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Los Agentes del Ojo (28)

en Grandes Series

Joe Ryder, el profesor y su prisionero, llegaron finalmente a la salida de las mazmorras.

Utilizando la sorpresa y un par de golpes bien colocados, los guardias de la entrada fueron reducidos fácilmente. Ahora tan solo quedaba recorrer de nuevo el túnel subterráneo hasta llegar otra vez a Ámsterdam.

Os lo suplico — habló entonces el prisionero herido de muerte en el estomago — ya os he traído hasta aquí, ahora dejadme volver a que me curen la herida…

Claro — dijo el profesor — para que avises a tus compañeros que hemos huido ¿verdad?

Os juro que si me dejáis ir diré que no se por donde habéis huido…

Ya — contestó el profesor — y yo me lo creo…

Tenemos un problema, Julius — intervino Ryder — por que si lo traemos con nosotros, al ritmo que está perdiendo sangre, sin duda morirá…

Pero si lo dejamos ir nos delatará.

Pues entonces no tenemos otra opción… —concluyó Ryder —

Si — dijo Traknor — tenemos que matarle aquí y ahora…

¡No! — exclamó Ryder — tenemos que dejarle ir…

¿Te has vuelto loco? Si le dejamos ir nos delatará y entonces si que estaremos listos…

Julius, una cosa es matar a alguien en combate, pero no voy a asesinar a un enemigo a sangre fría ni me voy a quedar tan tranquilo mientras se muere si puedo hacer algo por evitarlo.

Es la misma situación, es matar o morir, yo no veo ninguna diferencia.

Pues la hay, sólo mato cuando es estrictamente necesario. El fin no justifica los medios, Julius. Yo no voy a matarlo, y tampoco voy a permitir que tú lo hagas.

El profesor Traknor entornó los ojos apesadumbrado. Estaba cansado, sus fuerzas le abandonaban, la herida le dolía y su parte animal le decía que debía estirarse y dejarse morir.

Muy bien, deja que se vaya entonces.

El prisionero se relajó al oír las palabras. Ryder bajó el arma con la que le amenazaba.

Gracias, gracias. Os lo agradezco mucho, muchas gracias…

Y se alejó corriendo de vuelta a las mazmorras.

Bueno, pues más nos vale darnos prisa — comentó el profesor — a nuestra velocidad actual calculo que tenemos como mínimo cuatro horas de viaje hasta llegar a nuestro mundo. Seguramente nos perseguirán soldados por detrás y nos encontraremos soldados por delante.

¿Por delante?

Hay un destacamento acampado en mitad del túnel, vigilando por si entra gente de nuestro mundo. Allí es donde entré en contacto con el Capitán Asmodeus.

Todavía no me puedo creer que acabaras con ese tipo.

No me imaginaba que te pusiera tan incomodo la homosexualidad.

Y no lo hace — dijo Ryder rodeando como buenamente pudo con el brazo a su amigo — eso no me importa en absoluto, pero ¿uno de esos demonios de piel roja?

Supongo que hace falta un monstruo para amar a un monstruo…

Ryder se carcajeó con ganas de la ocurrencia de su amigo.

Julius, amigo, si lo que realmente quieres es tirarte a otros tíos no es necesario que los busques en este mundo. En la tierra encontrarás a una legión de hombres deseando hacérselo contigo ¡Pero si eres la fantasía favorita de cualquier gay! Eres enorme, peludo, y tienes un miembro descomunal…

Ahora va a resultar que soy un sex symbol…

Tu problema es que has vivido la mayor parte de tu vida recluido en aquella casita del bosque. Si hubieras vivido lo que yo…

Provistos de una antorcha los dos amigos se encaminaron por el túnel. Traknor caminaba con dificultad, apoyándose en la espada que habían recogido para ese menester. De vez en cuando se apoyaba en Ryder, aunque su peso era mucho más de lo que el aventurero podía sostener.

La guarnición suele acampar en el centro del túnel — informó Traknor —

Entonces sería interesante que nos alejáramos del centro y que apagáramos la antorcha.

Si, eso hice yo — continuó el profesor — pero eso tiene sus inconvenientes. El terreno es traicionero, yo me caí en un pozo, y allí encontré a una criatura extremadamente peligrosa.

Tendremos cuidado. Además, ahora viajas conmigo, estoy entrenado en moverme en la oscuridad.

Muy bien, solamente una cosa — dijo el profesor con tono sarcástico — Si apagamos la antorcha ¿Cómo volveremos a encenderla?

Buena pregunta.

Ryder y el Profesor anduvieron con la antorcha encendida algo más de una hora.

