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Gotas de Maribel

en Control Mental

Gotas de Maribel

Dicen que los venenos y los perfumes vienen en frasco pequeño, puede ser, pero lo verdaderamente importante son sus ingredientes

Me he despertado sudando, sobresaltado y empalmao como un verraco. No sé lo que estaba soñando, algo relacionado con mi padre, mezclado con una mujer rubia que se ríe a carcajadas mientras me estoy follando a una morena a la que no puedo verle la cara. Debe ser que estoy muy salido, así que me hago una paja rápida e intento seguir durmiendo, que es muy temprano todavía.

Los perfumes, colonias y otras sustancias aromáticas constituyen la actividad profesional y negocio fundamental de la familia Miravaux desde hace seis o siete generaciones. Desde que un desconocido perfumero francés se instaló en la provincia de Soria —huyendo de la sangrienta represión desatada tras La Comuna de París, en el verano de 1871— siempre sus descendientes se han ocupado del laboratorio y la fábrica anexa en la que se elaboran los perfumes Miravaux —conocidos internacionalmente, fundamentalmente el llamado «Gotas de Maribel»— que actualmente se venden en las cuatro tiendas de la marca en España y también por distintas cadenas perfumeras, sin olvidar que también trabajan algunos productos dentro de lo que se suele conocer como marcas blancas, para las más importantes empresas de distribución en grandes superficies de Europa.

Quizás debería haber escrito lo anterior en primera persona, dado que a mí también se me puede considerar de la familia y trabajo como perfumero. Lo cierto es que me apellido Sánchez, como mi madre, soy hijo no reconocido de Antero, el hijo mayor de la familia Miravaux, y me he ganado con mis estudios y duro trabajo el derecho a vivir de una pequeña empresa química, fundamentalmente de droguería y jabones industriales, que ni siquiera es valorada en la Maribelona, nombre por el que se conoce en la comarca —en toda la provincia y la comunidad autónoma— el emporio formado por fábrica, laboratorios, la casona, almacenes, tiendas, fincas, empresas de transporte, una inmobiliaria, un hotel, casas, locales, y varios negocios más de distinto tipo. Si por aquí alguien habla de una familia adinerada, mucho, con éxito social y poder político, está hablando de los Miravaux. Yo soy un simple bastardo que con gran esfuerzo se ha hecho pequeño empresario y vive día a día, sin más. 

También hay una costumbre entre los Miravaux, casi me atrevo a decir una tradición genética, que hace que la hija mayor del dueño o dueña del negocio en cada momento, se llama Maribel, y Antero es el nombre del hijo mayor. En estos momentos es la tía Maribel —hermana pequeña de mi padre biológico, se llevan diecisiete años— quien dirige, como presidenta y accionista mayoritaria, el negocio familiar, además de ser la perfumera jefe del laboratorio, responsable de todo lo relacionado con la elaboración de los perfumes y líquidos aromáticos que fabrican. Yo me llamo Luis Antero, cosas de mi madre.

Treinta y cinco años, químico —doctor, para ser más exacto, con una tesis doctoral sobre perfumes que ha sido publicada como libro de estudio— soltero sin novia, sin familia directa y, según mis empleados —nueve fijos, dos conductores para los repartos y algunos eventuales cuando hay prisas— un tipo cabezota, difícil de tratar en ocasiones por mi carácter duro y estricto, pero buen jefe y buen pagador, para lo que ahora se estila. Vivo en pleno centro de El Burgo de Osma —en la casa que siempre ha sido de la familia de mi madre— ciudad soriana sede de la empresa, del laboratorio-fábrica y de la gran casona —un verdadero palacete— que se considera el hogar de la familia Miravaux. Desde hace unos meses soy el amante de Maribel, además de celoso guardián del secreto que casi de puñetera casualidad he descubierto.

Mi madre falleció en accidente de coche en Soria, lugar en donde vivía y trabajaba como funcionaria del Ayuntamiento. Yo acababa de terminar los estudios y, lleno de dudas, me marché de viaje durante un año, recorriendo más de medio mundo. Cuando volví a casa no sabía qué hacer, salvo mi determinación de dedicarme a la perfumería. En la empresa Miravaux admitieron mi currículo, pero jamás me llamaron, así que vendí un local heredado de mi madre, pedí un préstamo bancario, y con el dinero compré una nave industrial en donde poco a poco he ido levantando la empresa química de mi propiedad. Eso es lo que he hecho durante los últimos cuatro años y medio, en los que no he parado de trabajar, he aprendido mucho sobre el arte de la perfumería, su comercialización, y, no puedo evitarlo, sigo teniendo el escondido deseo de ser reconocido como miembro de pleno derecho de la familia Miravaux.

Viernes por la noche, lleva tres días seguidos lloviendo con ganas —mejor para las setas que espero coger los próximos días— y la noche es muy fría. Estoy sentado en la barra de un discreto bar de copas del pueblo, charlando con dos conocidos sobre algo insustancial e intentando llamar la atención de Mina, una de las dos camareras, alemana, con la que de vez en cuando tonteo y follamos, no tanto como yo quisiera. En una de las mesas del fondo hay un grupo de tres mujeres maduritas, entre ellas Maribel Miravaux. Se levanta con cierta dificultad porque lleva unas semanas utilizando muletas por la rotura de una pierna en un accidente casero. No quiere ayuda de ninguna de sus amigas para ir a los aseos. De manera instintiva yo también voy, llego rápidamente y entro en el aseo masculino, vacío en ese momento, quedando, sin saber muy bien lo que estoy haciendo, al tanto de Maribel en el aseo de al lado.

Los ruidos de la cisterna y el secador de manos me indican que ya sale Maribel, abre la puerta y se detiene para sacar algo del bolso. Entre las muletas y el vaivén de la puerta, a la mujer se le cae el bolso al suelo y algo salta de manera que, tras dar en la pared, se detiene a mis pies. Lo recojo, es un spray negro, de pequeño tamaño —apenas tres centímetros— y, ¿será curiosidad profesional o personal?, me lo guardo para intentar reconocer el perfume que lleve dentro. Acaba de llegar una de las amigas de Maribel, a quien ayuda a recoger el bolso y a salir de los aseos. Yo espero un par de minutos y vuelvo a la barra para intentar quedar con Mina.

Después de parar a desayunar en una churrería que abre muy temprano —son casi las cinco de la mañana— Mina y yo vamos a mi casa. Estoy cachondo, con muchas ganas de follar, y a pesar del sueño que dice tener la camarera, nos desnudamos rápidamente y pasamos al dormitorio.

Mina, desnuda, está muy buena, se puede decir que es un pibón del estilo propio de algunas mujeres centroeuropeas. Alta, de constitución fuerte, guapetona de cara, con unos ojos azules muy llamativos, melena hasta mitad de la espalda que suele sujetar en cola de caballo, pelo lacio, de color castaño claro con mechas rubias y rojas, bastante delgada, con la piel levemente tostada manchada por algunas pecas rojizas, sus tetas no son grandes, pero sí altas, firmes, duras, como dos limones puestos de punta que tienen en su centro pezones cortos que sobresalen —sólo cuando está realmente excitada— de rojizas pequeñas areolas de las que se suelen llamar en brioche. Me encanta comerle las tetas durante muchos minutos, y es la mejor manera de ponerle cachonda para que colabore en la follada.

Ni gota de grasa en todo el cuerpo, con el vello púbico siempre rasurado por completo, sus largas piernas son un punto fuerte de su anatomía, aunque para mí lo mejor es su culo alto, firme, ancho y alargado, con una fina raja que tapa la pequeña roseta rojiza del ano. Me da el culo siempre que se lo pido, y eso es algo que me encanta.

Llevo varios minutos penetrando el mojado coño de Mina, que está puesta a cuatro patas, balanceándose adelante y atrás al mismo ritmo de mis pollazos, sintiendo las apretadas paredes vaginales que provocan un roce continuo en toda mi tranca. Me voy a correr pronto y no quiero dejar de darle por el culo, así que la saco, y tras separar con ambas manos las duras nalgas, penetro con facilidad el pequeño agujero rojizo, que se agranda lo necesario para dar cabida a mi tiesa polla. ¡Qué sensación más cojonuda! Cuando Mina empieza a moverse siguiendo mi metisaca parece que me la va a romper, ¡cómo aprieta! Ahí va mi leche. Joder, que corrida más buena, el condón queda bien lleno esta vez.

La verdad es que mi relación con Mina apenas existe, dado que la guapa alemana cobra por follar. No la considero estrictamente una puta profesional —número reducido de clientes, discreción, trato amistoso, no siempre hay que pagarle— pero, como ella dice: estoy buena, gusto a los tíos, quieren follarme, que me ayuden a pagar las facturas o se casen conmigo. Ahora estoy muy bien con ella porque en el verano cambié de coche —me he comprado un todoterreno para salir por el campo y las muchas extensas arboledas de por aquí— y el turismo que tenía se lo regalé. Pronto volverá a pedirme dinero, seguro.

