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Los Agentes del Ojo (22)

en Grandes Series

Nisroc era el primogénito de la casa real. Era el mayor y el varón, así que sería el que heredaría el trono. Aún así, no era algo que le preocupase mucho. Tenía dos pasiones en la vida, y ninguna de ellas era heredar el trono de su padre.

Era muy atractivo, había salido a su madre. Tenía los ojos verdes y una sonrisa maliciosa que volvía locas a las mujeres, en cuanto a los hombres, era su trasero el que los volvía locos.

La primera de sus pasiones era el ejército. Era el comandante supremo de las tropas imperiales, le gustaban los uniformes y las batallas, la camaradería entre soldados y las armas, y también los penes de los soldados. Esta era su segunda pasión.

Mientras que su hermana Sofía era conocida por acoger en su cama a cualquier cortesano o cortesana que pasara por allí, Nisroc era famoso por disfrutar de la tropa de un modo muy especial.

Aunque algunos oficiales visitaban su cama, normalmente eran los soldados rasos los que acababan disfrutando de la dureza de su miembro. Su lascivia era tan recurrente que éstos tomaban como una obligación más pasar la noche con su príncipe.

Esa noche, el príncipe Nisroc estaba en la cama con un nuevo recluta, un joven que acababa de alistarse y cuya piel aún era suave y delicada. El joven estaba desnudo, tumbado en la cama, dando cuanta con su boca del miembro de su patrón. Nisroc le acariciaba el trasero con dulzura. Sabía que el muchacho era virgen aún y se moría de deseo por conquistar el delicioso agujero oculto entre las nalgas.

Pero en ese momento una figura encapuchada entró en la cámara. Era vigorosa y corpulenta y estaba completamente envuelta en una túnica púrpura.

¿Pero quien se atreve? — preguntó el Príncipe sobresaltándose —

¡Silencio, insensato! — contestó el desconocido — ¿es que no sabes quien soy?

El príncipe reconoció la atronadora voz de su padre y apartó enseguida a su amante. El muchacho quedó encogido sin saber que hacer, esperando algún tipo de instrucción.

Dile al muchacho que se vaya — ordenó el rey sin dejar de ocultar su rostro —

Márchate pues — le dijo al muchacho — mañana continuaremos donde lo hemos dejado…

El muchacho recogió sus ropas en un barullo y se marchó. Mientras lo hacía Nisroc no pudo evitar echar un buen vistazo a su trasero cuya belleza lo dejaba sin respiración y encendido de deseo.

Entonces el rey descubrió su rostro y se sentó en la cama.

Padre ¿A que viene esto? ¿Por qué me visitas en horas tan intempestivas y oculto como un ladrón?

Por que nadie debe saber que me he reunido contigo ni para que.

¿Por qué? ¿de que tenéis miedo?

¿Miedo? Cautela más bien. Todavía espero que aquellos que asesinaron a tu madre den su siguiente golpe.

¿Asesinarte a ti, padre? Pero eso es imposible ¿Quién tendría el poder?

El poder, hijo, es algo que cambia de manos con mucha facilidad. Es un niño malcriado que hay que cuidar y vigilar.

Pero aquí, en la propia corte…

En la propia corte, en la propia familia… la traición está siempre más cerca de lo que uno querría…

Continúas sospechando de Sofía…

El Rey se tapó los ojos con la mano. Una pesadumbre le atenazaba al hablar de algunos temas.

Nunca lo hice. Tu hermana Sofía es inocente, lo se, pero tu hermana Lilith sin embargo…

¿Lilith? No puedo creerlo ¿Cómo sospechas de ella?

Eso es cosa de mis espías. Todavía no tengo una prueba concluyente…

¡La mataré con mis propias manos si ha sido ella! — dijo Nisroc con furia en los ojos —

No, tú no puedes matar a tu hermana y yo tampoco puedo matar a mi hija. Pero un Rey ha de hacer justicia, y si descubro que fue ella, se hará justicia. Se pasará los días atada al potro mientras le quede vida en el cuerpo.

Muy bien, padre. Es cosa vuestra.

Pero he venido para otra cosa, hijo. Necesito que organices a un numeroso ejército. Vamos a entrar en batalla.

¿De veras? — contestó el Príncipe con ansia en la mirada — ¿Contra quien? ¿Contra los bárbaros de las montañas?

No, hijo mío. ¿Recuerdas que ordené a tus soldados vigilar la entrada al mundo terrenal que mis hechiceros abrieron hace ya varios meses?

Si, padre. Las patrullas están compuestas por mis mejores hombres.

Bien, hijo. Organizarás entonces un numeroso ejército. Selecciona las guarniciones más experimentadas y no repares en gastos a la hora de armarlos y aprovisionarlos con el mejor equipo que tengamos. Vamos a irrumpir en ese mundo terrenal.

