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La Prueba

en Amor filial

El muchacho y su madre llegaron a la casa en coche. Estaba nervioso y excitado. Le dolía la cabeza y tenía ganas de ir a lavabo.

Al detener el coche en el aparcamiento, su madre le sonrió y le acarició el cabello.

—    ¿Estás nervioso?

El muchacho asintió, ruborizándose.

—    ¿Estás nervioso o estás caliente?

Las dos cosas, pensó el muchacho para si, pero no dijo nada. Lo cierto es que, cuando pensaba en ello, se le ponía dura.

Su madre aproximó la cara hasta alcanzar la boca de su hijo con la suya. El muchacho dejó que su madre le metiera la lengua dentro y jugara un rato con la suya.

—    Venga… — susurró ella mientras sonreía — que nos esperan…

Les abrió la puerta la tía Mercedes, la hermana de su madre, unos años menor que ella. Al muchacho le pareció que estaba más guapa que de costumbre. Llevaba maquillaje y un vestido sencillo que le dejaba las rodillas al aire. Se había cortado el cabello desde la última vez. Ahora le llegaba hasta el cuello.

—    Hola, Emilio — dijo saludándole con dos besos — que guapo estás…

El muchacho, su madre y su tía se adentraron en la casa. En el salón les esperaba la abuela, sentada en el sofá.

A pesar de que tenía sesenta años, al muchacho se le puso dura nada más verla. La mujer también se había engalanado para la ocasión, llevaba un corte de pelo todavía más corto que el de su hija pequeña y exhibía un escote increíble, como Emilio nunca había visto en su abuela. Le parecieron unas tetas enormes… y la boca maquillada de su abuelita le pareció también muy apetitosa…por si fuera poco, la mujer llevaba una falda algo corta para su edad. Vestía unas medias negras y el cruce de piernas sentada mostraba unos muslos extraordinarios.

La mujer se levantó a saludar a su nieto y enseguida los cuatro se sentaron en el sofá y en sendos sillones que se encontraban enfrente. La abuela fue la primera en hablar.

—    Me alegro mucho de verte, jovencito… ¿tu madre ya te lo ha explicado todo?

—    Si, abuela…

—    ¿Y que piensas de esto?

—    ¿Qué pienso? — dijo Emilio muy contento — ¡Es genial! No me lo creía al principio pero… ahora que lo se…

—    Llevo ya una semana llevándomelo a la cama, madre… — intervino la madre de Emilio —

—    ¡Ah! — dijo la abuela — entonces ¿ya has probado el incesto con tu madre? ¿Y que te ha parecido?

—    ¿Qué que me ha parecido? ¡Uf! Es lo mejor que me ha pasado nunca… nunca pensé antes que mamá fuese tan ardiente…

Emilio había cumplido los dieciséis hacía una semana. Esa misma noche su madre le había regalado invitarle a su cama y hacerle pasar una velada  de incesto y lujuria. Todas las noches a partir de entonces  aquel adolescente disfrutaba de una madura mujer de treinta y nueve años dispuesta a complacerle sexualmente de todas las formas posibles. Todas las noches sin excepción.

—    Todas somos muy ardientes en esta familia — declaró la abuela — y muy incestuosas…

La mirada de la abuela no era la misma que Emilio conocía de cuando era niño. Estaba llena de deseo y de lascivia… y su voz… parecía la voz de una línea erótica…

—    Mi padre, tu bisabuelo, me pervirtió a mí cuando tenía sólo dos años más que tú. Me llevó a su dormitorio para convertirme en su juguete y me entregó después  a sus amigos para que dispusieran de mi como les viniera en gana…y también a  las esposas de sus amigos, que me iniciaron en los placeres femeninos…Luego yo pervertí a mis hijas, a tu madre y a tu tía, cuando tenían tu edad... tu madre aun tuvo la suerte de yacer con tu bisabuelo y de ser mancillada por él, antes de que muriera…

—    Y yo, ahora… — dijo Emilio—

—    Tú, ahora, estás siendo pervertido por tu madre. Como debe ser. Y esta tarde celebraremos tu cumpleaños en familia, y yacerás con tu tía y con tu abuela. Cuando seas mayor, cuando tengas tus propios hijos, los pervertirás como ha de  ser y, si todavía es posible, se los entregarás a tu madre como ella te está entregando hoy a nosotras…

La abuela indicó a Emilio que se aproximara. El muchacho permaneció de pie mientras su abuela le acariciaba entre las piernas por encima del pantalón.

