemidos, que poco a poco van subiendo el tono. Según se acerca su orgasmo da un grito largo y sostenido que me dice que se está corriendo: "síííííííí, ohhhhhhhhh, síííííííí".

Durante cosa de un minuto se queda totalmente quieta, con los ojos cerrados, recuperando el resuello y cuando ve mi rabo tieso, duro, grande, gordo y rojo se lanza a por él para metérselo en la boca. Tengo que darle algunos tirones de pelo para conseguir que suelte mi polla ("me excitas mucho, cómo me pones; ¡qué pollón!"), se de la vuelta y apoye las manos en el cabecero de la cama. Penetro su coño ("aaah, sí, con fuerza") y empujo con ganas en un folleteo rápido que provoca un ruido seco al golpear su culito con mi vientre mientras sus gritos ("aaayyy, aaaaayyyyy") van subiendo en intensidad.

Tengo un orgasmo intenso, sigo con la polla dentro ("no la saques; no la saques "), más morcillona que otra cosa, y en pocos momentos Eva grita alto y fuerte: "ohhhhhhhhh, síííííííí". Desde luego tiene unas corridas tremendamente escandalosas.

Llevo varios meses de sexo frenético con Eva. El marido o no se entera o le da igual, porque nos vemos prácticamente a diario, en ocasiones dos veces, y aunque solemos ir a un discreto piso que tengo algo alejado del barrio, por aquí todo el mundo está al cabo de la calle de nuestra relación. A Martina y Eugenia sólo las veo por motivos propios de los negocios y, aunque nos vemos a diario en el mesón, con Sara sólo he tenido sexo en los días de la menstruación de Eva. Me tiene loco esta folladora gritona.

Loco estoy a punto de volverme cuando una tarde, tras bajar de un taxi después de haber estado con Eva, tres o cuatro hombres me rodean, me golpean con fuerza varias veces en el estómago, los riñones y la cabeza y medio desvanecido me introducen esposado en un coche en donde me obligan a tumbarme en el suelo entre los asientos delanteros y traseros, lo que aprovechan para pisotearme y darme patadas. Me llevan a una comisaría que no logro identificar y a toda velocidad me arrastran a una habitación, me arrancan la ropa a tirones y me sientan en una silla en el centro de la habitación, esposan mis manos al respaldo y las piernas a las patas de la silla y allí me dejan a oscuras, sin decirme ni una sola palabra. No se qué pensar, estoy aturdido y algo asustado porque no se me había pasado por la cabeza tener problemas con la policía.

Se abre la puerta y alguien enciende un flexo de potente luz que apunta a mi cara y no me deja ver nada de alrededor. Sin decir ni una palabra me golpean en el cuello, los hombros, el pecho, el estómago, los muslos, las piernas, los pies, con una porra; sin prisa, con fuerza, dejando que sienta el dolor de cada golpe. Son dos los que me pegan y enseguida pierdo la cuenta del número de golpes; cada diez o quince minutos descansan fumando un cigarrillo y después comienzan de nuevo. Me he desmayado varias veces y cuando despierto una de ellas me obligan a estar de pie (esposado con las manos a la espalda y los tobillos atados con cinta aislante, uno junto al otro), lo que me cuesta porque estoy entumecido y tremendamente dolorido y me provoca constantes caídas al suelo. De repente habla alguien situado tras de mí: "por fin estás aquí, Roque. Toda tu vida has hecho lo que has querido y te hemos dejado en paz, pero ha llegado el momento de que demuestres que sabes reconocer a tus amigos, que te van a proteger y ayudar y con los que tienes que compartir tus ganancias".

Un rodillazo en mis testículos pone fin al discurso y de nuevo comienzan a golpearme metódicamente por todo el cuerpo, descansando cada cierto rato y pegándome durante horas. Durante los cuatro días que me tuvieron en la comisaría (eso lo supe después, pues perdí la noción del tiempo) me preguntaban constantemente acerca de mis negocios de heroína y cocaína. No entendían que yo jamás hubiera tenido trato alguno con esas drogas y que sólo me dedicara al hachís; no les cabía en la cabeza que un tipo con dinero y una cierta organización detrás tuviera argumentos éticos para no entrar en el negocio de la droga con mayúsculas. Logré confundirles, lo que me supuso raciones extras de golpes, y llegué a la conclusión de que realmente muy poco sabían de mí y mis negocios, simplemente estaban asustándome intentando sacarme dinero.

Lo consiguieron.

