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Magdalena

en Confesiones

Magdalena

Cuando encuentras amor y sexo igual da que sea dentro de la familia

Ah, ah, ah, uff, uff, oooh, ahí va mi leche de hombre, qué bueno, qué corrida más cojonuda. Es lo que tiene Margot, no es que sea una mujer especialmente guapa ni una tía buena impresionante, aunque tiene de todo y bien puesto, pero joder que mamadas hace, es que lo borda, y esa especie de limpieza final del capullo con la puntita de la lengua, recogiendo y tragando los restos de semen, parece que hace más largo mi orgasmo, como si me diera más gusto todavía.

Margot es la secretaria más joven de las cuatro que trabajan en la asesoría legal y gestoría de mi propiedad, todavía no tiene veinticuatro años. Es hija de un buen cliente y amigo, dueño de un par de bares y una tienda de comida preparada enel barrio, y casi me vi obligado a contratarla a prueba a instancias de su padre, y desde luego que no me arrepiento, primero porque es una eficiente trabajadora, cumplidora, buena compañera con el resto de empleados y, desde que tras la celebración navideña del año pasado, con exceso de copas, nos lo montamos sexualmente, a menudo me alivia las ganas simplemente haciéndole una leve indicación. Si por ella fuera estaríamos a todas horas dándole al asunto, la chica es caliente, y a mí me viene bien de vez en cuando.

Cerramos la oficina hace más de media hora, así que seguro que el novio la está esperando fuera, en su coche.

Margot, guapa, deberías ir con tu novio, llevará un rato esperando

—Es que estoy cachonda, Jaime, y me gusta tu pollón

—Anda, ve a verle, tomáis una copa y luego te lo follas, que también tiene derecho. No te vuelvas loca, eh, que te conozco; no te dejes llevar, que se ponga condón

—La próxima vez me la metes, ¿vale?

No contesto, para qué, además en ese mismo momento suena mi móvil, es mi tía Magdalena, que sólo me llama a este número cuando quiere que quedemos.

Hola, mi niño, mañana voy a Madrid, ¿quedamos?

—Por supuesto, voy a buscarte a la estación, como siempre

Magdalena —Magda o Lena, como yo le digo— es la esposa del hermano pequeño de mi padre, se llevaban muchos años de diferencia, y desde que tengo dieciséis somos amantes. Fue la primera mujer con la que me acosté, ella me enseñó a follar, a dar gusto a las hembras, siempre ha sido mi apoyo sexual y personal más absoluto. Me gusta, me gusta mucho, y a pesar de llevarnos trece años, es para mí la hembra por excelencia, una mujer rubia que me encanta, a la que quiero mogollón. No lo hemos hablado, pero creo que no nos hemos considerado tía y sobrino jamás, excepto cuando yo era niño pequeño. Si me preguntaran si estoy enamorado de ella… contestaría sí, rotundamente.

A las diez de la mañana estoy en el vestíbulo principal de la estación de Atocha esperando que salga Lena del tren que desde Ávila le trae a Madrid. Hace unos diez años quedó viuda, y como su única hija —divorciada con una niña pequeña— trabaja como enfermera en el Hospital general de esa ciudad, allí se fue a vivir tras vender su piso y un céntrico local en el que junto con su marido tuvieron durante muchos años una conocida tienda de bolsos y complementos. Aquí viene una o dos veces al mes, se queda en mi casa varios días, carga las pilas —anda que no echo de menos Madrid, casi más que a ti— nos hacemos compañía y follamos, más que cualquier otra cosa, sin olvidarnos de salir al menos una noche a cenar a alguno de sus sitios favoritos y tomar copas hasta la madrugada, vicio que ambos compartimos.

En mi coche hemos ido hablando de todo un poco, nos damos mutuas noticias acerca de lo que hemos hecho desde la última vez que nos vimos —le pregunto si se ha echado novio, no sé si con un cierto temor a que lo haga, pero siempre recibo la misma gratificante respuesta: para qué si te tengo a ti— y nada más aparcar en el garaje de mi casa nos abrazamos, nos besamos apasionadamente, con un beso largo, primero tranquilo, después, guarro, ensalivado, jugando con las respectivas lenguas, calentándonos muy rápidamente. El ruido de una puerta nos hace separarnos, dejar el coche, tomar el ascensor y nada más cerrar la puerta de mi piso, volver a besarnos como perros salidos. Nos desnudamos raudamente y, como siempre hago, paso unos momentos admirando su cuerpo. Me gusta, joder si me gusta.

