miprimita.com

El coma

en Control Mental

El coma

Bendito control mental. Se supone que he perdido año y medio de mi vida estando en coma, pero hago lo posible para recuperarlo lo antes posible, en especial en aquello que más me gusta: el sexo.

Con cuarenta y tres años tuve un grave accidente de coche, yendo yo solo, circulando a bastante velocidad por una carretera regional camino de una casa de campo situada en el pueblo de los montes de Toledo de donde es originaria mi familia, a poco más de cien kilómetros de Madrid, ciudad en donde he nacido y vivido siempre. Como se suele decir, no me maté de milagro, estando año y medio en coma, del cual salí casi de repente cuando los médicos no daban ni un céntimo por mí y, también sorprendentemente, sin aparentes secuelas psicológicas o neurológicas, una vez totalmente recuperado de la inactividad muscular y de las heridas y roturas de huesos que en su día me produje en el golpe contra un árbol provocado por el estallido de la rueda delantera derecha del automóvil.

Siempre se especula acerca de qué le está ocurriendo, desde un punto de vista mental, psicológico, a un paciente como yo en un estado de pérdida de consciencia bastante severo. Las sesiones con médicos, psiquiatras y psicólogos más me han parecido un ejercicio de solicitud de información por su parte que una verdadera ayuda para mí, por lo que me he callado que he tenido recuerdos y percepciones durante prácticamente todo el tiempo que he estado en ese estado, y tampoco he dicho que de alguna manera veía accionar a las personas y oía sus conversaciones —médicos, enfermeras, familiares y amigos de visita— durante la mayor parte de ese año y medio. Era una extrañísima sensación, como si estuviera viendo una película en la televisión o escuchando un programa radiofónico a través de un filtro, sin poner demasiada atención, desconectándome a ratos, pero enterándome de lo fundamental del argumento.

Tampoco le he dicho a nadie algo que me tiene inquieto, preocupado y, hasta cierto punto, desconcertado: desde que desperté del coma soy capaz de influir mentalmente en las personas, es decir, puedo controlar y ordenar lo que tiene que hacer o decir alguien con quien estoy manteniendo una conversación o se encuentre cerca de mí, simplemente pensando en ello y diciéndomelo a mí mismo sin pronunciar palabra alguna, siempre y cuando mire fijamente a sus ojos durante apenas dos o tres segundos. ¿Por qué razón?, no tengo ni idea, pero tampoco tengo intención de ir preguntando a nadie. Lo guardo para mí, no quiero que me traten de loco, ni compartirlo si es algo que está sucediendo realmente.

Me di cuenta que había adquirido ese extraño —también ilusionante— poder cuando al despertar de manera definitiva me entraron unas ganas tremendas de comerme un bocadillo de jamón con el pan pringado de tomate y aceite. La persona que tres días después me trajo mi primera comida sólida en mucho tiempo (acelgas, pescado blanco hervido y un yogur desnatado) me saludó amistosamente y tras mostrarme el menú y ver mi cara de desilusión, salió corriendo para volver minutos más tarde con un apetitoso bocadillo de jamón con tomate. Mi sorpresa fue mayúscula y, por supuesto, no pensé que tuviera relación con lo que pensé al ver la comida y mirarle a los ojos a la joven, sino que simplemente era una casualidad. Pero como tras el bocadillo me apetecía comer tarta de manzana y tomar café, de nuevo, como si fuera un juego, una apuesta contra algo desconocido, un brindis al sol, sin decir palabra y mirando a los ojos de la amable auxiliar de enfermería, conseguí un rico pastelillo de crema y manzana acompañado de un café con leche. La leche, sí, desde luego que sí. No sabía si estaba pasando algo o eran alucinaciones mías o efecto del coma o es que me he vuelto sordo y realmente estoy diciendo en voz alta lo que pienso o es que sigo en el coma y estoy soñando, vete tú a saber, pero algo pasa.

Sin saber qué pensar sobre lo de la comida saludo a mí esposa, Pilar, que en este preciso momento entra en la habitación. Llevamos casados poco menos de diez años, no tenemos hijos por mutuo acuerdo al ser ya ambos de una edad poco propicia para ello y nos llevamos bien. Creo que puedo asegurar que nos queremos, además de ser buenos amigos. Trabajamos juntos en la casa de comidas —hoy en día restaurante de comida española tradicional con un cierto nombre en el barrio y en alguna que otra guía turística— que abrieron mis padres a principios de los años sesenta, ella se ocupa de la caja, la contabilidad y los trámites administrativos y yo gestiono el restaurante. No es la mujer más guapa del mundo pero a mí me gusta, y creo que está muy buena: de estatura mediana, pelo castaño claro que lleva teñido de rojo oscuro —eso sí ha sido nuevo para mí— peinado con raya en medio y melena levemente ondulada hasta los hombros, bonitos ojos grises, boca de labios regordetes, delgada con curvas, tetas más bien grandes que me encantan, culo redondo de buen tamaño y piernas torneadas. Siempre me ha excitado, nunca ha sido una mojigata y hemos tenido relaciones sexuales placenteras durante todo el tiempo de casados. No puedo evitar ponerme cachondo y pensar para mí mientras la miro que llevo mucho tiempo sin sexo (joder, Pilar, qué buena estás, qué ganas te tengo), por lo que dado que observo una expresión risueña y divertida en su cara, como si me hubiera escuchado, me cercioro que la estoy mirando a los ojos y pienso (cómo me gustaría una de tus mamadas, anda, cierra la puerta y dame gusto). Sea lo que sea, esto funciona. Mi esposa pone un sillón bloqueando la puerta de la habitación, se acerca a la cama, se sienta mirando hacia mí, quita la sábana, aparta el camisón de hospital que llevo puesto y dice al ver mi crecida polla:

—Estás palote, Berto (mi nombre es Humberto); qué pollón has tenido siempre, me daba miedo que no lo hubieras recuperado

Tras disfrutar del excitante sube y baja de su mano durante cosa de un minuto, mi rabo está más tieso y duro de lo que puedo recordar en toda mi vida reciente. Pilar se detiene unos instantes, me mira a la cara con su característica expresión de excitación: ojos brillantes y acuosos, boca entreabierta de la que asoma la punta de la lengua con la que se moja los labios, y las aletas de la nariz abriéndose y cerrándose repetidas veces (en ocasiones me cuenta que cada vez que se le abre y cierra el coño por la excitación, tiene reflejo en las aletas de su nariz). Qué bueno es tener memoria y saber lo que va a ocurrir en los próximos minutos. ¡Cómo me pone!

Mi mujer dobla el torso, agacha la cabeza sujetándose el cabello con la mano izquierda un poco por encima de la frente —un gesto muy suyo— y lame con la lengua mi excitado capullo varias veces, lo que mi polla agradece poniéndose aún más dura. Con labios y dientes da muchos rápidos suaves mordisquitos en el tronco, hasta que tras mirarme de nuevo con expresión de estar cachonda, se lanza a meterse la polla en la boca, y le entra casi entera, subiendo y bajando la cabeza, recorriendo el rabo muchas, muchas veces, arriba y abajo, suavemente, con mucha saliva. De repente se centra en el capullo y le pega una mamada de las de premio gordo de la lotería durante varios minutos, el tiempo que tardo en correrme como si nunca lo hubiera hecho. ¡Qué orgasmo!, ¡qué corrida más cojonuda!, ¡cómo lo he echado de menos aunque no fuera consciente de ello!

Pilar traga mi leche hasta que se atraganta ante tal cantidad y le cae sobre la camisa de color blanco que lleva puesta. Se levanta de la cama dispuesta a ir al aseo, pero miro a sus ojos y pienso: límpiamela con la punta de la lengua, con mucha suavidad, por favor.

