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Aquellas vacaciones

en Confesiones

Aquellas vacaciones

Los veranos de mi infancia y adolescencia están ligados a un lugar, entonces maravilloso y hoy un vergonzoso ejemplo más de la especulación inmobiliaria y la falta de respeto al medio ambiente: Guardamar del Segura, provincia de Alicante. Durante más de veinte años mis padres alquilaban de mediados de junio a mediados de septiembre un gran chalet de dos plantas con piscina y un extenso jardín agreste circundado por una alta tapia blanca, todo ello rodeado de pequeñas huertas, apenas a setenta metros de la playa, siempre semivacía hasta que año tras año iban creciendo las edificaciones y la afluencia de bañistas.

Mi abuela materna, viuda, se mudaba esos tres meses desde Madrid a Guardamar con sus seis nietos (yo soy el mayor), acompañada siempre por dos jóvenes criadas de la zona y de Marta, una cocinera andaluza que todos los veranos venía a trabajar a casa desde Málaga. A lo largo del verano, según tomaban vacaciones en el trabajo, se iban sumando mis padres y mis tíos, de manera que el mes de agosto allí lo pasábamos todos juntos.

Los dueños del chalet eran Tonet y Amparo, matrimonio de mediana edad que en pleno centro del pueblo regentaban un bar restaurante con una gran terraza y en donde además de comer muy bien se compraban helados y golosinas. Paulino era el hijo pequeño del matrimonio y tal y como se decía en la época, no es que fuera tonto del todo pero sí muy cortito. Le faltaban unos cuantos hervores, pero Pauli era el mejor amigo de todos los niños, lugareños y veraneantes, que allí nos juntábamos y como si fuera un hermano mayor cuidaba de todos con su corpachón inmenso de gigante de gran bondad y sus cortas luces, siendo un compañero más de juegos y trastadas y persona de confianza de nuestros padres.

Cuando cumplí los dieciséis años ya trataba bastante menos con Paulino, que a sus veintipocos años seguía siendo el niño grande amigo de los pequeños; bueno, ya no tanto, porque descubrió una habilidad que convirtió en su profesión: era un manitas arreglatodo con manos prodigiosas para la electricidad, la fontanería y el cuidado de plantas y jardines. Los muchos chalets, edificios de apartamentos y hoteles que se iban construyendo se disputaban sus servicios y pronto sus padres le montaron un pequeño y productivo negocio de mantenimiento, arreglos varios y jardinería.

Una tarde de primeros de julio no consigo dormir la siesta; me siento excitado, con ganas de cascarme una paja y contrariado porque las dos jóvenes criadas se han ido a la playa con mis primas y no puedo espiarlas mientras toman el sol junto a la piscina, igual que hago otras tardes para ponerme bien burrote.

Pauli está trabajando al fondo del jardín y decido acercarme a echar una parrafada con él a ver si me calmo; en un primer momento no le encuentro hasta que me acerco a la caseta en donde se guardan herramientas y trastos viejos. Bendita la hora: Marta, la cocinera, está arrodillada ante el joven gigantón, que con el pantalón bajado exhibe una polla de gran tamaño, larga, gruesa, rojiza, con las venas hinchadas a punto de estallar y un gran capullo redondeado muy brillante. La mujer está con los ojos cerrados metiéndose el rabo en la boca y lamiendo, chupando y mordisqueando casi con desesperación mientras con la mano izquierda le menea la polla al joven y con la derecha se toca el sexo.

De manera instintiva retrocedo un poco hasta ocultarme tras un árbol y saco mi necesitada picha para hacerme una paja. Mientras me la meneo no dejo de mirar a la pareja y veo que Marta se pone en pie, da la vuelta, se dobla por la cintura, sujeta sus manos en una estantería pegada a la pared y urge a Paulino para que se la meta en el sexo ("vamos, mi niño; métela y dame gusto como tu sabes"). Lentamente el joven introduce la polla en el coño de la excitada mujer ("sí, Pauli, empuja ya; fóllame mi rey") y se mueve despacito incrementando poco a poco el ritmo del metisaca hasta que con unos tremendos pollazos, que mueven todo el cuerpo de la mujer adelante y atrás, provoca gemidos y gritos semiahogados que acompañan el ruido sordo de golpeteo en los muslos de Marta. ¡Joder! que follada le está pegando Paulino a la gritona cocinera (cada tres o cuatro pollazos le da un sonoro azote en el trasero con unas manos que parecen palas y provoca un gritito más de excitación en la mujer) y que cachondo me está poniendo verlo. Muevo la mano derecha a mayor velocidad que nunca, ¡qué calentón tengo!.

