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Habilidad familiar

en Confesiones

Habilidad familiar

Hasta llegar a la adolescencia no reparé en que mi madre y yo cambiábamos de ciudad a menudo. Al menos en seis ciudades distintas hemos vivido desde que yo tengo memoria, y dado que de dinero vamos bien —nunca he sabido de dónde proviene ni a qué se dedica mi madre, porque trabajar, no trabaja— y nunca nos ha faltado de nada, no le di importancia, ni pregunté por las razones de tanto cambio.

No es que me queje, he tenido siempre gran facilidad y habilidad para hacer amistades y me he llevado bien con todo el mundo en los distintos colegios —siempre de pago— en los que he estado, pero claro, echo de menos tener algún amigo o amiga de verdad, no solo los compañeros de cada momento o cada curso, probablemente empiezo a echar en falta tener una novia estable, porque, sí, he tenido un par de novietas, pero me gustaría algo más serio o, al menos, poder intentarlo. Desde los catorce años llevo demasiado tiempo matándome a pajas —puede decirse que soy virgen— y necesito conocer mujeres para tener sexo, para follar con ellas.

Lena, mi madre, se ha dado cuenta, me lo dice cuando estamos comiendo —siempre en restaurantes o cafeterías, nunca la he visto cocinar nada más allá de un cola-cao— nos reímos una vez supero la vergüenza inicial de hablar de este asunto con ella, le confieso que me pongo como una moto —le dedico la mayor parte de mis pajas— con la vecina que vive en el piso de enfrente —Marisa, una rubia teñida que no tiene todavía cuarenta años, guapetona, simpática, alegre, frescachona, regordeta, con buenas tetas— y me asegura que no debo preocuparme, que muy pronto empezaré a tener sexo con mujeres, que ya soy todo un hombre.

Sí, cumplo los dieciocho el sábado. Después de desayunar he quedado con tres amigos del colegio, echamos una partida de snooker —estamos enviciados con este entretenido juego de billar británico— después se nos unen en un bareto al que habitualmente vamos tres compañeras de clase, que me regalan una bonita sudadera y un beso de tornillo cada una en la boca, les invito a comer a todos en un restaurante tex-mex al que nos gusta ir de vez en cuando, y después me despido en contra de mi voluntad, pues he quedado, sí o sí, con mi madre en casa.

Al llegar, sorpresa. Mi madre no está, pero sí Marisa, la vecina, casi desnuda, tapada apenas con una mini braga tanga roja y un pequeño sujetador del mismo color, calzada con zapatos rojos de tacón de aguja. No he cerrado todavía la puerta del piso y ya tengo la polla tiesa y dura como el mango de una pala.

—Felicidades, Marcial, yo soy tu regalo de cumpleaños, espero que te guste

Me da dos besos en las mejillas, después besa mi boca y me mete la lengua hasta las amígdalas ante mi pasividad durante los primeros instantes, me repongo de la sorpresa y le devuelvo el beso con muchas, muchas ganas. Guau, creo que es el beso más guarro y ensalivado que he recibido jamás. Me mola.

—¿Ese paquetón es por mí?

Rápidamente me desnuda por completo. Me da corte y me tapo durante unos segundos el pene y los huevos, pero Marisa me quita las manos, acaricia mis testículos muy suavemente, pasa una mano por toda mi crecida polla varias veces, se percata de lo excitado que estoy, sonríe y me habla suavemente, con voz sibilante, como en las películas porno.

—Estás muy bueno, vaya pollón que tienes, se te ve muy hombre

En apenas dos movimientos se quita la ropa interior, lo que supone otra inyección de deseo para mi erección y que mi pene cabecee hacia arriba y hacia adelante, como si husmeara en busca del depilado coño de la mujer. Me dan ganas de empezar a menearme la polla, pero me da tanta vergüenza que me centro en mirar el cuerpo de Marisa, primera mujer que está a mi lado completamente desnuda en carne y hueso.

De estatura media, mi rubia vecina es una mujer atractiva, con el cabello liso, largo hasta por debajo de los hombros, peinado con raya en el medio, ojos grandes de color verdoso, nariz pequeña, respingona, y boca también pequeña de labios gordezuelos, chupones, que lleva pintados con carmín rojo brillante. De constitución fuerte, quizás le sobren algunos quilos, pero los tiene bastante bien repartidos.

Para mí lo más evidente son sus tetas, altas, grandes, como dos balas de cañón que apuntan cada una a un lado, algo sobaqueras, terminadas en punta, con pezones cortos, finos de color marrón, al igual que las pequeñas areolas con forma de mancha circular que los contienen.

En la cintura es donde más se nota que le puedan sobrar quilos, pero en el pequeño redondo ombligo lleva un coqueto piercing brillante que ayuda a disimularlo, y como lleva el pubis completamente rasurado, enseguida me fijo en su coño. Es el primero de verdad que veo en vivo y en directo, con sus gruesos y anchos labios sexuales, muy brillantes y mojados, del mismo color marrón de los pezones.

Los muslos son fuertes, algo gruesos, sujetos por piernas quizás también algo gruesas, bien dibujadas. La parte trasera del cuerpo de Marisa tiene su punto fuerte en un culo grande, duro, que recuerda a una apetecible manzana, contenido en unas redondeadas anchas caderas. Me gusta, mucho, y a mi polla, más todavía.

Tras un nuevo guarro beso de tornillo —esta vez ya lo he buscado yo— acaricio y sobo las tetas de Marisa durante un rato, hasta que no puedo aguantarme más y me lanzo a besarlas, chuparlas, lamerlas, quizás con demasiada fuerza y con algún que otro chupetón, porque la mujer me pide que no le haga daño. Le toco el culo con una mano y la otra la entretengo en los muslos —están muy mojados cerca del sexo— hasta que me decido a tocarle el coño, primero como con miedo, haciéndome idea de cómo es por fuera y de los líquidos sexuales que lo empapan, y después metiéndole los dedos, tal y como me va indicando ella misma. Joder, qué excitante es.