—    La tienes dura como una piedra  — celebró la abuela — ¿Esa es la reacción que te causa visitar a tu abuela?

—    Está muy bien dotado, madre — le indicó la madre de Emilio — me ha hecho disfrutar mucho con su miembro…

—    ¿De veras? — dijo la abuela sin dejar de toquetear la entrepierna del muchacho — ¿Y se te pone igual de dura cuando miras a tu madre?

—    Sólo de pensar en ella, abuela, ya se me pone dura…

—    Así me gusta — sentenció la abuela — lo que un buen hijo debe sentir por su madre es una insana  e incontenible lujuria…

El muchacho comenzaba a sentir mucho placer con los manoseos incesantes de su abuela. Tenía el miembro a punto de estallar.

—    Quiero ver como deseas a tu madre, como la tratas… quiero que me enseñéis las perversidades que cometéis el uno con el otro…

Emilio, muy contento, se aproximó a su madre, que lo recibió con una sonrisa en la cara.

—    Normalmente me gusta que estas cosas sucedan en el dormitorio — explicó la abuela — pero dado que somos cuatro, creo que será mejor que comencemos aquí…

Emilio tomó asiento junto a su madre y la rodeó con un brazo. Le besó en la boca y, con la otra mano, comenzó a acariciarle los pechos por encima de la ropa.

Tras unos cuantos besos, su madre se detuvo para quitarse la camiseta y quedarse en sujetador. Emilio le ayudó entonces a desabrochar el cierre y dejar libres sus dos pechos. Se abalanzó entonces a acariciárselos y a lamer sus pezones.

—    Es un buen chico — declaró la tía Mercedes al tiempo que se quitaba las bragas —

—    Es un sucio pervertido — dijo la abuela — y esta tarde nos colmará de placer a las tres…

Tras unos instantes en los que la lengua del muchacho se cansó de chupetear los pechos de su madre, los dos se incorporaron para acabar de desnudarse. Su madre se quitó la falda y se quedó tan sólo con las braguitas y las medias. El chico se quitó la camiseta y luego el pantalón. Sus calzoncillos eran un barullo por debajo de sus testículos. Lucía una erección considerable, no parecía que aquello pudiera haber estado atrapado en unos vaqueros. La tenía gorda, además de larga. Una buena herramienta, como había dicho su madre.

La tía Mercedes había perdido completamente la compostura. Se había arremangado la falda y, sentada en el sillón orientada hacía su hermana y su sobrino, se masturbaba con los muslos muy separados, gimiendo escandalosamente. Su madre, sin embargo, observaba con interés sin modificar su pose impasible. No parecía especialmente  excitada por lo que veía.

—    ¿Qué te gustaría que te hiciera mamá? — preguntó juguetona la madre de Emilio — ¿quieres que te la chupe un poquito?

El muchacho, tímido, no contestó. Sólo se dejó hacer. Su madre hundió la cara en su regazo para engullir su miembro y comenzar a succionarlo con  ganas. Mercedes se frotaba mientras tanto con brío, gimiendo en voz alta.

—    Ve tu también — le ordenó entonces la abuela — se que te mueres de ganas…

Sin esperar un segundo, la tía Mercedes se arrodilló frente s u sobrino y esperó paciente a que su hermana terminara de acaparar el miembro para comenzar a chuparlo ella.

Pronto, tía y madre estuvieron turnándose en apoderarse del pene del muchacho, ansiosas de devorarlo como animales, compitiendo por ver cual de las dos lo tenía en la boca más tiempo.

—    Tu madre y tu tía son unas degeneradas — dijo entonces la abuela — sólo piensan en una cosa en todo el día ¿adivinas cual?

—    Si, abuela — dijo el muchacho entre gemidos — son unas putas…

—    Bueno… yo no hubiese utilizado ese lenguaje — comentó la abuela algo molesta — pero tienes razón, eso es lo que son, así las eduqué…

Las dos hermanas se rieron, pícaras. Entonces comenzaron a besarse entre ellas. Eran besos lascivos que alternaban con lamidas al glande del muchacho.

—    Muchacho — comenzó la abuela — ¿te gusta ver a tu madre y a tu tía besándose así? ¿te excita?

