miprimita.com

Miranda

en Confesiones

Miranda

Ser cornudo consentido está al alcance de cualquiera si tu esposa es una diosa de espléndido cuerpo

Miranda me ha puesto los cuernos siempre, desde que la conozco y empezamos a salir, tendría yo veintitrés años y ella uno menos. Todavía no había echado las tetas del todo y ni siquiera sabía comerse bien una polla y ya se enrollaba de vez en cuando con un compañero suyo de las oficinas de la empresa de construcción en la que trabajaba. Yo me creía aquello de hacer horas extraordinarias o lo de quedar con su hermana mayor que tenía problemas con el marido, me iba de marchilla con los amigos y al día siguiente me recibía Miranda accesible y dispuesta a darme gusto. No follábamos casi nunca por el peligro de embarazo y porque ella es alérgica al látex, así que los condones quedaban descartados —tampoco le gustan los de silicona— me hacía buenas pajas y empezó a chuparme la polla, cada vez con más destreza.

Cuando me enteré de su aventurilla —así lo llamó ella— en el trabajo me cabreé tanto, discutimos tanto, que dejamos de salir. Después, algún amigo bienintencionado me abrió los ojos y me demostró claramente que Miranda se lo hacía con al menos otros dos tíos más, que tenía fama de ser buena puta y que disimulaba bien, que yo casi era el único que no se enteraba del asunto.

Pasaron los años, tuve una novia que rompió conmigo medio año antes de la fecha prevista para casarnos —me pilló follando con su hermana mayor, una madurita caliente como el pico de una plancha con la que seguí dándome homenajes un tiempo— cambié de trabajo y dejé el barrio en el que siempre había vivido. De Miranda apenas supe en ese tiempo, se casó con su jefe —dueño de la empresa— y me llevé una gran sorpresa cuando el día que mi socia Amparo y yo inauguramos el bar de copas, allí estaba junto con un amigo mío del antiguo barrio. Estaba preciosa, espectacular. Habían pasado quince años, que se dice pronto, estuvimos charlando, contándonos nuestras vidas, riendo, y ya de madrugada follamos en el coche como locos cuando la llevé a su casa. Desde ese día volvimos a estar juntos, nos veíamos casi a diario, sexo a tope —ya había aprendido a chupar una polla, desde luego que sí— y nos casamos —era viuda, su marido tuvo un accidente de coche cinco años antes en el que falleció, sin hijos porque ella es estéril— y hasta hoy, que ya han pasado tres años.

Miranda es una mujer guapa que está muy buena. Es todo un pibonazo: alta, delgada, estilizada, elegante en sus movimientos, piernas muy largas, carita de muñeca con un ramalazo de malicia que le hace tremendamente atractiva. Sus cuarenta años le han aportado madurez en los rasgos del rostro, más redondeces y un estilazo personal inmejorable, con un puntito de sofisticación.

El pelo castaño claro lo suele llevar teñido con mechas rubias y rojizas al estilo californiano, liso, con poco más de media melena —se lo sujeta en una cola de caballo— que enmarca su bonito rostro, siempre levemente tostado, como toda su piel —es adicta a tomar el sol y a los rayos UVA— orejas pequeñas, cejas delgadas, grandes ojos entre azules y verdes que le dan una mirada especial, turbadora cuando la fija en los tuyos, nariz recta y una boca grande con rojos labios gordezuelos, siempre brillantes, que, por supuesto, te hacen pensar en las mamadas cojonudas —doy fe de ello— que hace.

Cuello largo, elegante, espalda recta perfecta, bonitos hombros, tetas ni grandes ni pequeñas, del tamaño justo para que no lleguen a caber en la mano abierta, redondeadas, altas, fuertes, no muy juntas, con pequeñas areolas circulares de un bonito color tostado, al igual que los pezones, largos, juguetones, muy evidentes, muy deseables.

