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Diego (Amor entre rejas)

en Gays

He tardado tres días en averiguar en qué turno suele ir a ducharse mi mulato. Tardé ocho en saber cómo se llamaba y de qué país era.

 

Diego. Se llama Diego.

 

Ya de por si se me pone dura la picha cuando voy a las duchas, no puedo ni pensar en cómo se me pondrá cuando le vea a él. Deberían darle un premio al que decidió quitar la puerta a los apartados. No todos los tíos de por aquí merecen ser vistos desnudos, pero hay algunos muy interesantes, y no tengo nada en contra de estar diez minutos viendo pollas y culos.

 

Diego es bajito y muy delgado, tiene unos rasgos muy finos, casi de chica. Me gustan especialmente sus labios, sueño con besarle esa boca tan carnosa y también con verle la polla en las duchas. Eso creo que lo conseguiré mañana por la mañana, espero que no se me note mucho.

 

Me paseo por el patio disimuladamente, yendo de una punta a la otra, como hace todo el mundo. Está siempre ahí, con sus amigos dominicanos, charlando o jugando a las damas, siempre sonriendo. Mira que está bueno, no puedo dejar de mirarle, con esa pose de chulo que siempre tiene, con su larga cabellera rizada, peinada en un moño por debajo de la gorra. Se me pone dura solo de mirarlo y pensar en comérsela. Me pregunto si la tendrá muy grande o de una medida normal y pensar eso hace que tenga que tocarme disimuladamente la polla por encima del pantalón.

 

Tengo que pensar un modo para hablar con el. No se me tiene que notar que estoy coladito por sus huesos, eso no, podría tener problemas serios, pero si pudiera hacerme amigo suyo…

 

Se hace tarde y ya he apurado los últimos minutos de patio. Él siempre está hasta el último momento con sus amigos. Pese al frío me imagino que prefiere estar al aire libre que encerrado en la galería ¿Quién podría culparle? Tengo que volver a la celda antes de que cierren la galería, pero somos unos cuantos, una riada de personas escaleras arriba. Yo estoy en la tercera planta, en la celda 80. La suya está justo enfrente, así que espero apoyado en la barandilla a que suene el timbre y vengan a cerrar la puerta y le miro disimuladamente, echando un vistazo a lo poco que se puede ver de su celda desde la mía. Fantaseo con besar su cuello, con esa piel tostada tan deliciosa; que llego hasta el lóbulo de la oreja y luego le hago girarse con suavidad, para probar su lengua (todo esto, con una mano en su polla, claro está).

 

Estoy otra vez empalmado, confío en que no se me note mucho. Esta noche me voy a hacer una buena paja pensando en él. Mañana, en cuanto abran la puerta, me voy directo a las duchas. Me da igual si me pierdo el desayuno, pero tengo que verle desnudo. Haber si tengo suerte y me toca un apartado delante del suyo. Aunque mejor no tan cerca, porque es capaz de notar que la tengo tiesa, y la tendré en cuanto le vea el culo.

 

Suena el timbre y el funcionario se divisa al principio de la galería, así que nos metemos todos dentro.

 

No hay ni un solo tío bueno en mi celda. El que manda es un tipo panzón, que tal como se cierran las puertas se sienta en su cama y se  enciende un cigarro. Frente a él está el viejo, que habla poco, y en medio hay un portugués que estaría bien si no fuera un yonqui hecho polvo. En la otra litera de en medio hay un moro que no habla español. Yo duermo en la litera de arriba y no tengo a nadie a mi lado (todavía), lo que me va bien cuando se apagan las luces, para hacerme pajas sin que nadie lo note.

 

Me subo a la litera, por aquello de que no hay mucho sitio para todos, y me pongo a darle vueltas a la cabeza acerca de como me las puedo ingeniar para hacerme amigo suyo. Aquí en la cárcel uno no se junta con los demás así como así, y menos si no eres dominicano como el. Aquí los dominicanos forman sus propios grupos, los rumanos hacen igual, los ecuatorianos, los gitanos y hasta los marroquíes. Quizá podría solicitar que me trasladaran a su celda, pero no tengo ni idea de si hay sitio y, aunque lo haya, todos en ella son dominicanos, seguro que me hacen la vida imposible.