—    Si, abuela, siempre me ha gustado ver a dos mujeres juntas…

—    Cuando tenían más o menos tu edad, las hacía dormir juntas y se pasaban toda la noche despiertas, haciéndose caricias y lamiéndose la una a la otra… ellas pensaban que yo no loes oía, pero estaba detrás de la puerta, escuchando y observando por una pequeña rendija…

Presas de una excitación incontrolable, las dos hermanas comenzaron a besarse con pasión. La abuela ordenó al muchacho que se retirara, que les dejara sitio. Emilio obedeció, sentándose junto a su abuela, a masturbarse mientras observaba la incestuosa escena.

Mercedes terminó de desnudarse y la madre de Emilio se quitó las bragas. Pronto la hermana pequeña estuvo lamiendo entre las piernas de la mayor como una posesa. Le abría la vagina con ambas manos y dejaba suelta la lengua que recorría aquel sabroso agujero como si estuviese embadurnado en miel.

—    ¿Te gusta lo que ves, mi querido nieto?

—    Ya lo creo — contestó Emilio masajeándose el miembro — me las follaría a las dos ahora mismo…

—    ¡Cuida tu lenguaje, jovencito! — le reprendió entonces — no me gustan nada esas vulgaridades… además, utilizando tu pobre vocabulario… no te vas a “follar” a ninguna de las dos, esta tarde. A quien te vas a “follar” ahora mismo es a tu abuela…

—    ¿De verdad?

—    Bésame…

La abuela besó al chico de una forma muy lasciva, usando la lengua para chuparle toda la boca. El muchacho le palpó el muslo y trató de hacer lo mismo con sus pechos.

—    Ahora, querido nieto — dijo la abuela poniéndose de pie — tienes que ayudar a la abuela a desnudarse…

El muchacho obedeció, muy excitado, comenzando por la falda para después quitarle la blusa. La mujer llevaba puesta una ropa interior de fantasía, incluyendo un sujetador que realzaba sus ya grandes pechos, ligueros y medias negras.

—    Bájale las bragas a la abuela…

Emilio se aproximó a un trasero de grandes dimensiones para tirar de unas braguitas de encaje de color negro y rojo. Las bajó y se encontró con una vulva afeitada de labios gruesos y  que despedía un aroma muy intenso.

—    Ahora vas a lamer el néctar más delicioso que jamás se ha encontrado entre las piernas de una mujer — dijo la abuela volviéndose a sentar, abriendo bien las piernas y mostrando una vagina abierta y rosada cuyos labios separaba con amabas manos — venga… dale placer a la abuela…

El muchacho, terriblemente excitado, se arrodilló entre los muslos de su abuela y acercó la cara a la golosina que se le ofrecía. Olisqueó un poco el poderoso aroma que despedía y luego comenzó a lamer. Su madre le había explicado como debía de dar placer oral a una mujer. Lo importante, le había dicho, era lamer el clítoris con ritmo e insistencia.

El chico hizo lo que sabía, primero probó los caldos del interior de la vagina, salados y pegajosos, para después ir al prominente clítoris que parecía un pequeño pene apuntando a su frente. La abuela recibió de buen grado las primeras chupadas y le acarició la cabeza al muchacho con dulzura.

Mientras tanto, la madre de Emilio se había dado la vuelta y su hermana pequeña le lamía ahora el ano. Separaba sus nalgas con amabas manos para conquistar el agujero que tanto ansiaba a lametazos.

—    Mi querido nieto — dijo la abuela entre espasmos — tengo la impresión de que, a partir del día de hoy, vas a pasar muchas horas en esta posición…creo que voy a convertirte en mi juguete personal…

Mercedes comenzó a sustituir su lengua por sus dedos, introduciéndolos tanto por el ano como por la vagina de su hermana. Ésta gemía y le pedía más.

—    Sigue lamiendo — susurraba la abuela  entrecortadamente — cuando tu madre tenía tu edad se pasaba horas lamiendo igual que estás haciendo tu. Se peleaba con tu tía por alargar su turno de lamer entre las piernas de su madre…

El sabor de la vulva de su abuela inundaba la boca del muchacho de una forma embriagadora.  Emilio había perdido la virginidad con su madre y nunca antes había estado con otra mujer que no fuera ella.  Su abuela se le antojaba una suerte de manjar que, de no haber tenido la fortuna de que fuera la madre de su madre y, al mismo tiempo, una viciosa dada al incesto, nunca habría probado. El chico lamía frenético disfrutando de ese sabor tan intenso que hacía que se estremeciera por entero. No se le cansaba la lengua, al contrario, cuanto más chupaba más ganas tenía de seguir haciéndolo.

