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Felicia

en Confesiones

Felicia

Dejando al margen consideraciones sentimentales, amorosas, éticas, que pueden condicionar las relaciones sexuales, a muchos hombres sin pareja fija nos sucede que no siempre podemos satisfacernos sexualmente de la manera que más nos gusta, nos excita o nos apetece, quizás por falta de confianza o porque no nos atrevemos a plantear determinadas cosas en un polvo de una noche, a riesgo de quedarnos sin nada, sin poder follar. Ese sueño recurrente propio de jóvenes inmaduros de tener una esclava sexual con la que satisfacer todas las ganas, de todas las maneras, en cualquier momento, en el lugar que sea, como sea… todos sabemos que no existe en la realidad, o más o menos.

Yo he conseguido algo parecido sin proponérmelo, sin buscarlo, y disfruto de la situación sin plantearme nada más que gozar mientras pueda y dure esta relación. Espero que sea durante mucho tiempo porque me merece la pena.

Felicia apareció en mi vida de casualidad, como tantas veces sucede entre hombres y mujeres. Una noche, tomando unas copas con dos compañeros de la oficina, entramos en un conocido local típico de finales de los años 80, en la decoración y en la música, a donde suelen ir hombres y mujeres ya pasados los cuarenta años, a la búsqueda de algún rollete de una noche o, lo que suele ser más habitual entre los tíos, tomar un buen par de copazos charlando, escuchar música conocida y darse una ración de vista con las tres camareras macizotas con minifaldas y escotes sugerentes —algunos ingenuos intentan ligar con ellas sin darse cuenta de que lo suyo es un trabajo y nada más— que el avispado dueño ha contratado. Los fines de semana también hay un par de camareros musculitos de gimnasio con camisetas ajustadas.

Al volverme hacia la barra para pedir otra ronda tropiezo con alguien que me echa encima de los pantalones una copa de champán que lleva en la mano.

—Disculpa, cómo te he puesto, cuánto lo siento

—Nada, es culpa mía, ni me he dado cuenta al girarme

Nos reímos al mismo tiempo y me percato de que es una mujer más o menos de mi edad —cuarenta y tres años— atractiva, muy morena de piel, muy maquillada, con el pelo liso, lacio, de color castaño oscuro y hebras rojizas, peinado en media melena con raya al medio, pegado a la cara, que le llega hasta el final del cuello, con brillantes ojos marrones, nariz recta pequeña, boca también pequeña de labios gruesos pintados de rojo brillante, no demasiado alta a pesar de los taconazos de aguja, embutida en un vestido azul de punto que le queda como un guante —o como una segunda piel— y pone de manifiesto que es delgada, curvilínea, que tiene de todo, quizás de tamaño no muy grande pero bien puesto.

—Soy Feli, estaba preparándome para irme a casa

—Te he tirado la copa, tómate otra, por favor. Yo soy Sergio

—Vale, pero antes vamos a los aseos a ver si arreglamos el manchurrón de los pantalones

La simpática guapetona mujer —más cerca de los sesenta que de la cincuentena— que es la encargada de los aseos al viejo estilo de los antiguos cafés de tertulias, nos provee de quitamanchas, pañuelos de papel, polvos de talco y una amplia sonrisa incrédula cuando ve que Feli se arrodilla ante mí y trata de limpiar el desaguisado.

Ni corta ni perezosa, Feli pasa por encima del pantalón los kleenex tras haber echado una buena cantidad de talcoinfantil,lo que no vale para nada, salvo que mi polla se percata de la situación y empieza a ponerse tiesa y dura, ante la continuación de los intentos de la morena mujer, quien se ríe, acaricia de manera consciente mi tranca ya hinchada, y ante lo evidente, dice con su voz ronca, levemente aguardentosa:

—Vivo muy cerca, mejor te invito a una copa en mí casa y a ver qué podemos hacer con esto

El ojo guiñado por parte de la encargada bien vale una buena propina y la sensación de que es un buen presagio, con un poco de suerte, esta noche meto.