No aguanto más, me corro pringando el suelo con varios chorros de leche y mientras me recupero oigo un grito largo y fuerte que anuncia el orgasmo de la cocinera. Un par de minutos de frenético meneo de su polla llevan a Pauli a correrse dando unos tremendos resoplidos. Me parece que la mujer se extiende el semen por la cara y las tetas, pero no logro verlo con claridad. Ambos se sientan y encienden un cigarrillo, permaneciendo en silencio.

Como me da miedo moverme por si me ve la pareja de fumadores me dedico a observar a Marta: poco más de cuarenta años, con corta melena rizada castaña, rostro agradable, siempre con la piel muy morena, delgada con tetas pequeñas picudas caídas hacia los lados y pezones muy oscuros, culo redondo más bien grande y unas piernas largas de muy buen ver. En varias ocasiones he oído a mi padre y mi tío alabar el cuerpo de Marta con la frase mágica: está muy buena.

Acaban su cigarrillo y Marta se pone el bañador, besa a Pauli en los labios y se marcha camino de la casa. Me ve semioculto tras el árbol, se da cuenta de que he estado cascándomela porque, inútil de mí, no me he subido el pantalón corto que llevo, se ríe y dice: "adiós, pimpollo, espero que te haya dado gustito vernos. A lo mejor …, bueno, ya se verá si nos divertimos un poco". No entiendo esto último pero tampoco puedo pararme a pensar porque me ha visto Pauli y con su vozarrón me llama para que nos echemos un pitillo: "¿has visto, Alfredito?; soy todo un hombre, ya se follar. Le voy a decir a Marta que a ti también te haga un hombre; es mucho mejor que las pajas, ya verás que gusto da".

Oigo a la abuela llamarme así que me voy para la casa sin hablar nada con Paulino. En mi interior siento bien claro que le tengo envidia por meter con Marta y por tener esa polla espectacular que seguro que le gusta a todas las mujeres. Esa noche me pego otro tremendo pajote reviviendo las imágenes de la caseta de las herramientas.

Tras estudiar un rato, hacer los recados que mi abuela me encarga y estar en la playa, como con la familia y me refugio en mi habitación a la espera de ver qué pasa con Marta y Paulino. Deben ser las tres cuando la cocinera sale de la casa camino de la caseta del jardín, se encuentra con el joven y entran dentro. Salgo de la casa por la ventana de mi habitación (ya estoy excitado, con el rabo tieso y duro y como con peso en los huevos y la respiración entrecortada) y tras comprobar que nadie puede verme me asomo a la ventana para llevarme un tremendo susto cuando la pareja me saluda: "hola, Alfredo, te estábamos esperando; ven entra".

Bonita manera de esperarme: ambos están desnudos semitumbados en dos viejas hamacas de playa y Pauli luce ya una erección de impresión, como la mía, pero dos veces más grande. Marta acaricia la picha del joven con su mano derecha, suavemente, arriba y abajo, apretando de vez en cuando la base del grueso tronco, y con la izquierda sigue fumando su cigarrillo, que apaga contra el suelo cuando empieza a hablarme: "bueno, bueno, Alfredito, qué guarro eres espiándonos oculto en el jardín; vamos a tener que enfadarnos y castigarte". La frase hace gracia a Paulino, quien se ríe un rato con ganas, me mira y dice muy serio: "no seas niño malo o Marta no te dará gusto y no podrás follar y ser todo un hombre como soy yo".

Estoy un poco cortado ante la escena (Marta ya menea la polla de Pauli a mayor velocidad y con la otra mano tira de mí hasta que me coloco arrodillado junto a ella a un par de palmos de la estaca del jardinero), pero estoy tan excitado y tengo el rabo tan necesitado que empiezo a masturbarme. "No, espera un poco, deja de tocarte que en seguida estoy contigo". La mujer se gira a su derecha para meterse el pollón en la boca y darle una mamada tremenda que en pocos minutos parece llevar al joven muy cerca del orgasmo, de manera que la cocinera lo advierte, saca la polla de su boca y sigue meneándola hasta que media docena de chorros de densa lefa blanca impactan con fuerza sobre mi cara y el pecho, lo que en un primer momento me asusta y estoy a punto de levantarme, pero Marta se arrodilla rápidamente junto a la hamaca, me pone en pie y se introduce mi rabo en la boca mientras no deja de extender sobre mi pecho los manchurrones de semen. La sensación es nueva para mí y me parece maravillosamente excitante, así que la mujer apenas logra darme siete u ocho chupadas porque me corro con más ganas que en toda mi vida, incrementándose mi gusto al observar que Marta se traga mi leche. Me tiemblan las piernas y tengo que sentarme; Pauli me da una palmada en la espalda y se ríe cuando Marta me besa en los labios y se pone a lamer la lefa del joven que aún tengo en la cara. Poco después vuelve a mi boca y con su lengua introduce restos de semen que ambos compartimos y tragamos en un largo beso. Me ha gustado y en ningún momento me ha repelido el semen del otro hombre.

