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¿Domingas?, sí, gracias

en Confesiones

¿Domingas?, sí, gracias

Eso de tirarse a la piscina sin saber si hay o no agua siempre lo había entendido como una frase ingeniosa, hasta que me tiré, me asusté después de las posibles consecuencias, y me terminé felicitando por haber tenido un golpe de suerte.

Tengo veintiocho años y llevo seis meses haciendo el servicio militar en León, en Ferral del Bernesga, soy el soldado de reemplazo más viejo de todo el cuartel. Qué decir, aparte del aburrimiento, pérdida de tiempo, lo tremendamente cutre de la vida militar, la mala leche generalizada, mucho frío, excesos con el alcohol y los porros, algunos buenos compañeros, algún que otro cabrón, pocos permisos, más aburrimiento, más frío… las lindezas de la vida militar a comienzos de los años ochenta en un Centro de Instrucción de Reclutas, en donde un cabo primero es como un virrey, y como yo lo soy, pues a dejar transcurrir el tiempo esperando el final de la mili. Eso sí, con un pero que acompaña constantemente al ya mencionado aburrimiento: estoy salido, siempre con ganas de mujer, cachondo a todas horas, ¡me mato a pajas!

Con dos buenos amigos salgo a menudo por los chigres de alrededor del cuartel, y sabiendo a quién preguntar, se localizan media docena de mujeres todavía jóvenes que ejercen de puta con cierta discreción. Hay una rubia alta y grandona que hace unas mamadas cojonudas, y otra de aspecto agitanado que está buenísima, y habitualmente da el culo. Nunca me ha gustado ir de putas, pero así me desfogo de vez en cuando, aunque al poco sigo igual de salido. Eso de que echan bromuro potásico en la comida para aminorar el apetito sexual de los soldados debe ser mentira, supongo.

En estos tiempos en los que aún no existen ni teléfono móvil ni correo electrónico, se escriben cartas a los amigos, la novia y la familia, para estar en contacto y también como método de mantener una cierta intimidad personal. Novia no tengo. Unos meses antes de incorporarme a la mili —ya se me habían acabado todas las prórrogas de estudios— rompió conmigo Rosa, mi novia durante seis años, quien no me perdonó que follara con una amiga suya mientras ella estaba de vacaciones. Me dolió la ruptura, pero pasadas unas semanas tampoco fue un drama tan terrible para ninguno de los dos. Me enteré después que ella también se lo montaba con un ex novio de adolescencia. Se ve que ya nos íbamos distanciando, no hemos vuelto a vernos ni a hablar por teléfono.

Aquí en León he conocido a varias jóvenes, pero de follar, poquito, poquito. Son listas, saben lo que buscamos los soldaditos y lo que realmente quieren ellas, así que salimos, reímos, vacilamos, y de vez en cuando consigo darme el lote y alguna que otra paja en el asiento trasero de mi R5… Soy todo un artista pajeando el clítoris de las nenas leonesas. Tienen más éxito los alféreces de complemento, en especial médicos e ingenieros. Yo soy un simple licenciado en Económicas que trabaja en la gestoría de un hermano de mi madre y que sigue viviendo en casa de sus padres.

Esta tarde no tengo ganas de salir, así que me pongo a escribir cartas —ayudado por unos cuantos lingotazos de Martini blanco con ron Negrita, la bebida de moda por aquí— y sin saber la razón, le mando una carta a Mercedes, una compañera de trabajo, mayor que yo, con quien me llevo bien, pero sin especial amistad ni intimidad. Después de echar la carta al buzón es cuando me entran los sudores del miedo. De repente he sido consciente de lo que le he escrito, y me acojono.

Mercedes tiene cuarenta y seis años, maestra que nunca ha ejercido, soltera con novio casi eterno. Seria, recatada, tremendamente conservadora en su manera de vestir —y de pensar— no es una mujer guapa, aunque resulta deseable por sus grandes tetas, de las que dice que se siente muy orgullosa y satisfecha, pero que no enseña nunca ni con escotes ni ropa ajustada. Responde con gracia a las bromas, si surgen, y es una buena compañera de trabajo, siendo quien realmente dirige la gestoría. La mano derecha del dueño.

En la carta le doy noticias de mí, doy recuerdos para los compañeros, cuento un par de situaciones que me parecen graciosas y, rápidamente, paso a decirle sin tapujos que me pone cachondo, que me excito pensando en ella, que me muero de ganas por mamar sus tetas, que le dedico las pajas que me hago y que me gustaría quedar para pasar un buen rato follando. Nada raro, quizás teniendo confianza, pero no tengo ni idea de lo que pueda pensar —me temo lo peor— ni la respuesta que pueda dar. ¡Qué metedura de pata!

