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Los Agentes del Ojo (35)

en Grandes Series

¡La has asesinado a sangre fría! — gritó Ryder —

Grace yacía muerta en el suelo de un callejón normal de la ciudad de Ámsterdam. El puente hacia el otro mundo había desparecido completamente, como si nunca hubiera existido. Lo mismo había sucedido con las ropas de Dywane y de Ryder, que habían quedado completamente desnudos.

Te aseguro que no ha sido a sangre fría… — contestó Dywane —

¿No? — dijo Ryder perplejo — si sólo era una pobre loca…

De eso nada, Joe. Ella es la responsable de todo lo que hemos pasado estos dos días y de toda la gente que ha muerto, incluyendo al profesor.

¿Ella?

Dywane le devolvió la pistola al Coronel ya la vez que se tapaba el pecho y la entrepierna con las manos. El mismo Coronel se quitó su cazadora para ofrecérsela a Diana, si bien no podía taparla del todo.

Aún no entiendo exactamente como. No se si era una poderosa psíquica o si contactó con algo más poderoso que ella, el caso es que sus sueños, sus delirios, crearon ese mundo que nos invadió, esa familia perversa y asesina que parecían demonios.

¿Cómo puedes estar tan segura?

Bueno, mi teoría se ha confirmado en cuanto ha muerto. — Dywane hizo una pausa para ordenar al Coronel que se llevaran el cadáver — El mundo que su mente creó ha desaparecido por completo, incluyendo lo que llevábamos puesto. Empecé a sospecharlo cuando me enteré de que ese mundo fantástico no tenía más complejidad que una película o una novela. El rey Moloch no conocía más territorio que aquel en el que vivía y no tenía ningún pasado que recordar. Era algo que alguien se había inventado. Luego pasó lo del cucharón.

Ese era el cucharón con el que aquel tipo dominaba a Foxglove…

Exacto. Las hadas no son reales en el sentido material del término. Su existencia procede de la voluntad de la humanidad, que las imagina y les da la forma y sustancia, claro que la humanidad lleva tanto tiempo soñando con hadas que es normal que se hayan convertido en seres tan numerosos y poderosos…

Y el rey Moloch reaccionó al cucharón del mismo modo que Foxglove.

Exacto, por lo tanto tenía la misma naturaleza que ella, era tan producto de los sueños de alguien como cualquier hada, fue fácil imaginarse de los sueños de quien…

Entonces… — intervino John Henry — en realidad no he matado a nadie. A nadie real quiero decir.

No has matado a ninguna persona, si es lo que quieres decir — contestó Dywane con tristeza — aquí la única que ha asesinado a alguien he sido yo.

Los tres amigos abandonaron el callejón para contemplar un Ámsterdam destrozado y poblado por campamentos militares improvisados. La ciudad parecía una de esas localidades del Este afectadas por la guerra, llena de edificios derruidos y servicios cortados, sólo que en esta ocasión las tropas se encontraban controlando la situación.

Unos soldados aparecieron para guiarles hasta la base, trayendo consigo algo de ropa militar para que los tres pudieran esconder su desnudez.

Actuamos tarde — reconoció el Coronel — la invasión nos cogió por sorpresa a pesar de estar preparados.

Podría haber sido peor — contestó Diana — estoy segura de ello.

Hemos colaborado conjuntamente con el ejército holandés, mucho más eficientes de lo que cabría esperar. Acabamos con la invasión en una hora. Nadie sabe lo que realmente ocurrió…

Mejor. Y ahora que todo vestigio de la invasión ha desaparecido, como copos de nieve en primavera, no quedaran otra cosa que leyendas urbanas.

¿Es usted Joe Ryder? — preguntó un ordenanza que acababa de aproximarse a ellos —

Lo soy…

Hay alguien que desearía hablar con usted.

Ryder no conocía a nadie en Ámsterdam, así que no se le ocurría quien podía querer verle en aquella situación. Lleno de curiosidad siguió al soldado hasta una de las tiendas levantadas por el ejército. Se trataba de un hospital improvisado, con varias camas rodeadas de instrumental médico, pero sólo había una cama ocupada, y en ella se encontraba nada menos que el Profesor Julius Traknor, con una máscara de oxigeno en la cara y una vía intravenosa en la muñeca.

¡Que me aspen! ¡Estás vivo!