 

Mis cabalas acaban pronto, porque el viejo le pide tabaco al jefe y éste no le quiere dar. Se pone muy pesado y no me dejan concentrarme en mis pensamientos.

 

No tardan demasiado en volver a abrir la puerta, para cenar. Los de la tercera planta estamos hoy en el segundo turno y solo hay media hora para llegar hasta el comedor, ponerse en la cola y conseguir una mesa. Espero sentarme no demasiado lejos de donde se siente él. Cuando sale a cenar acostumbra a llevar puesto solamente una camiseta de tirantes y está para comérselo.

 

Volvemos a ser una riada de gente que se dirige esta vez  escaleras abajo. Cuando llegamos a la planta baja la cola es bastante larga. La gente del primer turno va saliendo por nuestro lado y yo busco a Diego con la mirada ¡malditas prisas! Si bajásemos de una forma tranquila no le habría perdido de vista. Me pongo en la cola, inquieto, buscándole como puedo mientras me sirven ensalada, carne de yonqui con arroz y un yogurt. No pierdo el tiempo en conseguir aceite y vinagre, por el contrario doy un vistazo al comedor cargando con la bandeja  para ver si lo localizo, así como una mesa donde comer. ¡Si! ¡Que suerte la mía! Él y sus amigos se han sentado todos en una mesa, han llegado mucho antes que yo, y justo al lado hay otra que tiene un sitio libre. Los que la ocupan son gitanos, pero conozco a uno de ellos y no me dirá nada.

 

Me siento y empiezo a comer, mezclando sin interés la carne en salsa con el arroz, sin dejar de mirarle.

 

Pero algo va mal, porque en una de mis furtivas miradas me cruzo con la suya. Volteo la cabeza bruscamente, pero ya es tarde, se ha dado cuenta, porque al volver a mirar, los ojos de Diego siguen ahí. Me ha visto, se ha dado cuenta de  que le estaba mirando.

Acabo tan rápido como puedo y no vuelvo a mirarle en todo el rato. Me llevo conmigo el yogurt y subo deprisa a mi celda. Estoy muy nervioso, lo he estropeado todo. Si ahora intento hacerme amigo suyo sospechará que pasa algo raro. He destruido mis posibilidades antes de empezar siquiera. Y lo peor de todo es que ahora tendré problemas para volver a mirarle en el patio.

***

 

 

 Me despierto por la mañana mucho más optimista. Hoy es sábado.

 

Si, Diego se dio cuenta de que le había mirado pero ¿y que? De ahí a darse cuenta de que le estaba mirando porque me parece el mulato más guapo de toda la cárcel… Seguro que hoy ni se acuerda de mí. Además, hoy es un día especial, pues hoy tengo la posibilidad de coincidir con el en las duchas. Si tengo suerte es posible que pueda verle desnudo: su torso, su culito, su polla…

 

En unos minutos estoy en albornoz y con el champú y el jabón en las manos en la cola de las duchas. No hay mucha gente esta mañana, pero a él no le veo ¿estará dentro ya? No lo creo. Dejo pasar mi turno a dos tipos, ninguno de los cuales se pregunta ni remotamente porque lo hago. Estoy nervioso… pero entonces aparece. Solamente hay una persona en la cola entre los dos. Lleva también un albornoz y el cabello suelto, que le cae sobre los hombros y se prolonga aun unos centímetros. Está tan guapo… intento no mirarle, por lo de ayer, pero no soy capaz. Eso si, nadie diría que él se haya dado cuenta.

 

Por fin me toca el turno. El compartimiento que está libre es el último de la fila de la derecha. No he tenido suerte, pues el de enfrente (el último de la fila de la izquierda) está ocupado. Otra vez será. Quizá pueda echar un vistazo furtivo cuando salga al compartimiento que ocupe él. Me concentro en ducharme, así que cuelgo el albornoz y abro el grifo. Al rato el tipo que tengo delante termina su ducha y se va ¿será posible que…? ¡Lo es! ¡No me puedo creer la suerte que tengo! Diego entra en el compartimiento que esta libre, justo delante del mío.