La alemana no se corre casi nunca, prefiere masturbarse cuando tiene ganas y está sola, así que rápidamente nos dormimos hasta el mediodía. Mientras Mina está en la ducha recuerdo el espray que recogí del suelo, lo pulso suavemente y noto un perfume similar a «Gotas de Maribel», pero distinto, más denso, ácido, fuerte y penetrante, quizás más masculino, me gusta, pero me resulta extraño. Tengo un olfato prodigioso que me habilita para ser perfumista, reconozco todas y cada una de las fragancias de la casa Miravaux y sus componentes, pero no sé qué es exactamente este perfume. Echo sobre mis muñecas, en el cuello, en las corvas de los codos —me gusta mucho su olor y me intrigan los posibles componentes— y me fijo en Mina cuando sale del baño envuelta en una toalla. Cuánto me gustaría que me hiciera ahora mismo una mamada, pienso para mí mientras miro su bonita cara.

Sonríe, me mira a los ojos, se quita la toalla e inmediatamente se arrodilla ante mi falo y empieza a comerme la polla medio tiesa que ahora presento. Vaya sorpresa, ¿será todavía el efecto del regalo del automóvil? Quiero que se trague el semen, cosa que nunca hace, así que lo pienso y se lo voy a decir, pero me corro antes de poder hablar, y se lo traga, sin dejar ni una gota. Alucino.

Mina se viste y se marcha, no sin antes decir: ¿has cambiado de colonia? Huele muy bien la que llevas, aunque es un poco fuerte, ¿seguro que es de hombre?

Paso la tarde del sábado en el laboratorio intentando descubrir todos los ingredientes del perfume del pequeño espray negro. Es el mismo «Gotas de Maribel» de siempre con una mayor concentración de los aceites de bergamota, cedro, neroli, y algo que no logro descifrar, que contiene ácido láctico, urea y varios alcoholes, lo que no deja de sorprenderme. No sé qué es. Me voy a cenar y a ver el partido del Madrid, que lo ponen en la tele.

Cerca de mi casa, en un coqueto pub estilo años 80-90, radica la más importante peña madridista de por aquí. Entre sus méritos están el de preparar unas tortillas de patatas —con setas, con morcilla, con lacón y chorizo— que son cojonudas, además de servir unos gintonics excelentes, cargaditos, sin añadirles más que hielo, un grano de café natural y una rodaja de limón. Me pongo en la barra a darle al diente y al levantamiento de vidrio mientras sigo el partido junto con dos docenas de apasionados hinchas.

No sé si pedir la tercera copa para celebrar una sufrida victoria del equipo cuando oigo a mi espalda: ¿Has reconocido ya todos los ingredientes? Me giro sobresaltado y veo la cara sonriente de Maribel Miravaux, quien me mira a los ojos y, sin decir palabra ni yo poder oponerme, me lleva hacia una discreta mesa del fondo del local.

—Te vi anoche en el bar y cuando esta mañana noté la falta del espray perfumero supe inmediatamente que lo tenías tú. Las casualidades existen, pero es mejor conocer las razones en vez de elucubrar. Seguro que has intentado conocer la composición del perfume, pero es difícil, ¿verdad?

No quiero contestar, no sé si quiero hablar con ella, pero sin saber por qué, comienzo a hablar sin callarme nada, me veo obligado a ello, no puedo evitarlo.

—No entiendo la razón de algunos de los alcoholes y ácidos que lleva, no tiene sentido para mí

Pues ahí está el truco de un perfume, querido sobrino, en lo inesperado, en lo desconocido, en lo secreto. Espero que no te siente mal que te llame sobrino, yo siempre te lo he considerado, pero claro, en vida de mi padre y con el capullo de mi hermano de por medio, nunca hemos tenido ningún trato ni posibilidad de tenerlo. Creo que es algo que tú y yo debemos solucionar, ya va siendo hora

Hemos estado hablando durante más de una hora, en especial sobre mí y mi interés en la perfumería —es como si me hubiera estado examinando— hemos tomado una copa, y como tiene el coche aparcado cerca de la puerta de mi casa, vamos paseando —no nos encontramos con nadie, el frío ya se nota— y antes de llegar da un traspiés —los adoquines son una verdadera trampa para las muletas— que casi acaba con ella en el suelo.

Se ha hecho daño en la pierna escayolada, así que se apoya en mí y entramos en mi casa. Tras encender las luces y comprobar que está encendida la calefacción, le ayudo a quitarse el abrigo, a sentarse en el sofá y le ofrezco un antiinflamatorio, una copa —acepta ambos— rechaza ir al médico de urgencias, y prendo la televisión, de manera instintiva, como siempre hago.  Ambos nos ponemos a ver la televisión sin decidirnos a hablar; evidentemente, estamos algo incómodos, quizás cortados.

Están emitiendo una película ya antigua —Nueve semanas y media— y en este preciso momento Mickey Rourke le está echando un polvazo de la hostia a Kim Basinger, sujetándola en volandas, apoyándola contra la pared de un callejón mientras les cae encima una lluvia torrencial. Estoy cachondo —igual da que hoy haya estado con Mina— y me muevo en el sofá algo inquieto. Sin darme cuenta he llevado mi mano hacia el paquete y me he acomodado la polla medio morcillona, tardando más de la cuenta, como si estuviera valorando distraídamente las ganas de empezar a masturbarme.

—Es muy excitante, verdad. Oye, ¿tienes alguna novia o algún apaño por aquí?, sé que sales poco para ser tan joven y no creo que la alemana esa que os da servicio a unos cuantos sea la solución, aunque está buena, eso sí

No sé qué contestar a Maribel, salvo asegurarle que no tengo novia ni ningún rollo. Y me callo lo mucho que lo echo en falta.

Mi tía —siempre he pensado en ella como tal, aunque fuera en la distancia— está sentada en el otro extremo del sofá de piel blanquecina que compartimos. Ha cumplido cuarentaiséis años este verano y siempre ha tenido fama de mujer guapa, elegante y atractiva. Sí, lo es, a mí también me lo parece, a pesar de la mueca de seriedad, como de mala leche, que tiene a menudo en su rostro.

Ha sacado un espray negro de pequeño tamaño del bolso, igual al que yo conozco. Se acerca para quedar sentada a mi lado, me mira, sonríe, se echa en el cuello, detrás de las orejas, un par de gotas de perfume. Tras pedirme que apague el televisor se pone a hablar mirándome directamente a los ojos.

—Lucien, perfumero francés de ideas políticas revolucionarias, no era ningún genio, sino un artesano conocedor del oficio, con buen gusto. En Soria no era muy bien visto por las clases pudientes, los únicos que en aquella época podían comprar perfumes y jabones de olor, desde que se supo su participación en La Comuna parisina, así que buscó esposa entre las extranjeras que conocía por su actividad comercial. Casó con Maribel, mujer de incierto origen eslavo, viuda sin hijos, todavía joven, guapa y, lo más importante, desde muy niña ayudante de su padre, conocido perfumista establecido en la ciudad de Dresde

Mi tía se acerca, bebe un largo sorbo de lo que estamos tomando —gintonic, bebida oficial familiar, según me dice— y de manera sorpresiva para mí, acaricia suavemente mis mejillas, varias veces, y gira la cabeza para que pueda oler mejor el perfume que se ha puesto. No me deja hablar —quiero saber el nombre del perfume desconocido y sus ingredientes— poniendo un dedo sobre mis labios y volviendo a acariciarme la cara, sonríe y continúa con su historia.

—Maribel sí que era un genio, y como Lucien le dejó el trabajo de elaborar y desarrollar perfumes y fragancias al reconocer su valía, en apenas diez años su perfumería fue conocida en toda Europa y se hicieron con fama y dinero. Tuvieron dos hijos, Maribel y Saturio, la primera continuó con el trabajo de sus padres y el chico marchó a Alemania para hacerse cargo de la perfumería de su abuelo, empresa que desapareció al final de la Segunda guerra mundial, en el salvaje bombardeo de Dresde, en donde murieron todos los integrantes de esa rama familiar

No puedo evitar algo que en un primer momento me asusta. Giro la cabeza hacia la derecha y beso en los labios a Maribel, quien me responde primero suavemente, y rápidamente, dándome un muerdo de película, ensalivado, guarro, al mismo tiempo que nos abrazamos en un incontenible ataque de pasión y excitación. Soy consciente de lo que está pasando, por momentos quiero dejar de hacerlo, pero no puedo, y no es sólo por el calentón y el placer que obtengo de los sucesivos besos ni por las ganas de tener más, es que no puedo.

Mi tía se separa de mí, vuelve a sentarse derecha y tranquila, sigue sonriendo mientras me mira a los ojos —inmediatamente yo también me calmo, aunque sin saber por qué— y no dice nada sobre lo que acaba de suceder, simplemente sigue hablando.

—El perfume «Gotas de Maribel» fue un éxito desde el primer día de su puesta a la venta, y además de cimentar la fama y el dinero de la familia, permitió a la primera Maribel seguir investigando en toda la gama de perfumes, colonias y jabones que, modernizados y con no demasiados cambios, seguimos elaborando

Toma el espray negro que está sobre la mesa y de nuevo echa tras sus orejas dos gotas. Se acerca a mí para que pueda olerlo, me mira a los ojos y de nuevo nos besamos de manera apasionada, largamente, repitiendo los besos muchas veces. Me surge de repente la imperiosa necesidad de desnudarme, y lo hago tras ponerme en pie, a pesar de que en algún rincón de mi conciencia surgen leves dudas sobre si debo hacerlo. Ella sigue hablando con su voz cautivadora.