Es bastante alta, muy rubia de cabello y piel, delgada, estilizada, elegante en sus gestos. Luce una densa cabellera de color rubio —ella se lo tiñe en tono más amarillento que el suyo propio, de color dorado brillante más bien claro— que lleva bastante corto, rizado. En su alargado bonito rostro destacan cejas rubias, anchas, perfectamente dibujadas, y unos grandes ojos marrones, con largas pestañas también oscuras. Nariz recta, pómulos levemente marcados, boca grande, redondeada, de labios gordezuelos, barbilla algo prominente. Me parece guapa, de bonitos rasgos, y un cutis siempre moreno —tomar el sol o los rayos UVA es otro de sus vicios reconocidos— de un tono tostado precioso.

Es bastante delgada, de brazos fuertes, finos y largos, hombros suaves y tetas llamativas: picudas, no especialmente grandes, separadas, se mantienen altas, en su centro dos amarronadas areolas como de dos dedos de ancho envuelven pezones gruesos, redondeados, también oscuros, que apuntan al frente. ¡Qué tetas! Me pongo ciego con ellas.

Sinuosa espalda de bonita piel tostada, cintura alta, sin apenas grasa alguna, con un achinado ombligo de tamaño pequeño, caderas altas redondeadas que se continúan en un culo de nalgas anchas y alargadas, con una raja profunda y oscura que deja ver al final el amarronado ano, apretado y pequeño. Por delante el abombado estómago —tiene una quebrada fina cicatriz de más de diez centímetros de largo provocada por un accidente de bicicleta— sigue en un vientre casi liso que enseguida da paso al pubis, con rizado vello rubio como el de la cabeza, y que en ocasiones rapa por completo. Los labios vaginales se adivinan sin problema alguno porque apenas los tapa el vello púbico, anchos, del color de sus pezones y, así me lo parece en este instante, ya muy mojados. Los muslos son largos, fuertes, delgados, continuados por piernas esbeltas bellamente delineadas.

Hace unos meses me dio una sorpresa por mi cumpleaños, se ha tatuado por encima del tobillo derecho una i griega mayúscula —una letra ye— en azul oscuro, de tamaño no muy grande. Me llamo Jaime, pero desde siempre ella me ha llamado Yeimi, así como suena. No le he dicho nada, pero para su cumpleaños, ya cercano, voy a tatuarme una letra ele mayúscula en el mismo lugar de mi pierna.

Se tarda mucho más en describir a Magdalena que en darse uno cuenta que es una mujer guapa y deseable que está muy buena. Sus cuarenta y nueve años se traducen visualmente en una mujer madura bien conservada, verdaderamente deseable. A mi polla le pasa lo mismo, apenas le he echado una mirada a la mujer y ya está tiesa y dura como en las grandes ocasiones, y esta lo es, siempre los es, ¡vaya hembra!

Tras acercarse lentamente, luciéndose, contoneándose un poco —sabe que eso me encanta— besa suavemente mis labios y termina de desnudarme, dejando para el final el pequeño slip rojo que llevo —desde siempre uso slips rojos o negros, de pequeño tamaño, porque a ella le gustan— antes de quitármelo agarra con su mano mi paquete, aprieta y amasa con cierta fuerza durante unos pocos segundos, se pone en cuclillas ante mí y lo desnuda rápidamente, sonríe y me habla:

Cómo me sigue gustando tu polla, mi niño, ¿la has usado mucho últimamente?

—Ya sabes, si estoy muy salido en espera que tú vengas, sin exagerar 

Inmediatamente la ha cogido con su mano, la valora acariciándola en toda su largura y casi de sorpresa le da media docena de lamidas ensalivadas en el capullo, lo que me pone más cachondo todavía.

Ella ha tomado la iniciativa, así que en la cama me he tumbado boca arriba, de manera tal que rápidamente se ha subido encima de mí poniendo las rodillas a la altura de mis caderas, y ayudándose con la mano se ha metido la polla en el empapado coño. Como siempre me pasa tengo la sensación de estar en casa, conozco este chocho de toda la vida, tan mojado, suave, caliente, apretado, acogedor, desde el primer momento me está echando un polvo cojonudo, moviéndose con ritmo rápido, constante, derecha-izquierda, arriba-abajo, sin dejar salir mi polla ni un instante de su maravilloso refugio, con los brazos a su espalda, apoyando las manos en mis muslos, los bonitos pechos moviéndose al ritmo de la follada, ayudándose de muslos y piernas para impulsarse. Tengo mis manos bien agarradas a las duras nalgas, colaborando con el movimiento de la mujer, quien gime constantemente dando unos leves grititos en voz baja cuando llego lo más dentro que puedo en su coño. Estoy muy cachondo, quiero correrme, noto como desde lo más profundo de la columna vertebral va surgiendo una sensación de incontenible tsunami que se desplaza hacia la polla. En ese momento oigo a Lena decir algo que no entiendo, tal y como suele hacer, y un largo grito desata su orgasmo, largo, sentido, con multitud de incontrolados espasmos en la vagina que aprietan mi rabo con distinta intensidad, de manera que no puedo aguantar más y me corro dando un fuerte ronco grito, eyaculando media docena de chorreones de semen, gozando mucho, intensamente. Ha sido cojonudo.