Han pasado diez días desde que eché la carta al correo. He estado tentado varias veces de telefonear a Mercedes, para disculparme, pero no tengo el teléfono de su casa y tampoco le he echado huevos al asunto.      

No sé si lo temía, pero me ha llegado carta de Mercedes en un sobre con membrete de la gestoría. Después de comer me pongo, nervioso, a leer los folios escritos a mano que contiene el sobre.

Estimado Marcelo,

Me dio mucha alegría recibir carta tuya después de tantos meses de mili…

Leo con rapidez, saltándome párrafos enteros, intentando llegar al momento en el que se refiera a mi salida de pata de banco en la carta que le remití.

—Has sido muy amable con tus comentarios sobre mi físico, directo, pero afectuoso. Ya sé que mi pecho te resulta llamativo y que en el despacho me diriges de vez en cuando miradas valorando su tamaño e intentando adivinar cómo son mis tetas; es normal que así sea, siendo tú un hombre joven, sano y soltero. Me gusta que si tienes necesidad de masturbarte pienses en mí, me halaga, siempre me has parecido muy guapo y atractivo, y cuando vengas a Madrid podemos vernos, tal y como dices en la carta. Nada me gustaría más que poder pasar juntos un buen rato 

¡Sí, sí, sí! ¡Guau! ¡Joder, joder, joder!

La letra de colegio de monjas de mi compañera ha llenado tres folios, dándome noticias de los compañeros y otros conocidos, y pidiéndome que escriba más a menudo. Casi ni me entero de lo que pone, vuelvo una y otra vez a releer el párrafo que se refiere a la carta que yo le mandé, y me invade una tremenda sensación de tranquilidad y de alegría. Me he puesto cachondo, sí, tengo la polla medio tiesa y dura. Si pudiera esconderme ahora mismo en el almacén del furriel que hay junto a las duchas de la compañía… detrás de las mantas apiladas hay unas cuantas revistas porno, en una de ellas sale una tetona increíble que me hace recordar a Mercedes; joder, le he dedicado ya unas cuantas gayolas.

Son casi las cinco de la tarde de un viernes y me marcho a Madrid con pase de fin de semana. No he dicho nada en mi casa. A lo largo de la semana he hablado por teléfono con Mercedes y hemos quedado en que la voy a recoger al portal de su casa y después, mi intención —nada opuso en contra cuando lo dije— es coger habitación en un hotel y pasar con ella estos dos días, follando a tope, dándome un banquete con sus grandes tetas. Tengo más de tres horas de carretera por delante.

Me ha costado encontrar una cabina de teléfonos en funcionamiento, pero a las ocho y media de la noche —he venido por el peaje para tardar menos— estoy nervioso a la espera de Mercedes. Ahí está. Rápidamente entra en el coche, nos saludamos, echa una bolsa de viaje al asiento trasero y tras darme un par de besos en las mejillas, una suave caricia en el mentón y un nuevo suave beso, ahora en los labios, arranco.

Qué guapo estás vestido de militar. Te favorece llevar el pelo corto y estar tan moreno

No para de hablar, me pregunta muchas cosas durante los diez minutos que tardamos en llegar a un hotel del cercano barrio de Las Adelfas. Me sorprende que pregunte cuándo y dónde me hago las pajas en el cuartel y si tengo intimidad para ello o me pueden ver mientras me masturbo o si lo hago acompañado por algún compañero. No sé si le gusta mi respuesta, por la expresión de su cara es como si le desilusionara saber que tengo un pequeño dormitorio para mí sólo y es allí donde habitualmente me masturbo, por las noches o antes de levantarme, sin nadie a mi lado.

Habitación doble con cama de matrimonio, para dos noches. Entramos, y tras un rápido vistazo, con naturalidad, se acerca y me da un corto y suave beso en los labios. De nuevo me besa, mirándome a los ojos, y ahora sí que compartimos un beso largo, con lengua, guarro, ensalivado, repasándonos ambas bocas, abrazándonos, que provoca el incendio de todo mi cuerpo y la sensación de que empiezo a tener la polla muy necesitada.

Me desnuda —me hace ilusión quitarte la ropa, soldadito— sin prisas, comentando que no he engordado, que se me ve fuerte, que le gusta que tenga tanto vello en el pecho y en el pubis, deteniéndose para admirar mi polla, ya algo más que morcillonalo sabía, estaba segura que tenías un buen pollón, me he fijado muchas veces en tu paquete— y pasando suavemente su mano por mis huevos en varias ocasiones, sin dejar de sonreír, con los oscuros ojos muy brillantes.