 

Me estoy poniendo muy nervioso. Se quita el albornoz y lo cuelga en el gancho. Sólo lleva encima unos calzoncillos. Es muy delgado pero tiene una buena musculatura. Me voy a desmayar, tiene un pecho sensacional. Se da la vuelta y se baja los calzoncillos. ¡Dios! ¡Estoy viéndole el culo! Que culito más delicioso. Se lo quiero besar y morder, no quiero otra cosa que ese culo… Y ahora, se da la vuelta. Ante mí, por fin, tengo su polla. Aunque está en reposo parece bastante grande. Quiero comérsela ahora mismo…

 

Levanto entonces la vista, horrorizado. Me he dejado llevar y he descuidado la discreción. Diego se ha dado cuenta de todo y está mirándome a mí. No solamente me lo estoy comiendo con los ojos, sino que además, tengo la polla tiesa como un poste.

 

Pero algo pasa, porque Diego está sonriendo. Abre el grifo y empieza a mojar su delicioso y menudo cuerpo. Destapa la botella de jabón y se echa un poco en la mano. Frota la una contra la otra para que salga espuma y comienza a enjabonarse, sin dejar de mirarme y de sonreír. Comienza por su pecho y continúa por su pubis, y creo morir cuando comienza a enjabonar su polla. La llena de jabón y comienza a frotarla. Se está haciendo una paja delante de mí, mientras me mira. Yo hago lo mismo, silencioso, confiando en que nadie del resto de apartados se de cuenta de lo que estamos haciendo.

 

Su polla ya está tan hinchada como la mía y es tan grande como me gustaba imaginar. Ojalá pudiera arrodillarme junto a él ahora mismo y metérmela en la boca o en el culo. Seguro que me destroza con semejante miembro.

 

Me corro, y el chorro cae en el pasillo. Afortunadamente, el agua que cae por el suelo lo limpia en un santiamén. Miro a Diego otra vez, sigue con su trabajo y sigue mirándome. Su sonrisa se ha vuelto lascivia pura. El también se corre, menos violentamente que yo, y hace un gesto que jamás podré olvidar. Se lleva a la boca parte del semen que se ha derramado en su mano.

***

 

 

 

Paso el resto del día muy nervioso y excitado. Por una parte quiero volver a verle, y paseo por el patio para mirarle cuando está con sus amigos, con su pose arrogante y su bonita sonrisa, pero por otro lo que realmente deseo es ir a hablar con él, conocerle y besarle, cogerle de la mano… no se… por aquí ese tipo de cosas están peor vistas que fuera, nos meteríamos en problemas, sobre todo él. Yo ya tengo pocos amigos por aquí, pero él está con el grupo de los dominicanos, y son todos muy machos. Así que me entretengo con otras cosas: hago cola en el economato para comprar una pasta; me doy una vuelta por el comedor, para ver un rato la tele… Pero enseguida me localiza un avisador y me dice que me está esperando la asistenta social. Voy a su despacho y me cuenta cómo va lo del tercer grado. Dice que soy un preso modelo, que no he tenido ningún parte en todo este año y que seguramente me lo concederán. Si me lo conceden, saldré a la calle, con la obligación de dormir aquí de lunes a viernes, y los fines de semana en mi casa. Es una buena noticia, podré volver a mi vida, a ver a mis amigos y a mi familia… pero… echaré de menos a Diego. Creo que no debo pensar en eso ahora. Esto es una muy buena noticia.

 

No le veo a la hora de comer  (tampoco lo busco) y más tarde, en la celda, a la hora de la siesta, me masturbo con ganas pensando en lo de la ducha. Su polla enjabonada y tiesa me persigue cuando cierro los ojos, soy incapaz de pensar en otra cosa. Es tan guapo…

 

Por la tarde ni siquiera intento buscarle, me meto en la biblioteca directamente e intento concentrarme en un libro cualquiera. Es un poco inútil, porque solamente puedo pensar en él y las letras en el libro parecen puntitos sin sentido. Miro el reloj todo el rato, el tiempo pasa ahora muy despacio. No volveré a tener la misma suerte de coincidir con él en la ducha de esa forma, aunque verle sin tocarle es una tortura. Si pudiera encontrar una excusa para hablar con él sin que se notara…

 

Levanto la cabeza para mirar el reloj y ahí está el. Nunca lo he visto meterse en la biblioteca. La verdad es que no está mirando ningún libro, sólo pasa por allí. Nuestras miradas se encuentran y él me sonríe, luego se va sin decir una palabra. Qué tontería… ahora ya no estoy tan nervioso.

