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Latidos en las rejas

en Lésbicos

Miro a través de mis rejas, hoy llega el nuevo personal de la prisión, como odio las miradas de las nuevas, nos miran con desprecio, como basura, se que cometimos delitos, pero tampoco se nos tienen que tratar así.

Al mirar en mis rejas la vi, tenia que mirar de nuevo para confirmar lo que he visto.

Era preciosa, a pesar de que sus largos cabellos estaban recogidos en una horrible coleta, sus ojos estaban llenos de belleza, unos ojos que demostraban que si había algo por lo que valía la pena vivir.

Era alta, de pecho grande, bastante grande, podía olerla, olía a maternidad, seguramente acababa de parir hace unas semanas, tenia un cuerpo musculoso por los entrenamientos de la policía, su cuerpo tenia evidencias de haber dado luz hace poco.

Pero lo que me gustaba mas eran esos labios, ahora serios, pero me los imaginaba sonriendo.

Durante días, solo me limité a verla, tenia una mirada dura, bueno, este es un lugar duro, de modo que era adaptarse o morir, pero poco a poco, nos hicimos amigas, a medida que pasaba el tiempo, mi deseo sexual se convertía en ¿amor? No puede ser, yo estoy casada, tengo una hija, pero, sentía algo por ella.

Estabamos en los comedores, comiendo la porquería que nos daban siempre, de repente, hay una pelea, una pelea en la que nos metemos todas, yo por mi parte, me acercaba a la carcelera que estaba cumpliendo con su trabajo.

Aporrearnos en un intento vano de poner orden.

Entonces vi a una de las reclusas, esgrimiendo un punzón que amenazaba con matar a mi ángel.

Corrí hacia ella, sabia que mi ángel no me escucharía, decidí detener a la chica que tenia claras intenciones de matarla.

Al grito de cuidado, aparté a la carcelera, pero noté como el punzón me atravesaba el vientre, el dolor recorría mi ser, mi sangre se derramaba por la herida, entonces vi a mi agresora y le pegué un puñetazo en su cuello.

Me sentía mal, parecía grave, perdía mucha sangre, pero salvé a mi ángel, si, hay cosas por las que vale la pena morir, es una lastima que no pudiera besar esos labios, si tan solo tuviera tiempo, si tan………

Me desperté en la enfermería ¡estaba viva!, al parecer la doctora perversión me había salvado, era una mujer de cuarenta años, pelo pelirrojo y grandes ojos verdes y ¡una pervertida!, si la dirección de la prisión se enterase de que hace dormir a las pacientes para realizarles tocamientos íntimos seguro que la echan.

Pero al menos ella es dulce, no como las carceleras.

-¿estas bien? Prisionera 19402 – me decía Yolanda, que así se llamaba la doctora.

-por favor Yolanda, seguramente ya me habrás toqueteado tanto que ahora somos intimas, llámame por mi nombre – le decía.

Yolanda me miró seria, conociéndola eso es muy mala señal.

-Mirían, habías perdido mucha sangre cuando Elena te trajo aquí, me dijo que le salvaste la vida exponiendo la tuya, por desgracia, no tenia tu tipo de sangre, pero Elena me dijo que era 0 universal, así que, tuve que hacerte un apaño – decía Yolanda mientras encendía su cigarro.

Miré mi brazo, vi una tirita que tapaba el agujero que me hizo Yolanda para la transfusión, también vi mi herida en el vientre, cubierta de vendas, se notaba que Yolanda fue un medico del ejercito, podía improvisar curas con poco material.

-¿quién es Elena? - Le pregunté a Yolanda.

-una de las carceleras nuevas, la que tiene las tetas llenas de leche – respondió Yolanda.

Eso me hizo reaccionar, el miedo de que le hubiera pasado algo me aterraba, intenté levantarme, pero me caí de la cama, apenas tenia fuerzas.

-tranquila gatita, las polis van a hospitales de calidad, no la mierda de centro medico que hay aquí, no esta muerta, solo desmayada, veras como vuelve en unos días con su mala leche – decía Yolanda.

Mi ángel, mi ángel esta viva y tengo su sangre recorriendo mis venas, pongo mi mano en mi pecho, noto como mi corazón bombea su sangre y no puedo evitar que se me escape una lagrima, la vida es maravillosa.

Los siguientes días estaba en la cama de la enfermería, recuperándome, Yolanda se me acercaba con una sonrisa.

-bien morena ¿un baño? – decía Yolanda mientras sostenía una esponja mojada.

-todavía faltan muchos años para que me trates como una vieja – le decía sabiendo que intenciones tenia.

-aún se te ha de curar la herida, además, las duchas están llenas de chicas peligrosas – decía Yolanda con una sonrisa.

La verdad es que la doctora es aún más peligrosa, quitó la manta de mi camilla y me desabrochó la camisa del penal, una camisa gris con un numero, el 19402, un día debería jugar a la lotería con ese numero.

Descubrió mis pechos, mi piel es morena, a juego con mi melena aleonada negra, mis pechos eran medianos, tirando a pequeños, con forma de manzana, mis pezones son oscuritos, con aureola mediana.

Yolanda mojaba la esponja y la escurría para luego pasarla por mi piel, he de admitir que la sensación mojada me gustaba, pero luego pensé en mi ángel, sentía que la traicionaba, detuve su mano.

Yolanda me miró a los ojos, no pudo evitar preguntarme si me pasaba algo.

-nada – le respondí.

-chica, en esta misma camilla donde te encuentras he follado con miles de chicas, desde las asustadizas que ingresan en prisión la primera vez, hasta veteranas que querían algún favor, se me los nombres y los números de todas las prisioneras que pasaron por aquí, mejor que me cuentes que pasa – decía Yolanda.

-te reirás de mi – le dije.