—¿Pensabas que tu compañera Mercedes es una tontita? ¿Que no se come una rosca? Me gustan los tíos, me gusta el sexo, pero tengo que disimular por el trabajo y la familia. Estás muy bueno, Marcelo

Me da un par de azotes sonoros en el culo, se ríe e inmediatamente empieza a desnudarse, sin dejar que le ayude, mirándome a los ojos con descaro, con expresión de cachondeo, sin dejar de hacer comentarios.

—¿Estoy buena para ti? ¿Te gusto? Qué grande se ha puesto tu cosita de macho

De manera coqueta, dándose lentamente la vuelta, sacando el culo hacia afuera, tarda un poco más de lo necesario en quitarse las bragas negras de tejido de espuma que dejan transparentar las nalgas y el vello del pubis. Lo último que se quita es el bonito sujetador negro que lleva, con encajes y trasparencias, grande, de los que sujetan, levantan y aprietan los pechos. Se agarra en uno de mis brazos para volverse a poner los negros zapatos de tacón, antes de mirarme de nuevo a los ojos, sin dejar de sonreír.

Mercedes no es demasiado alta, calzada me llega a la barbilla y en la mili me han tallado uno setenta y nueve. Lleva el pelo, de color castaño muy oscuro, muy corto, al estilo garçon, peinada con raya a un lado y flequillo que deja despejada la frente. En su rostro de rasgos duros, destacan los grandes ojos marrones rodeados de pequeñas finas arrugas, bajo unas oscuras anchas cejas; la nariz, ancha y larga, afea su rostro; finos labios amarronados, dibujando una boca recta, grande, que esconde una perfecta dentadura muy blanca que apenas luce cuando habla o sonríe. Siempre tiene el cutis moreno —y ahora puedo asegurar que también todo su cuerpo, sin marcas visibles de bañador o bikini— porque toma el sol siempre que puede en la discreta terraza acristalada de su casa.

Los redondeados fuertes hombros dan paso a unas tetas grandes, todavía altas, como dos ovaladas y tiesas cántaras, muy juntas, apenas separadas por un canalillo estrecho, largo, profundo, ya algo caídas hacia abajo y hacia los lados, terminadas en punta por unos gruesos, cortos y rugosos pezones marrones, rodeados por unas llamativas oscuras areolas circulares, no muy anchas. Impresionantes. ¡Vaya par de tetas! ¡Qué pezones! ¡Qué tamaño!

Le puede sobrar algún quilo en la cintura, pero no le hace mal, ni mucho menos. Entre sus muslos duros, lisos, irrumpe una mata de vello púbico densa y poblada, sin recortar ni arreglar, del mismo castaño oscuro que la melena de su cabeza, ocultando casi los anchos y abombados labios vaginales, de color marrón, igual que sus areolas y pezones.

Las espaldas son anchas, algo cargadas, acaban en unas amplias caderas que albergan un culo grande, ancho, prieto y duro, de forma redondeada, larga raja marrón entre los glúteos, escondiendo una roseta del ano grande, oscura, apretada, con muslos fuertes, más bien finos, sujetos por piernas estilizadas, musculadas. Está buena Mercedes, ¡joder si está buena! Tiene cuarenta y seis años bien puestos, cojonudos.

Qué callado te has quedado ¿Te gustan mis tetas?

No hablo, qué puedo decir, simplemente toco esas maravillas con las dos manos, lentamente, paseando por toda la superficie, acariciando los pezones, ya tiesos, con la palma de las manos, con todos mis dedos, sin prisas, intentando no mostrar mis urgencias. Después de un buen rato me doblo por la cintura y me pongo a lamer, besar, chupar, mamar, a darme un atracón, utilizando lengua, labios y manos, casi todo al mismo tiempo, sin parar ni un segundo. ¡Qué excitante, qué bueno!

Mi polla necesita ya cuidados paliativos de urgencia. Mercedes la tiene sujeta con los dedos de ambas manos a la altura del glande, acariciándolo muy suavemente, casi como si no lo tocara, arriba y abajo, por todo el capullo, bajando apenas al tronco y apretando suavemente mis huevos a cada rato. Me está poniendo más caliente que en toda mi vida con esas leves caricias, pero necesito más.

Las tetas han sido siempre la parte de la anatomía de una mujer que más me ha gustado —mi novia tenía unas tetas picudas muy bonitas, pero pequeñas— y si son grandes, mejor que mejor. Las tetas de Mercedes me encantan, paso muchos minutos amasándolas, besándolas, casi adorándolas, primero acariciando de manera suave, delicada —así me lo ha pedido ella— subiendo poco a poco la intensidad, según se va mostrando cada vez más excitada —respira muy fuerte, dando algunos pitidos, metiendo ruido— sin dejar de hablarme.