El terreno abrupto dificultaba la ya de por si difícil marcha. El profesor necesitaba descansar muy a menudo, le fallaban las fuerzas. La herida de su pecho se había cerrado ya y la piel le había vuelto a crecer. Era obra de su acelerado sistema de cicatrización, pero ni siquiera esa milagrosa ventaja podía devolverle el corazón que le habían arrancado del pecho.

Al superar una empinada elevación los dos amigos divisaron una luz en la lejanía. Conforme se iban acercando se hizo patente que se trataba del campamento levantado por el destacamento militar. Si el profesor Traknor no hubiera estado malherido podría haber arremetido contra ellos con toda la violencia de la que fuera capaz y haber acabado con todos en un santiamén. Pero con la herida del pecho aquellos soldados eran un enemigo demasiado poderoso para soñar tan solo en hacerles frente.

Ryder apagó la antorcha, tenían que evitar ser vistos por el destacamento y pasar por un lado sin que se dieran cuenta.

Creo que fue por aquí que me caí en aquel pozo — comentó el profesor en voz baja —

Es mucho más sencillo de lo que parece — susurró Ryder — antes de apagar la antorcha he podido ver un desnivel ahí abajo. Si lo utilizamos como ruta nos ocultará todo el tiempo de las posibles miradas del campamento.

Déjame descansar un poco — dijo el profesor con una voz apagada y ronca sentándose en una piedra — me falta la respiración…

Ryder quiso echar un vistazo a lo poco que del campamento podía observarse. Estaba muy lejos, era poco probable que nadie pudiera verles sin tener la antorcha encendida, por lo menos no desde tan lejos. Temía por su amigo. Si se caía en otro pozo ¿Cómo lo sacaría de allí? ¿Y si se lastimaba?

Creo que será mejor — dijo entonces — mientras estemos tan lejos, movernos por delante del campamento. La luz que nos llega de él será suficiente para iluminar nuestro camino, no se lo que hubiéramos encontrado bajando por aquel desnivel.

Así lo hicieron, caminando expuestos al campamento. La tenue luz de las antorchas y las hogueras del destacamento les daba una idea más que suficiente de cómo se iba presentando el terreno. Aun así, el profesor todavía tenía que pararse a descansar con frecuencia, lo que hacía que el camino fuera todavía más farragoso.

Tengo mucha sed — dijo apenas audiblemente el profesor —

Pues tendrás que aguantar hasta que salgamos de aquí. No debe de quedar tanto… y cuando salgamos te prometo que te podrás beber una fuente entera de agua.

Me gustaría tomarme un coñac…

También tienen de eso afuera…

No lo voy a conseguir, Joe, esto es una pérdida de tiempo…

No quiero oír ni una palabra…

Me voy a morir aquí, en este sucio lugar…

No, no te vas a morir, deja de decir esas cosas…

Un animal sabe muy bien cuando se va a morir…

¡Maldita sea! — dijo Ryder perdiendo los estribos y levantando considerablemente la voz — ¡Tu no eres un animal! ¿Cómo te lo tengo que decir?

Joe, estás gritando…

¡Tú no eres un animal! ¡Lo que pasa es que te faltan pelotas para luchar! ¡Te faltan pelotas para encontrar a alguien que te quiera y ahora resulta que tampoco tienes lo que hay que tener para salir con vida de esta!

Joe, baja la voz, por Dios…

¡Pues no te vas a morir! ¿me oyes?

¡Si no dejas de gritar si que me voy a morir! ¡Vas a poner a todo el campamento a buscarnos!

Ryder se tapó la boca con las dos manos, como para no permitir que saliera de ella ningún grito más. Pero sólo se detuvo un segundo. Enseguida utilizó su espada y la poca luz que había para buscar un refugio. Una roca alta detrás de la cual arrastró a su amigo.

La roca tenía tras de si un desnivel que hacía pendiente, era casi un agujero, ideal para esconder un voluminoso gorila de dos metros diez.

Esto está muy oscuro — dijo el profesor intentando no hablar demasiado alto —

Como no te calles esto si que va estar oscuro…

¡Vaya! — dijo el profesor con acritud — veo que de repente es importante eso de no hablar. Supongo que no lo era hace un rato, cuando te has puesto a gritar como un histérico…

¿Quieres callarte? Ahora no es el momento de discutir esto…

Claro, ahora no es el momento, me pregunto cuando era el momento ¿hace un rato?