En cuanto supieron que me habían detenido, Martina y Eugenia se pusieron en contacto con el director del banco y éste les facilitó los abogados que, tras localizarme y pagar una importante cantidad de dinero, lograron que me soltaran de madrugada, desnudo, febril, envuelto en una manta y totalmente desorientado. Me ingresaron semi inconsciente en una discreta clínica privada de la carretera de La Coruña y diez días después pude volver al barrio, lleno de moratones y marcas a medio curar por todo el cuerpo, con las costillas maltrechas y pequeñas cicatrices en la cara. Me instalé en el piso de encima del mesón y tardé más de dos meses en recuperarme físicamente.

Durante los primeros días tuve que controlar que en mis negocios nadie se había intentado aprovechar del incidente con la policía, aunque realmente la situación pasó desapercibida salvo para los más cercanos a mí. La única sorpresa desagradable la protagonizó Sara: desapareció con la recaudación del mesón el mismo día que me detuvieron. Algunos clientes del bar me recordaron que llevaba un tiempo hablando con un tipo con fama de confidente y Zawra, tras unas cuantas bofetadas, reconoció que "la negra" me había vendido a la policía. Puse a toda la organización a buscarla ofreciendo una suculenta cantidad de dinero para quien la encontrara.

Uno de los camioneros de la ruta de Marruecos la localizó en un pueblo de Almería intentando encontrar un pequeño barco de pesca que la pasara a África. La trajeron dos días después y quedó encerrada en el sótano de una nave de un polígono industrial del extrarradio. No quise verla; encargué a mis hombres de confianza que la castigaran duramente, que hicieran con ella todo lo que quisieran y que luego la hicieran desaparecer.

Le hicieron fotografías para que yo las viera. Se le debió hacer muy largo el castigo a "la negra" y cuando seis días más tarde murió ahorcada seguro que lo agradeció. Llegué a excitarme mucho con las fotografías en las que azotaban sus grandes tetazas con una fina vara y con aquellas en las que se veía que le tenían metido un rabo por cada uno de sus orificios. No me gustaron las que reflejaban cómo le saltaban los dientes golpeándola con una botella ni tampoco en las que era penetrada por un gran mastín. Como Martina estaba viendo las fotos conmigo le pedí que me hiciera una de sus estupendas mamadas. Por primera vez desde los catorce años había estado unos veinte días seguidos sin actividad sexual.

Aunque mis negocios nunca han exigido una estructura demasiado compleja, no me ha quedado más remedio que contratar los servicios de un despacho de abogados (los que me sacaron del lío con la policía) en evitación de males mayores. De vez en cuando me reúno con el dueño del bufete y más a menudo con su hija, Mercedes, que es la abogada que se ocupa de mis asuntos.

Mercedes es una atractiva joven de unos veinticinco años con la imagen típica de una pija del barrio de Salamanca: conservadora en su vestimenta, peinado y maquillaje, elegante, porte altivo (parece flotar en vez de caminar) y actitud distante respecto del resto de los mortales. Algo sosa y aburrida en el trato cotidiano, cuando me acosté con ella descubrí una ardiente mujer que se entrega y exige como un ciclón, capaz de ser la más sumisa de las esclavas y la más despótica de las amas. Nunca me aburrí con ella.

Una tarde, tras un par de horas de trabajo revisando unos contratos con Mercedes en el piso situado sobre el mesón, le ofrezco una copa que, por primera vez desde que nos conocemos, me acepta e inmediatamente me sorprende con la siguiente frase: "pensarás que soy una guarra, pero me tienes cachonda desde el primer momento que te vi y como yo soy muy caliente me parece que podríamos llegar a un acuerdo ventajoso para los dos que nos de gusto a menudo. ¿Qué te parece?". ¿Qué se le puede contestar a una atractiva mujer que se ofrece a follar contigo y que tiene una expresión viciosa en la cara?, creo que dije lo que ella estaba esperando: "desnúdate, rápido".

De estatura media, lleva una voluminosa media melena de color castaño claro, ojos verdosos, labios muy rojos, piel morena de tomar el sol sin bañador alguno, tetas grandes algo caídas hacia los lados, caderas anchas que cobijan un trasero redondo, duro y quizás demasiado grande, piernas bonitas con muslos macizos y el sexo completamente afeitado excepto un pequeño triangulito en el pubis, lo que provoca verdaderos ríos de líquido vaginal en los muslos.