En apenas cinco minutos durante los que charlamos de manera inconexa y reímos, quizás un poco nerviosos los dos, estamos en el portal del domicilio de Felicia —no me llamo Felisa, como tantas veces me dicen— subimos al último piso en un coqueto ascensor lleno de espejos, y entramos en un precioso ático, no especialmente grande, pero con una terraza increíble con unas vistas fabulosas sobre los tejados del centro de la ciudad.

—Tiene poca solución. Quítate los pantalones

Por supuesto que lo hago. Los coge, los dobla, los deja en el respaldo de una silla, se dirige hacia mí, pone su mano derecha en mi paquete y comienza a acariciar con destreza.

—Me he dado cuenta de que tienes un pollón. Desnúdate

Mientras lo hago ella hace lo propio tras soltarme, con rapidez, dejando a la vista su cuerpo moreno de sol —no lleva sostén, las bragas son el tanga más mínimo que he visto jamás, y las finas medias negras, hasta tres cuartos del muslo, deben ser de tejido de telaraña— sin ninguna marca de bañador o bikini.

Está buena Feli, con los músculos del cuerpo ligeramente marcados, tetas con poco volumen, pero anchas y altas, muy pegadas a su cuerpo, separadas, duras, con pezones grandes, redondeados, marrones como una bolita de chocolate, sin areolas visibles. No necesita sujetador, es evidente.

Caderas anchas, separadas por una cintura estrecha y alta, en donde destaca el ombligo achinado que parece un pequeño ojo guiñado. Ni gota de grasa en su vientre, el pubis enseña los labios vaginales abombados, de color amarronado oscuro. El vello lo lleva a la brasileña, rapado excepto un denso cordón castaño muy oscuro, como de un dedo de ancho, que llega hasta casi el ombligo, porque: tengo mucho vello, muy rizado, y como a casi todos los tíos les gusta comerse mi coño, me lo depilo a menudo. Además, me gusta lucir el tatuaje.

En el lado izquierdo del pubis lleva tatuado un rayo que parece romper en dos una letra erre mayúscula.

Sus muslos y piernas, también con los músculos marcados, son muy atractivos con ese color de piel tan moreno —me encanta tomar el sol, voy mucho a las playas de Mojácar, y aquí en la terraza me pongo como las lagartijas, siempre desnuda— de un marrón achocolatado mate que parece imposible conseguir de manera natural.

La espalda sinuosa me resulta muy atractiva, pero su culo es llamativo, cojonudo, quizás un poco grande —debería decir excitantemente grande— para el tamaño de su cuerpo, pero con elegante y estilizada forma de pera, de nalgas altas, prietas, firmes, anchas y al mismo tiempo alargadas, separadas por una estrecha raja, abriéndose al final para dejar ver la apretada roseta marrón del ano y los brillantes labios sexuales.

Estoy empalmao como un verraco. Es lo menos que se merece el cuerpo de Felicia. Se ríe, se acerca, y sin ningún preámbulo, coge la polla con una de sus manos al mismo tiempo que se arrodilla y comienza a lamer mi capullo, muchas veces, con la lengua muy ensalivada, utilizando su otra mano en apretar sin demasiada fuerza mis testículos. Me mira a los ojos, vuelve a sonreír y se mete la polla en la boca, como hasta la mitad, moviendo la cabeza adelante y atrás hasta que de repente se la mete entera. Tiene su mérito, muchas de las mujeres que me la han chupado no han conseguido —o no han sabido o no han querido— meterse todos los veintitrés centímetros y medio de largo por cinco de ancho, con un capullo acampanado más grueso aún.

Mete y saca la polla entera muchas veces, sin valerse de las manos, que las tiene puestas en mi culo, besando mi pubis cuando la tiene metida del todo, en una demostración de ir sobrada que me encanta, sin dejar de mirarme a los ojos, con una alegre expresión en su cara, contenta, satisfecha. Me está dando una mamada buena de la hostia, pero quiero metérsela en el coño, así que se lo digo con total naturalidad e, inmediatamente, se levanta, se acerca hasta el cercano sofá, me pregunta sonriendo —¿te gusta así, puesta de perra?— y mueve muy ligera y lentamente el culo, a derecha e izquierda, arriba y abajo, en una cámara lenta que me resulta caliente y excitante a tope. En ningún momento me ha dicho que me ponga un preservativo —sí, llevo uno en el bolsillo, sin caducar, por supuesto— y yo paso del asunto.