Julius, si no te callas no hará falta que vengan los soldados a matarte, yo mismo lo haré…

Repentinamente la luz de una antorcha fue colándose por detrás de la roca tras la cual estaban iluminando poco a poco el agujero en el que se encontraban y revelando algo inquietante. Ante ellos dos, sin que en la oscuridad hubieran podido advertirlo, había un grupo de criaturas idénticas a la que en su viaje de ida había atacado al profesor perforándole el brazo e hiriéndole en otras muchas partes del cuerpo. Había unos veinte de aquellas criaturas de piel oscura y colas largas acabadas en un espolón, todas observando a los dos amigos que pretendían sin éxito permanecer silenciosos.

Las antorchas de los soldados por fin iluminaron toda la pared opuesta, en la que estaban aquellas criaturas. Los soldados se asomaron con la intención de descubrir a los intrusos que habían oído gritar.

¡Alimañas!

Fue un verdadero grito de pánico el de los soldados un segundo antes de salir corriendo en dirección contraria, pero a los más rezagados no les dio tiempo. Las criaturas lanzaron sus colas como látigos y acertaron a dos de ellos. Ryder y el profesor no pudieron ver el resultado, sólo oyeron un crudo grito de dolor.

Todas y cada una de las criaturas saltaron prodigiosamente por encima de sus cabezas hacia el otro lado de la roca. Se volvieron a oír más gritos de dolor de los soldados.

¿Qué infiernos son esas cosas? — quiso saber Ryder con algo de miedo en la voz —

No lo se — habló Traknor — pero una de esas criaturas me atacó y consiguió herirme. Imagínate tantas. Son muy peligrosas.

Ryder fue incapaz de reprimir el impulso de abandonar el refugio y mirar por encima de la roca. A lo lejos se veía a unos cuantos soldados, probablemente entre cuatro y seis, luchando inútilmente por sus vidas y pereciendo en el intento. Pronto los gritos cesaron del todo.

Tenemos que aprovechar para alejarnos todo lo posible — dijo Ryder a su amigo — incluso tenemos las antorchas que los soldados han dejado caer…

No tengo fuerzas para continuar — jadeó Traknor — necesito descansar, beber algo de agua…

Hay algo que no entiendo — dijo sentándose de nuevo junto a su amigo — tienes dos sistemas circulatorios ¿para que? ¿Qué funciones desempeñan en tu cuerpo?

No he tenido ocasión de estudiar este cuerpo en todos estos años — comenzó el profesor — pero pude conseguir las notas del proyecto donde me crearon. Por lo que pude discernir, el sistema circulatorio duplicado es una forma de conseguir una más eficiente oxigenación de los músculos para que estos sean capaces de realizar proezas de fuerza sobrehumanas…

Entonces, lo que te sucede ahora es que el sistema circulatorio que te queda es incapaz de distribuir la sangre para que puedas mover tu musculatura superior…

Básicamente, por eso me cuesta respirar y me canso tan rápidamente, pero también me estoy exponiendo a una gangrena, dado la cantidad de flujo sanguíneo que hay parado en mi cuerpo, y de un momento a otro podría sufrir un infarto, por que el corazón que ahora estoy usando es mucho más pequeño que el otro y realiza un sobreesfuerzo para mantenerme vivo…

Es decir, que si no nos movemos te puedes morir de una infección, y si lo hacemos, de un infarto.

Si, es así más o menos. O nos matarán esas cosas o los soldados.

Ryder reflexionó un momento en la oscuridad y después se levantó hacia el otro lado de la roca.

¿A dónde vas?

A conseguir sacarte de aquí. Es una locura pero ¿Qué opciones tengo?

Si me dejas aquí podría volver un bicho de esos en cualquier momento…

¿Y si me quedo no?

¿Pero de todas formas adonde vas?

Al campamento, claro ¿Dónde si no?

Ryder no dijo nada más. Asió la empuñadura de su espada y salió corriendo en dirección a la luz del campamento.

Por el camino se topó con algunos cadáveres que se encontraban iluminados por antorchas caídas. Habían muerto instantáneamente, con un agujero en el cráneo o en el pecho. En cuanto al rastro de aquellas peligrosas criaturas, apenas si quedaban las consecuencias de sus actos. Aún así, junto a uno de los cadáveres, yacía el pequeño cuerpo de una de aquellas alimañas, atravesada de parte a parte por la espada de un soldado.

Traknor, en su escondite, cerró los ojos un instante.

Se encontraba completamente perdido, como nunca antes lo había estado. Su amigo había ido a buscar ayuda, pero era poco probable que encontrara otra cosa distinta a la muerte. Esos tipos con forma de demonio eran buenos luchadores y muy fuertes, no podría con más de uno a la vez. Todo el campamento sería demasiado.

Y no podía moverse. Estaba muy cansado, no podía mover su cuerpo descomunal. Si le atacaban (un soldado o una de aquellas criaturas tan peligrosas), no podría hacer nada para defenderse.

