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Anda que

en Confesiones

Anda que…

¿Mi mujer es lesbiana porque le gustan las mujeres?

Nunca me he considerado especialmente celoso, pero desde hace unos meses miro con desconfianza y un cierto mosqueo algunas de las actuaciones de Patricia, mi esposa. Paty es una guapa mujer morena de cuarenta y dos años —dos más tengo yo— que, la verdad sea dicha, está muy buena. Alta, delgada, elegante, con curvas bien puestas… a su paso no deja indiferentes a los hombres, que con más o menos disimulo, miran su cuerpo y su bonita cara.

A medias con su amiga Consuelo —se conocen desde niñas— llevan adelante con bastante éxito una empresa especializada en decoración de todo tipo de eventos: bodas, puestas de largo, cumpleaños, estrenos de películas, congresos políticos, reuniones de empresas, fiestas de cualquier índole, ferias comerciales, inauguraciones de locales… Si hay algo que decorar de manera elegante, moderna o clásica, original, funcional, ahí están Paty, Chelo y sus empleados, entre dos y diez personas, en función de la magnitud del trabajo a realizar. Viajan a menudo por toda España y algunas ciudades de Portugal y Marruecos, allí en dónde les requieren, y la verdad es que tienen éxito, les va bastante bien.

Paty y yo hemos tenido sexo a menudo desde que nos conocemos. Me considero un hombre caliente, y mi mujer me ha seguido el ritmo sin quejas ni malos rollos, sino muy al contrario, siempre dispuesta a gozar y a darme placer. Por ahí empiezan mis dudas actuales. Hace meses que Paty no tiene las mismas ganas de follar que antes tenía, en ocasiones me dice que no, que está cansada, otras veces no pone el interés de siempre, para ella se convierte en un trámite obligado para que yo me corra, sin su total colaboración o poniendo poco de su parte.

Si le pregunto me contesta que no, que soy un exagerado, que son cosas mías, que el sexo lo hacemos como siempre —al oír esto comienza una parte importante de mi mosqueo— pero yo me siento sexualmente menos atendido por ella, y la veo distante, demasiado despreocupada del asunto del sexo.

Igual tiene un rollo, un amante o se ha cansado del sexo contigo o de tu manera de follar. Hay mujeres a las que se les pasan las ganas muy pronto según van cumpliendo años

Es lo que me dice María Jesús, compañera de trabajo, buena amiga y mi amante desde hace tres años, cuando se divorció de su marido porque con el paso de los años, el tipo demostró bastante más afición por follarse culos de hombres jóvenes que por el de ella. Como Paty viaja a menudo, Chusa y yo quedamos tres o cuatro veces al mes, en su casa, a media tarde, al salir del trabajo en la empresa multinacional del hardware en la que los dos trabajamos, ella como jefa de ventas de impresoras y consumibles asociados y yo como ingeniero industrial, jefe técnico del departamento de control de calidad.

No me haría ninguna gracia, no sólo porque esté follando por ahí, sino por lo que pueda significar

—Anda, tú llevas más de tres años follando conmigo, ¿eso sí le haría gracia a ella?

No contesto. La conversación tiene lugar al mismo tiempo que se la tengo metida a Chusa, y ya ha llegado el momento de incrementar el ritmo de la follada porque quiero correrme.

María Jesús es de mi misma edad, no muy alta, me llega a la nariz cuando lleva tacones, de cabello castaño rojizo que suele aclarar con mechas rubias de tonos distintos, siempre en una melena aleonada, con mucho volumen, levemente rizada, cuyo largo no deja pasar del final del cuello. No es una belleza, pero sí atractiva, sus grandes ojos de color suavemente marrón, brillantes, le confieren al rostro una expresividad especial —por cierto, cuando les da el sol, los ojos se le ponen de un precioso color caramelo, casi transparentes— complementándose con cejas del mismo tono que su cabello, una recta nariz romana y una boca de labios gruesos, chupones, de un bonito color rojo oscuro.

Tetas bastante grandes para su estatura, separadas, musculadas, que van ganando volumen y rotundidad según llegan al final, apuntando hacia abajo y hacia los lados con grandes gruesos pezones del color de sus labios, al igual que las areolas, casi difuminadas, sin forma definida. De natural delgada, su estómago levemente abombado contiene al final un llamativo ombligo, grande, achinado, que parece que te esté mirando guiñando un ojo.

Me gusta que deje crecer su vello púbico, más rojizo que el de la cabeza, de manera que suele llevar una mata densa, grande, de pelo rizado, crespo, que le sube hasta casi el ombligo y suele arreglar por los lados para que no le desborde demasiado de las bragas. Me encanta enterrar mi cara en esa selva que, rápidamente, se moja y se llega a poner pegajosa con sus abundantes jugos vaginales y mi propia saliva.