Poso mis manos sobre su cintura y las nalgas, me sujeto con fuerza, acerco la punta de la polla a la entrada del chocho y empujo, sin parar, de manera constante, hasta que se la tengo metida toda entera. Me detengo unos instantes a disfrutar la sensación de húmeda suavidad, del calor y los leves espasmos de las paredes vaginales que parecen darle la bienvenida a mi pene con roces y ligeros apretones. Oír hablar a Felicia es un añadido de excitación y de seguridad en mí mismo: me llenas, Sergio, qué polla más grande tienes. Es la señal de comenzar a follar con ganas.

Le estoy pegando unos pollazos tremendos, fuertes, profundos, con el ritmo rápido que va demandando mi polla, inmerso en los ruidos provocados por el entrechocar de mis muslos con las nalgas de Feli, el blup-blup del entrar y salir del pene en el encharcado chocho, las respiraciones agitadas, el quejido constante, ronco, como un zumbido sordo, que mantiene la mujer desde hace ya un buen rato, el golpeteo de la sangre a toda velocidad en mis oídos… es una follada de puta madre.

En pocos minutos me corro eyaculando un montón de chorros de semen en el interior del coño. ¡Qué bueno! ¡Qué gusto!

Nada dice la mujer morena cuando le he sacado mi polla medio blanda ya, con hilos de semen colgando, empapada de los densos oleosos jugos sexuales femeninos. Me siento en el sofá con ganas de recuperar la respiración, y antes de que pueda preguntarle si se ha corrido —estoy seguro de que no lo ha hecho, pero interesarme me parece un detalle de buen rollito por mi parte— me pregunta ella a mí: ¿quieres que te la limpie con la lengua?  

Joder, qué puedo responder a eso, simplemente dejarme hacer y gozar de la habilidad de Felicia con su lengua. Qué bien lo hace, que sensación más cojonuda es verla arrodillada en el suelo y sentir la punta de la lengua recorrer todo el capullo y la tranca recogiendo los restos de semen, que traga sin mayores problemas.

—Vamos a la cama a descansar un rato. Si te duermes, te despierto y hacemos lo que quieras

No sé qué hora pueda ser. No tengo ganas de levantarme para ir a donde dejé el reloj y el móvil, y no veo ningún despertador en la habitación. Me giro un poco y veo a Feli dormida profundamente, boca arriba, con las piernas abiertas, lo que me da una idea. Me levanto a orinar y a la vuelta me arrodillo en el suelo ante la cama para poder llegar con mi boca al coño de la mujer.

Con la boca entera le doy un buen repaso a todo el chocho, que me sabe muy bien a pesar de los evidentes restos de mi semen, aunque no le meto la lengua demasiado dentro por si acaso no me gustara. Cuando me centro en la zona del clítoris es cuando despierta la morena durmiente.

—Soñaba que me lo estaba comiendo Richard Gere. Tú tampoco estás nada mal, eh

Sigo dándome un atracón, tranquilamente, a mi ritmo, poniéndome palote al mismo tiempo, con la polla con una excelente erección. Por unos momentos pienso que debo continuar comiéndoselo para darle gusto a Feli, pero soy egoísta, y mi polla más aún, así que me levanto, me tumbo sobre la mujer morena, pongo los antebrazos posados sobre la cama para no aplastarla, acomodo las rodillas para estar a la altura de sus caderas, e intento metérsela, aunque rápidamente ella me la coge y la dirige hacia la entrada del coño. Empujo lentamente, recreándome en la jugada, y allá va toda, hasta lo más profundo que puedo.

Después de un minuto de labores de reconocimiento, jugueteando lentamente, dentro y fuera, derecha-izquierda, en círculos… llevo ya un buen rato follando como a mí me gusta cuando estoy en esta postura —yo encima, al mando de las operaciones— que no me gusta llamar del misionero. Será que soy poco religioso.