Durante todo el rato he sido consciente de las caricias de la rubia vecina a mi pene y a los huevos, con suavidad, sin intentar llevarme al extremo que propicie mi eyaculación, pero ya estoy a tope, me noto la polla más tiesa y dura que en toda mi vida, y una especie de fuerza interior que nunca he sentido hasta ahora parece situada entre el final de mi espalda, el culo y los huevos, como si se estuviera preparando la erupción de la lava de un volcán.

Por mi cabeza pasan imágenes de películas porno y de vídeos que veo a veces en el PC antes de hacerme una paja, pero nada se parece a estar con una mujer en vivo y en directo.

—Mi hombretón va a gozar mucho, seguro

Nada más decir esto, Marisa se dobla por la cintura y comienza a lamer mi rojo y tenso capullo. Qué sensación más maravillosa, cómo me gusta. Sí, es lo mejor que he probado hasta ahora, es algo único, esta sensación que une la suavidad ensalivada de la lamida con una leve aspereza de la lengua y el masajeo de los labios y la boca entera en el glande… no puedo aguantarme, me corro, joder, ahí van los chorros de mí semen.

La mejor corrida de mi corta vida. ¡Qué gusto! Ya comprendo ahora la razón de que en francés se diga que un orgasmo es la petite mort, al terminar de eyacularme he quedado muy relajado, con un tremendo sopor, con un atontamiento que casi no me permite ver cómo Marisa sonríe y después se traga mi leche de hombre —la ha retenido durante más de un minuto en su boca, dándole vueltas con la lengua— como si fuera el mejor de los manjares.

Me queda completamente claro que hacerse uno mismo una paja es bueno, muy gratificante, necesario a menudo, pero estar con una mujer…

Me ha llevado de la mano al dormitorio, pues durante todo este tiempo hemos estado en el salón. Me he tumbado en la cama y ella se ha tumbado a mi lado, me ha dado un beso suave en los labios, de manera que he podido notar el sabor de mi propio semen.

—No tenemos prisa, descansa un rato

Despierto sobresaltado porque no sé muy bien dónde estoy ni el tiempo que ha pasado —menos de media hora— y porque tengo la sensación de que me he metido en la piscina del edificio. Marisa está arrodillada en la cama a la altura de mis rodillas, me está chupando la polla, que está otra vez en erección, y una de sus manos juguetea con mis testículos, apretando suavemente, mientras que la otra acaricia mi culo, jugando a subir y bajar por la raja y a pararse levemente a empujar en mi ano, como si me fuera a penetrar.

—Ahora me vas a meter ese pollón que tienes y vas a follar como todo un hombre

Tumbada en el centro de la cama, con las tetas desplazadas hacia los lados, las piernas muy abiertas, sonriente, expectante, la boca abierta, con una expresión que me parece similar a las de las mujeres que salen en los vídeos porno, Marisa no está especialmente guapa, pero sí tremendamente deseable, de una manera animal, salvaje. Me indica cómo colocarme con las piernas dentro de las suyas, me echo sobre ella posando mis brazos sobre la sábana para no descansar todo mi peso sobre su cuerpo, inmediatamente noto cómo me coge la polla con una de sus manos, la dirige hacia el coño, la restriega arriba y abajo varias veces, coloca mi capullo en la entrada y me pide que empuje, tranquilamente, sin prisas, pero sin parar, sin detenerme.

Tengo un momento de duda, de vacilación, por si no sé hacerlo bien, pero todo lo olvido desde el preciso instante en el que la meto en el chocho de Marisa. Joder, qué sensación más buena, que gratificante me resulta saber que se la tengo metida como un hombre hecho y derecho, notar la mojadura de sus líquidos vaginales —mucho más densos y oleosos de lo que yo pensaba— el calorcito del coño, la sensación algodonosa y, al mismo tiempo, de fuerza contenida que parece rodear toda mi polla… me gusta, es cojonudo.

De manera instintiva me he puesto a empujar con un movimiento adelante y atrás, quizás demasiado rápido, porque la mujer me indica que tenga calma, que esté tranquilo, que deje que de manera natural llegue el ritmo que nos haga falta.

Llevo ya varios minutos con un metisaca constante, rápido, pero no al límite de mis posibilidades. Marisa ha cruzado sus piernas por encima de mi culo y aprieta haciendo fuerza hacia abajo en cada momento en el que yo también empujo para llegar lo más profundamente que puedo. Me ha abrazado con ambos brazos sujetándome con fuerza, me habla al oído de manera deslavazada, incoherente, gime, jadea, cada vez con más fuerza… He ido aumentando el ritmo casi sin darme cuenta, así que ahora la follada es ya rápida, fuerte, profunda.

La cama de madera cruje y suena como si se fuera a romper, el cabecero da golpes en la pared sonando como si fuera un tambor. He tardado en identificar un ruido seco, el producido por el entrechocar de nuestros pubis, y me gusta el ruido acuoso que mi polla produce en contacto con los líquidos sexuales de la mujer. Noto en los oídos el fluir a toda velocidad de mi sangre bombeada por el corazón… son tantas cosas nuevas.

Me sobresalto cuando la mujer da un respingo, parece quedarse quieta por completo, con el cuerpo envarado, tieso, como si se le faltara la respiración. Me abraza con más fuerza y da un grito no muy alto, pero sí largo, ronco, sentido, profundo, que dura muchos segundos, durante los cuales noto como si mi polla recibiera suaves pellizcos dentro del coño, lo que provoca mi corrida. Es la primera vez que mi leche de hombre se derrama dentro de un coño. Joder, me gusta, cómo mola.

Ha sido bueno, muy bueno, también un poco cansado, así que quedo de nuevo adormecido.

—¿No le vas a dar un beso a tu madre por tu cumpleaños? ¿Ya solo te interesa la rubia tetona?

Lena me ha despertado besándome, haciéndome cosquillas, revolviéndome el pelo, pellizcando mis tetas, dándome azotitos en el culo… montando una escandalera, tal y como me hace a menudo. Estoy desnudo, me da corte, así que me pongo unos calzoncillos, beso a mi madre, que me da un paquete conteniendo una caja con un ordenador personal de pequeño tamaño, de última generación, la oigo decir que me duche ya mismo porque huelo a coño —en ocasiones no es la mujer mejor hablada del mundo, eso desde luego— y que me ponga traje y corbata porque vamos a salir a cenar a un restaurante de lujo. De Marisa no tengo noticias, ni me he enterado cuando se ha ido.