-¿quién se atrevería? ¿sabes lo que hice cuando llegaste a la prisión? – preguntó Yolanda.

-aplaudiste – recordé yo.

-pues si, el que te hayas cargado a esos dos mierdas que querían violaros a ti y a tu hija es algo de admirar, es por eso que te paso gratis mi tabaco, eres mi chica favorita, no soporto verte asi, ¿qué te sucede? – respondió Yolanda.

-e-estoy enamorada – respondí tímidamente.

No puedo creerlo, me comporto como una niña enamoradiza, ¿qué dirían mis compañeras de celda si se enterasen?.

Yolanda encendió un cigarrillo y dio una profunda calada, soltando el humo despacio, me ofreció una calada, cosa que acepté, necesitaba calmarme.

-bueno mi niña, como lesbiana que soy me alegra saber que te gustan las chicas, pero, ¿has pensado que eso es solo porque aquí solo hay mujeres? Esa frustración sexual debe irse por algún lado, las relaciones lesbicas son el pan de cada día aquí, nos permiten "ir tirando" – decía Yolanda.

-no es una prisionera – le respondí.

Yolanda soltó una sonora carcajada y empezó a hablar.

-te dije que te deshicieras de tu marido, ese inútil no vale ni para echar un polvo ¿quién es el afortunado? ¿un admiraror? ¿uno de esos samaritanos que le has dado lastima por tu encierro?.

-Elena – le dije seriamente.

Yo, increíblemente me sentí bien, tal vez necesitaba contarlo y Yolanda era prácticamente la confesora de toda la prisión, pero cuando la vi, me miraba boquiabierta, cogió un cigarro y nerviosamente lo encendió y dio una calada tan larga que casi todo el cigarro se consumió, echó el humo, creando un ambiente de humareda con el olor a tabaco, me miró a los ojos y preguntó.

-¿te refieres a la carcelera? ¿aquella que dio parte de su sangre?.

Esas palabras me hicieron colocar mi mano en mi corazón, notando como bombeaba su sangre, no pude evitar sentirme feliz.

Yolanda, puso sus manos en mis hombros y me dijo una cruel noticia.

-chavala, olvídala, esa chica hace un año que esta casada, tiene un bebe de meses y ama profundamente a su marido.

Mi mente empezó a imaginar a un hombre poseyendo a mi ángel mientras ella jadea y le dedica palabras de amor, siento odio, rabia por ese hombre, tanta que me clavo las uñas en mis manos, al parecer Yolanda vio mi reacción.

-tú no eres quien para decidir sobre con quien ella ha de estar, eso lo decide ella, ni tu, ni su marido ni nadie.

-lo se, lo se, pero ¿tu no la has visto? Es preciosa, es mi alma gemela – le dije yo.

-si, no esta mal – respondió Yolanda, al parecer no era su tipo, mejor para mi.

Al parecer, el asunto de mi enamoramiento le enfrió la libido y me vistió de nuevo sin pasarme por la esponja, decidí dormir un poco.

Estaba en la sala de interrogatorios de la prisión, estaba esposada y desnuda ¿qué me harán? ¿un tío con dinero ha comprado a alguien para que pase un buen rato conmigo? En cuanto venga le rompo los dientes a cabezazos.

Se abre la puerta, lanzo mi mas intimidatoria mirada, una mirada que se derrumba como un castillo de naipes cuando aparece.

¡Elena! ¡mi ángel! ¿qué hace aquí con la porra desenfundada?

-bien, prisionera, he oído que tienes un alijo de cocaína escondido en esta prisión, me dirás donde – decía Elena mientras me elevaba la barbilla con su porra.

Yo no respondí, para responder tenia que estar ahí.

Y la verdad es que no estaba, me había perdido en sus hermosos ojos esmeralda.

Elena ponía su porra por debajo de mis pechos y los levanta para mirármelos mejor.

-escucha gatita, tengo toooda la noche y pienso registrarte a fondo – decía Elena.

Mi clítoris estaba en erección, mi corazón latía con fuerza, la idea de que me registrase a fondo me excitaba.

Elena me colocó boca arriba en la mesa, me esposó las manos y los pies en las patas del mueble, enfundó la porra y empezó a quitarse los guantes y me miró a los ojos.

Mientras me perdía en su mirada esmeralda, sentía sus manos acariciar mis pechos, moviéndolos maravillosamente bien, acercándose lentamente a mis pezones, sus dedos recorrían mis aureolas, chispas de placer recorrían mi cuerpo ¡mi ángel me estaba tocando! Sentía sus dedos tocar mi clítoris en erección, siento como me lo excita, sus labios de rubí se me acercan y me susurran.

-voy a empezar el registro.

Sus labios besaron los míos, que deliciosa boca, su lengua atrapando la mía mientras sus dedos entraban dentro de mi, maldigo las esposas, ya que me impiden abrazarla con fuerza, quiero sentir su piel en mis manos, notar su suavidad, su calor.

Los labios de Elena abandonaron mi boca, siento tristeza, quería que el beso durase eternamente, pero siento sus labios en mi pezón izquierdo, santo cielo, que cosa más rica, mis pezones están de punta, apenas puedo pensar.

Sus labios abandonan mis pezones, se pone delante de mi.

¡se quita el uniforme! ¡voy a ver a mi ángel en todo su esplendor!.

-despierta Mirían, tienes visita – decía la voz de la doctora.

¡un sueño! ¡era todo un sueño! ¡quiero matar a Yolanda y ningún juez puede condenarme por eso! Eso era lo que pensé al despertarme, la muy hija de.

Me lleva a la sala de visitas, me siento en la mesa ¿quién viene a verme? ¿mi marido? No, no vino desde los tres años que llevo aquí ¿y ahora va a venir ahora? ¿mi hija? Es tiempo de colegio, no creo que venga ¿y si algo le ha pasado y me quieren comunicar la noticia?, no, no, por favor espero que no sea así.

