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La mirada feliz (1ª parte)

en Confesiones

La mirada feliz (1ª parte)

Liang es una mirona, voyeur, que permite en su tienda que las parejas tengan sexo siempre que ella pueda mirar sin límite.

No tenía ni idea de que los caracteres chinos de color verde del cartelón que da nombre a la tienda de ropa femenina de Liang significan «La mirada feliz», tal y como me tradujo algún tiempo después de conocernos la propia Liang, sonriendo, con un leve gesto de picardía y complicidad en su rostro habitualmente serio, prácticamente inexpresivo. Bueno, excepto cuando está masturbándose —el único sexo que le gusta practicar— que se ilumina por completo su cara y todo tipo de gestos afloran a su rostro al correrse de manera descontrolada, escandalosa, muy sentida.

De Liang y su tienda me habló Pedro, un amigo con el que coincido en los bares de copas de la zona de la calle Huertas, lugar por donde voy prácticamente a diario, dado que vivo muy cerca. Me llamo Eduardo, tengo treintaisiete años, soy funcionario del Ministerio de Sanidad, soltero sin compromiso alguno, con un buen pasar económico y sin problemas en mi vida, salvo buscarme el sexo nuestro de cada día, que es, al mismo tiempo, necesidad y entretenimiento. No me puedo quejar.

Según Pedro, Liang es una mirona, voyeur, que permite en su tienda que las parejas tengan sexo siempre que ella pueda mirar sin límite. La tienda está bien situada en un gran local con planta baja —semiesquina a la plazuela de Antón Martín— luminoso, decorado de manera moderna, vende ropa de buena calidad y diseño actual a buen precio, con tallas pequeñas y grandes, además de tener un increíble catálogo de lencería femenina —y masculina— de claro matiz erótico, en donde transparencias, encajes, mínimos tamaños, amplia gama de colores y modelos imposibles de encontrar en otras tiendas, hacen que siempre esté bastante concurrida y las tres amables dependientas, atareadas.

Marga es una compañera de trabajo que me tiene loco. Bueno, a mí y a todo hombre que se fije en ella. En los cuarenta y cuatro años, muy morena de piel —sus íntimos la nombran como «la negra»— no demasiado alta, delgada, curvilínea, no es una belleza, pero su simpático rostro es agradable, con bonitos ojos marrones, nariz estrecha un poco grande, una boca de oscuros labios chupones perfectamente dibujada, siempre maquillada, sin exagerar, bien peinada —mi madre es peluquera, que se note— cambiando a menudo de peinado y estilo —ahora mismo lleva muy corto su oscuro pelo castaño, con flequillo, sin raya y la nuca rapada— y sin disimular de ninguna manera que le encanta llamar la atención de los hombres, vistiéndose de manera muy llamativa, provocadora, por momentos escandalosa, con vestidos y camisetas muy ajustados —probablemente la frase como una segunda piel se hizo pensando en ella— siempre sin sujetador, tremendos escotes, espalda al aire, cortas minifaldas que poco tapan, colores difíciles de llevar, trasparencias descaradas… vamos, que nos pone la polla dura a muchos tíos.

Ella lo sabe, le encanta, juega admirablemente su papel de calientapollas —escandalizando de paso a sus compañeras de trabajo biempensantes, y atrayendo a menudo a alguna que otra del sindicato de la harina, lo que reconoce que le da un morbillo estimulante, aunque las mujeres no le pongan demasiado— y se hace más deseable todavía cuando con su voz un poco ronca, aguardentosa según qué días y el tamaño de la resaca —ron cubano 7 años con cola o champán Benjamín, son sus bebidas nocturnas— habla de sexo sin cortarse y comenta sus folladas —y las de los demás— con total naturalidad. Como dice la propia Marga: lo que más me gusta es el sexo oral, o sea, hablar de sexo.

