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Los Agentes del Ojo (11)

en Grandes Series

La sede de Ámsterdam era tan solo un apartamento de planta baja, amueblado con poco dinero y con vistas al río Amstel.

Cuatro agentes se encontraban en él para recibir y poner en antecedentes al equipo de campo. Uno de ellos, un joven llamado Jacob, había preparado chocolate caliente y té.

En una mesa plegable en el centro de la sala principal, Dywane se inclinaba sobre un desplegado mapa de la ciudad. Henry aguardaba pacientemente y Traknor se situaba a una distancia prudencial que le permitiese contemplar el trasero de Dywane marcándose en sus ajustados pantalones blancos. Ryder parecía no estar presente, pues se dedicaba a juguetear con el hada en un sofá en el fondo de la sala.

Estas son las entradas al otro mundo que tenemos localizadas — dijo Dywane marcando algunas calles en el plano —

¿Desea un poco de té o de chocolate? — pregunto Jacob —

¿No tiene usted café?

Puedo ir a comprar si lo desea…

Déjelo — dijo Dywane mirando a su alrededor — ¡Ryder!

Al grito Joe Ryder tan sólo echó una mirada para luego volver a seguir con lo suyo. El hada revoloteaba y jugaba al escondite dentro de su abrigo (que llevaba puesto), y todo eran risitas y ánimos.

Ryder ¿puedo contar con su presencia para trazar un plan de acción? — preguntó Dywane con malestar en la voz —

¡Da lo mismo! — Contestó Ryder sin dejar de jugar con el hada — el plan que tu hagas ya estará bien…

El profesor se acercó entonces a Dywane.

Yo puedo ayudarle con eso del plan, si quiere.

Muchas gracias, profesor — suspiró Dywane — pero ¿no cree que Ryder se comporta de una forma muy extraña?

No lo se. Siempre ha sido un tanto bromista, pero tampoco lo conozco tanto…

Dywane observó por un momento como Ryder jugaba con la diminuta hada y quiso concluir con que no era nada. Al fin y al cabo ya tenía suficientes preocupaciones y trabajaban contra reloj para poder solucionar aquel problema.

Señora — dijo otro de los agentes nativos de la ciudad — tiene una llamada, es Trevor Johnston, de Londres

Con una mueca de fastidio Dywane caminó hasta la cocina, donde se encontraba el aparato de teléfono.

¿Si?

Hola Diana, te echo de menos…

Trevor — dijo Diana Dywane con un gesto de desespero en el rostro — estoy en una misión muy importante y en un momento muy delicado, no tengo tiempo de tonterías…

Está bien, está bien… — dijo Trevor con voz queda — en realidad te llamo para decirte que hemos recuperado la pista del nuevo recluta hace treinta minutos —

¡Excelente noticia! Aplicad el procedimiento habitual, intentad no volver a perderlo, pero no contactéis todavía, es algo muy delicado.

Sin duda lo es…

¿Algo más?

No, nada más.

Muy bien, pues entonces te dejo, tengo muchas cosas que hacer.

¿No vas a decirme que me quieres?

Trevor ¿Serias capaz de ser profesional alguna vez?

Diana Dywane colgó el teléfono y regresó al mapa volviendo a inclinarse sobre él para regocijo de la vista del profesor. Observó a su alrededor otra vez. A excepción de Henry, que se mantenía junto a la mesa esperando instrucciones, todo el grupo parecía no tener el más mínimo interés en lo que tenía que decir.

¿Pueden acercarse todos, por favor? — gritó malhumorada — ¡usted también, Ryder! Creía que era un poco más profesional…

Muy bien — dijo Ryder cansino levantándose del sofá. El hada le siguió describiendo círculos por encima de su cabeza —

Estás son las principales áreas de actividad descubiertas por nuestros agentes. En teoría, entrando por estas calles — dijo señalando con un rotulador en el mapa — se puede penetrar en el mundo del que procede la criatura que ustedes capturaron en las alcantarillas —

Es una zona mucho más grande de lo que había imaginado — dijo Traknor —

Aún así la cubriremos entre los cuatro… quiero decir cinco — corrigió recordando que el hada era una más del equipo—

¿Qué tenemos que hacer, señorita Dywane? — quiso saber Henry —

Nos dividiremos en dos equipos y trataremos de penetrar en ese mundo por las dos entradas principales que tenemos descubiertas. Aquí y aquí — dijo haciendo sendas cruces en el papel —

De acuerdo — dijo entonces Ryder — yo iré con Foxglove, haremos un equipo fantástico…

Aquí los equipos los formo yo — dijo Dywane con firmeza — y su equipo estará formado por usted mismo y el profesor, que ya demostraron en las alcantarillas que trabajaban muy bien juntos —

¡Yo iré con el humano guapo! — protestó el hada — ¡Y no hay nada más que hablar!