—    Querido nieto — dijo la abuela tras un rato muy largo de sexo oral — ya está bien de chupar por hoy, es el momento de que penetres a la abuela…

—    ¿No puedo chupar un poco más?

—    ¡Glotón! — la abuela le acarició la cabeza al chico — ya veo que te ha gustado mucho la entrepierna de tu abuela… pero ahora tienes que usar ese miembro tan grueso y tan duro que tienes…

El chico tomó asiento en el sofá, con el pene tieso como un palo. La abuela procedió a sentarse encima de él, haciendo que el miembro penetrara por entero y de un solo golpe en su vagina.

A su lado, las dos hermanas habían cambiado de posición. Se encontraban una encima de la otra, se besaban y acariciaban, lamiéndose los pechos y acariciándose entre las piernas.

La abuela besó en la boca a su nieto. Luego tiró de su sujetador para dejar libres sus enormes pechos. Movía el trasero de un lado a otro, sin prisa, llenando al muchacho de placer.

—    ¿Te gusta estar dentro de la abuela? — dijo ésta sin dejar de retorcerse —

Emilio trataba de abarcar los enormes pechos de su abuela y llevarse los pezones a la boca. Su madre no tenía unos pechos tan grandes y se sentía como un niño con zapatos nuevos. Sentía verdadera ansia por mamar de ellos como si fuese un bebé buscando su alimento. La abuela tenía unos pezones duros y prominentes que el muchacho chupaba y mordía extasiado. Con ambas manos amasaba los grandes pechos  y los conducía su boca golosa mientras su miembro era zarandeado en el interior de aquella vagina sexagenaria.

Emilio chilló de placer al tiempo que llenaba el útero de su abuela de abundante semen.

—    ¡Así me gusta, chico! — gritaba la abuela, orgullosa — ahora ya eres de la familia…

La abuela besó al chico en la boca durante mucho rato, todo lo lascivamente que pudo. Luego se levantó, dejando al chico derrotado en el sofá.

—    Hijas — dijo entonces — el muchacho acaba de eyacular en mi interior… ya sabéis lo que eso significa…

Las dos mujeres acudieron hasta donde se encontraba su madre ávidas de incesto. Arrodilladas abrieron la boca mientras la madura mujer abría bien su vagina para evacuar el semen que la llenaba en su bocas. Las dos hermanas se volvieron locas tratando de tragarse el espeso y blancuzco néctar, robándolo de la boca de la otra a lengüetazos o chupándolo directamente de la fuente de la que manaba. Al final, cuando se hubo acabado y se lo hubieron tragado todo, continuaron lamiendo la vagina de su madre una y, la otra, separando bien las nalgas de la matriarca, el ano.

—    Muchacho — dijo la abuela dirigiéndose  su  extenuado nieto que contemplaba todo fascinado — mira y aprende bien cuanta depravación existe en tu familia…

La abuela volvió a sentarse en el sofá, con los muslos muy abiertos y apoyada en la espalda para ofrecer su ano a la madre de Emilio y que lo saboreara arrodillada en el suelo. Mientras, la tía Mercedes colocada al lado de su madre, daba buena cuenta de los enromes pechos de ésta como unos minutos antes había hecho su sobrino.

—    No te quedes ahí parado, muchacho — dijo la abuela de pronto — tu tía tiene la entrepierna muy mojada y está ansiosa por que utilices en ella la lengua…

Emilio, sin hacerse de rogar, se puso de rodillas ante los abiertos muslos de su tía. Su tía, la que de pequeño le daba una moneda para comprar dulces y le arropaba por la noche; la que le ayudaba a hacer los deberes cuando su madre no podía y le dejaba ver la tele mucho más tiempo de lo que su madre le permitía. Ahora su tía era un coño abierto, mojado y caliente, que él tenía que chupar hasta conseguir que se corriera.

