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Los Agentes del Ojo (2)

en Grandes Series

El sol del mediodía brillaba en un despejado cielo. Los campos de trigo se extendían por doquier como un mar amarillo, pero apenas se escuchaba ningún sonido. Sólo el carraspeo del motor del tractor, estropeándose otra vez.

El muchacho bajó del tractor. Debía tener unos dieciséis o diecisiete años pero era especialmente corpulento y musculoso y medía más de dos metros. Era de color y no tenía el más mínimo vestigio de pelo en todo el cuerpo: ni en brazos, ni en el pecho ni en la cabeza. Tenía los labios gruesos y carnosos, la mirada vivaz y los rasgos equilibrados, hermosos e inocentes.

Vestía tan solo un mono de trabajo azul, no iba ni calzado y, a pesar del sofocante calor, no había rastro alguno de sudor en su tostada piel.

El muchacho puso las manos en jarras. Se agachó un poco y después, usando tan sólo una mano, levantó el tractor empujándolo hacia un lado como el que levanta el colchón de su cama para ver que hay debajo.

Estuvo observando un rato hasta quedar satisfecho. Luego lo dejó suavemente en el suelo otra vez. Miró hacia el horizonte donde había una casa y un granero y estuvo un rato en esa posición. Luego cambió radicalmente su postura, cogió el tractor de un extremo, lo cargó en un hombro y se puso a caminar en dirección a la casa sin ninguna prisa.

Veinte minutos después llegaba a la casa cargando con una mano un tractor de tonelada y media. Lo dejó suavemente en el suelo mientras una mujer de edad madura se aproximaba a él.

El tractor se ha vuelto a estropear, Madre.

Mañana lo arreglaremos — contestó la mujer con una sonrisa.

La mujer se acercó al muchacho para acurrucarse a su lado y ponerse de puntillas para besarle en los labios. Era bastante más pequeña que él y de raza blanca. Debía rondar los cincuenta y llevaba puesto un fresco vestido de tirantes.

El muchacho le acarició el cabello y agachó un poco la cabeza para volver a besarla en los labios. Luego llegó otro beso, pero este utilizando la lengua. Al mismo tiempo una de sus manos acarició por encima de la ropa uno de los pechos de la mujer.

La mujer entornó los ojos y mostró una mueca de placer mientras el muchacho le besaba en el cuello y hacía caer el tirante de su vestido, dejando uno de sus pechos al descubierto.

Vamos adentro, hijo... — dijo la mujer subiéndose el tirante —

Entraron entonces en un establo en el que estaban guardados dos caballos de trabajo. El muchacho se sentó en el suelo sobre una bala de paja y la mujer sobre sus piernas, rodeándole la cintura con las suyas.

Primero le desabrochó el mono por delante, descubriendo su torso musculoso y su vientre liso y fibrado. El muchacho se dejaba hacer mientras su madre le acariciaba el pecho y le terminaba de desnudar. Se adivinaba en su rostro mucha más ternura que lascivia mientras la mujer lo acariciaba y besaba.

Finalmente la mujer se colocó a un lado y deslizó su mano por debajo de la parte inferior del mono. A manos llenas le estuvo acariciando el miembro bajo la ropa hasta decidirse a sacarlo afuera. Tenía un falo especialmente largo y grueso, sembrado de venas y duro como una barra de hierro. Su madre se lo frotaba de arriba a bajo con lentitud para después pararse un momento a acariciar sus lampiños testículos.

¿Qué te gustaría que te hiciera mamá? Espera, no me lo digas — dijo la mujer poniendo el dedo índice en los labios de su hijo — déjame que lo adivine...

Seguidamente la mujer se arrodillo frente a su hijo y engulló su miembro todo cuanto pudo.

Esto es lo que más te gusta ¿verdad? — dijo sacándosela de la boca un instante —

Si, Madre, pero también me gusta cuando estoy dentro de ti...

A mamá también le gusta cuando estás dentro suyo... — contestó la mujer con ternura —

La mujer volvió a su tarea. Se la chupaba lentamente, tomándose su tiempo, saboreándola... haciendo alguna pausa para frotársela enérgicamente, para lamer también sus testículos o darle algún mordisquito, y mientras hacía todo esto se había remangado el vestido para dejar una mano entre sus piernas. Uno de los tirantes estaba ya totalmente caído y los pechos de la mujer ofrecían una vista privilegiada al muchacho.