Magda y yo hemos quedado adormilados en la cama, muy juntos, abrazados suavemente, comprobando mutuamente que estamos satisfechos, cómodos, sin sombra de ese malestar que en ocasiones surge sin saber la razón, como si la otra persona molestara una vez nos hemos corrido. Tengo más ganas de ella y poco a poco acaricio su cuerpo, lenta y suavemente, con una mano es su culo y la otra en una de sus tetas, acariciando de manera distraída, dándole suaves besos en el rostro, en los párpados, los labios, los lóbulos de sus pequeñas orejas. Al rato estamos de nuevo dándonos un beso de tornillo, guarro, ensalivado, metiéndonos las lenguas hasta las respectivas gargantas, y ambos utilizamos nuestras manos para acariciar excitando.   

Tras pasar un largo rato jugueteando con sus gorditos pezones —me da la teta ayudándose de su mano, como si me la ofreciera para mamar, es un gesto que me encanta y me excita— ya tengo muchas ganas de comerle el coño, que con mi mano noto muy mojado. Es llamativo el perfume que desprende esta mujer, serán feromonas, extractos de hormonas o agua de colonia, no sé, pero resulta agradable, excitante, y cuando empiezo a lamer su sexo, ese perfume se hace mucho más evidente, no sólo lo huelo, sino que lo siento en mi boca, como si lo estuviera degustando. Completamente embriagador.

Los quejidos y exclamaciones de la excitada hembra, junto con el movimiento poco controlado de su pelvis, son ya presagio de un próximo orgasmo, así que dejo de mamarle el abultado clítoris, me levanto y me pongo sobre ella, quien besa como una loba mi boca empapada de sus jugos sexuales, al igual que toda la cara, me urge a que se la meta y ahí voy, con una erección de las buenas, de un solo golpe, lo que le provoca un sonoro corto grito de ansiedad contenida en cuanto tiene la polla dentro.

El metisaca es rápido, fuerte, profundo, sonoro por la gran cantidad de aceitoso líquido sexual que emite la hembra y por el entrechocar de nuestros pubis y muslos, además, en su caso, corto, porque apenas tras unos pocos minutos de follada durante los cuales no deja de acariciarse el clítoris, se corre dando un grito muy largo que culmina, como casi siempre, diciéndome en voz baja, de manera apresurada: eres un cabronazo que me trata muy mal. Se queda quieta, con los ojos cerrados, respirando muy fuerte, agitadamente, posando sus manos sobre mi culo, haciendo fuerza hacia abajo, como para ayudarme a llegar más dentro, a sentir más el roce de las paredes vaginales en la polla. Yo continúo follando como un poseso para buscar mi orgasmo.

Aaah, ohhh, qué corrida, qué polvo más cojonudo. Quedamos adormilados sobre la cama, antes de dejarme caer en los brazos del sueño pienso por un instante que estoy muy a gusto junto a ella en la almohada.

Despierto confuso, abotargado, sin saber en dónde estoy, con la impresión de estar metido en una bañera de agua olorosa, perfumada. Me doy cuenta que Lena me está chupando la polla todavía morcillona, y que en la habitación se ha expandido su peculiar maravilloso perfume. Así me debería despertar todos los días, con estas agradables sensaciones.

Durante toda mi vida sexual de adulto —no me puedo quejar, se me han dado siempre bien las mujeres, además de lo mío con Lena— me he considerado hombre de una sola corrida, fuerte, sentida profundamente, echando gran cantidad de semen y con orgasmos largos muy gratificantes, pero después, me ha costado volverme a empalmar en un periodo corto de tiempo, al menos de manera que mi erección merezca la pena, para mí y para mi pareja de cada momento. Eso es así con cualquier mujer con la que tenga sexo, excepto con Lena. Con ella repito sin mayores problemas, es algo psicológico, seguro, pero con esta hembra me empalmo, me corro y me recupero para echarle varios polvos seguidos, los que sea menester.

