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Butaterm: calienta pero no quema

en Hetero: General

Butaterm: calienta pero no quema

Realmente me costó mucho tiempo tener sexo con Beatriz. Nos conocíamos de vista y quizás habíamos hablado alguna vez, pero yo ni siquiera sabía su nombre, simplemente que es una de las secretarias de la unidad de publicidad, que forma parte del Comité de empresa y, algo muy evidente, que está buena como para gritar. Tremenda, con unas tetas de infarto. ¡Qué polvo tiene!.

Trabajo desde hace más de veinte años en la compañía más importante dedicada al diseño, construcción y gestión integral de centros comerciales, de ocio y deportivos de todo tipo. Tengo un carguito directivo en la unidad de informática, lo que me permite vivir bien, sin apreturas, y me obliga a viajar de vez en cuando por España, Portugal y Marruecos; algo que me gusta bastante. Soy soltero, sin pareja estable ni hijos, tengo cuarenta y cinco años. Me llamo Julián y lo que aquí escribo comenzó hace unos cinco años.

Siempre he trabajado en la unidad de informática, en todo lo relacionado con seguridad, fundamentalmente de los centros comerciales en general y de las personas en particular. Realmente estoy especializado en lo que durante años se llamó Seguridad e higiene en el Trabajo y me dedico a ello con la ayuda de las nuevas tecnologías, revisando y evaluando la seguridad de los trabajadores de los muchos centros que gestiona mi empresa.

Así fue como entré en contacto directo y personal con Beatriz, quien tras una serie de robos con intimidación sufridos por varias trabajadoras dentro de las instalaciones para el personal de un centro comercial de la periferia madrileña, se hizo cargo de la situación por parte del Comité de empresa y yo, tras los informes de la policía y la seguridad privada, por parte de la propia empresa. Durante varias semanas nos vimos a diario, trabajamos juntos, colaboramos en la solución de un evidente fallo de seguridad y pasamos buenos ratos en los que se despertó una corriente de simpatía, compañerismo, amistad, confianza y, por mi parte, deseo, un deseo incontenible de tener sexo con Beatriz, de comerme sus grandes y excitantes tetas.

Beatriz no es una mujer guapa. Es rubia teñida (castaño claro es su color verdadero), con el pelo suave, rizado, por debajo de los hombros; ojos grandes marrones (necesita utilizar gafas para todo), unos labios finos que conforman una boca recta y grande y un cuello largo y bastante estilizado. No se puede decir que sea fea, aunque su rostro no atrae especialmente y además no se suele maquillar (apenas brillo transparente en los labios). Su cuerpo es otra historia.

De estatura mediana (le gusta usar tacones para parecer más alta), al mirarla no se puede evitar fijar la vista en unas tetas grandes, altas, con mucho volumen, que ella gusta lucir con escotes casi siempre bastante atrevidos (escandalosos en ocasiones) que permiten vislumbrar sujetadores de gran variedad de colores y formas o con camisetas ajustadas que dejan ver un canalillo glorioso y el gran tamaño que tienen esas tetas o con vestidos sueltos con los que queda patente que muchas veces va sin sujetador y que esas maravillas son grandes, pero también duras y nada caídas. Cuando se le encienden los pilotos por un cambio de temperatura o porque le excita la conversación o lo que ella misma está contando, sus pezones tiesos y duros, del tamaño de una avellana, empujan la tela de la camisa o el vestido de manera tal que es lo único que puedo vislumbrar en mi cercano horizonte visual. Joder, necesito mamar esas tetas. Tienen que ser maravillosas de verdad.

Ella lo sabe perfectamente, claro está, y le gusta que los hombres estemos pendientes de su pecho e intentemos ver todo lo que enseña, que en ocasiones, es bastante. No se corta un pelo a la hora de hablar de sus tetas (o de sexo en general) y reconoce que le gusta ver que los tíos se ponen cachondos al mirarla y como muchos de ellos se excitan de manera muy evidente. Tiene un puntito de exhibicionista que según toma confianza conmigo me reconoce más abiertamente y cuenta que su marido (sí, otro de sus defectos: está casada) la llama Butaterm (como en el anuncio de la estufa: calienta pero no quema) ante el evidente lucimiento de las tetas y el gusto que le da su exhibición. Más adelante me enteraré que ambos se excitan para follar cuando ella cuenta los sucesos del día, los esfuerzos de los tíos por verle los pechos y el grado de calentamiento que en ella provocan.