Yo también me alegro de verte…

El profesor se quitó momentáneamente la máscara para hablar y mostrar una sincera sonrisa. Su voz sonaba ronca e inaudible y se le veía realmente sin fuerzas.

Creía que habías muerto — dijo Ryder aproximándose hasta poder sujetarle las manos cariñosamente —

No, estuve a punto, pero ya ves que no. Sufrí un infarto y supongo que me diste por muerto, pero sólo estaba inconsciente. Los soldados entraron poco después y me sacaron de allí. Les dije lo del infarto. Rápidamente me suministraron oxigeno y ahora estoy fuera de peligro…

¡Me alegro tanto! — dijo Ryder rompiendo a llorar — ¡Me sentía tan culpable por no haber podido salvarte!

¡Joe! — Traknor le acarició la cabeza a su amigo con su mano peluda — todo ha salido bien, habéis acabado con los malos, todo ha salido a pedir de boca…

¡Lo siento mucho!

Venga, que no es tan terrible. Me han dicho que pueden suministrarme un corazón adecuado para mi biología. Pronto podremos irnos de bares, si eso es lo que quieres. A mi me apetece mucho, la verdad.

Joe Ryder sonrió y se secó las lágrimas. Luego miró a su amigo a los ojos, estaba muy contento de que estuviera vivo.

No te imaginas lo que tengo que contarte — dijo de pronto —

¿El que? — quiso saber el profesor —

Acabo de ver a Diana Dywane desnuda…

John Henry se perdió entre las tiendas y solicitó a un soldado poder llamar por teléfono.

Los servicios básicos de la ciudad, como el agua o el teléfono, estaban cortados así que el soldado, deseoso de complacerle, le entregó su propio teléfono móvil para que hiciera su llamada.

¿Madre? — dijo el muchacho en cuanto descolgaron el auricular al otro lado — Madre, me alegro mucho de oírte. No, no te preocupes, ya se que hace dos días que no te llamo. No he podido, he estado en una misión, pero ahora ya he vuelto, todo ha salido bien… te quiero mucho, madre, tengo muchas ganas de verte…

Mientras tanto Diana Dywane acompañó al Coronel hasta el puesto de mando. Solicitó que le proporcionaran una ropa más adecuada (la que le habían traído no era exactamente de su talla) y también ropa interior. El Coronel le ofreció también una taza de café.

¡Cuánto he echado de menos el café en ese mundo espantoso! — exclamó Dywane que empezaba ya a relajarse — El café y una buena ducha me harán olvidar toda esta pesadilla…

Estoy seguro de que está usted ansiosa de volver a la normalidad del día a día, señora — dijo el Coronel — y creo que se una forma en la que podría ayudarla.

El Coronel Parker echó a un lado la lona de la entrada a la tienda dejando entrar a una persona. Elegantemente vestido hizo acto de presencia Trevor Johnston.

¡Diana! — dijo al verla — estaba muy preocupado, acabo de llegar desde Londres…

Ya veo… — contestó Diana Dywane sin emoción alguna —

Les dejaré solos para que hablen de sus cosas — dijo el Coronel retirándose diplomáticamente —

Ya ha pasado todo — le dijo sujetándole por los hombros — ya estás de nuevo en casa…

Trevor intentó darle un abrazo a Dywane, pero está se revolvió para que no lo hiciera.

¿Ocurre algo, cariño?

No, no ocurre nada — contestó Dywane molesta — pero no me toques.

¿Qué no te toque? Pero ¿Por qué? Es que te han hecho algo en ese mundo…

Trevor, no quiero que me toques ¿de acuerdo? Ni tampoco quiero que estés aquí, no estoy preparada, por favor, márchate. Vuélvete a Londres. Hablaremos en otro momento.

Una semana después, Dywane estaba en Londres. Los informativos de todo el mundo hablaban de atentados terroristas, pánico colectivo y alucinaciones por culpa de las drogas en Ámsterdam.

Diana Dywane abandonó su apartamento para ser recogida por un automóvil de color negro que la llevó hasta una mansión señorial en Cambridge. No era la primera vez que visitaba aquella casa. Para asistir a la cita se había puesto su mejor traje chaqueta y se había maquillado a conciencia.