***

 

 

Hoy es domingo. No bajo a ducharme por la mañana ¿para qué? Sería muy difícil que volviéramos a coincidir de esa forma, ya me ducharé por la tarde, después de comer. Además, hoy me toca la limpieza de la celda. Ayer, tras verle en la biblioteca, no volví a encontrarme con él, ni en el comedor ni en el patio, pero lo he visto en mis pensamientos, con una mano entre las piernas, pensando en su boca manchada con su propio semen.

 

Lo veo en el desayuno, furtivamente. Va con la camiseta de tirantes que le deja los brazos al aire y le sienta tan bien y su larga melena suelta. Lo veo de lejos, se queda mirándome unos instantes, pero no me dice nada, por supuesto.

 

Una vez de regreso a mi celda espero que los demás se marchen al patio y voy cogiendo agua para fregar. Tengo la tentación de aprovechar a que todos se han ido para meterme en el lavabo a hacerme una paja como dios manda, pero no quiero entretenerme, el funcionario no tardará en llegar a cerrar las celdas y tengo que haber acabado por entonces.

 

Los domingos se puede hacer una instancia solicitando permanecer en la celda, encerrado, en la hora de patio. Normalmente no hay ningún problema, siempre y cuando se queden más de una persona. Me encantaría quedarme solo. Echo de menos la intimidad.

 

Continúo fregando y apuro los últimos minutos antes de que llegue el funcionario a cerrar. Cuando estoy más atareado oigo una voz grave con acento sudamericano.

 

—    Hola…

 

Es Diego, que se asoma por la puerta de mi celda. Trago saliva, porque he estado esperando este momento mucho tiempo y no estoy preparado. Para lo menudo que es, tiene una voz muy grave y masculina, me gusta. Soy incapaz de decir nada.

 

—    Si quieres — comienza él como respuesta a mi silencio — nos podemos quedar encerrados en mi celda durante la mañana — y me enseña una instancia en blanco que lleva en la mano.

 

Dejo la fregona a un lado como si quemara y salgo de la celda, cerrando el pestillo. Sin decir una palabra más vamos hasta su celda. Tiene un bolígrafo preparado en la mesa. Se sienta y empieza a rellenar la instancia.

 

—    ¿Cómo te llamas? — me pregunta. Se lo digo y él lo anota en la instancia — Yo me llamo Diego.

 

No le digo que ya lo sé porque no quiero parecer desesperado. Él saca su carné para anotar el número de interno. Me encantaría tener una foto como esa conmigo. No es que las fotos que hacen aquí sean muy favorecedoras, pero una foto suya es una foto suya. Saco el mío y se lo doy para que anote el número.

 

Salimos al pasillo para ver si se acerca el funcionario. Se le ve al principio de la galería, cerrando puertas y revisando celdas, recopilando las instancias de los que se quedan encerrados esta mañana. Nos miramos en silencio. Un silencio incomodo en parte. Yo estoy muy nervioso y Diego parece estarlo también. Me mira y sonríe, y yo me muero por tocarle y besarle.

 

El funcionario llega hasta la celda contigua y nosotros dos nos metemos en la de Diego, a esperar. En cuanto entra le damos la instancia: no hay ningún problema, se la queda y cierra con llave, dejándonos solos y encerrados apara toda la mañana.

 

Hay de nuevo un largo silencio en cuanto se cierra la puerta. Diego se sienta en el filo de la litera de abajo, y yo le imito sentándome en la de enfrente.

