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Me da vergüenza hacerlo.

en Amor filial

“No buscas trabajo, no estudias, no haces nada en todo el día. Sólo golfear con los amigotes.  Pues se te ha acabado ya la sopa boba, te vas a vivir a casa de tu tía y le ayudas en el bar de la playa”.

Enrique se bajó del tren. Vestía una camiseta blanca y unos vaqueros, el pelo engominado y la misma cara de chulo de siempre. En el andén le esperaba su tía Patricia. “Estás muy mayor y muy guapo” Y le soltó un buen abrazo, de esos que no se acaban nunca.

La madre de Enrique y su tía eran gemelas. Parecía que estaba abrazando a su madre, si no fuera porque ella era castaña y Patricia se teñía de negro. Su tía llevaba un vestido de verano que la favorecía mucho. En eso también era distinta a su madre. Aunque tenían exactamente la misma edad, Patricia parecía mucho más joven, y eso no sólo era por la ropa o porque estaba más delgada, también era porque se reía bastante más.

“Buena se la debes haber hecho a tu madre, para que te mande conmigo… Pero ¿es que no me vas a dar un beso?” Y es que a su madre, Enrique, no le daba muchos besos. Si quería dar un beso se buscaba a una chica y un coche. Seguramente le daba algo más que unos besos, le metía mano y puede que le bajara las bragas.

Patricia le limpió la mejilla a Enrique con la manga. “Ven, que te he manchado de pintalabios…”

Enrique llevaba una bolsa de deporte  pequeña y poca prisa. Patricia lo abrazaba de camino a su casa. “¡Menudo pueblo de mala muerte!” Pensó Enrique. “Ya era una suerte que parara el tren allí… “

“¿Qué voy a hacer? ¿Poner bebidas?” “de momento…” dijo su tía pellizcándole el culo “me vas a ayudar a hacer la comida y te vas a instalar en casa, que hace mucho que no vienes y seguro que ni te acuerdas de donde está, y luego a la tarde ya veremos si me ayudas o que”.

Si se acordaba de donde estaba aquella casa pintada de blanco con dos pisos y techos altos. Abajo estaba el comedor y la cocina y arriba las habitaciones. A él le tocó la más pequeña. No había más que una cama, un armario y una silla. La ventana del cuarto era pequeña y al techo lo recorría una viga de lado a lado.

“Guarda la ropa en el armario y si quieres te das una ducha, pero baja rápido que me ayudarás”.

Cuando era pequeño, antes de que su padre muriera, la familia entera pasaba los veranos en aquella casa. Su madre era tan pesada como ahora, y agobiaba a su padre a más no poder, pero estaba la playa y estaba Patricia, su tía, a la que llamaba por el nombre, que le llevaba a ver las cuevas y a bañarse en la playa. “Eres un chico muy guapo” le decía “Cuando seas mayor vas a tener que apartar a las chicas como a las moscas” Y tal vez tenía razón o tal vez Enrique se lo había creído, porque no le costaba nada escoger a la muchacha que le apetecía. Tenía donde elegir, sólo tenía que sonreír y todas se quedaban como tontas. Unos días se llevaba a la más guapa, otro, a la que tenía las tetas más grandes, o si no, a la que llevaba la falda más corta. Daba igual, porque siempre se salía con la suya. En unos lavabos o en el asiento de atrás de un coche o en el cuarto de la casa de un amigo cuando se iban sus padres… al principio ninguna quería dejarse tocar las tetas o hacerle una mamada, tenía que insistir un poco, pero siempre lo conseguía. En su cartera, desde hacía mucho tiempo, siempre llevaba condones, por lo que pudiera pasar.

Se encendió un cigarrillo y bajó a la cocina. En ella había una chica rubia más o menos de su edad. Llenaba una olla de agua del grifo y llevaba puesto un delantal. “No tiene mal culo” pensó Enrique.

“¿Y tu quien eres?” dijo en cuanto la vio “¿Qué quien soy yo? ¿Y tu quien mierda eres?” Enrique se presentó como el sobrino de Patricia y le puso la mejor de sus sonrisas. Normalmente, en estas situaciones, la chica se habría ruborizado, pero esta no se inmutó. Ella dijo que era Sofía, sólo Sofía, lo que no aclaraba que es lo que estaba haciendo allí.