Me gusta que primero lo hagas suave, corazón, que trates mis tetas de manera cariñosa. Te las voy a dar siempre que quieras, te las vas a comer cuando me las pidas, soldadito

Unos minutos después tiene las tetas empapadas de mi saliva, enrojecidas, porque ya no se las trato suavemente, sino que me dejo llevar de mis ganas de tocar, mamar, mordisquear, apretar, pellizcar, estirar los pezones… De repente, sin avisarme, se ha levantado de la cama, me hace poner de pie y ella se pone en cuclillas para chuparme el rabo, utilizando lengua, labios, encías y dientes con verdadera maestría, acercando las tetas para acariciar mis huevos y muslos con ellas, moviéndolas lentamente arriba y abajo, a derecha e izquierda, al mismo tiempo que utiliza su mano derecha para tocarme el culo, amasándolo, apretando, dándome algún que otro azote, hasta que se centra en recorrer mi raja con sus dedos, parándose en la entrada del ano, haciendo una leve presión, como si fuera a penetrarlo en cualquier momento. Mientras, su mano izquierda ha estado entretenida en acariciar mis testículos —me gusta que sean tan grandes, ovalados, peludos, con aspecto de estar muy llenos de semen— apretando más o menos suavemente de vez en cuando. Me está haciendo una mamada cojonuda, me parece ahora mismo la mejor que nunca me han hecho, parándose un rato en comerme el capullo, metiéndosela después lo más dentro posible de la boca sin dejar de lamer con la lengua, sacándola otra vez para recorrer toda la tranca con la ensalivada lengua, volviendo a ocuparse del glande sin dejar de jugar con mis huevos y el culo...

Estoy muy excitado. La comida de polla que me está haciendo es tan buena que temo correrme en cualquier momento, por lo que tiro de su pelo —qué chico más malo eres— hasta que deja de chupar. Le quiero meter la polla en el coño, me la quiero follar. Hago que se dé la vuelta, la empujo para que se ponga de rodillas sobre la cama, y tras apoyar sus manos sobre las sábanas, veo su coño empapado, con los pelos pegados por la cantidad de jugos sexuales que ha segregado, mojando los muslos y la raja del culo. Vuelve la cabeza un momento para mirarme, y observo que tiene el rostro con una expresión tremenda de excitación, los ojos muy abiertos, la boca también abierta, sonriendo, respirando fuerte, de manera agitada, haciendo ruido, toda la cara empapada por su saliva —rímel, maquillaje y carmín se han corrido— con pinta de guarra salida. Ni así es capaz de callarse.

—Métemela, soldadito, fóllame

No sé si alguna vez han estado tan tiesos, duros e hinchados mis dieciocho centímetros y medio, con las venas que parecen vayan a explotar; el glande, muy rojo, húmedo, brillante, palpitando como si estuviera siguiendo el rastro del coño de la hembra. Miro el chocho de la mujer, pongo la mano izquierda sobre su culo y con la derecha me ayudo para acercar la polla. Ahí va, la meto de un único golpe, fuerte, rápido, continuado, hasta que toda está dentro. Me recibe un coño empapado, caliente, suave, acogedor, al mismo tiempo que la mujer da un gritito y sigue hablando en voz tan baja que no sé lo que dice. Con las dos manos apoyadas en sus caderas, los dedos agarrando fuerte, empiezo un metisaca lento, profundo, que rápidamente provoca más exclamaciones de Mercedes —sí; más, más, no pares— que se convierten en un gemido constante, en voz baja, con la respiración desbocada, según empiezo a bombear más rápido, de manera constante, adelante y atrás, acompasando la mujer su movimiento al fuerte ritmo que le impongo. Le estoy dando lo suyo bien, pero bien, durante muchos minutos. Joder, el bamboleo de sus tetas según le doy pollazos me resulta hipnótico, qué maravilla, me está poniendo a mil por hora. ¡Cómo me gusta esta tía!

Está con la cabeza apoyada en la cama, el brazo izquierdo estirado intentando sujetarse con la mano al cabezal de madera, el rostro, vuelto hacia la derecha, la vista como perdida, me da idea de que está tremendamente concentrada en lo que está haciendo. Hace ya un par de minutos que enterró su mano derecha encima de la raja del chocho, acariciando el clítoris de manera convulsa. Se corre lanzando un grito muy alto durante diez o doce segundos, quedando quieta después, en silencio, respirando de manera muy agitada, dando boqueadas como si le faltara el aire, y durante muchos, muchos, segundos siento las contracciones incontroladas de su vagina, unas más fuertes, otras más débiles, como pellizquitos en mi tranca. No aguanto más, me corro eyaculando como si el mundo se fuera a acabar, echando unos cuantos churretones de blanca y densa leche que, al sacar la polla, parecen rebosar de la vagina, pringando los labios y saliendo lentamente, quizás al ritmo de la todavía agitada respiración de Mercedes.