Ritmo constante, rápido, intentando subir la velocidad a cada poco, queriendo llegar muy dentro, abrazando a la mujer y acercándola a mi cuerpo, agradeciendo la colaboración y el impulso que ella le da al asunto —ha cruzado las piernas por encima de mi culo y aprieta hacia abajo en cada momento en el que yo penetro lo más dentro posible— dedicándole en voz baja, con la boca pegada a su oído izquierdo, algunos términos que muchas considerarían insultos machistas inaceptables y otras, como sucede con Felicia, un aliciente más para lograr la mutua excitación.

Estoy muy cachondo, noto que me falta poco para correrme, llega mi orgasmo, y en el último instante de lucidez quiero saber si a esta mujer le puede llegar a molestar algo, por lo que le digo según estoy empezando a eyacular: ¡eres la mejor puta con la que he follado nunca!    

Se la saco, me levanto de encima de Feli, me echo a un lado y quedo intentando recuperar el resuello, vigilando si ella se toca el clítoris o escuchando atentamente por si me pide que le dé ayuda para correrse. Nada de nada, quieta, tranquila, descansando, relajada. Por supuesto, no parece estar molesta. Quedo dormido sin poderlo evitar.

Despertar con sensación de excesiva humedad según estás aún atontado por el sueño puede ser por varias razones. Una, chunga, se ha roto una cañería o te has meado en la cama sin que el coma profundo de la borrachera te haya dejado reaccionar. Otra, la que me gusta, me la están chupando para despertarme. Feli es una artista del sexo oral, lame y come mi polla de puta madre, poniendo interés, buscando excitar al máximo, intentando logar mi placer. No le pido nada, quiero ver lo que hace.

Tras pasar un ratito chupando mi tranca, se detiene en mamar el capullo, con intensidad, de manera golosa, y tras volverme a repasar todo el largo de la polla varias veces, me separa las piernas, hace que las doble, las levante, y empieza a recorrer la zona del perineo con la lengua empapada en saliva, lentamente, adelante y atrás, acercándose al ano, en donde puntea levemente con su lengua fina y estrecha amagando que empuja para penetrar, lo que hace la tercera o cuarta vez, moviendo la cabeza como si se tratara de un tornillo, empujando cada vez más y metiéndome lo máximo que puede, muchas veces. ¡Qué bueno es, cómo me gusta!

Al mismo tiempo no ha dejado de menearme la polla, arriba y abajo, tapando y destapando mi capullo, acompasando el movimiento de su traviesa lengua con el de la mano. Qué corrida más buena, mi leche de hombre parece salir más lenta y suavemente que nunca, alargando un orgasmo sentido y profundo. Ver que le he pringado a Felicia su cabello con los churretones de semen es para mí un valor añadido de satisfacción. 

Debemos llevar juntos como cuatro horas, ya he tenido tres orgasmos cojonudos, pero Feli, o no se ha corrido o lo hace de una manera imperceptible, sin meter ruido alguno, lo que no creo, porque follando es medianamente escandalosa, jadea, da grititos, ríe, habla con su voz ronca, altera su respiración, suda, se moja mucho… pero no remata, o no me lo parece, con una buena corrida. No pregunto, no tengo todavía confianza personal.

Tengo curiosidad por lo que pueda significar el tatuaje que lleva. Le pregunto con muchas dudas, se ríe con ganas, y me cuenta:

—Rafael se llama mi exmarido, un rubito guapo, de ojazos verdes, pijo de familia bien, tío bueno como para gritar, de pádel diario, arquitecto, simpático, con polla grandecita, traviesa, y, según él, listo como el que más. Tan listo fue que se tiraba a media docena de mujeres cuando una amiga despechada, porque no quería follársela más, me lo contó. Le monté un escándalo en el estudio de su padre, en donde trabaja, me pegó delante de todos, le denuncié, nos divorciamos, mi abogada le sacó todo lo que pudo, que fue mucho, y por entonces me hice el tatuaje, para recordarme cada vez que estoy con un tío que ese gilipollas no se merecía follar conmigo, aunque he de reconocer que le quise mucho, y que gracias a los cuernos que me puso y las hostias que me dio, vivo estupendamente sin trabajar.