“Aquí no se fuma” Dijo Patricia apareciendo por detrás y quitándole el cigarrillo de la boca. “veo que ya os conocéis”

Patricia le pasó a Enrique un cuenco con verdura con el que no sabía realmente que hacer. Al ver que el muchacho no reaccionaba se lo quitó de las manos. “Pela patatas, mejor” Eso si sabía hacerlo. Se colocó en el mármol, junto a Sofía. Volvió a examinar aquel culo que no estaba mal, en vaqueros. “¿Y a eso lo llamas tu pelar patatas?” soltó Sofía quitándoselas de las manos “están llenas de ojos”. Enrique se rindió. Fue hasta su tía  y le dijo “¿Y esta quien es?” “¿Qué quien es?” contestó Patricia “Pues esta es la que pone las bebidas en el bar”.

Enrique se sentó a la mesa, totalmente ajeno a la preparación de la comida. Cuando las dos mujeres continuaron sin hacerle mucho caso salió a la calle a fumar. Al rato, cuando ya estaba acabando el cigarrillo Sofía salió a avisarle “Tu tía dice que entres a comer”.

—    Oye… — comenzó Enrique tirando el cigarrillo — si estás borde porque piensas que he venido a quitarte el puesto…

—    Como atiendas en el bar igual que pelas patatas no tengo nada que temer…

—    Oye ¿Qué se puede hacer por aquí? ¿Ir al cine? Si te parece te invito…

—    ¿Pero no dices que soy una borde?

—    Si, pero eso es porque no me conoces…

—    Venga, entra a comer y me lo pienso.

Por la tarde su tía y Sofía se lo llevaron al bar de la playa. Él se iba a encargar de la plancha y los bocadillos.  A prueba. Fue un desastre. La mayoría de las salchichas la hizo su tía: o se le quemaba el pan o dejaba cruda la carne. Estaba bastante más pendiente de mirar el culo a Sofía o de hablar con las chicas que venían en bañador a pedir una consumición. A cada dos por tres se iba a la parte de atrás a fumar un cigarrillo, pero Patricia tenía mucha paciencia con él. Su madre le habría empezado a gritar y a increpar, pero su tía le daba un azote en el culo y le decía “¡venga, desastre! ¿Pero que voy a hacer contigo?” y sonreía.

A la hora de cerrar volvió a entrarle a Sofía.

“Ahora estoy cansada, ya quedaremos otro día” decía “sólo un paseo por la playa, luego te vas a tu casa”. Al final se fueron caminando hasta unas calas que conocía de niño, algo apartadas de las demás playas. Hablaban de tonterías y se reían mucho. Se sentaron en unas rocas que el mar acariciaba con cierta torpeza. Enrique no quiso esperar un segundo y la besó. Sofía sonrió y le devolvió el beso. Se abrazaron y Enrique fue a acariciar sus pechos por encima del suéter. Sorprendentemente las manos de Sofía no se estuvieron quietas y le manoseaban entre las piernas, como a él le gustaba.

No había nadie en la cala. Enrique la miró de una forma que ella entendía muy bien. Ella le desabrochó la cremallera y sacó un miembro ya bastante duro y se lo llevó a la boca.

“Avísame, eh…” le dijo antes de comenzar.

Hacia por lo menos una semana que ninguna putilla se la mamaba. En cuanto controlara un poco la situación encontraría algún lugar donde tirársela. Seguramente no era la que estaba más buena del pueblo, pero de momento valdría, no era tonta y buscaba lo mismo que él. Le acariciaba el culo mientras se la mamaba. Estaba seguro de que no iba a tardar mucho en bajarle las bragas. Era como todas, ninguna se resistía.

Al regresar a casa su tía le esperaba en la cocina. Al preguntar donde había estado le confesó que con Sofía, pero evidentemente no le dijo nada de que había estado tocándole el culo y metiéndole la polla por la boca. Su tía parecía algo incómoda “¿Sabes que? Mañana, antes de abrir, podríamos ir un rato a la playa ¿Qué te parece?” Y Enrique contestó que muy bien. Gandulear era lo que hacía mejor.

Era muy temprano cuando Patricia hizo despertar a su sobrino. Adormilado se puso el bañador y acompañó a su tía, que llevaba gafas de sol, un vestido ancho, un sombrero de paja y una bolsa con toallas, protector solar y ese tipo de cosas.