El menú elegido por Lena en el mejor restaurante de la ciudad está buenísimo. Por primera vez en mi vida tomo champán. Reímos, me hace bromas acerca de mi tarde con Marisa, y a los postres —un increíble strudel de manzana con helado de merengue y canela— me sorprende poniéndose seria y diciendo:

—¿Sabes qué es la sugestión? ¿Manipular a alguien para que haga lo que tú quieras, implantarle ideas, ordenarle que haga aquello que quieres? Y, por supuesto, obtener beneficios de ello, económicos y de todo tipo. Pues a eso me dedico desde que tenía más o menos los años que tienes tú ahora, y antes lo hizo mi madre, durante toda su vida, y su madre con anterioridad. Vivimos muy bien, ¿no es así?, ¿me has visto trabajar alguna vez, o al menos lo que entiende la mayoría de la gente por trabajar?

Lo primero que pienso es que me está gastando una broma, pero la expresión de su cara y la seriedad con la que me habla me deja claro que no es así.

No sé qué decir. Así que sigo escuchando atentamente.

—Nunca he sabido si es una cuestión genética, supongo que sí, pero la verdad es que las mujeres de mi familia, y mi hermano mayor, al que no conoces y con quién no tengo trato desde hace muchos años, tienen la capacidad de sugestionar, de influir sobre otras personas, de manera tal que pueden controlarlas mentalmente, dominarlas casi a su antojo. ¿Te interesa?, estoy completamente segura de que tú has heredado esta cualidad familiar.

Más que alegrarme, me asusto, no sé realmente qué significa ni que tengo que hacer. Mi madre lo debe notar, sonríe y continúa hablando.

—Tranquilo, no te agobies, no es nada malo, al contrario, facilita bastante la vida en algunos aspectos importantes, aunque también hay que ser responsable y no abusar en exceso, ser metódico y tener cuidado, actuar con discreción, porque nadie puede saberlo, tiene muchos peligrosos riesgos.

Tengo docenas de preguntas que se agolpan en mi cabeza, hasta que mi madre me dice: la semana que viene acabas el curso, ya hay que tomar una decisión sobre lo que vayas a hacer en un futuro próximo, así que nos vamos a ir al campo, a constatar que es cierto que tú tienes esa capacidad familiar. Mientras tanto, no te preocupes, vive tranquilamente y tírate a Marisa cuando te apetezca.

No estoy acostumbrado a beber alcohol, así que la combinación de lo que me ha contado Lena y el par de copas de champán que me he tomado no me han emborrachado del todo, aunque me han puesto en un estado alegre, sin llegar a la euforia, pero que se traduce en ansiedad, que, entre otras cosas, se refleja en que tengo la polla tiesa y dura como si no me hubiera corrido esta tarde ni una vez. Llegamos en taxi a casa, y antes de entrar en el piso, es la propia Lena quien me insiste en que llame a la puerta de nuestra vecina. Así lo hago, abre Marisa, me coge de la mano, me hace entrar y sin cerrar la puerta —mi madre nos está mirando de manera nada discreta y con cierta cara de cachondeo— me besa en la boca al mismo tiempo que una de sus manos acaricia de manera evidente mi paquete. Lena se mete sonriendo en su piso y nosotros también cerramos la puerta.

El muerdo que nos damos según nos vamos desnudando es de los de verdad, guarro, muy guarro, con mucha saliva, utilizando a tope las lenguas que van recorriendo la boca entera, lamiendo, chupando y mordisqueando los labios, poniéndonos cachondos, buscando más excitación si cabe.

En el salón nos hemos detenido, ambos de pie, acaricia mi polla y los testículos con suavidad no exenta de fuerza, se dobla por la cintura y comienza a lamer el capullo varias veces seguidas, pasa después a lamer el tronco, e inmediatamente se mete el capullo dentro de la boca para mamarlo con ganas, mientras que con una mano acaricia los huevos y con la otra se sujeta en mi culo, pasando sus dedos de vez en cuando a lo largo de la raja.

Quiero follar. Se lo voy a decir, pero ha fijado sus ojos en mí y parece haberlo adivinado, me lleva a su dormitorio y, de nuevo parece adelantarse a lo que voy a pedirle, porque se arrodilla en la cama cerca del borde del colchón, sonríe una vez más y dobla el torso por la cintura para quedar a cuatro patas. Guau… esta postura es la que más cachondo me pone cuando veo porno, siempre me pregunto qué se sentirá metiéndola en el culo de una mujer. Y ahora esta tía buena está disponible para mí, no sé si atreverme a pedírselo.

—Puedes elegir, métela donde más te apetezca, el coño o el culo

Joder, joder, ¿cómo ha sabido lo del culo si simplemente lo estaba pensando para mí? Lo mío debe ser muy evidente.

Se la he metido en el mojado coño de un solo golpe de riñones, empujando hasta dentro, intentando llegar lo más profundamente que puedo. Qué gratificante me resulta escuchar las exclamaciones de excitación de la mujer, y más aún cuando empiezo a follar, adelante y atrás, con las manos apoyadas en sus nalgas, tranquilamente, sin prisas, pero sin pausa. ¡Cómo me gusta!

La noche ha sido larga, pero fabulosa. Tras mi primera corrida, han empezado a pasear por mi mente las ganas de hacer todo aquello que me ha llamado mucho la atención en el porno que veo a menudo, y me he llevado la sorpresa de que Marisa no solo no me ha puesto ningún impedimento, sino que en todo momento se ha adelantado a mis ganas y se ha comportado como si fuera una perfecta esclava sexual.  Estupendo.

Me he corrido en su boca después de que me haya hecho una mamada guarra durante muchos minutos, y le he pedido que limpie la polla con su lengua. Cómo me ha gustado, es casi tan bueno como tener un orgasmo, como si fuera una continuación del placer recibido. Tras descansar un rato no me he animado a comerle el coño, no sé, ya lo probaré más adelante, ahora, lo que de verdad me despierta total curiosidad es darle por el culo.