Chusa se excita mucho, llega a correrse con facilidad y rapidez cuando le como el coño, por dos motivos, primero y fundamentalmente, porque su clítoris es tremendamente sensible, de gran tamaño, de unos tres centímetros de largo, del ancho de uno de mis dedos, de color tostado, más claro que los labios vaginales y el capuchón, que son del mismo rojo amarronado que los pezones y los labios de la boca. Segundo, y no por ello menos excitante para ella, dice que hablo con su coño, que me comunico con su chocho cuando se lo estoy comiendo y digo algo o me pongo a hablar, lo que le provoca una especie de reverberación, una vibración en la entrada y en las paredes vaginales que le gusta y excita un montón. Vamos, que debo ser como una especie de vibrador parlante que con mi voz soy capaz de excitar el coño de María Jesús.

Piernas levemente musculadas, torneadas, muslos delgados pero fuertes, son quienes sujetan el bonito, atractivo y excitante culo de Chusa. Caderas anchas que emergen de una cintura alta y estrecha, rápidamente entroncan con las nalgas alargadas y anchas, conformando un culo alto, redondo, fuerte, separado por una raja estrecha, apretada, oscura, que se abre al final para mostrar una rugosa roseta circular que da entrada al apretado ano, del color marrón rojizo que le es característico.

Un elemento peculiar destacable de Chusa es su piel, tanto el cutis como el resto del cuerpo presentan una piel perfecta, de un color natural tostado, sin marcas, pecas ni señales que lo afeen. Además, en la nuca, bajo sus pechos, en los pliegues del codo, de las rodillas, y por supuesto, en las ingles y el sexo, la piel tiene un perfume propio que me encanta. No sé si será almizcle, aceite de almendras, vainilla, jazmín, menta de moro, bergamota, canela, palulú o cualquier olor que habitualmente asociamos con el sexo, pero es intenso, quizás demasiado en los momentos de mayor excitación sexual, pero me resulta tremendamente atractivo y colabora en ponerme más cachondo todavía. Comerle el coño, con ese clítoris que parece una polla en miniatura, la emisión masiva de líquidos sexuales, el perfume excitante… y su agradecida respuesta cuando hablo, es, verdaderamente, todo un placer, al que se le puede añadir la facilidad de la mujer para correrse cuando me entretengo en mamar y comerle su gran clítoris. María Jesús, en todos los sentidos, es un verdadero animal sexual, le gusta el sexo —en todo momento, en todo lugar, de todas las maneras, en todas las posturas— recibir y dar placer, le gusta hablar de ello —lo que más me gusta es el sexo oral, o sea, hablar de sexo— y es una parte importante de su vida que comparte conmigo y con nadie más, según ella. Creo que es cierto.

Me gusta hacérselo puesta a cuatro patas, de manera que su culo fabuloso queda maravillosamente evidente, haciéndose patente en su total tamaño y volumen. Qué maravilla. Ahora mismo le tengo metida la polla en el coño, dándole un metisaca rápido y profundo, constante, a la búsqueda del orgasmo de ambos, que ya no va a tardar.

La provocadora postura de la mujer —su reflejo en el gran espejo de pared que queda a nuestra izquierda me encanta, en especial ver sus tetas colgando hacia los lados, moviéndose levemente a derecha e izquierda, adelante y atrás, la expresión de su rostro, en el que claramente veo que está muy excitada y concentrada en buscar su orgasmo, con los ojos cerrados, la boca muy abierta, las paredes de la nariz aleteando en busca de aire— el ruido de la gran cama de madera de su dormitorio, el chop-chop provocado por el movimiento de mi polla en su encharcado coño, el golpeteo del pubis contra las nalgas y muslos de Chusa, la respiración jadeante de ambos, los grititos de excitación que en voz baja y ronca lanza la mujer, el maravilloso perfume que invade todo el dormitorio… Follar con María Jesús es cosa seria, es cojonudo. 

Un alto, ronco y corto grito indica que Chusa ha llegado al orgasmo. Durante muchos, muchos segundos, la mujer parece quejarse con un largo ayayay que sube y baja el volumen al mismo ritmo que la intensidad de los espasmos vaginales que aprietan, sueltan y vuelven a coger mi polla como si fuera un excitante masaje digital que me lleva a correrme sin remisión. Ahí va mi lechada, cinco, seis, siete disparos de blanco semen que parecen salir desde lo más profundo de mi columna vertebral, pasan por la próstata y los testículos haciéndose notar, salen de mi polla con fuerza, haciéndome gozar de manera sentida y profunda. ¡Qué bueno!

Quedamos los dos tumbados en la cama, amodorrados, respirando cada vez más suavemente, recuperando el resuello tras el desgaste físico de la follada. Si no tuviera a María Jesús no sé cómo me las iba a apañar sin tener que matarme a pajas dados los muchos días que mi mujer no está en Madrid o no quiere nada de sexo. El asunto ya me preocupa.

