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Qué tendrá el oro

en Confesiones

Qué tendrá el oro

Me gano la vida en una actividad cuya primera regla es tratar de pasar desapercibido lo máximo posible para la gente en general y hacerse notar sólo para la clientela. Soy algo parecido a un representante —comercial o intermediario de joyería de calidad, de alta gama. Realmente mi trabajo consiste en visitar, tras concertar una cita de manera discreta y con no demasiada antelación —por motivos de seguridad— a una serie de distintos clientes —dueños de joyerías, talleres de joyería, revendedores y también particulares que compran joyas por inversión o por simple capricho, que de todo hay— tanto en sus locales comerciales, como en sus domicilios o en la suite de un hotel de lujo, por ejemplo.

El correo electrónico ayuda tanto a presentar las joyas que llevo como a concertar citas, pero en el ambiente en el que yo me muevo —joyería de alto precio: oro, platino, a veces diamantes, plata antigua muy trabajada, exclusivas marcas de lujo— es imprescindible la presencia física —en ocasiones hay regateo en el precio— y que el cliente vea, toque y sienta las joyas, que las desee. Qué tendrá el oro.

Voy cargado con un discreto maletín —por obvias razones de seguridad ya no llevo, como se hacía años atrás, maletas grandes con mucha cantidad de joyas, sino que tengo varias cajas de seguridad repartidas por bancos de las zonas geográficas en las que me muevo para no quedarme sin existencias en ningún viaje— en el que transporto las mantas con las joyas que quiero vender.

Habitualmente viajo en automóvil, me acompaña un conductor —rara vez voy en avión por los problemas que plantean las medidas de seguridad de los aeropuertos dado que no todas las joyas que vendo tienen factura, no creo que deba aclararlo mucho más, pero en este negocio no se suele preguntar la procedencia de las mercancías— que es un buen amigo desde la infancia, Pedro. Mi campo de actuación comprende casi toda España, Lisboa, Oporto, y de vez en cuando, Marsella, Niza, Rabat, Casablanca, Marrakech. Me gano bien la vida, esto da dinero, aunque se trabaja bastante y también cansa el viajar unas tres semanas al mes, además del riesgo de robo o cosas peores, siempre presente.

Hace dos semanas mi buen amigo Pedro falleció de un fulminante ataque al corazón cuando estaba tranquilamente sentado en casa viendo un partido de fútbol en la televisión. Joder, si tenía mi misma edad —cuarenta y siete años— y nunca había tenido problemas de salud. Si ni tan siquiera le gustaba el fútbol. Hay que joderse.

Se me plantea un grave problema porque necesito un conductor —yo me canso mucho conduciendo a pesar de utilizar un cómodo coche de lujo y además no me gusta, soy bastante inútil al volante— y no es fácil encontrar gente de confianza. He recurrido a un par de agencias, pero no me han gustado los candidatos que me han mandado porque realmente lo que me ofrecen es un guardaespaldas, que no los quiero ver ni en pintura. Pasado mañana tengo que salir de viaje por el norte de España, sí o sí, así que me veo conduciendo o yendo en tren y alquilando coche o taxi en cada capital que visite.

Bueno, está claro que las casualidades existen, así que había quedado a comer con Julia, la viuda de Pedro —siempre hemos sido buenos amigos, pero es que además le debía un dinero a su marido por el último viaje a Francia— y en la conversación me llevo una sorpresa:

—Andrés, ahora vas a necesitar un conductor de tu confianza y quiero que me tengas muy en cuenta para ese puesto. Sabes que siempre he conducido y que todavía salgo un par de días a la semana con el taxi de mi padre. Tengo experiencia, tu y yo nos llevamos bien y ahora que no está Pedro no puedo quedarme en casa esperando no se sabe qué. Mi hija lleva su vida y vive con su novio, así que me vendría muy bien el trabajo

No sé qué decir, no se me había pasado por la cabeza, pero sí, por qué no. A mí me hace falta, y por probar no pasa nada.

Estamos en León. El viaje ha sido rápido, tranquilo, cómodo. He estado dormitando —señal que Julia me ha dado total confianza como conductora— y apenas hemos hablado. La reunión concertada con cinco joyeros en la suite del céntrico hotel en el que nos alojamos ha sido un éxito y antes de comer he ingresado en mi cuenta bancaria una buena cantidad de dinero. Esta tarde he quedado con un conocido constructor para enseñarle algunas joyas que he comprado a vendedores particulares. Para celebrarlo nos vamos a comer Julia y yo a un afamado restaurante de recia comida asturleonesa.

Una charla simpática, ágil y tontorrona ha sido el complemento ideal a una buena comida. Café, cigarrillos, una copa de buen orujo y ganas de dormir un poco de siesta.

