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Los Agentes del Ojo (14)

en Grandes Series

Los soldados llevaron al prisionero hasta una celda y lo dejaron allí. El carcelero atendió a las instrucciones del capitán antes de cerrar la puerta con llave, luego, el capitán recorrió la mazmorra hasta llegar a otro lugar, una sala custodiada por dos guardias que inmediatamente le permitieron pasar.

Dicha sala era una discordancia en aquel subterráneo. Celdas y más celdas iluminadas por penumbrosas antorchas no preparaban para entrar en una lujosa cámara de mujer, exquisitamente amueblada y decorada e iluminada con velas.

En la misma, sentada frente a un escritorio revisando unos pergaminos, se encontraba una mujer de la misma especie que todos en aquel extraño mundo. Su cabello era muy corto y de color rojo fuego. También tenía cuernos en la frente y unos ojos verdes muy pequeños y vivos. Era muy hermosa aunque dotada de un cierto aire andrógino. Llevaba un vestido de color verde abierto por delante que dejaba intuir unos pechos realmente escasos. El mismo vestido se prolongaba en una cola cortada por los extremos que le permitía enseñar las piernas, que de rodilla para abajo eran peludas y de apariencia caprina y, de vez en cuando casi de forma imperceptible, una cola delgada y acabada en punta de flecha asomaba por entre el corte del vestido.

Duquesa… — dijo el capitán al entrar en la cámara haciendo una reverencia —

Capitán Kurm — contestó la mujer sin levantar la vista de los papeles que estaba examinando —

Hemos capturado a otro extranjero en el túnel, mi señora…

Fabuloso — contestó sin entusiasmo alguno — mi padre estará contento —

Es un prisionero curioso, mi señora… está hechizado.

¿De verdad? — dijo levantando la cabeza y mirando al capitán — creía que la magia era extraña en ese mundo de locos —

Parece ser que no, mi señora, además hemos capturado también esto.

El Capitán Kurm sacó una bolsa de piel de su cadera, la abrió y depositó su contenido encima de la mesa. No era otra cosa que la pequeña hada Foxglove. Aún refulgía como un farol, pero parecía sin fuerzas. Se dejó caer encima de la mesa y echó un vistazo a su alrededor con pereza, como si se acabara de despertar.

¡Vaya! Hacía mucho que no veía una criatura semejante… — dijo la Duquesa con una sonrisa en los labios —

Tengo frío — contestó Foxglove en la misma lengua que las criaturas de piel roja —

La Duquesa recogió cuidadosamente a la pequeña hada con ambas manos, la sostuvo en ellas y la acercó a su boca para echarle el aliento y tratar de calentarla.

Foxglove aprovechó el contacto físico para refulgir mientras tocaba a la Duquesa.

A mi no puedes hechizarme, pequeñina — dijo la Duquesa con una sonrisa llena de simpatía —

Parece muy joven — añadió el Capitán —

Creo que tengo una jaula por ahí, luego iré a buscarla…

¡No! — protestó el hada intentando en vano salir volando de la mano de la mujer, pero ésta la sujetaba — ¡No quiero volver a estar encerrada!

Es un poco rebelde… — dijo el Capitán sonriente —

No debe de estar domesticada — dijo la Duquesa al tiempo que se levantaba y buscaba algo en un gran baúl, sin dejar de sujetar con fuerza en su mano al hada —

¿Dónde está el humano guapo? — quiso saber el hada con desesperación en la voz —

¿Has oído? — preguntó la Duquesa — ¿Qué relación tendrá con el prisionero? ¿Será su dueño o su mascota?

¡Que gente tan primitiva! — exclamó el capitán, divertido —

Finalmente, tras revolver un poco el baúl, la Duquesa encontró lo que buscaba, que no era otra cosa que una jaula con barrotes de oro parecida a las que se usan para que vivan los canarios o los periquitos. La colocó encima de la mesa e hizo entrar en ella a Foxglove.

¡No! — exclamó desesperada con lagrimas en los ojos que se tornaban gotas de rocío al caer — ¡Otra vez no! ¡Otra jaula no!

Pobrecita — dijo la Duquesa con suficiencia — pero ya se acostumbrará.

Mi señora, deberíamos visitar al prisionero…

Desde luego, vamos a ello.

La Duquesa y el capitán desandaron el camino realizado por éste hasta llegar a la celda en la que habían encerrado a Ryder.

La celda era un habitáculo estrecho sin un solo mueble y totalmente a oscuras. Sólo una puerta de hierro y madera la comunicaba con el exterior. Las paredes eran frías y, en general, hacía un frío polar allí dentro.

Cuando el carcelero abrió la puerta Ryder aún dormía en el suelo. Tenía una expresión de felicidad en el rostro.

Despiértelo — ordenó la Duquesa —

El carcelero abofeteó a Ryder hasta conseguir despertarlo. Éste lo hizo con una sonrisa idiota en el rostro, como si acabase de tener un sueño agradable. Al despertar pronunció algo que nadie entendió.