Joder, qué bien lo hace, últimamente estoy acostumbrado a la joven Margot, que es una artista del sexo oral, pero Magda no sólo no desmerece en nada sino que me provoca la tranquilidad propia de lo que se conoce perfectamente. Sin ninguna prisa, sólo con lengua y labios, lamiendo, chupando, mamando, comiendo, con una suavidad exquisita, metiéndosela de vez en cuando en la boca tres o cuatro dedos, y poco después toda ella, lo más dentro que puede, volviendo atrás, una y otra vez. Me está poniendo cachondo, me está excitando a tope, y tal y como suele hacer a menudo, se ayuda —mejor decir me ayuda— acariciando la raja de mi culo, arriba y abajo, con sus dedos ensalivados, deteniéndose en la entrada del ano, empujando suavemente, como si dudara en penetrarme o no con su dedo. Cuando era jovencito alguna vez dudé de si eso me estaba o no convirtiendo en un maricón, lo que a Lena le hacía mucha gracia, pero dado el gusto que me proporciona, se me olvidaron pronto las dudas.

Lo ha conseguido, tras un rato no demasiado largo me ha puesto bien tieso y duro el nabo, listo para follar. Se pone a cuatro patas, yo me coloco tras ella, coge la polla con su mano derecha y la introduce con prisa en el mojado coño, se detiene apenas unos instantes para sentir toda la largura de mi crecido erecto rabo, con los ojos cerrados y una mueca de satisfacción en su rostro, estirando el tenso cuerpo lo máximo posible, bajando la cabeza hasta tocar con ella las sábanas, comenzando muy lentamente a moverse a derecha e izquierda, en círculos, y poco después, adelante y atrás, subiendo el ritmo de la follada, cada vez un poquito más rápido, sin llegar a sacar en ningún momento la polla de su acogedor mojado refugio, respirando agitadamente, dando algún que otro leve gemido, agradeciendo con un gritito que yo me agarre a sus caderas con fuerza, y desde ese momento me ponga a darle una follada tremenda, de puta madre, aderezada con el ruido que produce el choque de nuestros muslos, de mi pubis contra las nalgas, con el chop-chop de sus abundantes líquidos sexuales que han perfumado toda la habitación.

Llega al orgasmo sin apenas necesidad de acariciar su clítoris, dando un grito que más parece un rugido que se alarga durante los muchos segundos que mi polla nota los apretones que los incontrolados espasmos de sus paredes vaginales me dan. Es la suya una corrida larga, profunda, satisfactoria, que la deja desplomada sobre la cama, aletargada, sin fuerzas para nada. Tras sacarle la polla me he tumbado a su lado, intento descansar para relajarme, pero estoy demasiado excitado, así que me casco un pajote que me lleva a correrme rápidamente, soltando varios densos escupitinajos de semen que procuro caigan sobre el cuerpo de la mujer. Lena me dice algo que no entiendo, supongo que es la frase que me suele dedicar tras sus corridas —eres un cabronazo que me trata muy mal— y nos quedamos ambos dormidos, no sin antes sonreírnos al escuchar el escándalo que montan los vecinos de al lado, quienes también están follando.

Como curiosidad contaré que mis vecinos de piso, de la puerta de al lado, son Toñi y Paco, joven matrimonio sin hijos con los que tengo buen trato y cierta amistad. Una vez, un sábado tomando unas cañas por el barrio, me confesaron que desde su terraza nos vieron a Lena —les gusta mucho, dicen que es una maravillosa diosa madura— y a mí follar una tarde de verano, nos estuvieron mirando poniéndose cachondos, follaron como fieras, y desde entonces están al tanto por si nos ven o nos oyen cuando estamos dándole al asunto. Se lo conté a Magda y le gustó, así que muchas veces descorremos cortinas y visillos, o si el tiempo lo permite, salimos a la terraza a echar un polvo para que los vecinos lo disfruten con nosotros si así les apetece. El juego es compartido, y de manera discreta nos avisamos para que nos podamos ver u oír, en especial a ellos, porque son verdaderamente escandalosos en sus folladas. Podría decirse que yo salgo perdiendo porque no estoy siempre acompañado, pero me hago buenas pajas a su salud si estoy solo.

Lena compró hace unos meses un local justo enfrente de una de las salidas de la muralla abulense más utilizadas por visitantes y turistas, ha remozado lo que fuera un antiguo mesón castellano inaugurando un moderno bar de tapas en el que también se puede comer a precios razonables y el éxito ha sido rápido —tiene siete empleados fijos además de una encargada, antigua dependiente de confianza en la tienda de bolsos— así que en mi gestoría le llevamos toda la gestión burocrática. Ya no puede venir a Madrid tan alegremente como hasta ahora porque le gusta estar al tanto del negocio, y dado que el piso de encima del bar iba incluido en el contrato de compra, voy a ser yo quien vaya a menudo a la ciudad amurallada. Hemos hablado y me ha pedido que seamos discretos cuando la visite, por mi prima principalmente, aunque está al cabo de la calle desde hace años, lo tiene asumido y le parece perfecto según me ha dicho en distintas ocasiones.

Voy muy contento, siempre me ha gustado conducir, más si al final del camino me espera Lena. Ávila, allá voy.

  

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