"Guarros salidos, ya estáis contentos, eh; ya os habéis corrido y a mí que me parta un rayo; hombres egoístas sólo pendientes de su polla". En la piscina se oyen voces y ya hay ruido de actividad en la casa, así que todos nos vestimos rápidamente, la mujer se marcha camino de la casa, Paulino coge una herramienta y se pone a trabajar en un cercano macizo de flores rojas y yo, tras limpiarme con un trapo restos del pegajoso semen del gigantón, me quedo fumando en la caseta, relajado y con una cojonuda sensación de satisfacción.

Paso el día siguiente pendiente de Marta intentando cruzar mi mirada con ella, pero en ningún momento da pie a ello y tras la comida marcho a mi habitación a esperar el momento de ir a la caseta del jardín. Me quedo adormilado y despierto veinte minutos después sin saber si la cocinera ha salido de la casa, así que tras comprobar que todo está tranquilo y en silencio me dirijo, excitado y con verdadera ansiedad, hacia el fondo del jardín.

Al abrir la puerta de la caseta veo a Paulino tumbado en el suelo sobre una fina colchoneta y a Marta subida sobre él, con una rodilla a cada lado del cuerpo del hombre, cabalgándole a gran velocidad en un sube y baja que entierra completamente la tranca del hombre en el empapado coño de la excitada cocinera ("sí, sí; así mi hombretón, sigue así"), cuyas tetas están cubiertas por las manazas de Pauli que las amasa y aprieta, pellizcando los oscuros pezones con fuerza, provocando gritos de excitación en la mujer ("ay, mi niño, cómo me excitas; sigue, sigue"). Ambos están sudorosos y con los músculos en tensión, siendo la cocinera quien se corre primero dando un grito largo y fuerte que anuncia el orgasmo ("aaaaaaahhhhhhh") y que bajando en intensidad se mantiene durante los muchos segundos que la mujer sigue con sus contracciones y movimientos espasmódicos. Se levanta intentando recuperar el resuello y cuando me ve a su lado tocándome el tieso rabo, sonríe, me hace arrodillar ante Paulino y dice: "vamos, Alfredito, dale gusto a Pauli que ya no puede aguantar más; tócale, seguro que te va a gustar; mira que polla más estupenda".

No se qué hacer, estoy cortado y confuso y mis sienes retumban como un tambor, amén de que mi polla está más tiesa y dura que en toda mi vida. Marta coge mi mano derecha y la coloca sobre la polla de Paulino ("menéasela, arriba y abajo, vamos") y casi sin darme cuenta empiezo a sentir esa tremenda picha tiesa, dura, caliente, palpitante, con las venas hinchadas y tensas como si fueran cuerdas y mojada de los líquidos del coño de la mujer. Me gusta, pocos momentos después estoy cascándole un tremendo pajote a Pauli y me concentro en subir y bajar rápido intentando abarcar todo el contorno de la polla con mi mano, lo que no es fácil.

Marta no deja de hablarme en voz baja junto al oído: "qué bien lo haces, pimpollo, que gusto le vas a dar a tu amigo; sigue así, no pares que yo me ocupo de tu polla" y toma mi rabo con su mano para masturbarme suave y lentamente, controlando que no me corra antes que Paulino. "Vamos, Alfredo, chúpasela; pasa tu lengua por esa tranca grande y dura; ya verás que rica está, vamos". Dudo unos instantes, hasta que de repente me decido y me pongo a lamer la punta del grueso pollón. Me gusta y de manera instintiva rodeo el capullo con los labios sin dejar de usar la lengua, lo que hace que Pauli empuje contra labios y dientes hasta lograr meter su polla en mi boca. Es la primera vez que chupo un rabo en mi vida y la verdad es que me gusta sentir la boca completamente ocupada por esa barra caliente de carne palpitante que choca contra mi paladar y las paredes interiores de las mejillas. Me excita.