 

Nos miramos sin decir nada. El va vestido con sus mejores ropas: lleva su moño por debajo de la gorra, una chaqueta roja por encima de una camiseta negra y unos pantalones vaqueros que le quedan ceñidos. Ojala hubiese sabido que tenía una cita, me hubiera arreglado un poco más.

 

—    Yo me llamo Diego — repite con una voz grave y profunda que me hace temblar — soy de la República Dominicana ¿de donde eres tu?

—    Yo soy español… — digo sin mucho convencimiento — me gustas mucho. Eres muy guapo…

 

Diego se ruboriza bajando la cabeza, entonces se levanta y se sienta justo a mi lado. Sin mirarme, me coge de la mano y me planta un beso en los labios.

 

Soy muy feliz. Le acaricio la cara y le miro directamente a los ojos, luego le vuelvo a besar, sólo que está vez le doy un beso largo y saboreo su lengua. Disfruto del beso, de su lengua y de sus carnosos labios. La picha se me pone dura enseguida y además su mano me la empieza a manosear. Estoy loco por tocarle la suya, así que avanzo la mano hasta sus pantalones y descubro con alegría que la tiene tan dura como yo.

 

Le beso el cuello, como llevo tanto tiempo soñando, su piel es suave y cálida y huele muy bien. No dejo de probar su lengua ni un instante y necesito bajarme la cremallera cuanto antes.

 

Diego, que ya empieza a jadear muy excitado, se levanta y se quita la chaqueta bruscamente, arrojándola bien lejos. Yo me levanto y le ayudo a quitarse la camiseta. Mis manos exploran bajo ésta. Su pecho parece de granito. Entre los dos nos deshacemos de ella y me pongo a lamerle un pezón. Apresurado, él me quita el suéter y la camiseta que llevo debajo y, de repente, tenemos las bocas pegadas una vez más. No me cansaría nunca de besarle. Le agarro fuerte del culo y noto como su polla se clava cerca de la mía.

 

Diego se separa un poco de mi y se quita los pantalones. Yo hago lo mismo mientras. Los dos estamos ya en calzoncillos, con sendas erecciones que podrían ganar un concurso, así que no me lo pienso y me acerco a él otra vez. Dulcemente le vuelvo a besar y le acaricio el estómago para ir bajando la mano hasta el pubis. No tiene demasiado vello, eso ya lo sabía de la ducha, sólo un poquito de pelito rizado. Meto la mano por debajo del calzoncillo. Ya es mía.

 

Me arrodillo entonces y termino de bajarle el calzoncillo. Tengo frente a mi cara, sujeta por mi mano derecha, una polla suculenta y dura que me va a hacer desmayarme de deseo. La escondo en mi boca todo lo que puedo, sabiendo que con mi lengua estoy haciendo disfrutar a Diego. Él solamente suspira y me sujeta la cabeza, acariciándome el pelo. La saco de la boca un momento para dedicarme a lamerle los testículos y el aprovecha para meneársela. Entonces me sujeta de nuevo la cabeza y me conduce a que se la vuelva a engullir.

 

— Mámame la verga…

 

 Mi propia polla está a punto de estallar y me la toco por encima del calzoncillo con la mano izquierda.

 

Diego me hace parar y me indica con gestos que me suba a la cama. Lo hago, pero antes me quito el calzoncillo. Mi polla está tiesa como un poste, igual que lo esta la suya.

 

Me estiro y él hace lo mismo, a mi lado. Nos abrazamos por fin y nos volvemos a besar. Le acaricio el culo y la espalda con la mano y nuestras pollas se rozan como dos espadas combatiendo.

 

— Mi amor… — susurro.

 

Diego cambia enseguida de postura, buscando mi picha con la boca y colocando la suya en mi cara. Me va a asfixiar con toda esa carne, pero me la trago toda con gusto. Mis manos juegan con sus testículos y acarician su culo. Mi pulgar se hunde en su ano. El me la come mientras. Si sigue con ese ritmo le llenaré de leche.

 

Al rato, sólo por cambiar, sustituyo su polla por el agujero de su culo. Lo chupo bien y me lo trabajo con los dedos. Él entiende con esto una señal inconfundible, así que se levanta de la cama y, tras buscar algo en el bolsillo de su chaqueta, se coloca de espaldas contra la litera de enfrente, con las piernas muy separadas.

