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Me vengaré!

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María se sentía muy orgullosa del dibujo que acababa de hacer. En realidad el mérito no era únicamente suyo. Lo había copiado de uno de los tebeos que le había comprado su padre el domingo. Había calcado un poco la silueta y después, fijándose en el dibujo, había añadido todos los detalles hasta conseguir un reconocible dibujo de Superosita.

Lo había terminado de embellecer con lápices de colores; el marrón claro del pelo de Superosita era mucho más fácil de conseguir que el color carne de las personas. Luego la ropa roja y amarilla del traje de Superosita era muy fácil de hacer.

Estaba ciertamente satisfecha de sí misma. Tenía algo con lo que impresionar a papá y a mamá, así que después de tomarse todas las molestias de dibujar y colorear su obra maestra se fue a enseñárselo. Por el camino se imaginó lo orgullosos que se iban a sentir al verlo. Imaginó abrazos, sonrisas y felicitaciones, pero claro, se equivocaba.

Su padre veía la televisión cuando María le mostró su magnifica obra. Le echó un vistazo fugaz y asintió con la cabeza, mucho más pendiente del concurso que estaba en la pantalla que de la impresionante obra de la pintura contemporánea que su hija le ponía delante.

Decepcionada, María fue a enseñarle a Superosita a su madre, que ultimaba los preparativos de la cena. Atareada, la mala madre ni siquiera quiso echar un fugaz vistazo a su dibujo y echó a María de la cocina.

Ve a lavarte las manos que vamos a cenar enseguida — le dijo —

¿Cómo podían ser tan malos sus padres? Ni risas, ni felicitaciones, ni atención... De pronto los odiaba, tenía que vengarse, hacerles daño, mucho daño...

Rompió su dibujo y lo tiró a la basura. Después, se fue a su cuarto a meditar sobre como hacerles daño. Quizá era muy pequeña para ser, por lo menos, tan cruel como ellos dos. Sólo se le ocurrían cosas que rápidamente descartaba pues, o bien eran difíciles de poner en práctica o no iban a servir para llamar suficientemente la atención.

Se le ocurrió que podía escupir en el café de su papá, pero seguramente no se daría cuenta de la guarrería.

También pensó que podía matar las plantas de su mamá con un potente veneno, pero ¿de donde iba a sacar ella un potente veneno? A lo mejor podía meter, sin que ellos se dieran cuenta, una serpiente pitón en su habitación. Las serpientes pitón, había visto en un reportaje, se tragaban enteros a animales enormes, como cabras o perros... la serpiente se los tragaría a los dos y mientras estaban dentro suyo se iban a arrepentir de no haberla tratado como debían. Claro que ¿De dónde iba ella a sacar una serpiente pitón? Si pudiera conseguir una tarántula o un escorpión... ¡Sus picaduras son mortales! Los dos morirían rápidamente, aunque lo suficientemente despacio como para que ella entrara un momento a reírse de ellos.

Sus pensamientos fueron de pronto interrumpidos por su malvada madre que, con el pretexto de que fuera a cenar, entró en su habitación y se puso como una fiera por que María no había recogido los lápices de colores después de usarlos y tenía todo el escritorio desordenado.

Su mamá le dijo que hasta que no recogiera los lápices no cenaría. Eso confirmaba lo muy mala que era. A María le dio miedo de que su madre se enfadara de verdad y le hiciese daño realmente.

Su madre podría haberle cortado el pelo al cero o hacerla salir a la calle en ropa interior, o tirarle todos sus juguetes a la basura ¡Era muy capaz! ¡Ya la había amenazado con matarla de hambre!

Así que, resignada, recogió los lápices de colores y se sentó en la mesa a cenar.

Falsos y mentirosos sus padres hacían ver que no había pasado nada. ¡Como si no acabaran de darle muestras del tipo de gusanos asquerosos que eran!

Pero a ella ya se le ocurriría algo para vengarse. Aquello no iba a quedar así.

Cuando María vio por fin que tenía para cenar pudo darse cuenta de que su madre había dicho la última palabra: Tenía jamón de York con pan con tomate y aceite ¡A ella el jamón de York le gustaba con margarina y pan de molde blandido! Se lo había dicho muchas veces pero siempre le habían contestado que tenía que comer de todo.

No me gusta.

Claro que te gusta, no seas mentirosa, otros días te lo has comido y no has dicho nada...

No iban a dejarla tranquila. Su mamá estaba decidida a hacerle la vida imposible.

Su papá también ayudaba diciéndole que obedeciera a su madre. ¡Que injusto era todo! Los dos contra ella ¡Cómo los odiaba! Si pudiera vengarse... hacerles mucho daño...

Al final ante la insistencia continuada de que comiera aquel jamón, con los dos en su contra y sin nadie que la defendiera tuvo que optar por romper a llorar.

Lo había descubierto y realmente funcionaba. Cuando todo está perdido llora, cuando nadie te presta atención llora, cuando alguien es más fuerte que tú llora. Llorar siempre te da la razón y hace que te presten atención.