Me tumbo —más bien me derrumbo— en la cama al lado de la mujer, quien me mira siempre sonriente, con aspecto de estar relajada. Ahora mismo tiene más pinta de mujer cuarentona algo ajada que antes de empezar a follar, como si la corrida le hubiera avejentado.

Vaya polvo, Marcelo ¿Te has quedado bien?

—Me he corrido de puta madre, me hacía mucha falta una hembra como tú

Acerca su cara a la mía, me da un beso en los labios, un piquito, y se gira hacia la mesilla. No suelo fumar tabaco, pero Mercedes ha encendido un cigarrillo rubio inglés y lo compartimos. Sigue hablando, como si tuviera que confesarse conmigo.

—De jovencita tenía poco pecho, estaba un poco acomplejada. A los veintidós años, pasando el verano en mi pueblo, enfermé de algo que no supieron decir qué era, y tuve fuertes fiebres durante semanas, así como dolores en espalda, abdomen y pecho. Cuando me recuperé me llevé la sorpresa de que mi talla de sujetador había crecido hasta la 110, y durante varios meses más mis tetas crecieron hasta que llegué a la 120 que ahora tengo. Me llevé una alegría, y los hombres con los que he estado, seguro que también

—Da un gustazo comerse unas tetas tan grandes, con esos pezonazos tan ricos. Es una sensación de plenitud cojonuda

—Te has puesto ciego, soldadito, y eso me encanta, me gusta que los hombres disfruten conmigo. Sabes, si he estado con un hombre, cuando después me miro desnuda en el espejo, me gusta ver en mis tetas las marcas y señales de los besos, chupetones y mordisquitos que me ha dado. Me excita recordar cómo lo hemos hecho, y a veces me tengo que masturbar

—Eres una mujer caliente. Eso nos gusta a los tíos, por lo menos a mí

—Casi nadie lo sabe porque no lo voy contando. Antes de trabajar en la gestoría estuve casada cerca de dos años con un ricachón de mi pueblo. Me separé antes de los treinta porque mi marido tenía la mano demasiado suelta y pesada, se excitaba pegándome fuertes puñetazos en los brazos y las tetas, después se ponía a llorar pidiéndome perdón hasta que se corría haciéndose una paja muy lenta. Apenas me penetró en una docena de ocasiones. Yo me quedaba dolorida y excitada, sin entender nada, y él no se preocupaba de mí. Dormíamos en cuartos separados. Lo que pude llorar y la cantidad de pajas que me hice en esos veinte meses de matrimonio. Bueno, y después también. Siempre he sido muy pajera, desde que lo descubrí con dieciséis años, y raro es el día que no me masturbo, casi siempre por la noche antes de dormir, aunque haya estado follando esa tarde

No ha dejado de acariciarme el paquete con suavidad durante todo el rato, apretando levemente de vez en cuando los testículos, llevando uno de sus dedos hacia el perineo, avanzando lentamente hacia mi culo, con confianza, sueltecita, sabiendo lo que está haciendo y lo que quiere conseguir. Todo ello con gran suavidad —se mete los dedos en la boca para ensalivarlos, y en varias de ocasiones los mete en mi boca para que los chupe— sin prisa, pero sin parar ni un momento.

Para ser una mujer siempre recatada en su vestimenta y cuidadosa de no exhibir sus tetas ni enseñar nada de nada, se mueve desnuda como pez en el agua, se ve que está muy a gusto, cómoda y satisfecha de lucirse, en especial sus espectaculares tetas.

—Cuando estoy con alguien de confianza llamo ‘domingas’ a mis pechos. No sé si es que eso me excita, pero me gusta y espero que tú también las llames así

Como no. Domingas y lo que ella quiera, mientras me las pueda seguir comiendo, lo que voy a hacer ahora mismo porque estoy excitado de nuevo y con el rabo medianamente tieso. Cómo me pone esta mujer.

Espero que no piensas mal de mí. No soy un pendón desorejao, pero no me privo de tener rollo con uno o dos hombres que me gusten. Hay que disfrutar todo lo que se pueda

Mientras sea yo uno de ellos... Lo pienso pero no lo digo, porque tengo la boca muy ocupada mamando los pezones de la mujer.