Ha vuelto Patricia de un viaje de trabajo a Tánger, en donde ha estado cinco días. Estoy deseando follar con ella, y se lo dejo claro con los habituales gestos de pareja, con ese lenguaje no verbal que compartimos desde que nos conocemos, al igual que todas las parejas del mundo. En los primeros momentos se hace la distraída, como si no lo entendiera o no quisiera, pero mi insistencia le hace ceder a mis ganas, sonríe, nos besamos muy suavemente la primera vez, e inmediatamente nos damos un muerdo de deseo, de necesidad, mientras comenzamos a desnudarnos.

Desnuda, Paty me parece una diosa moderna. Tan guapa, con el contraste de su pelo negro — siempre corto sin apenas flequillo y raya mínima en el lado izquierdo— los grandes ojos oscuros bajo las negras cejas, perfectamente dibujadas, los labios finos, conformando una boca levemente acorazonada, con la piel apenas tostada, de un suave color amarronado, canela, que todo el año mantiene tomando el sol o los rayos UVA, sin marcas de sujetador o bragas. Alta, delgada y musculada, su cuerpo da sensación de agilidad, lozanía, fuerza, elasticidad… Completamente depilada con láser, la piel se hace más evidente todavía, como un maravilloso adorno que hace destacar sus bonitos redondeados hombros, de los que parecen descolgarse dos tetas no muy grandes —me caben, más o menos, en las manos, y en ocasiones las intento meter enteras en mi boca— altas, separadas, picudas, con pequeños pezones redondos sin apenas areolas, de un color levemente más oscuro que su piel. Su sexo se puede decir que es obsceno de lo desnudo y evidente que se ve al estar sin vello, de labios abombados, gruesos, brillantes, también del color de los pezones. El culo es lo más parecido a un maravilloso melocotón redondeado, alto, fuerte, de tamaño perfecto, separadas las nalgas por una estrechísima apretada raja, en cuyo final se evidencian la pequeña roseta de entrada al ano y la parte final de los labios vaginales. Toda una excitante visión, de la que también forman parte las piernas de Patricia, que deberían figurar el algún museo de la perfección: largas, esculpidas más que torneadas, fuertes, de muslos finos y musculados. Nunca he tenido un ideal del cuerpo femenino —siempre he pensado que cada mujer tiene su cuerpo y soy yo quien se debe adaptar y gozar de la anatomía de cada una de ellas— pero para mí es Paty quien lo representaría.

Cuando tiene ganas, mi esposa es una experiencia sexual cojonuda. Hoy sí quiere follar, y está muy excitada, así que apenas hay preámbulos. Tras apenas unos besos y unos tocamientos en sus pechos, llama mi atención.

Fóllame ya, vamos

Está muy mojada, se pone a cuatro patas sobre el asiento del sofá —me conoce perfectamente y se sabe mis gustos como el abecedario— con mucha urgencia, de manera que acerco mi polla bien tiesa y dura a la entrada de su coño, empujo, entro con total facilidad, como siempre, escucho un leve quejido de la hembra, de excitación, no de protesta, e inmediatamente paso a follármela con un ritmo constante, fuerte, intentando que sea lo más profundo posible, algo que le encanta. Desde el primer momento mueve el cuerpo adelante y atrás, suavemente, acoplándose a la velocidad de mi metisaca, sin sacar la polla, intentando que sea cada vez más rápido, bien agarrado a las caderas de Paty, notando como aumentan los jadeos de su ronca respiración, el volumen de sus leves gemidos y los muchos jugos sexuales que suelta.

Un corto grito en voz muy alta es la señal desencadenante de su largo orgasmo, que se acompaña de suaves cortos gemidos y leves grititos todo el tiempo durante el que se está corriendo. Mi polla nota claramente los espasmos vaginales, y aunque tengo ganas de correrme, no lo consigo, dado que Paty se echa hacia delante sacando mi polla de su coño y quedando totalmente fuera de juego medio tumbada en el sofá —menos mal que nos hemos acordado de poner un par de grandes toallas de baño— tratando de recuperar la respiración y de normalizar el agitado sube y baja de su pecho.

Tarda al menos un par de minutos en recuperarse, me sonríe viendo como me acaricio muy suavemente la tiesa y dura polla esperando acontecimientos, acerca su boca a la mía para darme un leve beso —voy a darte lo que te gusta, corazón— y tras sentarse erguida en el sofá, coge mi rabo con su mano derecha y comienza a menearlo con suficiente ritmo y fuerza como para que sea un buen pajote. De repente se detiene, se la mete en la boca, tras lamer el capullo media docena de veces impregnándolo de saliva me sorprende —ya hace bastante desde la última vez— y me come la polla a buen ritmo, hasta quedar centrada en el glande, usando los labios y la boca entera, con ganas, bien dispuesta a la faena. Qué sensación más cojonuda, con qué ganas eyaculo y lanzo varios disparos de semen dentro de su boca, que no escupe como hace habitualmente, sino que me lo enseña recogido en su lengua, después lo traga todo —sonriendo y mirándome a los ojos— y tras lamer muy suavemente mi capullo con la punta de la lengua, me besa guarramente con el olor y el sabor de mi semen, y se levanta para ir al cuarto de baño. ¡De puta madre!