—Tienes que perdonarme, Julia, he seguido la costumbre de tantos años y he reservado una suite con dos habitaciones sin consultarte, ahora podemos pedir en la recepción que nos cambien a dos habitaciones separadas

—No seas tonto Andrés, nos conocemos desde hace muchos años, hemos ido juntos de vacaciones, sabes bastante de mí y de mi vida, y la suite es una maravilla. Qué calladito se tenía Pedro lo bien que os cuidabais en los viajes

Me guardo para mí que ella siempre me ha gustado un montón y me ha parecido una mujer de bandera, guapa y excitante, a la que me hubiera gustado tirar los tejos, pero que muy joven se ennovió y casó con mi amigo —sólo tuvieron una hija— así que me he tenido que limitar a mirarla —algunas vacaciones que hemos ido juntos me ponía como un verraco admirándola en biquini— a hacerme unas cuantas pajas en su honor o follarme sin parar a la mujer con la que hubiera ido a las vacaciones. Estuve casado menos de tres años, el tiempo que tardé en enterarme que mi ex era un putón verbenero que me ponía los cuernos con todo aquel que le apetecía aprovechando mis constantes viajes, y las novias posteriores no me han durado demasiado. Soy un habitual usuario de los servicios de un discreto burdel madrileño desde hace años, cuya dueña es vecina de portal, cliente y buena amiga.

Me levanto de la siesta con la polla juguetona, algo más que morcillona, medianamente empalmao y con esa sensación que no queda más remedio que darle solución al asunto o los huevos y el bajo vientre se van a empezar a quejar de inmediato. Mientras pienso si me hago ahora un pajote, salgo de la habitación sólo con el albornoz en busca de un cigarrillo —fumo muy poco, me voy dejando el tabaco por todos lados— y me encuentro de frente con Julia. Intento taparme mientras mascullo:

—Perdona, tengo que cambiar mis costumbres, no me he dado cuenta

—Ya me imaginaba que tenías un buen rabo, pero no tanto. No te tapes, por favor, merece la pena lucirlo y que yo pueda admirarlo

Sorprendido aún, se acerca a mí, coge la bata con ambas manos y me la quita sin dejar de mirar mí ya crecida polla. La oigo respirar con fuerza, con deseo, me abraza, e inmediatamente nos estamos besando con pasión, metiéndonos la lengua bien dentro, comiéndonos la boca con muchas ganas.

Sin soltarnos vamos hasta mi habitación, me empuja suavemente para que caiga sobre la cama y rápidamente se desnuda mirándome tanto a los ojos como a la polla, que ya la siento tiesa y dura como en mis mejores momentos. Se exhibe ante mí, despacio, girando a derecha e izquierda, mostrando todo su cuerpo, sin dejar de sonreír en una mueca sensual. ¡Qué buena está!

Mujer alta, de pelo castaño que lleva bastante corto, peinado con raya a un lado, tiene un bonito rostro de rasgos suaves, piel muy cuidada, grandes ojos color marrón y labios gruesos, rojos. Su cuerpo aún no empieza a notar el paso de los años de manera escandalosa —tiene dos años menos que yo— sigue estando muy buena, con un par de tetas de categoría — grandes, redondeadas, un poco aplastadas, duras, con pezones regordetes de color marrón— que caen muy levemente hacia los lados y se mantienen preciosas. En el pecho derecho tiene una cicatriz larga, casi recta, fina, rojiza, que va desde la granulada oscura areola hasta casi la mitad de la espalda. Se la hizo hace muchos años un drogata que robó en su taxi y le pidió un beso antes de irse corriendo, como no se lo quiso dar, él la rajó con la navaja.

De cuerpo ancho y fuerte, quizás le sobre algún que otro quilo —tiene algo de estómago y tripita— pero desde luego están perfectamente repartidos entre un culo redondo, alto, más bien grande, con una estrecha raja que esconde un ano redondo, chiquito, marrón, unos muslos duros y unas largas piernas torneadas muy bonitas. El castaño vello del pubis es suave, largo y muy rizado, con una mata bien poblada que recorta y arregla por los bordes de manera que parece un triángulo invertido perfecto. Debajo están unos gruesos labios vaginales amarronados, bonitos, brillantes, porque además está claro que se moja con facilidad.

La expresión de cachondeo en su cara ha cambiado a una mueca de deseo, de ansiedad, de necesidad. La rápida respiración, la boca entreabierta, el aleteo de las ventanas de la nariz, el subir y bajar del pecho, los muslos mojados, me dan idea que tiene las mismas ganas que yo. Nos abrazamos en la cama, me deja mamar sus tetas durante unos instantes y rápidamente se pone erguida sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo; ayudándose con la mano, mete la polla en su empapado coño, dando un fuerte suspiro de satisfacción.