—    Así, sobrino, así… cómeme bien el coño…

—    No hables y bésame — dijo la abuela metiendo la lengua en la boca de su hija menor —

La madre de Emilio dejó de pronto el ano de su madre para ir, a gatas, en busca del flácido pene de su hijo. Se lo metió en la boca y comenzó a chuparlo para conseguir que el muchacho tuviera de nuevo una erección.  La abuela, desatendida, bajó del sofá para ir a buscar algo a otra habitación. Al rato regresó con un arnés que portaba un gran falo de látex atado a la cintura.

—    Esto es lo que usamos mis hijas y yo cuando no tenemos un macho como tu que nos penetre… — le dijo a Emilio —

—    ¡Ya vuelve a tenerla dura, madre! — exclamó la madre de Emilio desde el suelo —

—    Entonces, colócate a cuatro patas y que el muchacho te posea por detrás…

La madre de Emilio obedeció con prisas y el muchacho la penetró por detrás, siendo poco delicado. Le gustaba mucho tomar a su madre así. Sentía que tenía todo el poder sobre ella. La mujer gemía como si perdiera el conocimiento por momentos, y el se sentía más hombre que nunca. Además, su madre le había permitido desde el principio hacer todo lo que quisiera con ella. En esos momentos podía cambiar de agujero sin avisar y sodomizarla salvajemente o, muchas veces, le sujetaba violentamente la cara para eyacular en ella y sólo recibía sonrisas y aprobación en el rostro mancillado de su madre. Podía incluso sacársela sin previo aviso mientras miraban la tele o comían en la cocina y hacer que su madre se arrodillase a mamársela; abofetearla e insultarla mientras se la chupaba y no conseguía otra cosa que amor y sumisión por su parte.

La abuela volvió a sentarse en el sofá, esta vez con ese falo de goma que parecía surgir de entre sus piernas. Pero en esta ocasión fue su hija, Mercedes, la que se sentó en su regazo, dejando que toda la inmensidad de ese desproporcionado juguete penetrara en su ano.

—    ¡Fóllame mamá! ¡Fóllame fuerte!

—    ¡Que boca tan sucia tienes! Por eso eres mi favorita…

La abuela hizo cesar los gritos de su hija metiendo su lengua en la boca de ella.  Emilio lo contemplaba todo en primera fila. Era el espectáculo más excitante de su vida.

Las dos hermanas se corrieron ruidosamente casi al mismo tiempo. Emilio recordó durante dos segundos enteros haber oído ese sonido cuando era pequeño, en la noche. Recordaba haberse despertado, sobresaltado, al escuchar un extraño grito. Pero al no oír nada más volvió a dormirse placidamente.

—    Querido nieto — dijo la abuela desembarazándose del aparatoso arnés — la abuela vuelve a estar muy mojada…

Y seguidamente cogió la mano del chico para atraerla hasta su entrepierna y dejar que los dedos penetrasen y se empaparan de las humedades que en aquella cavidad proliferaban.

—    ¿Quieres que te lo vuelva a chupar?

El muchacho ya se arrodillaba, sumiso, cuando la abuela le indicó con un ademán que se levantara.

—    Ya habrá tiempo para eso mañana por la mañana — dijo la abuela — pues esta noche dormirás conmigo y a la abuela le gusta comenzar el día con una lengua golosa entre las piernas… pero no… lo que quiero de ti ahora es que utilices tu hermoso miembro para sodomizarme a conciencia…

La abuela se colocó entonces a cuatro patas en el sofá. Le mostraba el trasero al muchacho, enorme, carnoso, con el coño bien abierto y el ano muy dilatado. Por delante se vislumbraban sus enormes pechos, colgando en su hermosa inmensidad y, más allá todavía, un rostro lleno de lascivia y deseo.

Tal y como le había enseñado su madre, Emilio comenzó su labor lamiendo la entrada que iba a utilizar. Se encontró que el agujero de su abuela estaba ya bastante húmedo de la saliva de su madre y, además, muy dilatado. Pudo comprobar esto jugando a meter los dedos y comprobar que bien podría haberle cabido la mano entera. Entonces se sujetó la polla y condujo el glande hasta la abertura que se mostraba suculenta ante si. Entró sin ninguna dificultad y penetró en toda su longitud hasta que los testículos del muchacho chocaron con las nalgas de la madura mujer.