La puerta se abre y aparece ¡ella!, sin el uniforme era la cosa más hermosa que había visto, sus largos cabellos negros estaban sueltos en una larga cabellera que le llegaba a los hombros, su largo cuello invitaba a besarla, pero lo mejor eran esos ojos esmeralda que parecían los de un gato.

Ambas no nos dijimos nada, apenas nos mirábamos, yo por timidez, ella, bueno, seguro que no le gusta hacer tratos con las reclusas.

-he venido a darte las gracias, sin ti, mi hijo no me hubiera conocido jamas – me dijo mi ángel con una voz dulce alterada por el nerviosismo (no puedo evitar suspirar).

-no es nada, pero me gustaba tu cara y odiaría que no volviese a aparecer más – decía con ¿seriedad?.

¡soy idiota! Tengo a mi ángel agradeciéndome lo que he hecho y yo no me aprovecho ¡¿qué ovarios me pasa?!.

–¿como va tu herida? – me preguntó Elena.

Piensa Mirían, piensa ¿qué podría responderle sin que me salga la bestia de reclusa que tengo dentro? Piensa.

–bien hermanita, ahora somos hermanas de sangre ¿no? – respondí guiñandole un ojo.

-¿así que lo sabes? Después de lo que hiciste no podia quedarme sin hacer nada – decía mi ángel tímidamente.

Ambas nos sumimos otra vez en silencio, ambas somos madres y nos comportamos como dos adolescentes enamoradas, estúpido ¿no?.

-¿por qué estas aquí? – me preguntó mi ángel.

Esa pregunta me asustó, nadie le gustan las asesinas, nadie le gusta estar con una chica que es capaz de matar, pero no podía mentirla, no podía.

-maté a dos personas que intentaron violarme a mi y a mi hija, el hecho de que fue por defensa propia me ha acortado mucho la pena, sin contar con los beneficios penitenciarios.

Ella se asustó, me miraba con esa cara de sorpresa, como odiaba esas caras que te decían ¡no puedo creerlo! ¡monstruo! Y otras frases acusadoras.

-n-no puedo culparte, tu solo protegías a tu hija, en el fondo, creo que hiciste un favor a la sociedad aunque incumpliste la ley.

¡me entendía! ¡mi ángel no le importaba lo que hice! Sentía ganas de besarla pero me contuve.

-¿cómo es tu hija? – me preguntó Elena.

Siento algo de tristeza, hacia tiempo que no la veía, ojalá pudiera hablar con ella, jugar con ella, vivir su infancia.

-dicen que se parece a mi, en cuerpo y en carácter, los ojos los heredó de su padre (la única cosa bonita que le ha dado).

-vaya, en verdad amas a tu hija ¿quieres que lo arregle para que solo duermas en la prisión y pases el resto del tiempo para poder verla? – me decía Elena.

Mis ojos brillaron de alegría ¿de verdad haría eso? Seria la mujer más feliz de todo el universo.

-por tu reacción veo que si, tengo amigos que pueden hacer eso, solo venia a agradecerte lo que hiciste por mi, estaré unos dos meses de baja, el incidente me ha mostrado que he de pensar más en mi hijo y no en mi carrera.

¿mi ángel se va? ¿voy a estar sin verla dos meses? ¡no podía permitirlo!.

-o-oye ¿puedo pedirte algo mas? – le pregunté a Elena.

Ella me miró atenta, esa mirada me volvía loca, tenia que decirlo o la perdería para siempre.

-o-o-oye y-ya s-s-se que es-to n-no es m-muy normal, pero – cogí una bocanada de aire y lo solté.

-¿quieresquesalgamosporahiempezariamossiendoamigas?.

Elena me miraba extrañada, pero después dijo.

-¿intentas ligar conmigo? – decía Elena.

No había respuesta, no se necesitaba, mis ojos brillaban ilusionados por el si.

Pero se me apagaron cuando Elena mostraba su anillo de casada.

-lo siento, pero amo a mi marido y tengo un hijo con el y sinceramente, no me atraen las chicas, lo siento – decía Elena destrozándome el corazón.

-e-entiendo, perdona – le respondí casi sin fuerzas.

Ambas nos despedimos, ella me lanzó una mirada de lastima, yo, no podía hacer nada, era su decisión, yo la respetaría aunque.

Mi vida careciese de sentido.

En mi celda, sola, triste, no podía permitirme el lujo de que me viesen así, metí mis penas muy dentro mía, al menos, podría ver a mi hija.

Veo mi nueva compañera de celda entrar, una chica que acababa de cumplir los 18, buena figura, cabellos largos y rubios que sin duda las reclusas disfrutaran en cortarlos, sus ojos azules y sus labios carnosos, unidos con esa cara pecosa le daban un aire de inocencia, se me acercaba temblando como una hoja al viento, seguro que las polis de aquí han hecho una porra para ver cuantas veces es la "putita" de alguien en una semana.

-¿u-usted e-es M-Mirían? – me dijo la chica.

-¿para que te interesa? Pequeña putita – le decía yo mostrando dureza, si esa chica tenia que estar aquí, tenia que endurecerse ahora.

-d-disculpe, p-pero l-la doctora m-m-me dijo que u-usted me protegería de las o-otras – decía temblando e insegura.

¡ahora soy una puta canguro! ¡ya hablare con Yolanda!.

-p-puedo darle e-esto, la doctora m-me lo recupero de los o-objetos que m-me quitaron – decía la nueva.

Me mostró un anillo de oro con piedras preciosas, estaba claro que era una niña rica, esa Yolanda es toda una mafiosa, conoce las reclusas y el personal de la prisión y ahora quiere hacer contactos con las chicas ricas que vienen por conducir borrachas, creen que la vida es diversión.