—Ah, qué ganas tengo, me hace mucha falta

Muevo la polla de izquierda a derecha unas cuantas veces mientras Julia se acomoda mejor y se sujeta con una mano a mi pecho y con la otra al muslo derecho. Empieza a moverse lentamente arriba y abajo, sin apenas levantar el cuerpo, con los ojos entrecerrados, sintiendo mi polla bien dentro, hablando en voz baja, ronca, susurrante:

—Sí, me llenas, estás muy dentro

Poco a poco va aumentando la velocidad y el recorrido del movimiento. Me pide que acaricie sus tetas y yo, además, empiezo también a tocar el culo, a pasar un dedo arriba y abajo de su raja. En apenas un minuto me parece que tengo la polla metida en una suave, caliente y mojada coctelera que se mueve en todas direcciones con un ritmo fabuloso, al que intento acompasar los dedos de mi mano derecha con los que acaricio su hinchado clítoris. Tarda poco en correrse.

—Sigue, no pares, sííííí

El grito alto, fuerte, largo, dura bastante tiempo, tanto como duran las contracciones de la vagina de Julia, que aprietan lo suficiente mi polla como para provocarme una corrida estupenda, verdaderamente sentida. Joder, qué bueno.

Nos hemos quedado dormitando en la cama uno al lado del otro. Miro el reloj y veo que ya tenemos algo de prisa para ir a la reunión con Valeriano, el constructor, lo que indico a Julia.

—Tenemos que prepararnos para irnos

—Gracias Andrés, lo necesitaba

Recibo un beso en los labios. Intento entablar una breve conversación o quizás algún tipo de explicación por mi parte —estoy algo cortado, es la viuda de mi mejor amigo durante muchos años y hace apenas dos semanas aún vivía— pero me calla dándome otro suave beso y diciendo:

—No hablemos nada ahora, pero ni se te ocurra tener conciencia culpable. Hay cosas de Pedro y mías que no conoces, pero no éramos la pareja casi perfecta que todos se creían y nos dábamos mutua libertad en muchos aspectos. Te crees que no sé lo de ir de putas por toda España

Llegamos a la hora convenida a una gran casa de dos plantas —más que un chalet parece un palacete— situada en un desvío de la carretera de salida de la capital hacia Asturias. Rodeada por una alta verja y un frondoso jardín, es la vivienda familiar del más conocido constructor de León y de toda la región. Buen cliente habitual —dice que las joyas de oro son para él un afrodisiaco, además de una inversión segura por si algún día vienen los rojos a por su dinero— también le conozco un céntrico discreto piso en donde mantiene a su amante oficial, una joven argelina muy simpática, guapísima, y un chalet en San Andrés del Rabanedo, en donde a Pedro y a mí nos ha invitado alguna vez que otra a montárnoslo con varias putas. Creo que tiene parte en un afamado burdel de por aquí.

Tras los saludos de rigor con los presentes —su esposa y dos matrimonios amigos, más o menos todos de la misma edad, cincuenta y cinco o así, miembros de la alta sociedad económica de la zona— me preparan una copa —Julia ha preferido quedarse de momento en el coche por si le preguntan demasiado por su marido— charlamos del tiempo —hace bastante calor y han pasado la tarde en la piscina, por lo que están vestidos con bañador y albornoz— y sobre una mesa baja situada entre tres grandes sofás expongo las veinticuatro joyas que he elegido para la ocasión. He tenido buen ojo, enseguida se les enciende la expresión de la cara a mujeres y hombres y en cosa de quince minutos se quedan con todas, sin regateo, pasando a mí poder un buen fajo de billetes —que sería de mí si no admitiera cash, por supuesto en negro— que guardo en un pequeño neceser de blando cuero marroquí bellamente repujado.

Mientras se enseñan unos a otros las joyas recién adquiridas yo salgo al jardín a dejar el neceser en el coche —bajo el asiento del acompañante hay un secreto hueco en donde guardo una caja de material resistente a los golpes y al fuego, con cerradura especial de seguridad— y a preocuparme por Julia. Fumamos un cigarrillo y la convenzo para que me acompañe adentro a tomar algo, con la promesa de marcharnos lo antes posible. No lo digo, pero mantengo la esperanza de volver a follar con ella esta misma noche.

Entramos en la casa por la puerta corredera que da a la piscina y antes de que podamos darnos cuenta alguien nos agarra con fuertes manos.

—Ahí, al suelo, junto a los otros, rápido

Un par de empujones y me veo en un rincón del salón, de rodillas sobre la alfombra, con las manos tras la nuca, junto a los tres hombres en bañador. A cinco o seis metros a la derecha están las mujeres, incluyendo a Julia.

—En silencio, calladitos sin rechistar

Un hombre de baja estatura, fuerte, vestido de negro, con guantes y un pasamontañas en la cabeza parece ser quien dirige a otros dos tipos que llevan igualmente oculto el rostro y ropa negra. Una escopeta recortada y dos pistolas nos apuntan constantemente.

—Tú, Valeriano, ven aquí

El constructor se levanta con cara de miedo que pasa a ser de pánico cuando, según llega junto al hombre de negro, recibe dos puñetazos en el estómago que le hacen doblar las rodillas de dolor.