Me gustan mucho tus pechos, Madre...

La mujer sonrió con ternura mientras miraba a su hijo. Después, se bajó el otro tirante del vestido para dejar libres sus dos pechos y que su hijo los viera. Luego volvió a agachar la cabeza para seguir chupandosela.

De pronto, los caballos relincharon inquietos.

Madre ¿qué es ese zumbido?

Yo no oigo nada, hijo...

La mujer estaba acostumbrada a prestar atención a los agudos sentidos de su hijo, así que permaneció quieta y en silencio un instante hasta conseguir oír lo mismo que él.

Al principio era un ruido mecánico, como el sonido de un ventilador a plena potencia. Luego fue aumentando hasta hacerse ensordecedor. Se levantó colocándose de nuevo los tirantes sobre los hombros, tapando sus pechos desnudos, y echó un vistazo afuera abriendo tan solo una rendija de la puerta del establo. En el exterior, un helicóptero estaba aterrizando.

Hijo, rápido, vístete y no salgas del establo hasta que yo lo diga.

La mujer intentó arreglarse estirando su vestido y alisándose el pelo con la mano. Cuando consideró que estaba lista salió del establo. El helicóptero había aterrizado del todo y de él habían surgido dos individuos, un hombre y una mujer.

¿Quiénes son ustedes y que están haciendo en mi propiedad? — preguntó con un gesto severo, cruzando los brazos por delante del pecho —

Buenas tardes, señora Henry — dijo la mujer rubia mostrando el forro de su cartera — me llamo Diana Dywane y pertenezco a la NSA, solamente queremos hablar con usted.

La mujer se estremeció un momento y luego miró a su alrededor.

Muy bien, pasen adentró, estaremos más cómodos.

¡Ese debe de ser su hijo! — exclamó Diana Dywane al ver que el muchacho se asomaba por la puerta del establo —

Si, es mi hijo John — dijo la Señora Henry con cierto reparo — ¡ven aquí, hijo!

El muchacho se acercó rápidamente a su madre y se agarró a ella como un chiquillo tímido.

¿Quiénes son estas personas, Madre? — Le susurró a ésta, pero no le contestó —

Vayamos adentro, estaremos mejor...

La Señora Henry se adelantó estirando del brazo de su hijo, que avanzaba torpemente, mirando de vez en cuando hacia atrás con cara de sorpresa.

El hombre que acompañaba a Diana Dywane (que no era otro que Joe Ryder) sujetó el brazo de ésta con fuerza obligándola a detenerse.

¿NSA? ¿Ahora eres de la NSA? ¿No pertenecías a al MI6? ¿A que organización perteneces realmente?

Por favor, Joe — dijo intentando que los Henry no se enteraran de lo que decía — ahora no es momento de hablar de esto... ¡Y suéltame el brazo!

Pues has tenido tiempo más que de sobra en el viaje en avión desde Londres...

Ryder y Dywane entraron en la casa y fueron conducidos a un hogareño salón. Los muebles eran sencillos pero acogedores. Los dos tomaron asiento en un espacioso sofá que se situaba a un lado de una mesa de centro. Al otro lado había dos sillones que la Señora Henry y su hijo utilizaron para sentarse.

¿Y bien? — dijo la señora Henry en un tono gélido — ¿qué es lo que tiene que decirme, señorita...?

Dywane. Diana Dywane, y este es el señor Joe Ryder, Señora Henry.

Puede llamarme Angélique.

De acuerdo, Angélique. Verá, según nuestros informes, algo se estrelló en su propiedad hace aproximadamente quince años. Algo extraño y desconocido que cayó del cielo e hizo un buen agujero al hacerlo.

¡John, cariño! — interrumpió Angélique Henry repentinamente — estos señores han venido de muy lejos y estarán cansados y hambrientos ¿por qué no vas a la cocina y preparas un poco de café? Trae también unas galletas. Si no hay en el armario busca en el sótano...