De repente volvió a ver una luz. Ante si fue aclarándose una imagen hasta convertirse en un rostro conocido. Era Diana Dywane, llevando una linterna en la mano, sonriente y tan bonita como siempre.

Profesor, por fin le he encontrado…

Niña ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has llegado?

Eso ya se lo contaré, profesor — dijo sin dejar de sonreír y acariciándole dulcemente la mejilla — lo que realmente importa es que estoy aquí ¿no?

Eres una bendición para mis ojos, pero tampoco tú podrás ayudarme, mi cuerpo es tan pesado…

Profesor… no tienes por que preocuparte… no he venido sola…

Dywane se apartó dejando que viera que detrás suyo se encontraba John Henry. El muchacho también sonreía y le alcanzó con la mano afectuosamente.

A mi no me importa el peso, profesor, yo puedo cargarlo en brazos todo el camino.

Es estupendo, ahora podemos volver a nuestro mundo… tu me llevarás…

No — dijo John Henry sin dejar de sonreír — no lo haré, no será necesario, por que tenemos aún más ayuda —

Detrás de la espalda de John Henry surgió un resplandor familiar. Era el hada, Foxglove, revoloteando alegremente. En su errático vuelo se acercó hasta el pecho del gorila y lo tocó. Traknor notó entonces como donde tenía una dolorosa herida volvía a latir su corazón.

¡Me has curado! — exclamó con alegría — ¡Gracias! ¡Voy a vivir!

Puedes hacer el camino tu solo — dijo John Henry — caminando a nuestro lado —

Esto es genial — dijo el profesor poniéndose de pie — pero falta Joe, tenemos que buscarle antes de marcharnos, ha ido al campamento a tratar de encontrar ayuda…

Eso no va a poder ser — dijo Dywane con una mueca de disgusto — es demasiado tarde…

¿Qué quiere decir que es demasiado tarde?

Ryder no volverá con nosotros — continuó Henry — está muerto.

¿Muerto? — preguntó el profesor con mucho miedo en la voz — ¿Cómo que está muerto? ¿Quién os lo ha dicho?

Está muerto — afirmó Foxglove — ha muerto por tu culpa…

¿Por mi culpa?

Claro — añadió severa Diana Dywane — ha sido por intentar salvarte que ha muerto…

Pero yo le dije que me dejara aquí, que no había forma de ayudarme…

Tu le has matado — sentenció Henry —

Asesino — añadió Foxglove —

Yo no quería que muriera…

¡Tú me has matado! — gritó Ryder apareciendo de repente—

Entonces el profesor despertó sobresaltado.

Despierta…

El profesor abrió los ojos encontrándose con el rostro de su amigo.

¡Estás vivo!

Caray — dijo Ryder — menuda fe tienes en mi…

¿Cuánto tiempo llevo dormido?

No lo se. Llevo fuera como un par de horas o así. Es difícil de decir.

Seguidamente sacó una cantimplora de cuero de su costado y se la ofreció a su amigo herido.

Bebé, es agua…

¿Cómo lo has hecho? — quiso saber el profesor mientras daba un largo trago de la cantimplora —

Bueno, se me ocurrió que habiendo perdido tantos hombres a manos de esos bichos, habiendo perdido a su capitán, estando cerca el relevo… me imaginé que no se lo pensarían dos veces a la hora de volver a la base…

¿Y entonces?

Entonces me quedé escondido hasta que se pusieron en marcha. Luego ataqué al último de la comitiva, le quite la cantimplora, algo de comida y su montura.

El profesor alargó la cabeza para encontrarse con uno de aquellos enormes dragones de monta. La bestia era muy grande y amenazadora, pero extrañamente ofrecía una especie de consuelo. Su presencia aseguraba el regreso rápido y sin peligro.

¿Y no se han dado cuenta de que les faltaba un hombre?

Tarde o temprano lo habrán hecho, pero me he trabajado una coartada. La misma que ha conseguido que no nos encontraran detrás de la roca.

Creo que no lo entiendo…

Encontré por el camino al campamento el cadáver de uno de esas bestias inhumanas. Lo recogí, sabía que iba a serme útil. Tras atrapar al rezagado y robarle lo que necesitaba lo dejé junto al cuerpo de aquella cosa, atravesado por su propia espada. Cualquiera que lo encuentre pensará que la alimaña lo interceptó, lo mató y murió a su vez, y que sin duda la montura salió huyendo.

Me quitaría el sombrero si lo tuviera.

Guarda fuerzas para regresar a casa. Ahora viene lo verdaderamente difícil, tienes que montar en esa bestia.

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