—Ahora vas a descubrir la caja fuerte que tienes en el salón y la vas a abrir. Después vamos a tu despacho y haces lo mismo con la caja que tienes escondida tras la librería. Los demás, quitaos las joyas que lucís y dejadlas en el suelo para que las recojan mis hombres

Me quito el reloj —es lo único que llevo— y veo como Valeriano recibe dos fuertes bofetadas que le llevan a acercarse rápidamente a una de las paredes, correr un pesado tapiz tras el que hay una gran caja fuerte enclaustrada en la pared y abrirla rápidamente marcando números y letras en un moderno teclado digital. De un empujón uno de los hombres de negro le lanza al suelo antes de abrir la puerta.

—Mira, mira, vaya con Valeriano, qué cabrón. Trae las bolsas

Otro de los hombres se acerca con dos bolsas de deporte e inmediatamente comienza a volcar en ella los fajos de dinero que hay en la caja fuerte. Parece mucho dinero. Oigo hablar a Julia:

—Por favor, déjeme el anillo, es de mi marido que murió hace poco, no tiene ningún valor

—Seamos comprensivos, déjale a la viuda su anillo

Suena el teléfono móvil de uno de los ladrones, escucha como un minuto sin apenas pronunciar palabra y después se acerca a los otros dos.

—Han robado hace una hora en pleno centro de Leónun furgón de una empresa de seguridad, ha habido tiroteo y hay dos o tres muertos, uno de ellos madero. Hay controles policiales por toda la ciudad y las carreteras de alrededor

—Joder, es que hay mucho chorizo, vaya país de mierda. Ya no puede uno ni dar un palo decente de manera tranquila. Tendremos que quedarnos aquí hasta que pase la alarma

Se dirige a la dueña de la casa con su peculiar ronca voz:

—¿Dónde está el personal de servicio?

—Tienen libre hasta mañana a la hora de la cena. Íbamos a quedarnos en casa con los amigos toda la noche

—Pues eso vamos a hacer todos, nos quedamos aquí como buenos amigos sin quejas ni malos rollos. Lo pasaréis tan bien como os portéis. Valeriano, vamos a ver qué tienes en la caja fuerte del despacho

Las exclamaciones de los dos ladrones que han acompañado al constructor al despacho se continúan con risas, frases de admiración y buen humor según vuelven al salón.

—La vida te trata bien, Valeriano, y no creas que no te agradecemos que hayas guardado tanto dinero y joyas para nosotros, sabremos utilizarlo bien

—Por favor, no sólo es dinero mío, les guardo ahorros a mis amigos, no os llevéis todo, me vais a hundir en la miseria

Las risas y frases de cachondeo subrayan de nuevo el agradecimiento de los ladrones por la importante cantidad de dinero con la que se han hecho.

—Nuestro amigo Valeriano es un chico malo, mirad lo que guarda en la caja fuerte junto a sus dineros

Riéndose, el hombre más alto enseña un arnés de cuero negro al que va acoplada una negra polla de silicona de buen tamaño. Los tres encapuchados se ríen y hacen comentarios obscenos.

—¿Qué nos va a enseñar este DVD que tienes guardado junto con la polla negra?

Se acerca a un gran televisor situado en la pared frente a todos nosotros e introduce el disco en la ranura de reproducción. Comienza a verse un vídeo casero en el que en este mismo salón están el constructor, su mujer y los dos matrimonios amigos, sentados alrededor de la mesa redonda situada al fondo, jugando a las cartas una especie de strip-póker o algo así, todos completamente desnudos, riendo, quizás un poco eufóricos —se ve una bandeja de plata con restos de polvo blanco— y bastante excitados según parece por los comentarios que hay en la grabación. Uno de los amigos del constructor, muy alto y delgado, gana una mano, grita de contento y se pone en pie junto a la mesa, señala a Valeriano y su mujer que se acercan para arrodillarse e inmediatamente lamer ambos a la vez la crecida larga polla del que está de pie. Le dan entre los dos un buen repaso al rabo y los testículos, mientras que llama a otra de las mujeres para que juegue con su culo y pase la lengua arriba y abajo de la raja, parándose en el ano para introducir la ensalivada punta.

Sigue hablando —el audio de la grabación es malo y no se entiende demasiado bien— y otra de las mujeres —es su esposa— aparece en escena sonriendo, llevando puesto el arnés con la polla negra, brillante por el lubricante que extiende por el tronco, corriendo la mano arriba y abajo, como si se la estuviera meneando suavemente. El hombre alto y delgado se pone de rodillas en el suelo, a cuatro patas, e inmediatamente la hembra que porta el arnés se pone detrás, y sin mayores preámbulos empuja, sujetando la polla con una mano, duramente, sin pausa, hasta que entierra el largo falo por completo en el culo del hombre, que grita en voz baja, dando muestras de excitación, con unos grititos muy maricones y expresión de contento en su crispado rostro.