—Qué bueno estás, qué hombretón eres. Desde luego que te pareces al picha brava de tu padre, que siempre ha sido un niñato estúpido e inmaduro, pero guapo como para gritar y con fama de tener un pollón de lujo. Mira mi cuerpo, a ver si te gusta

La tía Maribel desnuda merece la pena. Alta, delgada engañosa, curvilínea. Rubia natural, de un color más bien blanquecino verdaderamente luminoso, lleva el cabello corto, muy liso, peinado con raya a un lado y echado hacia atrás, con la nuca rapada y sin flequillo, dejando libre su bonito rostro, en donde destacan los grandes ojos de color gris acerado, bajo unas cejas rubias más oscuras que el pelo de la cabeza y rodeados de una casi invisible red de finas arrugas; la nariz recta y pequeña, y una boca de labios gordezuelos de color granate, muy bonitos y sugerentes.

El cuello largo, fino, elegante, se sujeta en unos hombros redondeados, bonitos, que dan paso a unas tetas medianamente grandes, altas, tiesas, muy separadas, picudas, mirando cada una a un lado, acabadas en punta, con pezones cortos, más bien gruesos, oscuros —de color entre granate y marrón— rodeados de pequeñas areolas circulares del mismo oscuro color. Me parecen preciosas, muy llamativas, del estilo de esas que a veces llaman de copa de champán, de un tamaño perfecto para ponerse ciego con las manos y con la boca.

De espalda fuerte, sinuosa, tras una cintura alta y estrecha acaba en unas caderas amplias que engloban un culo redondo, prieto, ni grande ni pequeño, respingón, como si fuera un terso melocotón cuyas nalgas quedan separadas por una fina raja en donde se esconde la pequeña entrada del ano, muy apretada, oscura.

Por delante, un ombligo achinado situado en una tripa en donde quedan levemente marcados los músculos, sin gota de grasa, anuncia un vientre algo abombado que se continúa en el pubis sin apenas vello, también rubio blanquecino, más bien largo y poco rizado, que en ningún caso tapa los anchos labios del sexo, del mismo color que los pezones.

Los muslos son delgados pero fuertes, musculados, como las largas bonitas torneadas piernas.

Es una mujer de una vez, es guapa y está muy buena, nadie diría que es una cuarentona cercana a los cincuenta años de edad y que no se le conocen novios ni amantes. Incluso hay quien piensa que es lesbiana. Me gusta, ¡joder si me gusta!

Su piel siempre levemente tostada —la familia abrió un gimnasio en una gran nave que nunca se había utilizado, en el que también hay máquinas de rayos UVA y similares, Maribel es asidua usuaria— y la evidente elegancia de sus gestos, le confieren un atractivo especial, multiplicado por diez en los momentos en los que relaja la dura expresión del rostro, tal y como ahora hace, mirándome sonriente.

Yo tengo la polla tiesa y dura como el mango de una pala. Por momentos sigo con la extraña sensación de que quizás no deba hacer lo que ahora mismo necesita todo mi cuerpo, pero es sólo por unos instantes, lo que tarda Maribel en acercarse a mí.

Nos abrazamos antes de besarnos guarramente, recorriéndonos toda la boca con la lengua, enroscándolas, chupándola el uno al otro durante un largo rato. Me vuelven loco sus pezones, no paro de besarlos, lamerlos, mamarlos, al mismo tiempo que mis manos no se pueden quedar quietas y acarician su espalda y el culo. Maribel está callada, pero dentro de mí oigo, sin lugar a dudas, su voz, pidiéndome que le coma el coño.

Durante unos momentos su pierna escayolada es un problema, pero se sienta en el sofá con la espalda apoyada y las piernas muy abiertas, con la pierna enyesada encima de un gran cojín puesto sobre la mesa baja. Me arrodillo en el suelo ante ella. Nunca he sido muy lamerón, soy más de meter que de chupar, pero ahora mismo me estoy muriendo de ganas por comérselo.

Joder, qué bueno está, que olor más estupendo —en ocasiones, tener un buen olfato no es lo mejor ni más apropiado para mamarle el coño a una hembra, pero con Maribel no tengo problema alguno— y cómo me excitan los grititos y suaves gemidos que da según me centro en su clítoris.

Sigue, sigue; no pares, me viene ya, ¡ya!

Un largo grito con voz ronca y alta, como si le saliera de lo más dentro posible, es la manera que tiene de exteriorizar su orgasmo, prolongado durante muchos segundos, durante los que parece que sigue manando su fuente de jugos sexuales. Tengo la cara, la barbilla, el cuello y el pecho empapados, el sofá está mojado y hasta en la alfombra y en el suelo se notan los líquidos de la mujer. No está orinando, pero pudiera parecerlo. Me he puesto muy cachondo.

Ya está, me acabo de dar cuenta. Ya sé lo que es. Mi nariz nunca me engaña, y está claro que el ingrediente que no logro identificar es jugo vaginal, secreciones sexuales de una mujer. Es más, se trata de los flujos sexuales de Maribel Miravaux, está claro. Vaya, nunca se me habría ocurrido.

Mi tía no dice nada pero dentro de mí oigo claramente me voy a follar ese pollón que me pone tan perra. Me siento en el sofá con la espalda recta, bien apoyada en el respaldo, y con mucho cuidado para no hacerse daño, ella se sienta sobre mí dándome la espalda, manteniendo la pierna escayolada sobre el cojín de la mesa baja. Tardamos un poco en colocarnos de manera cómoda y segura, pero cuando logra meterse mi polla en el coño, da un quejido de gusto, de excitación, que me la pone más dura todavía. ¡Qué ganas tengo!

Es un polvo tranquilo, con poco movimiento por su parte, pero noto como las paredes del chocho rozan y aprietan mi necesitada polla según se eleva un poco hacia arriba —yo doy un golpe de riñones cuando baja— dejándose caer para que la tranca le llegue lo más dentro posible, al mismo tiempo que no dejo de tocar, acariciar y besar sus estupendas tetas. Como casi no se puede mover en la postura en la que estamos, todo el trabajo recae en mí, más aún cuando me ordena —estoy seguro que no ha dicho nada, pero oigo en mi cabeza lo que me pide— que siga así, que no pare y que le masajee el clítoris, lo que paso a hacer inmediatamente con la mano derecha, notando lo tremendamente mojada que está por sus oleosos jugos sexuales. Cuando se corre un par de minutos después parece que se moja todavía más, durante los muchos segundos que dura su orgasmo. Voy a aguantar poco, las convulsiones incontroladas de la vagina durante su corrida me llevan al límite, y antes de poder sacar la polla me corro como si tuviera una central lechera en los huevos o allí de donde salga mi semen. ¡Qué gusto! ¡Qué bueno!   

No sé si la expresión de su cara es de satisfacción por haberse corrido dos veces, por procurarme a mí placer o es que considera que tanto yo como mi polla hemos pasado a formar parte de su propiedad, como casi todo lo que la familia Miravaux toca. Me besa suavemente en los labios y le ayudo a ponerse más cómoda en el sofá, sigue sin hablar, simplemente acaricia mi cara suavemente y después agarra mis testículos y la polla, como en un gesto de posesión, tira levemente para que me acerque y besa la polla con expresión de felicidad.

Déjame dormir un rato. Luego me llevas a casa. Tengo que irme pronto, no quiero que me vean salir de aquí

Se queda profundamente dormida en el sofá, la tapo con una manta y como no tengo sueño, quedo pensando en este primer contacto familiar que he tenido con la familia Miravaux. A quien se le diga…

Tengo que investigar sobre el perfume secreto de Maribel, me parece que lo utiliza para influir sobre los demás. Vaya puntazo lo del líquido vaginal. Como hay un pequeño charco en el suelo, lo recojo con una pipeta de las que siempre hay por casa y lo guardo en el frigorífico. Seguro que soy capaz de reproducir y elaborar el perfume, pero tengo muy claro que no debo decírselo.

Cuando a eso de las seis de la mañana —no ha querido ducharse ni tomar café— dejo a Maribel en la puerta de la casona de la familia, dos empleadas salen a recibirla, la cara que ponen al verme y reconocerme es todo un poema a la incredulidad.

Desde la primera noche en la que estuvimos follando, mi tía y yo hemos quedado —es un eufemismo, porque me llama por teléfono y me dice la hora y dónde nos vemos, sin posibilidad de réplica por mi parte— al menos una vez por semana. Ya le han quitado la escayola y eso nos permite echar unos polvos de la hostia, en todo tipo de posturas, algo que le encanta y excita. Me chupa la polla y los testículos con verdadera gula, pero después de un buen rato y sin que yo me corra, siempre me pide —me ordena— que le coma el coño, largamente, guarramente, recorriéndoselo entero, incluso con toda mi cara, y centrándome después en su clítoris, mamándolo hasta que goza. Sigue utilizando el pequeño espray negro para echarse perfume —por cierto, nunca me ha reclamado el que se le cayó del bolso y yo guardo como un tesoro— y tengo perfectamente claro que después me da órdenes sin necesidad de hablar, mentalmente. No puedo resistirme —me tiene en su poder, aunque en el momento me puedan surgir dudas— en cuanto huelo ese perfume tan especial que ya reconozco perfectamente. Cuando se ha corrido dos o tres veces es mi turno —ha llegado a tenerme más de una hora con la polla tiesa y dura, no sé si para demostrar que hace lo que quiere conmigo— me corro, y ella cae inmediatamente después en un sueño profundo, durante al menos una hora, y yo aprovecho para hacer provisión de sus secreciones sexuales. He avanzado mucho en la elaboración del perfume, tanto que ya voy a probar si es cierto su efecto de control mental con alguna de mis conocidas.

