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Los Agentes del Ojo (21)

en Grandes Series

Lilith despertó sintiendo agua fría en la cara y atada y amordazada a una silla. Se encontraba en la sala de banquetes y frente a ella estaba Diana Dywane, sólo que ahora vestida.

Las ataduras eran muy bruscas y le impedían mover siquiera un músculo: tenía ligaduras en tobillos, muslos, muñecas, cintura, antebrazos e incluso cuello. Además una mordaza le impedía hablar.

Bien — comenzó Diana Dywane — no es que sea una experta en magia, pero creo que si no puedes hablar o gesticular, no hay peligro de que puedas hacer ningún hechizo.

Lilith forcejeó lo que pudo. Intentaba decir algo, pero la mordaza se lo impedía.

Detrás tuyo tienes a John Henry — continuó — está fuera de tu ángulo de visión por que me ha contado que le hechizaste mirándole a los ojos. Eso no volverá a pasar. Además está muy enfadado contigo ¿Verdad John?

Es cierto, señorita Dywane — dijo John que, efectivamente, se encontraba justo detrás de Lilith — de todas las cosas terribles que podría haberme hecho escogió mancillar la figura de mi madre…

Y eso le ha cabreado mucho — continuó Dywane — así que si nota que haces cualquier cosa mágica, si nota que intentas algo, te cogerá el cuello y te lo partirá ¿de acuerdo?

Lilith no podía contestar, ni siquiera asentir con la cabeza. Sólo podía mirar con una sincera expresión de odio en los ojos.

Bien ¿por donde iba? Ah si, me pregunto si recuerdas que te hice una promesa…

Dywane enseñó entonces uno de los cuchillos de mesa que se había agenciado especialmente para la ocasión. Estaba bien afilado y parecía de plata.

Te dije que te cortaría todos los dedos que metieras dentro de mi…

Seguidamente utilizó el cuchillo para cercenar los dedos anular e índice de la mano derecha. Los seccionó de un solo tajo. Lilith echó la cabeza hacia atrás cuanto pudo. De no haber estado amordazada hubiera gritado como un condenado.

¿Era eso necesario? — preguntó entonces John Henry —

Ya lo creo que si — contestó Dywane tirando los dedos al suelo con desprecio — ¿No se supone que la odias?

Pero no voy a torturarla por eso…

¿Cómo te lo diría? Desde que he entrado en este mundo, han intentado ahorcarme, matarme y violarme ¡y todo es culpa de esta furcia!

Al decir esto Dywane le propinó un codazo en la mandíbula a su prisionera.

De modo que no voy a sentir ninguna misericordia por ella.

John Henry no quiso decir nada más. Había demasiadas cosas que no entendía. Realmente él sentía ganas de hacerle a aquella horrorosa mujer cosas mucho peores. Disfrazarse de su madre y hacerle ser infiel… era algo que se le hacía insoportable. Cuando volviera ante su madre ¿Qué le diría? Pero a la vez pensaba que hacerle daño a un enemigo indefenso estaba mal.

Bien, Lilith, te voy a explicar lo que va a pasar ahora. Nosotros necesitamos información ¿de acuerdo? Necesitamos saber por que se ha abierto ese puente entre tu mundo y el mío, y necesitamos saber como cerrarlo. Y también necesitamos saber como volver al lugar donde nos encontraste, para poder volver a nuestro mundo. Así que ahora te quitaré la mordaza, podrás hablar pero no se te ocurra intentar nada, por aquello del cuello ¿entendido?

Seguidamente Diana Dywane le quitó la mordaza a su cautiva. Lilith lloraba a lágrima viva pero su rostro no mostraba pena, sino rabia y odio.

No te diré nada, perra, te…

¡Sonríe mientras me llamas perra!

Dywane dijo esto sujetando a su enemiga del cuello bruscamente. Paró en seco su discurso al aplastarle la garganta, luego relajó la presa.

Contesta a lo que te he preguntado ¿Quién ha abierto el puente entre realidades?

Lilith suspiró e hizo una pausa para recuperar la voz.

Yo te maldigo — comenzó a hablar Lilith — te …

Pero Lilith no pudo acabar de hablar. Tal y como Dywane había anticipado, John Henry se abalanzó a romperle el cuello. Le sujetó la cabeza con ambas manos y la giró hacia un lado. Sorpresivamente su tremenda fuerza hizo algo más que romperle el cuello. Un chorro de sangre cubrió el pecho de Dywane y John Henry se quedó con la cabeza de Lilith en las manos.

¿Pero que has hecho? ¡Le has arrancado la cabeza!

He utilizado más fuerza de la necesaria… — confesó John Henry — estaba furioso…

Bueno — se encogió de hombros Diana Dywane — supongo que ahora ya no podemos sacarle ninguna información…

¡Volved a ponerme encima del cuerpo! — gritó la cabeza.

De la impresión John Henry la dejó caer en el regazo, como quien deja caer una pelota. Dywane retrocedió hasta la mesa y luego se acercó.