Las primeras dudas y vacilaciones han desaparecido en cuanto he podido meterle el capullo, bien pringado de lubricante, al tercer o cuarto intento. Ya más tranquilo, he seguido empujando hacia adelante y un poco hacia arriba —tal y como es mi polla en erección, recta, levemente curvada hacia el final— hasta tenerla toda dentro, me he quedado completamente quieto unos instantes sintiendo mi pene suavemente aprisionado en el culo de Marisa, quien está muy excitada y me pide que la folle más deprisa.

Lo hago, pero a mi ritmo, teniendo en cuenta mis ganas, mis sensaciones, recreándome en algo nuevo que me encanta. No sé aún si es o no muy distinto a follar por el coño, pero sí sé que me gusta, mucho, y cuando me corro poco después añado al gusto una sensación de poderío por mi parte, de satisfacción por lograr lo que tanto me ha gustado. Quizás no sepa explicarlo, pero desde luego sí sé lo que he sentido y lo muy satisfecho que estoy.

No he hecho ningún caso de la mujer, ni tan siquiera me he dado cuenta de si se ha corrido, pero como me parece que no, miro su rostro congestionado, pienso que quizás debería masturbarse, lo que comienza a hacer inmediatamente, con mucho escándalo de jadeos y grititos, hasta que en apenas dos o tres minutos tiene un largo y profundo orgasmo, quedando dormida poco después.

Son las once de la mañana del domingo. Marisa está dormida como un tronco, así que tras ducharme me marcho en silencio para mi piso. En el pasillo coincido con un hombre joven, alto, musculoso, bien vestido, que me da los buenos días y que, está claro, ha salido de la puerta en donde vivimos Lena y yo. Al entrar observo que hay una botella de champán vacía y dos copas sobre una mesa baja, y ropa interior sexy de mujer —sólo puede ser de mi madre— de color negro, desparramada por el suelo. Me asomo a su dormitorio sin decir nada. Lena está profundamente dormida en la desordenada cama, desnuda, sin tapar, despeinada, sudada, con aspecto de haber tenido mucho desgaste físico.

Me quedo mirándola durante más tiempo del que probablemente sea preciso o decoroso. No es la primera vez que espío a mi madre intentando ver su cuerpo, pero sí es la vez primera que la veo completamente desnuda. Me parece que está muy buena, tanto como que mi polla parece querer despertar. No me atrevo a seguir mirando, me vienen algunas ideas a la cabeza que me asustan, en especial con esas grandes tetas que tiene. Bueno, no soy yo el único que puede tener sexo y gozar en esta familia de dos, pero me supone una sorpresa —no sé si desagradable, o quizás sea que me pongo celoso— saber que mi madre ha estado follando esta noche. Bajo a la calle a buscar un bar abierto para desayunar, y cuando vuelvo ya no están ni la botella ni las copas ni la ropa interior, Lena está en el cuarto de baño, cantando bajo la ducha tal y como es su costumbre. Nada digo acerca del hombre que he visto esta mañana, y ella, tampoco.

Llevamos varios días en un apartado pequeño hotel rural situado en una zona montañosa, boscosa, en plena naturaleza, con todos los posibles defectos de la lejanía de la ciudad, pero con las muchas ventajas asociadas a este entorno maravilloso. Nos damos unos paseos senderistas cojonudos. Somos los únicos clientes alojados —aunque a diario llegan seis o siete coches para comer en el restaurante, más los fines de semana— además, están la dueña —excelente cocinera— una ayudante y un matrimonio joven que se encarga del servicio y mantenimiento general.

Lena me repite que está confirmando día a día que poseo la habilidad —así lo suele llamar ella— familiar. Me da constantemente consejos de carácter general —fundamentalmente normas de comportamiento— y de vez en cuando me hace ensayar con las personas que vienen a comer al hotel. Ya nos han invitado a comer o cenar en cuatro ocasiones y, sinceramente, yo lo único que he hecho es mostrarme amable y educado en el trato con las personas, repetirme a mí mismo —con convicción, bien concentrado y sin distracciones en el momento de hacerlo— aquello que quiero conseguir de ellas, además de que siempre hay que intentar fijar la mirada en sus ojos unos cuantos segundos durante el proceso. Veo actuar a mi madre, me fijo, y actúo como ella, diciendo para mí mismo aquello en lo que antes ambos nos hemos puesto de acuerdo.

No hay que enviar mensajes equívocos, ni complicados ni contradictorios, no hay que chocar de frente contra las posibles concepciones de la persona en cuestión, y es importante no forzar nunca las situaciones. No se puede influir sobre todo el mundo, siempre hay excepciones —Lena dice que como un quince por ciento— que hay que respetar y de las que es mejor olvidarse para evitar problemas.

Tras un tiempo de sexo abundante con Marisa, se puede decir que ahora, de nuevo, estoy salido como un mono y con ganas de recuperar el vicio solitario. Pero, si tengo habilidad para el control mental de personas, supongo que podré intentar manipular a alguna mujer para que se acueste conmigo. Se lo digo a Lena, se ríe a carcajadas —ya tardabas mucho en plantearlo— y me dice que elija objetivo.

Rosa, la dueña del hotel, es una mujer más cerca de los cincuenta que de los cuarenta años, alta, grandona, pelirroja, simpática, agradable. Y tiene de todo muy bien puesto. No es que sea especialmente guapa, pero sí llamativa, con su abundante larga melena —recogida para trabajar en un moño alto— unos ojazos azules que parecen comerse el mundo, boca grande de labios gruesos —que me hacen revivir en la memoria las chupadas de Marisa— y un cuerpazo curvilíneo con silueta de reloj de arena. Ufff… qué ganas tengo y qué ganas le tengo, me pongo palote en cuanto la veo.

Ante la chimenea de un salón pequeño que funciona como bar estamos tomando una copa Lena, Rosa y yo. No hay nadie alojado en el hotel salvo nosotros y los últimos comensales de la cena se marcharon hace más de una hora, al igual que el personal del hotel, quienes viven en una casa de campo muy cercana, a la que se puede ir fácilmente a pie y en donde hay un picadero que también genera visitantes al hotel y el restaurante los fines de semana.

He quedado con mi madre en que no va a intervenir para nada y que yo voy a intentar convencer a Rosa mentalmente para que follemos. La conversación de las dos mujeres ha subido un poco de tono hablando de hombres, y en un momento en el que ambas se ríen tras un comentario sexual de la dueña del hotel, fijo mis ojos en los suyos y repito un par de veces en mi interior que está excitada, salida, deseando follar conmigo.