Coincido con Chelo, la socia y amiga de Patricia, en un moderno gran hotel cercano al aeropuerto, en un evento de una importante agencia publicitaria con la que trabaja mi empresa. Se han encargado ellas de la decoración. Paty ha salido ayer con prisas hacia Zaragoza, a la celebración este fin de semana de la boda de un político de alto rango.

Nos saludamos amistosa y cariñosamente —siempre nos hemos llevado muy bien, con confianza y buen feeling entre nosotros, no nos vemos a menudo, pero ambos nos consideramos buenos amigos— y quedamos al terminar la jornada para tomar una copa en un local de la planta baja del hotel.

Risas, bromas, comentarios sobre conocidos, anécdotas y —no puedo evitarlo tras tres gintonics— creo que es la oportunidad y el momento de preguntarle a una persona amiga por lo que me preocupa.

Chelo, ¿qué pasa con Paty?

No muestra sorpresa alguna por la pregunta. Me parece que duda antes de contestar, pero sé que no me va a mentir.

Es a ella a quién debes preguntar. Ya me ha comentado que echas de menos una distinta conducta sexual por su parte, pero me parece que no te la puede dar. No, no es porque tenga un amante, pero es ella quien tiene que contártelo, no yo

Me alarmo dudando qué pueda ser. Chelo tiene que tranquilizarme acerca de que no se trata de ninguna enfermedad ni nada de ese estilo, así que durante un buen rato seguimos hablando y tomando copas.

—Yo dejo el coche aparcado y voy a coger habitación en el hotel, llevamos demasiados gintonics. ¿Quieres venir conmigo?

Por supuesto que quiero, además, me parece que necesito estar con una mujer con la que me siento muy a gusto.

Nada más cerrar la puerta de la habitación nos hemos besado suavemente en los labios, con cariño más que deseo durante unos segundos, pero enseguida damos paso a la pasión del impulso sexual, y sin dejar de mantener una guarra y ensalivada lucha de lenguas dentro de nuestras bocas, nos vamos desnudando desordenada pero eficazmente.

Consuelo —Chelo para casi todos, Lita para sus muy íntimos— me ha cogido la polla con la mano derecha nada más liberarla del eslip, se pega a mi cuerpo, me pasa el brazo izquierdo por el hombro para apretarse más aún y besa mi boca, de nuevo guarramente, con intensidad y pasión.

—Qué bueno estás, cabronazo, que ganas te tengo desde siempre

Me empuja suavemente para dirigirme hacia la cama, hace un gesto para que no me tumbe ni me siente, sonríe, mueve su melena con la mano mientras me mira, de nuevo, de arriba hacia abajo. Ágilmente se pone en cuclillas, sentada sobre sus talones. Con su mano izquierda toca, sopesa y aprieta levemente mis testículos, varias veces, mientras que con la mano derecha coge la crecida polla, le da varios ensalivados lametones al glande y como en un arranque incontrolado, se la mete en la boca, lo más dentro posible, una, dos, varias veces, hasta que consigue posar sus labios en el pubis con mi polla entera dentro.

Me parece que tiene su mérito, veintidós rectos centímetros de largo por cinco de ancho, con un capullo levemente puntiagudo un par de centímetros más ancho. Quizás no sea una polla de las de actor porno, pero pocas se la han metido entera en la boca y muy pocas son las que no se han quejado cuando las he sodomizado.

Tantas veces me ha hablado tu mujer del pollón que tienes…

Lita me parece un bombonazo, hay que fijarse bien porque es discreta vistiendo, tiene un cierto aire intelectual propiciado porque usa gafas en todo momento y no deslumbra físicamente a la primera mirada, pero es una tía buena, camera, camera, que diríamos en mi barrio de toda la vida. Es una mujer de poco más de cuarenta años de muy buen ver.

De estatura media, delgada, pero ancha y fuerte, le gusta llevar su fino y liso cabello castaño oscuro en una melena que llega hasta poco más abajo de sus fuertes redondeados hombros. Con raya en medio, tapando sus orejas —las tiene de soplillo, un poco despegadas de la cabeza— enmarcan un rostro más bien alargado en donde destacan unos bonitos grandes ojazos de color azul muy claro y la boca, grande, de labios gordezuelos, de tono marrón oscuro. Siempre con expresión seria en su rostro, probablemente influyan las gafas omnipresentes, cuando ríe luce una blanquísima, brillante y perfecta dentadura que resulta muy atractiva.