Dywane recordó lo que, en circunstancias menos tensas, había hecho aquella criatura para salirse con la suya. El cucharón que sustrajera de la librería donde la criatura había estado prisionera tantos años estaba ahora en su maleta, de modo que no quiso correr riesgos.

Muy bien, pues entonces los equipos serán el profesor Traknor, Joe Ryder y Foxglove por un lado, y John Henry conmigo en el otro. Recordad que se trata de una misión de reconocimiento. Hemos venido aquí tan solo para recoger información…

Señorita Dywane — preguntó entonces Henry — ¿cree que podré telefonear a mi madre antes de salir?

Diana Dywane se quitó las gafas para masajearse las sienes. Guardo silencio unos segundos en los que todo el grupo estuvo pendiente de lo que diría.

Escúchenme todos ustedes y escúchenme bien — comenzó — se que no son profesionales y que por muy poderosos que algunos sean en realidad son personas normales y corrientes … pero tienen que comprender que estamos llevando a cabo algo muy importante, la humanidad entera puede depender de nosotros…

Bueno, creo que ya somos conscientes de eso — quiso añadir el profesor —

¡Pues no lo parece! — explotó — ¡hace falta concentrarse en lo que estamos haciendo! Y ninguno de ustedes tiene el más mínimo interés sobre lo que estoy intentando explicar… ¡Usted sólo piensa en telefonear a su madre! — dijo señalando a John Henry — ¡y usted parece ausente todo el tiempo! — dijo señalando esta vez al profesor —

Señorita…

¡Pero el peor de todos es usted! — dijo encarándose a un sonriente Ryder — me ha tratado desde el principio como uno de sus ligues, me ha contradicho y desafiado y ahora — dijo señalando al hada — parece que sólo le interesa jugar con esta… cosa…

Dywane se separó de los demás un instante para intentar recuperar la compostura. Normalmente podía controlar la ira, pero esta vez había algo que la sacaba de quicio. En unos momentos notó un sonido a su espalda. Pronto se dio cuenta de que era una risita aguda. El hada revoloteaba y reía por la habitación.

… Alguien está celosa… — canturreaba una y otra vez —… muy, muy celosa….

Diana se fue directa a su maleta, en el cuarto que había elegido para dormir una vez habían llegado. La abrió a toda prisa y sacó de la misma un paño blanco que envolvía el cucharón mágico. Lo tuvo entre las manos unos instantes, pensando en doblarlo y hacerle daño al hada. Pero entonces se detuvo y volvió a envolverlo y a guardarlo.

Llegada la noche los dos equipos se dirigieron a sus respectivos destinos. Todos ellos iban cargados con el equipo necesario para la misión, que incluía armas, un kit de primeros auxilios y los útiles de comunicación más habituales.

Por su lado, Diana Dywane y John Henry se adentraron en las calles señaladas en su mapa. Hacía una noche fría pero el muchacho vestía con ropa de verano.

Camina tranquilamente — dijo Dywane — lo importante es la discreción, y no estoy segura de que vayamos a notar cuando cambiemos de universo…

Señorita Dywane, siento haberla molestado esta mañana…

No importa, chico, todos estamos muy nerviosos.

Desde que abandoné Kansas para venir a trabajar con usted que no hago otra cosa que molestar a la gente, a usted, al señor Ryder, a aquella chica…

¿De que chica estás hablando?

De la chica que conocí en el bar al que nos llevó el señor Ryder. Su nombre era Ellen, nos fuimos juntos a un hotel…

¿En eso consistió vuestra salida de la otra noche? — quiso saber Diana Dywane muy indignada — Cuando terminemos esta misión voy a tener que hablar muy seriamente con ese hombre. Su falta de profesionalidad, su frivolidad y su insensatez me están haciendo planearme su supervivencia en este equipo…

Yo… no pretendía crearle ningún problema al señor Ryder…

No te preocupes, muchacho, él se los ha buscado solito.

Señorita Dywane…

El muchacho le tocó en el hombro a Dywane. Ésta dejó su ensañamiento y echó un vistazo a su alrededor. Los edificios eran de un color tierra y parecían más bien construidos en barro. El suelo ya no estaba asfaltado, sino cubierto de una fina capa de grava. El cielo era más bien índigo y en él brillaba una luna de gran tamaño, acompañado de otra de un tamaño más pequeño. Ahora hacía bastante calor y se olfateaban extraños guisos especiados. Si uno aguzaba el oído, también podía escuchar los rumores de conversaciones lejanas, aunque a John Henry no le hacía falta aguzarlo.

Es asombroso… — dijo Dywane con fascinación — hemos cambiado de universo…

¿Qué hacemos ahora, señorita Dywane?