Durante un ratito le da un repaso cojonudo a la polla y especialmente al capullo. Me gusta mucho, pero mucho, mucho.

—Tu hermana y su marido van a llegar de un momento a otro, deja que me quite las manchas de semen, so guarro

Mi beatífica sonrisa es la mejor respuesta que puedo dar. Me encuentro en la gloria, y pienso mientras miro los ojos de Pilar: en cuanto lleguemos a casa te vas a enterar, te voy a follar más que si estuviéramos recién casados.

—Qué ganas tengo de que vayas a casa y estemos juntos de nuevo. Me hace mucha falta

Mi buen estado físico general y psicológico adelanta los planes para darme el alta de hospitalización y, con alguna ayuda sugerida por mi parte hacia los médicos, en una semana me voy para casa. Me marcan un calendario de revisiones y consultas, un plan de rehabilitación muscular (que voy a realizar en el gimnasio de mi hermana y su marido, reconocido fisioterapeuta) y todo tipo de recomendaciones. Se han portado muy bien conmigo, en general, así que marcho a casa agradecido e ilusionado por empezar de nuevo mi vida.

La última mañana de hospitalización me apetece ser travieso y pagar una deuda contraída, así que cuando a primera hora entra una enfermera algo más que madura de la que no tengo un buen recuerdo, le ordeno mentalmente que cierre la puerta y se acerque a mí:

En muchas ocasiones, cuando me lavabas, te divertías excitándome. Tocabas mi polla suavemente, acariciabas el capullo, tocabas los huevos, incluso subías y bajabas la piel bastantes veces, pero nunca llegabas a aliviarme. Igual así te excitabas, pero a mí me dejabas cachondo y luego comentabas en broma que yo era un salido, un garañón al que se le ponía dura hasta estando en coma. Ahora vas a quitarte el pantalón y las bragas porque vas a masturbarte delante de mí, sin correrte, hasta que yo te lo diga.

Mientras me voy vistiendo y preparando para cuando venga mi mujer a buscarme, tengo a la enfermera en una postura incómoda, doblada por la cintura con la cabeza apoyada en el asiento de uno de los sillones, tocándose el clítoris sin parar, con una mano primero y luego con la otra, según se va cansando, y subiendo el nivel de su excitación y el de los cortos jadeos que da. Ya lleva muchos minutos y temo que pueda entrar alguien, así que mentalmente le sugiero claramente: te voy a dar seis azotes y te correrás después del último. Luego, te pones los pantalones sin las bragas, porque a partir de ahora nunca llevarás bragas en el trabajo. Con el chocho tan peludo que tiene va a ir dando el cante, eso seguro.

Cojo el cinturón que voy a meter en mis pantalones, tomo un poco de distancia y le suelto seis fuertes correazos, separados entre sí lo suficiente como para que note el dolor de todos ellos. Me encanta como suenan, la marca rojiza que dejan en el fofo culazo de la mujer y el grito fuerte y largo que indica la ansiada corrida de la enfermera, quien queda sentada en el suelo, agotada, con una pinta asquerosa. Le ordeno que tire las bragas a la basura, que se marche a seguir trabajando y no recuerde nada de lo ocurrido excepto lo de trabajar sin bragas.

Es una venganza torpe y quizás sin sentido, pero me siento mejor y me ha servido para comprobar que sigo teniendo la capacidad de controlar a las personas. Igual le voy a tener que dar las gracias al accidente de tráfico y al coma.

Mi mujer, sexualmente hablando, es caliente. Es una de sus características personales que más me gustó en su día y un motivo de disfrute en nuestro matrimonio, porque a los dos nos encanta el sexo y lo hemos practicado siempre muy a menudo. No puedo quitarme de la cabeza que durante el año y medio del coma algo ha tenido que hacer para aliviarse los calentones y las ganas, y como conmigo no ha tenido nada de nada, quiero saber cómo se las ha apañado.

En casa, por fin, sentado en el sofá al lado de mi esposa, tomando una copa por primera vez en tanto tiempo, no quiero dejar pasar más días sin saber lo que me ronda la cabeza. Miro a sus ojos al mismo tiempo que cojo su mano y digo para mí: Pilar, ¿cómo has hecho para tener sexo durante este tiempo? Cuéntamelo todo, sin reparos, sin guardarte nada, sin ningún temor.

—Durante muchas semanas ni ganas tuve. El miedo a que no te recuperaras, el dolor y la incertidumbre por la situación me inhibían el deseo. Después de tres o cuatro meses, una noche desperté sobresaltada, salida y excitada como hacía años que no estaba, así que me masturbé una, dos, tres veces. Me corría, pero no me satisfacía realmente. Utilicé el vibrador que usábamos en nuestros juegos en muchas ocasiones y me corría varias veces seguidas, hasta que el cansancio me hacía dormir. Me hacía una paja todas las mañanas antes de levantarme y todas las noches antes de dormir, pero siempre estaba salida y con ganas de hombre. Compré tres vibradores más de distintos tamaños y texturas, pero aunque obtenía gusto, no conseguían sustituir a tu polla.

Un lunes festivo que cerraba el restaurante, a media mañana vino Julián, el hijo mayor de la vecina de abajo, a preguntarme por ti. Estuvimos charlando, nos reímos, tomamos unas cervezas y sin saber cómo ya nos estábamos besando y metiendo mano como fieras. Sólo tuve tiempo de darme cuenta que no quería que folláramos en nuestra cama de matrimonio, así que fuimos al otro dormitorio. Por fin una polla de verdad, caliente, tiesa, dura, con las venas hinchadas, palpitando de ganas, ¡qué falta me hacía! Follamos toda la tarde, me corrí media docena de veces y a pesar de la sensación dolorosa que no eras tú quien me estaba dando placer, que el semen que me manchaba todo el cuerpo no era al que estoy acostumbrada, no podía parar. Pasé toda la noche llorando por lo que había hecho, con una terrible sensación de culpabilidad, pero al mismo tiempo consciente que era la primera vez en meses que estaba satisfecha y mi coño no pedía más. Estuve dos semanas tranquila, más o menos, me masturbaba a menudo, pero cuando Julián volvió a subir a casa, de nuevo caí en la tentación y no sólo no intenté evitarlo, sino que esperaba con ansiedad que el joven subiera todas las semanas el día de libranza en el restaurante. He estado follando con él un día por semana, y aunque no ha sido lo mismo que contigo —tu polla es más grande y me gusta más, además que tú me conoces bien y sabes darme placer de muchas maneras—, me ha venido muy bien, no te lo puedo ocultar. Eso sí, nunca le he permitido correrse dentro de mi coño, eso sólo es para ti. No pensé que te lo fuera a contar tan pronto, ni siquiera estoy segura de sí te lo iba a decir, pero entendería que no quisieras saber nada de mí y que quisieras apartarme de tu vida por ser una zorra salida

Lloros, pequeño ataque de nervios, palabras tranquilizadoras por mi parte, más disculpas y justificaciones por parte de Pilar, más lloros y mi rabo que está tieso y duro como el mango de una pala. Mi mujer se da cuenta y de manera un tanto ingenua dice:

—Déjame que te dé gusto, ¿vale?

Nada voy a decir en contra. Mientras me paro a pensar sobre la situación que se me plantea como cornudo resucitado, sé que no voy a separar a Pilar de mí, simplemente tomaré cumplida venganza de alguna manera que me satisfaga y me resulte provechosa, y el que se puede ir preparando es el tal Julián, me pide el cuerpo marchilla, llevo demasiado tiempo sin moverme.