Hay que estar mal de la cabeza para dejarse perder las folladas con esta mujer. Bueno, quién esté libre de culpa…

La primera noche fue todo un feliz descubrimiento, no me podía creer mi suerte. Lo verdaderamente cojonudo es que ha tenido continuación.

Ya hace unos seis meses que Felicia y yo follamos. Es difícil hablar de otra manera de nuestra relación, somos amigos, sí, nos llevamos muy bien, tenemos confianza, congeniamos y estamos a gusto juntos. No es que yo me guíe por esa frase tan manida de que solo hay dos cosas importantes en la vida, la primera es el sexo, y la segunda… no me acuerdo, pero siendo soltero total, solvente económicamente, atractivo para algunas mujeres y con una buena polla, me parece razonable darle al sexo la importancia que tiene para mí, que es mucha. En especial con una mujer que me satisface de cualquier manera que me apetezca.

Nos vemos dos o tres veces por semana, salvo cuando se va en plan nudista diez o doce días seguidos a un apartamento que tiene en las playas de Mojácar —bendito divorcio, exclama al hablar de ello— y a donde me ha invitado a ir con ella esta próxima Semana santa. Vamos al cine, cenamos, tomamos unas copas, y nos vamos a su casa a follar. Sin problemas.

Ella mantiene desde hace tiempo un rollo con un amigo gallego —meu novio Anxo, dice de él— casado, que viene a Madrid cada tres o cuatro meses. Desde la noche del viernes y durante todo el fin de semana, está desaparecida en el céntrico hotel en el que siempre se aloja el tipo, follando sin parar, hasta que el lunes después de comer, el gallego coge el tren y vuelve a su restaurante de Vigo, a su mujer y sus hijos. Y hasta la próxima vez.

Si le apetece follarse a alguien tampoco se corta un pelo —en teoría lo hacemos ambos, pero yo no he estado con otra mujer desde que la conozco— aunque me dice que no lo ha hecho últimamente, que le gustan mi forma de ser y mi aspecto de hombre fuerte y viril, y no necesita de más tíos, al menos de momento.

Sigo pensando que Feli no se corre, no tiene orgasmos. Su satisfacción íntima se centra en darme gusto como sea, como yo le pida o como ella crea conveniente si toma la iniciativa. Me va muy bien, no pregunto.

Otra cosa que me resulta curiosa es que no recuerdo haberme besado con ella prácticamente nunca, salvo quizás como saludo o como bienvenida, o un piquito en un momento puntual de alegría, pero dado que no necesita de ningún preámbulo para empezar a follar ni tampoco la ficción de que mantenemos una relación sentimental además de sexual, pues no lo echa de menos. Yo tampoco.

Si las primeras veces que estuve con ella tenía algún reparo en pedirle determinadas cosas que otras mujeres sé que no quieren hacer porque les parece una guarrada o les ofende de una u otra forma, con Felicia se me han pasado los temores o posibles vergüenzas.  

Ya he comentado que esta mujer maneja la lengua con una soltura y destreza increíbles, poniéndola ancha y gruesa cuando lame y fina y alargada cuando puntea o penetra con ella. Uf, es algo tremendo.

Ahora mismo está centrada en mis huevos. Los lame los dos a la vez y por separado, con mucha saliva, sin prisas, sin dejarse ni un milímetro por recorrer. Cómo me gusta que se los meta dentro de la boca, es una sensación fabulosa que, además, me da un plus de excitación porque en mi particular imaginario sexual es el preámbulo de algo que me encanta: que me coma el culo. Me vuelve loco de excitación cuando lo hace.

Estoy arrodillado en el borde de la cama, doblado por la cintura boca abajo, con la cabeza apoyada en una almohada. Tengo las rodillas muy separadas y Feli tiene sujetos mis huevos con una de sus manos, apretándolos, estirándolos, sin demasiada fuerza —me suele gastar la broma de decir: si te llamas Rafael, te los arranco— mientras que con la otra acaricia sin parar la entrada de mi culo, en círculos, arriba y abajo, metiendo uno de sus dedos, apretando con la yema del dedo gordo, abriendo poco a poco el ano, masajeando y facilitando la apertura del esfínter, ensalivando constantemente, pasando la ancha gruesa lengua o penetrando, metiendo solo la fina y estrecha puntita. Todo ello con mayor o menor intensidad, según le parece, excitándome a un nivel increíble, hasta que decide pasar a un ataque más directo, empuja con la lengua y la mete todo lo que puede, adelante y atrás, muchas veces, moviéndola también de lado a lado, con un ritmo que acompasa al movimiento que ha comenzado con su mano derecha en la tranca, masturbándome sin dejar de penetrar mi culo con su lengua.