-es bonito, pero no veo ningún sitio donde venderlo – le decía mientras le cogía el anillo.

-¡s-solo será hoy! D-despues me iré, lo juro – decía ella.

Jodidos padres ricos, no me extrañaría que esa niña se casase y el marido lo dominase como le plazca, era bonita, muy bonita, un poco añiñada, hasta daba pena dejarla desamparada.

Al anochecer, recibimos las cartas, yo recibí dos, una de mi ángel, que decía que en una semana ya tendré derecho a salir de la prisión y ver a mi hija, justo a tiempo para ir a su cumpleaños, la otra carta era de mi hija, me hizo un dibujo de un conejito con las palabras, "para mamá, te quiero!, que ricura, no puedo evitar embozar una sonrisa, pero mi compañera de celda empezó a llorar a moco tendido, se le cayó su carta, yo la miré y ponía.

-ya estoy harto de tus juergas, tus caprichos y que destroces los coches con tus malditas borracheras, voy a dejarte unos días en esa prisión, así aprenderás.

La firmaba su padre, al parecer, esa niña era una diablesa que podía comerse el mundo gracias al dinero, ahora, era una ratita en un nido de halcones.

-bien, niña, mañana expira mi protección, ¿tienes más cosas de esas? – decía a mi compañera de celda de forma intimatoria.

ella me miró aterrada, era gracioso verla temblar.

-n-no t-tengo nada mas, e-es lo único que la doctora pudo recuperar – decía mi compañera.

Miré por la ventana de la celda, la luna llena, preciosa, es ideal para enseñar que sitio es este.

-hace frío aquí, ¿quieres calentarme? Asi mañana seré otra vez tu guardaespaldas.

Ella me dio la sabana de su litera, sabana que rechazé.

-veo que no entiendes nena, me has de calentar con tu cuerpo – le decía mientras la agarraba de la barbilla.

-n-no, p-por favor, l-le daré lo que quiera t-tengo joyas, dinero, por favor – decía la jovencita mientras lloraba.

-quítate la ropa – decía con autoridad mientras golpeaba la pared con su puño.

La joven lloraba, pero empezó a desabrocharse la camisa de reclusa, mostrando unos senos que evidentemente habían sido aumentados por cirugía.

Le agarré las tetas, duras, no me gustaba el tacto de los pechos operados, ¿para que jodiendas querían hacer esas marranadas a sus tetas?.

-quítate la parte de abajo – le susurré al oído.

-p-por favor – me decía ella.

-las duchas de aquí son comunitarias, voy a disfrutar viendo como todas las reclusas te usan a placer – decía a la chica.

La novata no paraba de llorar, se bajó lentamente sus pantalones, mostrando una concha sin pelo con una rosa tatuada, yo le chupeteé el cuello mientras le tocaba ese culito tan respingón.

-¿como te llamas preciosa? – le decía.

-Ni-Nieves – me decia entre lagrimas.

-bien, Ni-Nieves, esto es una prisión, lo que te hago es mostrarte lo que te pasará si no endureces ese carácter de niña pequeña que tienes – decía mientras olía el perfume que llevaba.

Era una chica, tan limpia, tan inmaculada, muchas reclusas darían sus pechos por una noche con ella, sin duda me ofrecerían de todo para que se las pasase, pero seguro que Yolanda daría el grito en el cielo.

-p-por favor, d-dejame – me decía Nieves mientras empezaba a tocar su concha y saboreaba sus orejas.

-niña, aquí todo funciona por trueque, tu me das placer y yo te protejo un día, si me das mas de eso, te enseñaré a pelear ¿capischi? – le decía a Nieves.

Ella tenia los ojos cerrados, aproveché para besarle los labios y hacerle un beso de tornillo, ella no respondía, daba igual, quería su boca para otra cosa.

Separé mis labios de los suyos y me acerqué a su oido.

-de rodillas, vas a limpiarme el mejillón – le susurraba a Nieves.

La muy idiota cayó de rodillas y me suplicó que no lo hiciera, pero le lancé una dura mirada, lo suficiente para hacerla obedecer.

Me bajó los pantalones y con asco, saboreó mi concha, la cogía de la cabeza para evitar que se me escapase, era muy inexperta, pero era su primera chica, este sitio no es un paraíso, era el infierno y si ella no se volvía fuerte, podría ser que no saldría viva.

Aburrida, separé su cabeza de mi concha, no era por placer, era para que se hiciese la idea de que aquí no era intocable, le dije que ha sido el peor polvo de mi vida y que es posible que pasase de ella.

Me dormí escuchando a mi compañera llorar como una niña pequeña.

A la mañana siguiente, las reclusas me ofrecían cigarros, dinero, dulces e incluso armas solo por pasarles a mi compañera de celda, la chiquilla bajaba la cabeza y se tapaba los oídos, tenia los ojos rojos de tanto llorar.

En las duchas nos desnudamos todas, mi miel morena atraía mucho más que el cuerpo de mi compañera, muchas nos miraban con deseo, pero ya me conocían y saben que conmigo siempre pierden.

Pero note como se alejaban, en ese momento mi corazón se aceleraba, Dios mío, por favor, esa hija de la grandisima puta no.

Noté como Nieves me abrazaba llorando a moco tendido, me giré despacio, manteniendo una dura mirada.

Lo que me temía, Vanessa, una hija de puta de dos metros con vigorexia, esa mujer era una culturista que se ponía todo tipo de anabolizantes y esteroides, oí decir que tomaba fármacos para caballos, la condenaron por asesinar a tres jueces del concurso por usar sustancias prohibidas, violó a todas y a cada una de las reclusas a mi dos veces, cuando llegué a la trena, me impresionó su violencia, peleé contra ella, pero era una muñeca a su lado, a pesar de que me resistí todo lo que pude, me hizo suya, me rompió un dedo para hacerme sumisa.