Habla en nuestro idioma — ordenó la Duquesa —

Buenos días… — dijo Ryder ahora en el idioma de las criaturas de piel roja — creo que me he quedado dormido…

¿Que es? — quiso sabe la Duquesa — ¿un idiota?

Recuerde que está hechizado, mi señora… — contestó el Capitán Kurm —

Carcelero — ordenó nuevamente la Duquesa — no soporto esa sonrisa imbécil, quiero que le conjure el hechizo a este patán—

El Carcelero se marchó haciendo una reverencia. El Capitán y la Duquesa se quedaron solos con el prisionero.

Bien mirado, es atractivo este prisionero

Si — reconoció el Capitán — a pesar de la palidez de su piel tiene un cierto atractivo…

Al cabo el carcelero regresó. Llevaba consigo un brasero encendido y hierro de marcar. Cualquiera hubiera gritado presa del pánico al ver esos objetos pero Ryder se limitó a mirarlos con extrañeza.

El verdugo procedió, quitándole la camiseta a Ryder. La Duquesa echó un buen vistazo a su torso desnudo y no le desagradó. Luego, el verdugo hizo que se pusiera de espaladas contra la pared y colocó el hierro en el fuego. Cuando consideró que estaba ya lo suficientemente caliente se lo aplicó a la espalda.

El grito de Ryder se escuchó por toda la mazmorra. Era un grito de dolor extremo, algo desmesurado y lastimero. Al mismo tiempo se convulsionaba y tosía hasta conseguir toser lo que parecía un pájaro. Un pájaro de niebla que tan pronto salió de su boca se disipó en el aire. La quemadura del hierro en su espalda también se disipó, como si nunca la hubiera tenido.

Ryder miró a su alrededor. Lo último que recordaba era cierta habitación de un lujoso hotel, donde aquella hada manipuladora había transformado en gallinas a sus dos amigas. Ahora estaba en algún lugar extraño, con criaturas como la que él y su amigo el profesor habían combatido en las alcantarillas.

Con un rápido movimiento le arrebató de la mano al carcelero el hierro de marcar y le golpeó con él en la cabeza. La criatura cayó hacia un lado describiendo un arco sanguinolento. Luego le dio una patada en la laringe al Capitán Kurm que lo sacó fuera de la celda. Con respecto a la Duquesa intentó golpearle con el hierro que aún tenía en la mano, pero antes de poder usarlo ella misma lo sujetó.

Ryder se quedó cautivado por los verdes ojos de la mujer, pero tan solo los admiró un segundo. Por mucho que le gustaran las mujeres, había un momento para cada cosa.

Se palpó entonces en la cadera y descubrió con alegría que no le habían quitado su revolver. Supuso que aquellas criaturas no debían saber que se trataba de un arma. Con un rápido movimiento desenfundó, amartilló el arma y descargó cuatro disparos a bocajarro contra la Duquesa.

Entonces se tranquilizó. Miró nuevamente a su alrededor. Tenía un cadáver y dos inconscientes, tenía que salir de allí deprisa. No le gustaba nada encontrarse en terreno enemigo, y mucho menos si no sabía como había ido a parar allí.

Realmente — dijo la Duquesa desde el suelo — eres un hombre peligroso…

Ryder volvió a disparar contra ella (las dos balas que le quedaban en el tambor), pero la mujer continuaba con los ojos abiertos, esos bonitos ojos verdes.

¡Ya basta! — le dijo al recibir los impactos — ¡eso duele!

Pero no te mueres — dijo Ryder inclinándose sobre ella —

Hace falta algo más que eso para matar a la Duquesa Sofía de Gehena.

La Duquesa se incorporó torpemente y se sacó ella misma una de las balas metiendo los dedos en uno de los agujeros.

¿Cuál es tu nombre, extranjero?

Me llamo Joe Ryder. Me temo que no tengo título ninguno…

Ya veo — contestó la Duquesa —

Lo siguiente que hizo la Duquesa fue dar un puñetazo en la mandíbula a Ryder. Del golpe salió despedido estrellándose contra la pared del fondo de la celda. Quedó inconsciente de inmediato. Luego despertó al capitán.

Despierta, capitán Kurm. El mundano ha resultado ser mucho más peligroso e interesante de lo que parecía en un principio.

He podido verlo con mis propios ojos, mi señora — dijo el Capitán incorporándose —

Que el carcelero lo llene de grillos aprovechando que está inconsciente. Es muy, muy peligroso, y quitadle todo lo que lleve encima.

¡Mi señora! — Exclamó el capitán Kurm al observar que la Duquesa estaba llena de heridas de bala que le sangraban — ¡Estáis herida!

No es nada que no pueda curar un poco de descanso.

Entonces abandonaron la estancia cerrando la gruesa puerta de madera tras de si. La oscuridad envolvió por completo a Joe Ryder.

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