Es verdaderamente excitante ver a Mercedes tumbada boca arriba, la cabeza sobre la almohada, las tetas se le desparraman hacia los lados y parecen más grandes todavía, con los pies apoyados sobre el colchón, las piernas dobladas por la rodilla, bien abiertas, luciendo su peludo coño, con la sonrisa en la boca, ojos brillantes, respirando ya de manera agitada tras los largos preliminares, pidiendo que sigamos, que me la folle de una puta vez.

Me encanta ver su palpitante coño —parece tener vida propia, se abre y cierra de manera incontrolada, empapado, mojando los muslos y el perineo, con los labios hinchados— al mismo tiempo que oigo sus quejas pidiendo que se la vuelva a meter. Espero un poco más para que la mujer me pida la polla un poco más ansiosa.

—Eres malo, estoy muy mojada, me haces esperar

Me coloco arrodillado entre sus piernas, dirijo mi tieso rabo hacia su chocho, lo restriego arriba y abajo varias veces, gustándome, sin ayudarme con la mano, y meto apenas como tres dedos de polla. Me detengo para tumbarme sobre Mercedes con los brazos apoyados sobre el colchón a la altura de su cabeza y, buscando la sorpresa, la meto entera de un único golpe de riñones, fuerte, profundo. El gritito que da de hembra excitada me llega hasta la próstata o algo así, y a lo más dentro de mi ego, por supuesto. Como mola sentirse bien empalmao, potente y seguro de la polla de uno mismo, está claro que da confianza y muchas ganas de follar.

Llevamos ya un buen rato con un metisaca tranquilo, continuado, sin prisas pero sin pausas, metiéndole la polla profundamente, lo más dentro de su chocho que puedo llegar. Me ha abrazado el culo con las piernas cruzadas y aprieta fuerte hacia abajo cuando yo también lo hago, al mismo tiempo que me besa en la boca de manera casi convulsa, metiendo su lengua hasta mi garganta.

Ya quiero correrme, así que incremento el ritmo todo lo que puedo, cierro los ojos mientras escucho la acelerada respiración de la mujer —sí, corazón, sí; no pares— casi capaz de ocultar el ruido de chop-chop de sus jugos sexuales y el del golpeteo de ambos pubis. Cierro los ojos, me centro en sentir el roce de mi polla con las paredes vaginales, y eyaculo sin avisar, sin parar de moverme adentro-afuera, lanzando varios chorros de semen, sintiéndome bien, muy bien, de puta madre.

Me detengo, quedo tumbado encima de la mujer poniendo la cabeza sobre la cama, intentando recuperar el resuello, pero no saco la pringada polla —ya morcillona y desinflándose por momentos— del coño. Mercedes descabalga sus piernas de mi culo, sigue abrazando mi cuerpo con el brazo izquierdo y lleva la mano derecha al clítoris durante unos treinta frenéticos segundos. Da un grito alto, sonoro, que indica su orgasmo, queda en silencio, muy quieta durante bastante tiempo, y después me empuja suavemente para que me quite de encima.

—Pesas mucho, Marcelo. Buena corrida, soldadito

Siempre ha sido mi postura favorita, pero la verdad es que Mercedes puesta a cuatro patas, de perra, es todo un espectáculo. Ese culazo fuerte y duro que hace pensar en comérselo enterito, en pegarle unos buenos sonoros azotes para calentarlo y en darle por el culo a tope, enterrando la polla lo más dentro posible. El vello púbico que sobresale por debajo es un estímulo para comerle el coño desde atrás, siempre bien mojado, en ocasiones palpitante, como si dijera: cómeme. Las tetas colgando son para mí la guinda de la excitación, el verlas moverse adelante y atrás al ritmo de la follada, entrechocar de vez en cuando una con la otra, poder agarrarlas desde atrás y sujetarme para seguir dándole pollazos a la hembra… ¡Ufffff!

A pesar de la piel morena de su cuerpo, se hace evidente el rubor sexual en los glúteos, la parte de atrás de los muslos, el comienzo del pecho, la parte alta de la espalda. Me gusta ese color rojizo, esas manchas que parecen el semáforo del sexo: rojo, adelante, blanco, parar. En este momento el rojo es muy evidente, así que le meto la polla, me alegro por oír una exclamación de excitación por su parte, y me pongo a darle caña hasta que se me caiga a trozos. Por ganas no va a quedar.

No sé cuántas veces me he corrido este fin de semana, pero he debido batir todos mis records. Tampoco le ha ido mal a Mercedes, por lo que dice.