El chofer la dejó en la entrada y allí un guardia de seguridad le hizo pasar hasta el vestíbulo de la gran casa. Pronto una mujer joven elegantemente vestida hizo acto de presencia para llevar a Dywane hasta una amplia sala de estar. La sala se encontraba en la penumbra, apenas rota por la luz de una lámpara de pie. Estaba rodeada de estanterías cargadas de libros y un par de sillones de piel se reunían alrededor de una mesa de centro.

Dywane esperó nerviosa a que la recibieran, pero pronto no tuvo que esperar más. Una puerta diferente a la que había utilizado para entrar se abrió y una mujer en silla de ruedas irrumpió. La silla funcionaba a motor y estaba provista de algunos mecanismos de alta tecnología entre los que destacaba un ordenador que la mujer utilizaba para poder hablar. Ésta mujer se mostraba en una pose retorcida en su silla, no podía articular ningún movimiento voluntario desde los diez años, a los ocho le habían diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica.

Buenas tardes, señorita Dywane — dijo la mujer utilizando para ello el ordenador en el brazo de su silla. La voz del ordenador era fría y robótica, no demostraba ninguna emoción —

Buenas tardes, señora Hall.

Puede sentarse, si va a estar más cómoda.

Gracias, pero estoy bien así.

He leído su informe de la misión. La felicito, actuó usted de forma satisfactoria.

Gracias.

Lástima que, al matar a aquella mujer, hayan desaparecido los objetos y reliquias que podríamos haber obtenido de ese mundo paralelo.

Lo siento mucho, señora. Mi objetivo principal era salvaguardar la seguridad de los habitantes de nuestro mundo.

Por supuesto, querida. Lo se. Sólo he dicho que ha sido una lástima.

Me alegra oírlo.

¿Y nuestros reclutas? ¿seguirán con nosotros a partir de ahora?

Eso creo. Ryder es un boy scout obsesionado con ayudar a los inocentes, creo que le querrá hincar el diente a cualquier misión que queramos ofrecerle. Traknor está en deuda con nosotros por que le vamos a proporcionar un nuevo corazón compatible con su biología, se quedará. En cuanto a Henry creo que ha perdido parte de su inocencia, no se que es lo que hará a partir de ahora.

¿Es cierto eso de él y su madre?

No he podido confirmarlo, pero me imagino que si.

Tal vez, si no quisiera quedarse con nosotros, amenazarles con poner en conocimiento de las autoridades la existencia de esa relación incestuosa…

Con todos los respetos, señora Hall, no creo que sea la mejor idea del mundo intentar chantajear a un ser tan poderoso como John Henry. Créame, señora, lo que usted ha leído en el informe no la prepara para entender lo que ese muchacho es capaz de hacer cuando se pone en peligro aquello que más le importa en el mundo.

Ya veo.

Por otro lado, todavía nos queda un recluta que incorporar a nuestras filas. La próxima semana mi grupo y yo deberíamos ir a Los Ángeles con ese objetivo.

De acuerdo, señorita Dywane. Lo dejo todo en sus manos. Puede retirarse ya, estoy cansada.

Diana Dywane se dio la vuelta para salir por donde había venido, pero antes de que pudiera abrir la puerta para marcharse la mujer de la silla dijo algo más.

Señorita Dywane…

Señora Hall…

¿Por qué ha rechazado tomarse unas vacaciones? ¿no le interesa olvidarse de la peligrosa misión que acaba de vivir? Creía que estaría complacida de poder pasar unos días con su novio en algún lugar tranquilo y remoto.

Hay mucho trabajo que hacer.

Es usted muy joven y está muy bien preparada, no debería pensar únicamente en el trabajo.

Con todos los respetos, señora Hall, eso es asunto mío.

Por supuesto. Puede marcharse, señorita Dywane, y salude usted a Trevor de mi parte. Es un joven encantador. Están hechos el uno para el otro.

Gracias, lo haré.

Diana Dywane cruzó la puerta y abandonó la sala. Apresurándose todo lo que pudo salió al vestíbulo y luego a la entrada. El coche negro le estaba esperando, lo tomó y arrancó enseguida.

Lléveme a Londres, por favor — dijo al conductor — a la sede central.

¿Se encuentra usted bien? — quiso saber el conductor —

Por el retrovisor el conductor podía ver, a pesar de las gafas, como las lágrimas resbalaban por las mejillas de su pasajera.

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