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Los Agentes del Ojo (8)

en Grandes Series

El cielo era de un color púrpura oscuro y el sol que brillaba en él era más bien granate. No había más que unas pocas nubes color cobalto muy arriba. Hacía mucho calor.

La misma mujer que el horrendo kalamó llamaba ama se encontraba cruzando un frondoso jardín. Las plantas eran negras en lugar de verdes y las flores de un borgoña brillante, igual que sucedía con su piel y su cabello. La primera de un rojo sangre intenso, el segundo de un negro lustroso y sedoso.

El vestido que llevaba ahora dejaba sus preciosos hombros al aire y un atrevido escote levantaba sus pechos y mostraba sus pezones, pero sin duda lo más hermoso de todo era su rostro, que parecía una escultura griega: sus ojos verdes y sus labios perfectos... sólo los cuernos en su frente y el color encarnado de su piel hacían pensar que no era un ángel.

La mujer cruzó por completo el jardín hasta arribar a un portalón que parecía de bronce custodiado por dos soldados

Mi señora Lilith — dijo uno de ellos, feo y encorvado, no muy diferente a Kalamó — vuestro padre, el Rey Moloch I os está esperando...

Con movimientos majestuosos Lilith cruzó el portalón y se aventuró por una antesala decorada con exquisitos bajorrelieves. Al final de ésta se encontraba una segunda puerta que daba a otra sala mucho más amplia.

El suelo de aquella otra sala estaba enteramente cubierto de cómodos almohadones, la mayoría de los cuales estaban ocupados por personas. Había hombres y mujeres, todos de piel roja. Unos pocos mostraban patas de cabra en lugar de piernas; otros una cola delgada acabada en flecha como prolongación de su espina dorsal y unos pocos tenían incluso alas membranosas en la espalda. Pero lo que sí era común a todos era lo que hacían, pues todos practicaban el sexo, unos con otros sin importar con quien: Una mujer lamía el miembro erecto y grueso de un hombre mientras era lamida al mismo tiempo entre las piernas por otra mujer, que a su vez estaba siendo penetrada por un hombre que era a su vez penetrado por el recto por otro hombre más; Otra mujer masturbaba a dos machos con cada una de sus manos mientras daba placer a otro con su boca y saltaba sobre el miembro de otro alojado en su vagina; otro hombre era sodomizado por un brutal compañero con patas de cabra que era a su vez sodomizado por un muchacho más joven; Dos mujeres frotaban sus clítoris uno contra el otro mientras al mismo tiempo cada una daba placer con su lengua a otras dos mujeres que de pie acomodaban sus vaginas en sus bocas y al mismo tiempo se besaban y acariciaban entre ellas... más de cien personas se entregaban en silencio a esta orgía desenfrenada y lujuriosa mientras, contemplándolo todo y sentado en un trono un tanto más elevado, se erguía un hombre desnudo, gordo y velludo. Como los demás tenía la piel roja, si bien la suya brillaba como si estuviera empapada en sudor. Era de un gran tamaño, sin duda sobrepasaba los dos metros, y una poblada barba hirsuta y negra configuraba su rostro. Sus dientes blanquísimos se disponían formando una siniestra sonrisa y sus ojos eran los de un fanático.

Lilith, la más hermosa de mis hijas — dijo en cuanto la vio — aproxímate...

La mujer no dijo nada hasta llegar al trono. Frente a ella su padre exhibía una prominente erección. Se arrodilló e hizo una reverencia.

Majestad...

Puedes levantarte, hija...

Padre, vos me habéis mandado llamar...

Dime hija ¿Cuándo yacerás con tu padre, como ordena la tradición?

¿La tradición? — sonrió maliciosamente — También ordena la tradición guardar luto y castidad al fallecer la soberana del reino... la tradición ordena cuarenta años de luto...

¿Me estás acusando de incumplir la tradición?

De nada puedo acusaros, majestad, más tampoco vos podéis acusarme a mí, de no cumplirla... pues la sigo, como veis, escrupulosamente...