—Oye, ni que decir tiene que de esto, nada de nada. Nadie puede enterarse de lo nuestro. Si en el cuartel quieres presumir entre los amigos, pues entiendo que lo cuentes, pero ten cuidado, eh, se discreto

Joder si lo voy a contar, vaya día y medio que he tenido. Me voy a tirar el pegote con los colegas del cuartel, describiendo las tetas de Mercedes y las folladas que nos hemos pegado, por supuesto.

Hablamos por teléfono los miércoles a las seis de la tarde, cuando está a punto de salir del trabajo. Nos hemos visto dos fines de semana seguidos, al tercero he tenido guardia, y cuando rezaba por poder volver a quedar con ella en la capital, me ha dado la agradable sorpresa —en esta época no hay AVE todavía, así que el viaje en tren es largo y pesado— de coger una habitación doble en un céntrico afamado hotel de León, por detrás de la Avenida de Ordoño II, a partir del viernes noche. El lunes es fiesta en Madrid, aquí no, así que tengo que estar en el cuartel. Llega en tren a las nueve y media de la noche, y desde una hora antes ya estoy esperando en el bar de enfrente de la estación junto con mis dos amigos, a los que he prohibido que se acerquen a conocer a Mercedes, pero que quieren observarla aunque sea de lejos para ver si exagero o no con el tamaño de sus tetas.

No voy a quedar por mentiroso. Baja del tren envuelta en un grueso abrigo marengo que lleva sin abrochar. Me da un muerdo en la boca antes de que pueda cogerle la maleta y rápidamente vamos al lugar en donde he aparcado. Le quito el abrigo para que entre en el coche y toco su culo como quien no quiere la cosa, repasándoselo con la mano entera, como si fuera un gesto de deseo y también de propiedad. El vestido que lleva, azul aviación, de punto, ajustado, pone en evidencia su fabuloso pecho y marca el redondo culazo y los muslos. Mis dos amigos seguro que han tomado nota de lo buena que está. 

Hemos cenado en la semivacía cafetería del hotel, nos hemos reído mucho, y a la habitación nos llevamos dos gintonics —le parece una guarrada dulzona propia de maricones eso del vermut con ron que tomamos en el cuartel— que bebemos completamente desnudos sobre la cama. Ya tengo la polla presentando armas.

—Contigo da gusto, corazón, enseguida te pones a tono

Es que estás muy buena, Mercedes, mucho

Tengo una cámara instantánea Polaroid —la olvidó un recluta al irse de permiso tras la Jura de bandera y me quedé con ella para vacilar con los compañeros— así que hoy la he traído conmigo. Quiero tener fotografías de su cuerpo, en especial de sus domingas. En un primer momento temo que vaya a decir no, pero le gusta la idea de verse desnuda en fotos.

Luego las rompemos, eh, no las vea quien no debe

He tomado varias fotos de su cuerpo, por delante, por detrás, centrándome en las tetas, por supuesto. Como entre foto y foto hay que esperar un rato a que se auto revelen, las amontono sobre una esquina de la cama y mientras seguimos a lo nuestro. Después las veremos todas juntas.

Mercedes ha tomado la iniciativa, y tras besarnos guarramente —le encanta que enredemos nuestras lenguas varias veces, y después lamerme la punta, como si estuviera mamando mi capullo en vez de la lengua— me empuja la cabeza hacia sus tetas —cómetelas, soldadito; suavecito, suavecito— y no deja de acariciar ni un momento mí ya crecida polla.

Tras muchos minutos de preliminares —tengo la cara completamente empapada de mi propia saliva— apoya la espalda en las almohadas, quedando medianamente incorporada. Me sonríe, da un leve tirón de mi tranca para que me acerque más a ella —te vas a follar mis domingas, corazón— y arrodillado ante ella, con una pierna a cada lado de su tronco, coloco la polla entre sus tetas, Mercedes se las sujeta con las manos y aprieta hacia el centro, de manera que apenas sobresale el glande por arriba cuando me pide que empiece a empujar, arriba y abajo, adentro y afuera, con un movimiento de follada tranquilo, más bien lento, muy gratificante para mí.

Cada tres o cuatro de empujones de mi polla, ella lame el capullo e incluso le echa saliva escupiendo blandamente. No es como meterla en el chocho, pero el ajustado hueco entre las domingas provoca un roce constante perfecto, estupendo. Es una sensación muy placentera, voy a durar poco.

No quiero que te corras todavía. Te voy a masturbar

Dejo de empujar, y Mercedes aprieta un poco más la presión sobre sus tetas, empezando a moverlas arriba y abajo, haciendo presión suficiente para que la piel de mi rabo suba y baje en un perfecto movimiento propio de un buen pajote.