Tetas medianamente grandes, altas, no demasiado juntas, sin canalillo, picudas, como si fueran grandes copas de Martini terminadas en pezones largos y finos, sonrosados, inmersos en una mínima areola del mismo color, en donde se aprecian varios pelos largos, del mismo color castaño que su cabello. A mí me excitan las tetas que tienen algún vello alrededor de los pezones, me gusta poder sentirlos al mamarlas.

Su recta y ancha espalda termina en una cintura alta de la que emergen caderas grandes que engloban nalgas anchas, grandes, conformando un culo redondeado, alto y duro, con una raja rosada, fina y apretada, que parece esconder la redonda roseta de entrada al ano, del mismo color levemente rosa.

A su estómago abombado no le sobra ningún quilo, se continúa en un pubis plano en el que una pequeña y poco densa mata de vello castaño, muy rizado, deja entrever con facilidad su bonito sexo de tono rosa, de labios gruesos y abultados.

Piernas y muslos ligeramente musculados, quizás algo gruesos, fuertes, con una bonita piel acorde con todo el resto de su cuerpo. Está buena y ahora mismo mi polla la está deseando con todas las ganas del mundo a esta mujer.

Me he llevado una sorpresa. Al quitarse las gafas, Lita parece resplandecer, como si se volviera más guapa y atractiva, me he acercado y, de manera instintiva, he besado sus ojos con los párpados cerrados. Ha sido como si la mujer sufriera una descarga eléctrica, como si se hubieran multiplicado sus ganas de sexo.

Nunca he sabido la razón, pero si me besan los párpados y me los lamen, me pongo muy excitada, muy perra, perra de verdad

Bueno, por mí que no quede. Unas cuantas lamidas en sus párpados elevan la velocidad de la respiración, el nivel de los suaves jadeos que da Lita y un montón de risas por parte de ambos, porque yo también me estoy poniendo como un verraco.

Tumbada en la cama boca arriba, con las piernas bien abiertas, los pies bien asentados sobre la sábana, las rodillas en alto, las tetas sin desplazarse hacia los lados, bien picudas y tiesas, apuntando hacia arriba, Consuelo es todo un excitante espectáculo. Me acerco arrodillado hasta poner la polla a punto de penetrar su coño, con una pierna a cada lado del final de sus muslos.

—Sí, fóllame, me muero de ganas

Una frase así, dicha en voz baja, ronca, jadeante, es un regalo para mis oídos y para la polla, que parece cabecear levemente, a derecha e izquierda, hacia adelante, buscando la entrada de la cueva del gusto de la mujer. Me ayudo con la mano derecha, recorro arriba y abajo la raja y los empapados labios vaginales, cuatro, cinco veces, sin apretar demasiado con el glande, observando como Lita da suaves respingos, con la boca muy abierta, buscando el aire que le exige su agitada respiración, los ojos entrecerrados, las aletas de la nariz abriéndose cada vez más, las manos sudorosas agarrando la sábana.

Sin prisa pero sin pausa, empujando de manera constante, ahí va mi polla, entera, hasta el final. Tiene un chocho suave, caliente, muy mojado, verdaderamente acogedor, que parece abrazarse a mi tranca con fuerza, que comienza un agradable y excitante ejercicio de coger, soltar, volver a coger mi polla, en función del metisaca adelante y atrás que, primero lentamente, y poco a poco aumentando la velocidad, le doy durante muchos minutos, con las manos en el lateral de sus caderas, y poco después tumbado sobre su cuerpo, pasando mis brazos por su espalda para abrazarla, para sujetar su cuerpo y empujar más rápido, más fuerte, más profundamente.

Me noto muy excitado, con ganas de darle un polvo de puta madre al mismo tiempo que busco mi placer, y en ello estoy, mejor dicho, estamos, porque Chelo me tiene abrazado con brazos y piernas, empujando al mismo ritmo que yo le marco, ayudándose de los talones de sus pies para empujar mi culo hacia abajo, como si así mi polla lograra entrar un poco más dentro todavía…

El grito corto, ronco, en voz baja, que da en mi oído un buen rato después parece más un estertor que la señal de llegada al orgasmo, pero durante muchos segundos, muchos, mi polla no deja de sentir los espasmo vaginales de su corrida, notando como pellizcos que, unos más fuertes y otros más débiles, me llevan a correrme de manera muy sentida, profunda, tremendamente satisfactoria. Cojonudo, sí señor.