Mi mujer desnuda y con ganas de follar sigue siendo un espectáculo cojonudo. La expresión de su cara conjuga los momentos anteriores de disgusto y la evidente excitación de ahora mismo, lo que se refleja en sus ojos brillantes y aún lacrimosos, así como en la respiración ansiosa, algún que otro hipido y los gestos algo más nerviosos de lo habitual, como si tuviera necesidad y ganas de agradarme más de la cuenta, de quedar muy bien conmigo.

Esas tetas altas, redondeadas, un poco aplastadas, de buen tamaño, con los rugosos pezones en el centro, rodeados de una areola marrón circular, que crecen y se ponen tiesos y duros como una piedra, me excitan como un verraco en celo. Acariciar, besar, amasar, apretar, lamer, chupar, dar mordisquitos un poco más fuertes de lo normal —casi nunca me ha dejado, pero hoy no se queja—, mamar dándome un festín… ¡joder qué maravilla!

Pilar parece un poco más tranquila y ya hace unos segundos que se ha apoderado de la polla. Como siempre sabe hacerme, el sube y baja de su mano me pone el rabo más presentable de lo que ya está, aumentando mi excitación a niveles de bomba atómica cuando dobla el cuerpo para lamer el capullo. Tras varias lamidas tengo ganas de sentirme como si fuera el dueño de la esclava, así que me incorporo para ponerme en pie y le indico de viva voz que se arrodille ante mí para mamármela sin manos, lo que hace inmediatamente. Qué bueno es ver sus ojos cerrados, apretados, concentrada en la tarea de darme gusto tal y como me pueda apetecer.

—Levanta, ponte a cuatro patas en el sofá

Tras mirarme sonriendo con su habitual expresión de estar cachonda, se arrodilla en el asiento tal y como le he pedido. ¡Qué culo!, más bien grande, redondo, duro, sin marcas ni imperfecciones (muy pocas veces le he metido la polla en el culo porque siempre ha dicho que le duele, ahora mismo no va a ser, pero no se me olvida ni por un momento que acabo de decidir empezar una nueva etapa en nuestras relaciones sexuales), y el chocho asomando por entre los muslos, suavemente moreno, con vello castaño claro en poca cantidad y labios muy brillantes mojados por el mucho licor sexual que produce. Ahí voy a entrar ya mismo.

Le estoy dando una follada de las buenas. Bien sujeto con ambas manos a sus glúteos, con fuerza, apretando los dedos como si fueran pinzas, los pollazos adelante y atrás provocan un sonoro chup-chup y cuando aumento el ritmo, se juntan los sonidos de la follada con la jadeante respiración de Pilar y la mía, que se parece ya a una cafetera exprés.

—¿Tu amigo Julio te folla mejor que yo?

—No, amor; no lo digas ni en broma

Está muy cerca del orgasmo, así que con la mano derecha toco su clítoris, acariciándolo en círculos pequeños con dos dedos, mientras sigo la profunda follada sin bajar el ritmo.

—Ahhh, sí, sí, ahhh

El grito de Pilar es alto y fuerte, como siempre, muy largo, demostrando que se corre con ganas, gozando durante muchos segundos y a punto de provocar mi eyaculación con las contracciones de su vagina, que se traducen en suaves pellizcos para mí polla, por lo que la saco. Quiero otra cosa.

Sin dejar de menearme el rabo intentando no correrme, lo acerco a la cara de mi mujer, recostada en el sofá, casi derrumbada sobre el asiento, recuperando la respiración y tratando de vencer la desgana posterior a un buen orgasmo.

—Ponte, niña, vamos

No es lo que más le gusta, ni siquiera cuando todavía no se ha corrido y la excitación le hace más receptiva a lo que yo le pueda solicitar, pero no duda en acercar la cabeza, sacar la lengua fuera y doblarla apoyándola sobre la barbilla, de manera que cuando me corro, mis disparos de semen impactan en su cara y un par de ellos entran en la abierta boca. Traga sin que se lo tenga que pedir. Joder, cómo me gusta ver su ojo izquierdo casi tapado por mi leche y tres o cuatro churretones blancos y brillantes en las mejillas, el pelo, cruzándole la cara. Creo que mi placer aumenta viendo la pinta de guarra que tiene mientras que limpia mi capullo con la punta de la lengua. Lo vamos a repetir muchas veces, seguro que sí.

De lo que digo pudiera parecer que el sexo con mi esposa me tenía insatisfecho antes del accidente, no es así, ni mucho menos, pero voy a aprovechar mi recién adquirido poder mental para que la igualdad y el diálogo entre ella y yo a la hora de decidir y realizar unas u otras prácticas sexuales pase a ser más a menudo un monólogo en donde yo sea el que decide según mis gustos.

No paramos de follar. Mi vuelta a casa ha sido una especie de luna de miel sexual. Poco a poco he ido recuperando la rutina cotidiana excepto en el trabajo. No voy a trabajar al restaurante, sólo a comer, y Pilar ha asumido con total éxito la gestión del negocio, tal y como ha hecho durante el año y medio de mi estancia en el hospital, por lo que hemos contratado a una joven economista que fundamentalmente realiza las funciones que antes llevaba mi mujer y un encargado de sala que ya ha trabajado con nosotros en ocasiones. El personal de cocina, sala y barra —11 personas en total, 13 los sábados y festivos e incluso 15 cuando hay banquetes de muchos clientes— sigue siendo eficiente, trabajador y leal, por lo que no sólo no tengo que preocuparme sino que el negocio ha experimentado cierto crecimiento, para gran alegría de Pilar, que se muestra contenta e ilusionada desempeñando el rol de jefa del restaurante.

Mis padres siempre quisieron abrir una panadería (el argumento era que nunca se dejaría de comer pan y no faltarían clientes) y ahora nos ha surgido una buena oportunidad porque a finales de año se jubila el panadero de toda la vida del barrio (es nuestro proveedor habitual) y va a cerrar la panadería, ya muy anticuada y necesitada de un nuevo local y una grandísima inversión económica. Me parece que nos vamos a arriesgar a poner un obrador moderno (con especialidades de pan y bollería, pizzas y cocas, churrería y cafetería para desayunos y meriendas) sin olvidar que hay que mantener la reconocida calidad del pan que damos en nuestro restaurante. Lo único que necesitamos es un buen local —ya he llegado a un acuerdo con los tres empleados que tiene el actual panadero— y hay uno en la misma acera del restaurante, veinte metros más adelante, que vendría como anillo al dedo (últimamente fue una tienda de bricolaje que cerró hace más de dos años), pero su dueña pide mucho dinero por él. Bueno, probaré si sigo con dotes de controlador mental.

Begoña, antigua compañera de colegio y juegos infantiles, es la dueña de muchos pisos y locales por el barrio. Viuda desde hace unos quince años de un notario bastante mayor que ella, el marido le dejó una buena cantidad de dinero que ella invirtió en la compra-venta de bienes inmuebles, incluso últimamente ha abierto una agencia para alquileres. Está forrada. Como es buena cliente del restaurante nos hemos estado viendo toda la vida, pero no se puede decir que tengamos amistad, así que me hago el encontradizo una tarde a última hora, aprovechando que Pilar saldrá tarde (hay una cena de empresa de muchos comensales), me saluda amistosamente, se interesa por mi salud, se alegra de mi vuelta y tras mirar fijamente sus ojos, le sugiero lo siguiente: vamos a tu casa, hablemos del local que me interesa y considerémonos amigos.

La casa en la que vive Begoña (desde que era niña nunca ha respondido por Bego o cualquier diminutivo) es la mejor del barrio, totalmente remozada y modernizada, todo el edificio es de su propiedad y su vivienda en particular —tercer piso— es una especie de museo de cuadros, jarrones, porcelanas, muebles, espejos, mantones, paños de ganchillo y todo aquello que hoy en día no se suele encontrar en un piso moderno, pero que dan un peculiar estilo, de relativo buen gusto en este caso, pero demasiado acorde con las ideas ultraconservadoras de la dueña que lo habita (en una de las esquinas del salón hay una mesita con una docena de fotografías del dictador Franco y una bandera con el aguilucho).