Todo el reino llora la muerte de tu madre... — dijo Moloch en un tono apesadumbrado —

¡Y yo también, majestad!

Cuando te miro a los ojos veo los de ella — dijo melancólico sujetándole la barbilla a su hija para examinar más de cerca esos ojos verdes —

¿Y vos? ¿Vos no la lloráis?

El rey Moloch cambió de expresión, de pesadumbre a furia infinita.

Yo la lloraré una vez haya quebrado los huesos y masticado la carne de los traidores que la asesinaron...

La sala entera se quedó atenta de lo que dijera el rey. Los gemidos y los vaivenes cesaron de repente. Lilith tragó saliva y desvió la mirada del rostro de su padre.

Majestad... — dijo tras un momento — vos me habéis hecho venir...

Eso es cierto, mi querida hija, pero sólo se trata de una sandez... ese criado vuestro, ese saco de pus maloliente que siempre lleváis arrastrando de vuestra falda... hace mucho tiempo que no lo veo... ¿Su nombre es Kalamó?

¿Eso es todo, majestad? Esa criatura inferior no es digna de que os preocupéis de ella. Una fiera habrá devorado sus repugnantes carnes o estará escondido para que no le castigue. Tengo muchos más criados que os pueden servir si así lo deseáis...

Pero yo no deseo saber de ningún otro criado vuestro, sólo me interesa por que hace tanto que no veo a ese bufón repulsivo.

Majestad, no tengo por costumbre preocuparme por el paradero de criaturas cuya presencia no despierta sino arcadas y malestar...

Por que si hubieras hablado con él, digamos utilizando el espejo de vuestra alcoba, me lo dirías ¿verdad?

Pese al calor, un escalofrío recorrió la hermosa espalda de Lilith. Durante un instante los nervios le hicieron perder la presencia y le temblaron los labios antes de atreverse a pronunciar una palabra.

Por supuesto, majestad. ¿Por qué habría de guardaros a vos ningún secreto?

Eso es algo que no os convendría. Podría resultaros muy pernicioso...

¿De veras? — dijo Lilith tragando saliva —

Como bien sabe la díscola de vuestra hermana.

Lilith se retiró tan pronto como su padre se lo ordenó. El paso tranquilo y majestuoso que utilizara para acudir a su llamada se tornó apresurado y torpe a la hora de regresar. Irrumpió en sus aposentos como huyendo de su propia sombra y cerró la puerta de golpe tras de sí. No dijo una palabra, intento no hacer ruido, pero su cabeza se movió nerviosa en todas direcciones, intentando localizar algo oculto a una mirada casual.

Tras unos instantes de vigilancia localizó un agujero en el rodapié junto a su cama. Se agachó hasta poner su cabeza a la altura del suelo y fijó la mirada en el pequeño boquete. Como Kalamó, sus ojos estaban preparados para ver en la oscuridad, haciendo gala de una fosforescencia que, en su caso, era verdosa. De repente introdujo su mano en el agujero, cuyo tamaño era poco menos que la anchura de ésta, y al poco la saco con un ratón bien agarrado en el puño.

Piedad... no me hagáis daño — gritaba el ratón con una vocecilla apagada y aguda —

Tu, miserable alimaña, tú eres el espía de mi padre en mi propia alcoba...

Lo reconozco, mi señora, más no me hagáis daño pues yo en realidad no os deseo ningún mal...

¿A no?

No, mi señora, sabed que sólo colaboro con vuestro padre para así conseguir recuperar algún día mi verdadera forma...

Lilith depositó el ratoncillo encima de su tocador, justo delante del espejo que usaba para comunicarse.

Gracias, mi señora, sin duda no os arrepentiréis de haber confiado en mi palabra...

¿Confiado?

Lilith miraba fijamente al ratón y éste la miraba a ella. Mientras lo hacía su fisonomía cambió hasta convertirse en un gato rayado. Más con esta forma saltó sobre el tocador y de un bocado engulló al ratón.

— Y ese infecto y mal nacido esclavo ¿dónde está ahora? — Dijo el gato — ¿por qué no ha regresado tal y como le ordené que hiciera?

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