La segunda, yo estaba armada, le clavé una cuchara afilada tres veces.

Me dio una paliza muy fuerte y me hizo suya.

Fue un milagro que sobreviviera yo a su tercer intento, le mordí le clítoris, le golpeaba, le llegue a clavar mis uñas en su ojo, esa mole me pegó una paliza tal que las polis nos separaron, dos costillas rotas, el hombro dislocado y varias contusiones y hematomas, pero no me violó fui la primera en resistirme, miré su único ojo con la mas dura de mis miradas, no pude evitar pensar en mi hija y en mi ángel, esa mujer era 130 kilos de puro músculo con esa cabeza totalmente rapada y su único ojo marrón que vomitaba ira, su cuerpo de culturista daba la tentación de retroceder, pero si retrocedo, habrá ganado.

-¡¿acaso quieres morir?! ¿recuerdas lo que te hice la ultima vez? ¡dame a la puta! ¡ya! – decía Vanessa con su vozarrón.

-creo recordar que tu antes tenias dos ojos – le respondí manteniendo mi mirada.

Durante cinco minutos nos miramos, para mi era una eternidad, pensaba que no merecía la pena evitar que Vanessa violara a Nieves, no quería que mi hija llorase por mi muerte y quería estar con Elena, aunque solo sea una ultima vez.

Pero algunas guerras se ganan antes de empezar, Vanessa apartó la mirada y se largó, se ve que no valía la pena perder el otro ojo por someter a otra chica.

Todas me miraron con respeto, Nieves me miró boquiabierta, con ojos chispeantes.

Yo, seguí duchándome, dándole gracias a Dios por evitar lo que seria mi muerte.

Desde entonces Nieves se me pegaba como una lapa, las reclusas me miraban con más respeto, me encargue de hacer sudar a Nieves en el gimnasio de día.

Y a hacerla sudar en las literas por la noche.

Cuando por fin ya podía salir de la prisión, Nieves me miraba con ojos tristes, bueno, mañana sus papis irían a buscarla, yo mientras, iría a ver a mi hija.

El aire, tan distinto fuera que dentro, el sol acariciando mi rostro, casi me daban ganas de llorar, los que nunca perdieron la libertad no entenderían lo que quiero decir.

Elena me esperaba, iba a acompañarme a mi casa, subo en el coche y le indico donde vivo, a medida que vamos, hablábamos de nuestras cosas.

-¿cómo te va la vida? – le pregunté.

-maravillosamente bien, mi hijo es cada vez mas grande, mi marido trabajando, las cosas me van realmente bien, ¿tu? – decía Elena cuyas palabras me entristecían.

-no voy mal, he tenido una compañera de celda, le he enseñado a ser dura – le dije sonriendo.

-no habrás abusado de ella ¿verdad? – me preguntó tímidamente.

-o la endurecía o todo el pabellón empezando por Vanessa la usarían como su muñeca personal – le dije.

Me fijé que su actitud se volvió seria, cuando paramos en un semáforo, me preguntó.

-esa montaña de esteroides ¿le ha hecho algo? – preguntó temerosa.

-no, al parecer no era su tipo – mentí.

No quería que me regañase diciéndome que podría dejar huérfana a mi hija si me metía con esa reclusa, yo soy la ultima que quiere algo con ella, ¿qué podía hacer yo?.

Conservaba el anillo de Nieves, menos de 500 euros no puede valer, suficiente para una fiesta de cumpleaños decente.

Cuando llegué a casa, abracé a Elena, sus pechos se aplastaban con los míos, que maravillosa sensación, al irme a casa, me encontré con mi hija, ¡cuánto ha crecido desde la ultima vez que la vi!, no podía evitar llorar en cuanto la vi, corrí hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas, le pregunté como le iba en el colegio, ella me dijo que todo iba bien y me enseñaba las notas,

¡todo dieses! Abracé a mi pequeña con alegría, llorando emocionada,

-hola cariño – decía mi marido.

Mi marido era un hombre de alrededor de cuarenta años, se dedicaba a las pequeñas estafas, no era fuerte, no tenia carácter, ¿qué porque me casé con el? Bueno, mi historia se remonta a una familia conflictiva, el borracho y ella drogadicta, me enviaban a trabajar para que les costease sus vicios, las palizas eran mi pan de cada día, un día me escapé, tenia ocho años, estaba sola, sin dinero, perdida, hasta que me encontré con el, el dirigía a un grupo de niños para que hiciesen pequeños hurtos para el, nos trataba bien, para mi era lo más parecido a un padre, pero con el tiempo los niños crecieron y lo dejaron para conseguir el dinero por si mismos, mi marido solo se sabia imponer con niños.

Yo, bueno, sentí lastima por el, era la única persona que a pesar de que me usase para sus objetivos, me trató bien, hasta me case con el, era una ceremonia sencilla y era una jovencita de dieciséis años y el un hombre de treinta y siete, ahora que miro atrás, me pareció una locura, pero, me había tratado tan bien en la infancia.

Pero sexualmente era muy rápido, solo un empujón y ya lo echaba dentro, así fue concedido mi tesoro.

Hoy en día cuando le miro, me siento idiota al casarme con el, pero cuando miro a mi hija, siento que me hizo un regalo insuperable.

Pasé la mañana jugando con mi pequeña, al mediodía vendí el anillo y compré lo necesario para la fiesta.

Fue una fiesta preciosa, cuantas amigas tiene mi hija, que bien se lo pasaba, sentí envidia por ella, ella esta disfrutando de una infancia que yo ni siquiera podía soñar.