Detrás de Margarita van —vamos— muchos, a todos los tíos saluda amable, educadamente, y si le apetece vacila un poquito con ellos, siempre con bromas de doble sentido, pero apenas nos distingue con su amistad y trato a tres o cuatro de sus admiradores, con quienes sale de vez en cuando a tomar copas una vez acabada la jornada laboral, tal y como hoy, viernes —sanviernes en la jerga funcionarial— lo hace conmigo. No conozco a nadie del trabajo con quien se acueste actualmente o lo haya hecho alguna vez. O todos se lo callan —los tíos somos incapaces de no contar algo así, aunque sólo sea por el prestigio sexual que supondría para cualquiera— empezando por ella, y ya me extrañaría, porque todo lo relativo al sexo lo cuenta, con total naturalidad, es algo que le encanta.

Sentados en una mesa del fondo de un conocido local de la calle Huertas, vacío a esta hora, ante un cubalibre y un gin-tonic, hablamos de sucedidos en el trabajo, vacilamos de cuestiones futboleras —ella atlética, yo madridista— nos reímos, y no puedo parar de mirar sus tetas, no muy grandes, pero sí altas, fuertes, como si tuvieran la forma de una ancha copa de champán, separadas, sin canalillo, apuntando al frente los pezones, siempre sin sujetador, desnudas bajo un ajustado vestido azul semitransparente. ¡Joder!, esas areolas circulares, pequeñas, muy oscuras, rodeando los pezones amarronados, cortos, gordezuelos, tiesos, atrayentes como una rica bolita de chocolate… ya estoy empalmao a tope y apenas son las cinco de la tarde.

Debería ir a buscar un par de camisetas veraniegas. El próximo puente nos vamos mi marido y yo a tomar el sol a Marruecos y a desmadrarnos por las noches en los locales de moda de los hoteles para extranjeros

Primera noticia que tengo acerca de que esté casada. Me llevo una sorpresa, pero se abre paso en mí una idea relacionada con las camisetas.

Aquí cerca hay una tienda china que recomiendan mucho, si quieres te acompaño

Vamos, así me das tu opinión de cómo me quedan las camisetas

En los cinco minutos que tardamos en llegar a «La mirada feliz» saco a relucir el tema de su marido, por curiosidad y con mucho miedo a tener que desanimarme sexualmente con Marga.

Julio viaja muy a menudo. Vende joyas y complementos de marcas de súper lujo en Sevilla, Málaga, Marbella, Lisboa, Sintra, Oporto, Gibraltar, Casablanca, Rabat, Fez… por eso voy de vez en cuando a Marruecos, además de que me encanta ¡Qué guapos son los moros y que buenorros están! La verdad es que gana una pasta —ganamos, somos socios además de matrimonio— pero nos vemos poco fuera de vacaciones y algunos fines de semana en los que él viene a Madrid o yo voy a Málaga, en donde tiene instalada la oficina

Yo no podría estar mucho tiempo separado de ti y de tu cuerpo

Ya te contaré, Edu. Mi marido y yo nos queremos mucho, nos necesitamos, pero en el sexo coincidimos cada vez menos. Llevamos juntos más de veinte años, y eso se nota, además de otros asuntos que hay por ahí

A Margarita le encanta descubrir la tienda china y la ropa que venden, más aún cuando se fija en que hay muchos modelos del estilo que le gusta. Coge media docena de camisetas y otras tantas minifaldas, varios shorts, y acompañados de una de las sonrientes vendedoras vamos hasta los probadores situados al fondo de la planta de calle.

No se corta ni un pelo por mi presencia. Con la cortinilla del probador descorrida, se quita el vestido azul que lleva puesto, quedando desnuda excepto por unas pequeñas bragas de tejido de espuma, también azules, que dejan prácticamente al descubierto el culo y apenas tapan su sexo, totalmente depilado, tal y como puedo observar y ella me indica.

Me depilé ayer, así sólo tengo que repasarme un poco para ir de puente. A Julio le encanta comerse mi coño en la playa. Somos un poco exhibicionistas los dos. No conocía yo esta tienda. Me gusta. Dime qué te parece esta camiseta, ¿cómo me queda?