Inmediatamente, parece ponerse nerviosa, azorada, mirando a mi madre como si no supiera qué hacer, momento que aprovecha Lena para dar las buenas noches, discretamente guiñarme un ojo y marcharse a dormir. Ya solos, me acerco a Rosa, quien me coge la cabeza con sus manos y me besa en los labios con fuerza, apretando mucho, hasta que mutuamente introducimos nuestras lenguas en las respectivas bocas y durante un buen rato compartimos varios besos largos, guarros, excitantes, recorriéndonos la boca entera.

Su habitación está más cerca que la mía, así que allá vamos. Nada más cerrar la puerta empezamos a desnudarnos con rapidez, y desde luego que está muy buena. Tiene un par de tetas —más grandes que las de Marisa— redondeadas, con un canalillo apretado y profundo, quizás algo caídas, pero tremendamente apetecibles, con pezones largos y gruesos, rosados, situados en el centro de areolas grandes, sin forma alguna, también rosadas, apenas contrastando con el tono rubio de la piel de su cuerpo.  

Su espalda es como las de las tías buenas de las revistas norteamericanas, sinuosa, acaba en un metido en su cintura, que se continúa en unas caderas grandes que albergan unas nalgas anchas y alargadas, con mucho volumen, en típica forma de pera, con una raja larga y ancha del color de sus pezones, al igual que la apretada roseta del ano. Vaya culazo, con algunas que otras pequeñas pecas suavemente rosas que destacan aún más el tono rubio de la bonita piel.

Los muslos fuertes y anchos se continúan en piernas largas, musculosas, torneadas, atractivas.

En el pubis tiene una gran mata de pelo muy denso y rizado, sin arreglar de ninguna manera, del mismo tono rojizo que el cabello de su cabeza, que parece esté ocultando dos gruesos labios abultados, anchos, brillantes, porque es evidente que están muy mojados, y que me resultan raros por ser de color rosado.

Tras un nuevo guarro beso, mucho más corto, me lanzo a por las tetas de Rosa, tocando, acariciando, apretando, lamiendo y poniéndome ciego con sus grandes pezones, animándome con las exclamaciones de excitación y de gozo que da la mujer, quién no se está quieta en ningún momento y acaricia mi polla sin parar, apretando los huevos, amasando mi culo con fuerza y pasando un dedo a lo largo de la raja, hasta que de repente me urge a que se la meta.

—Ya, métela, fóllame

Ni nos acercamos a la gran cama de matrimonio que preside la habitación. Rosa apoya sus brazos doblados sobre una mesa camilla situada junto a un gran espejo de cuerpo entero, dobla su cintura y abre mucho las piernas después de echarlas hacia atrás, de manera que ante mí queda el culo en su total esplendor y veo el coño al final, casi tapado por el vello púbico.

Me gustó tanto meterla en el culo de Marisa que es lo primero que ahora pienso, pero oigo un largo suave gemido de la mujer que me parece como si fuera una petición de socorro emitida por su coño, y ahí voy.

Tras meterla lentamente, empujando de manera constante hasta llegar lo más dentro que puedo, he empezado un tranquilo metisaca adelante y atrás, agarrado fuertemente a las caderas de Rosa, deteniéndome a cada poco para mover la polla a derecha e izquierda, arriba y abajo, en círculos, y volviendo de nuevo a empujar, ahora ya más deprisa, con un ritmo rápido que también gratifica mis oídos, porque la pelirroja comienza un aluvión de suaves gemidos, grititos y exclamaciones, que me dan clara idea de su excitación creciente.

Ahora mismo ya le estoy dando a la mujer una follada fuerte, rápida, dura, intentando subir el ritmo a la búsqueda de mi orgasmo, notando como la polla, los huevos y mi cerebro me exigen más para lograr la necesaria corrida, escuchando el ruido del golpeteo de mis muslos contra los de la excitada hembra y ratificándome en lo mucho que me gusta oír el blop-blop que mi polla provoca al entrar y salir del encharcado chocho.

Rosa lleva un par de minutos dando todo tipo de quejidos y grititos en voz ya no tan baja, en un tono ronco acompasado con la respiración agitada y entrecortada que ambos tenemos. Noto en todo el largo de la polla como me llega el orgasmo, los testículos los noto como si estuvieran llenos a rebosar y una sensación en el capullo como si me fuera a explotar. Es en ese momento cuando doy un grito de placer, alegría, liberación… todo a la vez, junto con la sensación de poderío que me da lanzar más de media docena de chorros de mi leche de hombre dentro del coño de Rosa. ¡Qué bueno!

Se la saco todavía medio morcillona, pringosa y con hilos de semen, le voy a pedir que la limpie con la boca, pero observo que se tumba en la cama con ánimo de masturbarse, así que me acerco, sonrío, beso suavemente sus labios, fijo mis ojos en los suyos y llevo a su ánimo que no se haga ninguna paja, que me limpie los restos de mi leche, aguante a que me recupere porque quiero follarme su culo y seguro que entonces se va a correr. Objetivo conseguido. Nos tumbamos ambos en la cama a recuperarnos.

Ha sido una noche muy completita, gratificante, de esas que no solo sacian físicamente, sino que también sicológicamente te dejan satisfecho y muy contento de tener polla.

Al día siguiente, paseando por el monte, mi madre se para a descansar y beber agua, después me habla con gesto serio y un punto de emoción, quizás  tristeza, en la voz.

Nunca te he contado nada de mi hermano Juan, nueve años mayor que yo y a quién no veo desde que nuestros padres murieran en accidente de coche hace casi veinticinco años, aunque nunca nos habíamos llevado bien. Al igual que tú, él disponía de la habilidad familiar, pero es el mejor ejemplo de lo que no debe hacerse. Se dedicó al mundo del espectáculo, como si fuera hipnotizador, deseando lograr rápidamente fama y dinero. Le fue bien durante unos años, recorrió el mundo, apareció en muchas televisiones, hasta que en una fiesta privada se empecinó en sugestionar y manipular a un conocido hombre de negocios marsellés que resultó ser no influenciable, que descubrió el poder que Juan manejaba e inmediatamente le obligó a ponerse a su servicio, a trabajar sólo para él. Desconozco los detalles, pero por medio había una peligrosa organización criminal, y aunque Juan logró huir de la situación de esclavitud en la que se encontraba ocultándose en algún lugar de Asia, su vida no pasa de ser la de un refugiado clandestino. No sé dónde está ni nada sé de él. Ni quiero.