Solo duro unos pocos minutos más. Me corro con un orgasmo profundo y sentido, largo, eyaculando muchos chorros de blanco semen. ¡Qué bueno es!

Suele limpiarme el capullo con la punta de la lengua recogiendo los restos de mi leche de hombre, y después la mete en mi boca —no sé si puede considerarse un beso— para que compartamos el semen que pueda quedarle. Eso le gusta y le hace reír.

No voy a mentir, dadas las facilidades que ofrece Felicia he intentado otros tipos de actos sexuales, por probar, por si me gustaba algo que hasta ahora no conocía. Pocas veces había enculado a una hembra, y ahora es algo que hago casi siempre que follamos. Me gusta mucho, sobre todo cuando con su voz ronca se queja de que tengo la polla muy gruesa.

He pensado en hacer algún trío con otra mujer —una simpática rubia amiga de Feli, de tetas grandes, me pone ojitos cuando nos vemos tomando copas, y no me importaría que nos lo hiciéramos con ella— porque con otro tío no quiero, no vaya a ser que le guste más que yo. No tengo ninguna prisa.

El verano pasado probé a hacerle una lluvia dorada —en la terraza, de noche, bajo las sombrillas— y paso del asunto, aunque los dos nos reímos mucho, la verdad es que fue una pasada, aunque después estuvimos un buen rato limpiando la terraza con la manguera y fregasuelos de olor intenso a pino.

No me va el rollo sadomaso, aunque en ocasiones sí me paso mordisqueando los pezones de Feli —se le ponen duros como piedras— y también le doy algún que otro duro azote a ese culo cojonudo que tiene y que suena muy bien. Ojos vendados, manos atadas, parar de repente para retardar mi corrida… algún que otro juego de ese estilo, y poco más. Bueno, últimamente le he pedido varias veces que me dé por el culo con una polla de silicona, y hace unos días hemos estado en un sex-shop comprando un arnés para que me encule con todas las de la ley. Dice que eso le va a gustar mucho y tratará de no pensar en su exmarido mientras me sodomiza.

Cuando le pregunto si tiene orgasmos, si se corre, no me contesta de manera directa. Simplemente dice que conmigo se lo pasa muy bien. No insisto.

Soy totalmente urbanita, la ciudad es mi hábitat natural —mi padre decía a menudo: al campo, ni a heredar, que para eso hay abogados y notarios que lo facilitan— aunque de vez en cuando me gusta dar un paseo por el monte, tomar el sol un rato, comerme un buen bocata de tortilla de patatas —Feli conoce un bareto que la hace increíblemente buena— sentado cerca de un curso de agua y, a poder ser, follar. Parece como si recargara las pilas si echo un buen polvo en plena naturaleza.

Como a pesar del ambiente frío el día es muy soleado, nos hemos acercado en mi coche hasta la sierra madrileña. Lo del sol y esta mujer es de traca, tras veinte minutos de paseo, ha localizado unas losas planas, alargadas, completamente expuestas al sol, y rápidamente se ha desnudado por completo para tumbarse sobre la manta que llevamos. Queda en estado de trance, supongo, porque se limita a respirar levemente y a absorber los rayos de sol sin mover ni una ceja.

No sé por qué me viene a la cabeza una frase atribuida a Marilyn Monroe con la que estoy totalmente de acuerdo: el sexo forma parte de la naturaleza. Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza. Me acerco a Felicia, me arrodillo sobre ella, pongo mis manos sobre sus tetas para sobarlas, beso suavemente su cuello un par de veces, paso la lengua ensalivada por debajo de la barbilla, e inmediatamente ya está ella liberando mi polla del pantalón. Para qué andarse con sutilezas ni complicaciones.

Qué suerte he tenido de conocer a esta mujer.

  

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