Y yo que sé, si sólo tengo ojos para el cuerpo casi desnudo de «la negra» mientras intento no abalanzarme sobre ella, tal y como me demanda la polla. ¡Qué buena está! ¡Qué excitante! No contesto, me quedo embobado recreándome en sus curvas.

Espalda sinuosa con un leve metido en la alta y estrecha cintura, sin gota de grasa, caderas altas redondeadas que prosiguen en un culo de buen tamaño para su delgado cuerpo, con nalgas fuertes y duras, con una fina raja, muy oscura, que deja ver al final el amarronado ano, con su pequeña apretada roseta. Por delante, el levemente abombado estómago se continúa en un vientre liso que da paso al pubis —se ha quitado las braguitas azules como quien no quiere la cosa— rapado por completo. Los labios vaginales son anchos, del mismo oscuro color de sus pezones, y brillantes, como si estuvieran mojados. Los muslos son delgados, largos, fuertes, sujetos por piernas con los músculos muy marcados, finamente esculpidas. Y la piel de todo el cuerpo siempre de un atractivo color canela, uniforme, perfecta —sin marcas de biquini, por supuesto— que sólo se consigue por la propia genética y con muchas horas de tomar el sol o los rayos UVA.

¿No te gusta esta de tirantes?

Voy a contestar cualquier cosa cuando a mi lado oigo hablar con una entonación dura, chirriante, de tono cortante y, desde luego, un inconfundible acento chino al hablar en español.

Tú guapa, mucho guapa, camiseta queda bien para ti. Yo llamo Liang, tienda mía. Venir otro probador más grande, mejor. Vamos

Casi sin darnos cuenta nos conduce hacia un ascensor —Marga se ha medio tapado el cuerpo con el vestido, sin llegar a ponérselo, enseña el culo con total naturalidad hablando de la ropa con la dueña de la tienda— situado junto a los probadores, que lleva a la planta de abajo, en donde está ubicada la gran sección de lencería femenina, bañadores, y una buena muestra de ropa interior masculina, que, parece ser, tiene gran demanda entre homosexuales, parte importante de la clientela de la tienda.

Una puerta da acceso a lo que parece un despacho grande, con mobiliario moderno, que tiene cubiertas las paredes por varios espejos de gran tamaño, y en el extremo más ancho, alejado de una ventana alta que debe dar a un patio interior, cubierta con una cortina oscura, hay una mesa baja de recia madera, un butacón, una silla de alto respaldo recto y un gran sofá de cuero marrón.

Tú sentar, tú probar ropa. ¿Tú y tú, mujer y marido? Pareja buena, mucho buena

Con la eficacia de la experiencia, Liang realmente nos ordena lo que debemos hacer, mientras que la callada dependienta ha traído más de una docena de vestidos, camisetas y, a instancias de Marga, un gran número de braguitas de biquini —es lo único que a veces me pongo, jamás uso sujetador, ni en la ciudad ni en la playa, y casi nunca braguita, pero cuando me bajo al moro… allí hay lugares en los que no puedo estar completamente desnuda— de todos los colores, cada cual más pequeña y atrevida.

Me he sentado en un extremo del sofá dispuesto a disfrutar del espectáculo, que comienza en el mismo momento en el que Margarita va eligiendo prendas de ropa que Liang le va pasando y ayudando a ponerse y quitarse. La dependienta ha desaparecido discretamente.

No me he fijado hasta ahora en la mujer china, pero le calculo unos cuarenta o cuarenta y cinco años, como mucho, más bien alta —le saca la cabeza a Marga— delgada, pero ancha y fuerte, con abundante cabello liso, de color castaño claro teñido con mechas de tono rojizo, peinado con mucho volumen en media melena hasta los hombros, con raya en medio. No sé cuáles son los cánones de belleza china, pero Liang tiene un rostro agradable, redondeado —me resulta atractivo a pesar de su expresión de seriedad— con ojos grandes, oscuros, brillantes, apenas rasgados, nariz pequeña y ancha, y una boca grande de labios gruesos, también rectos, de un color marrón claro.