A lo largo de la última semana he probado si el perfume permite controlar mentalmente a las personas que lo huelen. Me he limitado a cosas sencillas como pedirle a un camarero que me invite al desayuno, a ordenar a la secretaria de la empresa que suba y baje las escaleras dos veces, y chorradas por el estilo. A mí me parece que ha funcionado en todas las ocasiones, incluso cuando en una gasolinera he sugerido que no me cobren el carburante, lo máximo a lo que hasta ahora me he atrevido.  

Charo es la dueña del quiosco de prensa al que voy todas las mañanas. Casada con un camionero que viaja muy a menudo, sin hijos, es una mujer guapetona, simpática, un tanto descarada, siempre aceptando y haciendo bromas. Muy morena de pelo y piel, su cabello rizado y encrespado parece el de un león, más bien bajita, con unos ojazos negros impresionantes, una boca redondeada muy sugerente —siempre lleva carmín rojo brillante en los labios— y un cuerpo lleno de curvas que le gusta resaltar con ropa ajustada y atrevidos escotes. A mí me gusta un montón, me pone muy cachondo y me he hecho muchas pajas en su honor.

Son cerca de las seis de la tarde, he estado tomando un café con el comercial de uno de mis proveedores —he intentado que el perfume me ayude a conseguir un mayor descuento del habitual y sí, el tipo me lo ha ofrecido— me he puesto perfume —del mío, del que yo he elaborado copiando el de Maribel y guardo en un espray color gris acero— en el cuello y las muñecas, y voy a hacer la prueba que considero definitiva. Charo está cerrando el quiosco, me paro a hablar con ella comentando cualquier chorrada futbolera que nos hace reír e intento acercar mis manos y la cabeza para que huela el perfume, al mismo tiempo que digo mentalmente, sin abrir la boca: estás deseando follar conmigo, te mueres de ganas, y dentro de unos minutos vas a ir a mi casa para que nos acostemos y nos demos placer.

Llego a casa muy nervioso, a la espera de saber si vendrá o no Charo. Ahora mismo me parece una locura lo del perfume y el control mental, delirios de un salido perturbado, pero sí viene, sí, apenas cinco minutos detrás de mí. Paso de preámbulos, así que nada más cerrar la puerta beso su boca —me devuelve el beso abriendo los labios y sacando la puntita de la lengua— y digo para mí: subimos al dormitorio, nos desnudamos y follamos.

No hay duda ninguna. Poco después estamos desnudos los dos, mirándonos, apreciando  mutuamente el cuerpo del otro y poniéndonos cachondos.

Vaya pollón, Luis

—Qué cuerpazo tienes, Charito

Se dice que los perfumes y los venenos vienen en frascos pequeños, desde luego, Charo es baja de estatura, pero un bombonazo de hembra, con un par de tetas grandes, altas, muy juntas, como dos quesos de bola, ligeramente aplanadas en el centro, en donde casi sin areola visible tiene dos pezones largos, gruesos, rugosos, del tamaño de medio dedo pulgar, rodeados por unos cuantos pelos negros muy largos —no sé si lo he dicho, pero chupar unos pezones y notar que tienen vellos alrededor me pone muy brutote, cachondo a tope— Joder, vaya canalillo apretado y profundo que se gasta. Sin un gramo de más, la ancha cintura se continúa en caderas rotundas que engloban un culazo de una vez, grande, en forma de pera, musculado, con una ancha raja que medio deja ver un ojete de buen tamaño. Por delante tiene una mata de vello púbico impresionante, densa, tan negra y enmarañada como el pelo de su cabeza, que tapa los labios sexuales. Muslos y piernas fuertes, alargadas para su baja estatura, dan en conjunto una tía buena, camera, camera, de las que hay que follarse sí o sí.

Si se lo tuviera que contar a otro tío le diría que Charo es una fiera. Son más de la medianoche y durante casi seis horas prácticamente no hemos parado de follar. Sí, un par de veces me he echado perfume, pero prácticamente no le he tenido que ordenar nada, ha tomado la iniciativa durante casi todo el tiempo, me ha pedido todo lo que le excita y gusta, se ha corrido seis o siete veces o más, me ha preguntado por lo que yo quiero y no ha dejado de darme placer.

El culo de Charito me lo he hecho varias veces, tengo un poco escocida la polla por el roce a pesar del lubricante. Es cojonudo, tan grande, duro, se le puede agarrar haciendo mucha fuerza con los dedos, no se queja, incluso le ha gustado recibir varios sonoros azotes dados con la palma de mi mano. Tremendo lo de sus sensibles grandes pezones, es como si le estuvieras chupando la polla a un tío —supongo que será algo parecido, no lo he probado— Es una máquina, así que mentalmente llevo a su ánimo la idea de que le ha gustado mucho follar conmigo y tenemos que quedar a menudo para darnos gusto. Un suave beso nos separa y marcha a su casa, contenta y muy cansada, según dice.

Lo bueno es que Maribel no me va a llamar en unas tres semanas, está de viaje por las tiendas de la empresa y pasará unos días con una de sus sobrinas en Sevilla —tengo tres hermanas de padre, casadas, cada una de ellas se ha hecho cargo de una tienda en Madrid, Sevilla y Málaga — Ahora mismo no creo que pueda follar en unos cuantos días después de estar con Charo. Ni con el perfume del espray negro. ¡Joder que pezones los de la quiosquera!

Mi padre, Antero Miravaux, sería ahora mismo el patriarca familiar si se hubiera preocupado de la empresa. Vive en Marbella totalmente retirado del trabajo —siempre se ha dicho que jamás en su vida le ha dado un palo al agua salvo para follar, de ahí que Maribel sea la dueña mayoritaria y presidenta— separado de su esposa Anette —vive en París tras hacerse millonaria gracias al divorcio— gastándose en sus famosas juergas la asignación anual que le da la familia Miravaux y conviviendo últimamente con Samantha, una rubia norteamericana de unos treinta años —él tiene sesenta y tres— que fue portada de la revista Playboy y hace pequeños papeles en series de televisión de medio mundo, luciendo sus tremendas grandes tetas y lo que haga falta, si lo exige el guión. Llegaron hace varios días a la casona familiar y no se les ha visto por el pueblo, aunque hoy sí han salido a comer en Soria, levantando cierta expectación. Les han hecho una entrevista para la televisión local.

Tengo curiosidad por saber de Antero, de la vida que lleva, de cómo piensa. No puedo ni acercarme a él, no me lo permitiría, así que voy a hacer todo lo posible por entrar en contacto con Samantha. Una mujer joven a la que gusta lucirse no va a estar todo el tiempo sin salir de la finca, por muchas comodidades que en ella tenga.

Lo primero es acercarme a una de las criadas de confianza, de las de toda la vida, cuando va al mercado. No tengo ningún problema —bendito perfume— en que se venga a desayunar conmigo y me cuente cosas de Antero y su novia. Según ella, la actriz se aburre y siempre están discutiendo por ello, así que no ha detectado el personal de servicio que la pareja tenga sexo. Unos chistes, un copazo de anís dulce con el café y los churros, un billete de veinte, todo ello me permite llevar al ánimo de la mujer que me telefonee si sale Samantha sola de la casa. Y esa misma tarde sucede.

En otro pueblo cercano —San Esteban de Gormaz— vive una acreditada sastra muy conocida en el mundo del cine y la televisión por haber trabajado en varias series y películas haciéndose cargo del vestuario. Ha recibido varios premios por sus diseños. La mujer de mi padre pasa un par de horas en la tienda y sale con varias bolsas hablando por teléfono, discutiendo en inglés. Me hago el encontradizo, llamo su atención, me muestro sorprendido de estar delante de una conocida y admirada actriz estadounidense, pido su autógrafo y le ordeno mentalmente que me siga en su coche y se quede conmigo para hablar de Antero y lo que yo quiera.

Una habitación doble en un discreto hostal de la carretera de Valladolid, en donde alguna vez he ido con mujeres para acostarme con ellas, es el lugar elegido para interrogarla. Lo del perfume es extraordinario, no pone ninguna pega y habla conmigo como si fuéramos íntimos. Me defiendo bien en inglés, pero hablamos en español. Ella lo habla de manera perfecta, con un acento gringo muy curioso, atractivo, que le da encanto al asunto.

Se han casado en secreto —aunque sí se ha enterado Maribel, quien le ha echado una bronca tremenda a su hermano y le quiere cerrar el grifo del dinero, razón por la que han venido a la Maribelona y están esperando a que vuelva de su viaje la presidenta de la compañía— en un juzgado de Gibraltar, celebrándolo en un largo y loco crucero por el Mediterráneo con una docena de amigos. La tal Samantha se llama en realidad Guadalupe, tiene cuarenta y cuatro años, es de una pequeña aldea fronteriza mexicana, de donde la llevó a los USA un productor televisivo cuando era casi una niña, pero ya tenía un par de tetas de una vez. Le sigo preguntando por la vida que lleva con su marido, en especial sobre el sexo, y me alegra conocer los problemas de impotencia de mi progenitor, que intenta paliar con distintos tipos de pastillas, con cocaína, con colmillo de rinoceronte molido, con polvo de insectos africanos, con un par de putas a la vez que le intentan poner a tono para poder follar con Lupe... Como no siempre lo consigue, se cabrea y se pone violento, pega a las putas por inútiles —le sacan una pasta gansa por no denunciarle— llegando a echarle la culpa a su mujer y soltándole alguna que otra bofetada, a lo que ella responde golpeándole con lo que tenga a mano. La policía marbellí ya ha tenido que intervenir en varias ocasiones, asunto que oculta Antero ante su hermana pequeña.