Las primeras veces que follamos, Mercedes se entregó totalmente pendiente de mis gustos y deseos: penetré su sexo afeitado en todas las posturas, eyaculé dentro de su culo, me hizo revivir con unas chupadas estupendas, acunó mi rabo entre sus grandes tetas hasta que me corrí en su cara, restregó todo mi cuerpo con sus largos pezones marrones, estimuló mi culo penetrándome con una serpenteante lengua y me pidió que comiera su clítoris y mordisqueara sus pezones para correrse en varias ocasiones en cada sesión. Me fue indicando sus gustos y poco a poco me pedía lo que de verdad le excitaba: ojos vendados, manos atadas, insultos, órdenes y trato humillante, azotes en el culo, posturas incómodas, maltrato de sus pezones, ropa interior de cuero, bofetadas, penetraciones con objetos con forma de polla, … se corría como una loca cuando tenía mi polla en su boca, un consolador en el coño y le daba azotes en el culo o pellizcos en sus pezones. Me resultaba muy excitante.

La primera vez que oriné sobre la cara y la boca de Mercedes mientras ella se masturbaba a gran velocidad me excité más que en muchos años y esa misma sesión azoté su culo con una zapatilla de suela de esparto que le dejó unas preciosas marcas rojizas. Eyaculé tantas veces esa tarde que en varios días no quise saber nada de nada de ninguna mujer.

Fue Mercedes quien me descubrió nuevos horizontes que nunca había probado: le gusta ponerme a cuatro patas y penetrar mi culo, primero con la lengua y los dedos y después con un consolador que se sujeta a la altura del pubis con un arnés de cuero; me folla con un ritmo rápido, empujando con fuerza y sin dejar de insultarme con palabras que ha aprendido de mí ("maricón, julandrón, puto, sarasa, culoabierto, julay, …"). Las primeras veces no me gusta demasiado; me excita mucho una lengua jugando en mi culo, incluso que me introduzcan algún dedo o una zanahoria no muy grande, pero lo del aparato resbaladizo largo y grueso como si de la polla de un hombre se tratara me da mal rollo y me cuesta acostumbrarme por mucha saliva y vaselina que utilice.

Por momentos la joven abogada parece insaciable, apenas descansa unos minutos tras un orgasmo e inmediatamente está dispuesta de nuevo; con ella he tenido que utilizar la lengua y los dedos casi en tantas ocasiones como la polla.

Como un par de años después le ofrecí a su padre pagarle a la hija un master de especialización en los Estados Unidos, lo que aceptó gustoso y obligó a realizar a Mercedes, que no quería marcharse. Se casó en América y no volví a verla. Su sustituto como abogado fue un amable hombre casado de unos cincuenta años.

Martina estaba deseando retirarse y dejar de trabajar, así que en su sesenta y dos cumpleaños le regalé una bonita cantidad de dinero y las llaves de dos casas, en Málaga y La Coruña, lugares por los que tenía especial predilección. Por primera vez la ví llorar, me acarició las mejillas, me besó suavemente en los labios y sin ni siquiera decir nada se marchó. Nunca más nos volvimos a ver, ni siquiera conversamos por teléfono, aunque se que se unió a un hombre bastantes años menor que ella.

Eva sustituyó a Martina en las empresas constructoras y en poco tiempo demostró que era un lince para los negocios, con un solo pero: no le gustaba nada la presencia de Eugenia y después de varias agrias discusiones le tuve que dejar las cosas claras con unas cuantas hostias. Problema solucionado.

Mi actividad se reduce cada vez más a controlar los negocios de lejos delegando en mi personal el trabajo diario. Cada tres o cuatro días me encuentro con Eva fuera del barrio para follar. En el mesón, Zawra se hace cargo de la cocina y, tras ampliarlo con dos locales anejos y un horno de panadería situado en la acera de enfrente, deja de ser un lugar sólo de camioneros para pasar a tener también una clientela de funcionarios y "obreros de cuello blanco" de los que van poblando los bloques de pisos del entorno, además de señoras que por la tarde meriendan los apreciados dulces de la morita. Los tiempos están cambiando y el barrio también; al fin y al cabo estamos ya metidos en los años ochenta y modernidad y movida son términos que se utilizan hasta la saciedad.

Al calor de "la negra" y con el paso de los años, Zawra ha crecido en todos los sentidos y se ha convertido en una atractiva mujer, con fama de buena cocinera, a la que asedian muchos clientes del mesón y de quien me dicen que folla a menudo con quien elige, sin compromisos (desde luego es muy discreta y yo no tengo noticias de su vida sexual).

