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El retiro (4)

en Grandes Series

Me levante algo culpable por la pequeña fantasía que tuve con Ana, la verdad, no me gustaba la idea de que esa chica se automarginase de esa manera, el temor que debía vivir cada día a perder las escasas amistades, a que su familia descubra su enfermedad, decidí romper mi promesa, fui a ver al obispo, estaba con Sor Desiré y Sor Milagros que se la estaban chupando.

-¡hola! ¿qué te trae por aquí? ¿hay algún problema? – me decía el obispo.

-podríamos hablar a solas – le dije yo.

-no te preocupes, puedes hablar con libertad – decía el obispo.

-prefiero, a solas – le dije con más seriedad.

El obispo interrumpió la felación y las dos monjas se fueron, lamente hacer eso, pero había un asunto un poco tabú por descubrir.

-¿tan grave es el problema? – decía el.

-vera, ¿sabes de la feligresa Ana? – le decía tímidamente.

-si, la conozco, nunca vi a nadie así – me dijo.

-verá, ella tiene SIDA y...

-¿por qué crees que hay preservativos? ¿pues para que todos disfruten del amor entre hermanos? Una enfermedad verenea como el SIDA no es motivo para apartar una oveja del rebaño – me interrumpía el obispo en un tono inquisitivo.

-no, yo, la deseo, pero ella no se deja tocar por nadie por miedo a contagiar – le dije.

El obispo me sonrió.

-me alegra oír eso, demasiada gente margina a los demás por esa debilidad llamada miedo.

Pero volvió a ponerse serio y dijo.

-el problema es que ella quiere perderse entre sus miedos, vivir el infierno de la soledad, ella ignora que así hace sufrir a gente que desea amarla, has hecho bien en venir a consultarme, de hecho, creo que me encargaré personalmente.

Ambos fuimos a la habitación de Ana, ella en un principio no quiso abrir la puerta, pero el obispo usó su llave maestra.

Nos encontramos a Ana llorando, el obispo se sentó al lado de ella, yo me puse también a su lado, ella me miró de forma acusadora por habérselo dicho al obispo, pero este dijo.

-hija, ¿no ves que con esa actitud tuya no solo te haces mal a ti mismo, sino a todos los demás?

-si estáis junto a mi os... – decía Ana.

-tienes una visión equivocada sobre tu estado – interrumpía el obispo – claro que puedes disfrutar de los placeres de la carne, solo que has de tener un poco más de cuidado.

No sabia por que, el obispo tenia una voz tranquilizadora que te daba paz, esperanza.

Las manos del obispo tocaron los pechos de Ana, ella se resistió, pero le obispo la tumbó e inmovilizó las manos, me hizo un gesto diciéndome que también tocara los pechos de Ana.

No hice caso a las suplicas de la jovencita, sus pechos son tan suaves, tan cálidos, notaba como su nervioso corazón bombeaba con fuerza.

Ella se debatía entre el placer y entre zafarse, pero el obispo era muy fuerte y la mantenía agarrada, no se cuanto tiempo estuvimos masajeándole los pechos, pero ella llegó al orgasmo y empezó a jadear.

-vaya, eres del 30% de las afortunadas que llega al clímax con la simple manipulación de los pechos, ahora tendrías que agradecérnoslo – decía el obispo mostrándole dos preservativos.

Ella los cogió y miró curiosa al obispo.

-colócanoslos – ordenaba el obispo.

Ella temblaba, pero al mirar los ojos del obispo se sonrojó y colocó con sumo cuidado los preservativos.

-¿ves lo bien que lo haces? Ponte encima mío – decía el obispo mientras se tumbaba.

Ella temblaba, la colocó en su entrada, pero iba a dejarlo, bueno, en realidad no pudo, porque agarré sus hombros y la empujé hacia abajo para materializar la penetración.

Ella quería irse, pero nosotros la agarramos con fuerza, el obispo me dijo que la penetrara también.

-¡no! ¡Dios mio! ¡por el culo no! – decía ella.

-no será por el culo hija mía – decía el obispo sonriente.

La penetré por la concha, ella notaba como la llenábamos de carne envuelta en látex, mantenía las manos agarradas mientras la penetrábamos mientras el obispo la agarraba de los pechos.

-¡no mi señor! ¡por los pechos no! ¡por favooooooohhh! – decía Ana viniéndose otra vez.

La penetrábamos con más fuerza, queríamos llegar también, no puedo imaginar como serian dos frankfurts en el mismo agujero, pero ella jadeaba con ganas.

Los tres nos corrimos a la vez, llenando nuestros preservativos con nuestra leche, ella cayó agotada, al parecer, hacia mucho tiempo que nadie la follaba.

Nos quitamos con cuidado los condones y el obispo tiró su contenido en la cara de Ana.

-yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo – decía el obispo.

-amen – decía Ana inconscientemente.

Al ida siguiente me encontré con Ana, era más alegre, más abierta, le susurré al oído si quería ir a mi habitación un momento.

-lo siento, amorcito, pero, es que el obispo me dijo que necesitaba clases particulares sobre como tratar a la gente, en otro momento – dijo Ana sonrojada.

¡leches! Pero como diría Mel Broocks "es bueno ser rey" o en su caso, es bueno ser obispo.

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