Esta noche veo a mi madre algo rara, quizás demasiado eufórica. Ríe constantemente, hace bromas, cuenta anécdotas divertidas, se toma varias copas de champán y, lo más sorprendente para mí, le tira los tejos de manera no muy discreta a la ayudante de cocina, Alba, de unos treinta y pocos años que ha cenado con Rosa y nosotros dos y que se muestra encantada, probablemente excitada y, estoy completamente seguro, controlada por Lena, quien la lleva de la mano hacia su habitación unos minutos después, no sin antes darme un beso y decirme al oído: hay más sexos de lo que parece, no hay que cerrarse a nada, hay que vivir y disfrutar ¿Quieres mirar?.

Mi polla da un salto dentro del pantalón, como si quisiera salir disparada. No sé qué hacer, veo que mi madre y Alba se besan largamente en el pasillo camino de la habitación, no me puedo aguantar las ganas, aunque no sé muy bien de qué, me vuelvo hacia Rosa, miro sus ojos según digo para mí que me siga a la habitación de Lena, beso guarramente su boca y es ella quien me coge de la mano para dirigirme tras la pareja de mujeres, que han dejado la puerta de la habitación abierta de par en par.

En la cama más cercana al ventanal Lena y Alba están desnudas, besándose y acariciándose mutuamente, tranquilamente, pero con deseo, con ganas. A pesar de estar la luz apagada, distingo sus cuerpos con facilidad, y mientras Rosa me desnuda, besa y acaricia las partes de mi cuerpo que va dejando al descubierto, miro sin perderme detalle, en especial del cuerpo de mi madre, sin la sensación de vergüenza, de duda o de reparo que he tenido al espiarla en otras ocasiones. No hago ni caso a Rosa, pero me gusta que se ocupe de mí, y así se lo indico mentalmente.

Qué excitado estoy, aunque me noto, al mismo tiempo, tranquilo, no sé si decir reflexivo, a la expectativa ante la situación.

Alba es una mujer delgada, de cabello moreno muy oscuro —lo tiñe de color negro ala de cuervo— que lleva muy corto, sin raya, con flequillo y con la nuca casi rapada. De rasgos agradables en su rostro, bajo unas cejas muy negras, densas y anchas, destacan unos ojos negros brillantes, nariz recta un poco grande y boca redondeada de labios finos, grisáceos.

Sus tetas apenas tienen volumen, altas, muy separadas, musculosas, de forma casi triangular, sin areolas visibles alrededor de pezones largos, finos, de color suavemente gris, situados en el mismo centro de cada pecho.

Lleva un tatuaje —es un nombre, quizás de mujer, escrito con letras muy enrevesadas— poco después del redondo pequeño ombligo, en el lado izquierdo, entrando en el pubis, que está totalmente rasurado, dejando en evidencia los ya mojados labios vaginales, también de color gris suave.

Las piernas son largas, finas, bonitas, de muslos delgados que, por detrás, son la perfecta continuación de un culo pequeño, quizás algo masculino, muy redondo, alto y duro.

Está buena Alba, sí señor, aunque no puedo evitar dejar de mirarla rápidamente para fijarme en detalle en Lena —así pienso ahora en ella y la nombro en mi interior, no digo mi madre— en su cuerpo, que me atrae como un imán.

Estoy tumbado en la cama más cercana a la puerta de la habitación, recostado sobre el lado derecho, apoyado en el cabezal de la cama y en un par de almohadas, de manera que no pierdo detalle de lo que hacen Lena y Alba. Rosa está detrás de mí, me acaricia con las dos manos por todo el cuerpo, lame mi cuello, mi espalda, mi culo, besa mi boca y acaricia los huevos y la polla sin parar, de manera tranquila, pero manteniéndome con una erección increíble —así la noto yo— que de momento no me exige una cercana eyaculación.

Lena —su verdadero nombre es Noelia, pero siempre se refiere a ella misma como Lena, el nombre de su madre— tiene cuarenta y cuatro años. Es bastante alta —yo mido más de uno ochenta y me llega  por la nariz— con cabello castaño oscuro —coincidiendo con los cambios de ciudad se suele teñir de rubia, dentro de toda la gama de tonos suaves, poco estridentes— cortado en una densa media melena ondulada que suele peinar con raya en el medio o a un lado, frente amplia, orejas pequeñas, cejas medianamente anchas y largas, ojos marrones grandes, expresivos, brillantes, vivarachos —yo también los tengo así, y según ella eso denota inteligencia— nariz recta, boca grande de anchos labios levemente rojizos, casi siempre con una expresión seria en su rostro, aunque ahora refleja en la cara la excitación que tiene. A mí me parece muy guapa, aunque ni se maquilla en exceso ni intenta llamar la atención de ninguna manera.

Es una mujer grande, fuerte, delgada pero ancha, con un par de tetas de buen tamaño —desbordan de mis grandes manos, seguro— altas, separadas, cada una apunta a un lado, con forma de elipse, con el borde inferior redondeado y muy grueso, en el centro grandes areolas sin forma definida, rojizas, que rodean pezones gordos, cortos, rugosos, un poco más oscuros. ¡Vaya par de tetas! Cuando se pone un sujetador que las levanta y comprime, tiene un canalillo largo y profundo verdaderamente llamativo, lo que le molesta bastante, porque constantemente me repite que hay que intentar pasar desapercibido en todo, no hay que llamar la atención ni por exceso ni por defecto. Ese par de tetas no se pueden disimular así como así.

El cutis y toda la piel de su cuerpo es de un bonito color tostado natural —en eso también me parezco a ella— que no cambia a más oscuro por mucho que tome el sol. Ni manchas, ni marcas ni pecas… es una piel perfecta.