Apenas me había fijado en ella desde que llegó de su pueblo del Rif, pero la convivencia diaria me descubre a una joven interesante que, además, me parece que está muy buena. Poco a poco empiezo a hablar con Zawra, no sólo de cuestiones relacionadas con el mesón (ella dirige, con mi respaldo en la sombra, toda la actividad de los doce empleados del local) sino que, a diferencia de Sara, se preocupa de todo lo que pasa en el barrio y fuera de él. Me resulta simpática, agradable, educada y vamos tomando la costumbre de charlar todas las noches después de cerrar y ante una copa. Estoy deseando follar con ella, pero de momento no fuerzo la situación (quizás podría hacer valer mi "derecho de propiedad" sobre la morita) hasta que de manera natural y tras unas risas nos besamos suavemente, primero y con deseo, después.

Nos ponemos de pie y nos comemos la boca sin descanso hasta que al llegar a su habitación nos hemos desnudado con gestos presurosos, siendo la primera agradable sorpresa la preciosa y excitante ropa interior negra que lleva y se quita mirándome a los ojos. La segunda sorpresa es que, sin yo decirle nada, se ha arrodillado para chuparme el rabo como si de una profesional se tratara. La mamada es tan buena que temo correrme rápidamente, por lo que me aparto para que deje de chupar, le doy la vuelta y tras doblar su cintura penetro un coño empapado que me recibe muy mojado, con calor y gemidos de excitación que van creciendo según empiezo a bombear más rápido y fuerte. Se corre casi en silencio y durante muchos segundos siento las contracciones de su vagina, aunque consigo no correrme. Nada más sacarla se gira, besa mi boca y se tumba en la cama para recuperar la respiración.

Tengo una idea fija en la cabeza y la voy a llevar adelante: me arrodillo a la altura de su cabeza y meto el rabo en su boca para que lo coma empapándolo en saliva. Saco el pollón tieso y duro de su boca y sin necesidad de pedírselo se arrodilla en el borde de la cama ofreciéndome su bonito redondo trasero. Me sorprendo de nuevo porque gracias a unos chorritos de vaselina no me cuesta ningún trabajo meter el capullo y cuando le tengo dentro más de la mitad del rabo me pide con urgencia que se lo meta hasta el fondo. Estupendo. Disfruto la sensación de estar teniendo el mejor polvo de mi vida y desde luego tengo una corrida larga, honda, sentida profundamente hasta que caigo a plomo sobre la joven, quedándonos en la cama dormidos.

Despierto muy temprano y como Zawra sigue durmiendo, puedo recrearme en observarla: larga cabellera aleonada de color muy negro que enmarca un rostro de agradables rasgos en donde destacan unos impactantes ojos de color gris azulado y los gordos rojos labios. Es morena de piel con un bonito color tostado y unos pechos llamativos, altos, no muy grandes, como si fueran una ancha copa de champán con pezones del tamaño de una avellana en el centro de una areola grande y oscura. Su vientre levemente abombado se continúa en un pubis en donde el abundante, oscuro y rizado vello negro no oculta unos anchos labios vaginales que están protegidos por unos muslos fuertes y largos que coronan las bonitas piernas. La recta espalda acaba en un culo redondo, alto, duro, un poco grande, pero tremendamente excitante. ¡Joder cómo me gusta!; podría decirse que es una delgada engañosa, bien formada y abundantemente dotada, y contemplándola ha conseguido ponérmela dura otra vez.

Llevo varios minutos lamiéndola desde atrás, de manera que mi lengua recorre lentamente todo su sexo y la raja de su precioso culo, para volver suavemente en sentido contrario deteniéndome en sus golosos agujeros. Se despierta, sonríe, no dice nada y da la vuelta en la cama para poder comerme la polla mientras sigo con mi excitante tarea. Qué bien me come la polla: su lengua se ensancha y engorda o se hace fina y larga según dónde esté lamiendo de manera tal que consigue que no sólo mi polla sino el cuerpo entero esté pendiente de la fabulosa mamada que estoy recibiendo. El rabo lo tengo tieso, duro y rojo como nunca (ya estoy necesitando eyacular porque hace un buen rato que noto los huevos llenos y pesados y una presión en el bajo vientre que no llega a ser dolor pero casi) y cuando ya estoy empujando con los riñones adelante y atrás buscando mi placer noto como Zawra se corre durante bastantes segundos, quedándose quieta y gimiendo en voz muy baja. Suelto media docena de chorros de densa y blanca lefa sobre su cara, su negro pelo y la cama, quedándome dormido casi inmediatamente.