—Hacía mucho tiempo que no me corría vaginalmente, sin tocarme el clítoris. Bueno, hacía mucho tiempo que no estaba con un tío, llevo meses sin follar, me mato a pajas con mi fiel vibrador nórdico

—Yo pensaba que viajando tanto, sin estar comprometida sentimentalmente, con tantos hombres en los hoteles y muchos jóvenes que trabajan para vosotras, pues no tendrías problemas en tener sexo

—Los y las que trabajan para nosotras son todos demasiado sensibles, vamos, un exceso de homo y bollo, y en los hoteles hay demasiados buitres, muchos buscando dinero, con poder dormir y descansar tras masturbarme ya tengo suficiente

—Estoy muy preocupado por la situación con Paty. No me hubiera atrevido a follar contigo en condiciones normales, disculpa, no te estoy despreciando, pero necesitaba estar con una persona amiga a la que tengo cariño

—Lo sé, no te disculpes. Patricia sabe lo tuyo con María Jesús, se lo dijo su ex. Me lo ha contado y no le parece mal, al contrario, así que hace semanas, en broma, le pedí permiso para follar contigo, y me respondió totalmente en serio que no sólo no le importaba, sino que le parecía muy bien

No sé qué pensar, pero ha llegado el momento de hablar con mi mujer acerca de lo que esté pasando y, si así lo quiere, de mi conducta con Chusa.

Lita y Paty van a estar varios días en Portugal, en Esmoriz, pequeña ciudad turística cercana a Oporto, en un congreso que se celebra en paralelo en varias sedes para relanzar en los foros turísticos a esta playera ciudad, demasiado tranquila y familiar para lo que se estila en el ambiente turístico actual. Cojo algunos días de vacaciones que me deben en la empresa y me planto en el aeropuerto de Oporto tras poco más de una hora de vuelo, alquilo un coche con GPS y, por supuesto, me pierdo por el dédalo de carreteras y autovías de pago, públicas y privadas, del norte de Portugal. Ya se está haciendo de noche cuando, tras preguntar cuatro veces —qué difícil me resulta entender portugués— llego al hotel de Esmoriz en donde se aloja Patricia.

En la recepción localizan a mi esposa en uno de los bares de copas, les dejo la maleta y voy hacia el bar. En un primer momento prácticamente no veo a nadie en los discretos reservados, que sin apenas iluminación, están pegados a las paredes del pub, típicamente británico. Pido un gintonic —falta me hace, utilizan una ginebra inglesa fabulosa— y sentado en la barra recorro con la vista las distintas mesas intentando localizar a Paty. En una discreta esquina está sentada hablando con una despampanante pelirroja, me levanto y avanzo dos pasos hacia la mesa, me detengo en seco según Patricia y la mujer pelirroja acercan sus bocas para darse un besazo de muerte, largo y guarro, abrazándose suavemente, acariciándose el cuerpo con las manos. Vuelvo a la barra, sudoroso, algo avergonzado y como si me hubiera llevado un puñetazo en el estómago ¿Qué hago?

Miro discretamente varias veces, ambas mujeres siguen besándose de manera apasionada, se acarician por encima de la ropa con más intensidad según pasa el tiempo, apenas paran un segundo para beber de sus copas y es en ese momento cuando entra Chelo en el pub, inmediatamente me descubre en el rincón de la barra, le hago un gesto para que se acerque, y ante su cara de sorpresa, incredulidad o de no entender nada, hago que se siente a mi lado.

—No digas nada, no sabe que estoy aquí. No he sabido reaccionar cuando las he visto besarse y no sé qué hacer, pero creo que ya voy entendiendo la situación

—Es lo que no podía decirte. Desde hace un par de años Paty se acuesta con mujeres. Contigo folla de vez en cuando porque te sigue queriendo, pero las mujeres le gustan y hacerlo con ellas es lo que le da placer. Esa pelirroja es una concejala de Oporto, es quien nos ha contratado, está loquita por tu mujer

Patricia y su amante se levantan de la mesa, se dan un leve cariñoso beso en los labios y se marchan al interior del hotel cogidas de la mano, como dos amantes que no reparan en nada, sólo en sí mismas. Ni una mirada han lanzado a su alrededor, ni siquiera han visto a Chelo, y por supuesto, Paty no me ha descubierto. La expresión de su cara según se marcha es fiel reflejo de estar excitada sexualmente, al mismo tiempo que ilusionada. La conozco bien.

Al cuarto gintonic —no sé si he dicho ya que los preparan cojonudamente con una ginebra inglesa excelente— me empiezan a dar ganas de lloriqueary de compadecerme, Lita me dice que no puedo pasarme la noche en el pub, que mejor coja habitación y a lo largo del día siguiente hable con mi mujer. Me parece bien, pero no hay habitación libre y no creo que deba pedirle refugio a Patricia.

—Quédate conmigo, en mi habitación

Hago caso a Lita. En su habitación lo primero que hago en meterme en la ducha, necesito despejarme un poco, aunque no sé si realmente me apetece. El potente chorro de agua parece reanimarme y me queda claro que quiero follar.