 

— Dame candela— me dice —

 

Cuando me acerco a él para acariciarle el culo me pasa el condón que ha sacado de la chaqueta. Lo abro con los dientes y me lo pongo. Luego le meto el dedo en el culo, para saber cuanto está de lubricado.

 

—    Hay gel de baño debajo de la cama, en una caja — me dice con su voz varonil — valdrá para esto…

 

Busco la botella de jabón y me pongo un poco en la mano. Voy al grifo y hecho un poco de agua. Seguidamente le enjabono en culo a base de bien y me entretengo en enjabonarme la polla también. Me acurruco contra su espalda y le beso en el cuello. Le acaricio el pecho y le sujeto la polla. Estoy muy excitado y él también. Se pone en posición, levantando mucho el trasero. Entra de un solo golpe. Yo también me apoyo en la litera mientras me lo follo, pero solo un momento, pues me gusta más abrazarlo y acariciar su miembro mientras el mío entra y sale de su culo. Es tan menudo que se podría fundir en mis brazos. Apenas tiene vello corporal, su piel es suave y es tan bonita…  su pelo huele tan bien y es tan sedoso que me produce un placer especial estar así de cerca.

 

Saco la polla antes de correrme, no quiero terminar todavía. Estiro medio cuerpo en la litera de abajo y pongo mi culo en posición. Diego busca de nuevo en su chaqueta y saca otro preservativo. Se prepara de la misma forma que me he preparado yo, se enjabona la polla y después me llena el agujero de jabón, metiéndome los dedos sin ningún miramiento. Sus maravillosos dedos son un anticipo a lo que vendrá ahora.

 

Tal y como imaginaba su polla se abre camino en mi como una tuneladora. Diego nota que a mi culo le va a costar un poco dilatarse lo suficiente para albergar su miembro y comienza a follarme con movimientos cuidadosos, procurando no hacerme daño, pero llenándome de placer. Tarda un rato en alcanzar la confianza para marcar un ritmo más violento. Es como si me partieran las entrañas en dos, pero es maravilloso.

 

Diego se corre, jadea y para el ritmo. La saca con cuidado de no perder el preservativo y se desploma encima de mí. Me revuelvo y le vuelvo a dar un beso, nos abrazamos otra vez.

 

Se levanta entonces para quitarse el condón y tirarlo a la basura. Mientras yo me siento en la cama y termino de pajearme. Todavía no me he corrido.

Cuando Diego vuelve me quita el condón lleno de jabón y se arrodilla en el suelo para chupármela. Es muy amable, pero no es muy buena idea, estoy a punto de explotar…

 

—     Diego, que me voy a correr…

 

—    Cachárrate  en mi boca — me contesta con su voz varonil —

 

Y no tarda en pasar. Mi leche le inunda la boca y hasta se derrama fuera, pero el no deja de mamar. Le premio con un beso, y aun tiene mi semen en la boca y lo saboreo igual que su lengua.

 

Nos quedan dos horas hasta que vuelvan a abrir las puertas y tenga que irme corriendo a cualquier otro lugar, así que nos lavamos como podemos, nos vestimos, y pasamos el resto del tiempo dándonos besos dulces y hablando. Me cuenta sobre sus familia, sus hermanos que han quedado en Santo Domingo y los que están aquí y vienen a verle los fines de semana. Que tiene veinticuatro años, y yo me río porque yo tengo 40 y el piensa que debo de tener treinta y algo.

 

Muchas de las cosas que me cuenta no las escucho, porque me quedo embobado mirándolo. Es tan guapo y tan sincero y la vez tan creído. Seguro que se sabe el más guapo toda la galería. Y ahora es todo mío, por lo menos hasta las doce.

 

Todavía no puedo creer que se tragase mi semen.

 

Llega la hora y yo salgo corriendo de su celda para que nadie sea capaz de atar cabos y sospechar lo que hemos estado haciendo. Me despido con un beso en los labios y me marcho al patio. Como queriendo que parezca que llevo toda la mañana allí.