—Tienes que perdonarme, Humberto, la sirvienta hoy libra. ¿Te apetece té o café?

Una mirada a sus ojos y una orden que cumple rápidamente: para mí un gintonic y para ti una copa de lo que más te guste

Sentados en un sofá estilo imperio de gran tamaño en el salón degustamos nuestras copas —está tomando un coñac en una preciosa copa ribeteada en oro— y me fijo en ella. Nunca fue una belleza y su estilo anticuado tampoco le favorece (teñida de rubio marilín, el peinado que lleva le hace parecer un repollo rebozado en laca, fiel al estilo de la moda de los años setenta, y la falda amplia por debajo de las rodillas es todo un poema, eso sí, muy conjuntada con la chaquetita de punto abrochada hasta el cuello y la blusa blanca con cuello redondo y adornos de encaje), pero el paso de los años parece que le ha sido benévolo, físicamente hablando, por lo que quiero saciar mi curiosidad gracias al control mental: Begoña, desnúdate, y mientras cuéntame tu vida sexual con el notario.

Mejor no hablar del sujetador y la faja-braga que lleva, pero una vez desvestida es una casi cincuentona que tiene un polvo, sí señor. Es alta y grandona (su marido era muy delgado y chiquitín, por lo que en el barrio se hacían bromas sobre ellos, aplicándoles el «chiste del crucifijo»), no es guapa, con una nariz demasiado grande y una permanente mueca de disgusto en su rostro, pero sus tetas son otro cantar: grandes, de forma cónica, parece imposible que se mantengan tan altas, duras y picudas a su edad, con unos pezones increíbles, gruesos como un dedo, de color marrón, con una mínima areola del mismo color. ¡Vaya tetas!, ¡vaya pitones!

Tiene algo de tripa y estómago por exceso de quilos, pero no le sienta mal con lo grande que es, y creo que nunca he visto un coño tan peludo (sin arreglar, por supuesto, con vello muy rizado, castaño oscuro) ni tan grande. Muslos gruesos, duros, continuados por piernas largas, bonitas. El culo es verdaderamente llamativo: grande, en forma de pera, aún duro, con una raja ancha y un ano rugoso grande, muy oscuro. Ufff, me pone cachondo.

La vida sexual con el notario tuvo que ser bastante aburrida (sábados por la noche un polvete en la postura del misionero o de costado, a cuchara, y ya está), hasta que le oigo decir:

—… fue siempre muy buena persona pero con mucho genio, y cuando se enfadaba conmigo me castigaba para disciplinarme, me azotaba el culo con una cuchara de madera o con una vara hasta que me ordenaba tumbarme en la cama para hacer uso del matrimonio, se ponía como loco y eyaculaba tres o cuatro veces seguidas sin sacar su pene de mi sexo

Vaya, vaya, el señor notario era aficionado a los azotes y el culazo de Beatriz le ponía a tope. No me extraña, a mí también me están dando ganas.

—Y a ti, ¿te gustaba?

—Las primeras veces lloraba porque me dolía, pero me fui acostumbrando al darme cuenta que me excitaba mucho y en el coito posterior gozaba de manera muy fuerte, muy sentida

—¿Lo sabía tu marido?

—No, cómo le iba a decir algo así, eso es de guarras o de pilinguis; seguía llorando un poco, asentía a lo que me decía para corregirme y después tenía mi placer intentando que no se diera cuenta de lo mucho que me gustaba

—Le tenías engañado, qué mala has sido con tu marido; seguro que has guardado la cuchara de madera, enséñamela

Por el largo pasillo camino de su dormitorio (a lo que parece no es una cuchara de guardar en la cocina) el movimiento del culazo de Beatriz es impactante y el leve bamboleo de la tetas es un argumento más para pensar en tirármela. Me parece que sí, tengo la polla presentando armas desde hace un buen rato.

El dormitorio es muy grande con una cama de madera también de gran tamaño. En una cómoda que tiene encima un espejo inmenso que refleja casi toda la habitación, la mujer abre el último cajón y saca la cuchara, que realmente es una palmeta circular con un mango no demasiado largo, todo de recia madera. El notario sabía lo que se hacía.

Hay una especie de caballete o borriqueta junto a la pared que está justo enfrente del espejo, almohadillado y forrado de grueso terciopelo granate.

—¿Cómo te castigaba tu marido?

Sin abrir la boca Beatriz se acerca al caballete, dobla su cuerpo por la cintura y apoya los antebrazos en la parte superior del mueble. Echa un poco hacia atrás los pies, cierra las piernas de manera que su glorioso culo queda elevado y totalmente expuesto, agacha la cabeza (antes se asegura que pueda verse reflejada en el espejo) y estira de nuevo espalda y piernas, quedando en tensión, boqueando un poco y, evidentemente, excitada.

Me desnudo con rapidez (tengo la polla que parece me va a estallar), constato que Beatriz me mira en el espejo, cojo la palmeta y hablo a la expectante hembra:

—Voy a castigarte por no haberle contado a tu marido tu excitación con la palmeta. Considéralo solidaridad masculina, además de que tienes un culo cojonudo para azotarlo

Nada dice. Me acerco, tomo un poco de distancia y golpeo lo que me parece un azote no excesivamente fuerte en el carrillo derecho. Guau, qué bueno es oír el ruido del palmetazo y la queja en voz baja de la castigada. Ahora en el otro carrillo, de nuevo en el anterior, vuelta al otro… esto es embriagador, oír sus quejas y ver cómo va cogiendo el culo un suave color rosado tras una docena de palmetazos me obliga a detenerme porque no quiero descontrolarme.

—¿El notario te castigaba con más dureza que yo?

—Sí, Sebastián a veces me hacía contar hasta quince azotes o más en cada glúteo y me pegaba fuerte

—Pues yo no aguanto más, te voy a follar ya mismo. No tienes que disimular conmigo, puedes chillar, gritar, hablar y hacer lo que te parezca

Me acerco, ayudándome de la mano derecha penetro de un golpe el empapado chocho. Joder, parece una fuente, está muy excitada y en cuanto empiezo a moverme adelante-atrás ella también comienza un suave movimiento acompasado con el mío, al mismo tiempo que llena la habitación de breves quejidos y habla de manera entrecortada entre los jadeos de su respiración.

—Qué grande es tu pene, me llena el chichi

—No seas cursi, se dice polla y coño; vamos, dilo muchas veces

—Polla, coño, tu polla es muy grande, a mi coño le gusta tu polla, quiero tu polla en mi coño, mi coño quiere tu polla, deja la polla dentro de mi coño, dame polla, toma mi coño

La follada es de órdago. Agarrado a su cintura le estoy dando pollazos rápidos, fuertes, profundos, acompañados del ya rápido movimiento de la mujer, que de repente se detiene como si hubiera pisado a fondo el pedal del freno y se corre gritando como si la estuvieran matando, durante muchos segundos, con altibajos en el orgasmo y en sus gritos, acabando con una frase que apenas puedo oír porque mis oídos reflejan el bombeo de sangre del corazón como si fueran golpes de tambor.

—¡Qué rico, Sebastián, qué rico!

Saco la polla, doy la vuelta al caballete y enfrento el rostro de Beatriz, que en este momento está de rodillas, con los ojos cerrados, respirando aún de manera agitada, con el cuerpo recostado en la pared.