De jovencita quizás resultaba un poco demasiado delgada, el paso de los años la mantiene perfecta, con estómago y vientre levemente musculados, suavemente abombados, y un pequeño ombligo casi imperceptible. Su pubis siempre está rasurado —el vello púbico, castaño claro, es rizado y corto cuando lo deja crecer— dejando ver los labios vaginales abultados, gruesos, del color de sus pezones, habitualmente brillantes, mojándose con gran facilidad y rapidez.

Las piernas son llamativas por largas y bonitas. Las redondeadas suaves caderas se continúan en muslos fuertes, duros pero suaves, y delgadas cinceladas piernas. Siempre va con zapatos de tacón, muy altos a menudo. Yo mido uno ochenta y dos y calzada me llega a la altura de la nariz.

Cuando los dioses del sexo diseñaron el culo perfecto seguro que estaban pensando en Miranda. Qué maravilla, del tamaño justo para su estatura, redondo, alto, duro, respingón, de piel perfecta, con una estrecha apretada raja que oculta el arrugado ano, pequeño, tostado, muy bonito. El culo te atrae como un imán, y dado que a ella le gusta el sexo anal, me estoy haciendo adicto sin posible cura.

Alguna vez, hablando con algún amigo, he comparado a Miranda con las sensuales maravillosas mujeres de los comics de Milo Manara, uno de esos excitantes dibujos hecho realidad en carne y hueso.

Le gusta mucho que nos besemos durante minutos, calmadamente, sin apenas lengua, como chiquillos. Después, tras unos cuantos besos guarros, babosos, de tornillo con la lengua hasta la garganta, llega el momento de enfrentarme a sus largos apetitosos pezones. ¡Cómo me gustan! Me doy un festín de muchos minutos, lo que excita a mi mujer sobremanera, acompañándolo de caricias suaves, constantes, a su maravilloso culo. En este momento ya está mojada, empapada, y yo tengo la polla bien tiesa y dura.

Me deja elegir postura, así que le pongo a cuatro patas, mi preferida. Ya sé que no es la mejor manera de penetrar el ano de nadie, pero me gusta ver el culo perfecto de mi mujer a todo lo ancho, en todo su esplendor, y tener accesible también el coño, por si quiero cambiar.

Unas lamidas en la raja, meter un poquito la lengua dentro del ano, alguna suave caricia en el exterior del coño rozando el clítoris, predispone aún más a Miranda. Siempre me lubrico bastante con un aceite de rosa mosqueta o de aloe vera —alguno de esos lubricantes muy extendidos comercialmente por ser de marcas de preservativos me producen cierta irritación— que esté bien suave y se deslice sin protestas de mi hembra. Además, que me gusta el aspecto oleoso de mi polla, brillante, con las venas bien marcadas, tiesa y dura, palpitante, como si supiera lo que le espera. El glande es grueso porque tengo grande el rabo, así que no me queda más remedio que empujar bastante, de manera continuada, sujetando bien el culo para que mi mujer no lo mueva inconscientemente por efecto de cierto miedo al posible dolor. Ya está dentro, alguna mínima queja de Miranda, traducida en pequeños sollozos, quien rápidamente comienza a dar sus continuados cortos grititos habituales, tensa todavía, empezando a moverse suavemente de manera casi imperceptible sintiendo mi polla dentro, que sin prisa pero sin pausa ya está toda ella follándose este culo glorioso. ¡Cómo me gusta!

Adelante, atrás, una y otra vez, repitiendo, subiendo poco a poco el ritmo, escuchando los quejidos de excitación de la hembra acompasados con la follada, el chop-chop provocado por el aceite, mi respiración cada vez más fuerte y ronca, los latidos de la sangre en mis oídos, la sensación de estar muy cerca la corrida... Ahhhhh, ¡qué bueno es!

No la saco del estrecho agujero mágico hasta que mi mujer se corre tocándose el clítoris con dos dedos en un movimiento circular muy rápido. Tras su largo grito de placer, nos derrumbamos en la cama, dormitamos abrazados y, si tiene más ganas, me pone de nuevo en marcha chupando y mamando mi polla.