Bea es ancha, quizás le sobre algún quilo, pero no sólo tiene un pecho maravilloso. Sus redondeadas caderas envuelven un culazo cojonudo, grande (ella dice que demasiado, pero lo hace para que los tíos se fijen y lo miren con ganas y se den cuenta de que es un culo fabuloso), con forma de duro melocotón, que luce con pantalones que se le ajustan como un guante y con faldas vaqueras que le sientan perfectamente (no sé la razón, pero la ropa vaquera me excita desde siempre y esta mujer la usa muy a menudo). Los muslos son recios, anchos, duros, musculados (al sentarse no es muy cuidadosa a la hora de ocultarlos de la vista y a veces juega a dejar ver el color de sus bragas, como si no se diera cuenta), continuados con unas piernas torneadas, bonitas, siempre perfectamente depiladas. Está muy buena, mucho, y resulta excitante a más no poder por esa sensación que le gusta traslucir de mujer conocedora del tema, muy sexual, caliente y camera a tope. Quizás un poco calientapollas, seguramente algo más que un poco, sí. No le importa reconocerlo.

Desde los primeros momentos que ya tuvimos un trato amistoso distinto al de simple compañero de trabajo no pude evitar intentar ligar con ella, tratar de conocer su cuerpo, comerme esas tetas prodigiosas y follármela hasta por las orejas. Resultado: calentón día sí día también. Lo de Butaterm es cierto, puede llegar a ponerme cachondo como un verraco en celo, puede excitarse y dejar que me vaya pasando poco a poco en mis comentarios al oído más o menos subidos de tono y en los intentos por rozar y tocar sus tetas, el culo o los muslos, pero al final, nada de nada o, quizás, un beso de amigo en los labios, casi sin lengua, una bromita sobre la tienda de campaña de mi pantalón, y sanseacabó, se va rápidamente cuando intento sujetarla o meterle mano.

Mañana será otro día y probablemente esta noche Beatriz eche un polvo con su marido (me lo dirá o al menos me lo dará a entender) mientras le cuenta que me pongo palote total (es como le gusta decirlo) con ella. Yo, otro pajote pensando en su cuerpazo o una visita al bar de Nela (Manuela), un par de gintonics, un poquito de vacile y charla tontorrona y si hay suerte, follar con mi amiga pensando en Bea y sus tetas.

Hasta aquí se podría decir que es un rápido resumen de los primeros casi cuatro años en los que tuve relación de amistad con Beatriz, amistad que sí fuimos sedimentando por razones de trabajo, de cercanía personal (trabajamos en el mismo edificio y en la misma planta) y porque nos sentíamos a gusto juntos. Al margen de mi deseo siempre presente e insatisfecho y su actitud de calientapollas y nada más, salvo algún beso muy de vez en cuando y roces más o menos discretos en las tetas o los muslos, ese fue todo el sexo que tuvimos. Y mogollón de pajas pensando en ella.

De repente, los dioses debieron pensar que me debían algún favor, así que una noche en la que quiero acostarme con Nela (durante años ha sido buena amiga y la mujer que me ha quitado todos los calentones, por suerte) me encontré a Rafael, el marido de Beatriz, en un reservado del bar de copas de mi amiga. Apenas nos habíamos visto dos o tres veces, nos había presentado su mujer y poco más, pero le reconocí. A quien no conocía de nada fue a la joven y guapísima morenita con quien se estaba comiendo la boca y metiéndole mano bajo la corta falda con ganas, como si el mundo se fuera a acabar.

Lo bueno de los teléfonos móviles con cámara es que pueden ser útiles en algún momento. Lo malo es que quien te haga la foto quiera aprovecharse de ti. Sí, una docena de fotos de la pareja dándose el lote, con fecha y hora, pueden valer para lograr algo muy deseado por mí y si la polla de Rafael aparece en las manos de la joven morena y la boca de él mamando una pequeña pero bonita teta, pues mucho mejor.

Hacerle llegar las fotografías a Beatriz de manera anónima fue fácil (eh, lector, tranquilo, que no estamos hablando de ética, estamos hablando de follar; pues eso), poner cara de sorpresa y mostrarme compungido y entristecido por ella cuando me lo contó y me enseñó las fotos unos días después no me resultó difícil, consolarla como buen amigo intentando no besarla y que no se me fueran las manos a sus tetas según se lamentaba y lloraba sobre mi hombro, eso sí que fue difícil. Duro de aguantar (como mi polla cuando estoy cerca de Bea). Durante tres semanas apenas nos vimos y hablamos salvo unos minutos a la hora del café y junto con otros compañeros de trabajo. Llegué a pensar que me había equivocado con lo de las fotos de Rafael y que había provocado un efecto contrario al que buscaba, pero hay que ser paciente para todo, según dice Lin, la simpática camarera del restaurante chino cercano a mi casa al que me gusta ir de vez en cuando, que se gana un sobresueldo haciendo unos excitantes masajes con final feliz y muy baratos. Me consta porque soy cliente suyo.