—Mírame, abre los ojos y la boca, vamos

Lo hace, sujeto su cabeza con la mano izquierda y unos segundos después me corro como si hubiera llegado el fin del mundo, echando la leche de mis hinchados huevos en rápidas descargas que impactan en la cara y tetas de la mujer, que cierra la boca para que no le entre semen en ella. No me preocupo, ya aprenderá a tragarse mi leche de hombre.

Extiendo hacia su boca los churretones que tiene en la cara, meto mis dedos manchados para que los chupe y después le meto la polla ordenándole que limpie con suavidad. Lo hace durante un buen rato. Como necesito descansar, ambos nos sentamos en la cama y nos tumbamos sobre la colcha.

—¿Nunca has tragado semen?

—No, eso es de pilinguis, me da un poco de asco

—Ya se te pasará cuando lo pruebes mucho y bien. Se dice puta, no te pases de fina

Miro a sus ojos y digo para mí sin pronunciar palabra: no debe saber nunca nadie que tú y yo nos lo montamos de vez en cuando; algún que otro día que libre la sirvienta vendré a tu casa para follarte a gusto y la próxima semana acordaremos el precio del local que vas a venderme a un precio favorable para mis intereses. Vamos a ser buenos amigos, Beatriz.

A eso de las dos de la mañana llega Pilar desde el restaurante. Está cansada pero contenta, así que tras charlar unos momentos mientras se desnuda, beso sus labios, después su boca y aunque dice:

—Estoy cansada, no me pongas cachonda

—Cuando vuelvas del cuarto de baño voy a hacerte la mejor comida de coño de tu vida, para que duermas profundamente

Pilar se tumba en la cama a lo ancho, con las piernas muy abiertas, dejándolas colgar desde el borde. Me arrodillo en el suelo encima de un gran cojín e inmediatamente beso y lamo sus muslos, lo que provoca los primeros grititos de excitación de mi esposa, que al recibir varios besos en el chocho, seguidos de lentas lamidas, empieza a jadear, expectante, poniéndome una mano en la cabeza y agarrándose a la ropa de cama con la otra. Ya ha empezado a segregar jugos vaginales y me estoy dando un festín bebiendo, chupando y mordisqueando el empapado coño —me resulta curioso que no haya dos coños iguales, cada mujer tiene su propio olor y sabor— deteniéndome cada vez más en el clítoris y acariciando al mismo tiempo sus tetas (a menudo me dice que hay momentos en los que siente en el sexo cada caricia que le hago en los pezones).

—Ay, ah, sí, sí; guarro, sigue, sigue

No sé si recibir sexo oral es lo que más le gusta, pero no debe andar muy lejos del primer lugar del ranking. Se excita mucho, rápidamente, obteniendo placer con facilidad, en poco tiempo, quedando muy relajada y, habitualmente, después duerme profundamente.

Esta vez tampoco falla y el grito de Pilar es alto y fuerte, largo, gozando durante muchos segundos, moviendo de manera incontrolada el pubis, los muslos y quedando después completamente desmadejada sobre la cama, de manera que la coloco dentro de las sábanas y la dejo dormir. Dudo en si hacerme o no una paja, pero decido que puedo aguantar las ganas y correrme mañana con una buena follada. Me voy a dormir.

No se me olvida ni por un momento que tengo una cuenta pendiente con Julián, el amante de mi esposa durante el coma. Quizás a ella le haya hecho un favor, o muchos, —e indirectamente a mí— pero me jode que se la haya follado durante más de un año. Dicen que la venganza es un plato que debe comerse frío, pero igual también vale si se toma templado.

Mañana cierra el restaurante, así que a la hora del desayuno le he indicado mentalmente a mi mujer que telefonee a Julián para que venga a casa. Le voy a castigar y ella va a participar en ello porque el joven, en realidad, ha estado abusando de ella y de su situación de viuda con marido. No sé si está muy traído por los pelos, pero es lo que he llevado a su ánimo.

A las doce de la mañana suena el timbre y una Pilar desnuda, con medias negras transparentes por encima de mitad de muslo, collar de cuero negro al cuello y zapatos también negros de alto tacón, abre la puerta para franquear la entrada a un sorprendido joven de veinticinco años, eterno estudiante de Económicas, alto, delgado, moreno, bastante guapetón y alucinado cuando me acerco a él, totalmente desnudo, y antes de que pueda reaccionar le sujeto por los hombros, miro a sus ojos y digo en mi interior: vamos a follarte mi mujer y yo, tú no puedes hacer nada si no te doy permiso, simplemente vas a colaborar haciendo todo lo que te ordenemos, dándonos placer y sintiéndote culpable por haberme puesto los cuernos; después sólo recordarás lo que yo te indique.

Lo primero de todo es decirle que rápidamente se quede en bolas —físicamente está bien, delgado y no demasiado fuerte, pero con buena polla— y observe en pie, sin moverse, mientras Pilar y yo nos besuqueamos y empezamos a meternos mano en el sofá del salón. Mi esposa está muy excitada, expectante por lo que pueda ocurrir, algo nerviosa, deseosa de atenderme y darme gusto, como si me debiera algo o tuviera que pedir perdón, lo que en ningún momento le he solicitado. Después de unos minutos de mutuo magreo, tras un besazo compartido, mi mujer se arrodilla ante mí para chuparme la polla y tras un par de minutos de mamada cojonuda, como siempre, me dirijo al joven Julián:

—Ven a chupármela, vamos, rápido

No lo hace mal, le cuesta un poco coger el ritmo, pero una vez lo consigue me está dando una buena mamada, acompañándose del movimiento de la mano derecha en mi tronco. Tan bien lo está haciendo que le tengo que pedir que pare.

—¿Te ha follado por el culo un tío alguna vez?

—No, eso es de maricones

—Pues tú ahora eres maricón, prepárate

Doblado por la cintura, apoyados los brazos en el respaldo de un sillón, queda esperando lo que quiera hacerle, aunque es Pilar quien toma la iniciativa, se acerca a mi oído y en voz baja me pide algo. Como me parece perfecto, sale corriendo hasta la habitación y vuelve con un arnés de licra negra que se sujeta a la cintura y los muslos como si fuera una braga —más bien un tanga sin entrepierna— en donde trae puesta una polla de silicona, larga, gruesa, también de color negro, brillante por la capa de aceite lubricante que le ha puesto. Se acerca al culo del joven, le suelta un par de fuertes azotes que suenan como estallidos y se pone a la altura del ano para empezar a empujar con la negra polla ayudándose de la mano derecha. El tipo parece que va a hacer intención de levantarse, pero simplemente se queja suavemente, en voz baja, y Pilar empuja con más fuerza hasta meterle como tres dedos de golpe, y tras varios grititos del enculado, nuevo fuerte empujón que hace que el total de los veinte centímetros de largo y casi cinco de ancho del consolador entren a saco en el culo. Julián se queja diciendo que le duele, lo que lleva a mi mujer a darle varios fuertes azotes y después a comenzar un mete-saca rápido y profundo que poco a poco se va convirtiendo en una follada de puta madre. Lo está gozando Pilar, se nota en el ritmo, en su respiración, en los ojos acuosos, en el aleteo de las ventanas de la nariz, en la concentración con que actúa…

—Berto, tócame, métemela; me hace falta

La tengo tiesa y dura como el mango de una pala, así que no me cuesta ningún trabajo colocarme tras ella, agarrar su cintura con mis dos manos y penetrar el mojado y caliente coño para comenzar una follada al mismo buen ritmo con que ella le está dando por el culo a Julián.