“¿Recuerdas cuando eras pequeño y yo te llevaba a la playa?” Claro que se acordaba. Eran los mejores recuerdos de su niñez. Los momentos al lado de su madre no eran tan buenos ni tan luminosos.

Escogieron un  sitio cerca de la orilla y extendieron las toallas sobre la arena. Enrique se quitó la camiseta y, cuando iba por el pantalón, su tía se quedó en bikini.

Aunque era igual que su madre no tenían el mismo cuerpo. Enrique se sorprendió al ver la figura juvenil de su tía, las caderas anchas, el culo tan bien puesto, los pechos generosos… le daba cien vueltas a Sofía. Era una lástima que fuera su tía.

Enrique se encendió un cigarrillo y Patricia sacó el protector solar. Se puso a untarse en los muslos, luego en el vientre y después en los brazos. “¿Te importa ponerme en la espalda?” Enrique comenzó a ponerle crema a su tía en la espalada. Entonces notó como se le empezaba a poner dura. Su tía tiró entonces del nudo del sujetador y sus pechos más que grandes quedaron libres. Notó como Enrique se le quedaba mirando y tragaba saliva. “Me voy a dar un baño” dijo de pronto.

Aquella tarde, en el bar, Enrique fue el mismo desastre del día anterior. Lo que fue distinto fue como tonteaba con Sofía. No lo ocultaba a su tía, había cachetes en el culo y complicidad, aunque no prestase mucha atención al trabajo.

Al terminar la jornada volvió a quedar con ella para ir otra vez a la misma cala solitaria. Esta vez no quiso hacer muchas ceremonias, la condujo directamente a su bragueta para que se la mamara.

Al regresar a casa su tía no le había esperado. Se fue directo a su habitación. Se quitó la camiseta y abrió la pequeña ventana de par en par para que no se notara después que había estado fumado. Encendió un cigarrillo y le dio una calada, pero lo tiró enseguida porque su tía irrumpió en la habitación sin llamar.

—    Has llegado un poco tarde… has estado con Sofía ¿verdad?

—    Hemos ido a dar un paseo…

—    Enrique, no quiero que salgas más con Sofía…

Enrique no conocía esta faceta de su tía, siempre amable, siempre permisiva.

—    ¿Porqué no?

—    Porque es una empleada mía y no tengo ganas de problemas…

A Enrique le parecía bien y así se lo dijo. Sofía la mamaba bien pero sólo era una de tantas. Ya encontraría otra.

—    Y además…

Su tía titubeó unos segundos sin saber que decir. Luego, como poseída, se aproximó muy rápida y besó a su sobrino en la boca. Temblaba, se estremecía. Le dio otro beso más y un tercero que se hizo más largo. Le abrazó y Enrique terminó en la cama con su tía encima, besándole la boca como no se la habían besado nunca.

—    No quiero que vayas más con Sofía, porque te quiero para mi sola.

Enrique veía a su tía y al mismo tiempo a su madre. Aquellos besos no se parecían a ninguno de los que alguna vez le habían dado ninguna de las dos. Los ojos de su tía no le habían mirado nunca con tanto deseo.

Los pechos de Patricia descansaban sobre su cuerpo proyectando peso y calor. Enrique le desabrochó el vestido sólo para descubrir que su tía no llevaba sujetador. Eran muy grandes y Enrique apenas podía tener uno en cada mano. Su tía gemía mientras él le acariciaba, pero ella tenía más iniciativa. Terminó de desnudarse, quedándose en braguitas. No tenía un solo michelín, tenía un cuerpo precioso.

Enrique se había quedado paralizado, así que Patricia tuvo que desnudarlo. Mientras le desabrochaba el pantalón susurraba “mi niño”. Algo muy abultado crecía en sus calzoncillos. Se los quitó enseguida. El miembro de Enrique expresaba mejor que las palabras lo mucho que le gustaba el hermoso cuerpo de su querida tía, que le recordaba tanto al de su madre aunque era totalmente diferente.