La mujer apoya una de sus manos en mi cabeza mientras me habla ("sigue, nene, la chupas muy bien, maricón; no pares") y de menear mi excitada polla. Paulino está ya dándome unos tremendos pollazos en la boca que me producen sensación de ahogo, por lo que no le dejo continuar con el metisaca y vuelvo a cascársela con la mano a pesar de que Marta intenta llevar de nuevo mi cabeza hacia la polla del jardinero.

Pauli apenas aguanta unos dos minutos más y su rabo escupe con fuerza unos cuantos chorros de caliente semen que van a dar en mi cara y en las tetas de la cocinera, que sigue hablándome al oído ("no pares, sigue hasta que yo te diga; no pares de golpe, sigue un poco más suave") sin dejar de menearme el rabo. Lo debo hacer bien porque momentos antes de sentir que voy a eyacular oigo a Marta decirme: "ya, nene, ya; ahora tu", suelto la polla de Pauli, me tumbo en el suelo con los ojos cerrados y poco después me invade una agradable sensación de placer durante muchos segundos, incrementado porque la mujer me limpia la polla, los muslos y el estómago con su lengua. Al igual que la tarde anterior me besa en los labios y se pone a lamer la leche de Paulino que tengo en la cara, vuelve a besarme en la boca y compartimos y tragamos el semen con un beso. Me ha gustado mucho.

"Vaya, vaya Alfredito, qué mamadita más buena le has hecho a tu amigo; seguro que te lo va a pedir más veces, ¿verdad, Paulino?". No contesta el joven arreglatodo porque desde la casa le está llamando mi abuela, se pone el mono de trabajo y marcha, sin dejar de sonreír satisfecho. Marta se pone el bañador, enciende un cigarrillo y se despide diciéndome: "sabes, nene, lo vamos a pasar bien los tres este verano si a nadie se lo cuentas y haces lo que yo te diga, ¿de acuerdo?". Acerca su rostro, me besa suavemente en los labios, acerca el pitillo para que le de una calada y se marcha guiñándome un ojo desde la puerta.

No es la primera vez que le hago una paja a un tío o que a mí me la hacen. Un par de amigos de clase y yo nos masturbamos juntos de vez en cuando y, si surge, pues nos hacemos pajas mutuamente. Desde luego nunca había tenido en mis manos una picha tan grande como la de Paulino y nunca se me había pasado por la cabeza mamársela a un hombre. No me arrepiento, al contrario, me ha gustado y me ha puesto caliente.

Los sábados ponen un gran mercadillo en el centro del pueblo y yo acompaño siempre a mi abuela y a la cocinera para llevar las bolsas de más peso y porque me invitan a unas raciones de caracoles picantes que me encantan. Este sábado vamos Marta y yo solos a comprar frutas y verduras. En los primeros momentos apenas me habla y se limita a efectuar las compras y a pasear por el mercadillo saludando a los vendedores que conoce. Se detiene ante un puesto de ropa interior de señora y tras mirar la mercancía me pregunta: "¿qué color te gusta más para unas bragas y un sujetador?; me parece que este negro me va a ir bien. ¿No te excita saber que me los vas a ver puestos y me los podrás quitar después?".

¿Qué puedo decir?, me pongo colorado como un tomate, el rabo crece sin parar y tengo la sensación de que se ha enterado todo el mercadillo de la frase de Marta, que se ríe, paga la compra y me lleva de vuelta a casa. Antes de entrar en la cocina me dice: "esta tarde no va a estar Paulino, procura ir antes de las tres a la caseta del jardín".

En cuanto todo el mundo se va a dormir la siesta me dirijo al jardín. La cocinera me espera tumbada fumando, envuelta en un corto albornoz que inmediatamente se quita al mismo tiempo que dice: "he pensado que mejor me ves desnuda y la ropa interior negra ya la usaremos más adelante; ¿te gusto?". Su desnudez (y la expresión de la cara que yo, no se muy bien por qué, identifico con vicio) me excitan y en seguida estoy con el rabo tieso y duro. No puedo evitar, no sin temor, hacer una pregunta que lleva varios días rondándome la cabeza: "¿tengo la polla grande o pequeña?". Marta se ríe con ganas y me contesta algo que después le he agradecido toda mi vida por la carga de autoestima que me supuso: "chaval, tienes una polla estupenda, grande, bonita y capaz de darle gusto a cualquier mujer u hombre con quien te acuestes. No se puede comparar con el pollón de Paulino porque así de tremendas hay pocas, pero tranquilo que está muy bien y me encanta, así que ven que te la como un ratito que hoy vas a follar".