Va vestida con pantalones vaqueros y una amplia blusa blanca, suelta, con escote en uve, que cuando se agacha para ayudar a vestirse y desvestirse a Marga me permite ver que tiene tetas más bien grandes contenidas por un sujetador blanco nada sexy. El ajustado pantalón se adapta perfectamente a unas caderas redondeadas que albergan un culo alto, ancho, quizás un poco demasiado grande. Está buena la china, que demuestra un punto de coquetería en los altos finos tacones de sus zapatos negros de ante. No estaría nada mal verla desnuda.

Por cierto, no sé si es bollera, pero se está dando el lote con el cuerpo de Marga, sin parar, de manera discreta, con simpatía, tranquilamente, hablando como si tal cosa, pero ayudándole a ponerse y quitarse la ropa le toca tetas, culo, sexo, piernas… deteniéndose siempre un segundo más de lo necesario, moviendo levemente los dedos, sin que casi se note, pero sin pausa. Parece un pulpo. Qué envidia, joder, y qué polla tengo. Estoy palote a tope.

Yo traigo más camisetas, tú ayuda mujer tuya. Vosotros solos aquí, podéis hacer todo

Me levanto del sofá, me acerco a una sonriente Marga que pone una mueca de cachondeo en el rostro al mirar la tienda de campaña de mis pantalones, y poso mis manos en su desnudo culo unas décimas de segundo antes de que ella lo haga en mi paquete hinchado, abultado bajo el pantalón.

La china me ha puesto muy cachonda con tanta caricia disimulada. Tiene práctica en meter mano, se nota. Y tú tampoco vas mal de calentón. Déjame ver

Me ayuda a desvestirme con rapidez. Se ríe cuando le cuesta trabajo bajar el vaquero al tropezar con mi erección, pero en pocos segundos me tiene completamente desnudo. Acaricia suavemente la crecida polla —ya sabía yo que la naturaleza te ha dotado muy bien— mientras que con la otra mano toca, aprieta y amasa mi culo.

Qué culito más duro. Estás muy bueno. Vamos al sofá

Ni un beso ni un gesto especialmente cariñoso por parte de ninguno de los dos, sólo urgentes ganas de satisfacernos sexualmente.

En el sofá estoy sentado medio tumbado, con la espalda apoyada en uno de los grandes reposabrazos y las piernas estiradas sobre el asiento. Margarita se sube encima, casi gateando pone cada una de sus rodillas a un lado de mis caderas, lo que le obliga a abrirse mucho de piernas, coge mi polla con la mano derecha y la restriega arriba y abajo por los empapados labios vaginales.

Cómo me gusta, qué dura, qué tamaño

Se detiene, me mira sonriente con los ojos húmedos, opacos, como si tuviera su mirada muy lejos de mí. Lleva ya unos segundos respirando con fuerza, de manera ronca y sonora, con la boca muy abierta y las aletas de la nariz moviéndose imperceptiblemente. Gira levemente la cabeza, levanta un poco el cuerpo con un suave movimiento de talle y lleva mi polla hacia la entrada de su coño.

Hace muchas semanas que no me meten una polla

Lentamente, bajando el pubis casi a cámara lenta hasta meterse la tranca entera en su mojado chocho. Inmediatamente vuelve a subir, ahora más deprisa, y baja de nuevo para quedarse quieta durante unos instantes. Hostia, qué bueno es. Caliente, empapado, acogedor, apretadito, haciéndome sentir las paredes vaginales comprimiendo el total de mis rectos veinte centímetros y medio de largo por casi cinco de ancho, algo más grueso el redondeado capullo. Mola metérsela a Marga.