 

Podríamos quedarnos encerrados otra vez por la tarde, pero a Diego le toca comunicar esta tarde, y hay pocas cosas tan valiosas aquí dentro como que te vengan a ver las personas que tienes afuera. Así que paso la tarde en la biblioteca, haciendo ver que leo cuando en realidad estoy soñando despierto. Tengo todavía en la cabeza cada beso y cada caricia, así como el olor de su cabello y el sabor de su miembro, la suavidad de su piel y la firmeza de sus músculos. Su culo me cabe en una mano y, cuando lo abrazo, se funde en mí. Su voz es el sonido más hermoso del mundo, me encanta su tono grave y su acento como ningún otro que haya oído antes.

 

Vuelvo a verle en el comedor, en la cena. Pasa por donde me he sentado, como distraído, y sin decirme nada me deja un regalito. Media tableta de chocolate. Sigue caminando y me mira. Sonríe y se va a comer con sus amigos a otra mesa. No me voy a comer el chocolate, lo voy a guardar, y cada vez que lo mire, veré su sonrisa.

***

 

 

 

Coincidimos en las ducha al día siguiente, aunque no como la primera vez. Nos miramos en la cola y él sonríe, como siempre, y yo me deshago como siempre. Me pregunto si sabe que cada vez que sonríe me hace estremecer. No me sorprendería nada que si.

 

Estoy muy feliz y entro en la ducha sin prisa ninguna. Diego me mira mientras pasa hasta otro compartimiento lejos del mío. Ojalá pudiéramos estar juntos, pasear por el patio cogidos de la mano y besarnos.

 

Vuelvo a mi celda a vestirme y me preparo para un día aburrido. Se que ya no es necesario que deambule por el patio buscando a Diego, porque el próximo fin de semana volverá a ser mío. Sólo tengo que tener paciencia. Además he pensado un plan que, en cuanto pueda le contaré. Quiero escribirle cartas de amor y mandárselas como si yo fuera una chica que está fuera, así no tendrá que dar explicaciones a nadie. Sobre el contenido, aquí nadie se interesa por la correspondencia de los demás. Si fuera una foto, todavía, pero a la mayoría de la gente leer no le importa lo más mínimo. Se que lo de escribir cartas de amor es algo cursi y propio de niñas tontas de instituto, pero aquí dentro las cosas son diferentes. No necesitaría cartas si pudiéramos estar juntos. No necesitaría hacerme pasar por otra persona si aquí me dejaran ser como soy.

 

Pero cuando salgo, un avisador me localiza y me dice que tengo que ir a ver a la asistenta social. Una vez en su despacho me comenta que el viernes se reunió la comisión y decidieron acelerar mi caso. Me han concedido el tercer grado y será firme a partir de este sábado. Este sábado me iré a casa y el lunes por la noche volveré para dormir, en otra galería especial donde hay menos seguridad y únicamente se pernocta. Yo no me lo puedo creer y no digo nada, pero ella me da la enhorabuena y me explica que el viernes ya me avisarán para que me marche y me contarán lo que tengo que hacer exactamente.

 

Salgo aturdido del despacho, directo al patio. Busco con la mirada hasta encontrar a un ruso muy alto que tiene una cicatriz que le cruza todo el rostro. Dicen que es bastante agresivo y que es mejor dejarle en paz, la gente le tiene miedo. Así que voy hacia él y le doy una patada con todas mis fuerzas. Me he asegurado que haya funcionarios cerca, porque de lo contrario este tipo me matará. Me dispongo a dar la siguiente patada, pero un puñetazo me tumba al suelo. Me llueven patadas y puñetazos antes de que vengan los funcionarios. Lo cogen a él y luego a mí, y trato de zafarme, dando incluso un puntapié a uno de ellos.

 

Me sangra la nariz y me duele al respirar, igual me han roto alguna costilla. Pero todo está bien. Me llevarán a la enfermería y luego estaré un tiempo en la tercera galería, por mal comportamiento. Me imagino que en menos de una semana estaré otra vez en la primera. Pero revocarán el tercer grado penitenciario. No me voy a marchar de aquí así como así.

 

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