Me resulta excitante su espalda, fuerte, musculada, con una hendidura que parece dividirla en dos partes simétricas, hasta llegar a la cintura, a partir de la cual aparecen las notables caderas, que engloban un culo alto, más bien grande, de nalgas fuertes, anchas y alargadas, separadas por una estrecha y apretada raja, que se abre hacia el final en una especie de triángulo mágico que deja ver la rojiza roseta del ano y los gruesos labios vaginales.

Muslos y piernas de músculos marcados, duros, perfectamente delineados, y por delante un estómago levemente abombado, sin exceso de quilos, que se continúa en un pubis protegido por vello castaño oscuro, denso, rizado, sin arreglar, como si quisiera esconder los rojizos labios, anchos, brillantes, que a simple vista ahora ya parecen hinchados y muy mojados.

Qué buena está. No la veo como mi madre, sino como una real hembra de cuerpo excitante, mientras observo cómo las dos mujeres se comen mutuamente el coño durante varios minutos. Tranquilamente, intentando no cansar sus lenguas, aspirando con los labios, todo con mucha suavidad, con mucha saliva. Se están dando un festín, al igual que Rosa con mi polla, que no para de mamar, y a quién le ordeno mentalmente que se ponga delante de mí, me quiero hacer su culo.

Tras meterla cosa de un minuto en el encharcado coño de Rosa, la llevo hasta su culo, no me preocupo de si está o no lubricado, empujo con fuerza, de manera constante, hasta entrar sin problema alguno, sin apenas resistencia de los esfínteres, salvo que ambos tenemos que reacomodarnos en la cama tumbados sobre el lado derecho. Hago que se mueva, que sea ella quien me folle mientras le acaricio y aprieto las tetas al mismo ritmo, sin dejar de mirar ni un momento a Lena y Alba.

Lena se deja hacer. Alba está recorriendo su cuerpo entero con los labios y la lengua, se ha detenido mucho tiempo en los pezones, y tras recorrer la espalda, lame el culo de Lena, quien se muestra complacida, más excitada aún si cabe. De repente posa su mirada en mis ojos —es como si notara un agradable muy calor suave, como si viniera de una fuerte luz que no deslumbra— y me hace un gesto con la mano para que vaya a su cama. No puedo —ni quiero— resistirme. Saco la polla del culo de Rosa —quien se pone a masturbarse frenéticamente— y me tumbo en la cama, en donde Alba me besa guarramente en la boca traspasándome el sabor de los jugos sexuales de Lena, después baja su cabeza hasta mi polla, la lame una docena de veces —me parece que me la está limpiando— besa a Lena en la boca, como con respeto, sin urgencia sexual, y se marcha de la habitación sonriente. Creo que todo lo ha ordenado mentalmente Lena.

Me tumbo junto a ella, quedamos enfrentados, y Lena coge mi paquete con su mano derecha, acariciando, apretando, mientras con la otra mano conduce mi cabeza empujándola hacia su pecho derecho. Empiezo a mamar de manera desesperada ese maravilloso pezón tieso y duro como un cristal, suave y apetitoso como el mejor de los manjares. ¡Cómo me gusta!

No ha parado Lena ni un momento de acariciar toda la longitud de mi polla, sin prisas, pero manteniendo mi erección. Sonríe, me mira a los ojos, se levanta, se arrodilla poniendo una pierna a cada lado de mis caderas, alarga la mano para coger mi pene y lo lleva hasta la entrada del coño, volviendo a sonreír.

Parece dudar unos instantes, pero se introduce mi polla, lentamente, tardando en bajar el cuerpo y en albergarla completamente entera. ¡Qué bueno!

Apenas se mueve, simplemente oscila muy lentamente las caderas a derecha e izquierda y apenas arriba y abajo, de manera que noto la presión de las paredes vaginales, el calor que despiden, la mojadura de los muchos oleosos jugos sexuales, la comodidad que siente mi polla dentro de este coño.

Ya lleva un rato Lena cabalgándome con un ritmo rápido, fuerte, subiendo y bajando sobre la tranca, sin dejar en ningún momento que salga de su chocho, pidiéndome que acaricie sus tetas y ayudándose ella con caricias en el clítoris con la mano derecha.

Estoy en un sueño, pero las ganas de correrme aparecen como si fueran una marea incontenible que comienza en algún lugar de mi espina dorsal, sigue por el culo, la próstata, los huevos, el largo de la uretra y el capullo, eyaculando mi semen como si saliera a presión, muchos chorros que quedan en el interior de Lena, mi madre.

Apenas he terminado cuando oigo como Lena da un grito sordo, muy ronco y también muy largo, durante bastantes segundos durante los que mi polla, todavía medio erecta, siente una serie de espasmos vaginales que acaban cuando Lena se tumba a mi lado y yo quedo dormido. Durante unos instantes no puedo evitar pensar que me gustaría meter mi polla en el culo de Lena. A lo mejor, luego, más tarde, tras descansar un poco.

Despierto solo haciéndome una pregunta que anoche no me planteé en ningún momento ¿Me habrá controlado mentalmente mi madre? Yo creo que no, aunque no puedo saberlo realmente, mejor dicho, no sé por qué pienso que no me ha sugestionado para tener sexo con ella. No sé qué pensar. No le pregunto y jamás le he preguntado.

Han pasado diez años desde lo que he contado hasta ahora. Mi madre y yo nos hemos establecido —puede que de manera definitiva— en una ciudad del norte de España a la orilla del mar, lo suficientemente grande como para que todo el mundo no nos conozca y pasemos desapercibidos en nuestras actividades cotidianas.

Lena ha abierto una gran tienda tipo boutique de ropa femenina en una de las calles comerciales más modernas, con especial atención a la lencería de lujo, sexy, elegante, que tiene un éxito clamoroso entre mujeres maduras y de mediana edad. Aprovechando el tirón, en la misma calle ha abierto un sex-shop, discreto —el interior más parece una librería moderna o una cafetería minimalista más que una tienda de juguetes sexuales— que también tiene mucha clientela. Por supuesto, el acceso a los locales y los alquileres anormalmente bajos los ha conseguido con su —nuestra— habilidad familiar.