Salgo desnudo, sin envolverme en la toalla, nada digo, pero sí me doy cuenta de que Lita no me quita ojo ni un momento, mejor dicho, no pierde de vista mi polla ni un segundo, como si tuviera imán para su mirada.

Eres un cabrón, quieres follarme a pesar del disgusto que te has llevado con Paty y te luces ante mí porque sabes que me gustas y me pones muy cachonda

Antes de poder contestar llega hasta mí desnuda ya por completo. Nos besamos con deseo y, rápidamente, echa mano a mi paquete, acaricia, aprieta, amasa mis huevos con las dos manos, con cierta fuerza en algún momento. Me cuesta lograr que suba un poco la cabeza para que nos demos un largo apasionado beso y, aunque no parece que le haga falta ponerse cachonda, no dejo de lamer sus párpados, lo que provoca en la mujer unos cuantos suaves gemidos de evidente excitación, acompañados de varias caricias un poco demasiado intensas en mis testículos.

Se arrodilla ante mí, con su mano izquierda sigue acariciando los huevos, con la mano derecha pasa a acariciarme el culo, y sin usar las manos, se mete la polla en la boca y comienza un movimiento de adelante-atrás para mamármela. Bien, me estoy poniendo palote de verdad.

Tras un buen rato durante el que Lita no ha dejado de respirar muy fuerte y de mostrarse como una excelente comepollas verdaderamente excitada, lo que quiero es meterle la polla hasta por las orejas, así que le cojo del pelo y tengo que tirar varias veces hacia arriba para que suelte la polla. La llevo hacia la gran cama y hago que se arrodille de manera que quede a cuatro patas, las piernas juntas, apoyando y humillando la cabeza sobre las sábanas, como a mí me gusta, dejando coño y culo totalmente a mi merced.

Ayudándome de la mano llevo la tiesa y dura polla hasta la entrada del coño. Entro de un único fuerte golpe de riñones e inmediatamente comienzo un rápido y profundo metisaca adelante y atrás, sin llegar a sacar la polla en ningún momento, tratando de llegar lo más profundamente posible y satisfaciéndome con los gemidos y grititos de la mujer, que se imponen por muy poco al ruido de la cama metálica, al chop-chop de sus abundantes líquidos sexuales y a nuestras respiraciones ya jadeantes. Quiero más.

Se la saco, no sin quejas por su parte, acerco la punta del capullo a la apretada roseta de entrada al culo, y sujetándome a su cintura con una mano y dirigiendo mi polla con la otra, empujo haciendo fuerza hacia adelante y hacia abajo, de manera constante, entrando sin dificultad alguna —seguro que ayudado por el lubricante que tiene Lita encima de la mesilla, que de manera abundante he impregnado por mi rabo y su raja— metiendo la polla entera, deteniéndome apenas unos instantes para sentir toda la tranca rodeada de hembra, apretada por todos lados. Me gusta, claro que me gusta, joder.

—Es muy gruesa, como la noto. No me hagas daño, ve con cuidado

Para qué negarlo, me encanta que se queje, es un plus de excitación para mí, así que bien sujeto a las caderas de Lita con mis dos manos, no paro de moverme adelante y atrás, intentando empujar un poco más cada vez, más deprisa, más profundamente.

Al rato noto los huevos como si fueran una olla exprés en ebullición, señal inequívoca de que mi corrida está cercana, así que saco la polla —Chelo colabora echándose un poco hacia delante— y antes de comenzar a meneármela, puedo ver y notar claramente que el glande está rojo e hinchado, las venas gruesas, llenas, colaborando a los incontrolados espasmos que ya me exigen eyacular.

—Quiero terminar en tu cara, ven

Lita se ha bajado de la cama y comienza a hablar intentando quejarse. No le doy tiempo, empujo de sus hombros hacia abajo y queda arrodillada sentada sobre sus talones. Mi mano izquierda la pongo sobre su cabello, tiro del pelo para que levante la cabeza, sin dejar ni un instante de menearme la polla, apunto hacia su cara y me fijo que ha cerrado los ojos pero tiene bien abierta la boca. No voy a aguantar más.

—Te gusta la leche de hombre, verdad que sí. Todas las zorras sois iguales. Oh, qué bueno… Oh… sííí

Vaya corrida más buena. En la cara y el cabello de la mujer impactan seis o siete chorreones de mi semen, largos, blancos, densos. También le ha entrado parte del semen en la boca, así que le digo que lo trague, le urjo a que lo haga al mismo tiempo que sacudo la polla dos o tres veces para que le salpiquen las posibles últimas gotas que me queden, y se lo traga sin más, seria, sin decir nada, luciendo un rostro de puta guarra bien impregnado por el semen, así que le pido que lo lleve con sus dedos de la cara a la boca para que también lo trague. No duda en hacerlo, sin prisas, recogiéndolo con dos y tres dedos, chupando y lamiendo lentamente.  Queda algo más para que mi fiesta sea completa:

Límpiala de semen, métela en tu boca, usa la lengua suavemente

Lo hace durante bastantes segundos, es como si fuera la guinda de mi pastel, una especie de reafirmación sicológica de mi orgasmo.