Caminemos un poco más, pero con mucho sigilo. No quiero que nos vean.

De esta forma lo hicieron, aventurándose por la calle en la que se encontraban. Pronto el rumor que escucharan lejano se convirtió en una algarabía muy próxima y fue al cruzar una esquina que pudieron contemplar lo que parecía un mercado en una plaza.

La plaza estaba repleta de gente, si bien no eran gente sino criaturas similares a kalamó. Todos con la piel roja, con cuernos en la frente y vestidos con ropas anchas y de colores apagados.

Había un buen número de tenderetes colocados formando un círculo. En ellos se podía ver mercancías de lo más variopintas: extraños pájaros enjaulados, vasijas pintadas, frutas de formas desconocidas, armas… más lo más extraordinario de la plaza era una especie de puesto donde, al parecer, se despachaban unos animales del tamaño de un caballo y que sólo podían describirse como dragones. Parecían reptiles pero tenían alas membranosas y plumas de pájaro además de escamas, amén de cuernos en la testa.

Es impresionante — dijo Dywane sin dejar de ocultarse tras la esquina — estamos viendo otro mundo —

Señorita Dywane — preguntó Henry — ¿Qué es eso de ahí?

Dywane se fijó en aquello que el muchacho le señalaba. Se trataba de una tarima en la que se vendían personas (por llamarlas de algún modo) que estaban encadenadas. Iban desnudas, tanto hombres como mujeres, y eran examinadas como quien examina una vaca a la hora de fijar su precio.

Me imagino que son esclavos.

Creo que no me gusta nada este mundo, señorita Dywane, si se hacen eso unos a otros.

Mientras tanto, Ryder y Traknor se adentraban por las calles de la ciudad que les habían asignado. Foxglove dormía placidamente en su bolsillo mientras que los dos compañeros caminaban despreocupadamente. El gorila llevaba puesto su acostumbrado disfraz y Ryder tarareaba una canción mientras caminaban.

¿Qué crees que nos encontraremos? — dijo Traknor por empezar una conversación —

No lo se. No se me ha ocurrido pensarlo…

¿No se te ha ocurrido? — preguntó Traknor extrañado — Se supone que vamos a penetrar en otra realidad ¿no estás nervioso?

¿Debería?

Pues yo estoy que tiemblo…

Poco a poco y sin dirigirse la palabra los dos compañeros fueron avanzando por las calles de Ámsterdam hasta que estuvo muy claro cual era el punto que unía un mundo con otro. Ante ellos un pequeño callejón de convertía en la entrada rocosa de una cueva. Un vistazo con una linterna demostró que más allá de la entrada se encontraba un largo túnel.

Ahora mismo nos vendría muy bien tu amiga diminuta — dijo el profesor a su compañero — nos iluminaría todo el camino.

Déjala tranquila — contestó Ryder sin ánimo — está durmiendo.

Con la idea aún de que su compañero actuaba de una forma extraña, el gorila encendió su linterna y se abrió camino por el túnel. Ryder le siguió.

El túnel era tan ancho y tan alto como lo fuera la calle que dejaban atrás, sólo que estaba completamente a oscuras y su suelo plagado de desigualdades. Ryder caminaba despreocupado, como si todavía estuviera en la ciudad. Traknor se había desprendido ya de su disfraz, que le ponía impedimentos para moverse, y caminaba muy alerta siempre adelante. Hacía mucho más calor que cuando entraran, a pesar de que en aquella gruta había mucha humedad.

Pronto el túnel se ensanchó hasta convertirse en una amplia bóveda, llena de estalagmitas y estalactitas. El sentido del oído y de la vista de Traknor no eran muy diferentes de los de un humano normal, pero su olfato era muy agudo. Olió a las criaturas del otro mundo mucho antes de verlos o empezar a oírlos.

Hay gente ahí delante… — le dijo a su compañero —

¿Y que?

¿Cómo que "y que? — contestó el profesor con agresividad — ¡Pues que vamos a guardar silencio y a acercarnos sigilosamente!

Y tras decir esto sujetó con violencia el cuello de su compañero. Enseguida se arrepintió de haberlo hecho, pero éste tampoco hizo nada por impedirlo ni protestó. Dócil como un gatito aguantó la reprimenda.

Traknor se quitó entonces los zapatos para dejar libres sus pies como manos y avanzó unos cuantos metros dando saltos sorprendentes que negaban del todo su humanidad.

Ryder se quedó atrás, sentado en una roca, con una expresión vacía en el rostro.

Unos minutos después de que el gorila se marchase, algo empezó a brillar en el bolsillo de su abrigo. Se escuchó entonces un agudo bostezo. El hada se estiró, asomando la cabeza y los brazos fuera de la tela.

¡Que bien he dormido!

Ryder la miró con una sonrisa y ternura en los ojos.