Eva nota enseguida que estoy follando con otra mujer, pero no parece molestarse y simplemente me dice en mitad de una mamada: "mientras sigas dándome de vez en cuando tu pollón, yo estoy contenta, pero ten cuidado con tu dinero no vayas a caer con alguna mosquita muerta como Eugenia".

La frase de Eva me ha hecho pensar en muchas cosas y no deja de preocuparme el hecho de que ya tengo cincuenta y tres años, dinero como para vivir varias vidas de derroche y despilfarro y demasiados amigos y enemigos declarados que están esperando su turno para meterle buenos bocados a mis negocios. Ha llegado el momento de ir soltando lastre.

Manolo, el marido de Eva, se ha llevado una alegría no exenta de sorpresa cuando le he manifestado mi intención de retirarme poco a poco y que si le interesa y llegamos a un acuerdo, la agencia de transportes, junto con el contrabando con Marruecos y los envíos de hachís (cada vez hay más problemas con la policía de ambos países y la protección se lleva una parte importante de los beneficios), serán para él. Comenzamos a hablar del asunto y está claro que ambos tenemos interés en ponernos de acuerdo porque en un par de horas el negocio cambia de manos con el beneplácito de mi abogado. Me invita a una cena que organiza en su casa el domingo siguiente.

Cuando llego al ático en donde viven Eva y Manolo me presentan a un matrimonio amigo suyo, Cristina y Ángel, algo más jóvenes que ellos y que desde el primer momento se comportan conmigo como si nos conociéramos de toda la vida. Una cena excelente, abundancia de copas, porros de calidad, alguna rayita de coca, risas, una conversación banal pero entretenida y un cierto vacile tontorrón conforman un ambiente agradable en el que quizás se eche en falta algo más. Manolo debe ser de la misma opinión porque habla unos segundos al oído de su mujer, sonríen e inmediatamente Eva se sienta junto a Cristina, me mira primero a los ojos con expresión divertida y después la besa suavemente en los labios y comienza a acariciar sus muslos por debajo del vestido.

Es evidente que no es un juego nuevo para ninguno de los cuatro y tras dejar la habitación levemente iluminada, los maridos se han sentado en un sofá frente a las dos mujeres que se están besando con deseo, comiéndose mutuamente la boca e intentando desnudar al mismo tiempo la una a la otra. Lo consiguen sin dejar de besarse y aunque estoy acostumbrado al excitante delgado cuerpo de Eva, no deja de sorprenderme Cristina por lo buena que está: melena de un rubio pajizo hasta los hombros con algunas mechas de tonos más oscuros; rostro bonito con ojos oscuros penetrantes y finos labios rojos; tetas pequeñas muy duras, con pezones color caramelo que parecen dos pequeños dedos gordos rodeados de una bonita areola de color canela; es muy alta, con delgadas largas piernas y un duro y atractivo culo. Es una mujer guapa y, con el calentón que tengo en este momento, tremendamente deseable.

Eva se está comiendo golosamente los espectaculares pezones de su rubia amiga mientras recibe de ella caricias en el mojado sexo. Los dos hombres también se desnudan, se vuelven a sentar y lentamente se tocan el uno al otro las tiesas pollas sin dejar de mirar a sus mujeres y animándolas a continuar y cambiar de posición con bromas y algún que otro insulto. Yo estoy muy excitado y también me desnudo, lo que provoca una exclamación por parte de Cristina: "¡qué polla más grande!; ven, dámela". Dicho y hecho, me siento en medio de las dos mujeres en el sofá en el que están y me convierto en un pulpo que no deja de tocar, besar y lamer a las dos mujeres.

Creo que nunca hasta ahora había mamado unos pezones tan largos, gruesos y duros como los de Cristina; ¡qué excitantes!, parecen pollas pequeñitas, y se los muerdo y estiro con los dientes (a mí me encantan los pezones de mujer, me gusta disfrutar de ellos suave y cariñosamente, pero también me gusta castigarlos un poco). La rubia hace un amago de queja ("me haces daño, cabrón, pero me excitas") y yo decido que ya quiero follar: pongo a la mujer a cuatro patas mirando hacia el otro sofá en el que están los hombres, me coloco detrás y de un golpe inserto la polla en su coño caliente y acogedor ("síííííí, dame gusto, estoy muy cachonda") empezando un lento y profundo metisaca ("cómo me llenas con tu pollón"). Eva está tras de mí, se arrodilla y lame mi culo arriba y abajo en la raja y profundizando con su lengua en mi ojete; es algo que me encanta y la rubia lo nota porque la follo con más rapidez y fuerza.