Qué necesitada estoy, Edu. Me hace falta

No digo nada, intento ayudar en la lenta follada que ella ha comenzado moviendo mi pelvis hacia arriba y abajo, pero me pide que pare.

Tócame las tetas, párate en los pezones, cógelos con los dedos, aprieta, estira, pero no me hagas daño

Llevamos ya varios minutos de lenta y profunda follada llevando toda la iniciativa Marga, cuando me doy cuenta de que Liang está mirándonos sentada en el butacón situado a nuestra izquierda a poco más de dos metros. Ni me he enterado de que volvía a entrar en el despacho. Con los pantalones y bragas bajados hasta los tobillos, se está tocando el clítoris con una de sus manos, lentamente, con dos o tres dedos, prácticamente al mismo ritmo que mantiene Marga en nuestro metisaca. Tiene una densa mata de vello púbico que lleva sin arreglar, del mismo color que su cabello. Se ha quitado la blusa blanca que llevaba puesta y luce dos tetas grandes, altas, bastante juntas, duras, casi completamente circulares, aplastadas —no puedo evitar pensar que parecen dos perfectas tortillas de patatas— con dos largos finos pezones de un suave color beige, situados en el centro de pequeñas areolas sin forma, del mismo color, que contrastan con el blanco níveo —excesivo para mí gusto— de la piel de todo su cuerpo. Se toca las tetas y aprieta sus pezones igual que hago con Margarita, como si repitiera, más o menos, los mismos movimientos.

De repente, Marga ha comenzado a subir y bajar a lo largo de mi tranca con más velocidad, imponiendo un ritmo de follada cojonudo, apretándome de manera muy excitante, como si las paredes de su vagina fueran una mano, suave y dura, capaz de hacerme una paja maravillosa. El recorrido de la follada es largo, aunque en ningún momento saca mi polla de dentro por completo, y llega con su pubis a tocar el mío. Me va faltando poco para llegar a correrme.

Marga está con los ojos cerrados, respirando con mucha fuerza, la boca abierta, como si le costara llevar aire a sus pulmones. Ya hace un par de minutos que dejé de tocar sus tetas y mis manos están posadas agarrando con fuerza las nalgas, acompañando el perfecto sube y baja que no para ni un segundo.

Miro hacia Liang, veo que se ha introducido en el coño un consolador de buen tamaño, de color carne, con la tranca simulando las venas hinchadas de una polla de verdad, con un glande acampanado muy grueso. La mano derecha hace entrar y salir la polla de silicona a un ritmo alto, mientras que la mano izquierda está ocupándose del clítoris a más velocidad todavía. No deja de observarnos sin perderse detalle de nuestro polvo, los ojos muy abiertos, tremendamente concentrada en lo que hacemos y en el pajote que se está cascando.

Sí… qué bueno, sííí… qué rico, sííííííí

Me sorprenden los tres o cuatro cortos gritos que da Marga al llegar al clímax, como si los tuviera retenidos desde hace mucho tiempo, como breves bramidos de placer que estaban deseando salir fuera de su cuerpo tenso, convulso, durante muchos segundos en los que permanece quieta, inmóvil, sujeta a mis piernas con sus dos manos, con los ojos cerrados, apretados, la boca muy abierta… y el interior del coño con una serie de espasmos y contracciones que aprietan y pellizcan mi polla entera. No puedo aguantar. Me corro muy, muy a gusto, de manera profunda, sentida, lanzando media docena de chorros de semen en el chocho de la mujer, que sigue sin moverse, muy quieta, sonriéndome, con expresión de placidez, tranquilidad, relajación. La mía ha sido una corrida de puta madre.

No sé lo que pueda estar diciendo en chino Liang, en voz muy baja, mientras que, con los ojos cerrados, muy apretados, no para de correrse durante lo que me parece mucho tiempo, con altibajos, sin dejar de menearse el clítoris y con la polla de silicona dentro del coño, pero sin moverla. Termina dando un bufido muy fuerte, como si se enfadara por terminar su orgasmo.