Yo terminé los estudios de Psicología y me han contratado —me he valido del control mental— en una conocida clínica de una aseguradora privada, en donde en poco tiempo me he hecho un nombre como psicólogo capaz de solucionar problemas. Estoy muy satisfecho y contento. Si mi habilidad familiar le vale a alguien para solucionarle cosas concretas, mejor que mejor.

No he utilizado especialmente el control mental, la habilidad familiar, desde que todo confirmó que me podía valer de ella. Sí, ahí está, saco provecho ligando, consiguiendo los mejores precios en mis compras, en el alquiler del céntrico piso en el que vivo… y poco más. Intento vivir una vida normal, tranquila, como todo el mundo, pero no soy tonto y no desaprovecho las oportunidades cuando las encuentro.

Mi madre y yo no vivimos juntos, nos vemos a menudo, quedamos a comer los fines de semana, de vez en cuando salimos al monte a caminar y llevamos una relación familiar cercana.

Por fin me contó la historia de mi inexistente padre, que no fue otra cosa que una relación controlada por ella a la búsqueda de quedarse preñada de alguien elegido por razones fundamentalmente físicas. Tras unos cuantos días de sexo, jamás volvió a saber de él. Mi nombre es el de mi abuelo materno.

Lena convive con Margot, una treintañera francesa que trabaja en la boutique, rubia, guapa, elegante, que está como un queso de buena. Mi madre dice que se siente más satisfecha tratando con mujeres que con hombres, incluido el sexo, aunque sé que de vez en cuando se lo montan con un par de boys musculitos que alquilan en una agencia muy exclusiva.

Yo, soy un picaflor —según mi madre— y ligo bastante. La idea de tener novia fija no me seduce actualmente, así que no dejo pasar las buenas situaciones y me follo a todas las mujeres que me gustan. Últimamente, una abogada especializada en divorcios que contrata mis servicios profesionales si necesita algún informe psicológico para las argumentaciones de sus casos.

Se llama Ana, es doce años mayor que yo, somos buenos amigos, nos tenemos mutua confianza, pocas veces ejerzo con ella el control mental, y, desde luego, follar con Ana me parece cojonudo.

Hemos estado cenando y tomando una copa, y ahora estamos en su casa, riendo por una ocurrencia que ha soltado —tiene un gran sentido del humor— mientras nos desnudamos mutuamente, sin prisas, besándonos profundamente, con besos largos, guarros, ensalivados, con las lenguas enfrentadas en una batalla en la que recorren ambas bocas completamente.

Ana es una mujer bastante alta, delgada pero fuerte, con cabello castaño más bien oscuro, con algunas hebras rubias, que lleva en media melena ondulada hasta el final del cuello, peinada con raya en el medio. En su atractivo rostro destacan los grandes ojos marrones, brillantes, vivos, inteligentes, una nariz romana y una boca grande de labios gruesos de un suave tono rojizo. Casi nunca se maquilla, apenas carmín rojo cuando queda conmigo para salir y la raya del ojo del mismo color amarronado de sus cejas. A menudo dice que le gusta ser discreta y no llamar la atención, pero me parece imposible porque es guapa y tiene un cuerpazo.

Desnuda gana bastante, con un par de tetas impresionantes, grandes, altas, separadas, picudas, terminadas en pezones cortos y gruesos de un color marrón rojizo, rodeados de areolas del mismo color, sin forma, como una gran mancha que se difumina. Es un verdadero escándalo cuando va sin sujetador y se le notan esas maravillas, con un movimiento elástico casi imperceptible que es una excitante locura.

Su espalda me gusta mucho, recta, musculada, de piel de un bonito color tostado, de forma triangular, hasta llegar a la alta cintura, de donde salen unas caderas grandes que contienen un culo alto de nalgas alargadas, anchas, duras, separadas por una apretada larga raja que se adivina del mismo color de los pezones.

Muslos fuertes y piernas delgadas, largas, bonitas, perfectamente esculpidas, mantienen todo el edificio de este cuerpo fabuloso, que bajo el abombado estómago descubre un pubis con una densa mata de vello castaño oscuro, que apenas arregla por los bordes, pero que no es capaz de ocultar los anchos e inflamados labios vaginales, de un bonito color rojizo amarronado, y la especialmente llamativa zona del clítoris, que fuera de su capuchón, en erección, es largo y grueso como una polla de casi tres centímetros. Tremendo. Me pongo ciego comiendo y mamando ese clítoris agradecido, que le proporciona unas corridas increíbles a Ana.   

No sé la razón, pero me suele gustar empezar tumbándome en la cama sobre mi lado derecho, enfrentando mi cuerpo al suyo, besando su boca y pasando enseguida a ocuparme de los pezones. Me pone a mil por hora mamarle esos tiesos y duros pezones mientras mis manos amasan suavemente las tetas durante un buen rato, durante el que noto como se centra en acariciar mis huevos, a veces un poco demasiado fuerte, y la polla en toda la extensión de la tranca.

Habitualmente, el primer polvo que echamos suele ser con ella arriba, cabalgándome a su gusto, eligiendo la velocidad, el ritmo y los movimientos, llevando la iniciativa, ordenándome las caricias que quiere en sus tetas y en el clítoris… hasta que tiene una corrida larga, sentida, escandalosa por el grito ronco y fuerte que da, durante muchos, muchos segundos, durante los que mi polla recibe todo tipo de apretones, suaves, pero alguno que otro fuerte, como si fuera un pellizco, provocados por los espasmos y convulsiones vaginales. Con la práctica he aprendido a controlarme, pero hoy no quiero hacerlo, así que me corro soltando muchos chorreones de mi leche de hombre, sintiendo profundamente mi orgasmo. ¡Qué bueno es gozar follando!

La noche es larga. El culo de Ana me atrae mucho y procuro siempre guardar fuerzas para follármelo. Dentro de un rato, seguro, a ella también le gusta, y cuando pone pegas, ahí aparece mí habilidad familiar.

Algunos amigos —ahora llevo una vida social intensa— en broma, me dicen que Ana se parece mucho físicamente a Lena, mi madre, que podría pensarse que son hermanas, que el señor psicólogo quizás tenga un cierto complejo de Edipo, pero que es entendible por lo buenas que están las dos. A mí no me lo parece, son físicamente muy distintas. ¿O quizás no?

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