Dicho y hecho: me quita el bañador que llevo puesto, me arrodillo en la colchoneta junto a su cabeza ("si ya está tiesa, maricón") y se abalanza sobre el rabo para chuparlo. Durante un rato besa, chupa y mordisquea mi polla de manera que rápidamente estoy tan excitado que tiene que dejar de hacerlo ("vaya, Alfredito, qué cachondo te estás poniendo"). Me tumba boca arriba y se sube encima de mí poniendo una rodilla a cada lado de mis caderas ("pimpollo, por fin vas a follar, vas a ser todo un hombre"); acaricia mi rabo varias veces arriba y abajo sin dejar de hablarme ("qué polla más dura tienes") hasta que lo mete lentamente en su sexo, que siento muy mojado y caliente. Es estupendo, no me había hecho una idea de cómo sería meterla en un coño, pero es una sensación que me gusta mucho, mucho.

Marta se mueve lentamente y lanza suaves gemidos de excitación que poco a poco van creciendo según se mueve mucho más deprisa ("qué bueno, cómo me gustas, pimpollo"). Lleva ya varios minutos follándome a toda velocidad con mis manos en sus caderas (joder, qué bueno es escuchar el ruido de chop-chop del metisaca) cuando se corre dando un fuerte grito, quedándose completamente quieta durante bastantes segundos mientras yo siento las contracciones de su coño que aprietan mi polla y provocan mis ganas de correrme. Consigo eyacular fuera de ella y me pongo perdido con mi propia lefa. Me ha gustado mucho, desde luego es mejor que las pajas.

"Sabes Alfredito, este verano vas a salir hecho un hombre. Ya me encargo yo de ello". Marta enciende un cigarrillo y mientras fuma y yo me voy recuperando de la corrida no deja de mover lentamente su mano extendiéndome el semen por el pecho y el estómago, hasta que se gira hacia mí y se pone a acariciarme sin pausa el rabo y los huevos. Apenas tarda unos pocos minutos en volver a excitarme ("joder, así da gusto; qué polla más buena"), apaga el pitillo, se tumba y me indica que suba sobre ella.

Qué bueno es meterla en la caliente suavidad del coño de Marta mientras me va diciendo lo que tengo que hacer: "así, adelante y atrás, sin parar; empuja, empuja con fuerza; vamos, no pares". Yo estoy muy a gusto, con los ojos cerrados, abrazando a la mujer y sujetándome fuertemente a sus hombros, empujando con ganas en un rápido metisaca que me excita más y más (me encanta oír el ruido del golpeteo de mis muslos contra los suyos), sintiéndome poderoso al escuchar a Marta ("sigue, nene, sigue; qué bien me follas, maricón, sigue, sigue") y muy cerca ya de correrme. Abro los ojos cuando oigo el grito ronco y prolongado ("aaaaaahhhhhh") que anuncia su corrida y las contracciones y movimientos de la mujer provocan mi orgasmo unos segundos después; desde luego ha sido una corrida cojonuda.

He encendido un cigarrillo al mismo tiempo que Marta (me sorprende que no me haya dicho nada acerca de mi eyaculación dentro de su coño) y ambos nos recuperamos durante unos minutos antes de vestirnos. Me da un leve beso en los labios y se despide diciendo: "Paulino y yo quedamos en ocasiones en el local de su negocio para estar tranquilos y poder follar sin sobresaltos. Mañana por la mañana, a la hora de ir a la playa, allí te esperamos. Lo vamos a pasar bien".

A lo largo de aquel verano nos reunimos bastantes veces los tres en el local de Paulino y para mí fue una maravillosa situación, recibiendo y dando placer. Fue el último año que Marta vino a Guardamar; abrió un restaurante en una playa malagueña y mi abuela asistió un par de años después a su boda con un joven extranjero. No la he vuelto a ver, pero la sigo recordando con aprecio y agradecimiento. Paulino también se casó años después, se mudó a Torrevieja y salvo algún saludo ocasional nunca más tuve nada que ver con él ni con su tremendo pollón.

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