Ya llevamos unos cuantos minutos y el joven se queja que le duele, que le quema, lo que sólo sirve para que Pilar le suelte otros tres o cuatro fuertes azotazos y aumente la velocidad del ya tremendo metisaca, que en apenas otro minuto provoca la corrida de la mujer, larga, sentida, con los habituales gritos fuertes, prolongados, y las contracciones de su vagina que ponen en peligro mi idea de no correrme todavía, por lo que salgo de su maravilloso caliente refugio.

Cuando veo que Pilar saca la polla negra del culo de su ex amante, me meneo la mía a mucha velocidad y coloco a Julián arrodillado en el suelo, sujetando su cabeza con la mano izquierda.

—Abre la boca, maricón, vas a tragar mi leche de hombre

—Ahhhh, qué bueno es correrse

A pesar de haberme descontrolado un poco con el orgasmo, le he metido dos chorros de semen en la boca. Los traga tal y como le he ordenado.

Me siento junto a mi mujer a tomar una copa mientras el joven está sentado a nuestros pies en el suelo. Le miro a los ojos y le insinúo: te ha gustado mucho que Pilar te haya dado por el culo, estás cachondo, así que te vas a cascar un pajote y le vas a dar las gracias a mi esposa cuando te corras. Después te vistes para marcharte, sólo vas a recordar que has gozado mucho y bien con la polla en el culo y bebiendo semen, te ha gustado. Ya lo repetiremos.    

Hay que ser malo de vez en cuando que si no te toman por tonto y además, para eso tengo el poder de controlar mentalmente a las personas, para usarlo. No estoy especialmente contento de mi venganza, pero de momento ya me vale. Me ha gustado ver a Pilar follándose el culo del chaval y ella se ha puesto muy excitada. Algo habrá que hacer con eso y seguro que debo prepararme porque no va a tardar en pedirme el culo.

Un par de meses después aparece por el restaurante para hablar con nosotros la vecina madre de Julián, preocupada porque últimamente sólo se le ve con hombres, y como su hijo le ha dicho que somos amigos, quería conocer si nosotros sabemos si es que su chico se ha vuelto gay, así como de repente. Le damos buenas palabras para tranquilizarle y la siguiente vez que nos tiramos a Julián llevo a su ánimo que vuelva a preocuparse de las mujeres o por lo menos sea discreto si se lo hace con tíos. La buena acción por mi parte es que también le he convencido de que tiene que acabar los estudios y se ha puesto a estudiar como un fiera

Charo es la joven economista que trabaja junto con Pilar en la gestión del restaurante. Es familia lejana de mi mujer y desde el primer momento congeniamos porque es trabajadora, simpática, amable y de interesante conversación. Pelirroja, lleva el pelo bastante largo, lacio, enmarcando su agradable rostro de suaves rasgos, ojos verdes y labios gordezuelos; no es muy alta, sí muy delgada, curvilínea, de movimientos ágiles y elegantes, es una joven muy deseable, vamos, que me parece que está muy buena, a pesar de ser de un estilo distinto al que suele gustarme. Lo apunto en el rincón del cerebro que se ocupa del sexo, o será en la polla en donde se guarda eso.

Mis suegros viven en un pueblo de la costa de Alicante desde que cerraron la mercería de su propiedad que tenían en el barrio, vendieron el local a una conocida cadena de venta de sandwiches y se jubilaron. No están mal de salud, pero la próxima semana tienen revisiones y consultas médicas por lo que Pilar pasará allí diez días con ellos y yo volveré a ocuparme del restaurante. Son muchos días para estar sin sexo con el ritmo que últimamente llevamos, así que la noche antes de irse hemos tenido una buena sesión de despedida. Me maravilla la total colaboración de mi esposa en la búsqueda de placer, suyo y mío, por lo que para que me recuerde bien en estos días de separación le voy a dar por el culo de una vez por todas.

Se queja mi mujer de dolor las pocas veces que me ha dejado meterla en su culo apenas durante unos instantes, así que miro a sus ojos y digo para mí: estás deseando darme gusto y me muero de ganas por encularte, así que lo vamos a hacer y sólo si es un dolor verdaderamente insoportable tienes que quejarte. No he querido insinuarle que no le va a doler porque quiero hacerlo de verdad, de manera real, tal y como ambos lo sintamos.

Mi intención es buena, pero Pilar se queja de dolor y parece tener miedo, así que tras calentar motores varios minutos con mi lengua intentando que se excite lo máximo posible y que la saliva sirva como suavizador, no logro más que varios intentos fallidos, por lo que beso sus labios y aprovecho para mirar sus ojos mientras pienso para mí: ponte en la postura que prefieras, voy a penetrar tu culo, no vas a sentir ni dolor ni molestia alguna, te vas a excitar como nunca y después de un rato vas a gozar de manera intensa.

Dicho y hecho. Una vez puesta a cuatro patas sobre la cama de matrimonio, vuelvo a meter mi dedo índice bien impregnado de lubricante en el ano de mi mujer, adelante y atrás, a derecha e izquierda, una docena de veces; aprovecho la mínima apertura lograda en el ano para meter el dedo gordo primero y luego dos dedos juntos (durante todo este proceso mi esposa da señales de excitación y no se queja en ningún momento) y, ayudándome con la mano derecha, empujo con el rabo de manera suave, pero constante. Mi polla es larga y gruesa, pero mi capullo —eso me han dicho algunas mujeres— es más bien un poco picudo, afilado, por lo que siempre he pensado que es bueno para penetrar un culo, y creo que eso me facilita entrar en el deseado culo de Pilar. ¡Por fín!, ya estoy dentro.

Llevo varios minutos enculando a mi esposa, sin prisa pero sin pausa, moviéndonos al unísono y sintiendo en mi polla la maravillosa estrechez de un culo casi virgen. Tras echar otro chorrito de aceite lubricante voy aumentando el ritmo de la follada, lo que provoca más excitación en Pilar, y en mí unas ganas tremendas de correrme. No tardo apenas nada.

Ahhh, qué bueno, qué corrida más cojonuda.

Tras detenerme apenas unos segundos en los que mi mujer no para de moverse hacia adelante y atrás con mi ya desinflada polla todavía dentro, la saco y echo mano al clítoris para masajearlo rápidamente en círculos pequeños, apretando con las yemas de los dedos hasta que oigo el conocido grito alto y fuerte, como casi siempre muy largo, que indica el orgasmo de una fatigada Pilar que se desploma sobre la cama intentando recuperar la agitada respiración. Un beso en los labios, reviso que esté puesto el despertador a la hora necesaria, y a dormir, no sin antes oír música celestial para mis oídos:

—Me ha gustado, so guarro; las cosas que me haces, me has roto el culo

Llevo a mi mujer a la estación del AVE y regreso a tiempo de comenzar mi jornada laboral, con el restaurante ya en ebullición y el bar lleno hasta arriba de los clientes que desayunan  o almuerzan a última hora de la mañana. A las doce y media cerramos los desayunos —algunos extranjeros que vienen gracias a las recomendaciones de las guías turísticas de internet se presentan a comer antes de las doce— y ya sólo damos comidas hasta las cinco, hora de cierre del comedor. Tanto cocina como barra están perfectamente organizadas, así que son una maquinaria bien engrasada que trabaja a buen ritmo y surte a la sala sin mayores problemas. Tras charlar con los empleados e interesarme por cualquier posible incidencia con el cocinero jefe —Germán, un canario de casi cuarenta años que cocina de puta madre, lleva doce años con nosotros y es un buen amigo— y con el encargado de la sala —Roberto, un cincuentón muy serio, tremendamente eficaz y con grandes conocimientos como sumiller— voy al despacho que tenemos junto a la bodega para ver a Charo.