Emilio no se sentía tan poderoso con su abuela como con su madre, pero la sensación era casi mejor. La abuela tenía mucha más categoría y ¿le había dicho que dormiría con ella esa noche? Era sin duda su día de suerte…

—    Dale fuerte a la abuela — decía la mujer mientras el chico hacía entrar y salir la  polla de su culo — no temas hacerme daño…

Emilio nunca había estado tan sumamente excitado. Anunció que se iba a correr.

—    ¡No, muchacho! — le reprendió la mujer — la abuela lo quiere en la boca…

Rápidamente Emilio desencajó la polla de las entrañas de la madre de su madre para ir a buscar su boca. La mujer engulló la verga que no tardó en eyacular. Se lo tragó todo, glotona, y Emilio pensó sin decirlo que algo más se habría tragado puesto que ¿no acababa de sacarla  nada más y nada menos que de su culo?

La familia no volvió a vestirse de nuevo aquella noche. Aun hubo sexo durante la cena cuando la madre de Emilio se empeñó en chupársela a su hijo entre plato y plato. La abuela estuvo de acuerdo en que su hija mayor se quedara en el suelo y, en lugar de cenar, se dedicara a dar placer oral a los tres: primero a Emilio, luego a su hermana y luego a ella. Emilio ya comenzaba a pensar en su madre como una perra. Era tan sumisa… la madre que le protegía de niño comenzaba a borrarse de su memoria… ahora sólo quedaba la furcia fácil que utilizar sexualmente cuando le viniese en gana.

Aquella noche Mercedes dormía con su hermana y Emilio con su abuela. Al entrar en la cama Emilio volvió a empalmarse. El exuberante cuerpo desnudo de su abuela, tan cerca, era más de lo que podía resistir.

—    ¿Es que nunca tienes bastante? — quiso saber la abuela —

—    No, abuela… de ti nunca tendré bastante jamás…

—    No te estarás enamorando de tu abuela ¿verdad?

—    Puede… — se ruborizó el muchacho —

—    Eso me gusta, chico… no debes enamorarte de nadie de fuera de la familia… a menos que sea alguien tan incestuoso como nosotros… has pasado la prueba con una nota excelente…

—    ¿La prueba? ¿Qué prueba?

—    Los varones de esta familia, a excepción de tu bisabuelo, han carecido siempre del espíritu que caracteriza a los de nuestra sangre… tu abuelo, por ejemplo, nunca aprobó lo que yo hacía con nuestras hijas…

—    ¿Y que pasó? ¿no murió?

—    Claro que murió… se ahogó en la playa… mientras nadaba de noche… quería ir a la policía ¿comprendes?

—    No… — reconoció confuso el muchacho — no entiendo ¿Se ahogó o no se ahogó?

—    Yo le ayudé a ahogarse… — dijo la abuela acariciando el pene de su nieto — se lo tenía merecido… igual que tu padre…

—    ¿Mi padre? Pero si murió cuando yo era muy pequeño… estaba enfermo…

—    Tu madre y yo lo envenenamos en cuanto se enteró de lo que hacíamos ella y yo… no nos dejó otra opción… se puso a gritar, furioso…

—    Pero… eso es asesinato…

—    Claro que lo es… — sonrió la abuela —¿sabes? Tu tía Mercedes tuvo un novio, un chico muy guapo que la traía loca… lo trajo a casa un día y le mostró lo que hacíamos en familia. Si el chico quería estar con tu tía, debía aprobar lo que hacíamos madre e hija…

—    ¿Y lo aprobó?

—    No, claro que no. Tu tía lo estranguló con un hilo de seda mientras yo lo sujetaba. Y si tú un día te enamoras de una chica deberás traerla a casa y hacerla pasar por la misma prueba. Y si no la pasa… tendrás que hacer lo que tendrás que hacer…

—    Yo no me enamoraré de nadie que no seas tu, abuela… — contestó el muchacho concentrándose en los enormes pechos de la madre de su madre —

—    Eso dicen todos… pero si esa chica no pasa la prueba ¿Harás lo que tienes que hacer?

—    Claro… — reconoció el muchacho sin aspavientos arrimándose al cuerpo desnudo de su abuela — nadie me apartará nunca de ti ni de mamá… la familia es lo primero…

Y seguidamente el muchacho volvió a penetrar a su abuela. Estaba mucho más húmeda que la primera vez.

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