Patricia se la metió en la boca igual que había hecho Sofía unas horas antes, en la playa. Pero no era igual. La lengua de su tía era mucho más juguetona que la de cualquier putita que se la hubiese mamado antes, y eso incluía a Sofía. Además, sabía muy bien cuando parar. Cuando Enrique estaba a punto de estallar le dejó, se bajó de la cama y se quitó las bragas. Todavía perplejo, Enrique seguía tumbado, con el miembro señalando al techo como un obelisco. Patricia se encaramó hasta colocarse encima, de cara a su sobrino. Dentera se alojó en su vientre y comenzó entonces a moverse de una forma que superaba todo lo vivido e imaginado por Enrique. No sabía muy bien que hacer, así que su tía le guió las manos hasta sus pechos y, luego, le enseñó como tenía que chuparle los pezones.

Los muelles de la cama emitían un rechinar que daba dentera. Lo acompañaban los gemidos de los dos y, de vez en cuando, Patricia llamaba a su sobrino “mi niño” “mi querido niño” aunque eso no hiciese más que empeorar la sensación de estar haciendo algo vil y despreciable.

Enrique terminó eyculando en el interior de Patricia, con uno de sus pezones en la boca y una mano en su culo. Patricia tuvo un orgasmo un poco después, a base de frotarse en el pene de su sobrino frenéticamente, y gritó de placer, sabiendo que no había nadie más en casa.

“Mi niño, mi amor” decía besando con cariño a Enrique “ te he deseado tanto…deseaba tanto este momento” “cuando tu madre me contó por teléfono los problemas que tenías, que no te iban bien los estudios ni hacías nada en todo el día, que sólo te gustaba golfear con los amigos por ahí… fui yo quien le dijo que te mandara conmigo, porque necesitaba a alguien en el bar de la playa” Patricia se interrumpió a si misma para besar a Enrique apasionadamente y acurrucar su cuerpo desnudo contra el desnudo cuerpo del muchacho. “pero yo no necesitaba a nadie en el Bar, yo sólo quería tenerte ¿lo entiendes? Se que no es normal ni está bien, pero te deseo desde que tenías dieciséis años. Pero entonces eras un chiquillo, ahora eres un hombre, y puedes decidir si quieres follarte a tu tía o no…”

Enrique se escapó de la cama muy aprisa, haciéndose con un cigarrillo y encendiéndoselo para fumárselo junto a la pequeña ventana. Patricia lo siguió. Lo abrazó y se puso a acariciarle el pene y a hablarle al oído mientras le besaba el lóbulo de la oreja.

“Quiero que me desees tanto como yo a ti… quiero que te quedes conmigo y vivas aquí. Si te vas… no se lo que haría… y no quiero que vayas con ninguna otra. Despediré a Sofía para que no ande rondándote. Quiero que seas solo mío, y yo seré tuya todas las noches…”

En manos de Patricia el pene de Enrique volvía a estar duro como una piedra. Le daba vueltas la cabeza, sentía que vivía un sueño extraño. Los recuerdos de su infancia se habían desdibujado. La misma tía que jugaba con él en la playa de niño, la que le llevaba a las cuevas y le compraba un helado se dejaba ahora acariciar las tetas y se apoyaba en la pared para que el la penetrara por detrás. Al más leve roce en el cuerpo de ella le hacía gemir inundada de placer. Su vagina estaba muy mojada y sus pezones muy duros. Enrique apagó el cigarrillo en la pared y comenzó a penetrar a su tía con muchas ganas. Nunca había estado tan excitado. Tenía un dolor incipiente en la cabeza y veía a su madre diciéndole “pero ¿te has vuelto loco? ¡Es tu tía Patricia a la que le estás haciendo esas guarradas! ¿Que clase de persona eres para hacerle algo así a alguien de tu propia sangre?” y se sentía miserable y se excitaba aún más. En esta ocasión Patricia tuvo un orgasmo primero, luego su sobrino volvió a corrérse en su interior.

Esa noche Patricia durmió en la misma cama que Enrique, aunque él no durmió demasiado. Estaba terriblemente excitado, le habría vuelto a montar por detrás un par de veces más. Nunca había follado así con nadie, nunca había disfrutado tanto ni se había encontrado con una mujer que oliera tan bien y tuviera un cuerpo tan hermoso. Pero por otro lado, veía el rostro de su madre en cuanto cerraba los ojos. Con su color de pelo natural, su tía Patricia podía pasar por su madre. Eso hacía que le doliese mucho la cabeza y no le dejaba dormir. También pensaba en las vacaciones, cuando era pequeño. Su tía siempre decía que era muy guapo y eso ahora tenía otro significado. Recordaba la humedad del sexo de su tía, el calor de su vientre contra el suyo, la suavidad de la piel de su espalda y de la de sus pechos y el sabor de su boca. No podía reconciliar ninguno de esos pensamientos con sus recuerdos infantiles.