Samantha está esperando a ver qué pasa con el dinero de Antero, pero como haya problemas le pedirá el divorcio. Se ha casado para pasarlo bien, vivir a tope disfrutando de Marbella y del ambiente de la Jet set, y como trabajo en cine y televisión no le va a faltar gracias a sus tetas, pues le ha puesto las pilas al marido, de ahí las discusiones constantes y los malos modos de mi progenitor en cuanto se toma más de dos copas, al parecer algo demasiado habitual. Me enseña un cardenal azulado en el brazo, casi en el hombro, que dice se lo hizo anoche su marido al darle un puñetazo.

Creo que sería una pena desaprovechar la habitación y la posibilidad de follar con esta tía tan buena. Le ordeno mentalmente que se desnude y no dejo de llevarme una sorpresa porque es una mujer que vestida llama la atención por sus grandes pechos, por su estatura, la melena rubia, claro, pero también porque va siempre a la última, con ropa llamativa que destaca sus tremendas curvas, pero desnuda me parece un verdadero monumento. Por cierto, le pregunto y sí, las tetas son suyas naturales, aunque dos veces se las ha operado para levantarlas; además, se estrechó el coño poco después de conocer a Antero.

Es muy rubia con larga y densa melena que lleva suelta en plan pelazo al estilo californiano, unos grandes ojos verdosos, preciosos, y unos rasgos muy finos en el rostro. No ha tenido mal gusto mi padre, no. En la desnudez de Mabel llaman la atención sus especiales tetas, que son muy grandes, parecen un flan alto, tieso, moteado de pequeñas pecas rosadas, terminado en punta redondeada con pezones cortos de color rosa, rodeados de unas pequeñas areolas circulares del mismo color, en donde crecen media docena de largos pelos rubios —no se los quita porque a su marido le excita sentirlos cuando le come las tetas, joder, eso me suena de algo— Una alta cintura estrecha da paso al pubis, con vello muy rubio y denso, arreglado en un largo cordón brasileño que deja completamente a la vista los rosados labios del coño, y a un culo ancho y alargado, más bien grande, salpicado de pecas, que se sujeta en muslos atléticos, fuertes, al igual que las largas piernas. Está muy buena.

Tras chupármela lentamente durante mucho rato, ordeno que se ponga a cuatro patas sobre la cama —esas tetas tan cojonudas, moviéndose adelante y atrás son todo un gran espectáculo, excitante a más no poder— y es ella la que me pide que penetre su culo. No tenemos lubricante sexual, y aunque dice que no le hace falta, hago que me la ensalive todo lo que pueda, escupo en su rosado ano varias veces y entro con total facilidad. Me encanta sentir entrar mi capullo con lentitud y parece ser que también a ella —sí, sí, despacio; me gusta— así que durante muchos minutos entro y salgo profundamente, casi a cámara lenta. Apenas nos movemos, sólo un poquito de ritmo adelante y atrás por su parte, de manera que gozo viendo el bamboleo de sus pechos, hasta que mis urgencias me llevan a darle los pollazos que me merezco, deprisa, bien agarrado al comienzo de las nalgas, disfrutando de la imparable charla de la hembra, en voz baja, en un espanglish​ que apenas entiendo.

Lleva un par de minutos tocándose el clítoris con la mano derecha mientras yo sigo buscando mi orgasmo con un metisaca rápido, duro y profundo. Se corre durante muchos segundos, callada al principio, con los ojos cerrados, muy apretados, y dando unos gritos y gemidos en voz muy alta según va transcurriendo su orgasmo. Se queda descansando unos instantes con mi rabo dentro, dado que me he parado porque quiero que colabore en mi corrida. Cuando se la saco se tumba boca arriba con expresión satisfecha —espera un poco que ahora te la como— y en cuanto normaliza el resuello me acaba con una mamada muy buena, usando las manos en la tranca y recibiendo mi rápida potente eyaculación en la cara y sobre las tetas —le he pedido que se extienda el semen como si de crema corporal se tratara y lo hace casi mecánicamente, está acostumbrada— Guau, ¡qué gozada!

En unos días tienen cena con amigos de Antero en la casona, así que mañana por la tarde va a ir a la peluquería. Hago que quede conmigo inmediatamente después de comer, aquí en el hostal. Se la voy a meter hasta por las orejas, y no sólo porque sea la mujer de Antero —me da morbo, qué duda cabe— sino por lo buena que está.

Para la cena con los notables de la zona —todos le deben algo a la familia— ha llegado la gran jefa, Maribel Miravaux, de forma un tanto sorpresiva, pero dejando claro quién es quién manda. Y me telefonea, dejándome un mensaje.

Tengo ganas de quedar contigo, Luis, pero de momento no puedo. He pensado un par de cosas relacionadas con el trabajo. Ya hablaremos, vamos salir ambos beneficiados, mucho. Hasta dentro de unos días

A la espera quedo, por supuesto, y también algo intrigado.

En ocasiones me he preguntado si el perfume que permite el control mental sólo se puede preparar con los jugos vaginales de Maribel. Es factible que valga cualquier mujer, ¿no? Cierto es que cada mujer tiene sus propias secreciones y que dependiendo de la fase del ciclo menstrual sus componentes pueden variar; bueno, ya veremos. De momento tengo una buena provisión de reserva para mi espray gris acero, así que me parece que voy a hacer pruebas con las mujeres con las que ahora estoy follando.  

Pura fue mi novia cuando yo era estudiante en Valladolid. Nos llevábamos bien y creo que nos queríamos, pero falleció su madre, no aguantó la separación y la inseguridad que conmigo iba a tener, y siendo amiga y compañera de colegio de las hijas de Antero, la contrataron como dependiente en la tienda de la marca que hay en Soria. Ahora es la encargada y sigue siendo buena amiga de la familia. Es guapa, morena de piel, siempre con el negro cabello muy corto, unos ojazos oscuros maravillosos que parecen carbones encendidos cuando te miran, nariz romana, labios gruesos y rojos, sugerentes, que hacen pensar en lo bien que los utiliza —en su día me hacía unas mamadas de premio gordo— alta, grande, fuerte y con un cuerpazo del que apenas pude disfrutar. Sé que sigue soltera y se rumorea que es compañera de juergas —hay quien incluso la supone pareja o rollete sexual— de Maribel. No sé, me parece que voy a comprobarlo aprovechando que mañana tengo que ir al banco a Soria. En los últimos cinco años apenas nos hemos visto unas cuantas veces, saludándonos de lejos y sin apenas mirarnos a la cara. Estuve en el entierro de su padre y poco más. La verdad es que sigo resentido con ella, dolido, sí, lo que no quita para que no la haya olvidado.

Casi todos los días sale de la tienda a eso de las once a tomar café en una cercana cafetería con pastelería tradicional, y allí estoy yo, bien trajeado, haciéndome el despistado, preguntando en voz alta por un pastel de crema para hacerme notar y, por supuesto, tras haberme echado varios golpes de espray.

Hola, Luis, tú por aquí  

Pura, qué sorpresa. Permíteme que te invite a desayunar

Al final del local hay varias mesas vacías y allí nos sentamos. Qué guapa es. Tiene tres años menos que yo, aunque vestida de manera conservadora, elegante, bastante maquillada, aunque discreta, en este momento parece tener más años. Nos observamos mutuamente sin saber qué decir, nos reímos por ello, así que una vez nos sirven los cafés decido pasar a la acción. Mirándole a sus bonitos ojos mientras sonrío, pienso mentalmente: te alegra mucho verme, te has excitado, estás deseando follar conmigo y me vas a contestar a cualquier cosa que te pregunte.

Durante más de media hora le he dado un repaso a su vida durante los últimos años, me he enterado que no tiene pareja ni novio, aunque le rondan varios hombres, es cierta la amistad con Maribel y en alguna ocasión han tenido sexo entre ellas, siempre con la presencia de boys musculitos que contratan en sus viajes de vacaciones. Echa de menos un hombre fijo, un novio o amante al que poder recurrir cuando le apetezca, le va muy bien en su trabajo, sabe por boca de Maribel que sigo solo, que ella y yo follamos de vez en cuando y todavía se siente dolida por haberme dejado tal y como lo hizo. No me ha dado tiempo a preguntar mucho más. Le acompaño de vuelta a la tienda, y antes de que entre hago uso del poder del perfume, de manera que a mediodía, al cerrar al público, yo entraré en la tienda por el portal para que nos podamos esconder en su despacho a follar.  

Sin hablar, me conduce hacia el despacho. Cierra la puerta, me mira sonriendo levemente y comienza a desnudarse, tal y como le he ordenado mentalmente. Lleva una preciosa ropa interior granate llena de encajes y transparencias, pero en lo que de verdad me fijo es en que con el paso de los años se ha hecho más rotunda en sus curvas, con unas tetas grandes, altas, duras, que miran cada una hacia un lado, coronadas por unas anchas areolas circulares, oscuras, de un tono casi morado, que rodean unos pezones gruesos y largos del mismo color —tienen media docena de negros largos pelos a su alrededor, ¡sí!— Sus anchas suaves caderas albergan un culo que siempre me ha parecido perfecto: más bien grande, redondo, prieto, sin vello, sin ninguna imperfección en la morena piel, con una estrecha apretada raja que casi tapa la pequeña entrada del ano; me parece maravilloso, cojonudo. Piernas largas, muslos duros, musculados, fuertes, enmarcando su sexo protegido por una mata de vello púbico muy poblada, sin arreglar, tan negro como el cabello de la cabeza, denso, rizado, casi ocultando los abombados anchos labios vaginales, del mismo bonito color de sus pezones. Es una tía buena, una maciza tremenda, que me pone a mil por hora y que va a darme gusto ahora mismo.