No llego a entrar al despacho porque la abierta rendija de la puerta me da una buena sorpresa. Charo no está sola, sino que en ese preciso momento se está comiendo la boca con Ana, una de las cocineras ayudantes, con quien está abrazada de manera que sus pubis están juntos y apretados. Joder, vaya par de lobas, que besazos guarros, ensalivados y llenos de deseo se están dando, me están poniendo cachondo. Un suave beso en los labios pone fin al besuqueo, me escondo al final del pasillo y veo como se marcha Ana. Voy a cotillear un poco.

Después de saludar a Charo y hablar de temas relacionados con nuestro trabajo, miro sus ojos y me digo calladamente: vas a contarme tu vida sexual, tú historia con Ana y cualquier detalle que te pregunte, después sólo recordarás que hemos hablado de trabajo y que he estado simpático, como siempre.

   —Desde los tiempos en la universidad las mujeres me gustan, también los hombres, pero casi siempre me siento más a gusto teniendo sexo con una mujer. Ana es increíble, una buena amiga y una amante fabulosa. Desde el primer día de mi trabajo aquí nos caímos bien y pocos días después ya follamos por primera vez, creo que me estoy enamorando de ella

—¿Has dejado de hacerlo con tíos?

—Últimamente ni me preocupo de los hombres, estoy muy bien con Anita

Yo a lo mío: ahora estás excitada y jugar con una polla te va a venir muy bien. Cierra la puerta, desnúdate y dame gusto.

La pelirroja está buena, tiene un puntito. Delgada y con curvas de pequeño tamaño, pero muy bien puestas. Está muy morena sin marca alguna de sujetador o braga —sé que va al gimnasio a ponerse bajo los rayos UVA— y completamente depilada, haciéndose muy evidente un tatuaje que lleva en el pubis casi tocando su sexo —el célebre logo de los Rolling: la lengua roja fuera de los labios— y tiene marcados todos los músculos, por lo que me resulta muy atractiva.

Ni siquiera le toco, simplemente le pido que se agache en cuclillas y me chupe la polla. No quiero otra cosa para empezar la jornada laboral. No lo hace mal y cuando le pido que trague mi semen y después me limpie con mucha suavidad, no lo duda. Llevo a su ánimo que debe guardar su calentón para tener sexo con Anita después del trabajo y me despido para subir a la sala. Ya veremos si hay continuación, no estaría mal ver un bollito —y quizás participar— de estas  dos mujeres.

Manolo, mi cuñado es un reconocido profesional de la fisioterapia. Lleva muchos años trabajando en ello, reciclándose y estudiando constantemente. En el gimnasio que dirige Eloísa, su esposa, mi hermana, tiene montada una afamada pequeña clínica en donde atiende a sus muchos clientes, que incluso se desplazan desde distintas provincias para que les trate. Además, Manolo es un buen tipo, un cachondo mental y mi mejor amigo. Ya llevo bastantes sesiones con él y habitualmente el tiempo que estoy en la camilla nos sirve para hablar de todo tipo de cosas y, por supuesto, de mujeres.

—La instructora esa de Pilates americana que tenéis ahora por las mañanas está buenísima, es un bombón impresionante

—Además que sí, se llama Joanna. Malo me tiene, porque casi todos días antes de que se marche le masajeo los músculos para irle aliviando una contractura en la espalda. Soy un gran profesional, Berto, y no soy un salido total, estoy acostumbrado a ver muchas tías buenas que vienen por el gimnasio, pero más de una vez, antes de ir a comer al restaurante, subo a casa, llamo a Eloísa por teléfono para que venga, y a follar. Cómo me pone. Y no se corta un pelo, se desnuda por completo para tumbarse en la camilla y con ese cuerpo que parece esculpido a cincel, ufff

—Deberíamos follar con ella, Manolo, como hacíamos antiguamente antes de casarnos

—Sí, pero debe estar bien servida, no sé si te has fijado en la media docena de pavos que vienen a buscarla en cochazos deportivos, todos ellos vestidos a la última moda y con cuerpazos de modelo

—Bueno, tu mañana me la presentas y a ver qué pasa

Así hace mi cuñado en un descanso entre clase y clase y como nunca me ha visto, hechas las presentaciones, me da un par de besos en las mejillas y pregunta muy interesada por mi salud, momento que aprovecho para mirar sus ojos y decirme interiormente: Joanna, te mueres de ganas por tener sexo con Manolo y conmigo, así que esta tarde tras acabar tu trabajo nos vas a llevar a tu casa para que podamos follar. Te vas a comportar como una auténtica perra salida que nos va a satisfacer tal y como queramos.

Mi cuñado no se lo puede creer y como, por supuesto, no le doy explicaciones, no las tiene todas consigo, pero a las cinco de la tarde vamos los tres en el pequeño utilitario que ahora utilizo camino de la Plaza de Castilla en cuyos alrededores vive Joanna, en un pequeño pero bonito apartamento de un único dormitorio.

Para qué andarse por las ramas, hemos venido a follar, así que nada más entrar en la casa, nos desnudamos los tres. Manolo tiene mi misma edad, su trabajo le mantiene en forma y es un hombre musculado; yo quedé demasiado delgado tras mi paso por el hospital, pero mi presencia a diario en el gimnasio —siempre me ha gustado el boxeo y entreno al menos media hora— y el ejercicio sexual me han permitido recuperar presencia física, y lo de Joanna no tiene nombre: es la tía más buena que he visto en mi vida.

Rubia natural en un tono dorado, lleva habitualmente su cabello recogido en una gruesa trenza, pero al soltarla ahora, luce una bonita melena aleonada que le llega por debajo de los hombros. Grandes ojos color caramelo, nariz recta, labios gruesos muy rojos, su rostro es el de una guapa mujer, pero su cuerpo esculpido en el gimnasio desde la infancia —ha sido gimnasta y bailarina profesional— es impresionante: tan alta como yo, delgada con curvas, ni una gota de grasa, tiene marcados músculos que ni siquiera sé que existan; dura, fuerte, con la piel morena de rayos UVA, sin marca ni señal alguna —lleva un tatuaje de estilo hindú o algo parecido en el glúteo derecho, un poco más abajo de la cintura—, tetas perfectas, quizás un poco maravillosamente grandes, que parece que estén sujetas por hilos invisibles, con los pezones levemente rojizos apuntando hacia arriba; caderas redondeadas, piernas largas, muy altas, con muslos increíbles, el sexo depilado excepto un cordón de vello rubio de un dedo de ancho que se corta antes de llegar al achinado ombligo, y un culo redondo, prieto, fabuloso. Es como las mujeres tremendamente macizas que hemos visto toda la vida en las revistas de hombres, pero en carne y hueso. Lo mejor: está a nuestra total disposición.

No ha sido necesario insinuar nada más, la rubia americana se comporta como si llevara años sin follar, de manera apasionada, dándonos servicio a los dos hombres sin dudar de ninguna manera, accediendo a las posturas y modos que queremos, convirtiéndose en la puta perfecta.

Mi cuñado y yo nos conocemos desde adolescentes, apenas teníamos trato en el colegio o en el barrio pero nos veíamos en el Bernabéu los domingos, y de coincidir en el fútbol nació una gran amistad que mantenemos a lo largo de los años. Nos casamos con apenas tres semanas de diferencia, ambos ya mayorcitos, y mi mujer —también vecina del barrio de toda la vida— y mi hermana siempre fueron buenas amigas. Ninguno de los dos matrimonios ha tenido hijos, así que somos amigos y familia a tiempo completo, nos llevamos muy bien.