Cuando el agotamiento hizo mella en él sufrió una pesadilla. Estaba de vacaciones, de pequeñito, sólo que de repente ya no era un niño pequeño, sino un adulto. Su tía se quitaba el sujetador, como en la playa, y le guiaba la mano para que le acariciase los pechos y luego le invitaba a lamerle los pezones. Enrique lo hacía, pero cuando levantaba la cabeza su tía se había convertido en su madre.

Por la mañana se despertó solo. Se dio una ducha y bajó. Su tía preparaba el desayuno y, como de costumbre, Sofía también estaba allí. “¿has dormido bien?” le preguntó con una sonrisa. Enrique asintió con la cabeza, luego Sofía le dio los buenos días con otra sonrisa.

—    Enrique, cariño — comenzó Patricia — ¿Por qué no te vas afuera a fumar un cigarrillo? Quisiera hablar con Sofía a solas…

Enrique obedeció, aunque aquello no le gustaba. Se fue a la puerta y se encendió un cigarrillo. Al rato se escuchaban gritos en la cocina, pero no podía identificar quien los hacía. Enseguida Sofía atravesó la puerta a toda velocidad. Antes de cruzar la calle se dio la vuelta para mirar a Enrique a los ojos “hijo de puta” le soltó y se marchó corriendo.

Enrique irrumpió en la cocina todo lo deprisa que pudo.

“La he despedido” dijo Patricia “no pienso consentir miraditas en mi propia casa ¡Menuda golfa! Anda que no le ha faltado tiempo para echarte las zarpas encima…”

 “Pues igual que tu” pensó Enrique para si.

Sin la presencia de Sofía Patricia se acercó a abrazar a su sobrino por detrás y a besarle, primero en la oreja y después en los labios. “puedes dormir todo lo que quieras, y fumar dentro de casa, si quieres, mi amor” Enrique alargó la mano para tocar el trasero de su tía “me gusta mucho que me toques, mi niño… di que eres mío” Enrique lo dijo, sin convicción, pero a Patricia le resultó suficiente.

Delante de si Enrique tenía todo tipo de cosas para desayunar. Patricia le invitó a hacerlo, sirviéndole un café. “toma todo lo que quieras, desayuna tranquilo. Relájate, que yo me encargo de todo…” y seguidamente se puso de rodillas, casi bajo la mesa. Le desabrochó la cremallera y se la sacó. Enrique ya la tenía bastante dura. Y así, mientras él daba cuenta de su desayuno, ella daba cuenta de su polla.

Por la tarde los dos fueron a abrir el bar. Como Sofía ya no trabajaba allí Patricia quiso que Enrique sirviera las bebidas. Como cuando manejaba la plancha, fue un desastre. Con cualquier cosa que no fuera servir una cerveza o una coca cola Enrique tenía problemas. Toda la jornada Patricia tenía que trabajar por dos para tapar los errores de su sobrino y la ausencia de su empleada, pero lo hacía encantada.

Los pellizcos en el culo, que antes eran bromas fraternales, ahora hacían que se le levantara con fuerza. Iba empalmado todo el rato. Su tía, con la excusa de coger una botella o unas bebidas, se rozaba con él acaparada en encontrarse tras la barra para sobarle el paquete a Enrique, o el culo o clavarle los pechos en la espalda.

Al terminar la jornada Patricia no pensaba ni en la caja que había perdido ni en los clientes descontentos, sino en que ahora podía disfrutar de su sobrino. Quiso saber a donde iban él y Sofía después de cerrar.

—    Vamos a una cala a la que no va nadie…

Y Patricia se llevó a su sobrino a la misma cala a la que él había llevado a Sofía.

Le gustaba aquella sensación. Esa cala era como la trasera de un coche o el apartamento de un amigo: un lugar donde enrollarse con las putitas que iba conociendo. Sólo que, en esa ocasión, no se trataba de una putita más, esta era una mujer hecha y derecha, una mujer que conocía muy bien.