Si lloraba lo suficientemente fuerte y durante suficiente rato su mamá no tendría otro remedio que tirar aquella comida asquerosa y prepararle un bocadillo como a ella le gustaban, con margarina y cortaditos por la mitad. Pero aquel par de malvados sin corazón decidieron no seguir las reglas esta vez.

Su papá se enfadó muchisimo y le dijo gritando que si no se comía lo que tenía en el plato se quedaría esa noche sin cenar. Su mamá ignoró también por completo su llanto. No le defendió de su furioso padre como otras veces. Se quedó sin hacer ni decir nada, con la vista fija en la comida.

Sus lagrimas resbalaban por sus mejillas poniéndoselas coloradas y , aunque algo cansada de esforzarse en hacerlo, cada vez lloraba con más fuerza. Pero ninguno de los dos hacía lo que se suponía que tenía que hacer. A ninguno le preocupaba el mal rato que estaba pasando, incluso María creyó ver en sus caras como estaban disfrutando. Eran como monstruos, alimentándose de su dolor. ¡Quizá llorar era, precisamente, lo ultimo que debía hacer!

¡Ya está bien de tanta tontería! — Gritó su malvado padre — ¡Comete la cena de una vez o el domingo no te compraré ningún tebeo!

¡Cómo lo odiaba! ¡Su maldad no conocía límites! ¡Quería quitarle también sus tebeos de Superosita además de hacerle comer una cosa que no le gustaba!

 

Otras veces te lo has comido — mintió su odiosa madre — así que déjate de tonterías...

Pero... con margarina...

¡Pues ahora está con tomate, así que cómetelo!

No valían argumentos, al parecer, así que María comenzó a rendirse y dio algunos mordisquitos a aquella bazofia. En realidad tenía hambré y el pan no estaba demasiado malo pero estaba claro que sus papás no le daban lo que ella quería para que así sufriera y por que eran malvados.

Al rato, cuando sus padres casi habían acabado de cenar, María aún tenía que dar cuenta de la mayor parte de la comida que tenía en el plato. Había utilizado todos los trucos que conocía: masticar muchas veces, dar mordiscos muy pequeños, beber mucha agua... pero sus padres habían perdido la paciencia y habían explotado de nuevo.

Su padre, furioso como un gorila, le chilló como si estuviera a punto de matarla. Quizá era eso lo que querían hacerle después de todo. María se asustó tanto que se apresuró a comerse lo del plato. Él ultimo truco que le quedaba consistía en comerse la mayor parte de la cena de una sentada para, con los carrillos llenos, decir que no quería más.

Funcionó pero en realidad salió mal. Su padre, furioso, la castigó a ir a su cuarto. No tuvo que terminarse la cena pero pagó un alto precio por ello: no vería la televisión antes de irse a dormir y no le comprarían un tebeo de Superosita el domingo. ¡Aunque se había comido la mayor parte de la cena!

Pero no era la cena. Era el plan de su padre y su madre para hacerle daño. Le harían comer cosas que no le gustaban, le quitarían aquellas cosas que más le gustaban, quizá incluso le tirarían sus juguetes, la ignorarían, le gritarían y maltratarían hasta que no pudiera más y, cuando se encontrara más desconsolada ¡La matarían!

 

Necesitaba desesperadamente hacer algo al respecto, algo no muy diferente de envenenar las plantas de su mamá o soltar una serpiente pitón en la habitación de sus padres, algo que les hiciera daño y sirviera para avisarles que era mejor pensárselo dos veces antes de volver a hacerla sufrir.

Se fue a dormir con planes acerca de trampas, venenos y animales salvajes pero concilió el sueño sin llegar a ninguna conclusión.

Al día siguiente por la mañana con unos suaves empujoncitos de su mamá María se despertó poco a poco, bostezando y desperazandose como un gato.

Se arrastró hasta el cuarto de baño con los ojos medio cerrados aún, guiándose a tientas y se sentó en la taza a hacer pipí.

Mientras estaba allí sentada se dio cuenta que ya casi había olvidado todo lo ocurrido el día anterior. Recordaba las cosas tal y como habían pasado pero ya no estaba enfadada ni tenia necesidad de vengarse. Recordaba aquella urgencia de hacer algo que la salvara y enseñara una lección a esos dos malvados que se decían sus padres, pero en si lo recordaba como algo visto en la tele o como si se lo hubiese contado alguien.

Su madre entró un momento en el baño para recordarle que se lavara los dientes. Después, le esperaba un buen vaso de leche fría con colacao, como a ella le gustaba, y un bocadillo de jamón con margarina para el recreo.

Su mamá le había escogido la ropa que iba ponerse, que estaba sobre la cama. Le ayudó a vestirse, le puso la mochila en la espalda y la acompañó hasta la parada del autobús de la escuela. Cuando llegó este la despidió con un beso muy fuerte.

— ¡Hasta la tarde! — dijo María despidiéndose y subiendo al autobús —

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