Es viernes, dentro de unos minutos se acaba mi jornada laboral semanal y para variar estoy discutiendo de fútbol con Charo, mi secretaria (no tiene ni puñetera idea; joder, si es del Atleti). Suena el teléfono y leo en la pantalla que se trata de Beatriz. Sorpresa: dice que ya va siendo hora de que quedemos a tomar unas copas, que ha tenido unas semanas muy malas, con mucha comedura de coco y que quiere divertirse un poco y desconectar de su situación matrimonial. ¡Bien!. Quedamos en un bar muy conocido del centro a las diez de la noche.

Me retraso unos minutos porque tardo en encontrar aparcamiento. Al entrar veo enseguida a Beatriz sentada en la barra, me hace un gesto con la mano y un par de moscones se marchan de su lado con cara de decepción. Un beso en la mejilla y, ¡madre mía, viene vestida como para entrar a matar!. Una camisa vaquera de color azul claro, muy ajustada, con varios botones desabrochados luciendo una gran parte de sus tetas, contenidas difícilmente por un pequeñísimo sujetador negro que apenas tapa las marrones areolas de los pezones. Miro hacia abajo y veo sus muslos hasta por encima de las medias negras casi transparentes, porque lleva una minifalda negra simulando fina piel que se le ha subido muy, muy arriba. Y como casi siempre, zapatos negros con altos taconazos. Cuando me siento en el taburete de al lado y pido una copa (no me extraña que el camarero no se separe de la zona en la que estamos, el tío se debe estar dando una ración de vista cojonuda) mi polla está ya como el mango de un martillo.

Que callado estás Julián. Igual te ha dado corte quedar conmigo o no tenías ganas.

No mujer, es que hasta cortas la respiración de lo sexy y guapa que vienes. Me has impactado. Cuéntame que tal estás. Últimamente hablamos poco.

No es una charla muy original, pero por algo hay que comenzar y a lo largo de las dos siguientes horas nos sentamos en una mesa, picamos un poco a modo de cena y seguimos con gintonics, mientras me cuenta su desilusión con Rafael (le ha confesado que lleva un par de años viéndose con esa chica, alumna suya en la Escuela de Industriales en donde él da clases de matemáticas) y el dolor que le ha causado la falta de confianza de su marido, más que el hecho de que le haya puesto los cuernos, lo que según ella no tiene mayor importancia si es sólo sexo. Se han separado durante un par de meses para reflexionar, aunque hablan a diario, pero no quiere quedar con él de momento. Ahora estoy ya con dolor de testículos de lo hinchados y llenos que están y mi polla se tiene que notar mucho de lo tiesa y dura que me la pone tener al alcance de las manos las tetas de Beatriz. En el sofá estamos sentados muy juntos, cadera contra cadera, y la falda negra ya se ha subido un poco más y veo casi todo el muslo hasta casi las ingles y la sombra de un tanga negro (me ha dicho ella que lleva un pequeño tanga, en mitad de la charla, como si tal cosa) que tapa su sexo. La mano se me va al culo y al lateral de los muslos, acariciando suavemente, sin que parezca molestar a Bea. Casi veo sus tetas por completo, sólo los pezones quedan tapados por el sucinto sostén y me encanta ver la pigmentación marrón-rojiza de la piel que rodea los pezones.

Me miras mucho, Julián. Menos mal que me gusta y somos buenos amigos, si no tendría que enfadarme un poco, corazón.

Sabes que me pones a mil, Bea, y hoy estás más excitante que nunca. Ya te has dado cuenta que tengo la polla a tope. Te deseo mucho y eso es decir poco después de hacerme tantas pajas en tu honor durante los últimos años. Sé que te gusta que te diga esto, estás increíble y hoy tengo aún más ganas de ti que nunca.

Palote sí que estás, bien que se nota tu paquetón. Me gusta. Y me excita oírte hablar. Anda, dame un beso, paga y vámonos a tu coche a ver qué podemos hacer. Llevo más de un mes sin follar.

Del bar al coche hemos tardado por lo menos diez minutos, parando constantemente, besándonos, abrazándonos, llevando a Beatriz por la cintura y sujetando fuerte su culazo. Algún restregón con mi hinchada polla ya le he pegado para que se vaya enterando de cómo voy de caliente.