La mujer de Valeriano no ha dejado de excitar a su esposo mamando la polla y jugando con el culo de vez en cuando. El constructor le aparta la cabeza de un empujón y se acerca hacia el enculado para meterle la polla, muy gruesa y corta, en la boca.

Durante bastantes minutos más van alternando posiciones hombres y mujeres —el más grueso de los tres maridos no participa directamente, no sale apenas en el vídeo, es quien maneja la cámara y se limita a insultar a las mujeres— en una orgía en la que todos y todas se lo hacen con todos y en donde se nota que tienen práctica en este tipo de juegos y les gusta hacerlo.

—Qué juguetones, cómo son estos burgueses ricos, viciosos, muy maricones y muy bolleras. A ver, todos desnudos, vamos a ver si me gustáis para follar con vosotros, los pobres también tenemos derecho a divertirnos y no sólo a robaros

Apremiados por los tres hombres y con algún que otro empujón, todos y todas nos desnudamos quedando de pie con las manos tras la cabeza mientras el jefe de los ladrones nos observa con detenimiento.

—Las zorras os habéis gastado una pasta en cirugía, eh, putas, pero estáis buenas, os lo han hecho bien

No miente. Se nota que las tres mujeres se han hecho retoques en su rostro y en el cuerpo, luciendo la piel estirada, gruesos labios, tetas altas, grandes, culo respingón, muy terso y redondeado. Son tres mujeres distintas pero la cirugía estética las ha asemejado mucho e incluso podrían pasar por hermanas con parecido físico entre ellas. Están muy buenas, sí, pero prefiero a Julia, no sólo por ser más joven, sino que se nota que todo lo que tiene es natural, sin arreglos. No pasa desapercibida.

—Tú, la viuda, eres más joven y distinta a estas buenorras de silicona, ¿qué haces en esta casa?

—Mi hermano y yo somos decoradores —me señala con la mano— están pensando en hacer obra aquí en la planta baja e íbamos a hablar de ello

La contestación me gusta, espero que no indaguen más.

Vuelve a sonar el móvil de uno de los ladrones y tras breve conversación en voz inaudible para mí, se reúnen los tres para hablar largamente y airadamente entre ellos. No parecen ponerse de acuerdo sobre lo que van a hacer, de manera que el que los dirige parece obligar a uno de ellos, alto, fuerte y muy grande, a cambiar de opinión.

Rápidamente atan a la espalda las manos de todos nosotros —excepto la dueña de la casa— con cinta plástica, tapan nuestras bocas con una tira de la misma cinta y nos dejan apoyados en la pared, separados hombres y mujeres.

—Acompaña a esa zorra a la cocina y que nos prepare una buena cena. Los demás, tranquilos y calladitos en donde estáis o vais a saber lo que es dolor. No está el horno para bollos

Minutos después ya hay varias bandejas de gambas, cigalas, ostras, jamón, embutidos, patés, varias carnes asadas, frutas, sobre la mesa grande del salón.

—No os cuidáis mal, cabrones. ¿Así cogéis fuerzas para vuestras orgías?

Los tres hombres llevan largo rato comiendo y bebiendo en un ambiente alegre pero tenso. Reciben una nueva llamada telefónica y charlan en voz muy baja, se pone de manifiesto que hay dos opiniones distintas y el jefe vuelve a imponer su criterio, no sin discusión.

—Valeriano también nos invita a coca de la de su caja fuerte, seguro que tiene un camello de categoría, eh

Los tres ladrones se sientan en un sofá y aspiran unos tiritos de polvo pardo blanquecino. Parecen tranquilizarse un poco, hacen algún chiste y el más alto sonríe al decir:

—Ven aquí, mujer de Valeriano, ponnos cachondos al moreno y a mí. Al Rubito, no, que es maricón y tiene que vigilar

Los dos hombres se han desnudado del todo, aunque siguen con el pasamontañas negro que les tapa la cara. Camino, la esposa del constructor, está nerviosa, llorosa y poco hábil en la excitación, según el parecer de uno de los hombres —alto, grande, fuerte, musculado, moreno de pelo y piel, con una polla muy larga— que sin decir nada de nada le suelta dos bofetadas tremendas que resuenan en el salón como dos truenos.

—Puta, estate por la faena o te rajo esas tetas de silicona que te has puesto

Mano de santo. La mujer parece reaccionar, situada de rodillas en medio de ambos hombres no para de acariciar, tocar, besar, lamer, chupar, mamar a derecha e izquierda, arriba y abajo. El hombre moreno tiene un pollón que parece de película porno: largo, grueso, negruzco, recto, como una barra de salchichón. Está claro que le gusta hacer daño, aprieta las tetas de Camino con fuerza, las pellizca, estira los pezones, le clava las uñas, y con cada queja o gesto de dolor de la hembra su polla parece que crece un poco más, que se pone más dura todavía. La coge de la media melena rubia y a tirones la obliga a andar arrodillada por la habitación hasta situarla junto a su marido.