¡Volved a ponerme en el cuerpo! — gritó de nuevo la cabeza —

¿Por qué estás viva? — preguntó Dywane fascinada —

Desde que asesinaran a mi madre — comenzó la cabeza — el rey tuvo la precaución de lanzar un hechizo que protegiera a toda la familia real de ser asesinados. La violencia física no puede matarnos. Vuelve a ponerme en mi cuerpo, la herida se soldará sola…

Ni hablar. No hasta que nos digas lo que queremos saber.

Dywane sujetó la cabeza por el pelo y la colocó encima de la mesa, sobre un plato. Continuaba sangrando y tenía el aspecto de estar todavía sobre los hombros de un cuerpo.

No se como se ha establecido el puente entre realidades. Sospecho que mi padre y sus hechiceros están detrás de todo, pero no he podido averiguarlo, por eso os he interceptado antes que lo hiciera él, para descubrir sus secretos…

Entonces, por lo que veo, no sabrás tampoco como cerrar ese puente entre los mundos.

No, me imagino que debe haber un hechizo, un hechizo grande y poderoso. Mi padre tiene a su disposición los mejores hechiceros de Gehena.

¿Y como volvemos al lugar donde nos encontraste?

Esa es fácil, sólo tienes que pedirle al cochero que os lleve. Duerme fuera, en el establo, y no acostumbra a moverse de allí.

Una cosa más, sólo una, es que tengo una intuición ¿Quién asesinó a tu madre? ¿Fuiste tú, verdad?

Lilith enmudeció de repente. Bajó la mirada e intentó apartarla todo lo que pudo, teniendo en cuenta de que no podía girar el cuello.

John — dijo entonces Diana — coge el cuerpo de esta arpía y entiérralo afuera…

¡Está bien! — exclamó la cabeza — te contestaré. Yo no la maté, ordené el asesinato, es cierto…

Ya…

Fui muy cuidadosa, ordené a alguien que ordenase a alguien que ordenase a alguien cometer ese asesinato. El asesino nunca supo que yo estaba detrás de todo. Pero realmente buscaba la muerte de mi padre. Fue un malentendido. Mi madre debería seguir viva…

Seguidamente Diana Dywane recogió la mordaza y volvió a colocarla en la boca de la cabeza. Entonces se marchó con John Henry dejándola sola.

La cabeza forcejeó cuanto pudo inútilmente. No podía mover nada que no fueran los ojos y los párpados, ni siquiera podía hablar. Su cuerpo estaba inmóvil en la silla, todavía atado y sangrando como un surtidor.

Diana Dywane y John Henry regresaron en un instante. Consigo traían las cimitarras de los dos sirvientes y además un zurrón de piel y tela dentro del cual Diana Dywane colocó la cabeza.

Vamos a buscar a ese cochero — indicó Dywane que empezaba a sentir que dominaba la situación —

¿Vamos a llevarnos la cabeza de esta mujer?

Es un trofeo mucho más valioso de lo que parece, John. No solo es una fuente inagotable de información acerca de este mundo, también es una valiosa moneda de cambio si las cosas se ponen feas. Estoy convencido que su "amado" padre estaría más que agradecido a quien le entregase la cabeza del asesino de su esposa.

John y Diana salieron afuera. Todavía era de noche a pesar de que, al llegar a este mundo extraño, justamente amanecía.

Encontraron el establo y el coche que les había traído hasta allí. Había dos bestias draconianas dormitando y el cochero dormía tumbado en el pescante.

John Henry lo sujetó de los hombros y lo despertó.

¡Tu! — dijo Dywane tan pronto el hombre recuperó la consciencia — despierta, tienes que llevarnos al lugar donde nos recogiste…

¿Qué? Pero ¿Dónde está el ama?

Ahora eso es lo de menos — dijo apuntándole el cuello con la cimitarra — nos llevarás por que sino te rebanaremos el pescuezo…

El cochero se incorporó de mala gana y despertó a los animales para atarlos al correaje del coche.

Diana y John entraron entonces en el carruaje. El viaje no iba a durar más de veinte minutos.

¿Qué haremos ahora? — preguntó John Henry acomodándose en su asiento —

Regresar a nuestro mundo y reagruparnos. Si los demás no han tenido la misma mala suerte que nosotros ya habrán vuelto y nos estarán esperando. Necesitamos más información.

¿Y de donde la vamos a sacar?

Tenemos a nuestra chica — dijo golpeando suavemente el zurrón — y si la criatura que capturamos se ha despertado también puede sernos útil. Además, quizá Ryder y el profesor hayan averiguado algo más…

Enseguida la luz del mediodía irrumpió por la ventana del coche. El cambio fue tan brusco que era imposible que pasara inadvertido. Dywane miró por la ventana; el paisaje había cambiado completamente.

— Creo que ya estamos llegando — anunció Dywane —

El carruaje se detuvo enseguida. Dywane miraba por la ventana en el momento en el que llegaba a la plaza que les diera la bienvenida a aquel mundo extraño, pero aún así no podía creer lo que estaba viendo.

Tanto Dywane como John Henry se bajaron del coche y contemplaron la aterradora escena. Había un batallón entero marchando en dirección al paso entre los dos mundos, soldados uniformados, animales de carga, estandartes y maquinas de guerra, cientos de soldados en formación dirigiéndose al planeta tierra.

— No puede ser — dijo Dywane en un susurro apagado — ya han empezado.

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