Miranda ni es tonta ni se comporta de manera hipócrita conmigo, con su esposo, ni es un pendón desorejao. Tras dejarme claro que se casó porque me quiere —podíamos haber seguido con una relación sexual sin necesidad de dar ese paso, para ella muy importante— está a gusto, quiere mi compañía, se siente querida y deseada por mí, disfruta cuando follamos y, según sus palabras, mi polla es la que le gusta de verdad —de tamaño no tiene queja: veintiún centímetros de largo por cinco y medio de ancho. También me explicó su necesidad de sentirse viva ante los hombres, de ver cómo se deshacen de deseo ante su cuerpo, de cómo intentan convencerle para follársela, camelarla diciéndole lo que quiere oír, de su poder manejando como quiere a los tíos que esperan su sí, vamos a follar. Es consciente que está ya en los cuarenta años y poco a poco dejará de ser la diosa de cuerpo maravilloso, por lo que quiere seguir con su ritmo de vida, tirándose a quien le apetece y teniendo mi consentimiento para ello y, además, mi presencia física mientras lo hace con otro tío. Esto último me costó admitirlo, pero ante su insistencia —lloros incluidos— accedí una primera vez para probar, y después digo sí siempre que me lo pide.

Me excito como un mulo viendo a Miranda follar con otro tío. No admite besos en la boca como no sean los míos, y como es ella quien lleva la iniciativa, exige que el tipo en cuestión la excite como más le gusta: sus tetas son muy sensibles, por lo que hay que dedicarles minutos y esfuerzos con la lengua y los labios, en especial a los largos pezones, al mismo tiempo que las manos se ocupan de acariciar su culo un ratito, hasta que se pone a cuatro patas para que el hombre excite el agujero del culo con la lengua, suavemente, con mucha saliva, entrando muy dentro, moviendo la lengua muy deprisa, a derecha e izquierda, arriba y abajo, durante un buen rato. Normalmente, llegados a este punto, Miranda está muy mojada, excitada para ser penetrada por la polla —si no es así, despide al tío para que se vaya y da el asunto por acabado— así que elige postura —le gusta mucho subirse encima para controlar el ritmo, los movimientos y la velocidad de la follada— y comienza a moverse deprisa dándose un metisaca sonoro, con muchos grititos y jadeos. El hombre está obligado a acariciar las tetas y el culo durante todo el tiempo.

Mi esposa se corre en ocasiones sólo con la polla en su coño, pero cuando ya está buscando con prisa su corrida, casi siempre se ayuda tocándose el clítoris con un par de dedos, deprisa, con un curioso movimiento circular sin apenas recorrido que le lleva al orgasmo con facilidad en unos pocos minutos. Se queda quieta durante unas décimas de segundo, con los ojos cerrados, apretados, y la boca muy abierta, de repente da un sollozo corto, sonoro, e inmediatamente grita de manera sostenida durante el tiempo que dura su siempre largo orgasmo, todo ello con la polla del maromo todavía dentro. Cuando descabalga es señal que ha terminado, se tumba en la cama si quiere seguir follando tras descansar o se marcha al cuarto de baño para asearse. En ese instante el tipo no existe para ella, se haya corrido o no, se acabó. Allá tú. No es muy considerada con los tipos con los que se acuesta.

Cuando vuelve del cuarto de aseo suelo estar yo solo porque el hombre ya se ha ido —algunos se cabrean porque han tenido que aliviarse solos, pero mi presencia evita cualquier queja— me pregunta si estoy cachondo —respondo que sí, por supuesto— se pone en la cama a mi lado, nos besamos largamente, nos acariciamos amorosamente, me la chupa con su gran destreza y cuando se lo pido me da el culo. Oh, vaya gustazo que me da. Es normal que pasemos toda la tarde follando e incluso, salgamos con el coche para aparcar en alguna zona en donde sabemos hay mirones que no se pierden detalle de nuestra actuación. Nos excita a ambos un montón.