—Mira maricón, tu hembra va darle gusto a un tío de verdad

Sin miramiento alguno, de un empujón rápido, fuerte, continuado, le mete la polla en el coño, provocando un grito de la mujer que no sé si es de miedo o de dolor. Inmediatamente comienza una follada rápida, constante, adelante y atrás hasta casi sacar la polla entera, volviéndola a meter profundamente, hasta el fondo, una y otra vez, con un ritmo mantenido tremendo, propio de un superdotado físicamente. Camino se ha puesto cachonda y el entrar y salir del pollón va acompañado del ruido seco del choque de los muslos, del chop-chop provocado por los líquidos vaginales de la hembra, de sus constantes grititos y de los jadeos del hombre moreno, quien cada tres o cuatro embates castiga a la mujer con un azote fuerte y duro en el culo.

—Perra, eres muy puta

El polvo es de categoría especial. Ha vuelto a aumentar el ritmo y la mujer se ha corrido dando un largo grito. El hombre no se ha detenido ni un segundo, concentrado al máximo, con los ojos apretados, la boca abierta, respirando con fuerza, agarrando con mucha fuerza los carrillos de Camino, da un grito no muy fuerte, muy largo, que se va extinguiendo según pasan muchos segundos y la eyaculación termina.

—Te han estrechao el coño, eh puta, aprieta mucho y bien

Del sexo de la mujer caen a borbotones churretones de semen. La descarga ha tenido que ser tremenda. El tío mantiene aún una mediana erección, dispuesto a más.

Rubito, suelta a los amigos de Valeriano, que os den gusto mientras yo vigilo. La viuda y el hermano os quedáis quietecitos mirando y sin dar problemas, pensaré que sois currantes empleados de la casa, como si no estuvierais

En el centro del salón están dos de los encapuchados completamente desnudos y a su alrededor, arrodillados y también desnudos, los tres matrimonios maduros. El primero en excitarse ha sido el que llaman Rubito, más joven, con una polla estrecha y muy larga que se hace chupar por turnos por los tres hombres arrodillados. Lo mismo hace el moreno grande y fuerte con las tres mujeres, a las que anima con insultos y algún que otro golpe en la cabeza.

El Rubito ha puesto a los tres hombres uno al lado del otro y va pasando por todos, metiéndosela en el culo a uno durante diez o doce pollazos, saltando a otro y luego al tercero. Pasadas las primeras bromas y risas, el joven se afana por correrse y les pega unas enculadas tremendas, cada vez más deprisa y con menos recorrido de su larga polla. Han pasado quince o veinte minutos de follada frenética y a todos nos sobresalta el grito alto y fuerte, como un largo aullido, que da el hombre al eyacular dentro del más gordo de los tres sodomizados. Con los ojos cerrados se derrumba sobre un sillón, llama a uno de los hombres para que le limpie la polla con la lengua, y se queda después medio adormecido.

Las tres mujeres llevan ya varios minutos excitando con manos y boca el pollón del hombre moreno y fortachón, que de pie con las piernas abiertas y los brazos en jarras luce una erección tremenda, con las venas hinchadas que parece que van a explotar, el capullo y el tronco muy brillantes, y cada vez más violento, poniéndose muy cachondo.

—Me vais as demostrar lo que valéis, putas 

Al igual que hiciera su compañero más joven con los hombres, va pasando de una a otra de las hembras arrodilladas a cuatro patas sobre uno de los sofás. Primero unos pollazos en la boca, luego en el coño, después el ano, todo ello aderezado de insultos, azotes en el culo, pellizcos, alguna que otra bofetada en la cara y en las tetas. El tipo es un animal, pero desde luego es un follador tremendo. Lleva más de treinta minutos con un ritmo impresionante que no se ve ni en las películas porno, seguro que alguna de las tías se ha corrido, si no todas, pero ya desde hace unos minutos todas se quejan y lloriquean, lo que cabrea al supermán. Según le tiene metida la polla a una de las mujeres en el coño, otra empieza a comerle el culo y a meter su lengua lo más dentro que puede, mientras la tercera chupa y mosdisquea los pezones del hombre. En apenas un par de minutos de este tratamineto, un grito fuerte, largo, poderoso, parece surgir de lo más hondo del hombre, quien saca la polla de la mujer y se corre soltando muchos chorros de semen salpicando el suelo, el sofá y los tres rendidos cuerpos de las hembras. exige que le limpien con la lengua y queda adormilado junto a su compañero.