Si, Madre, enseguida voy — dijo el muchacho abandonando el salón —

Continúe, por favor.

Diana Dywane esbozó una sonrisa maliciosa antes de continuar con su monologo.

Bien, eso fue hace más o menos quince años. Después usted presentó a sus vecinos del pueblo un bebé de casi un año y les explicó que, tras unas complicadas gestiones, lo había adoptado, que era un niño africano.

Así es, mi hijo es adoptado...

Pero al mismo tiempo lo inscribió en el registro civil de Topeka como hijo biológico suyo.

Y eso es algo que no creo que sea un maldito asunto suyo — dijo la Señora Henry molesta —

En realidad no.

Entonces ¿a qué viene todo esto?

Su hijo es un muchacho muy especial... apenas le ha permitido usted asistir al colegio o relacionarse con otras personas, sin embargo, ha hecho todos los exámenes y pruebas de estudios correspondientes a su edad y los ha aprobado todos, con una nota muy por encima de la media. Es usted una excelente profesora, Angélique...

Contraté un profesor particular para John.

Si, ya se que ese es lo que ha estado contando para justificar el alto nivel académico de su hijo, pero no existen registros ni facturas de ningún tipo que demuestren que ese profesor existió.

Estoy empezando a enfadarme, señorita Dywane — dijo Angélique Henry poniéndose de pie — ¿a dónde quiere ir a parar?

Disculpe a mi compañera, Señora Henry — dijo Joe, que había estado en silencio hasta ahora — le gusta impresionar a los demás con las cosas que sabe...

¡Un momento! — exclamó Dywane —

Eso ya lo veo — dijo Angélique sonriendo al apuesto desconocido —

Pero déjele hablar, llega un momento que para, se lo aseguro...

Dywane se encogió de hombros y se dispuso a proseguir. Una mirada de complicidad se estableció entre Ryder y Henry. Quizá por que los dos se habían reído de la misma cosa o quizá por que Ryder era un hombre muy atractivo. Por su parte, Angélique podía ser una mujer de edad, pero aún conservaba mucha de la belleza de su juventud. Además, el vestido hacía muy poco para disimular la forma de sus pechos y ocultar sus pezones erectos.

Usted enviudó unos años antes de que "adoptara" a John. No se podía hacer cargo de la granja usted sola y tenía a su cargo a siete trabajadores. Trabajadores que despidió hace unos cuatro años, pero su granja es prospera y productiva ¿la trabajan usted sola y su hijo? ¿No es mucho trabajo para una mujer y un muchacho?

No si tienes la maquinaria adecuada...

Yo no he visto más que un tractor...

Estoy seguro — intervino Ryder — que la Señora Henry tiene cosas que hacer ¿y si vamos al grano?

Muy bien — dijo Dywane sacando una carpeta llena de documentos — iré al grano.

"Este condado está lleno de sucesos extraordinarios que no tienen explicación. Quince testigos vieron hace tres años lo que parecía un muchacho de trece o catorce años corriendo junto al tren de cercanías con destino al condado vecino y dejándolo atrás. Era un muchacho de color. También hay testigos que dicen haber visto a un muchacho de color en la mina de Golden Crow, a veinte kilómetros de aquí, jugando a amontonar rocas. De unos trescientos a cuatrocientos kilos cada una. El muchacho debía tener once o doce años..."

Madre — dijo John Henry apareciendo de pronto con el café — no he podido encontrar las galletas. Ni en la cocina ni en el sótano. He traído los bollos que sobraron del desayuno...

Señora Henry — dijo Diana mirando a Angélique fijamente — sabemos lo que es su hijo y lo sabemos desde hace muchos años...

¿Lo que soy yo? — preguntó John Henry con angustia en la voz —

¡Ustedes no se van a llevar a mi hijo! — dijo Angélique incorporándose de nuevo —

Señora Henry, creo que hay un malentendido — dijo Joe Ryder también poniéndose de pie —

John, échalos.

Lo siguiente que sucedió fue un relámpago.

Ryder y Dywane se vieron de pronto en el exterior de la casa y en el suelo. En la pared de la casa había un gran boquete. John Henry estaba de pie, junto a ellos, y les contemplaba desde su privilegiada perspectiva. Su expresión ya no era inocente ni amable. Por el contrario sus ojos mostraban una furia digna de un toro bravo.