Pero la noche se acercaba, cuando las niñas se fueron, yo limpié la casa (mi marido miraba la tele, demasiado inútil para las tareas domesticas) mientras barría, oí un comentario de mi marido.

-menuda idiotez ¿qué será lo próximo? ¿matrimonios con animales?.

Miré curiosa la noticia y vi que habían legalizado los matrimonios homosexuales, veía dos chicas vestidas de blanco, felices, sonrientes.

Me pareció que mis ojos me hacían una mala pasada, pero me pareció verme a mi y a Elena en vez de la pareja, seria tan maravilloso.

Elena vino a buscarme, me despedí de mi hija dándole su regalo de cumpleaños y nos fuimos, yo no tenia que llorar, pero no podía evitarlo, ojalá pudiera acostarla para contarle un cuento.

Mirando a través del cristal, vi la imagen de mi niña que se alejaba, rompí a llorar.

-mañana la volverás a ver, pero antes he de hablar seriamente contigo – decía Elena.

¿seriamente? ¿qué quiere decir?.

-los padres de tu "novia" están muy cabreados, nos denunciaron, pero no creo que sigan adelante – decía Elena.

-¿novia? ¿qué novia? – pregunté sin saber a que se refería.

-tú compañera de celda de hace una semana – decía Elena muy seria.

Vaya, ahora recuerdo, me acuerdo de cómo la enseñe a pelear, cuando me despedí de ella , la chica sabia comer el coño de maravilla.

-¿acaso preguntó por mí? – pregunté.

Elena paró y me miró con seriedad.

-te envía regalos, regalos caros, ¿se puede saber por que lo has hecho? – preguntó Elena.

-estaba buena, es todo – decía yo con tranquilidad.

-¿cómo puedes hacer algo tan asqueroso? – me decía Elena.

Ese comentario me ofendió, ¿qué tienen los hombres que no tengan las mujeres?, pero, tal vez podía coquetear con ella.

-las chicas, les sientan bien el sudor, son mas dulces, apasionadas, te entienden, en cambio los hombres son brutos, torpes, huelen mal y no saben apreciar una conversación y la mayoría de ellos tarda dos segundos – le dije.

-mi marido no es torpe, no huele, sabe conversar y tiene buen aguante, en cambio esa Vanessa si tiene esos defectos – decía Elena.

-¿Vanessa es una mujer? – le pregunté.

Ambas nos reímos, pero se me ocurrió una pregunta un poco borde.

-¿alguna vez has estado con una mujer?.

Elena me miró sorprendida y exclamó.

-por Dios, ¿cómo puedes pensar en eso? ¡no pienso hacer esta asquerosidad!.

-nunca digas de esta agua no beberé – le dije.

Ambas nos sumimos en un silencio muy tenso, mejor así, no calentemos las cosas, cuando llegamos quise darle un beso en la mejilla, pero ella lo rechazó, bueno, al menos, como amigas podemos ser.

Los días siguientes no pasaba nada nuevo que contar, salvo que una cucaracha salió de mi plato llevándose un trozo de comida, ¿qué hice? Coger a la cucaracha y comérmela ¿qué pensarían mis compañeras de celda si me dejo robar así como así?

Pero un día.

Elena volvió a ofrecerse para acompañarme a mi casa, pero se desvió a un descampado, me puse en alerta, ¿Vanessa había llamado a un amigo para que me emboscase y chantajeaba a Elena para que me llevase a esa emboscada?.

-¿qué ocurre? – dije seria.

La única respuesta que obtengo es la mano de Elena acariciando uno de mis pechos ¿acariciándome? ¿a mi? Iba a preguntar el porque de eso, pero ella me silenció besándome con sus labios carmesí.

Cielos, que bien besa, Dios mío, gracias, gracias.

Noto como su lengua juguetea con la mía, yo la abrazaba con fuerza mientras tumbaba el respaldo para estar mas cómodas, esos besos dulces como la miel, ese hermoso cuerpo entrenado, ese calor tan agradable, cielos, me derretía.

Quité su uniforme botón a botón, sentía que con cada botón que le quitaba me excitaba más, descubrí su sujetador, un sujetador que contenía unos hermosos senos con unos pezones de madre, los empezaba a acariciar, tan suaves, tan blandos, tan hermosos.

Pero una gota de agua caía en mi mano, al alzar la vista, vi que Elena lloraba.

-¿qué te ocurre? Amor – le pregunté.

-n-nada, solo se me ha metido algo en el ojo – me dijo.

-no te creo, empieza a contarme la verdad – le respondí.

-nada te digo – me respondió en voz alta.

La aparté de mi y le dije que no saldríamos del coche hasta que me lo contase todo.

Fue una dura discusión, pero, al final supe que le pasaba.

Su marido la había engañado con otra.

¡como era posible! ¡Elena es preciosa, inteligente, guapa, buena persona! ¡PIENSO MATAR A ESE HIJO DE CIEN MIL PADRES!.

-LLÉVAME CON EL ¡DEPRISA! – le dije enfurecida.

-¿qué? ¿qué piensas hacer? – decía Elena.

-¡ARRANCARLE LOS OJOS Y PONERLOS EN LOS HUEVOS PARA QUE VEA COMO SE LOS PATEO! – le dije mientras la apartaba del volante.

Fuimos rápidos hacia la casa de Elena, ese malparido lo iba a pagar ¡LO IBA A PAGAR!.

-piensa lo que haces, si lo matas ¡no veras a tu hija en mucho tiempo – me decía Elena.

Frené en seco, amaba a mi ángel, pero más a mi hija, no podía hacerle eso a mi pequeña, no podía.

Rompí a llorar encima del volante, habían hecho daño a mi ángel y no podía hacer nada para remediarlo, sentía las manos de Elena acariciar mi espalda.

-¿estas bien? Mirían – me preguntó Elena.