Un rato después, tras otra rápida llamada telefónica y nueva discusión entre los encapuchados, sacan hasta el maletero de un coche las bolsas en donde han guardado el dinero y las joyas robadas. El jefe se detiene un momento junto a Valeriano, parede indicarle algo, sale al jardín y, de repente, suenan cinco o seis disparos en el salón e inmediatamente giro la cabeza y veo al constructor con una negra pistola en la mano, no parece estar nervioso, apuntando a los dos ladrones que están caídos en el suelo. Es evidente que han muerto. En el jardín se oyen los acelerones de un coche en el que el tercero de los ladrones se da a la fuga a toda velocidad con las bolsas que contienen el botín.

Estamos todos quietos, todavía asustados, retumbando en los oídos el ruido de los disparos y respirando el olor característico de la pólvora quemada.

—¿Están muertos?

—Sí, los dos

—Joder, qué marrón. Vaya lío en el que nos van a meter estos dos cabrones

Valeriano ha dejado la pistola sobre una mesa, nos ha quitado las ataduras a Julia y a mí y se dirige al resto de los presentes.

—¿Qué podemos hacer?, hay dos muertos, no sé qué dirá la policía, y si denunciamos el dinero robado Hacienda nos va a crujir a inspecciones, todo estaba en negro. Una parte importante del dinero y las joyas era vuestro, qué decís. Si sale a la luz pública lo de nuestras reuniones sexuales y lo de la coca vamos a quedar señalados en nuestro ambiente, ante nuestra gente. ¿Qué decís vosotros? ¿Qué pensáis? ¿Qué hacemos?

Los tres matrimonios charlan un rato entre sí, tranquilamente, sin discutir ni aspavientos de ningún tipo. Siguen desnudos y algunos se han acercado hasta el frasquito con coca que quedó sobre una de las mesas para darse un tirito. Julia y yo nos hemos vestido rápidamente, bebemos agua y encendemos un cigarrillo.

Deciden deshacerse de los dos cuerpos en una cercana zona pedregosa, oculta a la vista por una maraña de matorrales y arbustos por donde habitualmente nadie pasa, limpiar rápidamente las manchas de sangre, tirar la pistola al río, y aquí no ha pasado nada. Doy mi opinión asegurando, además, que ni Julia ni yo hemos estado hoy en esta casa, por lo que nada sabemos y nada podemos contar. Dicen que nos vayamos, ni nos despedimos, marchamos en nuestro coche camino del hotel de León.

—Les roban un dineral, les maltratan, les obligan a follar de mala manera y ni siquiera se van a quejar, mueren dos tíos y simplemente hacen como si eso fuera normal y nada hubiera sucedido. Joder, que gente Andrés

—Ya lo ves, Julia, tienen tanto dinero que ni les importa y la moral en la que se manejan les equipara a los ladrones, si no son peores, porque llevan generaciones viviendo del trabajo de los demás, son dueños de bancos, minas, fincas, fábricas, todo tipo de empresas. Mejor para nosotros, porque este asunto no tiene buena pinta si se denunciara

No nos paran en los dos controles de policía que encontramos en el breve recorrido. Ya en el hotel subimos directamente a la habitación, pedimos al servicio de habitaciones algo para picar y gintonics para ponernos bien a gusto. Después de tomar la primera copa Julia entra a la ducha y yo quedo fumando. No hablamos de la situación vivida esta tarde, probablemente ambos lo queremos olvidar rápidamente.

Es un espectáculo ver a Julia completamente desnuda con una toalla enrollada en el pelo, acercarse a mí y escucharle decir:

—Necesito relajarme, dame gusto y más tarde te hago lo que quieras

Pide que se lo haga con la lengua y la boca porque dice que así se excita como perra en celo y tiene unas corridas tremendas, largas, profundas, muy sentidas, en muchas ocasiones mejores que las que consigue con una polla dentro del coño y el masajeo del clítoris. Es lo que más le relaja y tranquiliza. Por mí no va a quedar.

He tardado muchos minutos en conseguir la corrida de Julia, lamiendo, chupando, comiendo sin prisa el sexo de la mujer, de arriba abajo y de abajo arriba, acariciando también el agujero chiquito del culo, deteniéndome a meter la punta de la lengua muy dentro, todo con gran suavidad, sorbiendo y bebiendo los jugos vaginales mezclados con mi saliva y, cuando la excitación de la hembra es ya muy evidente, cuando los quejidos, grititos y jadeos son constantes, cuando de manera incontrolada mueve las caderas acercando el clítoris a mi boca y ella es consciente de su necesidad, entonces me centro en mamar el hinchado clítoris, desnudándole de su capuchón y buscando el rápido placer de la mujer, que coge con sus manos mi cabeza apretando hacia abajo, que instintivamente cierra los muslos, con las piernas en tensión, sujetando mi cabeza como si fuera un tesoro que no puede perder.

—Sigue, sigue, sííííííííí

Un grito fuerte y muy largo, más bien en voz baja, me da idea de su orgasmo, de una corrida de las buenas. Terminadas las sensaciones de placer, suelta mi cabeza y se queda dormida, no sin antes musitar:

—Luego tú, lo que quieras

El culo, por supuesto, el culo grande, duro y redondo es lo que me voy a hacer.