Mucho largo el gusto, bueno, mucho. Tú y tú venís más veces por tienda, sí. Yo espero

Tras subirse bragas y pantalones, Liang le ha dado un beso a Marga en los labios, suave, como de agradecimiento. Después hace lo mismo conmigo. Nos señala una puerta situada tras una cortina de terciopelo oscuro, ahí hay un cuarto de aseo con un gran plato de ducha. Entramos juntos Marga y yo.

Bajo el chorro de la ducha, mientras nos enjabonamos, sonreímos satisfechos y contentos.

Está muy bien la tienda. ¿Ya has venido más veces?

—Es la primera vez, por suerte ha sido contigo

Nos damos un beso cariñoso, un piquito, y noto un puntazo en los huevos y la polla, como si fuera a ponerme a tono de nuevo. Nunca he tenido problemas para repetir, tras dejar pasar un tiempo prudencial no demasiado largo, mi polla suele tener una nueva erección apta para follar en cualquier momento, siempre y cuando la mujer me excite, como es el caso. Empiezo a pasar mis manos llenas de espuma de jabón por el cuerpo de Margarita.

Vaya, vaya, ¿juguetón otra vez?

Para qué hablar. Le doy la vuelta, mis manos se apoderan de las tetas, las masajeo suavemente varias veces, me detengo en sus pezones unos instantes, y tras un par de intentos fallidos que nos hace reír a los dos penetro el coño de Marga, que se sujeta en la pared de la ducha con las dos manos y los brazos estirados, doblada por la cintura lo suficiente para que los dos estemos cómodos.

Rápidamente he comenzado a follar con ritmo veloz. No sé, es de esas veces que desde el primer momento buscas tu orgasmo a tope, sin más, adelante y atrás, sintiendo la polla en plena efervescencia, sin pensar en nada distinto a lograr la propia corrida, sólo atento a las propias sensaciones, al ruido de tambor provocado por mi pubis y los muslos contra las nalgas de la mujer, a la cojonuda suavidad oleosa de los jugos sexuales del chocho, a la pequeña molestia que supone esquivar el chorro de la ducha sobre la cara, a mi respiración agitada, sonora como una cafetera exprés, al ronco sonido que emite Marga, que acompaña perfectamente mi movimiento, tremendamente concentrada en la follada, los ojos cerrados y quejándose levemente de vez en cuando…

Ah, qué bueno. Ahí va mi leche de hombre. Joder, qué bueno es follar con una tía como «la negra». De puta madre.

La dejo dentro del coño, venciendo el momentáneo sopor del orgasmo, noto que Marga se está masturbando, se acaricia velozmente el clítoris, y yo pongo de nuevo mis manos en sus tetas amasándolas sin demasiada fuerza. En menos de un par de minutos se corre, se queda completamente quieta, lanza varios cortos gritos roncos y se desmadeja, de manera que la tengo que sujetar para que no se caiga.

Sonreímos, terminamos de ducharnos, nos vestimos, supongo que ambos con expresión tontorrona en la cara. Vamos un poco a cámara lenta, como si hubiésemos estado fumando hachís o follando o las dos cosas a la vez. En la caja de la planta superior paga Margarita varias camisetas y bragas de biquini. Liang ha desaparecido.

Marga para el primer taxi que pasa —es una viciosa de los cómodos, como les llama— me da un beso en los labios y se despide diciendo: me ha gustado mucho. Repetiremos pronto, espero.

Me voy a tomar copas por el barrio. Hay días que merecen la pena, no todos son malos. A ver si coincido con Pedro y le agradezco con un copazo que me hablara de la tienda.

Estaba un poco equivocado con lo de que cualquier tío contaría que se había tirado a Marga. Yo no he contado nada, y para mi sorpresa, creo que ella tampoco.