¿Vamos a invadirlo? ¡Oh, señor! ¡Me llena de dicha vuestra decisión, ya saboreo la sangre y la muerte de la que vamos a disfrutar!

Bueno, no vamos exactamente a invadir ese mundo.

No entiendo — se quedó perplejo el Príncipe —

Vamos a invadir y arrasar la ciudad que hay al otro lado del puente, pero solo por que así hacemos nosotros las cosas. Aún así, nuestro objetivo no es la conquista ni el saqueo…

El Rey sacó entonces de su cintura un rollo de pergamino. Lo desplegó y le mostró el contenido a su hijo. El príncipe lo leyó con atención.

¡No lo puedo creer! ¿Cómo es posible?

Hijo, cuando seas Rey te serán confiados muchos secretos y misterios que están en poder únicamente de magos muy poderosos. Uno de ellos es este: nuestro mundo es solo el primero de muchos mundos que existen a la vez, todos forman parte del mismo todo y en muchos mundos los mismos elementos se repiten y se suceden.

Entonces ¿Puede ser que en ese otro mundo haya un Rey Moloch también?

Pudiera ser. No lo se y, francamente, me trae sin cuidado. Abrimos un portal hacia ese mundo en concreto por el motivo que te acabo de mostrar y solo ese, y esa es la verdadera misión que te encomiendo.

¿Y la invasión?

Si, irrumpirás con tu ejército saqueando y causando el terror, pero seleccionarás un pequeño grupo de tus hombres más fieles para desempeñar esta otra tarea. Mientras los seres terrenales de ese otro mundo intentan en vano combatir tus hordas, tú realizarás un trabajo de precisión. Luego regresaréis y cerraremos el portal.

Mañana mismo comenzaré los preparativos y conduciré a mis hombres por las catacumbas.

No, por las catacumbas no. Al parecer se abrió un portal adicional de forma accidental, justo en mitad del pueblo de Trikart, lo averigüé en cuanto eché a faltar a uno de los criados de tu hermana, el tal Kalamó. Según parece el insensato se adentró en el otro mundo o bien Lilith le mandó hacerlo para investigar. Por ahí será mucho más sencillo conducir las tropas.

Comenzaré mañana mismo a prepararlo todo, padre.

Que todo esté listo en una semana.

Nisroc comenzó los preparativos al día siguiente tal y como había acordado. Por un lado reunió a sus comandantes de confianza y les informó de la parte oficial de la operación. Ellos se encargarían de reunir a los efectivos mejor preparados de las tropas y de aprovisionarlos de la mejor forma. Por otro lado, se encargó de seleccionar a un grupo selecto de hombres en los que pudiera confiar para la verdadera misión. El método de selección fue, obviamente, probarlos. Uno a uno los llevó a su alcoba donde los examinó profundamente entre las piernas y entre las nalgas. También probó sus bocas, pues todos dieron cuenta de su miembro y todos probaron el sabor de su semen.

Tras numerosos candidatos seleccionó un grupo de cuatro que también fueron amantes entre si, a estos les explicó el verdadero objetivo de la misión.

Los reunió en su alcoba y, tras hacer el amor con los cuatro quiso hablarles muy seriamente.

Muy bien — comenzó — mañana partiremos hacia ese otro mundo. Nuestros ejércitos arrasarán la ciudad al otro lado del puente entre realidades, pero nosotros cinco haremos otra cosa mientras tanto.

¿No vamos a participar en la batalla, señor? — preguntó uno de los muchachos —

Tenemos una misión más importante. El rey lleva tiempo interrogando a los individuos de ese mundo terrenal que se extravían y llegan al nuestro por error. La sonda mental de nuestros hechiceros les extrae información, toda la información de sus mentes. Hasta ahora no habíamos encontrado nada, pero hace cosa de una semana lo conseguimos.

¿Qué conseguimos, señor?

Esto…

Seguidamente el Príncipe Nisroc desplegó el pergamino que trajera su padre en su visita nocturna. Uno a uno los cinco lo fueron leyendo con atención y asombro en sus rostros.

¡Pero esa es…! — exclamó uno de los soldados —

No lo digas, no en voz alta. Digamos que es la persona que tenemos que encontrar. Tenemos un mapa de la ciudad elaborado a partir de los recuerdos de ese individuo. He dibujado copias para los cinco — dijo distribuyendo cuatro pergaminos iguales donde se podía interpretar un tosco mapa de la ciudad de Ámsterdam — mañana nuestros ejércitos irrumpirán en esa ciudad y la poblarán de muerte y destrucción, pero nosotros cinco haremos otra cosa.

Señor — quiso comentar uno de los soldados — ¿esta misión es secreta?

Muy secreta — dijo el Príncipe — nadie salvo los que estamos aquí debemos saber una palabra.

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