Llegué a la conclusión que si yo estoy delante cuando mi mujer se tira a algún tipo que le gusta podré controlar que no haya ninguno con el que repita a menudo o que tenga una relación distinta a lo puramente sexual. Además, que hay mucho zumbao por ahí y así evito que puedan agredirle, dado que a los tíos los trata como un simple objeto para usar un rato y después tirar. Los últimos encuentros sexuales de mi esposa con otro hombre los he grabado en vídeo, a petición suya. Miranda se excita como una perra salida viendo en la televisión del dormitorio una de estas grabaciones, me hace unas mamadas bestiales e incluso me da pie para jugar un poco, para castigarle un poquito —algún insulto, algunos azotes en el culo y los muslos, estirar los pezones— antes de follar. Quizás sea mi pequeña pueril venganza por lo de consentir en ser cornudo.

Lo de ser cornudo consentido tiene sus compensaciones. Si me quiero tirar a alguna tía —me acuesto con Amparo de vez en cuando, somos socios y grandes amigos desde hace muchos años— Miranda no se queja, incluso me anima a ello. Nuestra vida sexual es bastante variada y entretenida, nos montamos algún trío con mujeres y hombres, realizamos algunos numeritos en plan exhibicionistas —nos gusta follar en la playa y en lugares públicos de manera que alguien nos pueda ver y observar mientras lo hacemos— y muy de vez en cuando visitamos un club liberal sólo para parejas del que somos socios.

Sin olvidar algo que tiene mucha importancia. El bar va bastante bien, da dinero —realmente es mi amiga Amparo quien lo lleva adelante— pero yo vivo cojonudamente gracias a Miranda, quien heredó muchos millones al morir su primer marido, además de una cuantiosa indemnización del seguro del automóvil y un multimillonario seguro de vida. Somos —bienes gananciales— millonarios y no voy a renunciar a ello por unos cuernos más o menos grandes. Cornudo, pero no gilipollas.

 

Mas de pedrocascabel

Frases y dichos

Felicia

Habilidad familiar

A veces… llueve

Intercambio de parejas

Follar me gusta

La mirada feliz (1ª parte)

La mirada feliz (2ª parte)

Anda que

Cactus

Daniela

Amalia & Cía

Cristina

Dinero

Culo

Aquellos barros trajeron estos polvos

Benditas sean las tetas

Gordibuena y algo más

El ático

Gotas de Maribel

¿Domingas?, sí, gracias

T + m = pc

Hombre lobo no soy, pero

69

Comina

Magdalena

Bisexual me llaman

Las tormentas

La suerte ayuda

La pulsera de cuero marrón

La madura me la pone dura

Dicen que las pelirrojas traen mala suerte

No sé si tengo un problema o es que me quejo de vi

La Duquesa

Las hermanas boticarias

El tío Lucas

Una familia como tiene que ser

Vacaciones originales

Jubilados

El Piraña

Miguel, chico listo

Cipriana, la que manda

La odiada prima Fernanda

El islote Fantasma

Chelo o Algunas mujeres se ponen muy putas

Qué tendrá el oro

Veinte años o cosa así

Pues sí que me importa a mí mucho

El amo de Tierraluna

El señor presidente

El coma

El funcionario huelebraguetas (y II)

El funcionario huelebraguetas (I)

Tres días en Rabat

La máquina tragaperras roja con cara de payaso (I)

La máquina tragaperras con cara de payaso (y II)

Pon una mujer madura en tu vida, te va a encantar

Inés, la amante del tío Jesús – parte II y última

Inés, la amante del tío Jesús

La Academia

Volver a casa tiene premio

El que hace incesto hace ciento (parte 1)

El que hace incesto hace ciento (parte 2 y última)

Call-boy

Como una familia unida

Butaterm: calienta pero no quema

Macho muy macho

La bomba

Alegría

Sinceramente

Telecoño

Gintonic

Un barrio (y 2)

Un barrio (1)

Aquellas vacaciones

Marisa

Nunca es tarde

El cepillo de madera

Me voy pal pueblo

La nueva Pilar

La tía Julia

Nuestra amiga Rosa

Cambio de vida

Carmela

40 años

El punto R