Qué maravilla, la ilusión de mi vida, una paja cubana bien hecha, notando la polla rodeada de tetas, lo suficientemente blandas como para que el sube y baja de la piel de mi tranca sea suave y lento, acogedor, confortable, pero también suficientemente duras las domingas como para que el movimiento haga su efecto y me vaya poniendo cada vez más excitado. ¡Qué bueno es, como me gusta!

He puesto las manos sobre los hombros de Mercedes, quien no se olvida de acariciar sus tiesos pezones con el dedo gordo al mismo ritmo con el que mantiene la presión sobre mi polla. Es cojonudo.

—¿Te gusta, soldadito?

Mi corrida contesta por mí. Vaya orgasmo más bueno, largo y sentido. Le he pringado de semen el cuello, la cara, el pelo, y todavía queda algo para las tetas. Me encanta la pinta de guarra que tiene manchada por mi blanca leche, excitada, con la boca abierta, haciéndose una rápida paja que en poco tiempo le lleva a dar un corto fuerte grito y a cerrar los ojos para descansar.

No hemos parado de follar. He perdido la cuenta de los polvos que le he echado, de la cantidad de veces que nos hemos corrido los dos. No ha querido darme el culo ahora —eso tiene que doler, aunque sí lo quiero probar— más adelante, quizás.

A pesar de mi excitación, las prisas y el movimiento, las fotografías que he ido haciendo durante el fin de semana han salido bastante bien. A Mercedes le ha gustado verse en distintas posturas, follando, mamando mi polla, recibiendo mis caricias en las domingas… Se ha guardado una foto de cuerpo entero en la que se la ve peinándose delante del espejo. Me parece que sí se ha dado cuenta de que he separado un par de fotos —en realidad, media docena— para no destruirlas, pero ha disimulado y nada ha dicho.

El domingo a media tarde, en la estación de ferrocarril, nos despedimos dentro del coche dándonos unos cuantos besos y abrazos, quedando en hablarnos por teléfono para saber cuándo podemos volver a vernos.

Mi novio es cazador y muchos fines de semana sale con un grupo de amigos, pero de vez en cuando quiere que le acompañe, o si se queda en Madrid, por lo menos un día tenemos que quedar para salir y, claro, tener sexo. Con él me hago la novia algo estrecha, respetable, no siempre follamos sí o sí ni me la meto en la boca con tantas ganas como hago contigo, pero tengo que darle gusto, dejarle volverse loco con mis domingas, y hacer el paripé del noviazgo, porque es el abogado que me lleva lo del divorcio, y le está sacando un dineral a mi exmarido

No sé qué contestar a lo que me cuenta. Más besos por mi parte, le reitero lo mucho que me gusta y las ganas que tengo ya mismo de volver a quedar. Un último muerdo largo y vamos al andén porque en pocos minutos sale el tren con destino a Madrid. En el último instante me dice al oído:

Esta noche antes de dormir me miraré en el espejo a ver cómo has tratado a mis domingas. Últimamente sólo he estado contigo y con nadie más, soldadito. Me entiendes y sabes darme gusto

Ya hace más de un año que volví de la mili. Sigo trabajando en la gestoría, ahora como asesor de tiendas y pequeños negocios del barrio. Mercedes me ha recomendado bien al dueño y gano un mejor sueldo, por lo que he alquilado un apartamento no muy lejos de la oficina. Sí, ella y yo somos buenos amigos y nos damos gusto una o dos veces por semana. Me asegura que no ha necesitado buscarse otros tíos desde la primera vez que estuvimos follando. No sé si creerla, pero la verdad es que igual da, así que a mí mismo me digo: ¿Domingas?, sí, gracias.

Terminó su noviazgo con el abogado una vez acabó muy positivamente, económicamente hablando, su divorcio. Va detrás de un cliente de la gestoría, viudo sin hijos, algo mayor que ella, dueño de una empresa constructora que está levantando bloques de pisos por este barrio y en varios pueblos de la carretera de Toledo. El tío esta forrao. Se llevan bien, salen por ahí, han quedado varias veces para tener sexo y se nota que el tipo está muy quedado con Mercedes, quien me confiesa que ya se ve mayorcita y no quiere hacerse vieja sin casarse por lo legal. Hasta entonces, ella y yo seguiremos con nuestro rollo, si se casa, se acabó, piensa ser una esposa formal y decente. Bueno, es lo que me dice; ya veremos. De momento me sigue llamando soldadito cuando follamos, y yo sigo felicitándome por haberme tirado a la piscina escribiendo aquella carta.

    

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