Han pasado cuatro semanas y vuelvo a León, yo sólo, en avión desde Madrid al coqueto aeropuerto de la Virgen del Camino. Tomo un taxi y voy hasta el centro de la ciudad, en donde alquilo un pequeño turismo con el que voy conduciendo hasta el chalet de Valeriano en San Andrés del Rabanedo. El propio Valeriano es quien abre la puerta, me indica donde aparcar e inmediatamente me da un abrazo, me conduce hasta el salón en donde está Berto, su hombre de confianza, más bien bajo, ancho, fuerte, con una característica voz ronca. Sí, el jefe de los tres ladrones con pasamontañas. Nos saludamos amigablemente.

—¿Qué quieres tomar? No salió mal el asunto, a pesar del robo en la ciudad del furgón de dinero, que por unos momentos me hizo dudar

—Tengo el estómago revuelto del vuelo, esos aviones pequeños se mueven más que un yo-yó, dame una coca-cola a ver si me sienta bien

—Mis amigos no se han echado atrás y ni siquiera han planteado la posibilidad de denunciar el robo. El pasado fin de semana estuvieron en casa y todo fue como siempre, sin problemas, ni intentaron acordarse de lo sucedido. Mientras puedan follar y tengan coca, ya les vale. Yo creo que lo han borrado de su mente. Tienen guardado más dinero del que pueden recordar los muy cabrones, les ha dado rabia, pero con la pastizara que tienen no han notado la falta de nada y ver a los dos ladrones muertos es como si les hubiera satisfecho sus deseos de venganza. Lo de la policía también ha sido cojonudo, cuando varios días después encontraron los dos cuerpos dedujeron que les habían matado por discutir el reparto del botín del robo del furgón y ya no se han preocupado más

—Con mi parte de esto y algo más que tengo por ahí me voy a marchar de España. Me llevo a mi chica argelina que es la que más gusto sabe darme, primero a Brasil o por ahí y luego ya veremos. Además, como conoce el asunto y participó con las llamadas telefónicas, prefiero tenerla cerca. Aquí dejo a mi mujer y los dos vagos de mis hijos la empresa de construcción y un buen número de propiedades, hambre no van a pasar, que se busquen la vida y trabajen, que ya me extrañaría

Continuamos Berto y yo:

—Me voy a mi tierra, le tengo echado el ojo a un bar de copas que funciona bien, lo voy a comprar para disimular y a vivir al sol como las lagartijas, follándome a las guiris que viven todo el año en la Costa del Sol

—Sí, me parece que yo también me voy a retirar, no lo tengo muy pensado aún, pero es la idea que me ronda la cabeza

El botín del robo a los amigos de Valeriano ha sido muy importante. El dinero en dólares lo repartimos en tres partes iguales, las joyas al peso, en tres partes, dos para Valeriano —por haberse hecho cargo de los gastos previos y, supongo, por haber eliminado a los dos hombres contratados por Berto— y una para mí, por haber tenido la idea hace unos meses. El hombre de confianza se queda con el vehículo de lujo último modelo utilizado por los ladrones. A ojo, sólo en oro voy a sacar como setecientos mil dólares y en dinero hay más de seis millones. Una pasta gansa.

Una recia bolsa militar contiene mi parte —debe pesar unos ocho kilos— y aunque insisten que me quede para darnos un homenaje con varias putas que van a venir, me despido amistosamente de mis cómplices y me marcho.

Vuelvo a León dando varios rodeos, vigilando todo el tiempo que nadie me siga, nunca se sabe. Devuelvo el coche y en otra agencia distinta alquilo un potente automóvil con el que voy hasta Villafranca del Bierzo. En el Parador de Turismo me está esperando Julia.

No sabe nada de la jugada, simplemente le he comentado que Valeriano quería contarme que todo salió bien, que no hubo problemas y que nos hemos despedido porque él se va de España.

Vamos a recorrer sin prisa las ciudades en donde tengo cajas de seguridad para vaciarlas de joyas y venderlo todo —en cosa de medio año, después que lo hayan hecho mis socios del robo— en Francia o Marruecos, en donde mejor me lo van a pagar. El dinero lo dejo en Marsella, en un banco solvente, discreto, que no hace preguntas.

Dentro de tres semanas nos vamos a ir de crucero por todo el Mediterráneo, un mes. Julia y yo nos llevamos bien, no voy a decir que nos hayamos enamorado de repente, pero tenemos sexo cojonudo, buena amistad, vamos tomando mutua complicidad, confianza. Lo que sea sonará, pero espero que seamos pareja mucho tiempo.

En unos meses le diré lo de marcharnos a vivir a Marruecos, por ejemplo. Le pediré que nos casemos, sobre todo por el dinero, si a mí me pasa algo, que lo disfrute.

 

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