-perdóname, no, no puedo hacer nada por ti – le respondí con mi alma carcomida por la culpa.

Ella me abrazó, dulcemente, la invité a dormir a mi casa, pero mi marido al ver que dejaba pasar una poli, me pidió hablar en privado.

Le lancé una mirada llena de intensa rabia, eso asustó a mi marido, de verdad, se largó corriendo de la casa, le presenté a mi pequeña, desde el principio hicieron buenas migas, por un momento, pensé que éramos una pareja cuidando de nuestra pequeña.

Las horas pasaban como segundos, no te das cuenta de cómo pasa el tiempo, la invité a dormir a mi casa, le ofrecí la cama matrimonial mientras yo dormiría en el sofá.

-no, por favor, mejor yo me duermo en el sofá – me decía Elena.

-no digas chorradas, cuando duermes en las literas de la prisión, duermes en cualquier sitio – le respondí.

-yo, yo, no quiero dormir sola – me decía tristemente.

Esa mirada, no podía dejarla sola con sus pensamientos, se volvería loca, le presté mi pijama, le quedaba bastante grande ya que yo era mas alta, pero sus senos hinchados de leche, pero eso me hizo pensar.

-¡¿y tu pequeño?! – le pregunté.

-con mi madre, tranquila – me decía sonriendo.

Aaaaaaayyyy que sonrisa mas hermosa, junto con esos ojos chispeantes llenos de melancolía, nos dormimos juntas pero una de espaldas a la otra.

Pero yo no podía dormir por que.

¡TENGO AL AMOR DE MI VIDA DURMIENDO A MI LADO! ¡Y ENCIMA LIGERA DE ROPA!

Una voz me decía que aprovechase cuando se durmiera para hacerla mía, pero otra me ordenaba que la respetase ¿qué hago? ¿qué hago?

Mi mano se dirigió a mi concha, mi dedo acariciaba mi clítoris mientras mi otra mano acariciaba uno de mis pechos, intenté hacerlo en silencio, no quería despertar a Elena.

Mi dedo acariciaba mi clítoris con rapidez, yo jadeaba conteniendo el volumen de mi voz, pero una mano me asustó, al girarme, vi los ojos de Elena que me miraban sorprendidas.

¡ME QUERIA MORIR EN ESE INSTANTE!

Elena me sonrió y me besó, su beso fue largo y húmedo y sus pechos se apoyaban en los míos.

Yo acaricié su suave y bello rostro y mis piernas acariciaban las sedosas piernas de mi ángel, mis labios abandonaron los suyos para besar su cuello mientras acariciaba sus hermosos cabellos negros que caían sobre mi como una hermosa lluvia, la puse debajo de mi, miré su ojos, algo asustados, estaba claro que era su primera mujer.

Yo cerré mis ojos.

Ella cerró los suyos.

Ambas nos besamos, mis manos desabrocharon botón a botón su pijama, descubriendo unos grandes senos llenos de leche materna, me apoyé sobre ella besando su cuello.

su piel de nácar contrastaba con mi piel morena, sus pezones rosados con mis pezones oscuros, mis piernas acariciaban los muslos de mi carcelera.

La que tiene encerrado mi corazón en una prisión llamada amor.

Mis manos recorrían su espalda y sus costados mientras chupeteaba su cuello, lentamente le bajaba hasta los pechos, pero me daba reparo, esa leche es solo para el bebé, mis manos abandonaron sus caderas para acariciar sus pechos, mientras mi boca besaba alrededor de su ombligo.

Los jadeos de mi ángel indicaban que era muy sensible en el vientre, seguía besando el abdomen con amor.

Mis manos abandonaron sus pechos para pasar a sus caderas.

Mis dedos se metieron debajo del pantalón de Elena, era un pijama de verano, de modo que el pantalón era corto.

Mi corazón latía a toda velocidad cuando le bajaba los pantalones, cuando vi su vello asomarse, me sentí realmente excitada, pero seguí hasta deshacerme de esa prenda que me impedía estar íntimamente cerca de ella

Su concha, con un vello abundante, era la primera vez que la veía, saboreé las ingles de mi amor agarrando fuerte sus caderas, el olor de su flor prohibida y el calor de su piel, unidos por los dulces jadeos de mi amante, me hacían transportar al paraíso, que limpia y que dulce era, nada que ver con esas rudas y sucias reclusas.

Evité llegar a su almeja, quería que durase eternamente, pero mi carcelera me decía dulcemente.

-no seas mala, lámeme, lámeme.

Obedecí ciegamente, mi lengua acariciaba su botoncito mientras mis dedos recorrían el borde de sus labios vaginales, tan deliciosos, tan sensuales, mientras lamía su clítoris, introduje mis dedos dentro de ella.

Nunca toqué nada tan suave ni tan cálido, que dulce sensación.

Los jadeos de mi amada se hacían más y más fuertes, hasta el punto que se mordía los labios para contener un orgasmo, yo no quería que se dañase nada de ella, quería que lo gritase libremente, hasta que vi que razón tenia para contenerlo.

-¿mama? ¿pasa algo? – decía mi hija mientras tocaba la puerta.

Ambas nos arreglamos como pudimos, no era aun conveniente que una niña de 8 años viese el sexo lesbico, es mas, ninguna clase de sexo, eso era una cosa que debe esperar en averiguar, cuando entró, hizo una pregunta que me daría mucha rabia.

-no puedo dormir ¿puedo estar con vosotras?.

Yo iba a decirle que volviera a la cama, pero Elena la dejó estar con nosotras, tuvimos que contarle cuento hasta que durmiera, yo quería que me tocase Elena, pero ella miraba tan dulcemente a mi hija mientras le cantaba una nana.

Cuando terminó de cantar la nana y que la nena estuviese dormida, Elena me dio las gracias.