Nos hemos besado largamente en la boca, primero como si fuéramos desconocidos, e inmediatamente hemos pasado a darnos unos cuantos besos de tornillo, ensalivados, guarros, excitantes, enlazando nuestras lenguas. No me olvido de besar y lamer sus cejas, punto erótico que la pone siempre muy excitada. Nos comemos la boca durante un buen rato, al mismo tiempo que con su ayuda me desnudo por completo. Me mira, sonríe, valora lo que ve, echa mano a mi paquete, lo aprieta un poco varias veces, y antes de que tenga que pedírselo utilizando el poder del espray, se pone en cuclillas ante mí para lamer el rabo. Cuando estábamos juntos nunca fue una tontita a la que hubiera que obligar a nada, le gustaba el sexo, recibir placer y darlo, era una estupenda comepollas y ahora sigue siéndolo, porque, joder, qué mamada más excitante me está haciendo, sin parar ni un momento, subiendo y bajando a lo largo de la tranca, apretando labios, lengua, usando encías y dientes, deteniéndose en el capullo, ensalivándolo, mamándolo de puta madre, sin dejar en ningún momento de culebrear con esa lengua maravillosa, capaz de hacerla fina y estrecha o ancha y gruesa, según cómo y dónde la esté utilizando.

Tengo que tirar hacia arriba de su pelo para que no me haga eyacular en este mismo momento. Hago que apoye sus brazos sobre la mesa, y doblada por la cintura, le meto la polla rápidamente, de un único y constante empujón. Me encanta escuchar un gemido de excitación, que a mí me suena a entrega total. Qué bueno es un coño bien mojado, caliente, acogedor, en el que se nota la presión de las paredes vaginales sobre todo el falo, que no sólo rozan y comprimen la polla, sino que parece que aspiran desde lo más dentro para contribuir a conseguir una buena corrida. Esto es una follada, sí señor, buscando el placer de ambos, recreándome en los pollazos que le doy, sintiendo como ella acompasa su ritmo adelante y atrás con el mío, notando como poco a poco vamos aumentando la velocidad, como el ruido de chop-chop que provoca la entrada y salida de mi rabo es más fuerte. Y como guinda del pastel, el movimiento de sus maravillosas tetas. Joder, qué excitante.

Tal y como tenía por costumbre cuando éramos novios, Pura me ha pedido que acaricie su clítoris —ahí, ya; ahí, tócame— porque quiere correrse ya mismo. Con tres dedos de la mano derecha masajeo su abultado clítoris —lo tiene muy ancho y grande, en comparación con otras mujeres— primero acariciando en círculos más o menos amplios y, apretando ya un poco más, subiendo y bajando sin apenas mover los dedos. Ella ha seguido moviéndose manteniendo el ritmo de mi follada, que ahora quizás sea más rápida, pero con menos recorrido de la polla, que no saco en ningún momento de la cueva del placer de la hembra. El grito alto, corto, ronco, casi desgarrado, que da al comienzo de su orgasmo, es combustible extra para mi excitación, lo que sumado a los apretones y suaves pellizquitos que recibe mi polla con las muchas incontroladas contracciones de la vagina, me hacen correrme. ¡Qué bueno, qué gozada!

Hemos quedado tumbados, casi derrumbados, en un pequeño sofá que hay en el despacho, recuperando la respiración, mirándonos con complicidad, sonriendo, con satisfacción, y yo me estoy preguntando que por qué dejé perder esta mujer en su día. Ahora no me va a ocurrir, acabo de decidirlo. Me marcho antes de que vaya a venir el personal de la tienda. Nos hemos besado en los labios, con familiaridad, con ganas, y hemos quedado en hablar por teléfono esta noche. No he utilizado el poder del perfume, salvo al principio, en la pastelería y al entrar en el despacho.

Si hay alguien que me cae mal y a quien tengo manía, esa es Cecilia, Ceci, antigua compañera de colegio, actual gestora de la inmobiliaria propiedad de los Miravaux, y quien se cachondeó de mí delante de varios de sus empleados y clientes porque cuando yo estaba empezando e intentando comprar alguna nave o antigua fábrica, le pedí ayuda en la búsqueda y consejo en las condiciones económicas. Me trató de muerto de hambre, de inútil y hasta de provocador comunista por intentar empezar un negocio en la misma rama de actividad que la familia más importante de la provincia. No lo he olvidado, por supuesto que no, y como decía mi madre, es mejor no quedarse con nada de nadie.

Ceci está casada con el director de la agencia de uno de los bancos presentes en la ciudad. Pareja tremendamente conservadora, están metidos en todas las salsas de lo que por aquí se entiende por ambiente cultural, así que ambos son muy conocidos y no disimulan sus ganas de acceder a la alcaldía en los próximos tiempos. Los fines de semana se dejan ver, puntuales como un buen reloj suizo, por los lugares en donde está todo aquel que o pinta algo socialmente en el pueblo o es susceptible de resultarles políticamente rentable.

En un bar famoso por sus torreznos coincido con el marido —Lorenzo— en el pasillo de los aseos y —espray gris mediante— me dejo convencer por él para que esta noche de sábado cene en su casa. Habitualmente ni me saluda, ni siquiera sé si sabe quién soy. A las ocho y media en punto llamo a la puerta del gran chalet en donde viven a las afueras. Lorenzo me abre la puerta sonriente —me he asegurado de que no hubiera personal de servicio— e inmediatamente me hace pasar hasta un gran salón comedor en donde está Ceci, con cara de mala leche y dando muestras de estar muy cabreada. Me acerco, le doy dos besos en las mejillas de manera que pueda percibir el perfume que llevo y antes de que retire su cara, ya le he ordenado mentalmente que se muestre amable, educada y excitada sexualmente, dispuesta a hacer lo que yo quiera.

En la cena les hago contarme su vida, bastante aburrida, demasiado centrada en intentar sobresalir socialmente —son verdaderos devotos de Maribel y la familia Miravaux— y cuando estamos en los postres —he cenado cojonudamente porque todo lo han comprado ya cocinado en un restaurante que a mí me encanta— me dan ganas de ponerme juguetón y les insto a contarme su vida sexual. En esto no son tan aburridos como en el resto de sus actividades.

Resulta que Lorenzo es un poco maricón —así lo dice su mujer— y Cecilia un poco puta —tal y como dice su marido— Dado que he llevado a su ánimo que están muy excitados, les pido que follen delante de mí, como si yo no estuviera —bueno, o si les gusta, precisamente porque estoy aquí— y a ello se ponen en cuanto terminan las copas que estamos tomando. Aprovecho que se están desnudando para echarme unas gotas de perfume y me siento en uno de los sillones a mirar de qué va esto.

Lorenzo en un tipo alto, calvorota, barrigón, sin mayor mérito físico que una polla muy larga —yo me he medido diecinueve centímetros y medio en erección, y él tiene más de veinte, seguro— recta y estrecha, muy fina, morena, oscura y fea. Es muy peludo por todos lados, de la selva de su pubis el rabo sale como si fuera el espárrago de un conguito —dicho por su mujer mientras se parte de la risa— rápidamente la tiene tiesa y dura. Cecilia es bastante alta, delgada, muy morena de rayos UVA, sin marcas de bikini, pelo teñido de color castaño-rojizo, que lleva en media melena peinada con raya en medio. No es guapa de cara, su nariz demasiado grande y la necesidad de usar gafas de gruesos cristales le afean un tanto, sin olvidar una boca recta, grande, de labios estrechos. Musculada de gimnasio —es habitual que coincida con Maribel, quizás porque es su jefa— tetas no muy grandes, casi circulares, aplastadas, como si fueran dos tortillas de patatas, con pequeñas areolas grisáceas en pleno centro que contienen pezones bastante finos y largos, del mismo color gris. Cintura estrecha, culo ancho, fuerte, duro, quizás demasiado grande para su cuerpo; muslos fuertes, piernas largas, bonitas, y completamente depilada —será para compensar lo del marido— uno de sus gustos de siempre, dado que fue de las primeras mujeres de por aquí en probar el láser. Es una tía que en conjunto no está mal, tiene un polvo, sí, aunque no sea mi tipo.