No quiero correrme aún e intento hacerlo durar, pero me fijo en los dos hombres y cuando veo como Manolo empala con su largo y estrecho nabo al marido de Cristina y a éste eyacular lenta y blandamente dando grititos de loca, apenas duro adelante-atrás una docena de pollazos y me corro soltando varios potentes chorros de lefa e intentando mantener el rabo semierecto dentro de la mujer ("sigue, sigue, no la saques"), hasta que se corre sonoramente ("aaayyyyyyy, aaayyyyyyy"). Manolo ha descargado en el culo de Ángel y ambos encienden un cigarrillo para ver cómo Cristina lame muy deprisa el clítoris de Eva para proporcionarle placer, lo que sucede en pocos minutos.

Las dos parejas siguen un par de horas más montándose distintos numeritos sexuales entre los cuatro; yo me limito a mirar y hacia el final, cuando ya no puedo más, le doy por el culo a Eva mientras su marido se folla su boca. Desde luego lo de las orgías tiene su puntito.

Me invitan de nuevo la semana siguiente y acepto agradecido, aunque tengo presente que probablemente no pueda ir. Me lo callo, no hay que contarlo todo.

Desde que Paco y Rosa murieron no he vuelto por su pueblo, así que los fines de semana voy al fútbol siempre que puedo. Estoy abonado a una excelente localidad en el Santiago Bernabéu, de manera que suelo comer en alguno de los afamados restaurantes cercanos al estadio y luego marcho a ver el partido. Normalmente, después del fútbol, quedo con Eugenia en su casa para follar. Es la mujer que más me gusta.

Este domingo, como todos, me lleva en coche uno de mis hombres de confianza que actúa de chofer y guardaespaldas. Me deja en la puerta del restaurante y cuando me ve entrar se marcha; hasta mañana lunes ya no nos veremos. Bueno, no exactamente; minutos después salgo por otra puerta del local, paro un taxi y me dirijo al aeropuerto, a salidas internacionales.

A las cuatro de la tarde sale el vuelo con destino a Zurich, llego con tiempo suficiente para embarcar sin esperar y utilizo mi pasaporte brasileño a nombre de Felipe Lópes Silva. En el asiento de al lado está Margarida Ferreira da Lópes, mi esposa, quien tampoco ha tenido ningún problema con el pasaporte. La verdad es que a Eugenia el nombre nuevo le sienta muy bien y el pelo corto como si fuera un chico que ahora lleva, también.

Dudé si me iba sólo o con alguna de las mujeres que han estado compartiendo mi vida y creo que he decidido lo más acertado: Eugenia (Margarida) es con quien mejor me llevo en lo personal y en lo sexual (ah, el maravilloso perfume de su sexo), además, prefiero que mi contable esté siempre a mi lado, por si las moscas.

En Zurich nos espera en el mismo aeropuerto un empleado del banco suizo para darnos un maletín con varios miles de dólares y la documentación que nos acredita ante los bancos sudamericanos y tras tomar un vuelo a Londres, desde allí pasaremos a Canadá, Méjico, Venezuela y por último a Brasil. Son muchas horas de viaje, pero está todo planeado para que las escalas y esperas en aeropuertos muy utilizados sean pequeñas, además de despistar a cualquiera que intentara localizarnos.

Eva se va a llevar una sorpresa agradable cuando mis abogados le notifiquen dentro de unos días que la empresa constructora la he puesto a su nombre. Llevo varios meses vendiendo discretamente los pisos y locales que por el barrio tenía y del dinero obtenido mis hombres de confianza recibirán mañana un cheque con una importante gratificación; se darán por satisfechos y no abrirán la boca sobre ningún asunto. El mesón y el horno de panadería los he puesto a nombre de Zawra, se lo merece y los seguirá llevando adelante como hasta ahora. El despacho de abogados ha obtenido un céntrico y moderno local de oficinas por ocuparse de todos los detalles y después olvidarse de mi existencia.

Lo peor de todo, además de no ir al fútbol, va a ser no poder volver a pasear por el barrio. Después de más de cuarenta años lo echaré mucho de menos, pero en Brasil, con Margarida y con dinero, seguro que las penas son menos.

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