Desde la primera tarde de comienzos del verano en la que estuvimos follando en la tienda china, Margarita y yo hemos quedado once veces, las llevo bien contadas, bien sentidas y satisfactoriamente recordadas, porque me he corrido cojonudamente todas ellas. Casi siempre en mi casa, aunque hemos ido a ver a Liang en cuatro ocasiones, quien nos recibe con muestras de agrado. Nos lleva directamente al despacho de la planta baja y se sienta cerca para mirarnos sin perderse detalle y poder masturbarse tal y como le gusta.

Una de las veces que Marga y yo quedamos, tras volver ella de pasar un fin de semana en Málaga con el marido, la noto un poco desanimada, baja de moral, mustia, como ella dice. Ante una copa y sin sexo de por medio, como simples amigos que hablan y se hacen confidencias, me cuenta lo que le sucede.

Julio es encantador, mutuamente nos necesitamos, nos seguimos queriendo, pero desde hace algún tiempo no quiere sexo conmigo

¿Y eso?

—Tiene un rollo con un joven marroquí, hijo de un importante joyero de Marrakech, cliente suyo, que ahora está estudiando en la universidad de Málaga. A mí no me importa que tenga sexo con el joven, es más, me excito mucho cuando los veo follar, pero no me pide nada de nada, y eso me entristece, me hace sentirme vieja, como si no sirviera para darle placer. Sé que me quiere, pero me siento como una mujer repudiada o despreciada

—No exageres, una mujer como tú no se convierte en no deseable de la mañana a la noche, simplemente ahora tiene otros estímulos

—Desde siempre Julio ha sido bisexual. Hemos tenido tríos y nos hemos montado buenos numeritos por los hoteles y playas nudistas de España, Francia, Portugal, y por mucho que le pusiera un tío, siempre me ha follado, me ha dado placer y me ha pedido que se lo diera, pero ahora, en los tres días que he estado en Málaga ni siquiera me ha comido el coño ni me ha pedido una mamada

Sentados en el gran sofá que tengo situado a un costado de la puerta acristalada de la terraza  —es el ático del edificio en el que vivo, no demasiado grande, pero con una terraza impresionante, con vistas increíbles, y que en verano es donde hago mi vida, tomando el sol e incluso durmiendo por las noches— bebiendo ya una segunda copa, estamos bastante juntos, ella tiene su mano izquierda sobre uno de mis muslos, yo tengo enlazada su cintura con el brazo derecho y me estoy poniendo ciego dándome una ración de vista de sus tetas, desde arriba, sin obstáculo alguno y con la polla pidiéndome atenciones urgentes.

Marga, a mí me pones como un verraco con lo buena que estás y las ganas que te tengo, ya lo sabes

—Menos mal, ya creía que estaba gafada y a ti tampoco te gustaba

Un beso en los labios da paso a otro en la boca —se puede decir que esto es una novedad, hemos empezado a besarnos después de haber quedado para follar ya varias veces— suave, tranquilo, que enseguida pasa a ser apasionado, de tornillo, con lucha de lenguas incluida, recorriéndonos la boca entera y abrazándonos al mismo tiempo, apretándonos y utilizando las manos para acariciarnos sin ninguna timidez, buscando ella mi paquete y yo su culo.

Me detengo porque quiero que estemos desnudos. Qué alegría da ver a esta mujer sin nada de ropa. Mi polla parece moverse hacia delante, como husmeando los olores de su ya mojado coño.

Quiero mamar tu polla un largo rato y después me das gusto comiéndome el coño, lo necesito. Si me la quieres meter, después hacemos lo que quieras

Palabras maravillosas en mis oídos y en mi polla.