“Es una cala muy bonita” le dijo Patricia “me alegro de que me hayas traído aquí, hacía años que no la visitaba” Enrique pensó que, la primera vez que la visitó, fue precisamente con ella. Él era un crío y sólo pensaba en bañarse y en jugar.

Patricia besó a Enrique y le abrazó. Le sobaba el pantalón, que ya mostraba un bulto de considerables proporciones. Entonces Patricia se bajó las bragas, se subió el vestido y separó bien los muslos.

—    Dale una alegría a tu tía…

Había algo equivocado. Enrique era el que siempre mandaba, y era él al que debían chuparle la polla, él no tenía que chupar nada, es más, nunca le había chupado eso a una chica…

Sumiso, bajó la cabeza hasta olfatear la entrepierna de su tía. Olía bien, poderosamente, pero no sabía muy bien que hacer. Fue ella la que separó los labios con sus manos para facilitar que la lengua de su sobrino hiciera su trabajo. Le guiaba diciéndole donde tenía que chupar y con cuanta energía. Dejó que fuese él quien separase los labios y ella se limitó a disfrutar. Estuvo lamiendo mucho rato, la lengua se le entumecía, pero Patricia no le permitía dejar de darle placer. Le daba órdenes y le sujetaba la cabeza, tenía que terminar el trabajo.

Patricia se corrió en la boca de su sobrino y luego se subió las bragas y se fueron a casa.

Patricia no pareció dar importancia a lo pensativo que su sobrino había estado todo el camino. Le acompañaba como si fuesen dos enamorados, agarrados por los hombros. Le importaba poco que alguien la viese “es mi sobrino” zanjaría enseguida la cuestión.

Una vez en casa regresaron los arrumacos. Patricia se abrazaba a Enrique y le besaba dulcemente. “Esta noche te mudarás a mi cuarto, se ha acabado ya eso de dormir en esa habitación tan austera”

Enrique se desembarazó con violencia de su tía. Respiraba con fuerza y tenía el semblante colorado. Ante la perplejidad de ella comenzó a bajarse los pantalones “ven aquí” le decía a su tía. Ésta, algo extrañada, se arrodilló ante el joven y comenzó a chupar un miembro aún flacido. Una vez la tuvo dura como una roca comenzó a sujetar la cabeza de la hermana de su madre y a guiarla con violencia. “come, puta, come…” Patricia se desembarazó de él enseguida “¿pero que estás haciendo?” dijo incorporándose “A mi no me gusta de esa forma…”.

Enrique trató de empujarla de nuevo para que continuara la felación, pero la respuesta de su tía fue una bofetada.

Enrique se fue a su cuarto. En unos segundos llegó su tía. El joven estaba tirado en la cama, con los ojos abiertos y la ropa puesta.

—    No estoy enfadada… pero no quiero que actúes así nunca más…

Le acarició el cabello y le dio un beso en la mejilla. Se recostó junto a él y lo abrazó.

—    Vente a mi cama…venga, no quiero que te enfades conmigo…

Enrique obedeció sin añadir una palabra, pero no hubo sexo aquella noche.

Cuando su tía estuvo completamente dormida regresó a su cuarto a recoger sus cosas. Se marchó caminando hasta la estación. El primer tren salía por la mañana, a las seis y media. Durmió en la estación y lo cogió a esa hora. Su tía Patricia se despertaría por la mañana una hora y media después, sin nadie a su lado, sin su sobrino y sin una nota que explicase su ausencia.

A las nueve y media Enrique llegó a su destino. Desde la misma estación llamó a su madre y, tras contarle que ya no estaba con su tía comenzó a gritarle. Enrique dejó que se desahogara, le permitió echar sapos y culebras a placer y, cuándo se hubo calmado le habló. “En cuanto llegué a casa me iré a buscar trabajo, Mamá, ya se ha acabado el golfear, te lo prometo, todo va ser muy diferente a partir de ahora” pero su madre no estaba satisfecha ¿Por qué de pronto? ¿Por qué no le había avisado su hermana? “Es que he comprendido que debía ser una persona responsable, no le he dicho ni adiós… por favor ¿podrías llamarla tú y decirle que estoy aquí? A mi me da vergüenza hacerlo…”

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