No se andan con preliminares, Ceci se arrodilla en el suelo y le chupa la polla al marido con mucha saliva, metiendo mucho ruido, durante seis o siete minutos, usando las dos manos para agarrar la tranca de ese largo rabo. De repente, la mujer se pone a cuatro patas sobre el gran sofá del salón, empezando a hablar en voz alta al mismo tiempo que respira de manera agitada —métela, maricón; vamos, fóllame, dame gusto, que luego te voy a dar lo tuyo— y el marido le pega un metisaca muy rápido, de estilo conejo, con un ritmo tremendo. Quién lo diría al verle. La corrida de Cecilia no tarda demasiados minutos, da un largo grito que debe oírse hasta en la capital y está durante muchos segundos disfrutando de su orgasmo, durante los cuales el marido le mantiene la polla dentro, ya sin moverse. En cuanto la saca, Ceci se levanta, besa en los labios a Lorenzo, me mira sonriente y se va al dormitorio, del que vuelve con un arnés de color negro sujeto a la cintura y a los muslos, llevando en su centro un pollón de silicona, corto, grueso, también negro. Sin hablar, pone a Lorenzo en la misma postura en la que ella estuvo, pringa la peluda raja del culo y la punta de la polla con un denso lubricante, e inmediatamente le suelta un par de sonoros azotazos al marido —ya lo quieres, eh; estás salido como una perra— quien gime dando la sensación de estar verdaderamente necesitado y ansioso por tener dentro el grueso artefacto.

Cecilia se ha puesto las gafas, con la mano derecha dirige y sujeta la polla en la entrada del ano, con la izquierda coge la cintura de Lorenzo, y empujando con ganas se la mete entera sin detenerse. El hombre ha dado varios grititos según iba entrando el consolador, y con el último golpe de riñones de la hembra, habla poniendo una voz aflautada, como muy maricona: sí, puta, sí, fóllame; como me gusta.

Adelante y atrás Ceci está durante muchos minutos sodomizando a su marido, quien respira como si fuera una olla exprés, gime y le pide más marcha a su mujer, quien de vez en cuando le da varios fuertes azotes en las peludas nalgas e incrementa el ritmo un poco más. Cuando ya me parece que está durando demasiado la enculada, Cecilia saca la polla, Lorenzo se da rápidamente la vuelta, se tumba boca arriba en el sofá con las piernas en alto, dobladas, y su mujer se la vuelve a meter en el culo, mientras se arrodilla lo suficiente sobre el asiento del sofá como para llegar a mamarle la punta de la polla. En cosa de dos minutos Lorenzo da un corto grito y eyacula en la boca de Ceci, quien aguanta hasta el final, tragando el semen y esperando a que su marido le pida que le saque la polla del culo. Han durado mucho rato, más de tres cuartos de hora.

Me he puesto cachondo, pero paso de tener nada con ellos, así que llevo a su ánimo que están muy contentos por haberme invitado a cenar, y de ahora en adelante, como empresario eficiente que soy, me van a hacer la pelota cuando coincidamos en el pueblo. Había venido con la idea de castigar con dureza a Ceci, quizás usando el cinturón, pero para qué, además, el perfume siempre me brindará otra oportunidad si así lo quiero.

Hace muchos días que no veo a Mina, me voy al bar de copas en donde trabaja, se alegra de verme, y sin necesidad de usar el poder mental quedamos en mi casa para cuando termine de trabajar. Un buen polvo siempre se agradece, y Mina me ha dado gusto sin tener que pedirle que me la chupara, ha salido de ella. Después, charlamos ante un café y no puedo evitar hacer uso del espray para que me cuente las novedades que conoce sobre la vida del pueblo. Todo se lo cuentan en el bar, por la noche y con dos copas los tíos nos volvemos unas marujonas cotillas, tal y como ella dice.

Resulta que a Mina le ha pedido matrimonio el dueño de la gasolinera de un pueblo cercano. Le gusta, son de la misma edad y ninguno de los dos tiene familia. Se lo está pensando seriamente, quiere saber si el tipo va bien de dinero y si será capaz de soportar que algún malintencionado le recuerde que ella ha sido un poco puta. Me lo apunto para ir a echar gasolina y de paso interrogar al dueño para luego contárselo a Mina.

Me llevo una sorpresa cuando me dice que hace dos días estuvo en la casona de la familia Miravaux. De noche, ya tarde, discretamente la contrató un chófer en nombre de Antero —le pagaron una pasta con la condición de que no lo contara— para follar con él y su esposa. Se cansó mucho, estuvo toda la noche intentando poner a tono al marido, y a la tetona de la mujer —es un poco perra, sabes— le tuvo que comer el coño varias veces. Menos mal que al final se corrió el hombre —oye, tú te pareces mucho a él, ¿no seréis familia?— y como había una coca cojonuda, fue aguantando hasta que le dijeron que se fuera ya muy de mañana.

Continúa diciendo que en el jardín, mientras esperaba al chófer que le iba a acercar al pueblo, se cruzó con Maribel —me da miedo, es bruja, tiene poderes— quien llegaba de viaje. La miró con cara de mala leche y, no está segura porque no lo recuerda, pero cree que la interrogó sobre lo que había estado haciendo en la casa.

Hoy Mina no me cobra. Se lo he insinuado mentalmente, por supuesto.

Recibo llamada de Maribel, y me sorprende el tono distinto con respecto a otras veces: ¿podemos quedar mañana después de comer en tu casa? Tengo muchas ganas de verte. Te aviso que estoy salida.

Está muy guapa cuando llega a casa —casi siempre entra por el patio, por una discreta puerta trasera que queda disimulada por las plantas que cuelgan del muro— aunque tiene aspecto de estar cansada. Se lo digo y lo reconoce: tu padre es un imbécil, con todos los años que tiene y le sigue faltando un hervor. Menos mal que se ha casado con esa furcia tetona que no tiene un pelo de tonta, y aunque cueste dinero, el divorcio no va a tardar en llegar. Ya me he ocupado de ello

Nos tomamos sendos gintonics, me cuenta su viaje por las tiendas —viene muy contenta por el comportamiento de sus sobrinas al frente de las mismas— y charlamos acerca de situaciones de la empresa, como dos socios e, incluso, como pareja sentimental.

Me acerco a ella, beso suavemente sus labios y un instante después estamos ya morreando con verdadero deseo. Tengo muchas ganas de comerme sus tetas, de metérmelas en la boca todo lo que pueda, y eso hago, quizás un poco precipitadamente por si mentalmente me ordena otra cosa distinta. Se ríe por mis prisas y mi fogosidad, y me calma bajando su cabeza para mamar mi polla durante muchos minutos. Oh, qué bueno…

No he querido olvidarme de lo mucho que le gusta que le coma el coño, y hemos terminado haciendo un sesenta y nueve, largo, tranquilo, guarro —con tantos jugos de hembra no puede ser muy delicada una comida de chocho— atravesados a lo ancho en la cama, bien acompasados a la hora de usar nuestras bocas.  Me la quiero follar ya mismo, así que la pongo a cuatro patas con las rodillas cerca del borde de la cama, y rápidamente introduzco la polla en su mojado sexo —¿se podrá decir empantanado?— comenzando un metisaca profundo, a buen ritmo, quizás demasiado pendiente de si Maribel utiliza el poder del perfume. Qué más da, yo a lo mío. Los gemidos y grititos de hembra excitada me ponen la polla tiesa y dura como nunca, noto que me falta poco, así que redoblo mis esfuerzos, aumento el ritmo de la follada y cuando oigo a mi tía gritar en voz alta y empiezo a sentir como mana su fuente de líquidos sexuales, me corro, eyaculando como si el mundo se fuera a acabar, o así me lo parece.

Como le ocurre a menudo, Maribel se ha quedado dormida, y mientras recojo el ingrediente fundamental del perfume capaz de provocar el control mental de otras personas, no dejo de pensar que fue una buena idea poner mantas salvacolchones, de esas que no dejan pasar la humedad. El sofá del salón no ha tenido tanta suerte, bueno ya era viejo.

Antes de marcharse me dice que en unos pocos meses me va a comprar la empresa. Ha firmado un contrato de larga duración con varias importantes empresas de distribución para sacar adelante una línea de colonias familiares y productos de baño y ducha, quiere que sea mi pequeña fábrica quien se haga cargo de la producción. A mí me va a contratar como perfumero jefe de todos los laboratorios —por favor, piénsatelo, va a ser una excelente oportunidad para todos— No me lo puedo creer.

Qué curioso, no he visto que utilizara el espray negro durante las tres horas que aquí ha estado. No me habré dado cuenta.

Alicia es la hermana pequeña del encargado del almacén de mi empresa. Veintidós años, con el descaro y la alegría propios de su juventud, tiene cierta fama de ser bisexual y de ser fácil acostarse con ella, probablemente porque igual le da lo que diga la gente y vive su vida sin más. Trabaja a menudo como eventual en la fábrica, y cuando la encuentro por el pueblo siempre me vacila y gasta bromas. Atractiva, con ojos grises, de piel blanca, lleva una corta melena que parece salir de la noche más oscura, habitualmente la sujeta con una goma en una mínima coleta. Alta, delgada, cimbreante, con un cuerpazo joven en donde hay de todo, pequeño pero muy bien puesto. Me la quiero tirar, y a ello me pongo cuando coincidimos tomando unas copas por la próxima boda de uno de mis empleados. Paso un momento por el aseo para utilizar el espray de acero que siempre llevo conmigo.

—¿Y cuando vamos a celebrar tu despedida de soltera, Alicia?

—Por edad, antes habrá que celebrar la tuya, no

Risas, cachondeo, copas, algún baile en grupo, un par de agarraos en donde aprovecho para ordenarle mentalmente que dentro de un rato nos vamos a ir juntos para follar, y al deshacerse la reunión, vamos a mi casa. Sin problemas.