—Te estás vengando de tu mujer en mí, so cerdo. Me tratas como a una puta barata, pero me excita, me gusta

Estoy pensando en qué hacer para intentar ponerme rápidamente otra vez a tope, pero Chelo ni me deja. Saca del cajón de la mesilla un consolador vibrador de buen tamaño, de silicona de color rojo, lo introduce en su coño tras tumbarse en la cama —está tan mojada que no utiliza lubricante— después de meterlo y sacarlo suavemente varias veces, lo pone en funcionamiento, llevándolo bien dentro, cerrando las piernas para que no se le salga del coño.

—Tu polla es muy buena, y me va a dar gusto muchas veces, pero mi fiel consolador es algo especial para mí

No sé de dónde ha sacado un mini vibrador también de color rojo, del tamaño de un dedo, lo pone a funcionar con la mano derecha, apoyado sobre su zona púbica, e inmediatamente sube el nivel de sus jadeos y grititos. Está muy excitada.

Da un grito corto, en voz baja, para seguir con un ronco quejidoque dura muchos, muchos segundos, al igual que su orgasmo, que debe ser placentero y muy sentido dado que queda adormilada, atontada, casi grogui, una vez apaga ambos vibradores y los separa de su cuerpo. Permanece con los ojos cerrados un buen rato recuperando el resuello, como si yo no estuviera. Abre un momento los ojos, sonríe y se da media vuelta para ponerse a dormir.

Eso mismo hago yo en el otro lado de la cama. Intento pensar en la situación con Patricia, pero ni puedo ni tengo ganas. Me duermo.

No comienza el día tal y como yo hubiera querido. Con resaca y confundido, es mi esposa, Patricia, quien me despierta en la cama de su amiga Consuelo.

—No pierdes el tiempo, no. Me viste ayer en el pub, verdad. Pues ya lo sabes, todas tus preguntas acerca de si ya no quiero tener sexo contigo se resumen en lo que viste. No me atrevía a decirte que me gustan las mujeres, de un tiempo a esta parte sólo gozo verdaderamente a gusto con una mujer, aunque tú sí sabes darme placer y mi cariño y aprecio por ti no han cambiado ni disminuido. Quizás no tan a menudo como antes, pero sí me gusta follar contigo y que goces con mi cuerpo, eso tenlo presente ¿Qué te parece? ¿Qué hacemos? ¿Podemos seguir juntos?

No sé qué decir. En ese preciso momento sale Lita del cuarto de baño, nos observa a los dos juntos, apoyados el uno en el otro, cogidos de la mano y con cara de no tener respuestas.

—No me meto en lo que no me llaman, pero es evidente que os queréis ¿Tan importante es tener el cuerpo del otro en exclusiva? Necesito desayunar, vosotros quitaos esa cara de funeral de tercera. Deberíais follar a ver qué pasa

Cuando sale de la habitación sonreímos, nos besamos suavemente en los labios, mutuamente acariciamos nuestros rostros y terminamos riendo de manera estrepitosa. Seguimos besándonos durante mucho tiempo, y sin saber cómo, estamos ambos desnudos, ya muy excitados y con verdadera necesidad del otro.

El consejo que nos ha dado Lita ha sido el mejor que he recibido en mucho tiempo.

Han pasado varios meses desde que estuve en Esmoriz. Nada ha cambiado entre mi mujer y yo, llevamos la misma vida, y da la impresión de que nada hubiera ocurrido. Follamos, casi siempre cuando ella lo pide, nos damos placer, no hablamos acerca de las mujeres con las que se acuesta y tampoco ella me pregunta acerca de María Jesús y Consuelo, aunque sabe que tengo vida sexual con ellas, a ambas las conoce y Chelo es su mejor amiga desde siempre además de socia en la empresa, por lo que se ven prácticamente a diario, hablan y se comentan todo lo relacionado con todos nosotros, como siempre han hecho. Podría decirse que conocer la relación sexual de mi esposa con otras mujeres me ha servido para tener más sexo y poder tener dos amantes sin necesidad de ocultarle nada, pero no sé, hay algo aún que no deja de tenerme insatisfecho, aunque no sé qué es.

Bueno, tal y como dice Chusa:

—Joder, has caído de pie. Tu mujer y tú os seguís queriendo, ella es tu mejor aliada para que folles con las mujeres que quieras y para que tengas dos amantes sin tener que ocultárselo ¿Qué más quieres? También ella tiene derecho a follar con quien le guste. Además, los tíos no consideráis como cuernos cuando una mujer lo hace con otra. Es una suerte para todos. ¿No te parece?

   

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