Ya en el coche nos damos un largo beso guarro de los de verdad, con mucha lengua y saliva, mientras acaricio su culo y mi mano sube a lo largo de uno de sus muslos.

Vámonos a algún sitio discreto en donde puedas aparcar. ¿Conoces los alrededores de la Plaza de toros?. Está muy cerca. Me gusta que los mirones se masturben mientras lo hago con mi hombre.

Cerca de la Plaza de toros de Las Ventas, en una calle lateral, he aparcado el coche en batería en una zona de muchos árboles, con lo que hay muy poca luz. Nos pasamos a la amplia parte trasera del coche y apenas me he sentado Beatriz acaricia con fuerza mi rabo por encima del pantalón (qué dura la tienes, cabrón, y parece grande), me desabrocha y quita la camisa a tirones y chupa y mordisquea mis pezones (cómo me ponen estos chiquitines de macho con pelo en el pecho), se quita su camisa vaquera, entierra con fuerza sus dedos en el vello de mi pecho (Julián desnúdame las tetas, por fin te las vas a comer) y deja las gafas sobre uno de los asientos delanteros, no sin antes mirar por la ventanilla y comentar: ya hay un mirón pegado al coche, me encanta que me vean, ya verás cómo se la menea mientras tu y yo nos damos gusto.

Creo que me emociono durante unos instantes cuando paso mis manos por detrás de Bea hasta su espalda y desabrocho el pequeño sujetador para dejar completamente a la vista esas tetas únicas que tanto he deseado durante años. Nunca he visto otras tan maravillosas y excitantes. Qué bonitas son (no las mires tanto y cómetelas, corazón, que no te van a hacer daño), cómo me gustan y que gozada es sentir las manos tan llenas que no llegan a abarcarlas, la boca pasando por toda la suave y dura carne, enterrar mi cara entre dos montañas perfectas, lamer y mamar dos pezones fabulosos, ricos de verdad, … no sé ni cómo describir todo lo que siento, que se traduce en una polla tiesa y dura como creo que nunca he tenido, palpitante y necesitada de cuidados paliativos urgentes (vaya, vaya; te pongo palote total, tío).

Beatriz se quita casi de un tirón la falda y el tanga, dejando a la vista su depilado coño, después me ha bajado los pantalones y el slip con prisas, se ha detenido un segundo en valorar mi polla (me gusta, es grande y gorda) e inmediatamente ha empezado a lamerla en toda su extensión, arriba y abajo, con mucha saliva, parando unos momentos para mordisquearla suavemente a mitad del tronco varias veces y, haciendo suaves ruiditos con la boca, meterse el capullo de golpe, empezando a mamar tranquilamente, como poniendo mucha atención y ganas de no perderse nada (¿qué hace el mirón?, cuéntame si se le ve la polla).

En apenas un minuto me está haciendo una mamada fabulosa, sin manos, porque agarra mis huevos con una de ellas y aprieta lo justo para no hacerme daño y con la otra acaricia la raja del culo con mucha suavidad, mojándose el dedo con saliva y deteniéndose unos instantes en el agujero del culo.

No voy a durar nada Bea, como sigas así me voy a correr rápidamente. No me hace ni caso, sigue a lo suyo con la aplicación de una buena estudiante o una puta de las caras, no sé, y mientras acaricio apretando y estirando un poco más de la cuenta los pezones, me corro con un grito contenido y sintiendo que mi semen sale desde lo más profundo. Varios lechazos quedan dentro de la boca de la mujer y veo que lo traga sin reparos, con gusto, otros le han pringado su cara y las tetas y se acaricia muy suavemente extendiendo el semen como si de una crema corporal se tratara (la leche de hombre es lo mejor para cuidar el cutis y mis tetas, para que estén duras, tiesas pero muy suaves).

Descansa un poco y prepárate porque estoy muy salida y necesitada de correrme. Anda, mira, ahora se corre el mirón. Debe ser verdad, pero no estoy en condiciones ni tengo ganas de mirar.