-vaya, no sabia que fuese tan buena en esto – dije yo con una sonrisa.

-no es eso, te agradezco que me hayas mostrado mi verdadero yo – decía Elena un poco preocupada.

-¿me lo dices con esa cara de miedo? – le pregunté.

–la verdad, antes era hetero, pero me has hecho pensar, cuando pasaba por las celdas, miraba vuestros pechos, vuestros culos, vuestros ojos, miraba secretamente vuestras relaciones lesbicas y a veces, os espiaba en las duchas, algunas veces soñé en meterme con vosotras en las duchas y que me tocaseis, pero pensé que eran solo fantasías pasajeras, que no era normal y que quien de verdad amaba era a mi marido, pero hoy, hoy – decía Mi ángel abriéndome el corazón.

Yo le toqué la mejilla a mi amante con una sonrisa, intentando decir que todo ira bien, pero ella me preguntó.

-¿qué pasará a partir de ahora? – preguntaba nerviosa.

-depende de dos cosas, de ocultarte para siempre en una mentira, o ser sincera contigo misma.

Los días pasaron

Ella se divorció de su marido, la justicia falló a favor de ella, ganando la mayoría de los bienes de su marido y la custodia de su bebé ¡que aprenda a no ir por ahí follando chicas que no sean su mujer, en cuanto mi marido, el se divorció de mi por mutuo acuerdo, nuestra relación estaba muerta hace años.

Yo, en mi prisión, sudando nerviosa, tenia ganas de huir ¿y si esto no funciona? Y si acabó cargándome la relación, santo cielo, la quiero tanto, que ojalá nunca nos hubiéramos conocido para evitar cometer un error que nos dañase mutuamente.

-Mirían, tranquila, solo será un momento – me decía la doctora Yolanda.

-acabaré cagandola, acabaré haciéndole daño, ojalá esto no esté pasando – decía Yo nerviosa.

-¿quieres un cigarro? – me preguntaba Yolanda ofreciéndome su tabaco mientras tiraba de la falda.

-n-no, no quiero que ese beso sepa a tabaco, quiero lo mejor para ella – decía con nerviosismo.

-no eres la primera que piensa en esas cosas, ni serás la ultima, hoy la felicidad llama a tu puerta, y es alguien que no debe ser ignorado – decía Yolanda mientras me abrochaba mis ultimos botones.

-mírate, a pesar de que lo usé en mi boda, te queda estupendo – decía Yolanda.

Me miré al espejo, por un momento no me reconocía, el velo me cubría la cara, el vestido blanco tenia un atrevido escote con forma de corazón y la falda estampada en bordados estaba abierta por delante, mis zapatos de tacón estaban atados por alrededor de mis piernas, unas piernas que estaban cubiertas de medias blancas.

Me sentía preciosa, especial, aquel vestido de boda me hizo desaparecer todos mis miedos, ya estaba decidida, no hay vuelta atrás.

-déjame acompañarte – decía Yolanda mientras me daba la mano.

Recuerdo los anteriores días mientras me acercaba a la puerta, explicar a mi hija sobre mi boda con Elena me fue difícil, pero ella ya sabia que significaba ¡de donde aprenden los niños esas cosas!, enfrentarme a los padres de Elena, si no fuera por que ella me daba la mano todo el tiempo no podría ni verles a la cara, en cuanto a los míos, ya estaban en una fosa común, pero viciamos su tumba, no se que pensarían ni me importaba, hoy era mi día, no, nuestro día.

Al atravesar la puerta, la vi, estaba preciosa, con su vestido de novia, me pareció que me había enamorado de nuevo de ella, hay delante estaba mi hija, con las alianzas en un almohadón y vi al bebe de Elena sostenido por los brazos de su abuela.

A medida que me acercaba, mi corazón latía más y más fuerte, no podía evitar llorar de la emoción, nunca me había sentido tan feliz.

Al llegar, ella me miró con amor, oí las palabras del alcalde que nos auguraba una nueva vida, diferente y llena de buenos momentos.

-señoras y señores, nos hemos reunido para unir a estos dos corazones, se dice que el destino no existe, este encuentro nos da que pensar de todo eso, dos jóvenes de vidas distintas, diferentes y con distintas situaciones, han conectado en la misma sintonía del amor, algo que muchos conectan, pero ninguno reconoce, algo que estas dos jóvenes, por fortuna, han sabido reconocer, tú, Elena Sanz, tomas a esta mujer para amarla y respetarla, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe.

-sí quiero – decía segura Elena mientras me miraba.

Mi corazón iba a salirme del pecho, si era un sueño, que nadie me despierte.

-Tú Mirían Moll, juras tomas a esta mujer para amarla y respetarla, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe.

Las palabras no me salían, estaba nerviosisima, veía a Elena preocupada, todos me miraban con tensión, pensaba que no era cierto, no me había pasado nada tan bonito en mi vida.

Y tenia miedo.

Pero cogí aire, miré a Elena, la cogí de las manos y le dije una cita bíblica que se me grabó en la mente.

-No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque adondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos.

Los ojos de Elena chispearon de alegría, la gente me aplaudía, pero yo no podía contener las lagrimas, entonces el alcalde nos dijo.

-por el poder de las leyes del estado yo os declaro casadas en matrimonio, pueden besarse.

No esperé, abracé fuerte a Elena y le di el mas apasionado beso que podía dar, delante de los aplausos de mis compañeras, incluso vi a Yolanda llorar de emoción, la primera vez que la vi llorar, vi personas que no comprendían nuestra relación, no me importaba, para mi ella era mi orden, era mi otra mitad, era feliz, y nadie me impediría eso.

Cuando lanzamos el ramo de flores, tuve la sensación de que mi vida de felicidad había comenzado y que nunca terminaría.

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