Antes de nuestros matrimonios, Manolo y yo teníamos fama de ser bastante golfos, sin razón, porque ambos hemos sido siempre trabajadores y cumplidores de nuestras obligaciones, pero como salíamos mucho por las noches y se nos veía con distintas mujeres (y putas, por supuesto, éramos clientes de un excelente bar de señoritas cercano a la plaza de Cuzco), la gente no ve mucho más allá de sus prejuicios y la envidia provoca pensamientos erróneos. Durante años encontramos un buen chollo: ligar con turistas extranjeras de paso por Madrid en un par de hoteles del Paseo de la Castellana cercanos al barrio. Muchas norteamericanas, canadienses, japonesas, británicas, filipinas, casi todas maduras y de alto poder económico, estaban a última hora de la tarde-noche en los bares de los hoteles decidiendo si iban a salir de juerga, y dos madrileños jóvenes, altos, grandes, de buen ver, con ganas de marcha, hablando un inglés medianamente bueno —Manolo siempre me insistió en que era el idioma para triunfar— y conocedores del ambiente nocturno, eran bienvenidos (alguna propina de vez en cuando a porteros y camareros también hace lo suyo). La terminación de la noche (en la mayoría de las ocasiones ni llegábamos a salir del bar del hotel, cansadas las mujeres de todo un día de turismo made in spain) era en las habitaciones de las turistas y, muchas veces, cuanto más madura de edad era alguna de las mujeres con las que ligábamos (nunca nos lo hemos hecho con abuelas decrépitas, quede claro), los dos nos lo montábamos con ella, a petición suya casi siempre. Incluso nos daban muy buenas propinas al terminar, en dólares.

Vaya folladas salvajes que nos pegábamos, qué perras salidas se mostraban las guiris, pidiendo de todo, mucho y muchas veces, y lo de Joanna me lo recuerda: a cuatro patas sobre la cama, uno de nosotros penetra su coño y el otro la boca; subida sobre uno de nosotros que se la tiene metida en el coño, el otro le hace el culo desde atrás; arrodillada en el suelo con las manos en la espalda chupa las dos pollas a la vez e incluso consigue meterlas al mismo tiempo en la boca; le hacemos la máquina de coser, primero uno y luego el otro; nos excita lamiendo y mamando nuestro ano, bien dentro, con mucha saliva; corridas en la cara; azotes en el culo; pajas cubanas; testículos dentro de la boca; castigo a sus pezones; pajas con su cabello, algún que otro pising… el catálogo completo. Una excelente esclava sexual.

Joanna se ha marchado a vivir a Londres, qué pena, pero en los poco menos de siete meses que ha estado trabajando en el gimnasio nos ha dado gusto, pero bien, a Manolo y a mí dos o tres veces al mes, siempre los dos a la vez. Marche en paz con nuestro agradecimiento.

Las obras de acondicionamiento del local para la nueva panadería van muy adelantadas, en dos semanas inauguramos. No me costó ningún trabajo convencer a Begoña que me lo vendiera —en realidad lo hemos comprado mediante una sociedad a partes iguales formada por Manolo, Eloísa, Pilar y yo, copropietarios también del obrador—  a muy buen precio, además de seguir dándome el gusto de tirármela cuando me apetece. Joder, que folladas me pego con ella, he aumentado el repertorio de jueguecitos de bondage y castigos, para disfrute de ambos, porque con ello se excita y goza como perra en celo.

Lo que no tiene desperdicio es la vida sexual de Begoña después de quedarse viuda, hombres ninguno por el que dirán, pero su criada Margarita le ha estado dando gusto durante quince años para que no echara de menos al señor notario: consoladores, vibradores y lengua casi todos los días. Se ha ganado el sueldo la criada, sí. Tras sugerirle que me lo contara me dio un ataque de risa, tan conservadora, tontita y beatorra que parecía la viudita del notario. Habrá que investigar el asunto en algún trío con la presencia de Margarita, mujer alta y fibrosa con aspecto de sargento chusquero.

Por cierto, en la casa de Begoña ya no hay rincón retro-facha. En mi segunda o tercera visita le convencí para que lo quitara.

También le he insinuado mentalmente que cambie de peinado, se compre ropa interior sexy, se arregle el vello púbico —lo hace a la brasileña y se lo tiñe del mismo rubio que el de la cabeza— y vista ropa un poco más actual; me hace caso, claro está, y está muy contenta porque todo el mundo le ha comentado lo bien que le sienta el cambio de imagen. Seguro que le entran muchos tíos, porque está buena y más sabiendo que es millonaria. Que folle con quien quiera que ya estaré yo atento a los posibles jetas aprovechados, que de eso hay mucho suelto por ahí. Próximamente empezaré las negociaciones con ella para que me venda el cuarto y último piso del edificio en donde vive, un ático fabuloso. No hay que abusar ni levantar la liebre de cara a los demás, pero seguro que nos ponemos de acuerdo sin mayores problemas.

Bendito control mental. Se supone que he perdido año y medio de mi vida estando en coma, pero hago lo posible para recuperarlo lo antes posible, en especial en aquello que más me gusta: el sexo.

[ chiste del crucifijo: Un hombre bajito, muy delgado y físicamente poca cosa se ennovia con una mujer bastante más alta que él, ancha y grandota. Para aparentar y parecer más fuerte y grande, el hombre lleva siempre mucha ropa encima y como nunca tienen sexo durante el noviazgo, consigue disimular. Se casan, y en la noche de bodas la mujer está ansiosa por follar, mientras el marido tiene miedo que se desilusione al ver lo poquita cosa que es, así que dice a su esposa que se desnude, se acueste y apague la luz mientras él se desnuda en el cuarto de baño. Sale desnudo a toda velocidad y se tira encima de la mujer, que grita asustada: ¡enciende la luz que se me ha caído encima el crucifijo de la pared! ] 

   

Mas de pedrocascabel

Frases y dichos

Felicia

Habilidad familiar

A veces… llueve

Intercambio de parejas

Follar me gusta

La mirada feliz (1ª parte)

La mirada feliz (2ª parte)

Anda que

Cactus

Daniela

Amalia & Cía

Cristina

Dinero

Culo

Aquellos barros trajeron estos polvos

Benditas sean las tetas

Gordibuena y algo más

El ático

Gotas de Maribel

¿Domingas?, sí, gracias

T + m = pc

Hombre lobo no soy, pero

69

Comina

Magdalena

Bisexual me llaman

Las tormentas

La suerte ayuda

La pulsera de cuero marrón

La madura me la pone dura

Dicen que las pelirrojas traen mala suerte

No sé si tengo un problema o es que me quejo de vi

La Duquesa

Las hermanas boticarias

El tío Lucas

Una familia como tiene que ser

Vacaciones originales

Jubilados

Miranda

El Piraña

Miguel, chico listo

Cipriana, la que manda

La odiada prima Fernanda

El islote Fantasma

Chelo o Algunas mujeres se ponen muy putas

Qué tendrá el oro

Veinte años o cosa así

Pues sí que me importa a mí mucho

El amo de Tierraluna

El señor presidente

El funcionario huelebraguetas (y II)

El funcionario huelebraguetas (I)

Tres días en Rabat

La máquina tragaperras roja con cara de payaso (I)

La máquina tragaperras con cara de payaso (y II)

Pon una mujer madura en tu vida, te va a encantar

Inés, la amante del tío Jesús – parte II y última

Inés, la amante del tío Jesús

La Academia

Volver a casa tiene premio

El que hace incesto hace ciento (parte 1)

El que hace incesto hace ciento (parte 2 y última)

Call-boy

Como una familia unida

Butaterm: calienta pero no quema

Macho muy macho

La bomba

Alegría

Sinceramente

Telecoño

Gintonic

Un barrio (y 2)

Un barrio (1)

Aquellas vacaciones

Marisa

Nunca es tarde

El cepillo de madera

Me voy pal pueblo

La nueva Pilar

La tía Julia

Nuestra amiga Rosa

Cambio de vida

Carmela

40 años

El punto R