¿Dónde estamos? ¿en una cueva?

Eso creo, no lo se…

¿Y ya se ha marchado ese gorila tan pesado?

Si, se ha ido a no se que…

Entonces estamos solos — dijo el hada con voz juguetona — podemos hacer cositas…

Ryder se desabrochó el pantalón para sacar afuera su miembro viril. Se puso a masajeárselo mientras el hada, detenida en el aire justo delante de sus ojos, se tocaba entre las piernas.

Cuando lo tuvo completamente erecto, Foxglove fue a sentarse justamente en la punta del glande. Allí, se frotaba el trasero y la vagina utilizando las alas y las manos para no caerse.

Mientras tanto, el profesor arribaba a una especie de avanzadilla militar. Desde un promontorio pudo contemplar lo que parecía un campamento improvisado. Había tiendas y un fuego que llenaba de humo el techo de la bóveda, y unos cincuenta soldados o más. Todos eran como Kalamó, aunque no tan deformes, de piel roja y cuernos en la frente. Con ellos había también bestias, algo que el profesor sólo podía describir como dragones. Su mente se quedó embotada, ante si tenía otro mundo, criaturas de otra realidad. Como físico, siempre había especulado con la existencia de mundos paralelos, pero ahora tenía una prueba irrefutable de ello.

Apagó su linterna, no quería que le descubriesen. La penumbra de la cueva, apenas rota por el fuego en mitad del campamento, era perfecta para cubrir un acercamiento. Se puso a ello, sin darse demasiada prisa, caminando con las cuatro patas y tanteando el camino por el que se aventuraba.

Por fin llegó a un punto todo lo cerca que podía, tras dos tiendas hechas con la piel de algún animal. El olor era ahora más intenso, como almizcle.

El gorila se situó todo lo oculto que pudo para observar lo que estaban haciendo aquellas criaturas. Se situaban alrededor del fuego y todos estaban desnudos. No le era posible oírlos pero podía ver lo que hacían sin dificultad. Uno de ellos se postraba arrodillado frente a otro y le lamía el miembro, introduciéndolo y sacándolo de su boca.

Era un pene especialmente grande y grueso. Otra de ellos sodomizaba a un compañero que se encontraba a cuatro patas; otros simplemente se masturbaban mirando lo que hacían los demás, apoyados unos contra otros y besándose en los labios de vez en cuando o acariciando entre las piernas al compañero.

Traknor quedó algo trastornado por esta visión. Aquellas criaturas no eran humanas y no eran mujeres, pero sus lascivas actividades le habían excitado. Recordó las palabras de Dywane, reprochándoles su poca profesionalidad, pero aún así decidió bajarse los pantalones allí mismo para masturbarse. Aquellas criaturas con forma de demonio eran realmente extrañas, pero también excitantes. Les brillaban los músculos y sus penes eran hermosos. De buena gana se hubiera unido a ellos en lo que estaban haciendo.

Mientras tanto, a algunos metros de allí, Ryder y el hada continuaban con lo suyo. Tan concentrados estaban en su labor que no advirtieron la llegada de dos soldados. Se dieron cuenta de su presencia cuando estos empezaron a reírse.

¿He? — dijo Ryder levantando la cabeza — ¿Quién se está riendo?

Uno de los soldados dijo algo en un idioma desconocido. Su voz era grave y su tono jocoso.

Estos demonios son unos maleducados — dijo el hada apartando para ello la cara del glande de Ryder — pero yo les enseñaré modales.

El hada abandonó su posición y revoloteó hacia los dos soldados de piel roja. Ninguno de los dos estaba sorprendido, sino más bien se divertían con la situación. Tal y como era su costumbre el hada se abalanzó sobre los dos y les tocó. Uno en el brazo, el otro en el pecho, luego regresó hasta el regazo de su amante.

Pero nada sucedió.

Los soldados se rieron aún más si cabe. Señalaban al hombre con los pantalones bajados y al hada a su lado y se reían. Furiosa, Foxglove regresó a la carga, revoloteando una vez más por delante de aquellas dos criaturas, pero antes de que pudiera volver a tocarles uno de ellos la cazó con la mano y la sujetó fuertemente en su puño.

Ryder reaccionó, pero no como estaba acostumbrado a hacer en situaciones de peligro. Simplemente se puso de pie y pidió, casi amablemente, que la soltaran. Pero sólo recibió un golpe de lanza en la cabeza y cayó al suelo inconsciente.

La criatura que tenía sujeta a Foxglove buscó una bolsa en su cadera, una pequeña bolsa donde sin duda guardaba monedas. La abrió y metió adentro a la diminuta mujer. Luego la cerró tirando de las cuerdas. De súbito el otro cargó a Ryder en su hombro y ambos se dispusieron a regresar al campamento.

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