Se nota la edad de Alicia, su piel tersa y brillante, esa mirada chispeante de mujer libre, sin ataduras, sus opiniones todavía no sujetas al qué dirán, sus movimientos ágiles, fáciles, dinámicos, inmerso todo ello en el conjunto de una mujer guapetona, simpática, con un cuerpo bonito y deseable, sin apenas tetas, pero que van perfectamente armonizadas con su estatura y delgadez, con una espalda sinuosa que termina delineando un culo redondo, pequeño, quizás algo masculino, pero en el que lucen maravillosamente bien los pantalones vaqueros. Y por delante, una tremenda mata de pelo negro, sin arreglar que parece un bosque. Me gusta, sí señor.

No se corta ni un pelo —me pone tu culo, te lo voy a comer— hace lo que le gusta y pide lo que le apetece. Hemos estado practicando un guarro y ensalivado sesenta y nueve durante muchos minutos. He tenido que parar porque todavía no me quiero correr, y tras beber agua, la joven morena me ha puesto arrodillado sobre la cama, a cuatro patas —te vas a enterar— y tranquilamente pasa su lengua a lo largo de mi raja varias veces, se detiene en el ano, escupe, y lo penetra con uno de sus largos dedos, despacio, sin prisa alguna, suavemente. Una vez está algo más abierta la entrada de mi culo, acerca su boca y echa saliva tres, cuatro veces, se ríe en voz alta y mete la lengua lo más dentro posible —sois todos maricones, es algo que me encanta— entrando y saliendo como si me estuviera follando. Qué bueno es, qué sensación más suave, excitante, placentera.

Durante muchos minutos me ha estado sodomizando con la lengua, separando mis nalgas con sus manos, ensalivando cada poco tiempo —me gustaría tener polla para daros por el culo a los tíos— descansando, metiendo su largo dedo índice y volviendo una y otra vez a jugar con su lengua. No me deja apoyar el cuerpo sobre la cama, quiere que tenga el culo en alto mientras entra y sale su lengua y, poco a poco, ha comenzado a masturbarme, también lentamente, agarrando la piel de mi tranca muy abajo, casi en la unión con los testículos, con un movimiento arriba-abajo muy largo, estirando más de lo habitual la piel de la polla, ocultando por completo el capullo, todo ello al mismo ritmo con el que sigue dándome por el culo con la mojada lengua —te voy a ordeñar, no te va a quedar ni una gota de leche— pasando también a chuparme los huevos unas cuantas veces y volviendo otra vez a utilizar la lengua en el culo.

Me falta poco, Alicia lo detecta, abandona mi culo, rápidamente se tumba entre mis piernas mientras sigue meneándome la polla, ahora ya más deprisa. Toda mi corrida va a impactar sobre su cara porque hacia allí dirige ella las muchas suaves descargas de mi polla. Los churretones le pringan la cara y el pelo, mientras se ríe y traga algo de mi leche. ¡Qué gozada, que corrida más larga y buena! Es como si el semen fluyera lentamente y durara su salida mucho más tiempo de lo habitual.

No ha querido que la penetre ni que la toque. Cierra los ojos sin limpiarse el semen —menuda pinta de guarra que tiene ahora mismo— y se hace un pajote tocándose el clítoris con un movimiento en pequeños círculos, apretando sus tetas de vez en cuando, con fuerza, como si pellizcara los pezones. Se corre en silencio, respira muy fuerte durante bastantes segundos, me mira, sonríe, toma un buen sorbo de agua, se limpia la cara con la sábana, da media vuelta y a dormir.

A veces me pregunto si a mi tía le interesará mi vida sexual —o mi vida en general— al margen de cuando estoy con ella. Directamente nunca me ha preguntado excepto la primera vez que estuvimos juntos. A lo mejor lo ha hecho —el perfume lo detecto, pero quizás no siempre— y no me he dado cuenta, por lo que conoce perfectamente mis andanzas sexuales y mi vida habitual. Bueno, no me preocupa, lo que tenga que ser será, y ni somos novios, ni pareja, ni familia. Esto último no deja de joderme un poco, psicológicamente, supongo, pero las cosas son como son.

***

Han pasado seis años desde que sucedieron los hechos que hasta aquí he ido contando. Me han sucedido muchas cosas, pero no tengo ganas de seguir escribiendo durante mucho más rato.

Lo primero de todo, el poder de controlar mentalmente a las personas gracias al uso del perfume sólo se consigue utilizando en la elaboración los fluidos vaginales de Maribel. No valen los de ninguna otra mujer de las muchas que he probado.

Ya no tengo la empresa química que era de mi propiedad, me la compró a buen precio Maribel Miravaux tal y como me anunció, pasó a formar parte del emporio familiar —mis trabajadores mantuvieron sus empleos— al mismo tiempo que a mí me contrató como perfumero jefe de sus laboratorios. Todo ello supuso una cierta conmoción en la ciudad, por lo que tenía de reconocimiento por parte de la familia Miravaux hacia mi persona, hasta entonces era prácticamente un desconocido del que se contaba una historia de cuernos del señorito Miravaux.

Antero, mi padre biológico, falleció en Marbella hace cuatro años y medio al darle un infarto mientras estaba follando con varias prostitutas —Lupe se divorció de él poco después de que ambos estuvieran en la Maribelona— y puesto hasta arriba de cocaína y alcohol. Se tapó el posible escándalo y fue enterrado aquí, en una ceremonia con pleno de autoridades, políticos, empresarios, periodistas, curiosos… Todo un acontecimiento, al estilo de las películas de El Padrino. En su testamento me reconoce como hijo suyo y heredero universal, pidiendo a Maribel que siga los trámites legales necesarios para que pase a formar parte de la familia a todos los efectos. Ahora soy el segundo en número de acciones de la empresa, y también el segundo en el mando. Me apellido Miravaux Sánchez.

Hay otra Maribel Miravaux, mi hija de tres años y medio. Pura y yo estuvimos casi un año como novios, aunque empezamos a vivir juntos en seguida, como pareja de hecho a todos los efectos. Nos casamos en la alcaldía de Soria va a hacer ahora cinco años. Lo mejor que he hecho en mi vida. Pura no sabe nada del control mental del perfume, y, por supuesto, jamás lo utilizo con ella. Estoy feliz.

Sí, mi tía Isabel y yo hemos seguido siendo amantes durante todo este tiempo, de manera esporádica, pero con conocimiento y consentimiento por parte de mi esposa. Incluso, muy de vez en cuando, nos montamos un trío si así nos apetece, de la manera más natural —ahora vivimos todos en la gran casona familiar— Disfrutamos mucho, nos llevamos muy bien, y el nacimiento de mi hija ha supuesto una gran alegría para todos. La tía Maribel no hace más que decir: esa niña va a ser como yo, seguro, y va a aprender de mí. Curiosamente, mi hija es muy rubia, el tono de su cabello es de un amarillo brillante con toques blanquecinos.

Mina se casó y le va bien. Se ha convertido en una esposa modélica, ahora está embarazada de su primer hijo. Nos saludamos como amigos, a veces tomamos unas cervezas, charlamos, y no deja de advertirme que tenga cuidado con Maribel porque es bruja. Lo dice en serio.

Alicia se cansó del pueblo y marchó a Madrid, en donde ha tenido éxito escribiendo novelas románticas y eróticas bajo el seudónimo Maribel Osma. Sale a la venta próximamente una novela suya de misterio que ha sido finalista en un importante premio literario, y le van a publicar otra novela en la que recrea la historia de una poderosa familia del interior de España. Según la prensa rosa, es pareja sentimental de una conocida escritora veinte años mayor que ella. Por aquí no viene nunca.

Charo quiso comprar un céntrico local para poner una tienda de recuerdos turísticos y productos típicos de la zona, así como un servicio de trenecito turístico para hacer recorridos por la ciudad los fines de semana, cuando se llena de visitantes. Como los bancos le ponían unas condiciones imposibles, abusivas, fui a ver a Lorenzo, tomamos café tras utilizar el espray de color acero, y Charo consiguió su local en unas envidiables condiciones. El marido ya no sale a la carretera, conduce el trenecito. No he podido olvidar que es una máquina sexual, y quedo con ella alguna que otra vez. Esos pezones…

Ceci y su marido me hacen la pelota —y a mi esposa, también— hasta límites insospechados, y desde que entré oficialmente en la familia, lo suyo es ya vomitivo. A ver si tengo tiempo y les desprogramo de su servilismo hacia mí, me resulta tan incómodo, me cojo tales cabreos, que a Pura le dan tremendos ataques de risa. La verdad es que no son los únicos en hacerme la pelota —fue entrar en la familia y me surgieron amigos como setas— pero nadie llega a sus extremos.

Sigo elaborando el perfume para el espray gris acero. Sexualmente no lo utilizo prácticamente nunca, pero el mundo de los negocios es duro, cada vez tengo más responsabilidades en la empresa —mi tía ya viaja poco y deja muchas cosas en mis manos, en muy pocos años se va a retirar, dice— y toda ayuda es poca. ¿Lo sabe Maribel?, supongo que sí, pero que más me da. Por cierto, he contrastado que su efecto es bastante más duradero en los hombres que en las mujeres, a quienes hay que repetirles el uso del espray una o dos veces.

Ah, nunca he intentado utilizar el poder del perfume «Gotas de Maribel» edición especial —así lo llamo en una especie de broma para mí solo, dado que no puedo hablar con nadie de este asunto— con Maribel Miravaux. No me he atrevido, aunque creo que no me ha hecho falta. Seguro que algún día le pediré a mi tía que me cuente todo sobre el perfume, no tardaré mucho, pero de momento, para qué.

   

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