Se ha fumado un cigarrillo, yo no fumo, y después se ha arrodillado en el suelo del coche cogiendo con ambas manos mi rabo morcillón y llevándolo hacia sus tetas, que mueve de derecha a izquierda en un suave bamboleo que hace que golpeen esas maravillas directamente en mi polla y la vuelva a poner tiesa y dura rápidamente (a todos os pone muy palote sentir las tetas en la polla, debe ser algo que viene de la infancia). Se levanta para sentarse en el asiento y doblarse por la cintura para chupar varias veces y con mucha saliva la ya crecida polla, se da la vuelta y rápidamente se pone a cuatro patas (vamos, Julián, fóllame con ganas y no te corras dentro) con la cara apretada en el cristal de la ventanilla. Penetro el empapado coño de un solo empujón (¡guau!, cabrón, que pollón tienes) e inmediatamente comienzo con un metisaca rápido y sostenido que gusta a Bea (así, corazón; así me gusta), quien empieza a moverse adelante-atrás al mismo ritmo y velocidad de los pollazos que le pego. Desde los primeros momentos la mujer ha entrado en una especie de éxtasis propio, con los ojos cerrados, concentrada en sentir, dando pequeños grititos y jadeos al ritmo de la follada y babeando de gusto cuando habla y dice frases que me resultan muy excitantes (qué bien; joder, qué follada; sigue así, sigue mi macho …). Llevo los últimos diez minutos follando a un ritmo tremendo que no se si voy a poder seguir manteniendo, cuando Beatriz, que ya lleva un rato tocándose el clítoris, tiene su orgasmo y suelta una especie de lamento continuado a un volumen alto, como si se tratara de un grito muy largo medio contenido que termina muchos segundos después diciendo en voz baja y temblona: ya, sácala, no te corras dentro, sácala. Dicho y hecho.

Mi polla necesita cuidados intensivos, pero Bea se ha acurrucado en el asiento y está adormilada, así que me la meneo despacio a la espera de ver si ella me echa, al menos, una mano para correrme. No se da por aludida, así que voy más deprisa con mi pajote. Cuando me falta poco, oigo decir: córrete en mis tetas, corazón. Y eso hago. Con Beatriz apretando y sujetando sus maravillas, apunto mi polla hacia ellas, suelto cinco o seis chorros de semen que impactan en las tetas y en su cara, lo que me da placer añadido, y me corro con gran satisfacción. Mientras recupero la respiración veo como Bea se extiende por la cara y los pechos mi leche y se lleva los dedos pringados de lefa a la boca para chuparlos. Ay Julián, que malo es estar muchos días sin follar. Llévame a casa, anda, que me he pasado con los gintonics y tengo sueño. Me ha gustado mucho lo tuyo, eh.

A partir de ese día entro en una dinámica fabulosa de sexo con Beatriz casi todos los días, durante dos meses es la mejor época de mi vida en lo que a follar se refiere. En todas las posturas, en todos los lugares, con todo tipo de ropa interior (es una de sus pasiones, lucir los sujetadores), montándonos numeritos variados en casa, en el coche, en hoteles, en comercios y bares de copas, en la calle y hasta en un tren a Málaga, girando todo alrededor de sus maravillosas tetas y el exhibicionismo cada vez más descarado de Bea. Además, se puede decir que tenemos relación de pareja de hecho de la manera más natural, con amistad, no hablo de enamoramientos, pero sí de confianza y necesidad de estar juntos. Después, un sábado a la hora de la siesta, tras haber recibido una de sus fabulosas mamadas, me dice de repente: mañana he quedado a comer en casa con Rafael. Vamos a probar juntos de nuevo a ver si sale bien y espero que entiendas que no podemos seguir viéndonos y follando como hasta ahora.

Me quedo tan cortado que no sé qué decir. Beatriz se viste, me da un beso en los labios y se marcha a su casa sin que yo logre reaccionar. Como el lunes siguiente debo salir de viaje a Marruecos, durante un tiempo no nos vemos y apenas puedo hablar con Bea llamándola al trabajo, lo que no ofrece mucha intimidad; poco más que hola, qué tal y adiós. A mi vuelta pasan las semanas sin que nos veamos más que a la hora del café y sin que quedemos para nada. Un día me dice por teléfono que se ha reconciliado con su marido y que van a intentar tener un hijo, de lo cual me alegro. Poco a poco vamos perdiendo trato y confianza, hasta que Bea, embarazadísima de gemelos, deja la empresa y tras el parto abre, junto con una de sus hermanas, una tienda de lencería de señoras en un centro comercial de uno de los nuevos barrios del norte de Madrid.

Yo he vuelto a mis gintonics en el bar de Nela (otra vez es mi amiga quien calma mis ganas de sexo) y a visitar de vez en cuando la sala de masajes de Lin. Me comentan algunas compañeras que la tienda de Bea ha tenido mucho éxito porque la ropa interior de mujer que venden es bonita, barata y muy excitante. Han inaugurado otras dos en sendos centros comerciales.

 

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