Ryder intento derribarlo estando en el suelo dándole una patada en la pantorrilla, pero fue como si golpeara una columna de piedra.

Vuelvan a su helicóptero y regresen por donde han venido. Mi madre no los quiere aquí.

¡Tu madre no nos ha dado la oportunidad de explicarnos! — Gritó Ryder —

¡He dicho que se marchen! No quiero hacerles daño...

¿No quieres hacerme daño? — preguntó Ryder con muy mal humor — Ya veremos quien hace daño a quien...

Ryder se puso de pie y sorprendió a su oponente con una patada de Jiu Jitsu en la mandíbula. Pero fue también inútil. John Henry ladeó la cabeza, pero lo peor del impacto se lo llevó el pie de Ryder. Lo siguiente fue una patada en el estomago, y luego un codazo en el pecho, pero en ningún momento lo derribó, más bien parecía que se había dado los golpes a si mismo.

¿Pero de que estás hecho, de piedra?

Mientras tanto, Diana Dywane había aprovechado para levantarse e ir hacia la casa. La Señora Henry contemplaba la escena a través del agujero que había hecho el cuerpo de su hijo. Diana se asomó por él para hablarle.

Señora Henry, usted ha malinterpretado nuestras intenciones, no queremos hacerle nada malo a su hijo, al contrario...

Siempre he temido que alguien quisiera apartarlo de mi lado, por eso tuve mucho cuidado de que nadie se diera cuenta de las cosas que podía hacer...

Pero Señora Henry ¿No quiere usted a su hijo? ¿no entiende que aquí desperdicia su potencial? Con sus notas podría estudiar en cualquier universidad del país, y con su talento podría llegar a hacer todo lo que quisiera. Podría ser un as del deporte o ayudar a la gente...su hijo podría ser lo que quisiera...

Mientras, John Henry había decidido contraatacar. Ryder apenas vio el movimiento hasta que la mano de acero del muchacho estuvo en su cuello. Una leve presión hacía que Ryder tuviera serias dificultades para respirar.

Ahora os iréis de aquí. No se para que habéis venido, pero mi madre no os quiere.

Desesperadamente, Ryder probó el último recurso que le quedaba. Con sus últimas fuerzas asestó una patada entre las piernas del muchacho.

Sorprendentemente John Henry dejó ir la presa y se dobló por la cintura.

¡Vaya! Parece que he encontrado tu punto débil... tienes las pelotas tan frágiles como cualquier tipo corriente...

Dos pueden jugar a lo mismo...

Y tras decir esto una patada muy rápida (tanto que no la vio llegar) se estrelló dolorosamente entre las piernas de Ryder.

Cuando Dywane y Angélique llegaron a la altura de los dos, John ya se estaba recuperando del puntapié, al contrario que su adversario, que yacía aún en el suelo, dolorido y en posición fetal.

¿Puedo hablar con mi hijo un momento?

Claro que si — Contestó Diana Dywane —

La Señora Henry se llevó a su hijo a un rincón mientras Diana auxiliaba a su dolorido compañero.

Le acarició el rostro dulcemente mientras le miraba a los ojos.

Hijo ¿eres feliz aquí?

Soy muy feliz, Madre. Me gusta el trabajo del campo y me gusta estar contigo a todas horas. Me gusta estar contigo y me gusta tenerte, las cosas que hacemos, las caricias...

¿No te gustaría ver otras cosas? ¿Conocer a otras personas? ¿Ver el mundo?

Yo... no lo se...

Si quieres, puedes estudiar en una buena universidad. Harás amigos, conocerás chicas...

¿Y tu vendrás conmigo, Madre?

No, yo no puedo ir contigo, esto es algo que tienes que hacer tu solo.

¿No quieres ya estar conmigo, Madre?

¿Cómo puedes decir eso? Tú eres mi vida, eres lo más grande que hay en mi existencia, si te pierdo no tengo nada ¡Me gustaría estar siempre contigo!

Entonces ¿para qué quieres que me vaya?

Por que a veces, hijo, lo que uno quiere no es necesariamente lo que necesita.

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