No es de mucho hablar Marga en los momentos de sexo, más bien le gusta oír que le digan lo buena que está y las ganas que provoca de metérsela hasta por la nariz, pero hoy quizás quiere excitarme más de la cuenta o siente necesidad de hablar para auto hacerse valer, o yo que sé, el caso es que al mismo tiempo que acaricia muy suavemente la tranca de mi polla con las yemas de los dedos de las dos manos, arriba y abajo, continúa hablando, lentamente, en voz baja, con un excitante tono ronco, susurrante, sobre la mamada que me va a hacer:

Después de ponerla tiesa y dura con los dedos la voy a lamer para dejarla bien suave, empapada de saliva. Te voy a castigar el capullo con lengua, labios y dientes, antes de ponerla entre mis labios para chupártela muy lentamente, metiéndola y sacándola poquito a poco, cada vez más dentro de la boca, hasta que toques mi garganta con la punta, y si todavía no te has corrido, te la voy a mamar sin parar, sin manos, que van a estar ocupadas acariciando y apretando tus huevos y paseando por el caminito hasta el agujero del culo, en donde voy a empujar y a penetrar un poco o mucho, según me apetezca, hasta que tu caliente leche de hombre se descargue en mi boca. Después, te voy a enseñar el semen retenido por la lengua, como una cuchara, para que me des un beso blanco, si te gusta, o para tragarlo de un sorbo, cuanto más mejor. Mientras te recuperas, te voy a limpiar la polla entera con la punta de la lengua, muy suavemente, hasta que estés listo para comerte mi coño

No miente, no, me está haciendo la mejor mamada de toda mi vida. He perdido la noción del tiempo, pero cuando eyaculo lanzando chorros de semen como si fuera una central lechera, soy consciente de que puede que hasta ahora no hubiera conocido una mamada de verdad. Cuando Marga me ofrece su boca llena de mi leche de hombre no lo dudo. Nos damos un beso verdaderamente guarro, tragando los dos el semen sin dejar de besarnos durante un buen rato, tratando que las risas que nos asaltan no echen ni una gota fuera.

Han pasado varios minutos. Margarita ha tomado varios tragos de su bebida mientras me cuesta recuperarme. Ha sido un orgasmo muy intenso, largo, cojonudo, pero no puedo adormilarme, le debo lo suyo.

Estoy arrodillado en el suelo mientras Marga está tumbada boca arriba en el gran alto colchón que pongo en ocasiones, como ahora, en el suelo de la terraza, con las piernas muy abiertas y mis brazos por debajo de sus muslos, de manera que su sexo queda completamente a disposición de mi boca, que tengo casi enterrada en el coño, lamiendo, comiendo, mamando sus abundantes oleosos jugos sexuales, que me empapan toda la cara. Mis manos llegan sin problema alguno a las tetas, que amaso, acaricio y aprieto, en especial los pezones. He pasado varios minutos ensalivándole el clítoris, oyendo su ronca respiración, además de algunos sobresaltados gritos de excitación, que lanza cada vez que me pongo a mamarle el clítoris con más intensidad, logrando que intente acercarme el chocho todavía más y moviendo las caderas adelante y atrás, restregándome todo el coño por la cara, incluso dándome golpecitos continuados con su pubis. Durante todo este rato se tapa los ojos y parte de la cara con uno de sus brazos, y aunque habla en voz muy baja puedo entender algunas frases que dice para sí de manera ronca, entrecortada:

Sí, maricón, sigue, no pares. ¿Tu morito sabe darte gusto como yo? Cerdo, cabrón, sigue, sigue

Mi lengua empieza a cansarse, y en cualquier momento me voy a ahogar como siga tragando tal cantidad de jugos del coño de Margarita mezclados con mí saliva, quien, de repente, me pone una mano en la cabeza, me la empuja hacia abajo, levanta el pubis, queda completamente quieta, tensa como una tabla durante varios largos segundos, los que tarda en lanzar un largo y ronco grito, no muy alto, pero que me da idea de que su orgasmo es duradero y profundo.

Ya, para, no quiero más

Me detengo ya al borde de tener calambres en la lengua, quedamos los dos tumbados en el colchón intentando recuperar el resuello, ni un beso, ni una palabra, nos dormimos.

►Fin de la 1ª parte

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